Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de México Operaciones en marzo de 1821

Deserciones en las tropas de Iturbide

Apenas empezaron a circular en las principales ciudades del virreinato las proclamas de Apodaca, las autoridades se apresuraron a enviar al gobierno manifestaciones de adhesión al orden establecido. Pero esas manifestaciones oficiales no eran bastantes para encubrir el verdadero espíritu que dominaba en la masa de la población: el Plan de Iguala, apenas se difundió la noticia de su proclamación, fue acogido con inmenso entusiasmo y se le consideró como el precursor de la paz y de la independencia de México.

A la sombra de los derechos reconocidos por la Constitución empezaron a manifestarse las opiniones favorables al levantamiento; al principio, con cierta reserva, y en lo sucesivo con creciente entusiasmo y valerosa audacia. Muchos de los antiguos insurgentes que se habían acogido al indulto salieron de los lugares que se les señalaron para su residencia, y empuñando nuevamente las armas reunieron partidas y tornaron a los lugares en que antes sostuvieron sus campañas. La adhesión de Guerrero al Plan de Iguala inspiraba confianza en todos los ánimos, y echando al olvido los antiguos y justos rencores, se unían todas las voluntades para ensalzar la obra y el nombre de Iturbide.

El 16 de marzo de 1821, Iturbide dirigía desde Teloloápam una exposición al Rey y otra a las Cortes. En la primera daba cuenta de lo ocurrido y enviaba a Fernando VII copias de su plan político y de los oficios que habían mediado entre él y Apodaca, lamentando que este funcionario estuviese ocupado en disponer un ejército destinado a marchar en su contra. Le decía que en los habitantes de Nueva España era uniforme la opinión a favor de la independencia, y que esta general aspiración le había sido ocultada por los delegados de su autoridad en este reino; que ese deseo no procedía de que los americanos no profesasen al Rey y a su familia la fidelidad que le debían, sino porque la distancia que los separaba de sus súbditos mexicanos era obstáculo insuperable para que estos recibiesen los beneficios de la real mano, y terminaba rogándole que admitiese un plan recomendado por los fervientes votos de seis millones de habitantes.

En la exposición dirigida a las Cortes decía, con el desdén que siempre demostraba al hablar del ilustre Hidalgo y los demás caudillos de 1810, que estos no hicieron más que causar a la nación inmensos males; pero que en el espacio de diez años se había uniformado en los mexicanos el propósito de separarse de España.

Al mismo tiempo que Iturbide escribía estas exposiciones, el puerto de Acapulco, cuya guarnición al mando del capitán Endérica había proclamado el Plan de Iguala el día 29 de febrero, era ocupado nuevamente por tropas realistas y se restablecía en él la dominación española. En la tarde del mismo día en que se hizo la proclamación, anclaron en la espaciosa bahía las fragatas de guerra Prueba y Venganza, procedentes de la América meridional. Su comandante José Villegas avisó de su llegada al Virrey, por conducto del contador de las cajas reales en aquel puerto.

Se dirigió a Villegas para que con las tropas de sus buques se apoderase del puerto, ciudad y fortaleza de San Diego, aunque no dudaba de que lo habría hecho ya sin esperar órdenes, y atribuía al favor del cielo la llegada de estas fuerzas en ocasión de hacer un servicio de la mayor importancia, “salvando ese puerto de los criminales y rapaces intentos de Iturbide”. Mientras que el correo fue a México y volvió a Acapulco trayendo la orden, el Tcol Francisco Rionda, comandante de la Sexta División de Milicias de la Costa, informado por el alcalde municipal Ajeo del escaso número de soldados que obedecían a Endérica, marchó contra la plaza al frente de sus tropas y entró en ella sin encontrar resistencia el 15 de marzo, pues Endérica había salido anticipadamente con su pequeña fuerza, dirigiéndose al cuartel general de Iturbide.

