Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Chile (1817-18) Batalla de Maipú (5 de abril de 1818)

Antecedentes

Después de la derrota insurgente en la noche del 19 de marzo de 1818 en la batalla de Cancha Rayada, San Martín se retiró a Paine; allí se encontró con Paula Jaraquemada, que los recibió en su hacienda. Esta mujer rondaba los 50 años, recibió al desorganizado ejército insurgente en su hacienda de Paine y les dio refugio. Los malogrados soldados de San Martín se recuperaron en su hacienda; allí se alimentaron y curaron sus heridas. Su hijo mayor, a pesar de ser un adolescente, recibió el grado de capitán y organizó un escuadrón de milicia con los servidores de la hacienda. Marcharon hacia el Sur para reunir los soldados heridos y dispersos. Entretanto, la hacienda de Paula se había convertido en cuartel general, almacén de víveres, hospital de heridos y punto de reunión de dispersos desde donde eran remitidos en grupos ordenados al campamento general. A la llegada de los realistas, la heroína chilena se retiró a Santiago.

San Martín y O’Higgins llegaron juntos la noche del 20 de marzo a San Fernando, donde encontraron a Balcarce, quien les comunicó que habían comenzado a reunir a los dispersos y que el coronel Zapiola había marchado hacia Rancagua con el fin de contener la retirada de los restantes.

Al día siguiente, ambos jefes pasaron revista a las fuerzas recuperadas hasta entonces, y el general San Martín envió un parte en el que comunicaba que «había reunido 4.000 hombres entre Curió y Paquelén, entre caballería y los batallones de Chile y de los Andes número I, XI y XVII, encontrándose el comandante del batallón VIII reuniendo su unidad, esperando reunir pronto toda la fuerza y retirarse hacia Rancagua».

Al anochecer del 21 de marzo, llegó el coronel de Las Heras con su división, entre la cual se habían difundido noticias alarmantes de que el general en jefe había muerto. Por este motivo, San Martín se presentó ante las tropas y las pasó revista, dándoles las gracias por su conducta durante la retirada.

O’Higgins y San Martín se trasladaron después a Santiago, cuya población suponían que estaba consternada por la noticia de la derrota. San Martín encontró a los habitantes mucho más tranquilos de lo que había imaginado. Ordenó a Lavalle que con sus granaderos a caballo contuviera el avance de los realistas que avanzaban hacia Santiago a marchas forzadas y a paso de vencedores.

Poco después, tomando como base la columna del coronel Las Heras, se formó un campamento de instrucción en un lugar llamado Vista Alegre, a 11 km al sur de Santiago, en los llanos del río Maipú (Maipo). Allí mandó organizar y disciplinar a los soldados dispersos, las unidades de granaderos y cazadores, mientras la caballería observaba y contenía a los realistas desde Rancagua.

El día 1 de abril, San Martín y O’Higgins pasaron revista del ejército y pudieron comprobar que disponían de 4.000 efectivos bien armados y equipados completamente, con la moral restablecida.

Mientras tanto, los realistas salieron de Talca el 24 de marzo. Acampó en Camarico, y el 26 de marzo, ya reunido con Ordóñez, vadeó el río Lontué y llegó hasta las orillas del río Teno. El día 27 se alojó en Chimbarongo en el convento de la Merced. Allí se le reunió el conde de la Conquista, José Gregorio Toro y el teniente Manuel Asensio, que le suministraron noticias sobre la reconstitución del ejército insurgente.

El avance realista prosiguió sin novedades hasta el 30 de marzo, en que se libró un combate de avanzadas entre un destacamento de jinetes insurgentes y los dragones de Chillán, en el que perdieron la vida 10 soldados realistas y un número indefinido de insurgentes.

En la tarde del 1 de abril, Osorio acampó en las casas de la hacienda de Hospital. El día 2, pasó sin oposición el río Maipú (Maipo) por el vado de Lonquén, y alojó en los cerros de La Calera, en el punto denominado Mirador de Tagle. Al día siguiente, 3 de abril, pernoctó en las casas de la hacienda de La Calera, donde recibieron noticias de las fuerzas insurgentes.

Osorio reanudó su avance en la mañana del 4 de abril, pero tuvo que detenerse hasta las 10:00 de la mañana como consecuencia de un combate de guerrillas. Aunque lo reanudó a esa hora, llegó entrada la noche a la hacienda de Lo Espejo, a unos siete kilómetros del campamento insurgente. Allí se le reunieron algunos vecinos de Santiago, que le dieron información completa de las fuerzas de San Martín.

Al tener noticias de que los realistas se aproximaban, San Martín dividió su ejército en tres divisiones mandadas por Las Heras, Alvarado y Quintana, reservando para él el mando de la caballería.

