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Campaña del brigadier realista Gabino Gaínza
Toma de la ciudad de Talca (4 de marzo de 1814)
Tras el asedio de Chillán, el grueso del ejército insurgente se resguardó en la ciudad de Concepción, sufriendo grandes penurias durante su estancia. Varias pequeñas partidas realistas mantuvieron a la localidad incomunicada con la capital e imposibilitada de recibir los socorros que urgentemente le solicitaba a la junta gubernativa, replicándose esta situación en el escenario marítimo cuando Talcahuano fue bloqueado por buques realistas el 6 de febrero de 1814. La falta de víveres y otros requisitos básicos exacerbaron la indisciplina entre las filas, compuesta principalmente por individuos ajenos a la carrera de las armas y pobremente instruidos para soportar largas campañas. La firmeza de la tropa recayó principalmente en la oficialidad que la mandaba, pero incluso ella no estaba ajena a la insubordinación y querellas internas.
Los enfrentamientos que plagaron al liderazgo del ejército insurgente giraron principalmente en torno a la figura de José Miguel Carrera, cuyo favoritismo por sus familiares, el creciente número de desaires por su administración política y los errores en la conducción militar hicieron a muchos dudar si era la persona más idónea para mandar el ejército. Las disputas internas no se detuvieron cuando la dirección del ejército finalmente recayó en la figura de Bernardo O’Higgins el 9 de diciembre de 1813, coexistiendo aquellos que quisieron eliminar la influencia de los Carrera y aquellos que sospechaban de la capacidad del nuevo general en jefe. A todo ello, el atraso en el pago de los salarios para las tropas logró propagar el descontento a todos los cuadros del ejército.
El ejército realista, por otro lado, mantuvo su cuartel general en la ciudad de Chillán y tuvo que hacerle frente a una realidad distinta. El 24 de agosto de 1813, poco después de haber terminado el asedio, los realistas de la ciudad de Arauco se sublevaron exitosamente contra las autoridades insurgentes locales y lograron extender el dominio realista firmemente por todos los poblados al sur del río Biobío. Mucho más importante, el control sobre el puerto de Arauco les concedió a las tropas realistas el predominio sobre el mar, permitiéndoles desbaratar las operaciones marítimas de los insurgentes, mantener las comunicaciones con el Perú y recibir los socorros necesarios. Al mismo tiempo, la oficialidad logró sobreponerse a sus diferencias y acató fielmente la dirección de su comandante, a pesar de los reparos que algunos tuvieron respecto a la capacidad de sus líderes.
Debido a la muerte de Antonio Pareja, el mando recayó en Juan Francisco Sánchez, hombre de voluntad firme, pero que no tenía conocimientos militares. Su incapacidad de mando comprometió su oportunidad de cruzar el río Maule tras el combate de Yerbas Buenas y su inclinación a mantenerse guarnecido dentro de las murallas de Chillán le costó varias oportunidades para sobreponerse a los insurgentes, algo que sus subordinados notaron repetidas veces. El virrey Abascal envió al brigadier Gabino Gaínza con el objetivo de reemplazar a Sánchez y reavivar la guerra contra los insurgentes chilenos, que había caído en una situación de cierta inmovilidad.
Gaínza se había embarcado en el puerto del Callao en diciembre del año anterior llevando dos piezas de artillería, 1.500 lanzas, parque, dinero, tabaco, azúcar y un refuerzo de 200 hombres escogidos del RI Real de Lima, a los que tras su llegada a Chile se sumaron 700 milicianos de Chiloé.
El 31 de enero, Gaínza desembarcó en el golfo de Arauco, no pudiendo ser evitado por O’Higgins. El jefe realista, al avanzar hacia el interior, se reunió con numerosos mapuches que le prometieron ayuda y además logró unir sus fuerzas a las de Chillán para así iniciar la campaña. Los realistas así comenzaron obteniendo algunas ventajas con sus destacamentos de guerrilla que lograron vencer a destacamentos insurgentes.
