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Combate de Chillán
Una vez llegado a Talcahuano, Osorio reorganizó como pudo las fuerzas en conjunto con Sánchez y Lantaño, aprovechando el respiro de varios meses que le dio San Martín. Además, llegaron buenas noticias: El virrey le informó de que ya iba una expedición de refuerzo a Chile enviada desde España. Solo había que esperar. Las fuerzas de Osorio en Talcahuano en mayo de 1818 eran 2.259 efectivos:
- Infantería: 1.362 efectivos en BI-II del Infante Don Carlos (183) al mando del comandante Pedro Martín, BIL de Concepción (278) del Tcol José Alejandro, BI-II de Arequipa (145) del coronel José Ramón Rodil, BI-I de Burgos del Tcol Agustín Otermin, BI de Valdivia (226) del coronel Juan Carvallo y milicias de Florida y Rere (334).
- Zapadores: 25 efectivos.
- Artillería: 97 efectivos al mando del teniente Francisco Duro.
- Caballería: 775 efectivos en: ED de Chillán (168), ED de la Frontera (199), ED de Arequipa (107) del capitán Pedro Hormas, y RD milicias de Laja (3, 301).
Osorio tenía solamente 600 fusiles, indicando al virrey que haría lo imposible por resistir. Ordenó a Sánchez (que estaba en Los Ángeles) que organizara tropas y esperara órdenes.
Los independentistas, por su lado, habían quedado agotados después de la campaña. A primeras horas del 18 de abril, una partida de granaderos a caballo al mando del coronel Zapiola llegó para ocupar Talca. Y el 3 de mayo tomó San Carlos, a pocos kilómetros al norte de Chillán. Pero el 20 de mayo una partida miliciana realista, bajo el mando de Manuel Bulnes (padre del futuro Presidente de Chile, quien militaba en las filas independentistas), atacó y recapturó dicho pueblo. Zapiola envió una fuerza de 200 soldados a caballo a las órdenes del capitán Cajaravilla, quien atacó el pueblo el 27 de mayo en la madrugada, capturando 70 hombres, entre ellos al coronel Cipriano Palma (de los dragones de Chillán). Después de este enfrentamiento, y de otro menor en las cercanías de Quirihue, la situación se estabilizó. Los dos bandos estaban muy cansados como para comprometerse en algo.
A primeros de agosto, comenzaron nuevamente las operaciones. Chillán estaba mandada por Clemente Lantaño, quien tenía cerca de 600 de los dragones de la Frontera, de los batallones de Chillán y Concepción, más algunas milicias provinciales. Cajaravilla intentó nuevamente tomar Chillán, pero fue imposible debido a lo fuerte de los defensores, debiendo volver a cruzar el río Ñuble.
Osorio se alegró del triunfo en Chillán, pero sabía que el enemigo estaba organizando un ejército y una escuadra para dominar el mar. El virrey solo socorrió enviando cerca de 1.200 fusiles por mar hasta Talcahuano y manteniendo viva la esperanza de la llegada de refuerzos desde España. Debido a que el virrey pensaba que las fuerzas de San Martín atacarían Perú, Osorio se reunió con sus oficiales superiores el 25 de agosto y discutieron la decisión de mantenerse en Chile o retirarse a Perú. Finalmente, Osorio decidió que lo importante era concentrar las tropas en Perú y mantener en Chile solamente unidades guerrilleras destinadas a molestar y hostigar a los independentistas. Así, quedarían en Chile Juan Francisco Sánchez y Pedro Cabañas con 1.500 hombres, y, si era necesario, estos deberían adentrarse en territorio araucano para desde allí continuar la resistencia.
La decisión de Osorio de evacuar Talcahuano se llevó a cabo el 7 de septiembre. Embarcando con 700 hombres tras destruir las fortificaciones.
Primera Escuadra Nacional de Chile
Organización de la Escuadra
Esta fuerza fue creada con el fin de dominar el mar y llevar la guerra al Virreinato del Perú, y de este modo asegurar la independencia de Chile y las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Después de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), los independentistas lograron el control de la zona central del país. Bernardo O’Higgins no perdió tiempo y envió dos embajadores al extranjero, Álvarez Condarco a Londres (marzo 1817) y Manuel Aguirre (mayo 1817) a Estados Unidos de Norteamérica. La principal tarea de estos dos embajadores era conseguir buques y oficiales con experiencia para crear la Escuadra Nacional.
El 26 de febrero de 1817, fondeó en Valparaíso el bergantín Águila, buque de cabotaje español de 16 carronadas, origen inglés y originalmente llamado Eagle, había sido apresado por los españoles en 1816 por contrabando. Fue engañado por las banderas españolas que flameaban en el puerto, siendo capturado sin mayores problemas por las fuerzas independentistas. Este sería el primer buque de la naciente Escuadra con el nombre de Pueyrredón a partir de julio.
En abril de 1817 recaló en San Antonio el bergantín español Carmelo, siendo apresado por los chilenos. Se le puso por nombre Araucano. Buque viejo y en muy mal estado, por lo que tuvo una corta vida. A mediados de julio de 1817 quedó fuera de servicio.