Descripción del campo de batalla

La zona de operaciones es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua, y al sur por el río Maipú que le da su nombre. Hacia el oeste se levanta una serie de lomas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan en monótonas líneas prolongadas en el horizonte. Rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva.

Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada, una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército insurgente. En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de Lo Espejo. Conduciendo a ella un callejón en declive como de 20 metros de ancho y 300 de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales. Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y 250 metros en la más angosta.

Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte más elevada, se destacaba como un baluarte, y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por la otra.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Teatro de operaciones y plano de la batalla. En azul las fuerzas insurgentes y en rojo las fuerzas realistas.

Despliegue de San Martín

El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del río Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada.

Bernardo O’Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancha Rayada) impedía asistir al campo de batalla, defendía la capital que, para mayor garantía, hizo atrincherar sus fuerzas eran:

  • Las fuerzas que acudieron a Maipú, que fueron llegando a partir de las 17:00 horas, alcanzaron los 1.660 efectivos: reclutas de la Escuela Militar (160), con el BI-IV de Chile (500) del coronel Pedro Ramón Arriagada, RC de milicias de Aconcagua (300) del coronel Tomás Vicuña, RC de milicias de Colchagua (300) del coronel José María Palacios, RC de milicias de Santiago (300) del coronel Pedro Prado, y Bía artillería: (100 soldados y 4 piezas).
  • Las fuerzas que estaban durante la batalla eran 1.200 efectivos: húsares de la Muerte (200) del coronel Manuel Rodríguez y RI de milicias de Santiago (1.000 del coronel Astorga).

El plan era atacar a los realistas sobre la marcha, sin darles tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera, e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército de 4.534 efectivos en tres divisiones formadas en dos líneas:

  • DI-1 o Derecha: coronel argentino Juan Gregorio de Las Heras con 1.329 infantes, 542 juntes y 140 artilleros en el BI-XI argentino de los Andes (421) de Las Heras, BIL-I de cazadores chileno de Coquimbo (403) del comandante Isaac Thompson, BI chileno de la Patria (505) del Tcol José Antonio Bustamante, RC de granaderos argentino del coronel José Matías Zapiola (4, 542), GA-I de Chile del Tcol Manuel Blanco Encalada (140, 12 piezas).
  • DI-2 o Izquierda: coronel Rudecindo Alvarado con el BIL-I argentino de cazadores de los Andes (421) del coronel Rudecindo Alvarado, BI-VIII argentino de los Andes (423) del Tcol Enrique Martínez, BI-II de Chile (429) del Tcol José Bernardo Cáceres, RC de cazadores a caballo de Chile (361) del coronel Ramón Freire Serrano, GA-II de Chile del comandante José Manuel Borgoño (140, 8 piezas).
  • DI-3 o Reserva: coronel Hilarión de la Quintana con BI-VII argentino de los Andes (641) del Tcol Pedro Conde, BI-III chileno de Arauco (431) del comandante Agustín López de Alcázar, BI-I chileno (385) del Tcol Juan de Dios Rivera, RC de la Escolta de San Martín (288) del comandante Pizarro, EC de lanceros de la Escolta del Director (119), y el GA de los Andes (264, 4×12) del comandante Pedro Regalado de la Plaza se situó en el centro de la primera línea.

San Martín dispuso que la dotación de municiones de cada soldado sería cien tiros y seis piedras; que antes de entrar en la lucha se les daría una ración de vino o aguardiente, y los jefes perorarían con denuedo a sus tropas, imponiendo pena de muerte al que se separase de las filas avanzando o retrocediese, y advertirían a la vez, de un modo claro y terminante, que si veían retirarse algún cuerpo, era porque el general en jefe lo mandaba así por astucia, según su plan.

Prevenía que los batallones de las alas debían siempre formar en columna de ataque, desplegando solo en caso de necesidad o con expresa orden suya; y que todo cuerpo de infantería o caballería cargado al arma blanca no esperase la carga a pie firme, y a la distancia de cincuenta pasos debía salir al encuentro a sable o bayoneta.

No se recogería ningún herido durante el fuego, porque decía: «necesitándose cuatro hombres para cada herido, se debilitaría la línea en un momento». La enseña del cuartel general sería una bandera tricolor, y cuando se levantasen tres banderas “la tricolor de Chile, la bicolor argentina y una encarnada, gritarán todas las tropas ¡Viva la Patria!, y enseguida cada cuerpo cargará al arma blanca al enemigo que tuviese al frente”.

Indicó los uniformes y banderas de los cuerpos del ejército realista, y al referirse al “Burgos”, agregaba: «A este regimiento se le debe cargar la mano, por ser la esperanza y apoyo del enemigo». Recomendaba a los jefes de caballería tomar siempre la ofensiva, por ser esta la índole del soldado americano, y llevar a su retaguardia un pelotón de veinticinco hombres para sablear a los que volvieran cara y perseguir al enemigo.