El 3 de marzo, unos 300 efectivos realistas de Gabino Gaínza al mando de Ildefonso Elorreaga, a que estaba al corriente de cuanto ocurría en el ejército insurgente, desobedeció órdenes expresas de Gainza y cruzó el río Maule con 300 hombres, sorprendiendo a las tropas insurgentes que cubrían los vados. A las siete de la mañana del día 4 de marzo, Elorreaga envió desde las afueras de la ciudad un oficio al coronel insurgente Carlos Spano intimándole a entregar la plaza de Talca en el lapso de 14 minutos bajo amenaza de pasar a cuchillo a la guarnición.
El jefe insurgente mandó un emisario donde Bascuñán con órdenes de acudir en su auxilio y concentró en la plaza todas las fuerzas, 70 artilleros con 3 cañones, 20 fusileros y 30 milicianos, dispuestos a resistir hasta que llegará Bascuñán con refuerzos.
Elorreaga atacó en el acto con gran furia para rendir la plaza antes de que llegaran los refuerzos insurgentes. Estos resistieron desde las 09:00 horas hasta el mediodía, cuando los realistas se introdujeron en los tejados de la casa de Vicente de la Cruz y Bahamonde, quien les había facilitado el acceso.

El combate se convirtió en una cacería, Spano perdió la vida en la lucha y Bascuñán llegó cuando los realistas ya se habían apoderado de la ciudad. Logró salvar el dinero y demás auxilios que Spano había mandado con él al sur, despachándolos a Curicó por el camino de la costa y, después de dispersar a una guerrilla destacada por Elorreaga, se replegó hacia Curicó.
Con la pérdida de Talca se cedió la base de aprovisionamiento de las fuerzas de O’Higgins y de Mackenna, y ambos jefes quedaron divididos y cercados por el enemigo, lo que provocó una crisis política en Santiago, que terminó con la deposición de la Junta de Gobierno para nombrar director supremo del Estado al coronel Francisco de la Lastra el 14 de marzo.
Este evento volvió a ubicar a la provincia central dentro del corazón del conflicto y comprometió la principal base de aprovisionamiento para las fuerzas comandadas por el general O´Higgins. Pero mucho más importante, la conquista de esta ciudad dejaba el camino a Santiago despejado y, a menos que el ejército insurgente situado en el sur llegara primero, el ejército realista podía hacerse del control de la capital. Por esto se inició una carrera entre los dos ejércitos de la cual dependía el destino del conflicto.
Combate de El Quilo (19 de marzo de 1814)
Nada más enterarse de la caída de Talca, Bernardo O’Higgins tomó la delantera y partió el 12 de marzo con el ejército insurgente establecido en Concepción para reunirse con la división del general Juan Mackenna en el Membrillar, y así contar con la totalidad del ejército insurgente.
Gaínza, previniendo esto, buscó interponerse entre las dos fuerzas y movilizó a las divisiones realistas ubicadas en el campamento de Quinchamalí.
Mientras O’Higgins se dirigía al encuentro de Mackenna, el 19 de marzo, divisó a las tropas realistas en el alto de Quilo. Se trataba de la vanguardia de los realistas, mandada por el general Manuel Barañao, nacido en Argentina y leal al Rey de España. La división de Barañao estaba compuesta por 400 hombres y ocupaba una posición defensiva.
O’Higgins ordenó el ataque. Las fuerzas realistas estaban bien parapetadas y además tenían cerca el grueso de las fuerzas de Gabino Gaínza, que se encontraba al otro lado del río Itata. Pese a esto, no llegaron auxilios a los realistas y estos tuvieron que abandonar el campo.
O’Higgins, en vez de ordenar su persecución, ordenó atrincherarse en Quilo, evitando así ser aniquilado por un ejército muy superior en caso de ser perseguido a Barañao, y este unirse al resto de los realistas.

Combate del Membrillar (20 de marzo de 1814)
Después del combate de Quilo, O’Higgins decidió atrincherarse en Quilo y esperar a que llegase su segundo, el coronel Mackenna.
Gabino Gaínza decidió atacar a Mackenna para después hacer lo propio con O’Higgins. Con tal fin reforzó su ejército con fuerzas provenientes de Chillán y cruzó el río Itata para atacar.