El 22 de septiembre de 1817, el gobierno compró la goleta Fortunata construida en el astillero de Nueva Bilbao, renombrada Constitución.
En octubre de 1817, se creó la Comandancia General de Marina en Valparaíso a cargo del capitán de navío Manuel Blanco Encalada.
En noviembre de 1817, se dictó el Reglamento Provisional de Marina que fijó los sueldos y grados de oficiales y gente de mar, además de la correspondiente equivalencia entre los grados navales y militares.
El 5 de diciembre de 1817, se fundó un Arsenal destinado a almacenar el armamento, munición y todo artículo que precisase la Escuadra.
El 5 de marzo de 1818 arribó a Valparaíso la fragata Windham enviada por el agente en Londres José Antonio Álvarez Condarco. El 4 de abril del mismo año el gobierno la compró y la designó como Lautaro.
Combate naval de Valparaíso (27 de abril de 1818)
Después del triunfo en la batalla de Maipú (5 de abril de 1818), Chile disponía de la recientemente adquirida fragata Lautaro (46), del bergantín Águila (16), del Araucano y solo dos de las lanchas cañoneras encargadas el año anterior. Las principales bases terrestres que continuaban en poder de los españoles eran Talcahuano, Valdivia y Chiloé.
La bahía de Valparaíso era bloqueada por las naves de guerra españolas, el bergantín Pezuela (20) y la fragata Esmeralda (36), encontrándose normalmente con la fragata inglesa Amphion, que acostumbraba a salir periódicamente a la mar y ponerse al habla con las naves bloqueadoras para atender reclamos relacionados con el comercio.
Con el objeto de sorprender a la Esmeralda, se ideó un plan consistente en camuflar a la fragata Lautaro para parecerse a la británica Amphion y de manera sorpresiva caer sobre la nave enemiga.
El domingo 26 de abril, a las 2.00 de la tarde, salió de la bahía la Lautaro (46) al mando de Jorge O’Brien. Al pasar por Punta Ángeles, izó bandera y gallardete inglés.
Al rayar el alba del día siguiente, el capitán O’Brien divisó los faroles de la Esmeralda a través de una densa neblina. Preparado para el combate, a las 7.00 horas de la mañana, ordenó gobernar sobre el navío adversario, embistiéndolo y disparando tres descargas sucesivas, mientras cambiaba la bandera inglesa por el pabellón nacional. La nave española, totalmente engañada, creyó siempre que la nave que se aproximaba era la británica Amphion.

Cuando ambos acortaron la distancia, el comandante español Luis Coig alcanzó a gritar con voz potente «ese barco se nos viene encima». O’Brien dirigió personalmente el abordaje acompañado por 25 hombres, procediendo de inmediato a arriar el pabellón español, mientras su tripulación, totalmente desconcertada, abandonaba la cubierta principal, quedando en posesión del buque. Lamentablemente, un marinero español agazapado en una escotilla disparó un certero tiro al capitán O’Brien, que le atravesó el pecho y lo derribó exánime en cubierta. Antes de morir, alcanzó a murmurar: «No la abandonéis, muchachos, la fragata es nuestra».
Un golpe de mar separó ambos buques, y el segundo comandante de la Lautaro, teniente José Argent Turner, al ver que la nave española había arriado su pabellón, la consideró rendida y se limitó a despachar una embarcación con 18 hombres a cargo de un oficial para reforzar el grupo de abordaje y asegurar la presa. Lamentablemente, la tripulación de la Esmeralda se repuso de la sorpresa. Caído el jefe, los compañeros de asalto se batieron valientemente, pero fueron gradualmente aniquilados por la tripulación enemiga, que en los 45 minutos siguientes se repuso de la sorpresa y logró aniquilar a los abordadores.
Luis Coig recuperó el mando de la Esmeralda e izó de nuevo el pabellón de la metrópoli. Sin embargo, fue reatacada con artillería de la fragata Lautaro, ocasionándole daños de consideración sobre la línea de flotación.

Solo se había logrado romper el bloqueo de Valparaíso, que era una de las finalidades de la operación. Al finalizar el combate, los navíos españoles abandonaron el bloqueo y se retiraron a Talcahuano; en cuanto a la fragata Lautaro, volvió al puerto.
Cuando regresaba la Lautaro con la triste noticia de la muerte de su comandante, remolcaba una presa. Se trataba del bergantín español San Miguel, que viajaba de Talcahuano a El Callao con importantes y acaudalados pasajeros, que por su rescate cancelaron una elevada suma, aprovechada posteriormente para abonar la compra de la fragata Lautaro.
Formación de la Primera Escuadra de Chile
El 22 de mayo de 1818 arribó a Valparaíso el navío inglés Cumberland. A fines de junio fue adquirido por el gobierno bajo el nombre de San Martín, siendo el buque más poderoso de la flota.
El 23 de mayo de 1818, arribó a Valparaíso la corbeta Coquimbo, sus propietarios estadounidenses la vendieron al gobierno, siendo renombrada como Pueyrredón.