El ayuntamiento de Acapulco dispuso que los ricos cargamentos del comercio allí depositados se llevasen a bordo de las fragatas y a la fortaleza, y pocos días más tarde exhortó a los habitantes de la ciudad a imitar el ejemplo de los de Sagunto y Numancia si las huestes de Iturbide volvían a presentarse. La noticia de la recuperación de Acapulco fue ruidosamente celebrada en la capital con repiques, salvas de artillería y un solemne Te Deum que se cantó en la capital metropolitana.

De mayor gravedad para Iturbide fueron en esos días las defecciones de algunos oficiales y soldados que habían proclamado el Plan de Iguala. El primero que abandonó las nuevas banderas fue el teniente del escuadrón de Cuernavaca Vicente Marmolejo, quien, seguido de 34 hombres de ese cuerpo, se presentó en México al Virrey, recibiendo una gratificación de 50 pesos que el mismo Apodaca le dio de su bolsillo, y citándose con elogio su nombre en la Gaceta.

El Tcol Tomás Cajigal siguió el ejemplo de Marmolejo con 200 infantes de Taxco, y el 11 de marzo el Tcol Martín Almela, jefe del BI de Murcia, a quien Iturbide había hecho salir con dirección a Tixtla para pasar a la Mixteca y encender la revolución en la provincia. Manifestó a los oficiales y soldados que le seguían su resolución de separarse de un partido al cual se había unido obligado por la fuerza y la violencia. Su propuesta fue acogida favorablemente y, después de quemar los equipajes y de abandonar en el camino a los soldados que se cansaban, la sección marchó rápidamente hasta Tesmalaca. Desde ese punto avisó Almela al Virrey de que se ponía nuevamente a sus órdenes con tres compañías del BI de Murcia y varios piquetes de BI de las Tres Villas, la compañía veterana de Acapulco y milicias de la Tercera División de la Costa. Apodaca le ordenó que, siguiendo el camino por Cuautia, avanzase hasta la capital, en la que entró el 20 de marzo.

El mismo Virrey arengó a las tropas del Tcol Almela cuando formaron frente al palacio, y mandó que se diese una gratificación a los soldados. Alamán explica la defección de Almela diciendo que este jefe, afiliado a los francmasones que apoyaban el régimen constitucional, recibió orden de una logia de México para que volviese atrás del paso que había dado, amenazándole, en caso de desobediencia, con penas gravísimas, incluso la de muerte. También se evadieron de Iguala presentándose al mariscal Liñán en su campamento de San Antonio, los capitanes José María Armijo y José de Ubiella.

Estas deserciones y el movimiento de avance del coronel Márquez Donallo al frente de la vanguardia del ejército del Sur, desde San Antonio hasta Cuernavaca, habían obligado a Iturbide a replegarse a Teloloapan, donde escribió las exposiciones dirigidas al Rey y a las Cortes. Durante su marcha desde Iguala hasta ese último punto le abandonaron el teniente Aranda y otros dos oficiales con 200 soldados de los regimientos de Fieles de Potosí y de la Corona, presentándose todos al comandante militar de Izúcar, el coronel Samaniego. Desde ese punto siguieron su marcha a la capital del virreinato, en la que entraron el 17 de abril, recibiendo una gratificación y publicándose sus nombres en la Gaceta de México.

Iturbide apenas llegó a Teloloapan y, temiendo que el grueso del ejército realista acampado en San Antonio siguiese en breve a la vanguardia mandada por Márquez Donallo, retiró sus avanzadas de la hacienda de San Gabriel, la cual fue inmediatamente ocupada por 200 soldados realistas en combinación con otro grueso destacamento que se situó en Temisco.

Soldados españoles en 1820. Acuarela de Theubet de Beauchamp del álbum «Trajes y vistas de México.

