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Situación naval
Al borde de la guerra en 1825, la Armada brasileña era la más poderosa fuerza naval de América. Poseía no menos de 65 grandes barcos de combate cargando 690 cañones, y otras 31 pequeñas lanchas armadas, correos y transportes. Tenía también un barco de 74 cañones, 6 fragatas, 5 corbetas, 18 bricbarcas y bergantines, 19 goletas de guerra y 16 pequeñas cañoneras. Este núcleo fue aumentado con barcos confiscados a la Armada portuguesa durante la época de la independencia, pero en los siguientes tres años la Armada brasileña duplicó su tamaño con la compra de barcos extranjeros y transformando barcos apresados por Cochrane durante la guerra. Inevitablemente, estos barcos eran variados, tanto en antigüedad como en amplitud y robustez. Ninguna de sus fragatas era de una antigüedad mayor a los ocho años, pero su tamaño iba desde los pequeños barcos con cañones que disparaban proyectiles de 12 libras (Niteroi y Thetis) hasta el poderoso Piranga de 1.500 t que disparaba proyectiles de 24 libras.
Sus corbetas y bricbarcas eran mucho más variadas, ya que había veteranas de las guerras napoleónicas como la Itaparica, Liberal y Cacique hasta completamente nuevas como las construidas en Norteamérica Maria da Gloria y Maceio. Poseía también cantidades de navíos mercantes transformados, principalmente apresados, como el Carioca, Pirajá y 29 de Agosto. Estos eran perfectamente útiles, pero para reforzar su débil construcción, los brasileños armaron las pequeñas fragatas Niteroi y Thetis con carronadas de pequeño peso, pero corto alcance. Esto comprobaría la ventaja que daban cuando se enfrentaran con los cañones de largo alcance de sus oponentes argentinos en el Río de la Plata.
El primer acto hostil de buques de guerra brasileños fue la ocupación intermitente de la rada de la ensenada de Barragán por varios buques de esa nacionalidad a partir del 13 de noviembre de 1825, aunque se limitaron a anclar en ese lugar y aprovisionarse de leña en las islas cercanas, pero no a desembarcar en tierra firme.
En consecuencia, el día 22 de diciembre de 1825, el vicealmirante Ferreira de Lobo estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires y declaró que «no van a pasar ni los pájaros».
La escuadra bloqueadora dominaría el Río de la Plata durante la casi totalidad del conflicto, trayendo enormes perjuicios comerciales.
Desde un principio, el gobierno argentino dio la máxima importancia a la guerra naval, tanto por la importancia económica de forzar el levantamiento del bloqueo como por la estratégica de permitir transportes ágiles desde y hacia la Banda Oriental. Los argentinos intentaron contrarrestar la superioridad naval brasileña, logrando resultados espectaculares, aunque no concluyentes.
Es de notar que la mayor parte de los marinos de ambas escuadras eran originarios del Reino Unido.
Lo primero que intentó el Gobierno fue comprar en Valparaíso, Chile, algunos buques de la escuadra de ese país, a través del general Ignacio Álvarez Thomas y del coronel Ventura Vázquez. La operación resultó un desastre: de los tres buques que efectivamente fueron comprados, la fragata María Isabel naufragó al cruzar el Cabo de Hornos, muriendo en el hecho su capitán y 500 hombres, incluido el coronel Vázquez. La corbeta Independencia estaba en tan mal estado que debió regresar al puerto de Talcahuano, donde meses más tarde debió ser vendida como leña. Únicamente la nave más pequeña, la corbeta Chacabuco, logró llegar al océano Atlántico, pero en tal estado que pasó meses reparándose en Carmen de Patagones. Aun así, prestaría importantes servicios, bajo el mando de su capitán Santiago Jorge Bynnon.
El primer acto del nuevo ministro de Guerra y Marina, general Marcos Balcarce, fue crear la estructura que la Armada necesitaba tener. En agosto, José Zapiola, un viejo soldado de la Guerra de la Independencia, que previamente había servido en el mar con la Armada Española, fue designado comandante general con el rango de coronel mayor y a Benito de Goyena le fue dado el puesto de comisario de la armada, con la responsabilidad de manejar el departamento civil de pagos, personal, depósitos, abastecimientos y construcción.
Goyena, que ya había trabajado en lo mismo durante la campaña de la independencia, fue un perfecto administrador y sus antecedentes le hicieron posible alcanzar igual entendimiento con las cuentas manejadas en esa época en la Armada argentina. Con la ayuda de un pequeño grupo de auxiliares, los dos hombres publicaron artículos de guerra, reglamentos de corsos e instrucciones, para establecer el número de los efectivos navales, valor de las remuneraciones, patrón de las raciones y uniformes.
Especificaron que los oficiales argentinos debían usar un uniforme simple compuesto de pantalón azul y una chaqueta con botones con diseños de anclas, adornada con bordados dorados de acuerdo con el rango del usuario y usada con las solapas dobladas hacia atrás para mostrar el reverso azul claro.
La segunda prioridad de Balcarce fue la búsqueda de barcos y munición. Las órdenes fueron inmediatamente impartidas y envió al capitán del puerto, Juan Bautista Azopardo, para recobrar los dos bergantines de 14 cañones, el General Belgrano y el General Balcarce, y la lancha Correntina; que estaban desarmadas y ancladas en las afueras de Buenos Aires desde hacía muchos años, y construir seis, que finalmente fueron once cañoneras para la defensa del puerto. Los recursos de los astilleros de Buenos Aires eran escasos e incapaces de construir barcos mayores, pero con una tripulación mínima de 25 hombres y cargando cañones de 18 libras en sus proas, las cañoneras eran ideales para este propósito.
Barcos extranjeros en oferta, en el puerto de Buenos Aires, fueron examinados para ver la posibilidad de adaptarlos como buques de guerra y, en enero de 1826, la Gobernación adquirió el navío de tres mástiles y velas redondas Comercio de Lima, los bergantines Upton y Mohawk y la goleta Gracie Ann. El primero fue convertido en una corbeta de 36 cañones y rebautizado como 25 de Mayo.
Los otros fueron los bergantines de guerra de 16 cañones República Argentina y Congreso Nacional y la goleta armada Sarandí, cargando con 8×4 y 1×16 libras en la proa. Juntamente con los barcos existentes, estos navíos iban a ser la columna vertebral del escuadrón con el cual las Provincias Unidas desafiarían bravamente la supremacía brasileña en el mar. Afortunadamente, el Parque de Artillería en Buenos Aires estaba en condiciones de proveer los cañones que fueren necesarios: una colección heterogénea, muchos de ellos dejados de lado desde la Guerra de la Independencia.
Las carronadas modernas eran escasas, pero se demostró que no sería una desventaja porque significaba que los barcos argentinos estaban equipados con cañones de mediano y largo alcance, con calibre español, que les daban superior alcance sobre muchos de sus adversarios. Como los brasileños, el gobierno de Buenos Aires debía encontrar un comandante en jefe naval.
La estrategia de las fuerzas argentinas consistió en el hostigamiento constante y sorpresivo. Al mando de la escuadra fue puesto el coronel mayor William Brown, marino irlandés nacionalizado argentino, que inició sus operaciones al mando de una flotilla muy reducida: aparte de varios buques mercantes menores, artillados para la guerra, solo contaba con una nave de gran porte: la corbeta 25 de Mayo (36).
Combate de Punta Colares (9 de febrero de 1826)
A las 6:30 de la mañana del 9 de febrero, con viento favorable y sin indicios a la vista de la fuerza bloqueadora brasileña, zarpó conduciendo a su escuadra por el canal hasta Balizas Exteriores. A la cabeza iba la corbeta 25 de Mayo, buque insignia comandado por el capitán Enrique Parker, seguido de los 4 bergantines Congreso Nacional (capitán Guillermo Mason), República Argentina (teniente Roberto Beazley) y General Belgrano (coronel Juan Bautista Azopardo, segundo al mando), marchando en retaguardia la goleta Sarandí (sargento mayor Martín Warnes), el General Balcarce (sargento mayor Bartolomé Cerretti) con 9 cañoneras a su mando conjunto y la goleta Pepa (teniente Víctor Francisco Dandreys), en total 100 cañones.
