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Situación estratégica
La situación geopolítica era absolutamente favorable para Brasil: se encontraba geográficamente mucho más cerca de sus mercados (Europa, América del Norte e incluso el África). Tal situación geopolítica también le permitía al Brasil interrumpir o dificultar enormemente el tránsito comercial entre las Provincias Unidas y los principales mercados de la época. La diferencia geopolítica a favor de Brasil se acentuaba en otros aspectos; mientras que Brasil poseía ya un extensísimo litoral marítimo, por lo cual era impracticable todo intento de aplicarle bloqueos navales, las Provincias Unidas poseían casi exclusivamente una única salida y entrada para el comercio ultramarino: el Río de la Plata, fácilmente bloqueable.
Brasil doblaba prácticamente la cifra de efectivos terrestres, y gran parte de las tropas a su servicio estaba constituida por mercenarios alemanes. No obstante, la diferencia en moral combativa y experiencia bélica contaba enteramente a favor de las Provincias Unidas, con tropas de larga experiencia bélica debido a las guerras de independencia y civiles, y convencidas además de la justicia de su causa.
Respecto de su flota de guerra, que contaba cerca de 80 unidades, solo destacó en el Río de la Plata unas 50, mientras que las Provincias Unidas, disponían tan solo de unos pocos barcos, llegaron a reunir 14, en su mayoría pequeños y medianos navíos mercantes improvisados para combatir, uno de medio tonelaje y algunas lanchas cañoneras.
Organización del Ejército Argentino
El Congreso Nacional Argentino, primera vez que se usó ese nombre oficialmente, cohesionó a todas las provincias, las cuales, según sus posibilidades, enviaron contingentes para formar el Ejército de Observación. Poco después de la declaración de guerra, el Congreso, entendiendo que debía centralizar las decisiones militares, económicas y diplomáticas, creó un Poder Ejecutivo nacional el 8 de febrero de 1826, eligiendo como presidente de las Provincias Unidas a Bernardino Rivadavia.
Al estallar la guerra, el Ejército de las Provincias Unidas había dejado de existir; sus fuerzas habían quedado desperdigadas entre las provincias, y el único resto de ejército con algún carácter nacional se había incorporado al Ejército Unido Libertador del Perú. El 31 de mayo una ley del Congreso volvió a crear el Ejército Argentino.
Un serio problema que enfrentaba Rivadavia era que su autoridad no estaba respaldada por una constitución, de modo que las provincias dieron su colaboración con mucha reticencia y suspicacia. Esta suspicacia fue en aumento cuando varios de los oficiales enviados al interior del país a reunir tropas utilizaron las fuerzas a su mando para hacer prevalecer el partido del presidente; el caso más destacado fue el de Gregorio Aráoz de Lamadrid, que derrocó al gobernador de la provincia de Tucumán, Javier López, y se hizo elegir gobernador en su lugar.
La guerra entre Lamadrid y Facundo Quiroga impidió la incorporación de tropas de muchas provincias al Ejército nacional. Las posteriores acciones del Congreso, en particular la sanción de la Constitución Argentina de 1826, de neto corte unitario, rechazada por la mayoría de las provincias del interior, disminuyeron aún más el aporte de las provincias al esfuerzo bélico.
La comandancia de las tropas rioplatenses le fue propuesta al gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, con el propósito de lograr el máximo de adhesión de las provincias del Interior; de las cuales Bustos era uno de los principales referentes desde el Tratado de Benegas; pero Bustos declinó la oferta.
En segundo lugar, le fue ofrecida por los oficiales del Ejército al general José de San Martín, considerado en su momento el máximo estratega argentino, pero el general se negó a ofrecer al gobierno sus servicios, porque consideraba que estos serían rechazados por el presidente Rivadavia y su ministro de guerra, Carlos María de Alvear, dos de los más tenaces enemigos internos de San Martín.
El ministro Alvear aprovechó su cargo para equipar generosamente al Ejército, mientras negociaba con los diputados y el presidente, de resultas de lo cual, poco después fue nombrado su comandante. Asumió el mando en Salto, ya en territorio oriental, adonde había trasladado el campamento el general Rodríguez. El Ejército Republicano, nombre que le asignaron sus oficiales para diferenciarlo del Ejército Imperial, se formó con aportes de la mayor parte de las provincias, aunque mucho más de la mitad provenían de Buenos Aires y la Provincia Oriental.
Cada provincia tendría que proporcionar el 1,33 % de su población, y de acuerdo con el censo que se tomó de índice, Buenos Aires aportaría 1.600 hombres, Córdoba 1.200, Santiago 800, Tucumán, Salta y Corrientes 533, Entre Ríos y Catamarca 400, Mendoza, San Juan y San Luis 355, La Rioja 333, Santa Fe 200. Pero la concreción del plan sería muy difícil.