El 15 de junio de 1818 funcionaba la Comisaría de Marina que en agosto pasó a llamarse Comisaría de Guerra y Marina, a cuya proposición fueron asignados los contadores de los buques de la naciente Armada.
El 16 de junio de 1818 se creó el mando en jefe de la Flotilla, subordinándosele todos los buques y disponiendo la creación de tropas de marina para su guarnición. Dependía directamente del ministro de Guerra y Marina.
A comienzos de julio de 1818, ya existían el batallón de infantería de marina y la brigada de artilleros de mar. Los primeros para dotar las guarniciones y los segundos para cubrir los cañones embarcados.
El 4 de agosto de 1818 se fundó la Academia de Guardiamarinas, futura Escuela Naval.
Lo más complicado fue reclutar al personal adecuado para tripular a los buques de la Escuadra. Los chilenos no tenían prácticamente ninguna experiencia marítima, no contaban con una marina mercante y casi no existía la marina pesquera. Los marinos experimentados eran todos extranjeros y estaban más interesados en servir a bordo de los corsarios que el Gobierno chileno había autorizado para operar en nuestras aguas que en la naciente Escuadra Nacional.
Los comandantes de los buques eran extranjeros, como asimismo gran parte de los oficiales. Para completar el personal de gente de mar, hubo que hacer levas forzosas tanto en Valparaíso como en los alrededores, junto con efectuar una redada mayor que dispuso el mismo O’Higgins en Santiago; donde reunió a casi 2.000 personas (vagos, delincuentes, etc.) y eligió a los 500 más dotados que tenían entre 15 y 25 años y los envió a embarcarse a la Escuadra. Para darse cuenta de la magnitud de este esfuerzo, hay que mencionar que en esa época residían en Santiago aproximadamente 40.000 personas solamente.
Para atraer marinos extranjeros, hubo que cuadruplicar el dinero ofrecido a los marinos chilenos, además de ofrecerles una ración de víveres especial. Entre los marinos extranjeros había una gran diversidad de nacionalidades: ingleses, rusos, mulatos, norteamericanos, hindúes, chinos y polinesios. El problema de las dotaciones continuó agravándose a medida que transcurría 1818 y debió el Gobierno embargar todas las embarcaciones corsarias existentes en Valparaíso y destinar sus dotaciones, en forma forzosa, a embarcarse en los buques de la escuadra.
En septiembre de 1818, la naciente marina contaba con 59 oficiales en el escalafón (1 capitán de navío, 3 capitanes de fragatas, 2 capitanes de corbeta, 28 tenientes, 14 guardiamarinas, 7 cirujanos y 4 contadores).
Ante el gran apremio estratégico que representó la noticia de que un convoy español se dirigía con refuerzos a Chile y a la aguda escasez de recursos fiscales, O’Higgins dispuso que se efectuara una colecta popular para reunir los fondos necesarios para dar término al alistamiento de la Escuadra, reuniéndose casi 60.000 pesos. El 30 de agosto, O’Higgins y el ministro Zenteno se trasladaron a Valparaíso para inspeccionar a la Escuadra. El 16 de septiembre el Gobierno dispuso que el capitán de navío Blanco Encalada asumiera el mando de la Escuadra Nacional. Después de intensos trabajos, las autoridades tuvieron la satisfacción de ver partir a la flota a las doce de la mañana del 10 de octubre. Tenía embarcados 1.109 hombres de dotación y 142 cañones:
- Navío San Martín (492, 60 cañones) mandado por William Wilkinson.
- Fragata Lautaro (850, 46) de Charles Wooster.
- Corbeta Chacabuco (450, 20) de Francisco Díaz.
- Bergantín Araucano (16), de Raimundo Morris.
El bergantín Pueyrredon (antiguo Águila) no participó por no estar completamente terminado. Se dice que O’Higgins dijo: «Cuatro barquichuelos dieron a los reyes de España la posesión del nuevo mundo; esos cuatro van a quitársela».

La Escuadra zarpó con rumbo oeste hasta perderse de vista. Una vez que Blanco Encalada abrió el sobre sellado que contenía su orden de operaciones, gobernó hacia el sur, destino a la isla Mocha. Durante la navegación, los buques fueron sometidos a un intenso entrenamiento. Parte de las instrucciones dispuestas por O’Higgins para la Escuadra decían: «…Procurará apresar todos los transportes y buques del convoy enemigo, y por punto general a toda vela que navegue con pabellón español…»
El 27 de octubre el San Martín y la Lautaro, izando banderas españolas, recalaron a la isla Santa María. Allí se encontraba fondeado un ballenero inglés, cuyo comandante le informó a Blanco Encalada que la fragata María Isabel había recalado el 22 de octubre a Talcahuano, habiendo dejado 5 hombres en la isla Santa María para darle instrucciones al resto de los buques del convoy a medida que recalaran a ese lugar.
