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Antecedentes
Después de la batalla de Boyacá, Bolívar encargó la liberación de la región del Caribe a su coterráneo, el coronel Mariano Montilla. Este decidió que el avance sobre Santa Marta sería desde varias direcciones a la vez: La ofensiva se organizó por tres frentes:
- El primero, a cargo del mismo Mariano Montilla, invadiría la costa desde la isla de Margarita y avanzaría por Monpox y Tenerife.
- El segundo, dirigido por los jóvenes granadinos tenientes coroneles José María Córdova, libertador de Antioquia, y Hermógenes Maza, veterano de San Mateo, ocuparían el bajo Magdalena y las sabanas de Corozal.
- El tercero, comandado por los coroneles Jacinto Lara y José María Carreño, venezolanos que habían luchado con Bolívar en la campaña de 1818 en su país, invadirían la provincia de Santa Marta por la vía de Ocaña.

Campaña del coronel Mariano Montilla
El 2 de enero de 1820 llegó a isla Margarita el coronel Mariano Montilla con órdenes de Bolívar de preparar una expedición naval contra la provincia de Santa Marta. Finalmente, el 7 de marzo, zarpó desde Juan Griego junto al almirante Luis Brión y el capitán de navío José Padilla, su segundo; con 14 naves menores y de 1.200 a 1.300 efectivos, incluyendo 678 miembros de la Brigada Irlandesa. La Comandancia General de la Armada quedó a cargo del mayor general de la Marina Lino de Clemente.
El 11 de marzo, la escuadra fondeó frente al puerto de Riohacha, iniciándose un fuerte cañoneo por todo el día. El gobernador de la plaza, coronel José Solís, se negó a aceptar las intimaciones de rendición, pero al iniciarse el desembarco republicano la mañana siguiente, la evacuó, dejándola desierta. Montilla aprovechó su oportunidad y el 23 de marzo salió para Valledupar con 500 soldados, dejando a Padilla y 300 hombres reclutados en las cercanías de Riohacha cubriendo su retaguardia. El 29 de marzo, entraba en Valledupar, pero carente de caballería, no pudo alejarse de la costa y establecer contacto con el resto de las tropas republicanas. Entretanto, Brión y su escuadra se quedaron fondeados en el puerto.
Entretanto, el gobernador de Santa Marta, Pedro Ruiz de Porras, reunió una poderosa fuerza y ordenó al coronel Vicente Sánchez de Lima recuperar Riohacha. El 17 de abril, Montilla se retiró al puerto con numerosos heridos y enfermos, habiendo enfrentado a las guerrillas de los coroneles José Solís y Juan Salvador Anselmo Daza en Moreno, Fonseca y San Juan.
Batalla de Laguna Salada (25 de mayo de 1820)
Las fuerzas reunidas por Ruiz de Porras eran de 1.200 a 1.500 efectivos, aunque en una carta de Luis Brión a Francisco de Paula Santander, fechada en Barranquilla el 29 de julio de 1820, se eleva la cifra a 2.000 realistas en la comarca. O’Connor afirma que Padilla apoyó a Montilla con 3 compañías de infantería de marina, un escuadrón de caballería y 200 lanceros.
Finalmente el 18 de mayo, 52 oficiales irlandeses se amotinaron por el impago de sus sueldos y los malos alimentos, se negaron a combatir y exigieron permiso para dejar de luchar por los colombianos y retirarse a la colonia británica más cercana, lo que mermó considerablemente las fuerzas del general. Gracias a la intervención de oficiales como el coronel Eduardo Stopford y sus lugartenientes Francisco Burdett O’Connor, Guillermo Brown, Felipe Braum, Diego Whitle, Archibald Dunlop y otros, logró que parte de los irlandeses se sumaran a la defensa, entonces unidos a los infantes de marina y unos pocos vecinos que se sumaron como lanceros a caballo; contaba con una pequeña artillería, pero operada por buenos oficiales.
Sánchez Lima había tomado posiciones junto a un bosque junto a la Laguna Salada; Montilla ordenó una carga sorpresiva la madrugada del 25 de abril, dependiendo de su artillería para dispersar al enemigo. Finalmente, los realistas se retiraron a la sabana de Patrón, donde la lucha siguió por una hora hasta que huyeron en completa dispersión; el coronel realista pudo concentrar a los fugitivos a 14 leguas de la ciudad, lo que impidió un nuevo ataque. La lucha había durado tres horas.
Tras la victoria, el coronel licenció a los irlandeses por considerarlos poco fiables y empezó a evacuarlos el 4 de junio. Esta merma le impidió atacar Santa Marta directamente.
Los barcos republicanos permanecieron en Riohacha tres meses, donde sufrieron serias averías como consecuencia del fuerte oleaje, circunstancia que llevó a Padilla a concebir una operación de engaño. Navegando a sotavento con el pabellón español, logró desembarcar el 12 de junio de 1820 a 100 hombres en Sabanilla, en las bocas del Magdalena, con lo cual logró controlarlo de nuevo y sitiar a Santa Marta.
Las operaciones desde el interior empezaron con la incursión del coronel Maíz por el río, con pequeñas embarcaciones, 100 marinos y 78 infantes. Llegaron hasta la desembocadura del río Carare y derrotaron una fuerza fluvial realista de 300 marinos y 153 infantes, obligándolos a huir río abajo.
Campaña del coronel Córdova
Los realistas tenían prevista una comunicación entre el virrey Juan Sámano, que tenía sede en Cartagena, con Melchor Aymerich, presidente de Quito, para conseguir financiación para esta segunda reconquista, que pretendía ser una copia de la que había emprendido en 1815 el “Pacificador” Pablo Morillo.