Sin embargo, el ejército tardaría mucho en estar preparado. Por un lado, porque “su número disminuía de día en día a causa de la deserción continua que se experimentaba”. Además, el general Rodríguez sentía que se encontraba en territorio hostil y apenas un mes después de establecer el campamento propuso cruzar el río Uruguay para reubicarse. «La deserción es aquí protegida por todas las autoridades», decía, al tiempo que ni las recompensas materiales ofrecidas por el ejército ni las amenazas de la pena de muerte habían dado resultado para detener la deserción o para recuperar a los que se habían ido. Y a pesar de la “extremada indigencia de estas gentes”, no conseguían atraer voluntarios a las filas; solo tres lo habían hecho y se fugaron tras cobrar el enganche. A la vez, los dueños del ganado habían subido los precios de la carne, y Rodríguez consideraba que esta era más abundante y barata en la Provincia Oriental.
Su secretario militar escribió que, como el ejército pagaba los caballos huidos que estaban marcados, los “gauchos” entrerrianos los espantaban de noche para luego recapturarlos y cobrar la recompensa. A la vez, la presencia de soldados atraía a los vivanderos, que les vendían de todo. En las instrucciones que recibió Rodríguez se le pedía que fuera duro con su presencia, castigando a los que estimularan la embriaguez de los hombres.
También se le encargaba vigilar a la otra compañía de los soldados: las mujeres que viajaban con ellos o las que se acercaban al campamento. Le advirtieron: «Se le recomienda estrechamente la atención que debe poner en no permitir la permanencia de mujeres corrompidas, y con particularidad de las chinas de Misiones, pues es sabido por la experiencia los estragos que aquellas hacen en los ejércitos y que las últimas en diferentes ocasiones han destruido cuerpos enteros». De hecho, cuando hacia fin de año Rodríguez empezó a ser presionado para que el ejército pasara a la Provincia Oriental, el general parecía haber cambiado de opinión y puso a la cuestión de las mujeres como la dificultad central. El ministro de guerra respondió que viera “el modo mejor de deshacerse de ellas”.
El otro problema era que la llegada de los contingentes provinciales se cumplía lenta y dificultosamente. El peso de las levas, el desinterés en la guerra, particularmente fuerte en aquellos que procedían de zonas lejanas a la zona de conflicto, y la indignación generada por los abusos de las partidas reclutadoras provocaron rápidamente algo usual en los ejércitos de la época: altas tasas de deserción.
De todos modos, al empezar el nuevo año se le exigió a Rodríguez abrir la campaña. El general, furioso, comentó a Lavalleja que «el gobierno sabía muy bien que la fuerza que lo compone es por la mayor parte de los reclutas, hombres forzados y, por consiguiente, descontentos». No podía armarlos porque de las 1.381 carabinas que le enviaron solo 94 servían. No podía entonces avanzar y menos en el momento en que acababan de llegar “más de 1.000 reclutas de las provincias de Córdoba, Mendoza, San Juan y Misiones, es decir, más de la mitad de la fuerza existente. Rodríguez aseguraba que no renunciaba porque la situación era grave. Su descripción, exagerada o no, mostraba que el ejército era todavía más proyecto que realidad.
Aun así, a fin de enero de 1826, la fuerza hizo el cruce y se instaló en la Provincia Oriental. Pero la situación no mejoró y, al terminar marzo, Rodríguez comunicó al gobierno que contaba solo con 2.800 hombres, con una instrucción deficiente. El número estaba muy por debajo del que había pensado el Congreso, si bien faltaba la integración con las tropas orientales. Pero ambas fuerzas unidas no alcanzaban para luchar exitosamente contra los imperiales, porque además unos cuantos combatientes debían quedarse a mantener los sitios de Colonia y Montevideo. Era necesario entonces conseguir más hombres.
Más difícil fue para Rodríguez lograr que Lavalleja se le subordinase y se incorporara al ejército con sus fuerzas orientales: le escribió «se digne tener presente que el general infrascrito, no solo lo es el jefe del Ejército Nacional, sino también con el mando de las cuatro Provincias, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental». Sin embargo, el gobernador oriental, cuyas fuerzas eran de magnitud similar a las de Rodríguez, demoró tal acción durante meses, y la relación entre ambos se hizo muy tensa. Lavalleja se declaraba ofendido por la desconfianza que le mostraban; defendía el nombre de “ejército oriental” que los nacionales le objetaban.
El Ejército Imperial
El Ejército Imperial contaba con 12.420 hombres, diseminados en varios destinos; el grueso del mismo eran los 8.500 hombres comandados por el marqués de Barbacena en Santa Ana del Libramento. Otros 3.000 hombres estaban estacionados en Montevideo y 1.500 en Colonia. En el norte de la provincia operaban dos cuerpos de milicias de caballería gaucha, es decir, gauchos lusoparlantes de Río Grande del Sur, al mando de Bento Manuel Ribeiro y Bento Gonçalves da Silva.
Las tropas brasileñas, excepción hecha de los gaúchos, eran mayoritariamente de infantería. Su artillería no era superior a la rioplatense, pero su poder de fuego en fusiles era mucho mayor. Parte importante de la caballería y de la infantería eran mercenarios de origen alemán y agricultores del mismo origen, residentes en las colonias agrícolas establecidas en Santa Catarina en 1824. El comandante de estas tropas extranjeras era el mariscal de campo británico Gustave Henry Brown.