Estos marinos, confundidos por las banderas izadas en los buques chilenos, se embarcaron en el San Martín y fueron capturados, informándole a Blanco que ya habían recalado a Talcahuano 4 transportes, junto con entregarle las instrucciones para los 5 transportes restantes, lo que permitiría capturarlos posteriormente.

Con esas noticias, Blanco Escalada no vaciló un momento en dirigirse a Talcahuano, con ánimo resuelto de batir a la fragata Santa Isabel y a todas las embarcaciones en su mismo fondeadero. Sentía en ese momento haber separado del bergantín Araucano, que había sido ordenado efectuar un reconocimiento de la costa, y mucho más la falta de la corbeta Chacabuco, que se había separado del resto de la escuadra por un temporal.
Expedición española para auxiliar a Chile
Inicio de la expedición
Ya desde principios del año 1818 se pensaba en España enviar una expedición a Chile directamente desde la Península. Esta expedición saldría de Cádiz escoltada por al menos una fragata de guerra, tendrá al menos 2.000 hombres del regimiento Cantabria, caballería, ingenieros y artilleros, todos bajo el mando del teniente coronel Fausto del Hoyo, y realizarían la travesía a través del cabo de Hornos. Su objetivo era auxiliar al virrey del Perú en la reconquista de Chile, dando nuevas glorias a las armas españolas y escarmentar a los rebeldes que ocupaban dicho reino.
La expedición estaba planeada para partir a mediados del mes de marzo, pero no pudo concretarse debido a que el armamento solicitado a los arsenales de Oviedo y Plasencia aún no había sido completado. Por otra parte, aunque el virrey Pezuela había solicitado reiteradamente al rey Fernando VII el envío de fuerzas navales con las cuales reforzar la escuadrilla que había organizado en el apostadero del Callao, las órdenes del rey eran terminantes: una vez desembarcada la fuerza expedicionaria, la fragata María Isabel (40), procedente de la compra de barcos rusos, debía retornar a la brevedad posible a España.
Finalmente, la expedición partió de Cádiz el 21 de mayo. La fuerza naval estaba mandada por el capitán Manuel del Castillo y estaba compuesta por la fragata de guerra Reina Maria Isabel (50) y 10 transportes o buques mercantes de diversas características. Sus nombres eran Trinidad, Jerezana, Especulación, Dolores, Escorpión, María Magdalena, Carlota, San Fernando, Atocha y Elena. La fragata Atocha debía continuar viaje a Manila, y la fragata Javiera con destino a Arica, y 8 barcos diversos con destino a La Guaira, Maracaibo, Veracruz y Santa Marta.
Las fuerzas embarcadas estaban al mando del Tcol Fausto del Hoyo con el RI Cantabria (2, 1.600) al mando del Tcol Fausto del Hoyo, ED y EC de cazadores (300) al mando del Tcol Gaspar Fernández de Bobadilla, Cía de Zapadores (90), Bía de artillería (90, 4×4 cañones).
El gobierno rioplatense tenía agentes en Cádiz que le comunicaban las noticias importantes y los pormenores de las expediciones militares hacia América, lo que incluía influir sobre el espíritu de los oficiales españoles. Uno de ellos era Andrés Arguibel, natural de Buenos Aires, establecido en Cádiz y que mantenía una comunicación directa con Juan Martín de Pueyrredón. Arguibel, que se encargaba de comunicar al gobierno de Buenos Aires el zarpe de los buques de la expedición, sería relacionado más tarde con la sublevación de la Expedición Grande al Río de la Plata, o Pronunciamiento de Riego, y trabajó con éxito para conseguir la rebelión en la fragata Trinidad. Ya en tierra se había fraguado una conjura entre varios de los sargentos del RI Cantabria para sublevarse durante la travesía.
El 31 de mayo, la fuerza llega a Santa Cruz de Tenerife; la escala se prolongó una semana por encontrarse gravemente enfermo el capitán de navío Castillo, que no pudo continuar y quedó en la isla; se hizo cargo de la fragata el teniente de navío Dionisio Capaz.
Motín del transporte Santísima Trinidad
A las dos semanas de navegación, la pequeña escuadra se disgregó por un temporal, lo que fue aprovechado por los conjurados para rebelarse en la fragata de transporte Santísima Trinidad, tras asesinar a casi todos los oficiales del ejército (3 capitanes y 3 subtenientes). Los amotinados obligaron al capitán del buque a poner rumbo a Buenos Aires, donde llegaron el 16 de agosto, siendo muy bien recibidos con júbilo por las autoridades locales. El sargento José Reyes y los cabos Antonio Fernández y Miguel Lorite intentaron estallar la santabárbara del buque prendiendo fuego al depósito, pero murieron sin conseguirlo.
A los oficiales de marina y del ejército supervivientes, así como a la tropa, se les dio la opción de unirse a la rebelión o quedar prisioneros; 4 oficiales y 20 de tropa se unieron a los argentinos, 2 oficiales y 20 de tropa a los chilenos; solo 2 oficiales quedaron prisioneros, aunque luego pudieron escapar al Brasil y, tras mil peripecias, llegar al Perú y unirse a las fuerzas realistas. Por su parte, la tropa que no quiso unirse, unos 130, fue licenciada en Buenos Aires.