Durante cuatro horas la escuadra gobernó rumbo ESE a velocidad moderada cuando se avistó al sudeste la escuadra imperial al mando del vicealmirante José Rodrigo Ferreira Lobo. Estaba compuesta por 3 corbetas: Liberal (insignia), Itaparica (comodoro Diogo Jorge de Brito) y Maceió; 4 bergantines: 29 de Agosto (teniente John Rogers Gleddon), Real Pedro, Río da Prata y Caboclo; 2 bergantines-goleta: Dona Januária y Pará; 2 goletas: Conceição y Libertade do Sul; y 3 cañoneras: Leal Paulistana, Montevideana y N° 8; en total 150 cañones, superando en potencia de fuego a la argentina en relación de 3 a 2, pese a lo cual Brown mantuvo el rumbo que convergía con el enemigo en la punta de Monte Santiago (Ensenada), en cercanías del banco al sur de la ciudad, pero también cerca de la estrecha embocadura del canal de acceso a ese puerto alternativo, lo que eventualmente le permitiría maniobrar a una posición segura.
Sin embargo, a las 11:00 horas, cuando las escuadras se encontraban a solo 9 millas, el viento cambió al norte, por lo que Brown se vio forzado a modificar su rumbo en esa dirección, hacia el centro del Río de la Plata, seguido cautelosamente por los brasileros. A las 13:00 horas, ya a la vista de Colonia del Sacramento, el viento cambió nuevamente a NNE.
Pese a que había puesto significativa distancia de sus perseguidores y podía retornar a puerto, Brown resolvió aprovechar el viento para cargar sobre la línea enemiga. Volviendo sobre su rumbo previo y tras unirse a las unidades de su flota que menos veleras (el Balcarce y las cañoneras) no habían podido mantener el ritmo, a las 14:30 formó a sus naves en línea de batalla y marchó rumbo ESE para interceptar al enemigo.
El 25 de Mayo (26) llegó muy adelantada al resto de la formación, por lo que quedó al alcance de los cañones de la Itaparica y de la Liberal, que marchaban a la vanguardia de la escuadra brasileña, a las que pronto se unieron las restantes. La débil brisa hizo que la aproximación de la escuadra argentina fuese en extremo lenta, por lo que la 25 de Mayo soportó durante cerca de una hora el fuego concentrado de toda la escuadra imperial. Las naves principales republicanas fueron finalmente sumándose al combate, pero manteniéndose en la máxima distancia de fuego, no así las lentas cañoneras. A las 15:30 horas, la 25 de Mayo comenzó a alejarse sorpresivamente rumbo NNO.
Algunos de los comandantes no vieron la señal de la insignia, pero viraron desordenadamente para seguirla, quedando en la maniobra expuestos al fuego enemigo.
Las corbetas brasileñas siguieron a las naves argentinas cañoneando a distancia hasta que el 29 de Agosto, divisó las cañoneras y se dirigió contra ellas, por lo que Brown cambió su rumbo, formando a las 17:00 horas en línea para cubrir su retirada. El fuego se mantuvo hasta las 18:00 horas, en que Brown se retiró al SO rumbo a Buenos Aires intentando atraer sin resultado a las naves de mayor calado de Lobo hacia los bancos de arena del río.

La escuadra republicana tuvo 6 muertos y 15 heridos y daños moderados en sus principales buques, mientras que la Imperial, según los partes oficiales, tuvo 3 muertos, entre ellos Gleddon, el comandante de la 29 de Agosto, y 5 heridos, incluyendo a Brito, comandante de la Itaparica.
Apenas arribado a puerto, Brown dirigió un despacho al comandante de marina José Matías Zapiola criticando duramente el desempeño de los comandantes de su escuadra, Beazley, Warnes, Mason y Azopardo, por considerar que habían permanecido voluntariamente lejos de la acción y que su conducta había impedido una decidida victoria.
Lobo achacó a la falta de habilidad de algunos comandantes que nunca habían visto acción antes” que, pese a la superioridad de sus fuerzas, a lo extenso de la acción y a que se efectuó en aguas abiertas, no lograra destruir o capturar ningún buque adversario. Sin embargo, los mandos medios acusaban a Lobo de exceso de prudencia, como demostró en combate al no desprender una división contra las cañoneras y tras la acción, al retirarse y dividir su escuadra.
Batalla de Colonia del Sacramento (26 de febrero de 1826)
Las fuerzas imperiales habían fortificado la Colonia de Sacramento con 1.500 infantes y varios buques de guerra al mando de Frederico Mariath: el bergantín Real Pedro (Mariath), el bergantín goleta Pará (teniente 1° Franca) y las goletas Libertad del Sur (teniente 1° Regis) y Concepción (teniente 2° Thomas Thompson). La posición servía de apostadero a los barcos brasileños, dominaba la isla Martín García, todavía controlada por Brasil, y permitía dar apoyo cercano a las flotillas que recorrían los ríos Uruguay y Paraná atacando el tráfico fluvial.
Reorganizada la escuadra, Brown zarpó con la 25 de Mayo (insignia), y los bergantines Congreso Nacional, General Belgrano, República Argentina y General Balcarce, y la Sarandí, rumbo a Colonia del Sacramento.
En las afueras de Colonia, las fuerzas de milicias orientales comandadas por Juan Arenas hostigaban a los invasores y Brown contaba con efectuar un ataque coordinado sobre la plaza.
Al mediodía del 25 de febrero, la escuadrilla se presentó al sur del puerto de Colonia. Mariath dio órdenes de inmediato para que el Real Pedro, el Pará y la Libertad del Sur fueran acoderadas y encalladas junto al muelle, presentando sus bandas a la línea republicana, mientras mantenía la goleta Concepción, que quedaría en observación de la flota argentina. Ordenó también desembarcar 8 piezas de artillería, formando dos baterías, una en el lugar denominado Tambor, que dominaba el área de un posible desembarco, y otra entre el fuerte y el baluarte.
Pasado el mediodía, Brown fondeó a una legua de la ciudad, enviando a las 14:00 horas un parlamentario a intimar la rendición de la plaza en el término de 24 horas, que fue recibido por Mariath a bordo del Real Pedro y trasladado a tierra.
Debido al viento, no pudo volver hasta la madrugada. Era ya el 26 de febrero cuando Brown conoció la respuesta de su adversario, el brigadier Manuel Jorge Rodrígues, negando la rendición.
Al no tener novedades de las fuerzas orientales, Brown inició el ataque a las 08:00 horas, avanzando por popa hacia el puerto, iniciándose pronto un intenso intercambio de balas y metralla que se mantuvo hasta las 10:00 horas, hora en que Brown envió un nuevo parlamento, sin más éxito que el anterior, pero que aprovechó para efectuar reparaciones.
En las maniobras previas a reiniciar el combate, el bergantín Belgrano, bajo el mando de Leonardo Rosales, nave lenta y de pesada maniobra, se fue sobre la restinga de piedras y varó al alcance de la artillería brasileña terrestre y naval. Mientras varaba momentáneamente la Sarandí y el resto de la flota intentaba apoyarlos, recibiendo el fuego concentrado del enemigo, Rosales respondió con la artillería de una banda mientras intentaba aligerar el buque trasladando la artillería de la opuesta a una cañonera, sin conseguir zafarlo. Durante la tarde cayó el palo de proa y el daño era extenso.
En las últimas horas de la tarde salió la goleta Concepción a cañonearlo, acompañada por varios lanchones del puerto con tropas de tierra. Al fracasar el abordaje por la resistencia de la reducida tripulación que se mantuvo en cubierta al mando de Rosales, las lanchas se retiraron, mientras que la Concepción aprovechaba la creciente oscuridad para dirigirse a Montevideo a por refuerzos, perseguida por la Sarandí, que pronto encalló nuevamente.
Rosales nunca logró sacar su navío de la varadura: sometida esa noche y los siguientes dos días a un fuerte temporal, en la noche del 28 de febrero el bergantín finalmente se partió, cuando ya la totalidad de su artillería y la tripulación había sido transbordada.
Brown se retiró a la isla de San Gabriel a reparar las averías, tratar a los heridos y aguardar las cañoneras que solicitó como refuerzo a Buenos Aires, mientras contactaba a Juan Antonio Lavalleja para asegurar una acción conjunta.
Ataque nocturno a la colonia de Sacramento
La Comandancia de Marina despachó la goleta hospital Pepa, junto a las cañoneras N° 1, 4, 6, 7, 8 y 12, bajo el comando respectivo de Julio Fonrouge, Carlos Robinson, Jaime Kearnie, Francisco José Seguí, José Monti y Antonio Richiteli.