El general Barbacena se había propuesto un ambicioso objetivo: en una carta al Emperador, lo invitaba a ocupar toda la Mesopotamia y el Paraguay. Incluso, comprendiendo mal la naturaleza del régimen confederal que propugnaban los caudillos de esas provincias, le proponía incitar a sus gobiernos a unirse voluntariamente al Imperio. No obstante, cuando se produjera el avance republicano, Barbacena permanecería estrictamente a la defensiva, tal como lo anunció al Emperador a fines de enero del año siguiente.
Primeras operaciones republicanas en la Banda oriental
Martín Rodríguez cruzó el río Uruguay el 28 de enero de 1826, instalándose en Paysandú, donde se incorporaron varios contingentes provenientes de Buenos Aires y del interior de las Provincias Unidas. Los cuerpos de Entre Ríos formaron el RC-1, al mando del coronel Federico Brandsen; el BIL de cazadores de Salta, que incluía también efectivos de Santiago del Estero, fue transformado en el RC-2 de caballería, al mando del coronel José María Paz, que los había llevado desde sus provincias de origen; desde Buenos Aires fueron enviados, el RC-3 del coronel Manuel de Escalada, el RC-4 del coronel Juan Lavalle, y el RC-16 del coronel José Valentín de Olavarría. El RC-15 era el que había organizado Gregorio Aráoz de Lamadrid, pero quedó en Tucumán, luchando en la guerra civil. Un BIL de cazadores al mando de Manuel Correa y uno de artillería ligera, al mando de Tomás de Iriarte, completaban el Ejército. Hasta entonces, eran solamente 2.800 efectivos, según el propio Rodríguez. El JEM era el general Miguel Estanislao Soler.
El sitio de Montevideo persistió a todo lo largo de la guerra; las tropas a órdenes de Oribe no eran suficientes para conquistar la plaza; pero aun así lograron un importante triunfo en el cerro de Montevideo y el arroyo Pantanoso el 9 de febrero, rechazando una salida de las tropas sitiadas. Posteriormente, el general Lucio Norberto Mansilla dirigió el sitio durante algún tiempo, para dejarle nuevamente el mando a Oribe meses más tarde.
Los orientales no tenían preparación militar adecuada, y sus jefes estaban divididos en dos facciones, dirigidas por Lavalleja y Rivera. Este se sublevó con todo su regimiento y se incorporó al ejército de Rodríguez; pero el jefe nacional lo transformó en el RC-8, al mando de Juan Zufriategui. Lavalleja, a quien el ministro de guerra había ordenado ponerse a órdenes de Rodríguez, desobedeció abiertamente a este y atacó Colonia, fracasando en su intento. Por su parte, Rivera, siguiendo órdenes de Rodríguez, atacó a Bento Manuel Ribeiro en su avance sobre Paysandú, derrotándolo. Pero se negó a continuar su avance y destruir el campamento enemigo en la costa del río Cuareim, e incluso avisó al jefe enemigo de las intenciones de Rodríguez. El 17 de junio, por exigencia de Lavalleja, Rodríguez envió a Rivera a Buenos Aires, informando de lo sucedido. El presidente ordenó arrestar a Rivera, pero en el mes de septiembre, este escapó hacia Santa Fe, donde se puso bajo la protección de Estanislao López.
Rodríguez inició la marcha a mediados de 1826 hacia el sudeste, buscando incorporar las tropas orientales. Se instaló en Durazno, donde recibió nuevas incorporaciones. También envió ayuda a Ignacio Oribe, que mandaba las operaciones en Cerro Largo, que estaba siendo atacado por las fuerzas del jefe gaúcho Bento Gonçalves da Silva; pero este destruyó las avanzadas enviadas por Oribe y Paz a finales de julio.
En agosto, Martín Rodríguez tuvo noticias de que iba a ser relevado del mando, por lo que marchó a Buenos Aires sin esperar el cambio. El general Carlos María de Alvear se hizo cargo del Ejército el 1 de septiembre. Se incorporó también el RC de Colorados de las Conchas, milicias de caballería, al mando de José María Vilela, y los coraceros, cuyo jefe era el oriental Anacleto Medina. Con el BI-I, BI-II, BI-III y BI-V al mando de Manuel Correa, Ventura Alegre, Eugenio Garzón y Félix Olazábal, respectivamente, aumentando el número de efectivos de infantería, pero igualmente estaba en franca minoría, con solo 1.500 infantes, frente a 500 de artillería y 3.116 de caballería. La vanguardia estaba ubicada en Durazno. El grueso del ejército se organizó junto al Arroyo Grande, al norte de Colonia.
A finales de 1826, comenzó las operaciones a gran escala contra el Imperio partiendo de la Banda Oriental. El Ejército Nacional se dividió en tres cuerpos:
- El CE-I o vanguardia al mando del brigadier oriental Juan Antonio Lavalleja estaba formada por 2.600 efectivos, todos de caballería, comandados por Lavalleja, Laguna, los hermanos Oribe y Servando Gómez.