El combate comenzó de forma desorganizada e imprevista el 20 de marzo. Una orden malinterpretada de un oficial realista originó escaramuzas entre las avanzadas de ambos ejércitos, quienes llegaron combatiendo hasta el mismo fuerte ubicado en las inmediaciones. Los soldados realistas, en absoluto desorden, se lanzaron contra las trincheras insurgentes, rodeando el campo de Membrillar, pero solo a corta distancia de los contrincantes insurgentes. Una carga de las fuerzas realistas fue detenida, pero enseguida Barañao encabezó un segundo ataque, esta vez sobre el reducto central de Mackenna. Este envió al contraataque a destacamentos chilenos comandados por Santiago Bueras, el capitán Hilario Vial y el comandante Agustín Almanza, junto a soldados del BI de Auxiliares Argentinos encabezados por Marcos Balcarce. Este contraataque hizo retroceder a Barañao.

La lucha continuó por varias horas más, sucediéndose otros ataques de la infantería realista, que fueron rechazados. Cuando cayó la noche, la lluvia, y la oscuridad provocaron la dispersión de las fuerzas realistas. Pese a esto, el coronel Mackenna no se percató de su ventaja y triunfo, y se dedicó a reparar los daños en sus fortificaciones, por lo que el ejército realista aprovechó la oportunidad de reorganizarse y replegarse.
Las bajas según fuentes insurgentes fueron de 7 muertos, 18 heridos y 6 contusos insurgentes y las bajas realistas 200 muertos, 300 heridos y varios dispersos.
Combate de Concha Rayada (29 de marzo de 1814)
El enfrentamiento tuvo lugar cerca de Talca. En la mañana de dicho día, las fuerzas insurgentes al mando de Manuel Blanco Encalada atacaron la ciudad que estaba en poder realista, al mando del guerrillero Ángel Calvo, quien era un hacendado chileno que se pasó al bando realista en el sitio de Chillán.
Al principio, Blanco Encalada se presentó en Quechereguas con unos 1.400 efectivos, tanto sus oficiales como su tropa carecían de las nociones básicas necesarias para entrar en combate y no tenía tiempo para someterles a los rigores de la disciplina. Estaba ubicado en el sureste de Lontué, donde recibió una nota de Calvo comunicándole que le dijeran dónde llevar a cabo el enfrentamiento militar. Al día siguiente, Blanco Encalada le señaló el mismo sitio de Quechereguas. Enseguida marchó hasta el norte de Talca.
Por aclamación de sus oficiales, Blanco Encalada intimó la rendición del pueblo, pero Calvo que disponía de unos 400 veteranos y disciplinados, se negó y los insurgentes acometieron. El ataque pareció en un comienzo ser exitoso, pero refuerzos realistas llevaron a Blanco Encalada a retroceder hasta Cancha Rayada, lugar donde intentó hacer frente a la división que se acercaba. Para su desgracia, un gran número de oficiales y varios jefes de cuerpos emprendieron la fuga en dirección a Santiago. Los restantes oficiales insurgentes intentaron reagruparse, pero cayeron prisioneros junto con un grupo de soldados.
En un cuarto de hora 450 realistas dispersaron a 1.400 soldados insurgentes, tomando 300 prisioneros, víveres, municiones y cañones.
La batalla dejó el camino libre a Santiago. Esta situación fue aprovechada por el brigadier Gaínza que decidió marchar inmediatamente a la capital insurgente, por lo que el general O’Higgins con las dos divisiones unidas que formaban una fuerza de aproximadamente 2.000 hombres, empezó una fatigosa marcha para alcanzar a los realistas.
Combate de Quechereguas (8 de abril de 1814)
Tras la derrota realista en el combate del Membrillar, las fuerzas realistas de Gabino Gaínza se reagruparon y decidió atacar las fuerzas insurgentes al mando de Bernardo O’Higgins. El 8 de abril de 1814 se encontraron en los terrenos del fundo llamado Quechereguas, de propiedad de Juan Manuel de la Cruz y Bahamonde y de su hermano Vicente de la Cruz y Bahamonde; vecino al río Claro, cerca de la ciudad de Molina, en Chile.
El jefe realista pasó por el río Maule protegido por sus fuerzas. O’Higgins, en cambio, se encontraba impedido de realizar la misma maniobra, a causa de la presencia de las fuerzas realistas.