El 28 de febrero, fueron recibidas las cañoneras, aunque con tripulación reducida, por lo que Brown completó sus dotaciones con los sobrevivientes del Belgrano y voluntarios de los restantes navíos de la escuadra y planificó un ataque sobre los buques enemigos.
El plan consistía en atacar con dos cañoneras cada uno de los tres barcos brasileños que permanecían en puerto, con el propósito de capturarlos o quemarlos, distribuyéndose a ese último efecto “fajinas incendiarias y camisas y frascos de fuego”.
El 1 de marzo la escuadra dejó las islas y fondeó en el puerto, pasando por un canal sondeado previamente (encontrándose un paso de 3 brazas), por el cual los defensores creían imposible que pasaran buques mayores y que quedaba fuera del alcance de las baterías. Llegado el momento, Brown mandó distribuir una ración de grog a los atacantes, y con palabras de aliento les recomendó disciplina y humanidad. A las 22:30, envueltos los toletes de los remos en trapos para no ser oídos, se pusieron en marcha las 6 cañoneras argentinas desde las cercanías de la 25 de Mayo, divididas en dos grupos mandados el de babor por Leonardo Rosales (desde la cañonera Nº 1) y el de estribor por Tomás Espora (en la Nº 12), quien comandaba la operación.
A medianoche la incursión fue descubierta, recibiéndose un intenso fuego desde la fortaleza, al que pronto se sumó el de fusilería del BIL-XI de cazadores desplazado en el muelle bajo el mando del gobernador Manuel Jorge y la metralla a quemarropa de la batería de Tambor y las del baluarte. Para empeorar la situación, solo las cañoneras mandadas directamente por Rosales y Espora mantuvieron el objetivo, mientras que las cuatro restantes derivaban hacia las murallas a tiro de las baterías de los baluartes de Santa Rita y San Pedro de Alcántara, varando finalmente frente al muelle.
Sin atinar a refugiarse bajo el muelle y bajo fuego graneado, pronto las cañoneras se encontraban cubiertas de muertos y heridos. El teniente Robinson (N° 4) pudo mantener una breve resistencia y disparar su cañón hasta perder una pierna por un casco de metralla y ser luego muerto por un balazo. Pronto, cayeron también su segundo, Curry, y la mayoría de sus tripulantes (solo sobrevivieron cuatro), así como el segundo de la Nº 6, Echevarría. Kearnie, comandante de la Nº 6, y Turner, segundo de la Nº 7 también resultaron gravemente heridos.
Mientras, Espora y Rosales habían conseguido abordar y tomar por asalto la principal nave enemiga, el Real Pedro. Trataron primero de librarlo de sus amarras y hacerlo flotar, pero solo flotaba su popa y estaba amarrado por varias cadenas al muelle; por lo que, evacuados los defensores del buque, le prendieron fuego por ambas bandas y, vueltos a las cañoneras, se dirigieron en apoyo de los que se encontraban varados, a tiro de pistola del muelle.
Espora y Rosales se concentraron en el Real Pedro; no era solo imposición de las circunstancias: al poco tiempo de incorporarse a la escuadra, ambos comandantes se retaron a duelo, por lo que al enterarse Brown los llamó a su presencia y les ordenó que reemplazaran ese desafío por el ataque al bergantín Real Pedro. Sería Espora el primero en abordar el buque insignia de la fuerza brasileña en la Colonia, seguido rápidamente de Rosales.
Mientras, los sobrevivientes de las cañoneras pedían a gritos que cesaran los disparos y rendirse, pero las tropas imperiales mantuvieron el fuego. Tan solo la cañonera 8 pudo ser recuperada a remolque bajo el intenso cañoneo enemigo, siendo gravemente herido Rosales. Emprendida la retirada, quedaron bajo las murallas las cañoneras 4, 6 y 7, con 52 muertos y 80 heridos: «La jornada había costado a las dotaciones de la escuadra más de 125 muertos y heridos, además de alrededor de 80 prisioneros que lograron ganar a nado la costa».
En la tarde del 3 de marzo, Brown envió un parlamentario para tratar respecto de los prisioneros, recibiendo garantías de que habían sido y serían tratados con consideración. A las 20:00 horas una cañonera se aproximó aprovechando la oscuridad e hizo fuego causando daños en los edificios del puerto. La distracción no fue aprovechada: un ataque de las fuerzas exteriores a la muralla recién se produjo a las 22 y con fuerzas insuficientes, las que fueron rechazadas sin inconvenientes.
El 4 de marzo comenzaron a llegar refuerzos a la plaza: 4 cañoneras y una lancha. A las 10:00 del día siguiente llegaba un bote de Montevideo con 12 barriles de pólvora y a las 14:00 horas se divisaba un bergantín brasilero aguas afuera.
El 6 de marzo estaban ya a la vista de Colonia el grueso de las fuerzas de apoyo brasileñas: las corbetas Liberal, Itaparica y Maceió; los bergantines Caboclo, Januaria y Río de la Plata; las goletas Concepción y Alcántara; un cúter armado como brulote, un lanchón y cinco mercantes con abastecimientos y municiones, mientras que la fragata Emperatriz permanecía fondeada a tres millas. La situación de Brown en Colonia se hacía insostenible, pero la escuadra imperial no atacó, temiendo que estuvieran en poder argentino las baterías de tierra, limitándose a mantenerse aguas afuera y a establecer comunicaciones con la plaza, lo que pudo hacer el día 10 de marzo.
El 11 de marzo, Lavalleja con 200 hombres reforzó la posición y se entrevistó con Brown en la 25 de Mayo para planificar un ataque conjunto. Sin embargo, para esa fecha, con las fuerzas navales imperiales concentradas en la zona de Colonia, las bajas sufridas y la superioridad de artillería enemiga, el tercer ataque era ya inviable. Brown decidió intentar burlar el bloqueo y partir con el objetivo de dividir a las fuerzas enemigas, batirlas separadamente y retornar sobre Colonia, pidiendo a Lavalleja que hasta ese momento permaneciera en la posición.
El 13 de marzo, la fragata Concepción consiguió pasar entre las naves argentinas y llegar a tierra con abastecimientos. Lavalleja, por su parte, intentó un asalto a las murallas con alrededor de 1.000 hombres, el que fue rechazado por los defensores, con 30 bajas aproximadamente en cada bando. Esa misma noche la flota republicana hizo velas y consiguió pasar entre la escuadra imperial, que, contrariamente a lo previsto por Brown, no se atrevió a seguirlo, impidiéndole intentar dividir a sus adversarios.
Pese al evidente fracaso y las graves pérdidas sufridas, la audacia de su ataque incitó a la escuadra brasileña a ser más prudente, con lo que se logró alejar por un tiempo el bloqueo más próximo a Buenos Aires. Un grave error estratégico brasileño permitió a los argentinos recuperar la isla Martín García, que había sido ocupada por la flota bloqueadora.
El vicealmirante Lobo fue reemplazado en el mando de su escuadra. En su lugar ocupó el mando el almirante James Norton. Brown lanzó un audaz ataque al puerto de Montevideo, intentando capturar la fragata del comandante enemigo en dos oportunidades, en el mes de abril. Pese al doble fracaso, demostró que podía burlar el bloqueo. Además, Brown continuó su camino hacia Montevideo, aunque no logró otras capturas; en su regreso, en cambio, se topó con la fragata Nictheroy sobre el Banco Ortiz, encallando ambas e intercambiando disparos desde esa posición, con escasos daños en ambos buques. Tras escapar de la varadura, ambos buques se dirigieron a sus bases; estos hechos pusieron en ridículo a Norton, que fue reemplazado poco después, volviendo a asumir el mando el vicealmirante Ferreira de Lobo.
La otra consecuencia fue el abandono por los imperiales de la isla Martín García, inexplicable error que Brown supo aprovechar de inmediato ocupándola, artillándola y utilizándola con habilidad en la aplastante victoria en la batalla naval de Juncal.