- El CE-II o núcleo principal, bajo el comando de Carlos María de Alvear, se organizó junto al Arroyo Grande, al norte de Colonia.
- El CE-III o retaguardia dirigido por el brigadier Miguel Estanislao Soler.
Las fuerzas del Imperio, descontada la guarnición de Montevideo, estaban divididas en dos ejércitos: el grueso, al mando de Barbacena, en Santa Ana del Libramento, y las milicias gaúchas en Cerro Largo. El Ejército Imperial formó una línea defensiva para detener el avance republicano, apoyándose sobre los puntos fuertes de Santa Ana do Libramento, Bagé y Yaguarón.
Alvear ordenó a Lavalleja avanzar en busca de la caballería de Bento Goncalves y los jinetes alemanes de Gustave Henry Brown, pero estos se desplazaron hacia la costa de la laguna Merín. Entonces Alvear pensó en introducirse entre ambas fuerzas, impidiendo la reunión entre ellas. De modo que se lanzó a una marcha forzada en dirección a Bagé; este movimiento hizo que las tropas brasileñas acantonadas en Santa Ana del Libramento, temiendo ser rodeadas por las republicanas, se retiraran rápidamente hacia el este. La marcha forzada era una maniobra relativamente fácil para la caballería; pero, en cambio, la infantería y muy especialmente la artillería fueron sometidas a una marcha extenuante.
Al llegar a Bagé, una fuerte lluvia complicó la situación del Ejército Republicano, y el general Alvear ordenó detener la marcha durante varios días. En cambio, Goncalves continuó su retirada y logró incorporarse al ejército de Barbacena. Los imperiales lograron restablecer puestos y sistemas de abastecimientos desde retaguardia, con lo cual Alvear debía enfrentarse de inmediato al enemigo o retroceder.
El ejército brasileño continuó la retirada hacia el norte, buscando alcanzar las escabrosas serranías del centro de Río Grande del Sur, donde esperaba obtener ventajas contra un ejército formado mayoritariamente por caballería. Por su parte, Alvear cambió completamente el rumbo y marchó hacia el oeste, anunciando a sus subordinados que lo hacía para atraer a Barbacena hacia el llano. Aunque nadie lo contradijo en esa oportunidad, sus detractores afirmarían que no era lógico intentar atraer al enemigo mientras le dejaba el camino libre hacia la Banda Oriental.
Combate de Bacacay (13 de febrero de 1827)
El 26 de enero de 1827 las fuerzas argentinas capturaron los depósitos de pertrechos de Bagé y continuaron avanzando para encontrarse con una nueva línea defensiva. Alvear fingió retroceder, haciendo que el marqués de Barbacena abandonara la ventajosa posición y lo persiguiera. Mientras tanto, los movimientos de las fuerzas nacionales eran seguidos de cerca por una división imperial al mando del coronel Bentos Manuel Riveiro. Para evitar estas acciones, el general Alvear ordenó al coronel Juan Lavalle atacarla.
El 13 de febrero se produjo el combate de Bacacay, donde el teniente Marcelino Ferreira do Amaral, por delante de 70 milicias de caballería, sorprendió un destacamento argentino de cien hombres que huyeron, perdiendo 2 oficiales y 20 soldados muertos durante el choque y la persecución. El coronel Lavalle acudió en su ayuda, con 700 jinetes, y el teniente Amaral se retiró, incorporándose a su comandante, el mayor Gabriel Gomes Lisboa, que solo tenía 200 milicianos. Incapaz de hacer frente a Lavalle, continuó Lisboa la retirada, para cumplir con el coronel Bento Manuel Ribeiro, jefe de la brigada a la que pertenecía.

Combate de Arroyo Ombú (15 de febrero de 1827)
Después del combate de Bacacay, Alvear dispuso escarmentar a las tropas brasileñas por segunda vez.
La tarea fue encomendada al general Lucio Mansilla y dos días después se toparon argentinos y brasileños en el arroyo Ombú. Mansilla contaba con 800 hombres, todos de caballería (100 del RC-1, 100 del RC-2, 300 del RC-8, 200 del RC-16 y el ECC del Tcol Medina). El coronel Ribeiro conducía a unos 1.200 efectivos.
El 15 de febrero de 1827, Mansilla, con apenas 350 hombres, se enfrentó a los más de 1.100 de Bentos Manuel Riveiro en el combate de Arroyo Ombú. Tras una desordenada carga republicana que facilitó a la caballería imperial formar un gran semicírculo que puso en peligro el ataque argentino, la rápida reacción del ayudante del general Mansilla, Segundo Roca, al quitarle el clarín al trompeta de órdenes, el cual estaba dispuesto a tocar retirada, permitió que un EC del RC-16, a órdenes del coronel Olavarría, ejecutara una carga con tal ímpetu que frenó la acción brasileña. Esto permitió rehacer la carga propia y provocó la detención del empuje brasileño. El ataque enemigo pronto se transformó en retirada y luego en desordenada fuga.