Expansión del Plan de Igualada

Como compensación de las deserciones que acababa de sufrir Iturbide, se efectuaron en diversas partes del virreinato importantes movimientos a favor del Plan de Iguala, precisamente al tiempo en que ese jefe se replegaba a sus antiguas posiciones de Teloloapan (estado de Guerrero). Apenas se difundió en la intendencia de Veracruz la noticia de lo ocurrido en Iguala, se exaltaron los ánimos de sus habitantes, adeptos en su inmensa mayoría a la independencia, y las demostraciones de júbilo con que celebraron los de Jalapa el fausto suceso, que fueron precursoras de los notables acontecimientos que tendrían lugar posteriormente.

La mayor parte de los regimientos de Tlaxcala, dragones de España y columna de granaderos estaban cubriendo el resto de la fortaleza de San Carlos, y era jefe militar de la plaza el coronel Horbegoso. El entusiasmo de los habitantes y los trabajos de los independentistas Joaquín Leño y Joaquín Merino ganaron a varios oficiales de los cuerpos, quienes en la mañana del 13 de marzo salieron de la villa llevándose toda la columna de granaderos y parte del RI de Tlaxcala. A última hora, el mayor Villamil, que había encabezado el movimiento, se quedó en la villa pretextando un cuidado grave de familia, y la tropa quedó a las órdenes del teniente Celso de Iruela del RI de Celaya.

Al llegar a la Banderilla, punto situado a poco más de una legua de Jalapa, sobre la carretera que conduce a Perote y Puebla, Iruela arengó a la tropa diciéndole que su objeto era adherirse al Plan de Iguala, a lo que los soldados contestaron con entusiastas vivas a Iturbide y a la independencia. Era el intento de ese joven militar dirigirse sin demora a Perote, entrar en la fortaleza con su tropa, como si fuesen de paso por orden del gobierno, y apoderarse de aquel punto. Pero el comandante del castillo Agustín de la Viña, que lo era también de la columna de granaderos, recibió oportuno aviso de lo que pasaba. Sin perder momento, hizo acopio en la fortaleza de toda la harina que había en el pueblo de Perote, recogió varios rebaños de carneros, mandó cerrar las puertas y asestó sus cañones al camino de Jalapa.

El teniente Iruela llegó entretanto a la hacienda de San José del Molino, distante una legua de la fortaleza, reuniéndosele allí algunos dragones de España que habían salido de Jalapa pocas horas después que él, 100 realistas de la Sierra y toda la fuerza urbana de Perote. Frustrado su primer intento, Irnela, por medio del ayuntamiento de aquel pueblo, propuso a Viña que se adhiriese a la revolución ofreciéndole el mando, pero lo rehusó tenazmente.

La falta de jefe amenazaba dispersar la tropa reunida en la hacienda del Molino, pero habiéndose convocado una junta de oficiales, alguno propuso en ella, y quedó acordado, que se ofreciese el mando a José Joaquín de Herrera, antiguo Tcol realista; que después del sitio de Jaujilla se había retirado del servicio fijando su residencia en el pueblo de Perote. Se dirigieron a él los oficiales de la columna y le ofrecieron ponerlo al frente de las tropas. Herrera desde luego rehusó el mando, pero vivamente instado, acabó por admitirlo con la condición de que en todo se había de proceder con orden y estricta disciplina.

Viña reiteró entonces las propuestas que Iruela le había hecho anteriormente, pero insistió aquel jefe en su negativa, y no siendo posible a Herrera tomar a fuerza viva el castillo aunque fuesen muy pocos sus defensores, marchó con sus tropas a Tepeyahualco, donde se le incorporó el destacamento que allí había, y el 18 de marzo entró en San Juan de los Llanos al frente de 800 soldados de caballería e infantería. La columna de granaderos tomó entonces el nombre de granaderos imperiales, y los dragones de España el de dragones de América.