La ruta de la reconquista fue emprendida por las fuerzas realistas mandadas por el coronel Francisco de Paula Warleta, recorriendo una ruta distinta a la del pacificador: buscaba llegar desde la costa atlántica, subiendo por el Magdalena hasta el Atrato, atravesar territorio de la provincia de Antioquia para llegar a Popayán.
El 30 de enero de 1820, José María Córdova envió al capitán de ingenieros Juan Antonio Gómez a reconocer los puntos militares de Yarumal, junto al camino de Cáceres; días antes, había marchado el teniente Polo Jaramillo, fungiendo como espía para Córdova. Este camino era, con el de Sonsón a Mariquita, de las actuales Antioquia a Tolima; y el de Urrao al Atrato, de Antioquia a Chocó; uno de los que Pablo Morillo y Pascual Enrile Acedo habían ordenado abrir en Antioquia.
La orden de Córdova se dio en respuesta a los rumores que desde el 31 de 1819, indicaban la inminente invasión del coronel Francisco de Paula Warleta desde Zaragoza. Avanzaron así las tropas realistas desde el norte por los ríos Atrato y Magdalena, y por el centro de la provincia de Antioquia, desde el oriente por Cúcuta, y desde el sur, por Popayán.
El 1 de febrero a las 5 de la tarde, entraron en Yarumal Warleta y su segundo, el Tcol Sebastián Díaz, a la cabeza de 125 fusileros.
En esos momentos, Córdova tenía 20 años cuando fue nombrado gobernador militar de Antioquia por Simón Bolívar, quien lo encargó liberar su territorio de los realistas para, de esta manera, apoderarse del Bajo Magdalena y favorecer la liberación de Cartagena.
Debido a que los vecinos no tuvieron tiempo suficiente de huir, los realistas habían encontrado recursos de toda especie. Desde su cuartel general en Yarumal, Warleta envió destacamentos para defender los puntos estratégicos de Angostura, Carolina y el valle de San Andrés.
Esperando el informe de sus espías, hizo marchar su fuerza por el camino empedrado de losas volcánicas llamado actualmente “del Asilo”, el cual, en cercanías del alto Boquerón, al oriente de la población, se dividía en dos ramales: uno que conducía a Cáceres y la Costa Atlántica, y otro que llevaba al caserío de Cañaveral y los minerales de Anorí. Se atrincheró en ese camino no solo para impedirles el paso a los republicanos, sino para tener a sus espaldas el camino de Cáceres, como plan de reserva si las cosas salían mal.
El 2 de febrero, Córdova concentraba en Barbosa las fuerzas republicanas, que constaban de 400 fusileros uniformados y entrenados, y de 200 voluntarios armados de lanzas.
El 3 de febrero, el coronel republicano partió con sus fuerzas desde Barbosa. Considerando la penosa subida de Barbosa a Riogrande, Córdova fue llevado en su silla de manos, debido a una caída de su caballo el 28 de diciembre de 1819, en unas festividades de Rionegro, donde residía, y había quedado seriamente lastimado, por lo que no podía montar a caballo ni ver muy bien. A lo que hay que sumar la impedimenta de más de medio millar de hombres, la artillería, el ganado en pie y otros elementos bélicos vitales; la jornada se cumplió con celeridad, y esa noche pernoctaron en Riogrande.
El 4 de febrero a las 10:00 de la mañana, llegaron a Santa Rosa, donde permanecieron hasta el jueves 10 del mismo mes, esperando durante una semana el informe de sus espías sobre el número de efectivos del enemigo y su distribución. Córdova dedujo que los realistas ocupaban los pueblos de Angostura y Claras, de suerte que Warleta, en forma imprudente, confiado en los informes del traidor Manuel Santamaría, había fraccionado su fuerza y la había diseminado, manteniendo su cuartel principal en Yarumal.
El 10 de febrero, envió 100 lanceros voluntarios a desviar la atención de los espías realistas en los llanos de Cuivá, se puso a la cabeza de los 400 fusileros uniformados y de unos 100 lanceros de las milicias y marcharon con destino a la finca La Culebra, en Angostura, con el fin de sorprender el flanco izquierdo y la retaguardia realista con un movimiento envolvente, tal como había hecho hacía cerca de seis meses en Soplaviento, a una legua de Nare, y como lo haría después en Tenerife y en otras oportunidades. La casa se encuentra a corta distancia del antiguo camino que comunicaba a Santa Rosa de Osos con Angostura, y del casco urbano de esta última población la separan unos 5,3 km.
El 11 de febrero, creyendo que Angostura estaba ocupada por 80 hombres, marchó la segunda compañía del batallón por una trocha a tomarles la retaguardia, mientras el resto de la fuerza hizo retirar la parte que estaba en Angostura, la que se unió a otra partida situada en Pajarito; reunidas ambas, tan solo sumaban 25 soldados, que fueron exterminados por la segunda compañía al mando del capitán José Aguilar. Tan solo escapó el oficial Benito Urdaneta, que mandaba la partida realista, gracias a que encontró un guía que lo sacó por caminos extraviados. Llegó a su unidad y pernoctó en Cañaveral.
Al descontar esa partida de 25 hombres abatidos de los 125 fusileros realistas que entraron en Yarumal, a Warleta le quedaban tan solo 100 hombres para hacer frente a los republicanos.
Combate de los Chorros Blancos (12 de febrero de 1820)
Cuenta el historiador Humberto Barrera Orrego: «Al despuntar la mañana del 12 de febrero, Córdova, envió directo a las alturas, desde el caserío de Cañaveral, los 100 hombres de la segunda compañía de la división de Antioquia al mando del capitán José Aguilar, con 25 jinetes de Casanare, por el camino de Yarumal. Entretanto, él mismo, guiado por el baquiano Francisco Misas entre la espesura, daba un rodeo con los hombres restantes por el camino de Puentepiedra, para sorprender al enemigo por la retaguardia».
