Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Perú Preparación de la expedición

Envío de emisarios a Perú

1817 puede ser considerado el año en el cual la Expedición Libertadora del Sur inicia su intervención directa en el proceso separatista del Perú. En aquel año llegaron al territorio del virreinato peruano diversos emisarios enviados por San Martín, con el objeto tanto de ponerse en contacto con reconocidos republicanos como para estudiar el ambiente reinante en este territorio.

En noviembre de 1817 llegó a Lima, a bordo del navío Anfión, Domingo Torres, enviado con la aparente inocente misión de proponerle al propio virrey Pezuela un canje de prisioneros, pero en realidad con la secreta finalidad de hacer contacto con republicanos peruanos. Sabemos que llegó a ponerse en comunicación nada menos que con Remigio Silva.

En mayo de 1818 llegó a Lima otro emisario, Pedro Noriega, quien había sido tomado prisionero en la batalla de Maipú. Se presentó como representante de San Martín y entregó a Pezuela, según lo consignado por el propio virrey, un oficio de San Martín en el cual se le hacía responsable de la sangre que se derramara en lo sucesivo si no obraba con arreglo a la voluntad del pueblo peruano. Este oficio irritó al virrey, quien al respecto comentó: «Este niño con zapatos nuevos (pues era la única acción que había ganado, pues la de Chacabuco no se puede llamar tal) creyó enseñándomelos con el lenguaje que acostumbran estos hombres; a la menor ventaja había de amilanar a un soldado envejecido en ganar acciones sobre ellos; y así será la contestación que recibirá».

En 1819 llegaron otros emisarios, tales como José Navarro, José García y José Fernández Paredes. Navarro llegó al Callao el 4 de enero del mencionado año. Apresado, fue conducido a los calabozos del Real Felipe. Se sabe, por la misiva que Navarro escribió a San Martín desde Santiago, el 24 de marzo de 1819, que, a pesar de la incomunicación en la cual se le mantuvo, logró “notificar a mis compañeros de casamatas el buen estado de las cosas y del poco tiempo que les quedaba que sufrir para la restauración total de su libertad…” Asimismo, logró poner sigilosamente una carta de San Martín en manos de Pedro Abadía. Por la denuncia de un gallego, Abadía no pudo actuar adecuadamente a favor de la misión de Navarro.

En marzo o abril de 1819 llegaron los emisarios García y Paredes. «Debían informarse de todo cuanto tenía relación con el ejército real, del plan de operaciones que se pensaba seguir en caso de ser Lima atacada y del punto de la costa por donde se esperaba que el enemigo había de desembarcar. Esto era lo principal, pero sus investigaciones debían extenderse a las personas que rodeaban al Virrey, a la situación e ideas que dominaban en ambos cabildos, el civil y el eclesiástico, a lo que pensaba el arzobispo de Lima y sus familiares y, en general, debían dar los nombres de los que más se señalaban o por su aversión a la causa o por su patriotismo».

Pero no se sabe por qué razones, en noviembre, García se entregó a las autoridades e informó acerca de los pormenores de su misión, indicando incluso los nombres de todas las personas comprometidas por sus ideas separatistas. El virrey ordenó que el Tcol Fernando Cacho le tomase su declaración, la cual se llevó a cabo el 15 de febrero de 1820. Gracias a ella se sabe que había traído misivas para los sacerdotes Carrión y Tagle, Jerónimo Espinoza, Diego Aliaga, el doctor Pezet, el conde de la Vega del Ren, Hipólito Unanue, Gaspar Rico, Riva Agüero, etc.

El envío de los emisarios fue un plan muy bien meditado. Constituyó una etapa previa y necesaria antes de lanzarse a la fase decisiva de la intervención directa del Ejército Libertador del Sur en suelo peruano. No solo tenían como misión un plan de reconocimiento, sino también hacer proselitismo a favor de la separación, el publicitar en favor de la independencia mediante la circulación de diversas proclamas, muchas de ellas suscritas por San Martín.