Por último les dijo: «Esta batalla va a decidir la suerte de toda la América, y es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla por manos de nuestros verdugos. Yo estoy seguro de la victoria con la ayuda de los jefes del ejército a los que encargo tengan presente estas observaciones».

Movimientos Previos

Las fuerzas de San Martín permanecieron en ese orden los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por el brigadier Antonio González Balcarce, en observación de la línea del Maipú. Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el río inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostigar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más, y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil (cardo), que iluminaban todo el campo. San Martín dormía mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar. Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas insurgentes al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte de que el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso.

San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que solo podía tener por objeto cortarle la retirada sobre Aconcagua, efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar la hacían dificilísima hacia el sur. Lo primero estaba previsto y se neutralizaba con un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo último, una promesa más de triunfo completo.

Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, se disfrazó con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por su inseparable ayudante O’Brien y el ingeniero De Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a galope al ángulo de la Loma Blanca. Desde allí pudo observar a la distancia de 400 metros, con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza, prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. «¡Qué brutos son estos godos!», exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor. Y agregó: «El sol que asoma en la cumbre de los Andes va a ser testigo de nuestras armas. Osorio es más torpe de lo que yo pensaba».

A las diez y media de la mañana, el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca. Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos, la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.

Según Bernardo de la Torre, que militaba en el ejército realista, el día 5 de abril de 1818 Osorio no tenía plan alguno de batalla. Y cito «Ossorio había insinuado, con bastante timidez, que, supuesto que 1os enemigos se habían rehecho i reorganizado en la forma que aparecía, i que, por otra parte, manifestaban querer aventurar el trance de una batalla, creia conveniente, antes de arriesgarla i de correr su incertidumbre, dirijirnos a Valparaiso, apoderarnos de este puerto que a la sazón bloqueaba nuestra escuadrilla del Pacífico, i después de introducir en el a nuestros barcos, i ponernos en comunicación con las provincias del sur i las del norte, forman sobre esta parte de la costa nuestra nueva base de operaciones, mediante a que la del Maule, la habíamos dejado a 80 leguas de distancia; i que de hecho no la teníamos, pues los caminos estaban interceptados por las partidas de huasos, i pueblos de la carretera que las protejían descubiertamente».

Es decir, flanquear a los insurgentes por el NO y seguir luego a Valparaíso. No empeñarse en combate. La verdad es que era difícil que San Martín los dejase pasar. Aun así, los jefes del ejército realista lo votaron negativamente, ansiosos por entrar en combate.

Los realistas habían ocupado el caserío de Lo Espejo y el molino de Potreros, y avanzaron por la meseta triangular al sur de Loma Blanca, observaron el movimiento de los independentistas y desplegaron:

  • DI-1 o Derecha del brigadier José Ordóñez con el BI-II del Infante Don Carlos (951) de Tcol Bernardo de la Torre y el BI Concepción (550) del comandante Ramón Jiménez Navia (550), Cía de zapadores del capitán José Cáscara (85) y Bía a pie (40, 4 piezas).
  • DI-2 o Centro del coronel Lorenzo López de Morla con el BI-I de Burgos (956) del coronel Lorenzo López de Morla y el BI-II de Arequipa del Tcol José Ramón Rodil (1.034), y Bía a pie (40, 4 piezas).
  • DI-3 o Izquierda del coronel Joaquín Primo de Rivera con el BIL mixto de cazadores (4, 440), BI mixto de granaderos (4, 440) ambos al mando directo de Primo de Rivera, y Bía a caballo (80, 4 piezas) del capitán Manuel Bayona. Ocupó los cerrillos de Errazuriz, con el doble objeto de amagar la derecha insurgente y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso.
  • Ala izquierda, el RD de la Frontera (2, 360) del coronel Antonio Morgado (2, 360 h.) tenía la misión de cubrir el intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo. Se situaron entre los cerrillos y la meseta.
  • Ala derecha: EC Lanceros del Rey (144) del Tcol José Rodríguez y el ED de Arequipa (160) del Tcol Antonio Rodríguez.
  • Vanguardia en guerrilla, el ED de Chillán (180) del Tcol Cipriano Palma; una vez replegados, constituirían la reserva.

A pesar de las frases despectivas de San Martín, Osorio se había revelado un verdadero táctico. Ambas posiciones eran excelentes desde el punto de vista defensivo. El atacante tenía que atravesar a pecho descubierto una hondonada de más de 500 metros, soportando el fuego de los cañones y de la fusilería, para repechar, enseguida, la loma donde estaba apostado el contrario.

Los realistas eran superiores en efectivos (5.880 frente a 4.534 sin contar los 1.660 de refuerzo procedentes de Santiago), pero eran inferiores principalmente en artillería (12 frente a 24 piezas) y caballería (844 frente a 1.310).