Los sublevados entregaron toda la documentación y órdenes secretas de la expedición, derrota, señales y rumbos, puntos de recalada y reunión, etc., comprometiendo la seguridad del resto. El 24 de agosto, las autoridades de Buenos Aires remitieron todos los documentos a los chilenos, llegando a manos del ministro chileno Miguel Zuñartu 10 días después, tras atravesar los Andes. Comenzaron los preparativos en Chile para hacer frente a la amenaza y hacerse o neutralizar la fragata Reina María Isabel, único buque verdaderamente de combate, planes que fueron conocidos rápidamente en Lima por el virrey Pezuela al escaparse del puerto de Valparaíso la goleta americana Macedonia y poner rumbo al Perú.
Captura del María Isabel (28 y 29 de octubre de 1818)
En la fragata Reina María Isabel y el resto de los barcos, nada sabían sobre los sucesos de la sublevación en la Santísima Trinidad, prosiguieron su navegación con destino final al Perú.
Con las noticias de la llegada de la expedición de la Reina María Isabel (40), las autoridades chilenas se afanaron en los preparativos para reforzar su armada aún incipiente. El 30 de agosto se aprestaban los buques chilenos de Valparaíso al mando de Blanco Encalada para interceptar a la expedición, que suponían aproximadamente el Cabo de Hornos. Tras acabar todos los preparativos el 10 de octubre, partió la escuadra chilena compuesta por el navío San Martín (492, 60 cañones) mandado por Guillermo Wilkinson, la fragata Lautaro (850, 46) de Carlos Wooster, la corbeta Chacabuco (450, 20) de Francisco Díaz y el bergantín Araucano (16), de Raimundo Morris; un total de 142 cañones, tripulados por 1.109 hombres.
La idea fue desde un principio navegar bajo pabellón español o neutral para así contar con el elemento sorpresa (los expedicionarios no conocían el desenlace ocurrido en Maipú) y mostrar las verdaderas banderas solo momentos antes del ataque. El 10 de octubre, esta escuadra zarpaba de Valparaíso bajo la mirada atenta del director O’Higgins.
Los chilenos conocían la derrota y los puntos de la costa previstos para agruparse los buques españoles. El 22 de octubre, Blanco Encalada recibió noticias del paso de la María Isabel por la isla de Santa María, ya cercana a Talcahuano. Según le informó el capitán de un ballenero inglés, la fragata estaba muy escasa de víveres y con la dotación enferma, teniendo que desembarcar a 5 tripulantes debido a su estado. Precisamente estos 5 enfermos llegaron al costado en un bote al buque insignia de Blanco Encalada al confundirlo con uno de los de la expedición. El capitán Capaz les había dejado pliegos con órdenes para que las fueran entregando a los barcos; en ellas se señalaba el puerto de Talcahuano como punto de reunión. Por el mismo medio, supieron los chilenos que habían llegado algo tarde para interceptar la expedición; 3 barcos españoles (Escorpión, Atocha y San Fernando) ya habían llegado a Talcahuano el 20 de octubre, desembarcando tropa y carga (340 infantes del RI Cantabria, 255 jinetes, 30 artilleros y 40 zapadores). El transporte Especulación llegó a El Callao con 210 infantes del RI Cantabria.
El 24 de octubre, la María Isabel entró en la bahía de Talcahuano. La travesía había sido durísima, con los víveres racionados, lo que facilitó que apareciera el temido escorbuto tanto entre la dotación como entre la fuerza transportada. Capaz quedó muy preocupado por el estado de indefensión de la plaza. Tras las destrucciones practicadas por Osorio, pidió ayuda al coronel Sánchez para que le facilitara víveres y auxilios para proseguir la travesía, sin que este hiciera nada. Al parecer, su intención era retener al buque en Talcahuano para integrarlo en la defensa.
El 27 de octubre, entre la neblina y en la lejanía, desde la María Isabel se distinguieron 2 buques, tomándolos en principio como parte de los de la expedición, aunque algún oficial disintió, no eran del convoy, debían ser alguno de los basados en el Callao. Al día siguiente los dos buques se aproximaron enarbolando bandera inglesa. Capaz empezó a desconfiar y pidió refuerzos a Sánchez en tierra, en la fragata solo 96 hombres estaban en condiciones de combatir en caso de un abordaje; solo había personal para manejar 8 de los 40 cañones.
La María Isabel (40) se encontraba fondeada en solitario en la bahía de Talcahuano. Con el navío San Martín (60) y la fragata Lautaro (46), y enarbolando bandera británica, se acercaron a corta distancia de la fragata española. El teniente Díaz Capaz disparó 4 cañonazos de saludo. Los buques desconocidos, por toda respuesta, arriaron la bandera británica e izaron la bandera chilena, y se dirigieron a todo trapo hacia la fragata, sin hacer fuego.