Problemas de San Martín con el gobierno argentino

Después de la independencia chilena, San Martín se trasladó a Buenos Aires para obtener del gobierno un empréstito que permitiera costear los gastos de la Expedición Libertadora del Perú; llegó a dicha ciudad el 4 de mayo de 1818. Pueyrredón le prometió 500.000 pesos, pero luego hubo dificultades para cumplir la promesa debido a las luchas internas entre Buenos Aires y los caudillos federales. Entonces San Martín renunció a la jefatura del ejército el 4 de septiembre. Ante este hecho, el Directorio envió a San Martín 200.000 pesos. El Estado chileno contribuiría con una división y con su escuadra, al mando de Thomas Cochrane.

A finales de 1819, el gobierno de Buenos Aires se enteró de la preparación de 20.000 efectivos españoles para dirigirse a América y que el probable objetivo era Buenos Aires. Disturbios internos hacían necesaria la presencia de San Martín en territorio argentino, al mismo tiempo que el gobierno chileno lo reclamaba con urgencia para la expedición de Perú.

El general San Martín comunicó al Directorio que no tomaría la decisión de embarcar para el Perú sin haber recabado permiso del gobierno argentino.

Las órdenes del Directorio eran que la división de los Andes repasara la cordillera, en la suposición de que era imposible la proyectada expedición a Lima.

La división de los Andes después de la batalla de Maipú había pasado de Chile a Mendoza con un BIL de cazadores, 2 ECs de granaderos y 2 ECs de cazadores, llegando a Mendoza con unos 900 efectivos, habiendo sido aumentada con refuerzos de la provincia de Cuyo a 2.600 efectivos en el espacio de 3 meses. El general no iba a permitir que sus hombres derramasen su sangre combatiendo contra sus pares, por lo que ordenó retirar a Chile todas las unidades militares que habían repasado la cordillera y que se encontraban licenciadas en Mendoza, San Luis y San Juan. Toda división, a excepción del BIL de cazadores, repasó la cordillera a principios de 1820.

El 26 de diciembre de 1919, San Martín presentó su renuncia al mando del Ejército de los Andes, argumentando encontrarse enfermo y necesitado de pasar a los baños de Cauquenes. El gobierno rioplatense no le aceptó la renuncia.

Al caer el gobierno de Pueyrredón, su sucesor, el nuevo Director Supremo, ordenó que tanto el Ejército del Norte como el Ejército de los Andes mandado por San Martín abandonaran la lucha contra los realistas para aplastar las rebeldías provinciales. San Martín sencillamente ignoró la orden, mientras Belgrano obedeció a medias: ordenó a sus tropas iniciar la marcha hacia el sur, pero pidió licencia por enfermedad y delegó el mando en su segundo, Francisco Fernández de la Cruz el 11 de septiembre de 1819.

Se instaló en Tucumán, pero a poco de llegar fue sorprendido por un motín en esa provincia, que llevó al gobierno a su viejo conocido Bernabé Aráoz, y terminó con el general en prisión.

La provincia de Tucumán negó su obediencia al Directorio. Dos meses más tarde, también el Ejército del Norte se negó a apoyar al gobierno central contra los federales: al llegar a Santa Fe, el general Bustos dirigió el llamado Motín de Arequito, y el Ejército del Norte fue disuelto.

Todo el norte de Buenos Aires fue invadido por los caudillos, que llegaron en pocos días a los alrededores de la capital. Rondeau renunció el 11 de febrero de 1820, y en marzo abandonó la ciudad trasladándose a Montevideo. Su caída causó la caída del Directorio y del Congreso de Tucumán; hasta mediados de 1862 no hubo un gobierno nacional reconocido por todas las provincias argentinas.

El gobierno de Chile determinó que San Martín fuera el comandante en jefe de la expedición, que navegaría bajo bandera chilena. Finalmente, San Martín fue designado general en jefe y general del Ejército de Chile, y le fue conferido ad honorem el grado de capitán general dos días después. Cuando se disponía a reanudar la campaña al Perú, recibió la orden del Directorio de marchar hacia el litoral argentino con su ejército para combatir a los federales de Santa Fe y Entre Ríos. San Martín se negó de plano, y ante la insistencia respondió con el silencio.