Los dos ejércitos quedaron así frente a frente, separados por una hondonada que media entre los dos cordones de lomas, que mide poco más de 400 metros en su extremo este y unos 1.000 en el poniente.

Ambos ejércitos permanecieron en sus posiciones, aguardando el ataque del contrario, para aprovechar las grandes ventajas que tenía la defensiva.

Batalla del Maipú (5 de abril de 1818). Plano del desarrollo de la batalla. En verde fuerzas insurgentes, en rojo fuerzas realistas.

Desarrollo de la batalla

Ataque de la derecha de Las Heras

A las 11:30 de la mañana los 8 cañones de Blanco Encalada y los 4 de la reserva rompieron el fuego. Una bala inutilizó el caballo de Osorio, que montó en el acto otro de repuesto. Pero, después de media hora de fuego, San Martín, comprendiendo que sus efectos eran casi nulos, minutos antes de las 12:00, dio orden a las dos divisiones de atacar.

El movimiento se inició por la derecha; pero no era este el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda realista destacada sobre las alturas y amenazar el frente o la izquierda de su centro, ayudando así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido. Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo con la reserva en apoyo de la que llevase la ventaja.

Las Heras, a la cabeza del BI-XI de los Andes, flanqueado por BIL-I de cazadores y el BI de la Patria, lanzó sus columnas de infantería contra el mamelón defendido por Primo de Rivera, que formaba la extrema del ala izquierda realista; mientras Blanco Encalada la batía por elevación con sus cañones. El coronel Morgado defendía el bajo de 300 metros que separaba el mamelón de la meseta triangular en que estaba situado el grueso del ejército realista; recibió orden de cargar con los dragones de la Frontera, pero dos escuadrones de granaderos, mandados por Blanco Encalada y Mellan, los obligaron a volver cara, y al replegarse sobre la infantería que defendía el cerrillo, sufrieron nuevas bajas causadas por las propias balas realistas. Pero los dos EDs insurgentes tuvieron que retroceder, a su vez, arremolinados por el fuego de la infantería y la metralla que partía del mamelón defendido por Primo de Rivera. Se rehicieron rápidamente, y, apoyados por la infantería de Las Heras, ocuparon el bajo de 300 metros que separa el cerrillo de la meseta, cortando el ala izquierda realista del centro.

Ataque de la izquierda de Alvarado

En la izquierda independentista, mientras Borgoño batía eficazmente con sus cañones esta ala, Alvarado, salvando la corta distancia que en esta parte separa las lomas, rebasó el flanco derecho de Ordóñez y subía la cuesta sin divisar los cuerpos realistas con su división. Este dio frente al este, y Ordoñez se puso al frente de los batallones Concepción y el Infante Don Carlos, con dos piezas de artillería, y salió al encuentro de los insurgentes en dos columnas paralelas, seguidos por los batallones Burgos y Arequipa mandados por Morla en la misma formación y escalonados por su izquierda. Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera.

Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas. Por desgracia para los independentistas, el BI-VIII de los Andes y el BI-II de Chile, que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el BI-VIII, compuesto de los negros libertos de Cuyo, se desordenó después de perder la mitad de su fuerza, y se retiró en dispersión; el BI-II intentó cargar a la bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta operación se dispersó también. Alvarado, que cubría la izquierda con el BIL-I de cazadores de los Andes, desplegó en batalla y abrió fuego; pero a su vez se vio obligado a ponerse en retirada para evitar una derrota total, ya que en esos momentos se descolgaban de la loma el BI Burgos y el BI Arequipa, que formaban el centro realista, al mando de Morla.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Vista de la batalla desde las líneas insurgentes. Autor Johann Moritz Rugendas.

La victoria parecía declinarse del lado realista. Ordóñez y Morla, con sus cuatro batallones escalonados en dos líneas, se lanzaron en persecución del ala izquierda independentista casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo.

En ese momento, la artillería chilena de Borgoño (9 piezas) había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, abrió fuego sobre los vencedores con bala rasa, que los hizo vacilar; reaccionaron los realistas inmediatamente, pero al pisar el llano fueron recibidos por una lluvia de metralla que rompió sus columnas, haciéndolas retroceder a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla. Este, en vez de asaltar con el Burgos a la carrera los cañones enemigos, abandonó su cuerpo para pedir órdenes a Osorio.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Los artilleros de José Manuel Borgoño durante la batalla. Autor fray Pedro Subercaseaux Errázuriz.

Las Heras, viendo la derrota del ala izquierda patriota, había destacado contra el flanco del Burgos el BI de Infantes de la Patria de Chile, pero fueron rechazados y retrocedieron en desorden.