La María Isabel (40) disparó una andanada con todos sus cañones de babor, pero viendo que tenía las de perder al estar en inferioridad y con la dotación enferma, decidió pues encallar el buque en la playa de los Reyes en la isla de Rocuant para que no fuera capturado. La dotación abandonó la fragata en botes y algunos a nado, no así parte de la fuerza transportada, 1 teniente y 60 fusileros del Cantabria que estuvieron disparando desde el alcázar de proa, hasta que el San Martín disparó una andanada. En ese momento se arrió bandera en señal de rendición, subiendo a bordo 2 oficiales (los tenientes Bell y Crompton) y 50 marineros chilenos; izaron la bandera chilena y se hicieron cargo de los prisioneros.

A fin de defenderlo de las tropas de tierra, mientras podían zafarlo del fango con la ayuda de la alta marea; desembarcaron unos 150 fusileros al mando de Guillermo Miller, que también debían cortar el camino a Concepción y evitar el envío de refuerzos. Pero en tierra estos infantes fueron arrollados por fuerzas muy superiores que fueron de Concepción al mando del comandante Juan Francisco Sánchez, que venían ayudados también por cuatro piezas de artillería.
Miller tuvo que reembarcarse con sus tropas, pues la posición de los buques era tal que la María Isabel estaba de por medio; entre sus soldados y el San Martín (60) y la Lautaro (46) solo podía sostenérsele con el fuego desde las mirillas de proa de la fragata capturada.


Al reembarcarse Miller con algunas pérdidas, el comandante Blanco Encalada usó los cañones de la misma María Isabel, cargados con metralla, que impidieron a las numerosas fuerzas realistas recuperar el buque durante el día. El fuego entre los realistas en la playa y los buques patriotas continuó hasta el anochecer. La lluvia de la noche y el viento del norte apretaron la fragata aún más contra la arena.
Al amanecer del día 29 de octubre, cuando escampó y se calmó el viento, tres lanchas enemigas se acercaron a la María Isabel para abordar y recuperar el buque, pero fueron rechazados enérgicamente por la tripulación. Entretanto, el San Martín fue movido por medio de anclotes hasta ponerlo a la aleta de la fragata capturada con el objeto de defenderla durante el día de los ataques desde la costa por el enemigo.
Cuando salió el sol, los realistas abrieron un activo cañoneo intentando darle a los botes que trabajaban para reflotar la María Isabel. Esta y la Lautaro se unieron al San Martín en descargar sus cañones a tierra sobre el fuerte de San Agustín y la infantería, que, refugiada entre las casas del puerto, realizaba tiros de fusil sobre los buques.
Hacia el mediodía el combate no mejoró mucho; la María Isabel había recibido numerosos impactos. El San Martín recibió en su casco 13 impactos de los cañones que Sánchez había traído de Concepción y que emplazó en el fuerte de San Agustín y en la playa, sin perjuicios serios.
Sin embargo, se levantó una providencial brisa del sur, al mismo tiempo que subía la marea. Dejaron los marineros el servicio de los cañones y fueron todos a la maniobra. Los esfuerzos de los chilenos por reflotar la nave fueron ayudados por el viento y se concentraban en un anclote que Blanco Encalada había hecho colocar durante la noche hacia la popa. Ante la sorpresa de los chilenos y el estupor de los españoles, la fragata María Isabel se zafó del cieno que la aprisionaba y comenzó a navegar, quedando totalmente a flote en el primer esfuerzo, saludada por los vivas y los hurras de los chilenos. Los realistas dejaron de abrir fuego, sorprendidos por la inesperada maniobra de esos marinos.
Blanco tuvo 27 muertos y 22 heridos, en cuanto el San Martín y la Lautaro no sufrieron averías de consideración. A las tres de la tarde, los tres buques, ostentando la bandera chilena en los mástiles, hicieron a la plaza una salva de despedida de 21 cañonazos, y tomaron rumbo a la isla de Santa María.
Captura de los transportes expedicionarios
El 31 de octubre, la fragata ya chilena, junto con otros 2 buques, enarboló de nuevo bandera española y se apostó a la espera de la llegada del resto de la expedición realista. Blanco Encalada comunicó exultante la captura de la fragata, «la Reina María Isabel está en mi poder, es hermosísima y de un andar admirable. En el mar del sur no hay buque como ella, y con dificultad en el mundo, en fin, una alhaja. Solo la suerte pudo haberla presentado encerrada en el puerto, pues en la mar, no la tomaríamos jamás». El éxito por la captura le debió nublar el juicio; como buen marino que era, la fragata ex-rusa, aunque salió mejor que el resto, no era para nada buen barco, y menos en esas aguas.
Al regresar a la isla de Santa María, Blanco Encalada encontró en ella a la corbeta Chacabuco (20), que se había separado en la noche del 16 de octubre, y la destacó a custodiar la boca de la bahía de Talcahuano, por si los transportes pasaban directamente a este puerto. En el mismo punto, se le reunieron el bergantín Galvarino (18) el 9 de noviembre y el bergantín Intrépido (18). El 12 de noviembre, la suerte hizo que la escuadra, que solo constaba de 4 barcos al salir de Valparaíso, se aumentara a 7: el buque San Martín (60); la fragata Lautaro (46); los bergantines Chacabuco (20), Galvarino (18), Araucano (16) e Intrepido (18), y la recién capturada María Isabel (40).