El comandante insurgente logró superar la situación, burlando la vigilancia durante la noche. Atravesó el río y dirigiéndose al norte se colocó entre el ejército español y la capital, en un lugar llamado Quechereguas donde acampó con sus tropas. Ordenó la construcción de barricadas con el contenido de los graneros, aspilleras en los muros para servir de troneras, la presencia de fusileros en los tejados de los edificios y la caballería en los corrales lista para perseguir al enemigo si lo veía flaquear. Consciente de que el enemigo contaba con un mayor número de efectivos gracias a los refuerzos recibidos de Talca, O’Higgins estaba decidido a no dilatar el campo de operaciones y concentrar todas las embestidas del enemigo en este punto.
A las 8 de la mañana del 14 de abril de 1814, el ejército realista se presentó en las cercanías de la hacienda para presentar batalla. Después de un largo intercambio de fuego de artillería, las fuerzas realistas intentaron provocar el abandono del reducto incendiando las cercas que lo rodeaban y esparciendo el fuego a sus edificios. Esta maniobra fue inmediatamente frustrada por los sitiados, que cortaron las cercas antes de que las llamas llegaran a su posición. Viendo la firmeza de la posición de sus contrincantes, el ejército realista inició una retirada ordenada a las 3 de la tarde. A pesar de que algunos líderes insurgentes quisieron salir en su persecución, la prudente decisión de O’Higgins en mantenerse en sus posiciones logró que predominase.
Sin ser una victoria extraordinaria, la defensa de Quechereguas logró cambiar el curso de la guerra y le dio una leve ventaja al ejército insurgente. A la mañana siguiente, un segundo intento por asaltar la hacienda terminó en fracaso y la desmoralización de la tropa realista empezó a acentuarse, propagándose la deserción en su soldadesca. Gaínza, quien puso todas sus esperanzas en adelantarse a las fuerzas de O’Higgins, temió que la cercana temporada de lluvias iba a empeorar su situación y empezó a preparar la retirada de su ejército de vuelta a Chillán. Si bien esta decisión provocó resistencia entre sus subordinados, el líder realista estaba dispuesto a tomar cualquier alternativa a un combate directo y una derrota absoluta.
A pesar de este triunfo, el desgaste del conflicto se hizo sentir en todos los rincones de la sociedad chilena y la realización de un tratado de paz entre los beligerantes empezó a tomar forma. Las autoridades insurgentes decidieron aprovechar este momento de leve superioridad para presentarle esta opción al general español y, con la asistencia del comodoro inglés Jame Hillyar y el apoyo de O’Higgins, empezó a gestarse un acuerdo el 16 de abril de 1814. Este proceso culminó con la firma del Tratado de Lircay el 3 de mayo de 1814, una tregua temporal que les dio a los ejércitos contrincantes tiempo para reorganizarse y prepararse para las próximas etapas del conflicto.
Tratado de Lircay (3 de mayo de 1814)
Fue firmado entre el jefe de las fuerzas realistas estacionadas en la intendencia de Concepción, el brigadier Gabino Gaínza y los representantes del gobierno chileno del Director Supremo Francisco de la Lastra, los brigadieres Bernardo O’Higgins y Juan Mackenna.
Por este acuerdo, que comprendía 16 artículos, los insurgentes reafirmaban su lealtad a Fernando VII, se definía a Chile como parte integrante de la monarquía española, se comprometían a ayudar a España en la medida de sus posibilidades, a enviar diputados a las Cortes de Cádiz y a retroceder sus tropas al norte del río Lontué. En el preámbulo del documento se condenaba (sin nombrarlos) a los hermanos Carrera, como los culpables de la ruina del reino del Chile.
Como parte del cumplimiento del tratado, los insurgentes chilenos abandonaron el uso de la Bandera de la Patria Vieja, retomando el estandarte español.
Los realistas, por su parte, aceptaron el gobierno provisional chileno, retiraron el grueso de sus fuerzas de la intendencia de Concepción, y se comprometieron a no pasar el río Maule ni entrar en la ciudad de Talca.
Las negociaciones se realizaron gracias a los esfuerzos desplegados por el comodoro inglés de la flotilla del Pacífico y capitán del Phoebe, James Hillyar, quien había recogido en Lima las intenciones del virrey Abascal de parlamentar con los rebeldes chilenos, transmitiéndolas después al director Lastra.