El contraataque de San Martín

Aparentemente, la victoria de los realistas parecía afianzada, pero Osorio había agotado su débil reserva y San Martín tenía la suya intacta.

En estos momentos, se sintió a retaguardia de las filas insurgentes un toque de carga. San Martín había dado a la reserva, mandada por el coronel Quintana, la orden de ataque. El BI-VII de los Andes, el BI-I y BI-III de Chile descendieron la Loma Blanca en columnas, avanzaron por la hondonada y efectuaron una marcha en oblicuo sobre la izquierda realista. Llegó al ángulo Este de la posición realista, en circunstancias en que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño. A vista de la reserva, el BI-VIII de los Andes y el BI-II de Chile se rehicieron y sobre la base de los cazadores de los Andes, que no habían perdido del todo su formación, entraron en línea. Mientras Quintana trepaba la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado.

Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva realista. Las Heras se disponía a atacar su posición cuando Primo de Rivera, que la mandaba, emprendió su retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones.

El BI-VI de los Andes y los cazadores de Coquimbo convergieron entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera, y tomaron la retaguardia realista; mientras el BI de la Patria de Chile, rehecho, volvió a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en un breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de Espejo, donde iba a decidirse el resultado.

Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordenó al coronel Ramón Freire Serrano, jefe de los cazadores a caballo de Chile, y a los lanceros de Chile, que arrollasen la caballería de la derecha realista. Freire con el Tcol Santiago Bueras, que mandaba uno de los escuadrones, cumplieron la orden ejecutando una irresistible carga contra los lanceros del Rey y los dragones de Concepción realistas que salieron a su encuentro; los hicieron pedazos y los persiguieron largo trecho en desbandada hasta dispersarlos completamente. Bueras murió en la carga, atravesado el pecho por un balazo. Freire, tomando el mando de todos los escuadrones, subió la altura y amagó el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos flancos había desaparecido.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Carga del teniente coronel Santiago Bueras que mandaba un escuadrón de cazadores a caballo de Chile. Autor Pedro León Carmona.
Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Muerte del teniente coronel Santiago Bueras durante la batalla. Autor Pedro León Carmona.
Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Carga de los cazadores a caballo de Chile al mando del coronel Ramón Freire Serrano. Autor fray Pedro Subercaseaux Errázuriz.

Resistencia del Burgos

El combate final se traba entre la infantería argentino-chilena y la realista. Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana formaron en línea de masas: el BI-VII de los Andes más avanzado a la izquierda; el BI-III y BI-I de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia. Al subir la altura, se encontraron casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que, ocultas por un pliegue del terreno, oblicuaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado.

Quedó la infantería del centro y del ala derecha realista, reconcentrada en un pequeño espacio, sin artillería ni caballería, rodeada por el frente y por los dos flancos por los batallones insurgentes. La batalla estaba decidida. Pero el Burgos se negó a rendirse, y mientras sus soldados gritaban: «¡Aquí está el Burgos! ¡Dieciocho batallas ganadas! ¡Ninguna perdida!», desplegó al viento su bandera. Los demás cuerpos siguieron su ejemplo, y se trabó, casi a quemarropa, un combate furioso.

«Con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz.» (San Martín). A los gritos de «¡Viva el rey! y ¡Viva la patria!», los soldados de uno y otro ejército materialmente se fusilaban. Blanco y Borgoño avanzaron los cañones sobre ambos flancos del cuerpo realista para ametrallarlo, sin conseguir deshacerlo. Freiré lo cargó furiosamente con la escolta y los cazadores, por el flanco derecho, mientras BI-I de Chile y el VI-VII de los Andes, que estaban de refresco, le embistieron a la bayoneta a los gritos de «¡Viva la libertad!» El Burgos rechazó ambas cargas. El BI de Arequipa y el BI de Concepción, dirigidos por Ordóñez, también se sostenían impávidos. Pero sus filas estaban ya muy mermadas.

Cuando la división del Morla oblicuó hacia la derecha, Osorio impartió orden a Primo de Rivera de replegarse sobre el centro. Primo intentó hacerlo y, abandonando sus cañones, descendió del mamelón; pero, envuelto por la caballería y los dos batallones que le quedaban a Las Heras, los granaderos y cazadores realistas no pudieron operar la reunión. Formados en cuadro, resistieron a pie firme entre ocho y diez cargas insurgentes y, cuando más tarde advirtieron el repliegue del centro y del ala derecha sobre las casas de Lo Espejo, tomaron el mismo rumbo y se reunieron al grueso en el callejón de dichas casas, sin que la caballería insurgente lograra desorganizarlos.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Resistencia del batallón español de Burgos. Autor fray Pedro Subercaseaux.