Los argentinos tuvieron 54 muertos y 31 heridos, mientras que los brasileños tuvieron 173 muertos y 46 heridos. El resultado fue que la división imperial fue dispersada, que ya no estaría presente en la gran batalla que se avecinaba.
Batalla de Ituzaingó (20 de febrero de 1827)
Después de estos combates, Alvear continuó su marcha hacia el oeste, perseguido por Barbacena, que renunciaba a la posibilidad de marchar nuevamente sobre la provincia en disputa y caía en la trampa tendida por Alvear. Se detuvo dos días en el arroyo Cacequí, donde ordenó aligerar los bagajes, e incluso destruir armamento y parque de artillería en perfecto estado.
El Ejército Republicano llegó hasta el Paso del Rosario sobre el río Santa María, en el nacimiento del río Ibicuy, que encontró crecido e imposible de vadear. De modo que retrocedió hasta quedar enfrentado a las tropas de Barbacena junto al arroyo Cutizaingó, nombre que posteriormente cambiaría por el de un arroyo cercano, llamando Ituzaingó. Barbacena perdió una magnífica oportunidad de destruir a su enemigo mientras remontaba el desfiladero que le permitía salir del encajonado valle del río Santa María.
El marqués de Barbacena creyó que las unidades de Alvear se encontraban en desventaja, ya que las supuso cruzando el río Santa Ana, por lo que a las 2 de la mañana del 20 de febrero avanzó sobre el vivac nacional. Sorprendido por los movimientos brasileños, el brigadier Alvear ordenó a la infantería RI-5 mandada por el coronel Félix Olazábal y a la artillería del coronel Tomás de Iriarte detener a todo trance al Ejército Imperial para dar tiempo al ejército republicano a desplegarse. La orden fue terminante: “Hágase matar antes que retroceder un paso”. A continuación le entregó la bandera del Ejército, todo un gesto. A las 7 de la mañana comenzaron los primeros disparos abriendo claros sobre las líneas enemigas. El RI-5 y la artillería se batieron gallardamente, cumplieron su objetivo hasta que llegaron el RI-1 y el RI-2 de los coroneles Federico Brandsen y José María Paz para reforzarlo.
Despliegue de fuerzas
El 20 de febrero de 1827, el Ejército argentino-oriental contaba con 7.700 hombres y 16 piezas de artillería. La caballería disponía de 5.400 efectivos, la infantería de 1.800 y la artillería de 500. La rápida acción de los infantes y artilleros contuvo el avance brasilero. Esto dio tiempo a Alvear a formar al ejército, que quedó desplegado de la siguiente manera:
- Ala izquierda: formada por el CE-III al mando del general Miguel Estanislao Soler. En su extremo se ubicaban las fuerzas al mando del coronel Juan Galo Lavalle, con DC-2 (815), integrada por el RC-4 (bajo el comando directo de Lavalle) y el RC de colorados (milicias) dirigidas por el coronel José María Vilela. Junto a ellos estaba la DI del general Félix Olazabal (1.900) con el BIL-III (533) del Tcol Eugenio Garzón, el BIL-II (416) del Tcol Ventura Alegre y el BIL-I (452) de Tcol Manuel Correa, todos de cazadores de infantería. Junto a ellos, proyectándose hacia el centro del dispositivo, estaban las 16 piezas de artillería al mando del coronel Tomás de Iriarte, divididas en 4 baterías (capitanes Martiniano Chilavert, Benito Nazar, Guillermo Muñoz y José María Pirán). Completaba la línea el BIL-V de cazadores del coronel Félix de Olazábal.
- Centro: formado por el CE-II al mando del general Carlos María de Alvear con la DC del coronel Federico Brandsen con el RC-1 (de Brandsen), y el RC-3 del comandante Ángel Pacheco y el ECC del Tcol Anacleto Medina. En esta posición se ubicó inicialmente el brigadier Alvear para dirigir la batalla.
- Ala derecha: unidades de caballería del CE-I al mando del brigadier Juan Antonio Lavalleja. Estaba compuesto por la DC-1 del general Laguna (700) con el RC-1 y RC-2; y la DC-3 del coronel Ignacio Oribe (800) con el RC-5 de milicias orientales y el RD del Libertador del coronel Nicolás Medina, a los que se sumaron la DC del coronel Juan Zufriategui (1.028) con el RC-8 y el RC-16 de José de Olavarría durante la batalla.

El Ejército Imperial, por su parte, estaba bajo el comando del marqués de Barbacena, alineando entre 6.300 y 8.500 hombres y 12 cañones. De estos, 2.300 eran infantes, 3.700 eran jinetes y 300 artilleros, además de un numeroso cuerpo de mercenarios alemanes. El marqués de Barbacana organizó sus fuerzas en:
- Ala izquierda: formada por la DC-2 del brigadier Juan Crisóstomo Callado, estaba compuesta por la BRC-III/2 (750) del coronel Barbosa Pita con el RC-6, EC de Bahía y RC-2 de milicias; la BRC-IV/2 (600) del coronel Tomas da Silva con el RC-3 y RC-5. Contaba con la BRI-II (500) del coronel Leite Pacheco, con el BIL-XIII y el BIL-XVIII de cazadores. Antes de comenzar la batalla, se les unió el cuerpo de voluntarios del general Abreu (560), que estaban originalmente en el centro y actuaron como vanguardia en ese sector.