En febrero de 1820, la caída del Directorio de las Provincias Unidas, por lo que el país quedó sin gobierno central.​ Esta situación dejó sin respaldo legal su autoridad, por lo que el 2 de abril de 1820, renunció frente a los oficiales argentinos el mando de la división de los Andes, pero estos, dirigidos por el coronel Enrique Martínez, rechazaron su renuncia, ratificándole en el puesto con la condición expresa de realizar inmediatamente la expedición al Perú.

Preparación de la expedición

A su regreso a Valparaíso, el 6 de marzo de 1820, el almirante Cochrane requirió del director supremo, general O’Higgins, la preparación de la campaña contra el Perú a la brevedad posible, aprovechando la inmovilidad de las fuerzas navales españolas en El Callao. En su apreciación, bastaría un ejército de 2.000 hombres cuyo mando sugería dar al general Ramón Freire para la ocupación de Lima y el derrocamiento del gobierno virreinal. Tal proposición no fue aceptada por el gobierno de Chile, tras el cual estaba San Martín, en razón de que ya se había resuelto que la expedición sería conducida por el general argentino.

El nuevo director supremo de Chile, Bernardo O’Higgins, nombró a José de San Martín como jefe del ejército y al marino escocés Thomas Cochrane, comandante de la flota naval. De esta forma, el “Ejército Libertador del Perú”, denominado así por decreto supremo del Congreso de Chile del 19 de mayo de 1820,​ era el Ejército Unido Libertador de Chile, una fuerza combinada de unidades del Ejército de Chile junto con las del Ejército de los Andes.

El nombramiento de San Martín no fue muy del agrado del almirante, suscitándose dificultades entre este y el gobierno por el comandante en jefe, al extremo de tener que establecerse una rígida diferenciación entre el mando de la Escuadra Libertadora, que ejercía Cochrane, y el mando del Ejército Libertador que tenía San Martín. Sin embargo, el mando de la Expedición Libertadora no era más que uno y era ambicionado por ambos caudillos. Cochrane muy pronto debió convencerse de que sería el perdedor. En efecto, así fue, y desde ese momento comenzaron los problemas por la falta de pago a la tripulación, abastecimiento insuficiente de los buques y del alistamiento de la expedición en general. Siendo el principal problema la falta de tripulaciones adecuadas para los buques, en razón de que los mejores hombres se habían ido por el no pago de sus salarios y de su participación en las presas.


Las discrepancias entre Cochrane y San Martín alcanzaron tan alto grado que solo la moderación de O’Higgins impidió un rompimiento definitivo entre ellos. Asimismo, fue necesaria su directa participación para apaciguar al almirante y evitar que hiciera efectiva su renuncia presentada en más de una ocasión.

Hay que destacar que la Expedición Libertadora del Perú, escuadra y ejército, fue preparada y equipada enteramente por el gobierno de Chile, a costa de grandes sacrificios. Las dificultades que afrontaba el gobierno de Buenos Aires, donde reinaba prácticamente una anarquía, le impedían cualquier apoyo a esta expedición. Asimismo, es de mencionar que, en el plano estratégico, la Expedición Libertadora del Perú era de gran significación para el afianzamiento de la independencia de Chile y, en lo naval, la destrucción de las fuerzas navales realistas existentes en El Callao, un imperativo para la consolidación del dominio del mar que ejercía la escuadra chilena.
Tanto la Escuadra como el Ejército Libertador portarían la bandera de Chile, pero con las tres estrellas que simbolizan los tres países comprometidos en una alianza por la independencia peruana.

Preparación de la escuadra chilena

Logística de personal

Dentro de la logística, el tema personal de tripulación era muy complejo. La incorporación de personal siempre representó un problema para las Provincias Unidas y para Chile. Tal como ocurría en muchas otras armadas, en la argentina se procuró tomar a niños huérfanos, abandonados o con graves problemas de conducta, educarlos y simultáneamente ir formándolos como marinos para tomarlos en la escuadra.