El agotamiento en que se encontraban ambas fuerzas en conflicto, luego de la accidentada campaña iniciada en 1813, impulsó a ambas partes a conseguir por medio de este tratado una tregua honrosa, pero temporal, pues hay indicios de que ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a cumplir del todo lo pactado.
Actuó como secretario, de parte del bando realista, el doctor en leyes José Antonio Rodríguez Aldea, quien terminaría por ser ministro de hacienda durante el gobierno de Bernardo O’Higgins, entre 1820 y 1823. Ambos se conocieron con motivo de este tratado y simpatizaron. El pasado monarquista y el descrédito del abogado Rodríguez Aldea, en su momento sería una de las causas de la impopularidad y caída de O’Higgins.
Finalizada la negociación, Gaínza emprendió la retirada hasta Chillán, pero no abandonó la provincia en la fecha acordada, sino que permaneció en la ciudad a la espera de refuerzos. Incluso Gaínza, cuando fue recriminado por sus oficiales por el compromiso de dejar la provincia, este les tranquilizó adelantándoles que no tenía intención de cumplir esa parte del acuerdo.
Por otro lado, las fuerzas insurgentes no retrocedieron hasta Lontué, y permaneciendo en Talca indefinidamente.
En los hechos, el pacto permitió crear una situación de tregua y respetar la frontera en el río Maule que tenía la intendencia de Concepción (Penco) y la Intendencia de Santiago (Chile).
Cuando el virrey Abascal se enteró de los términos del documento, lo desconoció, enviando a Chile una expedición y un nuevo jefe: Mariano Osorio. Gaínza fue sometido a proceso en Lima acusado de haberse extralimitado al firmar acuerdos más allá de sus facultades.
En el campo insurgente, el tratado fue desahuciado por la caída del gobierno de Francisco de la Lastra, tras el golpe de Estado dirigido por José Miguel Carrera el 23 de julio de 1814.
Expedición realista del brigadier Mariano Osorio
Inicio de la Expedición
Mientras se habían llevado a cabo las rencillas insurgentes, el virrey Abascal quien desaprobaba el Convenio de Lircay y exigía ahora la rendición incondicional de los insurgentes, decidió sacar del mando de las fuerzas de operaciones realistas de Chile a Gainza y poner al mando del nuevo ejército al general Mariano Osorio a quien envió a Chile con nuevos refuerzos compuestos por 600 hombres del veterano Real RI de Talavera, recién llegados de España, y 6 piezas de artillería con 70 servidores, un cuadro de oficiales para los escuadrones de carabineros y húsares, dinero, monturas, vestuarios y pertrechos.
Esta tercera expedición a Chile zarpó del Callao el 19 de julio en el navío Asia, la corbeta Sebastiana y el bergantín Potrillo. Tras 14 días de navegación desembarcaron en Talcahuano donde fue recibido por el intendente, coronel José Berganza, que les informó de la situación del país, las divisiones internas del enemigo, el estado de sus propias fuerzas y el ánimo de los oficiales. Osorio entendió que si actuaba rápido podía conseguir la victoria.
Al llegar a Chillán, el 18 de agosto, le presentó a Gaínza las órdenes del Virrey exigiéndole entregar el mando y someterse a proceso, lo que el brigadier aceptó sin protestar; Osorio empezó a reorganizar sus efectivos. También se enviaron mensajes a la junta de Santiago, informando del desconocimiento del tratado de Lircay y la continuación de la guerra a menos que se sometieran a la Constitución española y cedieran el poder a un gobierno realista constitucional.
Reunió con el resto de las fuerzas realistas, logrando organizar un poderoso ejército de 5.000 hombres y 18 piezas de artillería. Osorio en una reedición del plan del general Gabino Gaínza decidió atacar rápida y directamente Santiago a fin de aplastar definitivamente a los insurgentes.
El 28 de agosto, salía la vanguardia a las órdenes del coronel Ildefonso Elorreaga. Al día siguiente, la vanguardia cruzaba el río Maule. El 31 de agosto, salían el grueso de la tropa, y en su retaguardia el parque y el propio Osorio.
Al amanecer del 30 de agosto, la vanguardia realista entraba en Talca y el 5 de septiembre el grueso del ejército llegaba al río Maule. El 15 salieron de Talca con rumbo a Rancagua. Las fuerzas dejadas allí por O’Higgins a las órdenes del capitán Prieto se retiraron al norte.