- Centro: junto al ala derecha estaba la BRC-III (750) del coronel Barbosa Pita con el RC-6 y el RC-20. Proyectándose hacia el centro, se ubicó la BRI-II con el BI-XIII y BI-XVIII. Junto a las fuerzas de infantería estaba la BRC-IV (600) del coronel Tomás da Silva con el RC-5. Este sector estaba bajo el comando del mariscal de campo Gustavo Enrique Brown, brillante oficial inglés al servicio del Imperio.
- Ala derecha: la DC-1 del general Sebastián Barreto Pereira, contaba con la BRC-I (600) del coronel Emidio Calmlmón, formada por el RI-1 y el RC-24, y la BRC-II (500) del coronel Arauto Barreto con el RC-4 y el RC de lanceros alemanes (mercenarios). Estas fuerzas eran apoyadas por la BRI-I (600) del coronel Leitao Bandeira con el BIL-III, el BIL-IV y el BIL-XXVII de cazadores y con una BRCL-II (700) al mando de Bentos Goncalves con el RC-21 y RC-39 de milicias. Estas fueron las tropas de caballería que se enfrentaron a las fuerzas de Lavalle, mientras que la infantería pasó a reforzar el centro brasilero durante la batalla.
Artillería estaba al mando de Tome Madeira con 11×6 cañones y 1×6 mortero. Asignadas a la DC-1 había 4 baterías de 2 cañones cada. Asignada a la DC-2 había 2 baterías de 2 cañones. Además de estas fuerzas, en las proximidades del teatro de operaciones se encontraba una división fuerte de caballería dirigida por el coronel Bentos Manuel Riveiro. Alvear preveía que participaría en la batalla, cosa que finalmente no ocurrió, por lo que destacó una brigada entera para custodiar el vivac del ejército y a los prisioneros.
El Ejército Republicano tenía a sus espaldas la cuenca pantanosa del río Santa María y más atrás el paso Rosario sobre el río Santa María. Cubriendo prácticamente todo el frente, entre los dos ejércitos, había una gran zanja que dificultaba las operaciones de la caballería y que tendría gran influencia en los choques. Sobre el ala izquierda republicana recorría todo el campo el arroyo Ituzaingó, del que deriva el nombre de la batalla. A su vez, los imperiales tenían a sus espaldas médanos de baja altura.

Desarrollo de la batalla
Ya con sus fuerzas completamente desplegadas, Alvear pasó a la ofensiva. Observó que existía una separación entre el centro y el ala izquierda imperiales, por lo que ordenó a su ala derecha republicana cargar para romper la línea de batalla enemiga. Sin embargo, el brigadier Lavalleja demoró el ataque sobre los efectivos imperiales, por lo que no se pudo concretar la maniobra que podría haber decidido la batalla rápidamente. Tardíamente, la división de caballería del general Laguna fracasó en su carga contra los brasileños que ya se habían formado tranquilamente aprovechando la demora de Lavalleja.
Observando que la situación en su ala izquierda le era favorable, el mariscal Brown con su primera división intentó un contraataque sobre las fuerzas republicanas centrales reforzado por una brigada de caballería cedida por el brigadier Callado y con el BI-III, BI-IV y BI-XXVII. Los batallones de infantería imperiales dirigidos por el coronel Leitao Bandeira, apoyados por la artillería, avanzaron al frente para quebrar el centro de los republicanos. Alvear ordenó a la infantería y artillería batir a las fuerzas enemigas. La infantería del coronel Leitao Bandeira continuó avanzando bajo un diluvio de proyectiles del RI-5 del coronel Félix de Olazábal y de las 16 piezas de artillería dirigida por Tomás de Iriarte que diezmaron las filas brasileñas.
A pesar de las bajas, la infantería imperial prosiguió avanzando disciplinadamente. Para detenerlos, el brigadier Alvear ordenó a la división de caballería del coronel Federico Brandsen (RC-1 y RC-3) cargar contra las fuerzas centrales del coronel Leitao Bandeira. Inicialmente, Brandsen rehusó, ya que la existencia de un zanjón obligaría a la caballería a detenerse, siendo fácil blanco de los disparos de la infantería enemiga. Se produjo entonces el siguiente intercambio de palabras, pero al final cumplió la orden.
Mientras se aprestaba la caballería de Brandsen, el coronel Leitao Bandeira observó la maniobra y ubicó a sus tres batallones de infantería formada en cuadro cerca de la zanja a la que se refería Brandsen, apoyado por la artillería central. A pesar de que bajo estas circunstancias la destrucción de su caballería era segura, el bravo coronel ejecutó la orden de Alvear. Brandsen inició la maniobra con el RC-1, quedando el RC-3 dirigido por el comandante Ángel Pacheco como reserva.