Mientras que se formaba esta fuerte unidad de tropas y Herrera se empeñaba en otras acciones, el presbítero José Martínez, cura de Actopán (estado de Hidalgo), proclamó la independencia de aquel pueblo, y obligó a retroceder hasta esta villa al Tcol José Rincón, que había salido a atacarle. Martínez marchó enseguida con dirección a Orizaba y, unido al antiguo insurgente Francisco Miranda, se presentó ante esa población el 23 de marzo intimando la rendición al jefe de las fuerzas.

Este era el capitán Antonio López de Santa Anna, a quien el gobernador de Veracruz José Dávila había ordenado que marchase a esa villa, apenas supo que iba a ser atacada. Se fortificó en el convento del Carmen, y durante varios días aguantó los ataques emprendidos por los independentistas, habiendo alcanzado algunas ventajas en el combate que se libró el día 25 de marzo, por lo que Santa Ana fue premiado con el ascenso a Tcol.

Herrera se había puesto en marcha desde San Juan de los Llanos para auxiliar a Martínez y Miranda, y el 29 de aquel mismo mes llegaba con toda su división a la vista de Drizaba. Santa Anna se adhirió entonces al Plan de Iguala, y a las tres de la tarde entraron los independentistas en la villa, en medio de las manifestaciones de júbilo de todos los vecinos. Dos días después, el 31 de marzo, marchó Herrera contra Córdoba, defendida por una corta guarnición al mando del comandante Alcocer, quien, considerando imposible la resistencia, nombró comisionados que fuesen al encuentro de Herrera para ajustar una capitulación. Esta se convino bajo la condición de que los individuos que guarnecían la villa quedasen en libertad para seguir o no el partido independentista, sin otra restricción que entregar las armas en el segundo caso. La entrada de Herrera en Córdoba se efectuó en la mañana del 1 de abril, siendo recibido por el ayuntamiento y los habitantes con grandes demostraciones de regocijo.

Nicolás Bravo, después de residir algún tiempo en Izúcar, se había trasladado a Cuautla, ilustre por la heroica defensa de Morelos en 1812; allí recibió una carta de Iturbide invitándolo para la revolución que iba a promover. Desconfiando de la sinceridad de aquel jefe, que con tan implacable saña había combatido en otro tiempo por la dominación española. Bravo no contestó esa carta, y fue preciso que Iturbide insistiese, escribiéndole por segunda vez a través de su comisionado Mier y Villagómez, para que el antiguo y magnánimo defensor de la independencia se resolviese a tener una entrevista con aquel.

Se dirigió, en efecto, a Iguala, poco después de la proclamación del Plan, y allí Iturbide le manifestó extensamente sus proyectos e ideas, que fueron aprobados por Bravo, quien recibió el despacho de coronel diciéndole Iturbide, al entregárselo, que no podía promoverlo más que lo que él mismo era. Lo comisionó para que levantase tropas donde pudiese. Bravo contestó con su acostumbrada dignidad que no aspiraba a distinciones, y que su único deseo era concurrir a la independencia y a la libertad de la patria. Enseguida marchó a Chilpancingo y a Tixtla, donde levantó una fuerza de 100 hombres. Al pasar por Chilapa, población adepta de antiguo a la causa realista, desertó una parte considerable de sus tropas, pero dirigiéndose luego a Izúcar las aumentó hasta 500 soldados, con los cuales se preparó a entrar en campaña en los primeros días del mes de abril.

Al mismo tiempo que la revolución se propagaba con tanta rapidez y buena suerte en la región oriental, nuevos defensores del Plan de Iguala aparecían en el Bajío, y desconcertaban completamente los proyectos militares del gobierno virreinal, obligándolo a asumir desde entonces una actitud defensiva. Los comisionados Quintanilla y Lamadrid, enviados por Iturbide a los principales jefes militares del interior en el lugar correspondiente, habían cumplido su misión con acierto y diligencia. Anastasio Bustamante, militar valiente, pero hombre de pocas luces y de escasa educación, a pesar de la buena acogida que dispensó a los emisarios de su antiguo compañero de armas, vaciló algún tiempo antes de resolver secundarle en su empresa.

