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Defección del batallón Numancia
El BI-I Numancia era el mejor batallón que había traído Morillo al virreinato de Santa Fe. Sus muchas campañas le habían reducido a poco más de un tercio, completándose las bajas con jóvenes de la provincia de Barinas y los Llanos de Venezuela. Fue mandado a Nueva Granada, ocupó Popayán y después de ocho meses de refriegas, entró triunfante y orgulloso en Santa Fe. Trasladado al Perú por las expediciones de Cochrane, recibió orden de partir a Lima, y del 4 de febrero al 6 de julio, por Popayán, Quito, Loja, Trujillo, recorrió más de 1.500 leguas (3.600 km) en marchas y contramarchas, atravesando la provincia de Quito y llegando a Lima en febrero de 1819; dejando en todas partes mucho dinero por su número, respeto al monarca por su denuedo y gratos recuerdos por su disciplina.
Posteriormente, pasaron a Trujillo donde las compañías 5ª y 6ª, que se hallaban en cuadro, completan sus filas con reclutas peruanos. En aquel entonces estaba al mando del Tcol Roberto Delgado.
En septiembre de 1820, fue descubierta una conspiración de algunos oficiales venezolanos (Miguel de Letamendi, León Febres Cordero y Luis Urdaneta) para sublevar el batallón, pero fueron detenidos y deportados a Guayaquil, donde acabarían uniéndose a las fuerzas insurgentes que operaban en aquel sector.
En la madrugada del 3 de diciembre de 1820, el BI-I Numancia se pasó casi íntegro a las filas independentistas en el puente de Huaura. Contaba con 996 efectivos, todos criollos, de los cuales 671 eran venezolanos y 325 peruanos. Los líderes que hicieron posible esta defección fueron los capitanes Tomás Heres y Ramón Herrera y los tenientes Pedro Guash y Pedro Izquierdo, oficiales criollos del citado batallón.

Estos y otros jefes habían sido seducidos por la propaganda independentista y con ello se hizo posible tal suceso. Se sabe que en esta labor de seducción tuvieron destacada actuación varias damas peruanas, sobre todo Carmen Noriega, Gertrudis Coello, Carmen Guzmán, Hermenegilda y María Simona Guilsa y Rosa Campuzano. Carmen Guzmán era la propietaria de una fonda donde se alojaban y comían los oficiales del Numancia. Este hecho facilitó la labor de ganar a la causa independentista a los oficiales de Numancia, que con frecuencia se encontraban en la mencionada fonda.
También tiene que destacarse en la labor de persuasión, para la ocurrencia de ese acontecimiento, a los sacerdotes del oratorio San Felipe Neri, Joaquín Paredes y Mariano José de Arce. El primero de los mencionados era visitado, en el convento de San Pedro de Lima, con relativa frecuencia por Tomás Heres. Se sabe que fue este sacerdote quien conversó y convenció a Heres para que se decidiese por su pase a las filas independentistas.
Hay que señalar que en este sorpresivo acontecimiento también intervino en algo, y tal vez no poco, el deseo de ganarse unas cuantas onzas de oro, más exactamente un total de 150, que, según propias declaraciones de Heres, se distribuyeron entre 130 hombres, entre soldados y oficiales del afamado batallón.
Asimismo, en algo debió pesar el anhelo de regresar a Venezuela, tierra natal de la cual procedía la mayor parte de los integrantes del Numancia. Se sabe, por un oficio dirigido por los oficiales del Numancia a Sucre, de fecha 30 de octubre de 1821, que ellos le habían manifestado al general San Martín, cuando se pasaron a sus filas, sus deseos de regresar a su patria, consiguiendo que San Martín les prometiese acceder a ello apenas se tomase la capital del Perú.
No todos, por supuesto, se plegaron a la defección. Entre estos opositores destacaba el Tcol Ruperto Delgado, jefe del Numancia. Delgado, que era peninsular, fue apresado por los conjurados y, gracias a la intercesión de su íntimo amigo el capitán Tomás Heres, pudo vivir tranquilamente en el pueblito de Supe y luego pasar a Chile y de allí viajar a Europa.