Los hechos fueron narrados por el mismo Córdova a través de su diario de campaña: «La división marchó directo a las alturas, que ocupaba Warleta con toda su fuerza: a las dos horas se oyeron ya algunos tiros a la descubierta, y se avanzó la segunda compañía, que formó la vanguardia a la división con veinticinco dragones que se le reunieron: sucesivamente iban tomando los puntos que el enemigo con unos 50 hombres del regimiento de León sostenía, pero reunido en el cerro más alto de Chorros Blancos a otro número igual, y viéndose favorecido por su situación tan ventajosa, quiso disputarnos el paso; así es que en menos de media hora, toda la vanguardia nuestra rompió el fuego e hizo retirar el enemigo hasta la mitad de la subida…»
Sobre las ocho de la mañana, la avanzada republicana oyó los primeros disparos de los realistas. Los 100 hombres de la segunda compañía, al mando del capitán José Aguilar, acompañados de 25 dragones llaneros, continuaron por el camino adelante y obligaron a unos 50 soldados del RI de León a replegarse hacia el paraje de Chorros Blancos, en tanto que Córdova resolvió salirse del camino, meterse al monte y dar un amplio rodeo con la primera, tercera y cuarta compañías y los 100 lanceros voluntarios que le quedaban, para sorprender al enemigo por su retaguardia. Lograr esto no era sencillo por la dificultad de transportar al gobernador en silla de manos y porque era preciso abrirse paso a machetazos por entre la maraña.
En menos de media hora, la segunda compañía obligó a fuego cerrado a los realistas a retroceder hasta la mitad de la ladera del “cerro más alto de Chorros Blancos” (alto Boquerón). En aquel momento, el número de combatientes de ambos bandos era más o menos parejo. El capitán Aguilar había dejado varias partidas guardando algunos puntos estratégicos y se quedó tan solo con 60 hombres, lo cual estuvo a punto de echar a perder lo ganado hasta ese momento, dado que Warleta, atrincherado en el camino, en lo alto del cerro, contaba con la superioridad del emplazamiento. Rechazados hasta el pie del cerro, los republicanos vivieron momentos de angustia bajo el fuego enemigo y, si esta situación se hubiera prolongado, muy distinto habría sido el resultado. Pero en ese momento, tras renunciar al movimiento envolvente para sorprender al enemigo por su retaguardia, llegó el coronel Córdova a la cabeza de sus 500 efectivos.
Córdova ordenó atacar a los hombres del Rey en dos columnas, simultáneamente por su derecha y por el centro: la derecha del enemigo se hallaba situada hacia la margen izquierda de la quebrada de Chorros Blancos, a pocos pasos de la bifurcación del camino, uno de cuyos ramales conducía a Cáceres y el otro unía a Yarumal y Cañaveral.
En el combate cayeron 4 oficiales y cerca de 30 soldados (de ellos españoles) con sus fusiles. Warleta huyó rumbo a Cáceres y Córdova envió al capitán José Aguilar con la segunda compañía de cazadores en su búsqueda.
Warleta pensó que sería fatal tomar de inmediato el cercano camino a Cáceres: los republicanos no tardarían en darle alcance a su corto contingente. Decidió entonces replegarse a El Mortiñal, desde donde podría ver las carpas blancas de la división republicana y, más importante aún, donde podrían verlo y suponer que esperaba refuerzos. Acantonados en ese punto, los realistas encendieron fogatas para ahuyentar el frío de la noche y preparar sus alimentos (precisamente como lo estarían haciendo los efectivos de Córdova en el alto Boquerón y sus alrededores). Esa noche, al amparo de las sombras, Warleta y los suyos escaparon sigilosamente por el Boquerón abajo, siguiendo el áspero camino a la Costa Atlántica, sin duda guiados por un práctico, dejando jirones de uniforme y de piel entre las zarzas, abandonando aquí y allá armamento y municiones de guerra y de boca. Quedarse para hacerles frente a la fuerza numerosa de Córdova hubiera sido un acto suicida.
Al conocer la derrota de Warleta, el coronel español Sebastián de la Calzada, que había tomado el sur del país, de Pasto a Cartago, se replegó a Popayán.
Después de conquistada esa posición, el gobernador afianzó el terreno mandando a fusilar al anciano alcalde realista de Yarumal, José María Rada, y nombró en ese cargo a Francisco Misas, el guía durante el combate.
Tras el combate, Córdova siguió por Magangué hacia Mompox.
Conquista de Monpox (19 de junio de 1820)
Las operaciones decisivas para la liberación del río Magdalena las realizaron dos columnas desde Honda. La primera con 7 buques y 150 fusileros al mando del coronel Hermógenes Maza, quien por cierto derrotó a los realistas que encontró en el camino. La segunda era la de Córdova.
La plaza de Mompox estaba defendida por 500 hombres del BI Albuera, protegidos por la flotilla española del río Magdalena.
Córdova marchó por las anegadas tierras que bordean el caño Cicuco y el 19 de junio cayó sobre Mompox; en una operación conjunta con Maza, lograba la liberación de Mompox. La ciudad había sido abandonada por los realistas horas antes de la exacción (cobro injusto y violento) a sus pobladores. Infortunadamente, un destacamento que Córdova había situado en Tacaloa dejó escapar la flotilla española que fue a hacerse fuerte en Tenerife con 11 barcos a órdenes del Tcol Vicente Villa y en tierra 200 del RI León al mando del coronel Sebastián Díaz, de los pocos escapados de Boyacá.