En esos momentos, Osorio, viéndolo todo perdido, se alejó al galope del campo de batalla con los restos de la caballería, unos 250 hombres, con rumbo al oeste. Ordóñez asumió el mando y, comprendiendo que ya no podía sostenerse en la loma, se replegó en orden hacia las casas de Lo Espejo. San Martín redobló las cargas: «Nuestra caballería acuchillaba a su antojo los flancos y retaguardia de las columnas enemigas, pero, marchando estas en masa, llegaron hasta los callejones del cortijo de Lo Espejo. El camino quedó sembrado de cadáveres; los realistas iban dejando una estela de muertos, de heridos y de sangre, pero sus columnas no se desorganizaban. La carnicería fue enorme. Los oficiales que habían peleado en Europa decían que nunca habían visto un combate más sangriento que el de la retirada de Lo Espejo» (Samuel Haigh).

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Repliegue del batallón español de Burgos acosado por los independentistas. Autor fray Pedro Subercaseaux.

Eran las dos y cuarto de la tarde. A esa hora, mientras aún seguía el encarnizado combate entre la caballería insurgente y los Infantes de la Patria, y el cuadro móvil formado por la infantería realista, San Martín dictó a Zenteno el siguiente parte: «Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye. Nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre. Dios guarde a V. E. muchos años».

Samuel Haigh, quien llegó al molino donde estaba el hospital de sangre, recibió del cirujano Paroissien un pequeño papel en el cual este le anunciaba a O’Higgins la victoria y le pedía carros y carretas para transportar los heridos a los hospitales de la ciudad. Al llegar a la Cañada, divisó una enorme muchedumbre. Desde que sintieron el estampido de los cañones, hombres, mujeres, ancianos y niños se habían dirigido a esa avenida, para abreviar en minutos la angustiosa ansiedad.

Al enfrentar a la multitud, lanzó un estruendoso grito de ¡Viva la patria! que precipitó sobre él a la multitud. Un anciano que estaba a caballo, en un arrebato de entusiasmo, se aferró a su cuello. Cuando, al fin, pudo desprenderse de la multitud, que lo cercaba, y siguió su carrera en dirección al palacio de gobierno, ya todas las iglesias habían echado sus campanas a vuelo y grupos delirantes de entusiasmo gritaban: «¡Viva la patria! ¡Viva San Martín! ¡Viva la libertad!» El propio de Zenteno, atravesando la multitud como una saeta silenciosa, había depositado en manos de Fontecilla los tres renglones que San Martín le había dictado.

Llegada de San Martín y asalto del cortijo de Lo Espejo

En los momentos en que las últimas tropas realistas se replegaban a las casas de Lo Espejo, llegaba O’Higgins al campo de batalla, seguido de unos 1.000 milicianos de Santiago, Aconcagua y Colchagua y de un crecido número de huasos, que no llevaban más armas que sus machetes y sus lazos. Guiándose por la bandera tricolor que el cuartel general enarbolaba en alto, se reunió con San Martín, y echándole al cuello su brazo izquierdo, le dijo con voz ahogada por la emoción: «¡Gloria al salvador de Chile». Le contestó San Martín: «General, Chile no olvidará jamás el nombre del ilustre inválido que el día de hoy se presentó al campo de batalla en ese estado

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). El abrazo entre San Martín y O’Higgins tras la batalla. Autor fray Pedro Subercaseaux Errázuriz.

Entretanto, el rechazo de todas las cargas insurgentes había permitido a Ordóñez reconcentrar en las casas de Lo Espejo las seis compañías de cazadores y granaderos que mandaba Primo de Rivera, cuya moral era aún muy alta, a pesar de haber perdido más del tercio de sus efectivos, y los restos de los cuatro batallones de infantería que se habían retirado del centro y del ala derecha. En las casas de Lo Espejo estaban el parque y los bagajes realistas, que le permitieron disponer de abundantes municiones.

A las 3 de la tarde tenía emplazados detrás del puente de una acequia que cruzaba el callejón los dos únicos cañones de que disponía. Se colocaron las compañías de cazadores a ambos lados del callejón, coronando las alturas y parapetándose en los tapiales y en los árboles. Los granaderos de infantería quedaron como reserva en una plazoleta que había a retaguardia. El resto del ejército se posesionó de los patios y aposentos de las casas. Evidentemente, las tropas insurgentes habían mostrado cierta flojedad en las acometidas contra el cuadro móvil, erizado de bayonetas, que retrocedió hasta las casas.

Aun tomando en cuenta esta circunstancia, es un justo título de orgullo para Ordóñez y sus tropas la admirable disciplina y tenacidad que exteriorizaron en el retroceso y la rápida organización de la defensa en las nuevas posiciones. No aspiraba a cambiar la suerte de la batalla, pero creía poder resistir toda la tarde, causando al enemigo grandes bajas en los asaltos que intentaría contra las casas, y retirarse en la noche con unos 1.500 infantes. (Quintanilla).