Fue preciso que lo determinase a obrar el impulso de algún otro jefe, y este fue dado por el Tcol Luís Cortazar, quien al frente de un centenar de dragones de su regimiento proclamó la independencia en el pueblo de los Amóles el 16 de marzo. Al día siguiente entró en Salvatierra, y la guarnición de ese lugar secundó con entusiasmo el Plan de Iguala, a pesar de la oposición del Tcol Reguera; y el día 18 de marzo, los destacamentos realistas de Pénjamo y Valle de Santiago, reunidos en este último punto, secundaron el movimiento con las mayores demostraciones de entusiasmo.

El coronel Bustamante no vaciló más, y al frente de una fuerza respetable proclamó el Plan de Iguala en la hacienda de Pantoja. Ordenó al Tcol Cortazar que se dirigiese a Celaya e intimase al coronel Linares, comandante general de la provincia y residente en aquella ciudad, para que se adhiriese al Plan de Igualada, en cuyo caso continuaría en el mando, y en caso contrario lo entregase, así como la tropa que tenía a sus órdenes inmediatas, que estaba formada por un escuadrón del Príncipe y un piquete del BIL de Querétaro. Cortazar se presentó en Celaya el 19 de marzo, y creyendo más acertado ganar la tropa antes que hacer la intimación a Linares, se dirigió al cuartel de los dragones del Príncipe, les habló, y estos respondieron con entusiastas aclamaciones a la independencia. Realizado esto, Cortázar hizo la intimación a Linares, y habiendo rehusado este lo que se le proponía, quedó preso en su casa, poniéndole una guardia de 12 hombres a la puerta.

El coronel Bustamante no vaciló más, y al frente de una fuerza respetable proclamó el Plan de Iguala en la hacienda de Pantoja. Ordenó al Tcol Cortazar que se dirigiese a Celaya e intimase al coronel Linares, comandante general de la provincia y residente en aquella ciudad, para que se adhiriese al Plan de Igualada, en cuyo caso continuaría en el mando, y en caso contrario lo entregase, así como la tropa que tenía a sus órdenes inmediatas, que estaba formada por un escuadrón del Príncipe y un piquete del BIL de Querétaro. Cortazar se presentó en Celaya el 19 de marzo, y creyendo más acertado ganar la tropa antes que hacer la intimación a Linares, se dirigió al cuartel de los dragones del Príncipe, les habló, y estos respondieron con entusiastas aclamaciones a la independencia. Realizado esto, Cortázar hizo la intimación a Linares, y habiendo rehusado este lo que se le proponía, quedó preso en su casa, poniéndole una guardia de 12 hombres a la puerta.

Terminada tan felizmente la reducción de Celaya, se adoptó una actitud defensiva. Los comisionados Quintanilla y el coronel Bustamante marcharon a Guanajuato el 24 de marzo, pero antes de su llegada las compañías del ligero de Querétaro, de dragones de San Carlos y de Sierra Gorda, que guarnecían la ciudad, destituyeron al comandante Yandiola y proclamaron la independencia. Bustamante fue recibido con entusiasmo por las tropas y el pueblo, y una de sus primeras disposiciones fue ordenar que se quitasen los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez de las jaulas de hierro que desde 1811, habían sido colocadas en los cuatro ángulos de la siniestra albóndiga de Granaditas; así se hizo, y los restos de aquellos independentistas fueron enterrados en la parroquia de San Sebastián.

Se ocupó enseguida en mandar destacamentos a las poblaciones de la provincia que no habían proclamado aún la independencia, y en pocos días Salamanca, Irapuato, Silao, León, San Miguel el Grande y otras de menos importancia se adhirieron al Plan de Iguala. Las tropas se aumentaron considerablemente, y al terminar el mes de marzo la rica provincia de Guanajuato y cerca de 6.000 soldados de todas armas se habían sustraído a la obediencia del gobierno virreinal, y aseguraban el triunfo de la independencia.