Batalla naval de Juncal (8 y 9 de febrero de 1827)
A comienzos de 1827, aprovechando su amplia superioridad numérica, las fuerzas navales del Imperio brasileño destacadas en el Río de la Plata, al mando del almirante Rodrigo Pinto Guedes, se separaron en tres divisiones navales:
- Primera División, “Oriental”, para asegurar la costa oriental (Uruguay) desde la desembocadura del río Uruguay hasta el océano Atlántico. El grueso de la fuerza se destinaría a la División “Mariath”, al mando de Frederico Mariath, que daría apoyo a la Tercera División.
- Segunda División, “Bloqueo”, para impedir el tráfico marítimo y fluvial hacia y desde el puerto principal de Buenos Aires y los secundarios de la costa bonaerense (Las Conchas, Ensenada de Barragán y El Salado), al mando del capitán John Charles Pritz.
- Tercera División al mando del capitán de fragata Jacinto Roque de Sena Pereira debía internarse en el río Uruguay, para dividir el frente argentino explotando las diferencias políticas de la Provincia de Entre Ríos con Buenos Aires, exacerbadas con motivo de la aprobación de la Constitución Unitaria de 1826, controlar el río Uruguay en toda su extensión, cortar consiguientemente la línea de suministro a la fuerza expedicionaria argentina que combatía ya en territorio brasileño, y para facilitar un eventual ataque de flanco que ocupara Entre Ríos.
Ante la amenaza, y enfrentando a las tres fuerzas (cada una de ellas similar o superior a la suya propia), el almirante Brown respondió con rapidez, organizando una escuadra con el objetivo de avanzar sobre la boca del Uruguay, buscar y aniquilar la Tercera División.
Simultáneamente, para dificultar el envío de refuerzos de la División Oriental brasileña a Sena Pereira y asegurar así sus espaldas, dispuso fortificar la isla Martín García (fue llamada “La Fortaleza de la Constitución”), mientras que para la defensa de la costa bonaerense dejó atrás a su buque insignia, el bergantín Independencia, al bergantín República, la Barca Congreso y cuatro cañoneras, al mando del capitán de Marina Leonardo Rosales.
Típica en Brown, la medida era audaz, dado que en teoría la escuadra enviada era, en el mejor de los casos, de similar potencia a la brasileña; mientras que tanto la fuerza de Martín García como la de defensa de Buenos Aires eran claramente insuficientes para sus propósitos.
El 26 de diciembre de 1826 zarpó la escuadra argentina, arribando al río Uruguay el 28 de diciembre. Encontrando una escuadrilla de la Tercera División, inició la persecución, dándole alcance el día 29 en el Yaguarí. Brown envió al comandante brasileño como emisario a John Halstead Coe, capitán de la Sarandí, intimándolo a la rendición, pero Sena Pereira tomó prisionero al parlamentario; con ello inició el combate, que se extendió al día 30 de diciembre. Dada la falta de viento y la estrechez del canal que impedía maniobrar adecuadamente, la acción no pasó de una escaramuza.
Impedido de acceder al estrecho canal, Brown se retiró al sur hacia Punta Gorda para esperar a los brasileños. Previamente, había desembarcado un destacamento en la isla Vizcaíno para eliminar el ganado y envió instrucciones a la milicia de Santo Domingo de Soriano para que obstaculizara el abastecimiento de los brasileros. Estos últimos se retiraron hacia el norte, hasta Concepción del Uruguay (en la época todavía se la solía llamar Arroyo de la China), donde consiguieron alimentos.
Considerando la amenaza de la División Mariath sobre su retaguardia, Brown decidió regresar a Buenos Aires en búsqueda de refuerzos para Martín García. También encargó a Rosales regresar la goleta Sarandí al Uruguay por el Paraná de las Palmas mientras ultimaba los preparativos, finalizados los cuales se reintegró a la flota, embarcado en una pequeña ballenera.
El 6 de enero de 1827, se iniciaron los trabajos de fortificación. La División Mariath inició un avance sobre la isla con la corbeta Maceió, 4 bergantines y 5 goletas. El 18 de enero, por dos veces, Brown ordenó salirles al encuentro; tras el cañoneo, la flota brasilera se retiró.
Brown deseaba, por un lado, atraer a la Tercera División al combate, pero también evitar que se uniera a la División Mariath, o que esta atacara su retaguardia. Para lograrlo contaba con excelentes informes diarios de inteligencia, por lo que podía seguir los movimientos de la escuadra imperial e incluso influir en ellos. En efecto, el emisario enviado por Rodrigo Pinto Guedes con instrucciones para Sena Pereira había sido cooptado por compatriotas en Montevideo, con lo que pasaba primero a dar novedades a Brown. Así, tuvo noticias de que Pinto Guedes comunicaba a Sena Pereira las órdenes dadas a Mariath de avanzar por el sur. Brown agregó a esas instrucciones la indicación de que la Tercera División debía bajar para el 7 de febrero y encontrarse con Mariath. Brown consideraba para esa fecha tener finalizadas las obras de fortificación y las baterías en Martín García, con lo que confiaba en mantener separado a Mariath, y por otro lado, forzar a la Tercera División a la batalla.
Los trabajos en el nuevo fuerte se aceleraron. Brown mismo trabajó de maestro albañil en la Santa Bárbara subterránea. El día 5 de febrero, las instalaciones estuvieron listas y Brown en un acto solemne le dio el nombre previsto, fortaleza “Constitución”. En su discurso a la guarnición, le hizo saber que muy probablemente en dos días la escuadra argentina se batiría con la de Sena Pereira.

A comienzos de febrero se tuvo noticias de que la Tercera División se aprovisionaba en Arroyo de la China. El 3 de febrero había ya dejado Paysandú y el 6 de febrero se acercaban a Higuerita (actual Nueva Palmira), a donde llegó el 7 de febrero. El mismo día 7, Brown trazó su plan de batalla, indicando a cada buque cuál sería su objetivo. A las diez de la noche, la vanguardia argentina alcanzó la boca del río Paraná Guazú y se detuvo a esperar al resto de la flota.
La escuadra argentina contaba con quince buques, entre ellos tres buques mayores: la goleta Sarandí, nave insignia, al mando directo de Brown; la goleta Maldonado, al mando del joven Francisco Drummond, prometido de la hija de su comandante, y el bergantín Balcarce, con 14 cañones de a seis y ocho, al mando del capitán Francisco José Seguí. Completaban la escuadra las goletas Pepa (al mando de Calixto Silva), Guanaco (Guillermo Enrique Granville), Unión (Malcolm Shannon), la sumaca Uruguay (Guillermo Mason) y ocho cañoneras. En total, 69 cañones y una dotación de unos 750 hombres.
La escuadra brasileña contaba con 17 naves: el bergantín Dona Januária (14) al mando de Pedro Antonio Carvalho; 11 goletas Oriental (11), nave insignia, al mando del capitán Jacinto Roque de Sena Pereira, la goleta Bertioga, mandada por el teniente George Broom, la Liberdade do Sul al mando del teniente Augusto Venceslau da Silva Lisboa, la 12 de Outubro, la Fortuna (buque hospital), la Vitoria de Colonia, la Itapoã bajo el comando del teniente Germano Máximo de Souza Aranha, la 7 de Março, la Brocoió al mando del teniente Francisco de Paula Osório, la 9 de Janeiro, la 7 de Setembro; 2 cañoneras tipo goleta la Atrevida y la Paraty, y 3 cañoneras Cananéia, Paranaguá e Iguapé. En total, unos 65 cañones aproximadamente y una dotación de unos 750 hombres. Por primera y única vez en la guerra, existía una relativa paridad en las fuerzas contendientes; o, al menos, la ventaja brasilera no era tan grande.
Senna Pereira desconocía inicialmente que Brown estaba al frente de la escuadra, pues creía que todavía estaba realizando su crucero por las costas del Brasil. La situación de la flota nacional era sumamente complicada, pues si bien sus fuerzas eran similares a las de Senna Pereyra, se encontraba a popa con la división de Mariath y al sur con más naves imperiales que participaban del bloqueo. El almirante Brown lo sabía y decidió forzar la batalla antes de que los buques enemigos pudieran reunirse.
Enfrentamiento el 8 de febrero
La escuadra argentina fondeó al anochecer del 7 de febrero entre la isla Juncal y el banco oeste del río. Al amanecer del 8 de febrero, divisó las velas brasileñas dirigiéndose río abajo, aprovechando el viento suave del norte, por lo que Brown ordenó levar anclas y colocó sus barcos en línea de batalla oblicuamente al sudeste desde la isla Juncal. La goleta Sarandí formaba en el centro, en vanguardia la Maldonado y en retaguardia el bergantín Balcarce.