Las Heras fue el primer jefe divisionario que llegó al callejón de Lo Espejo. Dándose cuenta en el acto de la situación, ordenó avanzar la artillería y situarla en el extremo sur de la loma, para quebrantar las posiciones enemigas antes de asaltarlas con la infantería. Entre tanto, empezó a colocar los batallones al abrigo de los accidentes del terreno, a ambos flancos del enemigo. En estos momentos llegó al extremo norte del callejón el general Antonio González Balcarce, y modificando la orden, mandó al BIL de cazadores de Coquimbo avanzar en columna. Los realistas dejaron que el cuerpo se acercase hasta medio tiro de pistola y rompieron sobre él el fuego de fusilería, al mismo tiempo que los dos cañones, cargados a metralla, abrían verdaderas calles en las columnas. La mitad del batallón quedó en el campo y el resto huyó saltando los tapiales, sufriendo nuevas bajas.

En esos momentos llegaba San Martín al nuevo teatro de la batalla. Dispuso que Blanco y Borgoño, con sus 17 cañones, batieran las fuerzas de Ordóñez hasta desorganizarlas. El general realista intentó aprovechar el desconcierto insurgente para retirarse, siguiendo a Rodil, que se alejaba con los restos del BI Arequipa en formación, pero se dio cuenta de que estaba rodeado, y siguió defendiéndose dentro de las casas de Lo Espejo y en la arboleda y viña inmediata.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). El segundo batallón de Arequipa mandado por el teniente coronel José Ramón Rodil. retirándose del campo de batalla acosado por los independentistas. Se aprecia un huaco con un lazo. Autor fray Pedro Subercaseaux Errázuriz. Museo del Carmen de Maipú.

La infantería insurgente, enfurecida con el desastre del Coquimbo, cargó con ímpetu con el BI-XI apoyado por piquetes del BI-VII y BI-VIII. Se luchó en los corredores, en los patios y en los aposentos. Los insurgentes no daban cuartel, y los realistas, sabiéndolo, preferían morir matando. Al fin Las Heras logró imponerse y detener la matanza. Los últimos restos del ejército, refugiados en el huerto y la viña, se rindieron.

Batalla de Maipú (5 de abril de 1818). Asalto del cortijo Lo Espejo. Autor fray Pedro Subercaseaux Errázuriz.

Entregaron sus espadas como prisioneros el heroico general Ordóñez, el JEM Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez, y con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista, Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia y Bagona, y otros. Los milicianos y huasos (campesinos) que llegaron con O’Higgins, que tenían sus caballos de refresco, persiguieron a los dispersos que huían al sur, capturándolos con sus lazos.

Fuga de Osorio

Solo salvaron del campo de batalla el BI de Arequipa, que mandado por Rodil se retiró en formación, dispersándose al pasar el río Maule, y los dispersos de la caballería. El general en jefe español, atribulado, había abandonado el campo a las tres de la tarde, seguido por su escolta, cuando vio que su derecha y centro se replegaban vencidos, sin pensar más que en la seguridad de su persona. Señalada su fuga a San Martín, por un poncho blanco que llevaba, desprendió a su ayudante O’Brien con una partida para que lo persiguiese sin descanso. Osorio se pudo salvar tomando el camino de la costa, pero dejando en poder de Juan O’Brien su equipaje y toda su correspondencia oficial y reservada, que fue entregada a San Martín. Entre los papeles se encontraban cartas de muchas personas notables de Santiago felicitando efusivamente al vencedor de Cancha Rayada.

San Martín las leyó, y para evitar las represalias contra las personas cuyo delito era ser débiles de carácter y cortesanos de éxito, como dijo don Quijote: «Villanos de los que gritan: ¡viva quien vence!». El general se abstuvo de mostrarlas a nadie y ocho días después de la batalla, el domingo 12 de abril, las quemó secretamente, auxiliado solo por su ayudante Juan O’Brien, hombre de toda confianza, en un lugar llamado El Salto, a dos leguas de Santiago, donde se había retirado para descansar.

San Martín quemando las cartas de Osorio en El salto el 12 de abril de 1818.

El vencido general llegó a Talcahuano al frente de 14 hombres el 14 de abril, y allí se le reunieron unos 600 más escapados de la derrota, último resto del ejército vencedor en la batalla de Cancha Rayada.

Osorio aprovechó el respiro que dio el vencedor para allegar algunos elementos militares y sostenerse en Concepción y Talcahuano, tomando por línea de defensa el río Ñuble. Reunió las guarniciones de la frontera de Arauco y ordenó al coronel Sánchez que se mantuviese firme en Chillán, consiguiendo a mediados de mayo contar con una fuerza organizada de 1.200 hombres; pero con solamente 600 fusiles. En esta actitud pidió nuevas instrucciones y auxilios al Perú. El virrey Pezuela había dado por perdido definitivamente a Chile después de Maipú, y solo pensaba en proveer a la defensa de su territorio amenazado.