Así lo comprendió Apodaca al recibir una tras otra las noticias de los sucesos del Bajío, que unidas a los acontecimientos de Oriente le anunciaban una recia e incontrastable tormenta. Cruel en extremo debió ser el desengaño sufrido, después de las deserciones efectuadas en el campamento de Iturbide, a principios de aquel mismo mes, que le hicieron concebir la esperanza de que en breve quedaría destruida la revolución. No había terminado marzo, y ya los avisos del levantamiento de Cortazar y Bustamante vinieron a alarmar al gobierno.

Apodaca dirigió una proclama a los soldados del Bajío el 29 de marzo, recordándoles sus pasados servicios y las glorias que con su fidelidad habían conquistado durante 11 años de ruda campaña; les exhortaba a que abandonasen a los jefes que los habían engañado y se presentasen a los comandantes realistas que aún permanecían fieles, siguiendo el ejemplo de 1.500 de sus compañeros, los cuales habían desertado de la engañosa bandera alzada por Iturbide en Iguala. Al mismo tiempo hizo a Bustamante y a Cortazar ofrecimientos de grados y con decoraciones que fueron rechazados. Por esto quizás, el Virrey publicó otra proclama el 5 de abril, lamentándose en ella de haber hecho oír su voz en vano repetidas veces, desde que se suscitó la nueva rebelión, y excitaba a todas las clases sociales a unirse y a secundar los esfuerzos de las autoridades legítimas en la tarea de restablecer la paz y el orden constitucional, “contando para ello con la protección divina”.

Operaciones de Pedro Ascencio Alquisiras

Después del Abrazo de Acatempan, los insurgentes marcharon por el rumbo de Tetela y todos los haberes militares que les proporcionó Agustín de Iturbide los condujeron hacia el cerro de Barrabás, donde se aseguraba que le iban a fortificar. El primer jefe del Ejército Trigarante, por su parte, se encaminó rumbo a la ciudad de Valladolid para unir sus fuerzas con las del señor Negrete, teniendo como labor principal convencer a otros oficiales del movimiento militar que se estaba emprendiendo y de hacer jurar el Plan de Iguala. Vicente Guerrero había recibido la orden de dirigirse al puerto de Acapulco para apoderarse de lo que conducían los comerciantes de Manila, y así contar con puntos de sostenimiento al movimiento. Pedro Ascencio Alquisiras fue destinado a permanecer en su zona de dominio, no sin antes cumplir con la orden de Iturbide de acudir a Teloloapan para apropiarse del cargamento militar que allí existía, además de lo que pudiera extraer de la hacienda de dicho pueblo y de Zacualpan.

Esta tarea encomendada la cumplió ansioso y con mucha precipitación debido a que deseaba regresar a la demarcación de su mando, pues según él los pueblos querían acercarse a ellos para reunirse, aclamándolo “por su único jefe”. Desde ese momento quedó claro para Pedro Ascencio Alquisiras que el bastón de mando, que antes poseía Vicente Guerrero, había sido entregado a Agustín de Iturbide. El encuentro en Acatempan no solo fue un protocolo de unión entre estos dos jefes militares, sino una demostración del traslado de poderes donde el primero dejaba al segundo la autoridad y el gobierno.

De todo ello estuvo muy consciente Pedro Ascencio porque, a partir de aquella ceremonia, sus cartas, avisos y solicitudes estarían dirigidos al principal jefe del Ejército Trigarante; a él debía hacer partícipe, como lo expresaría en sus cartas, de lo que se debía “hacer en adelante”. Pedro Ascencio emprendió su campaña militar, convencido e instruido de los conceptos y objetivos esenciales del movimiento trigarante. En pueblos importantes donde había ayuntamientos constitucionales, convocaba a todos los habitantes para celebrar una junta con el propósito de jurar “la Independencia, Religión y Unión”, conforme a la ritualidad recibida. Pero también, su campaña militar fue incisiva en cuanto a alcanzar los planes del movimiento.