La flota brasileña continuó su avance hasta que, habiendo cesado el viento, fondeó a las 11:30 horas, a 1.000 yardas de la línea argentina, con su nave insignia Oriental en el centro.
El clima era tormentoso, húmedo y caluroso, con vientos leves y en extremo variables en su dirección, lo que era habitual para la época del año en el litoral.
Apenas fondeó sus naves, Sena Pereira hizo soltar un brulote hacia la flota enemiga, pero este fue hundido en pocos minutos por la artillería argentina.
Al mediodía Brown ordenó adelantar a remo a seis de sus cañoneras, que abrieron fuego a larga distancia con sus cañones de 18 libras. Los cañones largos argentinos tenían en general mayor alcance y la precisión de sus artilleros era superior. No obstante, el intercambio duró solo un par de horas, dado que un repentino viento sudeste separó a los adversarios, forzándolos a suspender el combate.
Los brasileños quedaron en posición dominante a barlovento, por lo que Sena Pereira intentó ordenar a sus barcos en línea de ataque. Pero las maniobras de sus navíos fueron desastrosas: la goleta Liberdade do Sul encalló, mientras que el bergantín Dona Januária se salió de formación, desvió su rumbo y quedó al alcance del fuego simultáneo del General Balcarce, la Sarandí y tres cañoneras.
A las 15:00 horas, el viento cesó nuevamente, por lo que la acción se redujo al cañoneo de larga distancia. La visibilidad estaba reducida por el humo de los cañones, cuyo sonido era audible en lugares tan alejados como Buenos Aires y Colonia del Sacramento.

Finalmente, se desató la tormenta. Los barcos se esforzaron infructuosamente en mantener sus posiciones. El General Balcarce se asentó sobre sus cuadernas terminales, pero logró mantenerse a flote.
La tormenta amainó y fue reemplazada por una brisa del nordeste, lo que intentó aprovechar Sena Pereira para retirarse hacia el norte y tomar mejores posiciones.
Nuevamente la maniobra fue malograda. El 12 de Outubro solo pudo ser salvado con el auxilio de las restantes naves, mientras que la goleta hospital Fortuna no pudo fondear, derivando hacia las líneas argentinas, donde fue capturada. El teniente John Halstead Coe, prisionero a bordo desde su parlamento de diciembre de 1826, fue liberado. Solo a medianoche el escuadrón imperial consiguió reunir a sus navíos y fondear en desordenada formación río abajo, cerca de la isla Sola.
Enfrentamiento el 9 de febrero
Exhaustos, los brasileños no fueron capaces de planificación alguna. Apenas amaneció, el capitán Sena Pereira se embarcó en el Oriental para definir con sus capitanes el plan de batalla: básicamente, si combatir navegando o fondeados. No hubo decisión, y Sena Pereira resolvió decidir su táctica sobre la marcha.
Por su parte, Brown estaba listo. A las 8:00 horas, con brisa del sudeste, ordenó izar en el mástil de la Sarandí un paño de bandera rosa, señal para que la flota ocupara la posición de barlovento, virasen y avanzasen en línea contra los brasileños.
Sena Pereira ordenó formar en línea y fondear. Pero, nuevamente, la respuesta fue de confusión y desorden; algunas de las cañoneras salieron de formación, derivando a sotavento. Gritando con un megáfono, trató inútilmente de poner orden. Pero, ante la rápida y ordenada aproximación argentina, cambió su decisión, ordenando ahora recibir al enemigo con las velas izadas.
La Dona Januária, la Bertioga y la Oriental avanzaron con rapidez, pero terminaron con ello de romper la formación, dado que el resto de los barcos quedaron atrás y dispersos, muchos fuera de línea. Los tres barcos líderes quedaron así prontamente bajo el fuego del General Balcarce y la vanguardia argentina que llegaba cañoneando.
Seguí, al mando del General Balcarce, se lanzó sobre la Januária y con una descarga de banda pronto consiguió destrozar su bauprés. Con la siguiente derribó el trinquete, y causó tales averías que la embarcación estuvo a punto de zozobrar. Sena Pereira ordenó a la pequeña goleta Vitoria de Colonia remolcar el bergantín, pero la goleta Uruguay tomó posición impidiéndolo.
El ataque fue tan rápido y devastador que su capitán, el teniente Pedro Antonio Carvalho, ordenó que sus cañones se concentraran en la artillería argentina y que un equipo procurara hundir el barco mientras él, con parte de la tripulación, abandonaba el navío dirigiéndose en los botes a la costa este.
Por su parte, Drummond, comandante de la Maldonado, atacó a la Bertioga, al mando de un antiguo camarada de armas, el teniente George Broom. El disparo certero del cañón pesado de una cañonera argentina derribó el mástil principal del Bertioga; el cual, incapacitado para maniobrar, fue obligado a rendirse tras media hora de combate.

Mientras tanto, el General Balcarce de Seguí lideró un ataque combinado sobre la goleta Oriental. El fuego cruzado inutilizó los cañones, dejó la mitad de las carronadas destruidas y provocó 37 bajas, incluyendo entre los heridos al comandante Sena Pereira.
Pese a las pérdidas, los brasileños no arriaron la bandera, dado que había sido clavada al mástil y, como refirió un cronista, «no había a bordo hombre sano que subiera a desclavarla. Estaban contusos, heridos y muertos sus tripulantes, siendo de los primeros el jefe y muertos cuatro timoneles». Finalmente, la nave insignia fue abordada y el capitán Francisco Seguí aceptó del comandante brasileño su espada en señal de rendición.
Decidida la jornada a favor de los republicanos, las goletas y cañoneras imperiales sobrevivientes cesaron el fuego y huyeron.
Brown traspasó el mando al General Balcarce y ordenó a la Sarandí y a las cañoneras continuar la persecución. Abordando la rendida nave capitana, al recibir la espada del comandante brasileño, insistió en obsequiarla a Francisco José Seguí con las palabras “Usted es el héroe”.
Brown se retiró con cuatro de las presas hacia Martín García para repararlas, escribir su parte y prepararse para un eventual intento de la Segunda División de Mariath, estacionada al sur de la isla, de forzar el paso al norte.
Combate en la isla Martín García
Efectivamente, las órdenes del capitán Mariath, al frente de un escuadrón de diez barcos, consistían en superar la isla Martín García, tomar la retaguardia de la escuadra argentina y reforzar a la Tercera División en caso de ser preciso.
No obstante, aun mientras ya se oía el tronar de los cañones en la lejanía, la aproximación era en demasía lenta y cautelosa. Mariath envió en vanguardia una goleta para verificar las aguas del Canal del Infierno, del lado este de la isla.
Dado que sus cañones pesados, 9×24, estaban situados del lado oeste frente al Gran Canal, la guarnición argentina desplazó al este las baterías móviles consistentes en 2×12 cañones y un lanzador de cohetes Congreve para cubrir un posible desembarco.
No obstante, no tuvieron necesidad de combatir: la goleta brasileña encalló y fue imposible reflotarla, por lo que Mariath descartó definitivamente el canal interno como vía de avance. En vez de revertir sobre el canal oeste, o intentar forzar nuevamente el paso por el Canal del Infierno, que su piloto juzgaba posible, el comandante brasileño inició un duelo de artillería con las baterías de Martín García, hasta que la tormenta le obligó a suspender la intrascendente acción.
Mariath consideraba que las aguas poco profundas, el tiempo inestable y las baterías de Martín García hacían muy riesgoso el pasaje por la isla. Así, al día siguiente, en la jornada del 9 de febrero, mientras la Tercera División era aniquilada, la Segunda División permanecía a la distancia como mera espectadora. El 10 de febrero decidió finalmente retirarse en dirección a Colonia del Sacramento, a donde arribaría recién una semana después.
La primera noticia de la derrota la llevaron, en la madrugada del 12 de febrero, ocho sobrevivientes del Oriental. Al mediodía llegó para confirmarla el bote del teniente Carvalho. El 14 arribó el Dona Paula, escoltando a la goleta Vitoria de Colonia y a una cañonera, los únicos barcos brasileños sobrevivientes.