Por su parte, los insurgentes en Santiago que venían recién saliendo de una guerra civil entre ellos, habían desprotegido el sur por sus rencillas, desgastado recursos y parte de sus tropas estaban diezmadas, por lo que rápidamente se intentó organizar un ejército capaz de hacerle frente a los realistas. Se logró finalmente poner en pie un ejército de 4.000 hombres, de los cuales alrededor de 2.000 eran de escaso valor militar para un enfrentamiento.
Reconciliación en el bando insurgente
O’Higgins preparaba un nuevo ataque, cuando, en la mañana del 27 de agosto, le llegó una carta de Osorio exigiendo la sumisión completa en menos de 10 días a cambio de una amnistía. El mensajero, el capitán chilote Antonio Pasquel, había salido de Chillán el día 20 y siguió su rumbo a la capital, donde le arrestó el presbítero Uribe, quien envió en respuesta a Osorio la trompeta de Pasquel. La carta de respuesta de Carrera le llegó al jefe realista el 29, y decía que se negaba a la sumisión, pero también que todo lo que había hecho fue en obediencia al monarca. El capitán fue enviado prisionero a Mendoza el 17 de septiembre.
El mismo 27 de agosto, O’Higgins envió como emisario a Estanislao Portales, para pactar con José Miguel una defensa conjunta, pero la Junta rechazó la exigencia de disolverse. El 31 de agosto, envió al Tcol Venancio Escanilla con una nueva propuesta, pero también fue rechazada. O’Higgins empezó a preparar un nuevo ataque, pero fue convencido por el fray dominico Ramón Arce de volver a intentar un pacto. El 2 de septiembre Arce consiguió que ambos se reunieran en Calera de Tango, a orillas del río Maipo. O’Higgins exigió que al menos Uribe dejara su puesto de vocal en la Junta y lo reemplazara el presbítero Isidro Pineda, pero Carrera dijo que el gobierno seguiría igual. Después, O’Higgins escribió a Uribe pidiéndole su renuncia, pero este último se negó.
A las 20:00 horas del día 3 de septiembre, O’Higgins, Pineda, Casimiro Albano, Pedro Nolasco Astorga y Ramón Freire entraron en la capital a reconocer a la Junta. O’Higgins y José Miguel recorrieron juntos la ciudad visitando los cuarteles y firmaron una proclama llamando a luchar contra Osorio. En la capital, José Miguel organizó un nuevo regimiento con los esclavos, cuyos propietarios ofrecieron después de publicarse un decreto el 4 de septiembre. El día 5, O’Higgins se reunió con sus soldados en Rancagua. El 9 de septiembre, las primeras tropas salieron de la capital y se unieron a dos compañías de O’Higgins acampadas en Maipú a las órdenes del Tcol de milicias, Bernardo Cuevas. Ese mismo día, José Miguel era nombrado general en jefe por la Junta y contaba con plenos poderes para organizar el esfuerzo militar. El nuevo gobierno exigió contribuciones forzadas a los vecinos españoles o realistas chilenos que vivían en Santiago, a fin de reunir unos 400.000 pesos para la campaña.
Entretanto, el 5 de septiembre las avanzadillas realistas llegaron a Quechereguas y Osorio cruzaba el Maule, recibiendo la negativa de la Junta de Santiago a su propuesta de paz. De hecho, en un bando oficial se declararon al jefe realista y sus lugartenientes como traidores, se ofrecieron 6.000 pesos por la cabeza de Osorio y 1.000 por cada uno de sus oficiales principales y se les negaba simbólicamente el fuego y el agua. Por último, se declararon como fuera de la ley a todo el que se pasaba al bando realista. Por ejemplo, un capitán apellidado Vega se cambió de lado y se ordenaba: “Todo ciudadano está autorizado de matarlo como enemigo público. La Patria le niega el agua y el fuego. El que le preste auxilio padecerá el mismo suplicio”.