Era conocido que detenía y perseguía a los “desafectos” con el objetivo de contener a los que él ahora llamaba “enemigos del orden”, y sancionaba a los obcecados que se resistían a pertenecer al gobierno mexicano. El discurso de Pedro Ascencio muestra el sentido de pertenencia y obediencia a ese nuevo gobierno con sus dirigentes que andaban en campaña militar. Si bien algunas veces Alquisiras pudo tomar determinaciones propias para arreglar algunos asuntos en nombre de ese gobierno, siempre lo hizo bajo la obligación de comunicárselo a su jefe superior Agustín de Iturbide.

Esto sería precisamente el cambio sustancial que habría de experimentar el indio Alquisiras en esta nueva etapa de movilizaciones militares que, aunque mostró mucha disposición en fortalecerse, tuvo que sortear muchos problemas sobre las formas de proceder en esta campaña. Acostumbrado como insurgente a resolver los asuntos de guerra a su manera, es decir, imponiendo su autoridad mediante métodos personales, sin ni siquiera consultar a sus jefes superiores, a partir de este nuevo evento militar y diferente gobierno, las condiciones ya no pudieron ser iguales.

Como soldado de un ejército nacional, Pedro Ascencio fue conminado a mantener un comportamiento diferente y procurar en adelante mantener una “política de urbanidad y comedimiento”. Sin embargo, Pedro Ascencio trató de ajustarse a este nuevo orden militar y político; varias complicaciones empezaría a experimentar en sus expediciones militares.

Lo primero que pudo percibir fue que, ante la necesidad de contar con recursos para sostener y vestir a sus tropas, ya no lograba conseguir lo necesario; porque Iturbide le ordenaba solo recurrir a lo que tenían los ayuntamientos en alcabalas, diezmos y contribuciones, haciéndole presente evitar echar mano de otras cosas; y si las rentas públicas no le producían lo necesario para cubrir sus necesidades, tenía la orden de acudir a sus viejos compañeros, como Vicente Guerrero, para que le ayudasen con algunos gastos; además, no debía pasar por alto que para el pago de sus soldados, la compra de armas, y otras atenciones que exigían “muchos gastos de consideración”, era necesario extremar “todas las reglas de economía”, para que esos vacíos económicos que él demandaba pudieran “cubrirlos los recursos con que contamos”.

Las cartas enviadas a Agustín de Iturbide dan cuenta del esfuerzo de Pedro Ascencio por acomodarse a esta política que lo conminaba a tener un comportamiento militar distinto. Pero también se observa la desesperación que invadió muy tempranamente al antiguo insurgente para obrar con arreglo a los planes y ordenamientos que le transmitían. Pedro Ascencio comunicó a Iturbide lo siguiente: «Algo me contiene al no tener con qué sostener mis tropas, lo que antes no me pasaba, pues de las plazas que llamamos enemigas me sostenía». Para justificar su inquietud, advertía que sus partidas andaban por todas partes y algunas habían llegado hasta Toluca; y que se tomase en cuenta que Armijo ya había avanzado hasta Iguala.

Revolución en Michoacán

No tardó mucho en propagarse la revolución por tierras de Michoacán, y en los postreros días de marzo, el sargento mayor Joaquín Parres, Mariano Guevara y otros oficiales con algunos destacamentos, después de proclamar la independencia, marcharon a Guanajuato y se unieron a las tropas de don Anastasio Bustamante. Pero más importantes, por el mayor número de tropas que comandaban, fueron los movimientos del sargento mayor Juan Domínguez y del Tcol Miguel Barragán; el primero proclamó el Plan de Iguala en Apatzingán al frente de los granaderos de Guadalajara, y el segundo hizo lo mismo con la sección volante que obedecía sus órdenes, la cual tenía su cuartel general en Ario.