Secuelas de la batalla

De los 4.500 realistas que entraron en batalla, quedaron en el campo 1.500 muertos; 2.289 fueron hechos prisioneros, entre heridos y sanos, y unos 700 lograron retirarse en orden al mando de Rodil. Pero pronto empezó la deserción. Este jefe llegó al Maule con solo 200 soldados, y a Concepción, con 90. Osorio tomó el camino de Lo Espejo y Bucalemu, y defendiéndose de las partidas de montoneras y de huasos que lo acosaron hasta el Maule, llegó a este río, siempre por el camino de la costa, el día 9. Desde allí, los campesinos, en vez de hostigarlo, le prestaron ayuda. Se había alejado del campo de batalla a la cabeza de unos 250 jinetes, y el día 13 de abril llegaba a Talcahuano con sus ayudantes y de 15 a 20 ordenanzas (Enzina).

Entre los prisioneros se contaba al brigadier Ordóñez, los coroneles Beza, Morgado y Primo de Rivera y los comandantes De la Torre, Moría, Rodríguez, Jiménez, Navia y Bayona.

El ejército insurgente había triunfado, dejando sobre el campo el 35 % de sus efectivos!, distribuidos en 800 muertos y más de 1.000 heridos. Entre los primeros solo se contaban el coronel Bueras y tres oficiales. En cambio, hubo batallones como el Coquimbo, en que resultaron heridos casi la totalidad de los oficiales.

A las 9 de la noche, San Martín y O’Higgins entraban a Santiago en medio de las aclamaciones delirantes de los pobladores. El camino entre el campo de batalla y la ciudad era una doble romería formada por las interminables columnas de la gente que se dirigía desde la ciudad al campo de batalla, a informarse de la suerte corrida por el enemigo o el amigo; o simplemente, a cerciorarse de la victoria, a palparla materialmente y a comprobar su magnitud.

Apenas se alejaron las tropas, un grupo de huasos, que durante toda la tarde había estado observando la batalla, fuera del alcance de las balas; se precipitó como bandada de aves nocturnas de rapiña, y empezaron a despojar de sus ropas a los muertos y a los heridos y a robar cuanto objeto representaba algún valor. «Vi a un individuo que huía con doce fusiles atravesados sobre la cabeza de la montura.» (Haigh).

A esa misma hora, en la capital, la caridad de las mujeres chilenas empezaba su obra admirable. «Después de la batalla de Maipo, señoras del rango más distinguido visitaron los hospitales, como una cosa natural y obligatoria. Cada una tomó a su cuidado al número que sus facultades le permitían; les administraban medicinas, les traían refrescos y confortativos que ellas mismas preparaban en sus casas y todas procuraban endulzar sus padecimientos en tal forma, que parecía que cada uno de los patriotas heridos era su verdadero hermano.» (Miller).

La batalla de Maipú afianzó los trascendentales resultados de la batalla de Chacabuco. Desmoralizó a los mandatarios y a los jefes realistas, desde Pezuela y los generales del Alto Perú hasta Morillo en Nueva Granada. Todos presintieron que la independencia era un hecho moralmente consumado. Antes de poco se trabaría la lucha por el dominio del Pacífico; San Martín desembarcaría en los alrededores de Lima con un ejército chileno-argentino y su presencia provocaría la insurrección de Guayaquil, si el fulminante no estallaba con el simple rastrillazo de Maipú.

El 4 de marzo de 1818 el virrey Pezuela decía a la junta de corporaciones: «Nuestros cálculos ulteriores deben partir del segurísimo concepto de que los enemigos, siempre activos, atrevidos y emprendedores, no desperdiciarán momento para poner en ejecución cualesquiera planes agresivos, cuyo éxito favorable les facilitarán sus recientes ventajas. Estos planes no son otros que de apresurarse a mandar expedición a estas dilatadas costas para introducir el desorden y la revolución en los pueblos y propagarla de unos en otros hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital, objeto de sus perpetuas miras, por cuanto de su inagotable seno han salido desde el principio de la revolución y para todos los puntos contaminados las disposiciones y medios contra los cuales tantas veces han escollado sus obstinados esfuerzos.»

Contestando la carta en que Pezuela pidió ayuda, el virrey Sámano, de Nueva Granada, le decía: «La fatal derrota que han sufrido las tropas del Rei y, nuestro señor, cerca de Santiago de Chile, pone a aquel virreinato, y a todo este continente por la parte del sur, en consternación y peligro».

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-31. Última modificacion 2025-10-31.
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