Conquista de Tenerife (25 de junio de 1820)
La operación sobre Tenerife fue concebida mediante un avance coordinado de las columnas de Maza y Córdova por el río y el caño de Sura. En las horas de la noche del 24 de junio, la primera columna que avanzaba por el río, con el comandante de la vanguardia republicana Benedicto González, pudo apresar en la oscuridad una canoa y el buque español más adelantado, el cual fue abordado y por los prisioneros se enteró Maza del dispositivo fluvial asumido por los realistas, que estaban a corta distancia de sus buques que seguían avanzando de forma sigilosa.
Como la flotilla española estaba muy cerca, la republicana avanzó con celeridad y en la madrugada del 25 de junio, cuando aún las brumas envolvían la flotilla española obstaculizando su visibilidad, la republicana, en el mismo momento en que el centinela enemigo daba la alarma, machete en mano se lanzó con Maza a la cabeza al abordaje con fiereza, temeridad y rapidez. Los buques que intentaron huir fueron agarrados por los garfios que lanzaron desde las embarcaciones republicanas y gran parte de la marinería española fue muerta cuando apenas despertaba.
Los artilleros de tierra tampoco pudieron proteger sus barcos porque la niebla y la confusión de la sorpresa se lo impidieron. Al Príncipe de Asturias, barco insignia de la flotilla realista, le volaron su santa bárbara y otros fueron incendiados por sus capitanes para evitar la captura. Solo unos pocos lograron escapar hacia Cartagena.

Fueron muchos los prisioneros realistas que cayeron en manos de los republicanos y, cuando el día aclaró completamente, las sombras de la venganza de Maza alcanzaron pavoroso terror. Desde su bongo (parecido a una canoa, pero de mayor tamaño), la Comandancia, de espaldas al sol y sentado en rústica silla, uno a uno hizo pronunciar a los prisioneros la palabra “Francisco” o “Zaragoza”, y el que lo hacía con el ceceo español o la zeta española era condenado a muerte con la frase «al baño». En el lugar de la ejecución, se encontraban dos soldados, con afilados machetes en sus manos; el reo era decapitado y arrojado al río Magdalena. Así fueron desfilando, por la trágica borda, más de 200 cabezas esa mañana. Solamente un prisionero logró salir con vida de aquel baño de sangre, Juan Sordo, gracias a que lo reconoció como su maestro de infancia.
Córdova, que fue engañado por sus dos guías de ruta, no alcanzó a participar en el combate y llegó después de la degollina. Pero los guías que lo habían engañado fueron igualmente fusilados. El parte de este combate fue enviado por Córdova, aun cuando Maza había alcanzado a comunicarle lacónicamente la victoria al vicepresidente, quien la transmitió a Bolívar en esos términos: «Me alegro mucho del suceso de Maza: el niñito es pasado; por cada herido mata cien hombres; sin más novedad».
En esta acción por parte de las fuerzas republicanas fueron tomadas 13 lanchas y 18 champanes con sus pertrechos y artillería. Córdova y sus tropas viajaron a Barranquilla para determinar con Luis Brión y Mariano Montilla los planes para la toma de Cartagena.
Conquista de Santa Marta
Batalla del río Fundación o El Codo (30 de octubre de 1820)
En 1820, en Margarita, el coronel Mariano Montilla tomó el mando de la Legión Irlandesa, recién llegada a la isla, y por orden de Bolívar se trasladó a Riohacha el 4 de marzo de 1820 con 400 efectivos, donde comenzó las operaciones de la costa de Cundinamarca y asumió, además, el cargo de comandante general de aquel teatro de operaciones. Allí sostuvo con los realistas los combates de Fonseca, Tablazo y el Molino.
El 29 de marzo, el coronel Montilla ocupaba Valledupar, pero las guerrillas aislaron a su columna en la ciudad. Se esperaban refuerzos, pero la mayoría de los soldados habían sido enviados a Pasto y solamente se envió un pequeño contingente al mando del coronel Francisco Carmona Lara, quien llegó el 10 de marzo a Ocaña sin ayudar en nada a Montilla. También, el 20 de marzo, salió de Bucaramanga el coronel Jacinto Lara con 1.000 soldados del BIL de rifles, del BI Pamplona y del BIL de flanqueadores bajo la promesa de tomar Santa Marta y Maracaibo. El 17 de abril, bajo constante acoso de las guerrillas de Miguel Gómez, Montilla ordenó la retirada a Riohacha.
El 11 de junio, Montilla tomaba Sabanilla con apenas 150 colombianos y 60 mercenarios de la Legión Irlandesa. El 16 de junio, Carmona se aproximaba a Valledupar; cinco días después se unía con Lara en sabana Tamalameque. El 24 de junio, Carmona y 1.500 soldados atacaban en Chiriguaná al coronel realista Vicente Sánchez de Lima con 1.200 realistas, mientras que tres días antes el coronel republicano Hermógenes Maza con 50 republicanos tomaba El Banco al oficial Vicente Villa y 250 defensores.
El 30 de junio Montilla y 130 efectivos vencían al coronel Esteban Díaz y 200 realistas en Sitio Nuevo. El 12 de julio, Montilla ocupaba Barranquilla y era recibido con entusiasmo por la población mientras mantenía comunicación constante con Maza y el coronel Córdova. Entretanto, el gobernador de Santa Marta, brigadier Pedro Ruiz de Porras, había reunido todos los destacamentos que pudo y fortificó su villa y alrededores con ayuda del Tcol realista Francisco de Labarcés y Perea y los locales. Luego le ordenó a Sánchez de Lima tomar la iniciativa contra Lara. Su plan era atraer al oficial republicano a Ciénaga mientras Labarcés avanzaba por el Río Frío y cortaba su retirada, luego aniquilarlo.