Algunos pocos soldados lograron huir, fieles a la causa realista, en el mismo momento que se produjo la defección, siendo ellos los que informaron a Valdés, quien por Trapiche se replegaba sobre Lima.
Los efectivos del Numancia aprovecharon la oscuridad para abandonar las filas realistas y pasarse al bando independentista. Se unieron a la división republicana que se encontraba al mando del general Alvarado. San Martín la había destacado hacia Chancay para apoyar el pase del Numancia. Realizada la acción, desde Chancay se le enviaron partes a San Martín dándole cuenta de la buena nueva. En Chancay se embarcaron los independentistas y pusieron rumbo hacia Huacho, llegando al cuartel general de Huaura el 11 de diciembre. San Martín, en premio a la labor directriz de Heres, lo ascendió al grado de coronel. Al BI-I Numancia le encargó la honrosa misión de recibir en custodia la bandera del Ejército Libertador. Por otra parte, mandó que agregase a su nombre el sugestivo título de “Leal a la Patria”. El BI-I Numancia conservaría ese nombre hasta que en 1823 Bolívar lo cambió por el de voltígeros (voltigeurs) de la Guardia.

Este acontecimiento tuvo para la causa patriota gran importancia, no tanto por lo que podía significar numéricamente la pérdida de 650 efectivos para los realistas, sino por el impacto sicológico dentro de dicho ejército.
Destitución del virrey Pezuela
La actitud pasiva que había tomado el virrey Pezuela ante la invasión del ejército libertador mandado por San Martín. Así como también los continuos fracasos del ejército realista y la cada vez más desesperada situación debido a los progresos de los planes de San Martín, fue creando un ambiente hostil contra el virrey, sobre todo en el círculo de jefes militares peninsulares. Como bien dice Nemesio Vargas: «En el espacio de cuatro meses, Pezuela había perdido 400 hombres de Quimper, 200 en Izcuchaca, 200 en Jauja, 80 en Tarma, 100 de tropas y 200 mineros armados en el Cerro de Pasco; el batallón Victoria, el escuadrón Carabayllo, 3.000 de la división de Ricafort, 600 en Trujillo, 1.500 en Guayaquil; la fragata Esmeralda, la goleta Aranzaza; los partidos de Ica, Córdova, Yauyos, Huarochirí, Canta, Chancay; las provincias de Huamanga, Huancavelica, Tarma, Trujillo, Guayaquil; y la estimación de su teniente, La Serna, Canterac, Valdés, Loriga, Ameller, Villalobos, Ferraz, García Camba y otros, resueltos ya a hacerse dueños del país y de la situación».
El 16 de diciembre de 1820, ocurrió un hecho que nuevamente puso en serios aprietos, ante sus gobernados, al virrey Joaquín de la Pezuela. Aquel día el cabildo de Lima le elevó un informe comunicándole que los vecinos estaban porque el Ayuntamiento gestionase la celebración de un armisticio con el ejército independentista. Los más fervorosos realistas del regimiento Concordia no tardaron en repudiar semejante actitud y solicitaron que se expulsase del regimiento a los firmantes de semejante petición. El virrey Pezuela, ante tan opuestas actitudes, no supo qué determinación tomar y ello sería otro de los motivos que impulsó a un grupo de militares la decisión de llevar a cabo su deposición, como una medida necesaria para poder intentar salvar la suerte del virreinato.
El 29 de enero de 1821, en Aznapuquio, los realistas se reunieron en Junta General. Canterac yValdés presentaron los cargos contra el virrey y se manifestaron por su inmediata deposición, deportación y reemplazo. El escogido para sustituirlo fue José de La Serna. Fueron 19 los jefes que suscribieron este acto, entre ellos José de Canterac, Jerónimo Valdés, el Marqués de Valleumbroso, Mateo Ramírez, Andrés García Camba, José Ramón Rodil, Antonio Seoane, Valentín Ferraz, etc. El capitán Plasencia fue el encargado de llevar dicha nota al palacio virreinal y hacer que llegara a manos de Pezuela. En Palacio, la nota fue recibida por Juan Loriga, secretario de la Junta de Guerra, quien fue el encargado de entregársela personalmente al virrey.