La escuadra chilena fondeó en la isla de Santa María ondeando la bandera española, a la espera del resto de la expedición, ya que sabían perfectamente el punto de reunión. Fueron llegando las fragatas-transporte Dolores el 11 de noviembre, la Magdalena el 12, Elena el 13, fondeando al lado de la María Isabel, siguiendo las indicaciones de la que creían su buque insignia. Se aprestaban a ponerse los oficiales sus uniformes de gala para presentarse en el buque insignia, cuando a la señal de un disparo de fusil, la bandera española era sustituida por la chilena, siendo una a una apresadas con facilidad.
Las dotaciones venían tan castigadas por el escorbuto que motivaron la lástima de los marinos chilenos, siendo atendidos. En la Magdalena y la Helena habían partido de Cádiz con 642 hombres, murieron en la travesía de escorbuto 213, encontrándose otros 217 muy enfermos.
La Jerezana y la Carlota fueron capturadas por la corbeta Chacabuco (20), en la Carlota venían 80 enfermos de un total de 180.
Secuelas de la captura
Al teniente Capaz se le recriminó el no defenderse con más brío y no haber incendiado la fragata para que no cayera en manos del enemigo. Él alegó en un memorial en su defensa que lo hizo por humanidad, al haber quedado en ella 70 enfermos a los que no se pudo evacuar. La defensa la considero imposible; la dotación estaba enferma y extenuada tras 5 meses de larga travesía, a media ración y padeciendo escorbuto; contra los 8 cañones que podían ser atendidos tenía enfrente 110 de los 2 buques chilenos.
De los 12 transportes que escoltaba la fragata Reina María Isabel, el Todos los Santos se dio la vuelta al hacer mucha agua, llegando a Tenerife y luego a Cádiz. La Santísima Trinidad, tras el motín de los sargentos, acabó en manos de las autoridades de Buenos Aires. Solamente 4 llegaron a su destino. La Especulación no hizo escala en Talcahuano y siguió directa hasta El Callao, desembarcando 210 soldados del BI-II de Cantabria al mando de Rafael de Ceballos-Escalera.
Los barcos Atocha, San Fernando y Santa María desembarcaron 665 hombres al mando de Fausto del Hiuo en Talcahuano y continuaron al Callao. De los cerca de 2.100 hombres que transportaba, más de 400 murieron de enfermedad en la travesía, 200 se amotinaron, 700 fueron apresados por los chilenos y solo 875 lograron llegar en muy mal estado a Talcahuano y el Callao, junto con lo que quedaba de las dotaciones de los buques; una cuarta parte había muerto y la mitad estaba enferma y de baja para el servicio.
Esta sería la última expedición para auxiliar a los realistas en América, ya que el ejército que se preparaba en Cádiz, una verdadera fuerza de reconquista de 20.000 efectivos, cifra impresionante para los estándares de las guerras hispanoamericanas, fue evitada por comandante liberal Rafael del Riego quien con las tropas a su mando inició un movimiento popular contra el absolutismo del rey Fernando VII.
El triunfo de Blanco Encalada permitió reforzar la escuadra chilena, arrancando a España el dominio del Pacífico para radicarlo en Chile, al mismo tiempo que infundía, momentáneamente, la confianza y el optimismo necesarios para afrontar los duros sacrificios que exigía la Expedición Libertadora del Perú. Por su lado, las fuerzas navales españolas desde ese momento asumieron una actitud totalmente defensiva, cuidándose mucho de no arriesgarse a ser capturados por los insurgentes chilenos. Por ley de 9 de diciembre se dio a la María Isabel el nombre de O’Higgins. El 11 de diciembre de 1818, se le daría el mando de la escuadra a Thomas Cochrane, quien desde entonces manejaría las acciones navales.
La División del Mar del Sur (1819)
La noticia de la captura de la Reina María Isabel y los demás buques en Talcahuano causó un hondo pesar cuando se conoció en la Corte. Las consecuencias para la seguridad del Perú eran enormes, era necesario enviar una nueva fuerza naval. El capitán general de Cádiz recibió órdenes del Rey de poner con extrema urgencia en situación de armamento los navíos Fernando VII (74), Alejandro I (74) y San Telmo (74), y la fragata Prueba (55) y la fragata Primorosa Mariana (48), los dos primeros ex-rusos con mil problemas; con la misión de que «levantasen el bloqueo del Callao, dominasen el mar del sur, y lo limpiasen de piratas, buscando además donde quiera que se hallase la escuadra insurgente y la destruyeran, librando al mismo tiempo de la consternación y el peligro que pudiera hallarse el Perú».
El Fernando VII (74) de origen ruso no hubo manera de ponerlo en condiciones para la navegación.