El 1 de septiembre, llegaron a Santa Marta la corbeta española Ceres desde La Habana y desembarcó 250 quintales de harina. La escuadra del almirante Luis Brión, que imponía un bloqueo naval a la bahía, se retiró al sentirse incapaz de enfrentarla. Esto les dio nuevos ánimos a los samarios, aunque el gobernador Ruiz de Porras decidió dejar salir de la ciudad a todo el que quisiera y permitió a los republicanos locales reunirse con sus familias. Luego la Ceres partió con la misión de traer más víveres. Poco después, llegaron desde Puerto Cabello las corbetas Diana y Descubierta, la goleta de guerra Morillo y un bergantín mercante con más provisiones. También traían 250 soldados de línea enviados por Pablo Morillo a las órdenes del Tcol Antonio Barcárcel. Los recién llegados persiguieron a la flotilla de Brión hasta su refugio en Sabanilla, pero no se atrevieron a atacar debido a las baterías ubicadas en la costa.
El 20 de octubre, el coronel realista Vicente Sánchez de Lima, con unos 600 efectivos, atacó en Guaimaro, a orillas del río Magdalena, al coronel Jacinto Lara con unos 1.300 efectivos, quien esperaba órdenes de cruzar el curso de agua.
El coronel Lara fue vencido y debió ser sustituido por José María Carreño, un oficial más agresivo y con más experiencia militar. Las tropas republicanas tomaron la ofensiva y empezaron a seguir a los realistas, que estaban en retirada. Los realistas intentaron detenerlos con una columna de infantería en el paso Cotiné, pero fue inútil y se refugiaron en Fundación de San Sebastián. El coronel realista había dejado la ruta abierta a Santa Marta a sus rivales con la intención de que intentaran llegar a la ciudad y aprovechar de atacarlos por detrás; sin embargo, los republicanos no cayeron en la trampa y avanzaron contra él.
El 30 de octubre, después de varias escaramuzas, Carreño se enfrentaba a Sánchez de Lima en Fundación. El coronel realista había dispuesto una línea defensiva detrás del río y durante una hora Carreño atacó sin éxito sus posiciones. La clave para la prolongada resistencia realista fueron unos muros de piedras que había cerca de la población y que fueron usados como parapetos. Al final, fueron 8 llaneros a caballos que lograron vadear las posiciones, las flanquearon por la derecha y forzaron a los defensores a retirarse con muchas bajas. Los realistas se refugiaron en la altura de El Codo, a una legua del río, donde intentaron nuevamente resistir, pero la segunda compañía del BIL de rifles y alguna caballería lo tomaron por asalto rápidamente. Los vencedores no tomaron prisioneros en el combate, siguiendo las tácticas de la Guerra a Muerte.
Al mismo tiempo, el capitán de navío José Prudencio Padilla ocupaba la Ciénaga Grande de Santa Marta y Brión volvió a bloquear la bahía de Santa Marta. Lo que hizo Padilla fue bajar por el río Magdalena con fuerzas sutiles y salir al mar por el caño Cuatro Bocas, penetrando en la rada de Ciénaga y uniéndose a las tropas terrestres para preparar el asalto final contra Ciénaga.
Los realistas sobrevivientes huyeron a Ciénaga para evitar quedarse aislados de Santa Marta. Sánchez de Lima escapó con unos pocos a Valledupar y luego a Maracaibo, siempre seguido por el Tcol Balcárcel y 15 soldados; aunque se envió a un piquete de caballería en su persecución, el coronel logró escapar, pero el Tcol fue alcanzado en un monte cercano y muerto; otros 150 realistas fueron capturados.
El 8 de noviembre, Carreño con 700 efectivos decidió acabar con el Tcol realista Francisco Labarcés y sus 300 seguidores. Lo distrajo con un ataque de sus cazadores mientras cruzaba el río con el grueso de sus hombres más arriba. Al darse cuenta, el Tcol se retiró a Pueblo Viejo.
Batalla de Ciénaga (10 de noviembre de 1820)
Con Córdova abordaron la flota otros civiles destacados, entre ellos Pedro Gual. El 11 de junio, fondearon en Sabanilla y sometieron rápidamente a los españoles. Siguieron a Barranquilla y Soledad, donde recibieron apoyo de sus moradores que les ofrecieron ayuda material y se alistaron en el ejército 800 voluntarios de la región. Montilla nombró a Gual gobernador civil de la provincia y al coronel Ramón Ayala, gobernador militar. Hasta que fuera liberada Cartagena, Barranquilla funcionó como capital y centro de las operaciones de la Costa. Reorganizado el ejército, Montilla se dirigió hacia Cartagena mientras las tropas de Lara y Carreño tomaban a Santa Marta, el 10 de noviembre de 1820, con el apoyo de las fuerzas sutiles (fuerzas navales menores que operaban en el río) comandadas por Padilla. Estas siguieron luego por el río Magdalena al Canal del Dique, desde donde entraron y ocuparon la bahía de Cartagena.
Conocedor de que iban a atacar su ciudad, el gobernador Francisco Tomás Morales empezó a preparar la defensa. San Juan Bautista estaba a dos leguas de Río Frío, a 17 de Santa Marta y a dos y media de Pueblo Viejo. Era el hogar de 2.000 indios antes de la guerra. Ordenó construir una línea de defensas que iba desde Pueblo Viejo al resguardo San Juan Bautista de la Ciénaga, atravesando ambas localidades y equipada por cañones y una animada fuerza de caballería e infantería.