La extrema dificultad para conseguir tripulantes en la región motivó que además se procurara conseguirlos en Estados Unidos y en Gran Bretaña. También O’Higgins le solicitó a Buenos Aires que le mandase por tierra y por mar 500 tripulantes que se pudieran contratar en esa ciudad. Miguel Zañartu, cónsul chileno en las Provincias Unidas, logró reclutar casi esa cantidad, la mayoría británicos, y los fue enviando como pudo. Algunos viajaron por mar y otros cruzaron las pampas y la cordillera. No serían solamente marineros los que se contratarán. Álvarez Condarco, en su misión en Londres, contrató varios oficiales navales y para las fuerzas terrestres, e incluso al mismo almirante Cochrane.

El almirante, de origen escocés, anotó en sus Memorias lo siguiente: «En el año de 1817, don José Álvarez, agente acreditado del gobierno de Chile, no reconocido aún por las potencias europeas, me propuso encargarme de organizar en aquel país una fuerza naval capaz de hacer frente a los españoles, quienes, a pesar de la feliz sublevación de los chilenos por parte de tierra, eran aún señores de las aguas del Pacífico». El contrato correspondiente le garantizaba a Cochrane la jefatura de la escuadra, con el sueldo y las regalías correspondientes al grado de almirante inglés, la integración de una fragata a vapor a la fuerza naval que comandaría y otros puntos referidos a su traslado y alojamiento. Finalmente, arribó a Valparaíso en noviembre de 1818, siendo recibido al desembarcar por el mismo O’Higgins.

Los problemas con el personal no se limitaban a conseguir tripulantes y conducirlos, sino que guardaban directa relación con las dificultades para pagar los sueldos y los beneficios procedentes de las presas capturadas. Por otra parte, los norteamericanos y británicos pedían altas sumas de dinero porque se sabían indispensables. Cuando los impagos se acumulaban, estos se insubordinaban.

Sin poder precisar con detalle la composición de alguna dotación, los registros chilenos hablan de hindúes, chinos y mulatos. Y en diferentes documentaciones encontramos expuestas las dificultades generadas como consecuencia de que los comandantes y oficiales no hablaban español. La heterogeneidad de hombres hacía que las faltas disciplinarias fueran tan frecuentes y de tal gravedad que debían imponerse castigos severos para poder controlar a la tripulación.

Se les puede adjudicar todo tipo de felonías, pero no puede dejar de admirarse su coraje en combate y su lealtad para con sus comandantes. Este cuadro de situación, que parece tan desalentador, en realidad constituye una de las mayores muestras de las enormes dificultades que debieron superar San Martín, O’Higgins, Cochrane y sus comandantes subordinados.

Indudablemente, no se trató simplemente de formar un ejército y embarcarlo. Nos muestra las dificultades, pero también confirma la gran capacidad de organización y conducción de los responsables de la operación. El reclutamiento se realizaba casi siempre a la fuerza (hot press), a base de bandas de enrolamiento que recorrían las ciudades portuarias llevándose a casi todos los hombres útiles que encontraban, marineros o no, convirtiéndose en una indiscriminada caza del hombre. Ante el rumor de una nueva leva, las poblaciones costeras se quedaban desiertas, hasta el punto de levantar airadas protestas por parte de los propietarios de buques mercantes, que veían cómo se les llevaban a tripulaciones enteras.

La conducción de las tripulaciones era dificultosa, porque estaban compuestas por hombres de diferentes nacionalidades, que profesaban diferentes credos religiosos y, además, sus usos y costumbres diferían también notablemente. Realmente había una gran mezcla de profesionales, aventureros, advenedizos y forzados.

Uno de los puestos que no podía ser improvisado era el de piloto. Era el único que forzosamente debía saber leer, escribir y poseer conocimientos de matemáticas elevadas, ya que era el responsable de la navegación de ultramar y por ende de posicionar el buque por métodos astronómicos.