José Miguel cometió una serie de errores estratégicos: envió al capitán José Joaquín Prieto, uno de sus mejores oficiales, con un escuadrón de caballería a reclutar 200 hombres en Illapel, Cuz Cuz y Choapa. El 26 de septiembre, envió al Tcol Manuel Serrano con 116 fusileros y 200 milicianos a Melipilla por el miedo a un desembarco realista en Topocalma que había anunciado O’Higgins aunque, de hecho, los realistas enviaron a los barcos Potrillo y Sebastiana a generar ese miedo durante septiembre. También, el 19 de septiembre, destinó 100 veteranos a Valparaíso a las órdenes del capitán Eleuterio Andrade y los subtenientes Isidoro Palacios y Lucas Novoa. Su misión era apoyar la toma de mando de la guarnición por el coronel Rafael Bascuñán, pues tanto la tropa como la población eran considerados poco fiables. Por último, el batallón de Auxiliares Argentinos, mandado por el Tcol Juan Gregorio de Las Heras, ofreció su ayuda, pero fueron rechazados en malos términos el 7 de septiembre. Eran 180 soldados que se dirigieron al valle del Aconcagua.
Batalla o desastre de Rancuagua (1 y 2 de octubre de 1814)
El plan de Osorio era avanzar sobre Santiago, dando una amnistía a todo aquel que aceptara la sumisión y ordenando una estricta disciplina entre los soldados para impedir abusos. Una vez tomada la capital, Osorio debía enviar a los jefes rebeldes al archipiélago de Juan Fernández, organizar un RI de Voluntarios de la Concordia de Chile, dejar guarniciones suficientes en las ciudades chilenas y prepararse para cruzar los Andes con rumbo a Mendoza, quizás Córdoba, para atemorizar a los revolucionarios de Buenos Aires, aliviando la presión militar en el Alto Perú. Por último, se debía imponer una fuerte contribución económica para resarcir al erario peruano por los costos de la guerra y del corte del comercio desde 1810. Sin embargo, tras reunirse con Berganza, Osorio entendió la oportunidad que se le presentaba. No fortificó las ciudades del sur, simplemente reorganizó su ejército y marchó al norte.
En cuanto al bando insurgente, los Carrera deseaban atrincherarse en Angostura de Paine y O’Higgins a orillas del río Cachapoal.
Angostura, apodada las Termópilas de Chile, era una estrecha planicie de 45 a 50 metros entre dos ramales de cerros bajos de la cordillera de la Costa y la de los Andes. Era una garganta que comunicaba los valles de Santiago y Rancagua. La idea era defender la capital con una línea de trincheras y baterías contra cualquier atacante. Los problemas con Angostura eran su excesiva cercanía a la capital y la existencia de un camino por Aculeo donde los realistas podían trasladar su artillería y atacar por la retaguardia a los defensores. También existía otro por Chada desde donde se podía hacer algo similar, pero José Miguel parecía preferir ignorar esa realidad. Al final, terminó dando a O’Higgins la libertad de decidir dónde y cuándo defenderse de los realistas.
La línea del Cachapoal era menos defendible que la anterior opción porque era el comienzo de la primavera, las lluvias invernales habían cesado y el derretimiento veraniego de las nieves cordilleranas no había comenzado, el río era fácilmente vadeable por su bajo flujo. Incluso en invierno solía ser vadeable y en la zona de Rancagua no era muy ancho ni su corriente muy fuerte. Además, la línea del frente que se debía cubrir era demasiado extensa para un ejército tan pequeño y no había defensa en los flancos, así que Osorio podía intentar un ataque de pinza. A su favor estaba su mayor distancia de la capital, podían retirarse y presentar nuevamente batalla en Rancagua. Para una buena defensa exigía emplear dos divisiones y dejar una de reserva, sin embargo, durante toda la campaña no hubo un esfuerzo coordinado y las unidades se mantuvieron separadas. La insistencia de O’Higgins en esa línea defensiva se debió a que confiaba en un plan teórico de Mackenna elaborado en 1811, en que se confiaba de poder fortificar los vados que cruzaban el río y que el Cachapoal era la principal línea de defensa si los realistas pasaban el río Maule.
Había una tercera opción: Rancagua. Esta era la menos lógica, pues defender la villa no cortaba el camino de los realistas hacia Santiago y se podía rodear fácilmente la posición. Tenía poco valor militar y se necesitaban extensos preparativos para defenderla adecuadamente: “pues de otra manera se convertiría en una trampa mortal para los mismos defensores”. Se la podía atacar desde los cuatro puntos cardinales, sus casas eran de material inflamable, no tenía fortificaciones reales y se le podía cortar el acceso al agua con facilidad.