Estaba basado en 9 fortificaciones de campaña, construidas entre 1811 y 1813 por las autoridades realistas de Santa Marta, con fajina, estacas, tablones y barricadas de arena. Su propósito era controlar el paso entre la Ciénaga Grande de Santa Marta y el mar Caribe, unas orientando sus cañones hacia el interior de la albufera para evitar el paso al mar Caribe: la batería de San Fernando o de la Barra en la boca y frente a la isleta de Salamanca, la batería de Pueblo Viejo (población llamada antigua Santa Marta de la Ciénaga), la batería de San Andrés, la batería de San Miguel en la misma playa meridional y el camino cubierto o trinchera para unir las baterías San Andrés y San Miguel.
Otras apuntaban al mar Caribe: la trinchera y batería de la Tenaza en la playa, el reducto de San Francisco con estacada y rastrillo para fusileros en la playa, la batería del Carmen, la más oriental de las fortificaciones para proteger a Pueblo Nuevo o San Juan de la Ciénaga (actual municipio de Ciénaga).
Por último, la única fortificación que podía cumplir doble función en proteger la ciénaga y el mar era el reducto del Socorro para fusileros, que protegía a Pueblo Viejo por el frente del mar. Además, otras las levantadas en el litoral entre las ciudades de Santa Marta y Ciénaga, como la batería de San Pedro, fuerte del Dursino o Dulcino y batería de Gaira; y en la bahía de Santa Marta estaba la batería de Santa Bárbara, obra construida sobre las viejas ruinas del fuerte de San Vicente y la batería del Rosario que, según la descripción en combate, pudo ser una reconstrucción del derruido fuerte de San Juan de las Matas.
Estas posiciones formaban una barrera o puerta de entrada natural que todo atacante deseoso de tomar Santa Marta debía atravesar. Los oficiales al mando eran los peninsulares Francisco Tomás Morales y Manuel Antonio Díaz y los capitanes de milicias pardas, el cacique Faustino Bustamante, el catalán Francisco de Labarcés y Perea y los mulatos Narciso Vicente Crespo y Tomás José Pacheco. También estaba Esteban Díaz, coronel de ingenieros. Indios y zambos formaban el grueso de la tropa y tenían esperanzas de rechazar a los atacantes como habían hecho anteriormente. En total eran unos 1.800 efectivos, con solo muy pocas fuerzas regulares.
Por parte de las fuerzas ofensivas republicanas, contaban con el BIL de rifles y el BI Girardot de Antioquia actuando como punta de lanza en la batalla; estos habían sido entrenados por el coronel José María Córdova. Las embarcaciones llevaban 650 hombres; la infantería estaba formada por 2.000 más, que junto a la artillería y la caballería sumaban más de 400 jinetes, en su gran mayoría venezolanos. Las fuerzas republicanas estaban divididas en dos columnas, la primera a cargo de los coroneles Hermógenes Maza y Francisco Carmona, y la segunda por el coronel José María Carreño, acompañado de Calderón, Avilés y Acevedo. Por el río Magdalena, entrarían las fuerzas sutiles del coronel José Prudencio Padilla y por el mar Caribe, el almirante Luis Brión bloqueando el puerto de la ciudad de Santa Marta, siendo reforzado por una escuadrilla al mando del capitán de fragata Walter D. Chitty.
Ataque de Carreño
Las tropas republicanas del coronel Carreño con el BI de Antioquia salieron de su campamento en dirección a las posiciones enemigas a las 02:00 horas del 10 de noviembre en completo sigilo. Seis horas más tarde estaban frente al pueblo, comenzando el ataque coordinado de Carreño y Padilla a las 09:00 horas, cuando el capitán de navío abrió fuego sobre la flotilla enemiga. Brión estaba en el mar frente a Santa Marta esperando a Padilla.
Carreño consiguió silenciar en diez minutos las baterías de Pueblo Viejo, pero entonces los habitantes de San Juan Bautista le empezaron a disparar desde sus casas. Sin embargo, ignoró a los defensores realistas de la posición. Carreño decidió flanquear las baterías y dirigirse directamente contra el resguardo, cuyos habitantes se defendieron parapetados en sus casas, manteniendo un nutrido fuego que causó muchas bajas a sus enemigos y defendiendo cada palmo de tierra. Sin embargo, los defensores fueron imprudentes, pues abandonaron las trincheras con fosos, empalizadas y fortines con baterías de artillería para contraatacar.
Al parecer, la noche anterior el gobernador les había dado aguardiente para infundirles valor y vieron que eran muy superiores en número. Así los indígenas abandonaron sus trincheras en cuanto los republicanos se acercaron para un combate con bayonetas en las playas. Esto fue aprovechado por los furiosos republicanos para seguir cargando y desordenar al contingente enemigo. Se dice que en esos momentos murieron también muchas mujeres que seguían a sus hombres cargando municiones de repuesto y quedaron en medio del combate. Entonces el escuadrón de caballería llanera que mandaba el comandante Ramón Calderón lanzó varias cargas contra los indígenas realistas y mató a muchos con sus lanzas. Prácticamente los persiguió por todas partes y en todas direcciones. Como prueba de la ferocidad del combate, más de 400 indígenas realistas quedaron muertos en San Juan Bautista, aunque otros dicen que fue en Pueblo Viejo. El choque había durado menos de una hora.
Ataque de Padilla
Mientras tanto, Padilla estaba con las fuerzas sutiles en Punto Caimán, cerca de boca Barra Vieja, en la Ciénaga Grande y miraba a Pueblo Viejo, La Salina y La Barra. Decidió primero acabar con los barcos enemigos y luego con sus baterías terrestres. No dudo en atacar, «apresando la defensa móvil, o sea, la flotilla enemiga» y capturando las baterías de Pueblo Viejo, La Salina, La Barra y Ciénaga en media hora de combates. Luego desembarcó al contingente de Maza en las sabanas cercanas a La Barra y le ordenó adelantarse hasta Santa Marta; luego impartía al capitán de fragata Walter Dawes Chitty la orden de dirigir a sus barcos en ayuda de Brión y él mismo se unía a Maza. En esta acción habrían muerto más de 200 realistas.