La fuerza, bautizada como División del Mar del Sur, estaba al mando del brigadier Rosendo Porlier y Asteguieta, de origen limeño, veterano de Trafalgar y de amplia experiencia en la guerra de independencia de México. El convoy partió de Cádiz el 11 de mayo de 1819 y estaba integrado por 4 buques y 1.400 hombres:
- El navío San Telmo de 74 cañones y 2750 toneladas, al mando de Joaquín de Toledo y Parra.
- El navío Alejandro I de 74 cañones y 2700 toneladas, al mando de Antonio Tiscar y Pedrosa.
- La fragata Prueba de 55 cañones y 950 toneladas, al mando de Melitón Pérez del Camino.
- La fragata Primorosa Mariana armada de 48 cañones, al mando de Manuel del Castillo.
Pero el estado de los barcos sobre el papel distaba mucho de su situación real. El Alejandro I se tuvo que dar la vuelta ya cerca de Brasil por problemas con la arboladura y por hacer agua. Nominalmente, eran barcos más potentes que cualquiera de los que podían contar los gobiernos rebeldes. Podían haber cambiado la situación naval en el Pacífico, si no hubieran salido defectuosos, una verdadera estafa.
El San Telmo también con averías en timón y velas, se perdió, se supone en el Cabo de Hornos, o ya en la Antártida, en las islas Shetland del sur o en la del rey Jorge, con sus 644 tripulantes; lo cierto es que nada fehaciente se sabe del destino final del navío.
La Prueba, deteriorada por trayecto, pudo escapar a Guayaquil en pleno bloqueo del Callao.
La Primorosa Mariana fue la única que consiguió alcanzar el Callao y dar la noticia de la desaparición de la división naval española.
La fragata Diana hizo un viaje en 1818 escoltando un convoy de tropas a Canarias y Veracruz, al año siguiente hizo un viaje a Valdivia (Chile).
Operaciones de los independentistas y marcha realista a Valdivia
Las cosas no podían marchar mejor para los independentistas. Si bien sus intentos al sur del río Itata fueron infructuosos, las noticias de que Osorio se marchaba de Talcahuano no podían ser mejores. Y así se detuvo la preparación del cuerpo de ejército destinado a avanzar hacia el sur (en la medida que la preparación para una expedición a Perú lo permitiera), y se determinó que las operaciones continuaran cuando el tiempo mejorara.
Este cuerpo estaba mandado por el brigadier Antonio González Balcarce, estaba formado por el BIL de cazadores de los Andes del coronel Rudecindo Alvarado, el BIL de cazadores de Coquimbo, el BI-I y el BI-II de Chile, y los granaderos a caballo del coronel Manuel Escalada, con 8×4 cañones.
Comenzó sus operaciones, guiado por Ramón Freire, cuando los realistas se aproximaban a los Ángeles, y su primera misión fue ocupar Chillán, que el valiente Lantaño evacuó, retirándose también a Los Ángeles. Freire actuaba como intendente y había ocupado Chillán; entregó el mando a Balcarce y él se fue a Concepción, que capturó fácilmente. Balcarce por su lado avanzo sobre los Ángeles, que también fue abandonado por los realistas, y ocupo dicha ciudad el 17 de enero de 1819.
Sánchez y su columna fueron sorprendidos en pleno cruce del caudaloso río Biobío y se estima que en dicha acción se habrían perdido cerca de 500 vidas entre civiles y militares. Los fugitivos se refugiaron en Nacimiento y, al ser hostilizados por Balcarce, Sánchez decidió (con la oposición de del Hoyo, Cabañas y Bobadilla) adentrarse en tierra de los mapuches para desde allí marchar hacia Valdivia.
Se dejó en la frontera del río Biobío a cerca de 500 hombres en distintas guerrillas al mando del capitán del BI de Concepción, Vicente Benavides.
A pesar de que los mapuches eran en principio afectos al rey, el viaje fue en extremo terrible debido a la falta de ciudades, caminos y puentes, a lo feroz del territorio y a que los aliados mapuches en más de una ocasión les robaron el ganado y los suministros que llevaban. Cruzaron la cordillera de la costa y avanzaron en pleno Arauco. Al llegar a un lugar cercano a Lebu (Curapalihue) las monjas decidieron no seguir avanzando y con ellas se quedaron un gran número de civiles. En ese momento Sánchez aún contaba con cerca de 1.070 hombres.
La columna de Sánchez llegó a Valdivia a mediados de abril, pero entonces solo quedaban cerca de 550 de los 1.600 que originalmente salieron de Concepción y en estado lamentable fueron recibidos por dicha localidad. Solamente Sánchez y unos pocos fueron autorizados por el virrey a trasladarse al Perú. El resto debían ayudar a defender dicha plaza, supuesto sostén y llave del mar del sur.
Así terminó la presencia formal de la Corona en la provincia de Concepción. Solamente quedaron duros montoneros y guerrilleros para mantener hostilizados a los independentistas y distraerles fuerzas que no se podrán utilizar en otros lados. Sus nombres eran Benavides, Cipriano Palma, Bocardo, los Pincheira, Senosiain, Seguel, etc. Estas guerrillas serían tan audaces que incluso tomaron Concepción e incendiaron la provincia por muchos años.