Domínguez avanzó hasta este último lugar, y reunidos ambos jefes, marcharon a Pátzcuaro, en donde entraron sin vencer ninguna resistencia. También los capitanes Filísola y Codallos, del batallón Fijo de México, se pronunciaron a favor de la independencia en la villa de Tusantla, próxima a la línea divisoria con la provincia de México.

El coronel realista Quintanar, después de reunir violentamente algunos destacamentos, se retiró a Valladolid asumiendo el mando militar de la plaza, en la que quedó como segundo en jefe el Tcol Rodríguez de Cela.

Sucesos en el Bajío

Iturbide estaba en Teloloapan (corazón de la Sierra Madre) a mediados de marzo, justamente alarmado por la deserción que había disminuido sus filas, temeroso de que el cuerpo de ejército al mando de Liñán avanzase rápidamente sobre sus escasas tropas. Ignorando los favorables sucesos que en aquellos momentos ocurrían en Críente y en el Bajío, pero confiado en el influjo que ejercía sobre los jefes realistas más importantes que guarnecían esta última región, se decidió a marchar a ella cruzando por la Tierra Caliente del sur de Michoacán.

Antes de efectuar su marcha, organizó sus tropas en tres divisiones, con la denominación de Segunda al mando del coronel José Antonio Chavarry, la Quinta al mando del Tcol Cuilty y la Sexta al mando del Tcol Hidalgo. La Primera División estaba formada por tropas de Guerrero, y la Tercera y Cuarta debían estar formadas con tropas de otras demarcaciones.

La Primera División al mando de Guerrero y la Segunda al mando de Echavarri fueron destinadas a defender el Sur del probable avance del ejército de Liñan; pero al recibir aviso Iturbide de que Márquez Donallo se adelantaría hasta Acapulco, previno a Guerrero de que no se comprometiese en ninguna acción para impedirlo, con el objeto de que, separándole del resto del ejército, fuera más fácil destruirlo cuando intentase repasar el Mexcala. El dinero destinado al comercio de Manila, y del cual se había apoderado el primer jefe del ejército, fue enviado al cerro de Santiago o de Barrabás bajo la custodia del Tcol Rafael Ramiro.

Después de dictar importantes disposiciones, siendo una de ellas la de prevenir a Guerrero que las tropas del Sur a las inmediatas órdenes del coronel Juan Álvarez asediasen el puerto de Acapulco, a fin de recobrarlo cuanto antes. Iturbide salió de Teloloápam con las divisiones Quinta y Sexta, encaminándose al poniente para dirigirse al Bajío, pasando por el rumbo oriental de la provincia de Michoacán. Llegó rápidamente a Tlachapa, y en la orden del día publicada en ese momento ofreció a los miembros del Ejército de las Tres Garantías grandes recompensas y premios a las familias que muriesen en la guerra que estaba a punto de emprenderse. Pasó enseguida a Cutzamala, situada en las orillas del río Zitacuaro, no lejos de la confluencia con el río Mexcala; y allí recibió la noticia del pronunciamiento de las tropas de Jalapa por el Plan de Igualada y de la formación de una fuerte división a las órdenes de José Joaquín Herrera.

Estas noticias satisfactorias se publicaron en la orden del 28 de marzo, y en la misma el primer jefe aprobó la denominación de “Granaderos Imperiales” y “Dragones de América”, que Herrera había dado a los granaderos de la columna y a los dragones de España.

Ramón Rayón se presentó a Iturbide en el mismo pueblo de Cutzamala, y recibió la comisión de trasladarse al célebre cerro de Cóporo. A fin de aprestarlo a la defensa, en previsión de que las operaciones de la guerra obligasen al ejército independiente a apoyarse en aquellas formidables posiciones que por tanto tiempo se sostuvieron contra el disciplinado ejército realista. Al llegar a Tusantla, Iturbide fue recibido por los capitanes Vicente Filísola y Codallos, que acababan de proclamar la independencia.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-11. Última modificacion 2025-11-11.
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