La persecución
Al día siguiente, 10 de febrero, fue capturada la goleta Brocoio, mientras que, poco después, dos cañoneras, la Paraty y la Iguapé, encallaron en su huida por la boca del Paraná y fueron también capturadas.
De la Tercera División solo quedaban en operación, huyendo al norte aguas arriba del Uruguay, las goletas Liberdade do Sul, Itapoã, 7 de Março, 9 de Janeiro y 7 de Setembro; las cañoneras Cananéia y Paranaguá; un lanchón de 12 remos y dos lanchas más pequeñas. Había tomado el mando el teniente Germano de Souza Aranha, comandante de la goleta Itapoã. En la retirada, la Liberdade do Sul, la Itapoã y la 7 de Março, dañadas por el combate, fueron encalladas en un paraje llamado San Salvador e incendiadas. Los buques sobrevivientes siguieron hacia el norte, conduciendo hacinados en las pequeñas embarcaciones a 351 sobrevivientes, entre oficiales y tripulantes, con la intención de rendirse a las autoridades de la Provincia de Entre Ríos.
Finalizada rápidamente la reorganización de sus fuerzas y desaparecida la amenaza de la División de Mariath, ya el 14 de febrero Brown volvió al río Uruguay en la Maldonado y, con otros seis buques, salió en persecución de los sobrevivientes de Juncal. Al arribar el 15 de febrero a Fray Bentos, Brown recibió la novedad de que Souza Aranha, tras arrojar sus cañones por la borda, había rendido sus barcos al gobernador de Entre Ríos. El almirante fondeó frente a Gualeguaychú y solicitó la entrega de las naves y los prisioneros. Las autoridades entrerrianas resistieron la entrega, considerando que debía primar la capitulación efectuada ante la provincia. Brown rechazó de plano esa exigencia y montó una operación combinada por tierra y agua que le permitió capturar las embarcaciones refugiadas.
Con 12 barcos apresados, 3 incendiados y solo 2 que pudieron escapar, la batalla implicó una considerable pérdida para los brasileños y representó el mayor triunfo de la escuadra argentina.
En el escenario general de la guerra, frustró el intento de cortar las líneas de la fuerza expedicionaria y de liberar el río Uruguay para una ofensiva sobre el litoral argentino, que posiblemente hubiera puesto fin a la Confederación misma o, al menos, hubiera producido la escisión de sus provincias litorales.
En Buenos Aires, Brown fue recibido con fogatas y orquestas. Se había convertido en el hombre más popular de la República.
Sena Pereira quedó prisionero de Brown. Este reconoció su valentía y lo recomendó a su gobierno, “por su bravura e intrépida defensa, que lo presentan como un compañero de armas”. No obstante, Sena Pereira se fugó, faltando a la palabra empeñada. A principios de 1829, sería uno de los que entregaran la plaza de Montevideo a los orientales.
La victoria naval republicana en Juncal fue seguida rápidamente por la batalla terrestre de Ituzaingó del 20 de febrero de 1827 y la batalla de Carmen de Patagones el 28 de febrero. A partir de ese momento, la situación del conflicto llegó a un punto muerto: el Imperio había sido vencido militarmente en varios frentes, pero las Provincias Unidas aún no lograban controlar Montevideo y Colonia, las dos mayores ciudades de la Banda Oriental, que aún estaban bajo el control de Brasil.
Batalla naval de Monte Santiago (7 y 8 de abril de 1827)
Mientras se esperaban los resultados de medidas adoptadas para fortalecer la flota con unidades mayores, la acción que mejores posibilidades de éxito tenía era profundizar la campaña de corso contra las rutas comerciales de las extensas costas brasileñas, en palabras del Ministerio de Guerra, «exponer sus costas y su comercio a una guerra marítima fuerte y enérgica, guerra que interrumpirá las comunicaciones y destruirá grandes fortunas».
El 26 de marzo Brown recibió del ministro de Guerra y Marina instrucciones secretas para que seleccionara sus cuatro mejores buques y saliera de inmediato contra las rutas marítimas de Brasil, concentrándose en las riberas de Río Grande y Santa Catalina, con el objetivo de que “el emperador del Brasil escuchase la voz de la Justicia y la Razón, y se prepare para hacer la paz”.
Brown inició de inmediato los preparativos, destinando a la expedición las cuatro naves principales disponibles en el fondeadero de la ciudad de Buenos Aires: el bergantín República Argentina (16), el bergantín Independencia (22), la Barca Congreso (18) y la goleta Sarandí (7) en total 63 cañones.
Fuera porque contaban con información de inteligencia o por haber llegado a las mismas conclusiones acerca de las posibilidades de la armada republicana, Brasil dispuso coincidentemente medidas para reforzar el cerco sobre Buenos Aires y cerrar el Río de la Plata ante la eventualidad de que una flota burlara el bloqueo. Así, el 29 de marzo, el coronel de marina Francisco Lynch, a cargo del apostadero, recibió noticias del Eclipse de que en Montevideo quedaban solo 2 goletas, que el almirante Rodrigo Pinto Guedes a bordo de la fragata Piranga se había incorporado a la flota frente a la ciudad y que se había unido la corbeta Carioca (22) del capitán Cándido Francisco de Brito y Victoria.
En la madrugada del 1 de abril, el bergantín Balcarce, la goleta Unión y las cañoneras N° 11 y N° 12 consiguieron eludir el bloqueo enviados por la Comandancia de Marina para conducir dos compañías de Colorados, artillería y armamentos con destino al sitio de Montevideo.
El 2 de abril Lynch recibió información de que seis días antes cinco de las seis goletas brasileñas estacionadas en Colonia del Sacramento habían abandonado ese puerto para unirse a la escuadra. También supo “que una corbeta, 2 bergantines y 5 goletas de guerra enemigas cruzaban desde Montevideo a Maldonado, esperando al señor general Brown, de quien tenían noticias que iba a salir”.
No obstante, ese mismo día el lugre corsario Hijo de Julio arribó al puerto del Río Salado trayendo noticias del combate de Carmen de Patagones librado entre el 28 de febrero y el 7 de marzo, donde un audaz intento brasilero de flanqueo estratégico había terminado en desastre.
Pese a la confirmación de que el enemigo conocía sus planes, Brown contaba con que la pérdida de la división adversaria aliviaría la presión sobre la ciudad y que, de poder eludir el bloqueo, podría sumar los tres buques que se habían apresado a los brasileños en Carmen de Patagones: la corbeta Itaparica (rebautizada Ituzaingó), el bergantín Escudero (Patagones) y la goleta Constancia (Juncal). Tenía también ahora el plan de señales de la escuadra brasilera, capturada en Patagones.
El 4 tuvo noticias de que el Balcarce y la Unión, con dos cañoneras, estaban ya fondeadas en la isla Martín García para seguir curso a Buenos Aires, por lo que resolvió acelerar su salida apenas el convoy arribara y el puerto quedara guarnecido.
El 5 de abril, Brown se embarcó en la goleta 9 de Febrero con el teniente Francisco Balcarce, 15 soldados del BIL-IV de cazadores y algunos oficiales y se dirigió a Los Pozos, donde esperaba la escuadra.
El día 6, se observaron al N-NO las velas del Balcarce y la Unión, y una corbeta y tres bergantines imperiales dejaron su línea para interceptarlos, quedando a seis millas del convoy que conservó su posición. A las 19:30, ya anochecido y aprovechando el debilitamiento de la línea de bloqueo, la escuadra al mando de Brown se dio a la vela con dirección al E-NE y a las 20:30 había dejado atrás el canal exterior. En el lugar abandonado por su flota, Brown hizo fondear otras cuatro naves para que no se notara la partida.
Armada Imperial
Dejando de lado los buques que permanecieron como apoyo, pero no empeñaron combate, las naves brasileñas que participaron en la división al mando de Norton fueron las siguientes:
- División de vanguardia del bloqueo, que patrullaba el canal de acceso situado al oeste del banco Ortíz con la corbeta Marqués de Maceió (18), el bergantín Pirajá (18), el lugre Príncipe Imperial (15), el bergantín-goleta Providência (3).
- División principal de bloqueo, fondeada en el extremo occidental del banco Ortíz, a 8 millas al E-SE del canal exterior de acceso al puerto; estaba compuesta por la fragata Dona Paula (40), nave insignia del comandante de la división James Norton, la corbeta Liberal (22); 4 bergantines: Caboclo (18), 29 de Agosto (18), Independência ou Morte (18), Rio da Prata (18); 7 goletas: María Theresa (12), Bella María (10), Conceição (4), Dona Paula (4), Athalante (2), Itaparica (2), Ríos (1 giratorio); el patache Pará (6).