Padilla se unió al contingente de Maza y llegaron justo a tiempo para salvar al coronel, quien había sido rechazado y sufría el contraataque de 150 realistas que intentaban envolverlo y capturar su parque. Habría sido la oportuna llegada de Padilla lo que concluyó con la victoria republicana después de hora y media de batalla.

El contingente de Maza y el de Carreño se unieron en San Pedro y juntos atacaron las baterías de Dursino (Durcino) y Gaira.
Por su parte, la flota salió al mar por La Barra y se unió a Brión frente a Santa Marta. Para finalizar, Carreño puso su vanguardia al mando de Maza y le ordenó avanzar a Santa Marta. Poco después empezó a ordenar al resto de su división que también siguiera.
Francisco Burdett O’Connor relata que dos españoles heridos, en la noche posterior, fueron encontrados sin poder moverse en el campo de batalla. Un edecán de apellido Hormachea los degolló a pesar de las protestas de O’Connor. En combates anteriores, el mismo edecán había hecho colgar a los prisioneros de los pies para luego decapitarlos y arrojarlos al río. El explorador inglés John Potter Hamilton señala que al día siguiente los 400 guerreros indígenas que quedaban lanzaron un contraataque y que fue tal su valor que solo la superioridad numérica del enemigo permitió su derrota.
El mulato Pacheco antes de expirar a poco de herido, supo que la plaza estaba perdida, cubierta de cadáveres, y exclamó: «muero contento porque todos hemos quedado en el campo de honor sin claudicar, ¡Viva España!». En cuanto al coraje de los nativos, dice Beralt, que «los indígenas adictos a la causa de España pelearon y sucumbieron con un valor, mejor dicho, con fanatismo imponderable, en extremos tal su encanecimiento que para vencerlos hubo de ser precisa la tenaz intervención de la caballería llanera, que hizo una mortandad horrorosa».
Los realistas tuvieron 621 muertos, 257 heridos y 633 prisioneros; sumando las bajas de los combates previos en Fundación, el número asciende a 720 muertos y 431 heridos. También fueron capturadas 182 piezas de artillería de calibre de 2 a 24 libras, dotaciones de artillería, 5 barcos de guerra, 3 botes de cubierta, 86 bongos mercantiles y 800 fusiles. Los republicanos solo tuvieron 40 muertos y 114 heridos.
Las poblaciones de Pueblo Viejo y San Juan de la Ciénaga quedaron bajo el control republicano; por lo tanto, el próximo paso era ir sobre Santa Marta. José Prudencio Padilla y su flotilla emprendieron rumbo a la bahía de Santa Marta para reforzar el bloqueo asignado al almirante Brión; mientras Maza y Carreño prosiguieron su estela de muerte para acabar la resistencia realista pertrechada en la batería de San Pedro, y de allí siguieron sobre los realistas parapetados en las trincheras de Dursino y en Gaira.
Ocupación de Santa Marta
Enteradas las autoridades realistas en Santa Marta de la derrota, decidieron enviar al coronel español Juan Narváez con dos vecinos miembros del cabildo para solicitar suspender el ataque y negociar la rendición que les fue concedida, pero esa misma noche el gobernador Pedro Ruiz de Porras y los tres vecinos más importantes de la localidad huyeron despavoridos a Riohacha y Maracaibo.
La mañana siguiente del 11 de noviembre de 1820, Carreño, Maza y sus tropas avanzaron sobre Santa Marta, entraron sin encontrar resistencia de los realistas ni de los indígenas. El coronel Montilla y el doctor Pedro Gual fueron los encargados de constituir el nuevo gobierno.
Toda la costa neogranadina queda en manos de los republicanos, a excepción de Cartagena, que fue sometida a un largo asedio. Sin embargo, Bolívar decidió castigar a las provincias más afectas a la monarquía española y les exigió aportar a cada una 2.000 reclutas para el ejército republicano. En una carta al vicepresidente Francisco de Paula Santander, decía que había que preparar una ofensiva contra los realistas de Venezuela y para eso se debían traer: «los 2.000 veteranos que le mando levantar y 2.000 samarios que deben venir de Santa Marta». La respuesta no se hizo esperar; muchos hombres adultos huyeron a los bosques y formaron guerrillas. Los comandantes republicanos asumieron que las partidas de irregulares que operaban en Santa Marta y Riohacha estaban controladas por el jefe realista Francisco Tomás Morales.
Santa Marta no sufrió un castigo tan severo como Cartagena, pero su crecimiento se retrasó en comparación con otras provincias del país, aunque durante varios años superó a Cartagena como puerto hasta que cedió primacía a Barranquilla en los años finales del siglo XIX. Riohacha, dos veces incendiada, quedó en una situación tan precaria que el gobierno tuvo que eximir a sus gentes de ciertos impuestos y auxiliarla con recursos para la reconstrucción de su iglesia.
