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El capitán general Casimiro Marcó del Pont tenía plena conciencia de que en Cuyo se preparaba una fuerza militar que, tarde o temprano, invadiría Chile. El problema era precisar, hasta donde fuese posible, cuándo, por qué rutas y con qué medios ello se haría para así poder disponer de la defensa adecuada, considerando que en un frente que teóricamente podía extenderse entre Copiapó por el norte y Concepción por el sur (1.301 kilómetros), las posibles rutas resultaban casi infinitas.
Tras reunirse el 9 de febrero en el campamento de Curimón las columnas principales que cruzaron los Andes por el paso de Los Patos junto con las que cruzaron por el paso de Uspallata, se resolvió atacar a los realistas.
Lógicamente, se descartaban los puntos extremos, por cuanto la finalidad del invasor debía ser, indudablemente, la ocupación de la capital. Hubiese carecido de sentido práctico invadir por ellos y después emprender una larga y agotadora marcha hacia el centro del país en largas travesías, debiendo enfrentarse a la agreste y desprovista naturaleza de la zona norte o la resistencia militar que pudiese presentarse si se hacía desde el sur. Ello reducía la zona a defender a la comprendida fundamentalmente entre los valles de los ríos Aconcagua y Maule, la misma que presentaba los pasos más factibles de ser utilizados: Los Patos, Uspallata, Portillo y Planchón.
Marcó del Pont procuró recabar la mayor cantidad de información respecto de los preparativos del ejército enemigo para así estar en condiciones de adoptar decisiones estratégicas que garantizasen la pervivencia del régimen monárquico en Chile. Para ello destacó espías en Mendoza. Ciertamente, muchos de ellos fueron descubiertos y otros tantos utilizados en complejas operaciones de contrainteligencia al permitírseles actuar y conseguir información errónea que luego era transmitida hacia Santiago, hechos que la historiografía chilena y argentina han destacado profusamente, pero, aun así, cabe preguntarse cuántos no fueron descubiertos o delatados.

En esta materia se destacó la misión confiada a fray Melchor Martínez en noviembre de 1816. A este fraile, conocedor de varias comunidades indígenas de la zona sur de Chile, se le encargó la tarea de cruzar la cordillera en la zona de Curicó, adentrarse en territorio enemigo y obtener de los pehuenches transandinos información respecto de las actividades de los adversarios. Sin embargo, al tener conocimiento de la vigilancia dispuesta por San Martín sobre los pasos andinos, Martínez consideró riesgoso cumplir personalmente el encargo y optó por permanecer en dicha ciudad en espera de los informes que debían remitirle algunos de los emisarios que envió secretamente.
Los informes empezaron a llegarle a mediados del mismo mes conteniendo informaciones diversas, tales como haberse encontrado evidencias de un alto tránsito por las huellas en las cordilleranas; otras referentes a la presencia de un ejército en Mendoza que reunía a 8.000 efectivos; la existencia de una guarnición de 200 hombres en el fuerte de San Carlos y de otra de igual número en el de San Rafael; además de la preparación de una expedición que, encabezada por Bernardo O’Higgins, cruzaría los Andes por el paso de Antuco a finales de diciembre siguiente para adentrarse en la provincia de Concepción.
Si bien este tipo de informes causaban incertidumbre y sospecha, también validaban los aprestos defensivos emprendidos por el gobernador ante otros de igual origen que anunciaban una alta actividad militar en Mendoza y preparativos de invasión por diversos pasos. Así, en octubre Marcó había dispuesto la custodia de varios boquetes cordilleranos por piquetes armados y también la construcción de obras defensivas en los caminos, que básicamente consistían en la alteración de sus condiciones de transitabilidad mediante la generación de derrumbes. La pobreza del erario no permitía más y embarazaba sus iniciativas.
Resulta evidente, entonces, que Marcó del Pont tenía una percepción bastante cierta tanto de la zona geográfica por la cual se efectuaría la invasión, a pesar de las estratagemas de distracción o “llamadas falsas” que empleaba el general San Martín, al menos en lo que se refiere a descartar una incursión hacia el sur de Chile. No se aferraba a una estrategia defensiva inamovible, sino que, por el contrario, era dinámica de acuerdo a la información que se obtuviese. De hecho, unos días antes, el 29 de enero de 1817, había escrito al virrey del Perú señalando que para tener éxito el general San Martín no tendría otra posibilidad que dividir la fuerza realista “por medio de llamar la atención a distintos puntos, levantando los pueblos, para de este modo cortarme en el caso de acometer”, apreciación que era plenamente coincidente con los planes sanmartinianos. Así, en la acertada percepción de Marcó del Pont, la zona a defender se reducía a la provincia de Santiago, que se extendía entre los ríos Aconcagua por el norte y Maule por el sur; sin embargo, y considerando la reducida disponibilidad de recursos y la extensión del frente de invasión, algo más de 300 kilómetros, igualmente se enfrentaba a un problema casi irresoluble.
La solución adoptada por el gobernador fue lógica y concordante con lo que había escrito al capitán Aurela y al coronel Ordóñez, pues, considerando todas las circunstancias anteriores, optó por establecer tres zonas de defensa. La primera, comprendida entre los ríos Aconcagua y Cachapoal, quedó al mando del coronel Ildefonso Elorriaga, de amplia trayectoria en las campañas de 1813 y 1814. La segunda, que abarcaba el territorio entre el Cachapoal y el río Maule, inicialmente quedó al cuidado del coronel Juan Francisco Sánchez y luego bajo el mando del de igual grado Antonio Quintanilla. La tercera, que abarcaba la provincia de Concepción y Valdivia, quedó a la custodia de José Ordóñez. En las dos primeras concentró sus tropas, especialmente en la más septentrional, privilegiando al mismo tiempo la movilidad de los distintos cuerpos que se dispusieron en la segunda, conformados básicamente por tropas de caballería, las que, en caso de invasión por alguna de las otras dos, podrían desplazarse rápidamente hacia donde fuese necesario.

El punto fundamental de las prevenciones defensivas de Marcó del Pont era la defensa de la capital, lo que también puede evidenciarse en la construcción de una fortaleza en el cerro Santa Lucía. La ciudad de Santiago era la meta a la que aspiraban los insurgentes, y también un punto psicológicamente importante de mantener en manos del rey para evitar la proliferación de movimientos insurreccionales una vez que la invasión empezara. Se suponía que si la capital caía en manos de los insurgentes, sería casi imposible detener la debacle realista.
El valle de Aconcagua y la cuenca de Santiago estaban guarnecidos por 12 compañías de infantería (4 del RI Talavera, 4 del RI Chiloé y 4 del RI Valdivia), un escuadrón de húsares y 200 artilleros. A estas fuerzas se sumaban el regimiento de dragones situado en Rancagua y dos escuadrones de caballería en Curicó, poblados que se ubican, respectivamente, a 83 y 190 kilómetros de distancia respecto de Santiago, debiendo tenerse en cuenta su alta movilidad por tratarse de efectivos montados.