Formación de la escuadra

Los barcos de que disponía Crochane eran 25; los escoltas o barcos de guerra eran 8 con 250 bocas de fuego y 1.600 tripulantes, de los que 624 eran extranjeros y 1.000 de la zona de Valparaíso:

  • Navío San Martín (64) de 1.350 toneladas de Guillermo Wilkinson.
  • Fragata O’Higgins (50) (insignia) de 1.220 toneladas de Thomas Sackville Crosbie.
  • Fragata Lautaro (50) de 850 toneladas de Martín Jorge Guise.
  • Corbeta Independencia (28) de 830 toneladas de Robert Forster.
  • Bergantín Galvarino (18) de 398 toneladas de Juan Tooker Spry.
  • Bergantín Araucano (16) de 270 toneladas de Tomás Carter.
  • Bergantín Pueyrredón (16) de 220 toneladas de Guillermo Prunier
  • Goleta Moctezuma (8) de 200 toneladas de Jorge Young.

Los barcos mercantes eran 17; la mayoría capturadas totalizaban un total de 5.000 toneladas:

  • 4 fragatas: Águila, Emprendedora, Perla y Santa Rosa.
  • 1 bergantín: Potrillo.
  • 9 goletas: Constanza, Dolores, Gaditana, Gerezana, Golondrina, Mackenna, Minerva, Peruana y Sacramento.
  • 2 zarparon más tarde.

Los transportes irían en el centro de la formación con su casco pintado de negro con el número que les correspondía pintado en el costado en blanco.

Preparación de las fuerzas terrestres

El comandante en jefe de las fuerzas era el general José de San Martín, quien ostentaba el grado de capitán general del Ejército de Chile. Iba como JEM el general Juan Gregorio de Las Heras. La intendencia seguía a cargo de Juan Gregorio Lemos, que la desempeñaba desde 1816. El parque estaba del sargento mayor Luis Beltrán, el mismo fraile que lo había conducido en 1817 al cruzar la cordillera de los Andes.

José de San Martín pasando revista en Rancagua a las tropas que debían hacer la campaña de Perú. Autor Juan Manuel Blanes

Según el estado del 15 de julio, el ejército constaba de 4.642 hombres: unos 4.000 chilenos y unos 600 argentinos.​ El 40 % de la oficialidad era de nacionalidad argentina. Fue necesario extraer soldados para completar la marinería de la escuadra y unos 170 artilleros para proteger el puerto de Valparaíso. Con esto, el ejército quedó reducido a 4.431 efectivos, distribuyéndolos en dos divisiones con 19 piezas de artillería. La composición de la fuerza era de:

  • Estado Mayor al mando del general Juan Gregorio de Las Heras con 66 efectivos (57 oficiales y 19 soldados).
  • División de los Andes al mando del coronel Juan Antonio Álvarez con 2.431 efectivos (1.525 de infantería, 695 de caballería y 211 de artillería):
    • BI-VII de los Andes (458) del coronel Cirilo Correa.
    • BI-VIII de los Andes (481) del coronel Enrique Martínez.
    • BI-XI de los Andes (586) del sargento mayor Román Deheza.
    • RC de granaderos de los Andes (417) del coronel Rudecindo Alvarado.
    • EC-1 de cazadores de los Andes (278) del coronel Mariano Necochea.
    • GA (grupo de artillería) de los Andes (211) con 6 piezas al mando del Tcol Pedro José Luna.
  • División de Chile al mando del coronel Toribio Luzuriaga con 1.934 efectivos (1.623 de infantería, 84 de caballería y 227 de artillería:
    • BI-II de Chile (600) del sargento mayor José Santiago Aldunate.
    • BI-IV de Chile (677) del Tcol Santiago Sánchez.
    • BI-V de Chile (346) del coronel Mariano Larrazabal.
    • ED-2 de Chile (84) del coronel Diego Guzmán.
    • GA de Chile (227) con 13 cañones al mando del Tcol Jose Manuel Bergoño.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-04. Última modificacion 2025-11-04.
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