La carga de Brandsen fue detenida por el fuego de los cuadros de infantería; intentaron maniobrar para evitar el zanjón, pero no lo consiguen. Brandsen reagrupó sus fuerzas y, junto con el RC-3 que estaba como reserva, inició un ataque para respaldar a su jefe, pero recibió la orden directa de Alvear de detenerse, que tardíamente había comprendido que era inútil el ataque de la caballería en ese sector por la presencia del zanjón.

Frente a la disciplinada y férrea resistencia del centro imperial, el general Alvear intentó envolverlo mediante un nuevo ataque para quebrar el flanco izquierdo brasileño. Ordenó al brigadier Lavalleja atacar nuevamente a las fuerzas del brigadier Callado. Lavalleja encabezó una nueva carga de caballería con las milicias orientales, pero el ataque fue detenido por el certero fuego de la infantería y la artillería imperial (tres piezas en ese sector).
Hábilmente, el brigadier Callado a su vez envió a su caballería, que entró en combate con la del brigadier Lavalleja. Era el momento culminante de la batalla; las fuerzas republicanas habían tenido la iniciativa, habían actuado con valor y agresividad, pero habían sido rechazadas por las disciplinadas fuerzas imperiales, cuya infantería y artillería lograron detener los ataques en masa de la caballería enemiga. Los dos comandantes sabían que podían ganar la batalla.

Acertadamente, Alvear ordenó a la reserva del CE-I acudir en apoyo de las unidades del brigadier Lavalleja en el flanco derecho republicano. El RC-3 del comandante Pacheco cargó contra la caballería del general Abreu ubicada a la vanguardia del ala izquierda imperial. Al comandante Pacheco se sumaron rápidamente los escuadrones orientales dirigidos por el brigadier Lavalleja y los coroneles Ignacio y Manuel Oribe. Alvear envió al RC-16 de lanceros del coronel José de Olavarría, al RC-8 del coronel Juan Zufriategui y al ECC del Tcol Anacleto Medina, que maniobraron en forma impecable en el campo de batalla. Las cargas escalonadas destruyeron primero a la caballería del general Abreu, que retrocedió desordenadamente para buscar refugio entre los cuadros de la infantería.
El brigadier Callado le reprochó enérgicamente su conducta y ordenó a sus fuerzas abrir fuego sobre la masa de caballería que avanzaba, tanto la republicana como la imperial que se retiraba. El general Abreu cayó muerto sobre el campo de batalla. La carga de la caballería republicana se volvió imparable, tomando la artillería brasileña y abalanzándose sobre la infantería. El ala izquierda brasileña cedió. El brigadier Callado ordenó la retirada que solamente pudieron hacer de manera ordenada dos batallones de infantería que retrocedieron formando cuadro para evitar ser aniquilados por la caballería republicana.

Mientras tanto, en el centro, el combate se había estabilizado, convirtiéndose la batalla en un duelo de artillería. Uno de los disparos de los cañones imperiales terminó con la vida del comandante Manuel Besares. Observando la victoria del ala derecha republicana sobre el flanco izquierdo imperial, el general Alvear ordenó a la infantería del brigadier Soler avanzar contra el centro brasileño. A su vez, ordenó a la caballería del coronel José María Paz, que había permanecido inactiva, contribuir en la maniobra. El coronel Paz cargó contra la infantería imperial, pero fue rechazado. Sin embargo, realizó una segunda carga no autorizada por Alvear, que, si bien le permitió vencer a la caballería imperial que operaba en ese sector, nuevamente fue rechazada por la infantería.
Simultáneamente, la caballería del ala izquierda republicana, formada por la DC-2 (RC-4 y RC de colorados mandados por el coronel Vilela), atacó el flanco derecho imperial. El movimiento fue oportuno y acertado, ya que en ese momento la división de caballería Bentos Manuel Goncalves comenzaba a avanzar para intentar atacar el centro republicano. Los coroneles Lavalle y Vilela expulsaron a los jinetes imperiales del campo de batalla quebrando el flanco derecho brasileño. La caballería republicana persiguió a la imperial y se apoderó de los bagajes del ejército enemigo, amenazando la retaguardia. Ya solamente quedaba en pie del centro imperial.
En el centro, las disciplinadas fuerzas dirigidas por el mariscal Brown y los coroneles Barreto y Leitao Bandeira avanzaron, pero fueron detenidas por el mortífero fuego de la artillería, por nuevas cargas de caballería y los disparos de la infantería. Bajo un enorme volumen de fuego y cargado constantemente por la caballería republicana, el mariscal Brown ordenó a sus fuerzas formar cuadro para evitar ser rodeadas y aniquiladas por los jinetes del general Laguna, al que comenzaban a sumarse los que convergían desde los flancos donde habían vencido a la caballería imperial.
Secuelas de la batalla
Tras seis horas de combates, el marqués de Barbacena ordenó la retirada general de su ejército para evitar su destrucción, dejando sobre el campo de batalla 1.200 muertos, 150 prisioneros, 800 extraviados, 2 banderas, 10 cañones, una imprenta y todos sus bagajes y municiones.