Esto hacía un total de 18 naves de guerra con 229 piezas de artillería, en su mayoría de calibre mediano y grueso, cuya andanada total superaba los 2.500 kilogramos. La Dona Paula por sí sola superaba a toda la escuadrilla republicana.
Brown continuó sin novedad hasta las once y media de la noche, en que se observó fondeada la escuadra enemiga, a no más de 10 millas de Buenos Aires. Brown intentó pasar inadvertido y, teniendo en cuenta que el viento había cambiado al E y era más fuerte, mudó rumbo al E-SE, pero fue descubierto por el vigía de la Maceió. La corbeta brasilera con un cañonazo de alarma y cohetes de señales dio aviso a la división imperial y se retiró para observar a su enemigo.
Mientras la Liberal y los bergantines de la segunda división se movilizaban con rapidez para bloquear el canal entre los bancos, Brown intentó llevar su flota más cerca de la costa sur, bordeando los bancos de la costa meridional rumbo S-SE para procurar rodear la línea brasilera. Pero el viento se hizo más fuerte y cambió sucesivamente al N y al NE, con lo cual la de por sí difícil y arriesgada maniobra se convirtió en imposible y la escuadra republicana derivó peligrosamente sobre los bancos del sur.
A las dos de la noche los imperiales abrieron fuego, procurando encerrar a las naves republicanas entre la costa y la línea adversaria. La escuadra de Brown se encontraba prácticamente inmovilizada por la marea baja en las proximidades del banco de Monte Santiago, entre el arroyo de Confisco y el Palo Blanco.
La oscuridad, la urgencia, el cambio de viento y la fuerte corriente que los empujaba hacia la costa solo esperaban un error del piloto, que se produjo a las dos y media de la noche: a esa hora, los bergantines vararon en la punta o saliente del banco Río Santiago, hacia el N-NE y a 4 millas del fuerte de Ensenada de Barragán, con menos de 18 pies de profundidad. Mientras la Congreso (18) mantenía su posición a cubierto, la Sarandí (7), de menor calado, fondeaba valientemente en línea con los buques varados para sumar su fuego.
Desarrollo el 7 de abril
Durante la noche del 7 de abril, las tripulaciones intentaron inútilmente hacer zafar a sus bergantines, pero sin tomar la decisión de lanzar los cañones para alijerar los navíos, decididos a luchar si era preciso. Mientras, las naves de la división Norton se reunían y alistaban para lo que consideraban sería el golpe definitivo a la escuadrilla republicana.
Brown, asumiendo la situación, resolvió salvar lo que fuera posible y luchar hasta el final. A las 8 de la mañana ordenó a la Congreso (18) que, de ser posible, regresara a Buenos Aires y, de lo contrario, mantuviera su posición sin sumarse al combate a iniciarse y que informara a Buenos Aires para que la Comandancia de Marina enviara en apoyo a las cañoneras que estuvieran disponibles.
Al amanecer, permanecían frente a Buenos Aires solo 3 corbetas fondeadas y un bergantín que puso proa al NO para reconocer el puerto. Tras cumplir su misión y comprobar que no permanecían naves de importancia, hizo señales y se reunió con los restantes buques, poniendo rumbo al SE para sumarse a la lucha.
El viento seguía arreciando del norte y la línea brasilera inició su aproximación. Siguiendo sus órdenes, la Congreso (18) al mando de Guillermo Mason, se dirigió pegada a los bancos hacia Buenos Aires, pero Norton destacó sobre ella a la Maceio (18), seguida por el Pirajá (18), el Príncipe Imperial (15) y la Providência (3), que cortaron el estrecho canal, obligando a la Congreso (18) a virar y dirigirse a Ensenada bajo fuego enemigo, consiguiendo llegar al abrigo de los cañones del fuerte.
Si bien era evidente para Norton la desesperada situación de los argentinos, la fuerza del viento y la turbulencia del mar entre los bajíos hacía arriesgado el uso de botes y cañoneras para atacar y enviar a las naves mayores; las arriesgaba a quedar varadas, por lo que resolvió avanzar gradualmente para cañonear a distancia.
A las 9 de la mañana, Norton trasladó su insignia a la corbeta Liberal (22) y formó la primera línea de ataque brasilero con la misma Liberal y los bergantines Caboclo (18), Independencia ou Morte (18), 29 de Agosto (18) y Rio da Prata (18), 94 cañones en total. Norton avanzó a tiro de cañón y empezó a batir a los tres barcos republicanos, dos de los cuales continuaban encallados. Pronto fueron seguidos por las naves más ligeras, el patache Pará (6) y las goletas Dona Paula (4), Conceição (4), Itaparica (2) y Maria Theresa (12), 28 cañones adicionales. El fuego imperial se concentraba sobre el varado República (16) y la Sarandí (7), dado que Brown trasladó su insignia de una a otra nave durante el combate.
Tras forzar a la Congreso (18) a refugiarse, se sumaron al ataque la Maceio (18), el Pirajá (18), el Príncipe Imperial (15) y la Providencia (3), 54 cañones más, y durante el resto de la jornada se agregaron la Bella Maria (10), la Athalante (2) y la Ríos (1), otros 13 cañones.
El desigual combate enfrentaba 189 cañones imperiales con solo 45 de los republicanos, quienes mantuvieron el fuego, pero pronto comenzaron a sufrir importantes averías y fuertes bajas.
El mal tiempo, que se mantuvo durante todo el día, y la decisión de los brasileños de cañonear fondeados o moviéndose sobre sus adversarios, pero sin acercarse demasiado, con la consiguiente imprecisión de la artillería brasilera, permitieron que la lucha se prolongara. Viendo la actitud de su adversario, después del mediodía Brown ordenó economizar la munición y, a las 18:00 horas, el almirante Pinto Guedes, que se había aproximado al frente, pero sin participar de la lucha con las fragatas Ipiranga e Imperatriz dio órdenes similares a Norton.
Al anochecer, las naves brasileñas anclaron a mayor distancia, suspendiendo el fuego de acuerdo a lo ordenado. Brown hizo arrojar al agua víveres y los pertrechos innecesarios para la lucha, pero no consiguió poner a flote a sus naves. Aprovechando la noche clara (con luna llena) y que empezó a soplar el viento de tierra, el Caboclo (18) y la Maria Theresa (12) se acercaron a cañonear a los barcos varados para dificultar sus tareas.

Combate el 8 de abril
En Buenos Aires, el cañoneo se había percibido el día 7 desde las 15 hasta el anochecer, y se habían recibido por tierra las comunicaciones de la flota, por lo que ya se conocía la situación. Durante la noche se alistó una pequeña flotilla de cañoneras, y a las 9 de la mañana partieron de Buenos Aires 6 cañoneras, el lanchón Cometa, la Lancha del Puerto y la del bergantín Balcarce para apoyar a los buques varados, al mando del Tcol Tomás Espora y de Francisco Lynch. Pero debido a las condiciones contrarias de viento y de corriente, no conseguirían llegar: cuando anochecía, todavía se mantenían a la vista de la ciudad bordejeando.
Las condiciones meteorológicas continuaban favoreciendo a los brasileros. El viento fue decreciendo y mejoró el tiempo, especialmente después del mediodía. En el ínterin habían llegado de Colonia la corbeta Jurujuba y otras 2 goletas, aunque tendrían escasa participación en la lucha.
A las 9 de la mañana se reinició el combate: mientras las naves mayores mantenían el fuego a distancia, Norton hizo avanzar las naves menores (los bergantines Caboclo, Independencia ou Morte, 29 de Agosto y Rio da Prata y las goletas Paula, Conceição, Itaparica y Maria Theresa) en dos filas que fondearon a proa y a popa de los bergantines republicanos y a las 11 comenzaron a cañonearlos a corta distancia.
El Independencia ou Morte varó al mediodía al alcance de los cañones del Independencia, que concentró su fuego en él, mientras Brown envió dos botes desde el República al mando de Granville con el objeto de abordarla. Su capitán, Francisco Clark, a diferencia de los comandantes republicanos en igual situación, dio de inmediato órdenes de arrojar por la borda 12 de sus 18 cañones para alijerar su buque, consiguiendo finalmente zafar y replegarse con grandes averías.