Asedio de Cartagena de Indias (14 de julio de 1820 a 10 de octubre de 1821)
Inicio del asedio
El sitio comenzó el 14 de julio de 1820, cuando el coronel venezolano Mariano Montilla rodeó la urbe con unos 3.000 efectivos. La guarnición estaba dirigida por el gobernador y brigadier español, Gabriel Ceferino de Torres y Velasco, virrey Juan de Sámano y el coronel Francisco de Paula Warleta; disponían de unos 1.500 efectivos. Los realistas seguían comunicados por mar y eran apoyados por los pueblos de los alrededores, así que no hubo problemas a la hora de abastecerse. Se requería la flota del almirante José Prudencio Padilla (1784-1828), que estaba ocupado conquistando Riohacha (12 de marzo) y Santa Marta (11 de noviembre). A la par arribaron las divisiones mandadas por Córdova y Maza a reforzar la presión sobre los realistas luego de las victorias y pacificación de Antioquia y el Magdalena; y con la misión de evitar que los realistas se abastecieran de víveres y pertrechos de la Sabana de Corozal.
El brigadier Torres y Velasco quiso negociar, pero Montilla rechazó la petición de reunirse con él. Posteriormente, escribió a Bolívar, pero este también se negó a dialogar. El brigadier, creyendo que Bolívar estaba en Barranquilla, decidió forzar el sitio con el RI de León para capturarlo. Así 420 infantes y 60 artilleros desembarcaron en la noche del 1 al 2 de septiembre en Cospique y sorprendieron en Buenavista a 1.000 republicanos del coronel Ramón Ayala. Los realistas sufrieron 125 muertos y 50 heridos, viéndose obligados a volver a Cartagena. Su misión fue en vano, pues Bolívar estaba en Mahates, a salvo.
Mientras tanto, Bolívar y el comandante general español Pablo Morillo negociaban un acuerdo (por orden del gobierno madrileño del Trienio Liberal). El 25 de noviembre firmaba el Tratado de Armisticio en Trujillo, que duraría 6 meses, hasta el 28 de abril de 1821, cuando ambos bandos acordaron reabrir las hostilidades. Mariano Montilla, al mando de 3.000 efectivos, puso bajo asedio Cartagena de Indias entre el 14 de julio de 1820 y el 10 de octubre de 1821 (durante la vigencia del armisticio hubo un alto el fuego).
Los republicanos habían aprovechado la pausa para asegurar sus posiciones, promover las deserciones en las filas realistas y violaban sistemáticamente el acuerdo promoviendo una revolución en Maracaibo y trasladando a la flota de Padilla frente a Cartagena, bloqueando el puerto con 40 naves en enero de 1821.
Capitulación
En mayo, Montilla comisionó al capitán de navío, José Padilla, a liberar Cartagena. Penetró por el Estero de Pasacaballos a la Bahía con una escuadrilla de fuerzas sutiles, compuesta de 43 canoas ligeras, pero bien armadas y tripuladas. Rápidamente, Padilla se apoderó de varios puntos en la bahía; Bocachica quedó aislado, cortando comunicación y vías para aprovisionarse de Cartagena.
El 24 de junio de 1821, durante la Noche de San Juan, la flotilla ligera mandada por el capitán José Prudencio Padilla en su goleta Independiente se dirigió hacia el fuerte de Manzanillo protegidos por la oscuridad nocturna y luego frente a la isla de Manga, donde esperaron el relevo de la guardia de los españoles, momento en el cual se había programado para el inicio el ataque a la flota realista en la bahía de las Ánimas, cerca del actual muelle de Los Pegasos, mientras que el coronel Federico Adlerkreutz simulaba un ataque por tierra a medianoche, y a la señal de un cohete sobre las 11:45 horas, la acción naval empezó.
Padilla dio un golpe decisivo, realizando la hazaña de pasar debajo de los fuertes de la plaza y atacar toda la escuadrilla sutil que los españoles tenían allí refugiada, al amparo de los baluartes del Reducto, de Santa Isabel y de Barahona (en el Arsenal); y de echar a pique, además, el bergantín Andaluz y un bongo, capturar 11 barcos realistas con su armamento. La acción terminó a las 01:10, después de que los realistas sufrieran 110 muertos y los republicanos 3 muertos, 18 heridos y 5 barcos averiados. Por esta acción Padilla fue ascendido al grado de contralmirante y comandante general del Tercer Departamento.
A consecuencia de la victoria de San Juan, a las dos semanas, el 6 de julio, los castillos de Bocachica se rindieron a Padilla. Al día siguiente, 7 de julio, Padilla envió la primera misiva al gobernador para la rendición de la plaza.
Después de esto, la suerte de la guarnición quedaba sentenciada. Sámano consiguió escapar por mar hacia Panamá, que hasta noviembre seguiría en manos españolas. Torres y Velasco se vieron obligados a capitular ante el general Montilla el 10 de octubre, quedando conquistada la última fortaleza realista del Caribe colombiano. Los 700 sobrevivientes que se rindieron fueron enviados a Cuba.
En La Habana el brigadier Torres y Velasco vivió un proceso judicial entre 1824 y 1827 por su capitulación.
El costo de la independencia fue catastrófico para Cartagena y su provincia. Significó la destrucción de su economía, la pérdida de su preeminencia geopolítica, el empobrecimiento y la recesión económica durante casi un siglo. La destrucción de la ciudad significó una caída dramática de su población. Perdió la mitad de sus habitantes y la casi totalidad de su clase dirigente, muerta durante el sitio o emigrada. De 18.708 personas que se calcularon para la ciudad en 1815, la población descendió, según el censo de 1835, a 11.929 personas y siguió disminuyendo durante el siglo. En 1905 Cartagena apenas albergaba a 9.681 personas.
En comparación con el resto del país, la región del Caribe, organizada durante algunos años como el extenso departamento del Magdalena, integrado por las antiguas provincias de Cartagena, Santa Marta y Riohacha, sufrió un desplazamiento en cuanto a concentración de población, lo cual debe atribuirse, en buena parte, a la destrucción de Cartagena, su centro de poder.