Sin embargo, la batalla prosiguió, ya que, aunque agotada por el intenso calor de la jornada avivado por los incendios provocados por los disparos; la caballería republicana persiguió a los restos del Ejército Imperial durante cinco horas, por lo que la batalla duró en total 11 horas, seis de combates directos entre la masa de los ejércitos y cinco más contando la persecución. Las tropas republicanas tuvieron 147 muertos, entre ellos Brandsen y Besares, y 256 heridos.
La batalla implicó una dura derrota para el Imperio, ya que su ejército fue deshecho. A las pérdidas de hombres y armamento hay que sumar la de todos los pertrechos que llevaban, indispensables para su sostenimiento. Pero además, las maniobras previas habían permitido a los republicanos apoderarse de los recursos que los brasileños habían acumulado en una serie de depósitos y almacenes a lo largo de un año para el mantenimiento de las fuerzas del marqués de Barbacena. A partir de entonces, el Ejército Imperial evitó el combate directo con las fuerzas del general Alvear, internándose en el territorio brasileño y adoptando una actitud meramente defensiva.
La lucha quedó en un impasse en el cual el ejército brasilero, si bien derrotado, todavía era poderoso. El ejército republicano pasó a cuarteles de invierno en Cerro Largo.
Batalla de Camacuã (23 de abril de 1827)
El ejército argentino había abandonado el territorio brasileño después de la victoria rioplatense en la batalla de Ituzaingó por la falta de suministros y por el mal estado de la caballada, pero el 13 de abril había retomado Bagé y avanzado al encuentro de las tropas imperiales.
La caballería brasileña se acercó al campamento enemigo, produciendo algunas escaramuzas, favorecidos por mejores caballos, por lo que el general Lucio Norberto Mansilla decidió atacarlos por sorpresa para dispersarla, además de quitarle caballos. Tras marchar toda la noche con 2.500 jinetes, secundado por los generales José María Paz y Anacleto Medina, el día 23 de abril al amanecer atacaron a las posiciones brasileñas de unos 1.600 jinetes al mando de Bento Manuel Ribeiro, aunque la densa niebla impidió un éxito completo: los brasileños se retiraron a toda marcha, siendo atacados en el camino y expulsados más allá del río Camacuá.
Fue un combate puramente de caballería, aunque muchos de los soldados iban montados. Las fuentes coinciden en que no hubo bajas en el bando argentino, pero son discordantes sobre las bajas brasileñas: Mansilla informó 50 muertos, y Paz recordó en sus memorias a «5 o 6 muertos», aunque podrían ser solamente en el área en que combatió su regimiento.
Según las fuentes brasileñas, hubo tres muertos y un herido del Brasil y un muerto y 15 heridos entre los argentinos y orientales.
Batalla de Yerbal (25 de mayo de 1827)
El general Juan Lavalle, que había sido destacado desde el campamento argentino en Yaguarón para conseguir monturas, regresaba desde Yerbal sin haber podido lograrlas. En la marcha de regreso, ante el hostigamiento sufrido por una columna de 200 hombres al mando de Juca Teodoro, las atacó; Lavalle y su segundo, el capitán Maciel, fueron heridos de bala en la batalla, aunque no de gravedad.
Fue el último enfrentamiento del año, pues las tropas aliadas acamparían para pasar el invierno poco después, y el último que lideraría Lavalle en esta guerra.
A pesar de ello, la guerra no estaba ganada, ya que en la medida en que los republicanos se internaban en el territorio enemigo, veían alargadas sus líneas de abastecimiento. La guerra civil desatada entre los unitarios dirigidos por el presidente Bernardino Rivadavia y los federales comandados por Facundo Quiroga, Estanislao López y Juan Manuel de Rosas generó un frente de guerra interno que dificultó las operaciones. Vencido militarmente por las montoneras federales, el presidente Rivadavia envió a Manuel José García para negociar la paz con el Emperador en un intento desesperado por terminar con la guerra y poder hacer retornar a las tropas nacionales para enfrentar a los caudillos.
El 24 de mayo de 1827, Manuel José García firmó un tratado de paz en Río de Janeiro. Por el mismo, pese a las victorias militares, las Provincias Unidas reconocían a Brasil la posesión de la Banda Oriental, desmovilizarían el ejército, desmilitarizarían la isla Martín García y pagarían una indemnización por los gastos de guerra. Tan vergonzosas concesiones solamente tenían una explicación: los unitarios querían a toda costa la paz para que las tropas que regresaran operaran contra los caudillos, aunque ello implicara la pérdida de la Banda Oriental.
En Buenos Aires y el interior, la reacción contra Rivadavia arreció y el tratado fue rechazado por el Congreso Constituyente. El presidente debió renunciar en medio del escándalo el 22 de junio. Vicente López y Planes lo reemplazó hasta que Manuel Dorrego fue elegido gobernador de Buenos Aires, disolviéndose la presidencia.