Pezuela, después de leer la nota, consultó con sus jefes militares allí presentes, sin imaginarse siquiera que ellos también estaban comprometidos en el complot. Pezuela creyó conveniente que La Serna (Pezuela no sabía ni sospechaba que era uno de los principales líderes del complot) pasase a Aznapuquio para entrevistarse con los rebeldes y tratar de convencerlos para que depusieran su desestabilizadora actitud. La Serna, sagazmente, se disculpó pretextando que, en caso de fracasar en su misión, se le consideraría cómplice. Ante esto, Pezuela se decidió por contestar a los rebeldes que nombraría a José de La Serna general en jefe del ejército, pero que su dimisión solo la haría en otras circunstancias menos dañosas para su cargo y para su persona.
La respuesta y actitud mesurada y conciliadora del virrey fue rechazada de plano por los amotinados, quienes contestaron a esta nota dándole a Pezuela un plazo perentorio de cuatro horas para renunciar. Pezuela, al recibir e informarse de esta nueva nota, reunió a la Junta de Generales, integrada por La Serna, La Mar, Llanos, Deliu y Vacaro. La Serna le aconsejó renunciar, precisándole que al darle este consejo no le movía interés alguno, pues él pasaría en breve a España. Pezuela, ante tan crítica situación, se veía en un callejón sin salida y sin otra alternativa que la de renunciar. Al producirse la acefalía del gobierno virreinal, la Junta de Generales acordó que La Serna debía hacerse cargo del mando.
La Serna «con harto bien planeado disimulo, varias veces se negó a hacerse cargo del virreinato», según expresa Nemesio Vargas. Incluso el propio Pezuela tuvo que insistirle para que aceptase el encargado que se les estaba confiriendo. Solo así, habiendo llevado la simulación al extremo de pasar como que dicho encargo lo recibía en contra de sus deseos. La Serna terminó por aceptar el reemplazar a Pezuela como un gran sacrificio en la difícil misión de tratar de salvar el Virreinato. Lo cierto es que José de La Serna se convirtió en el número 40 y último virrey del Perú no en contra de sus deseos y esperanzas, sino habiendo tomado parte en su propio nombramiento.
Pezuela, por su parte, el 1 de febrero dictó a Bartolomé de Bedoya (auditor general del Virreinato) su protesta formal, con carácter de secreta, por el motín. Él había tomado con mucha serenidad lo acontecido; según testigos de la época, no así su esposa, la cual, por ejemplo, reprochó a Juan Loriga su innoble actitud, teniendo en consideración que él había solicitado casarse con la hija de Pezuela.
Apartado del poder, Pezuela, su esposa y demás familiares, acordaron emprender el regreso a Europa y para ello decidieron hacer el viaje a bordo del buque de guerra británico Andrómaca, el 9 de abril. Sin embargo, Pezuela se vería imposibilitado de ir con ellos. Esto debido a que el comandante del citado navío tenía instrucciones de su gobierno de no recibir a ningún militar. En vista de ello, Pezuela permaneció en Magdalena, en casa de su yerno, el coronel Rafael de Cevallos.
A primeros de mayo Pezuela pudo embarcarse en la corbeta mercante estadounidense General Brown. El 7 de junio pasó de este navío al buque de guerra norteamericano Constellation. Aquel mismo 7 de junio de 1821, a eso de las 10 de la noche, se presentó a bordo del citado navío norteamericano el general José de San Martín, para mantener una entrevista con el ex virrey. La plática se prolongó hasta las dos de la madrugada y ella está confirmada por el propio Pezuela, quien así lo consigna en su Diario.
El caudillo independentista prometió a Pezuela permitirle abandonar las aguas del Perú apenas Lima cayese en su poder. Pero Pezuela no esperó que esto ocurriese y planeó su salida furtiva. Pagó bien al capitán del navío General Brown para que le permitiese embarcarse y abandonar el Perú. El 29 de junio, Pezuela se embarcaba en dicho navío, en Chorrillos. Cuando el capitán Charles Ridgeley, comandante de la Constellation, se informó de este suceso, se enfadó por la flagrante violación de las instrucciones dadas sobre el particular. Pezuela a bordo del General Brown pasó a Río de Janeiro y de allí a Europa.