En el República, durante la tarde, el impacto de un fragmento de metralla destrozó el brazo izquierdo de Granville, hasta el punto que hizo necesario amputárselo a la altura del codo. Brown se encontraba en el buque, por lo que, con el concurso de Juan King, se mantuvo al mando. Otro disparo cortó la driza donde flameaba el pabellón, por lo que Brown, al igual que durante el combate de Quilmes, lo hizo clavar para dar muestras de su resolución.
Al mediodía, el Independencia había empezado a dar señales de que podría zafarse de la varadura, por lo que Norton hizo avanzar a remolque a la fragata Dona Paula (al mando temporal de William Parker), cuyo poder de fuego era por sí sola superior al de toda la escuadrilla de Brown. La Paula tocó fondo y varó brevemente, pero consiguió volver a flote y llegar a tiro de cañón del Independencia, contra el que de inmediato sumó el fuego de 40 cañones pesados de las naves menores.
El Independencia había disparado 3.400 tiros agotando su munición, por lo que comenzó a utilizar eslabones de cadena del ancla. Su comandante Drummond ha recibido una herida en la cabeza, perdiendo una oreja, y buena parte de su tripulación estaba muerta o herida por los 200 impactos recibidos.
El República y la Sarandí estaban también seriamente dañados. Por su lado, los brasileños también habían sufrido serios daños y bajas, y la corbeta Liberal y el bergantín Rio da Prata habían seguido al Independencia ou Morte en su retirada. En el 29 de Agosto una bala de cañón hirió mortalmente a su comandante, el teniente Rafael José de Carvalho, que fue herido por una bala de cañón que le llevó el brazo izquierdo y le desgarró los intestinos. Al ser socorrido, les dijo a sus hombres que no era nada y que siguieran disparando, muriendo pocos minutos después en la cubierta de su buque. El Pirajá, el Caboclo, las goletas Conceição y Maria Theresa también habían sufrido averías y destrozos en aparejo y velamen.
A las 16:00 horas, con la mitad de la dotación muerta o herida y sin municiones, Drummond recibió órdenes de abandonar al destruido Independencia, pero su tripulación exigió a su comandante continuar la acción, por lo que Drummond dejó al mando al teniente Roberto Ford y, acompañado por su segundo Shannon (estaba herido y temía perder la conciencia), se dirigió en bote al República para pedir munición. Allí se le informó que la munición también escaseaba, por lo que se dirigió bajo fuego a la Sarandí. Apenas subió a cubierta, una bala de cañón lo hirió en el costado derecho, fracturándole el fémur. La herida fue mortal y cuando fue trasladado a la cámara, acudió su amigo el capitán Coe, a quien Drummond le entregó su reloj para que se lo diera a su madre y su anillo de compromiso, para que lo entregara a su prometida, Elisa Brown, hija de su comandante. Brown, enterado de la desesperada situación, se hizo trasladar a la Sarandí. Drummond murió a las 10 de esa noche. Brown dice en sus Memorias que sus últimas palabras fueron: “Digan al almirante que he cumplido con mi deber y muero como un hombre”.
Caído Drummond, el teniente Roberto Ford reunió una Junta de Oficiales que decidió rendir el Independencia por carecer de municiones y habiendo ya sufrido 40 bajas. El República envió dos botes al mando del segundo a bordo, el teniente Juan King, para intentar rescatar a los tripulantes e incendiar el buque rendido, pero los botes del Caboclo se adelantaron. Después de haber desembarcado a los heridos y prisioneros, le prendieron fuego al casco por ser ya inservible.

Al acercarse la noche, agotada la munición y ante la imposibilidad de salvar el República, ya destruido, Brown dio órdenes de abandonarlo y trasladar la tripulación a la Sarandí, tras lo que se prendió fuego al buque. Al anochecer, los brasileños volvieron a alejarse, fondeando a distancia de cañón, abriendo fuego regularmente sobre la Sarandí. Por su parte, un cañón traído desde Ensenada hizo fuego desde tierra sobre la flota imperial, pero a gran distancia y sin efecto alguno. En la Sarandí se efectuaron las reparaciones mínimas necesarias para hacerse a la vela mientras enviaba dos botes con los tripulantes que no podía albergar a la Congreso, aún en Ensenada, ordenándole que aprovechase la noche para dirigirse de inmediato a Buenos Aires. A las 10 de la noche, la Sarandí la siguió y los buques sobrevivientes consiguieron burlar la escuadra enemiga.
En Buenos Aires se tuvieron las primeras noticias del desastre a medianoche cuando “llegó Guillermo Morris, el que dijo que los buques nuestros estaban perdidos, quedando el Independencia a pique y el República no tenía más que diez o doce cartuchos, la Sarandí casi a pique, a la vela, como a embicar para salvar a la gente y el Congreso entre Punta Lara y Ensenada, bloqueado por veinte buques sin poder escapar”.
La Sarandí llegó a Buenos Aires a las tres y media de la madrugada con las cañoneras y la Congreso fondeó una hora y media después en Los Pozos, entrando a las tres de la tarde en balizas interiores.
Secuelas de la batalla
Las pérdidas republicanas reconocidas en el primer parte habían sido de 25 muertos y 51 heridos (12 muertos y 25 heridos y prisioneros en el Independencia), pero algunos autores las hacen ascender a 62 muertos y 91 heridos y prisioneros, al elevar los muertos del Independencia a 49 muertos y a 65 los heridos y prisioneros de esa nave. El mismo Brown resultó herido ligeramente en la lucha, debiendo retirarse del servicio durante varios días, siendo Coe el responsable de elevar el 11 de abril de 1827 el primer parte al comandante general de Marina José Matías Zapiola.
A la una de la mañana del 10 de abril, se ordenó a Espora que saliese con 6 cañoneras y 3 lanchas para atacar a la Paula que estaba varada frente a la Punta del Monte Santiago, pero por la fuerte marejada y el viento del E-NE tuvieron gran dificultad con el banco de la Ciudad. A las 10 pudieron zarpar, pero cambiando el viento al SE fondearon en Los Pozos. El 11 a las 9 de la mañana volvieron a partir, pero recibieron órdenes de regresar dado que se supo que la Paula se había zafado la tarde anterior. Estas circunstancias demuestran cómo afectaban los acontecimientos meteorológicos e hidrográficos a estas operaciones, sobre todo de naves pequeñas.
Entre el 10 y el 11, entraron en el puerto de Montevideo siete buques imperiales con fuertes daños. La corbeta Liberal había perdido el palo mayor y el bauprés y presentaba numerosas vías de agua en el casco, mientras que los bergantines Pirajá, Independencia ou Morte, Rio da Prata y 29 de Agosto y dos goletas, una de ellas la Concepción, arribaban con serias averías en casco y arboladura y numerosos muertos y heridos. Los brasileños declararon 8 muertos y 22 heridos, y en posteriores comunicaciones reconocieron 40 bajas en total, pero se asume que las bajas fueron mayores. Exceptuando al Independencia ou Morte y al Rio da Prata, considerados irrecuperables, se iniciaron las reparaciones de los restantes.
Los imperiales habían desembarcado en Montevideo 69 prisioneros, permaneciendo en su mayoría internados en la Isla da Cobras, en Río de Janeiro, hasta el fin del conflicto.
Pese a la derrota, la mayor de la contienda, el coraje demostrado por la escuadra republicana en dos días de tan desigual combate le valió el reconocimiento de la población que recibió con ovaciones a los marinos y realizó una colecta para aliviar la vida de los prisioneros argentinos del Independencia en Montevideo.
Tras la batalla de Monte Santiago ya no se podría combatir más en “línea”, ya no sería posible enfrentar abiertamente a unidades enemigas de mediano o mayor poder. La flota argentina quedó reducida a unas pocas goletas y cañoneras que solo alcanzaban para defender el puerto, hostigar los avances imperiales sobre el puerto del Salado al sur y por el norte dar apoyo de convoy a los transportes de refuerzos y abastecimientos al frente oriental.
Montevideo y Colonia aún estaban bajo el control de Brasil. Esta situación conduciría finalmente a la firma de la Convención Preliminar de Paz, por la que la Provincia Oriental se independizó como el Estado Oriental del Uruguay.