O’Higgins terminó mostrándose partidario de atrincherarse en Rancagua si la línea del Cachapoal era traspasada, mientras que José Miguel siguió considerando que si el río era cruzado, debían defenderse en Angostura. Para los Carrera, si la defensa en Angostura fracasaba, se debía presentar una batalla campal en los llanos del río Maipo, donde podría aprovechar la ventaja que le daba su poderosa caballería.
El 8 de septiembre, José Miguel decidió quedarse en Santiago mientras que su otro hermano, Juan José Carrera, y O’Higgins intentaban establecerse al sur del Cachapoal. De fracasar, se retirarían a Rancagua y después a Angostura. Pronto se hizo obvio que debían retirarse a la orilla norte.
Las fuerzas realistas del brigadier Mariano Osorio eran unos 5.000 efectivos y 18 cañones encuadrados en:
- Escolta personal de Osorio: dragones de La Frontera (100)
- Vanguardia al mando del coronel Ildefonso Elorreaga con unos 1.660 efectivos: los lanceros de Los Ángeles (200), partida del capitán Leandro Castilla (100), partida del Tcol Pedro Asenjo (110), escuadrón carabineros de Abascal (150) del coronel Antonio Quintanilla, BI Fijo de Valdivia (500) del coronel José Nepomuceno Carvallo Pinuer, BI Cívico de Chillán (600) del Tcol Clemente Lantaño, una Bía (4 piezas).
- DI-1 del coronel José Rodríguez Ballesteros con unos 1.400 efectivos: BI de Voluntarios de Castro (800), BI Fijo de Concepción (600) del Tcol José de Vildósola, una Bía (4 piezas).
- DI-2 del coronel Manuel Montoya con unos 1.000 efectivos: BI Veterano de Chiloé o de San Carlos (500), BI Auxiliares de Chiloé (500) del Tcol Ramón Jiménez Navia, una Bía (4 piezas).
- DI-3 del coronel Rafael Maroto con unos 960 efectivos: BI del RI Talavera (600), húsares de la Concordia (150) del Tcol Manuel Barañao, 2 Cías del Real de RI Lima (200), una Bía (6 piezas).
Las fuerzas insurgentes del brigadier José Miguel Carrera eran unos 4.000 efectivos y 14 cañones encuadrados en:
- DM-1 al mando del brigadier Bernardo O’Higgins con 1.171 efectivos: BI-II (177) del coronel Francisco Elizalde, BI-3 (470) del coronel Francisco Elizalde, ED de Concepción (280) del coronel Pedro Andrés del Alcázar, EC de milicias Lanceros de Rancagua (144) , EC de milicias Fusileros Montados (100), Bía del capitán Antonio Millán (4).
- DM-2 del brigadier Juan José Carrera con 1.900 efectivos: BG-I (650) del brigadier Juan José Carrera, RI de milicias del Aconcagua (1.250) del coronel José María Portus, Bía del capitán Ignacio Cabrera (4).
- DM-3 del coronel Luis Carrera con 980 efectivos: BI-IV (195) del Tcol Ambrosio Rodríguez, RC Nacional de la Gran Guardia del coronel José María Benavente con el EC de fusileros (190) y EC de lanceros (600), Bía del sargento mayor Juan Morla (6).
Los capitanes Ramón Freire, Santiago Bueras y Francisco Javier Molina cruzaron el Cachapoal hacia el sur para vigilar a los realistas mientras se despoblaba la zona de gente y ganados. No se apartaron del río y hubo muchas escaramuzas con la vanguardia realista. El 13 octubre, Luis Carrera ordenó fortificar Angostura, obra encargada al presbítero Pineda, quien no tenía de conocimientos para la labor y a los cuatro días desistió.
El 18 de octubre, O’Higgins recibió la autorización de prepararse para defender Rancagua con 350 infantes, 150 dragones y 50 artilleros. Acamparon al sur del Paine, donde O’Higgins discutió con el sacerdote Pineda, encargado de fortificar el paso porque lo creía inútil, pues existían los caminos de Chada y Aculeo por donde se puede flanquear las defensas a derecha e izquierda respectivamente. El 19 de octubre, llegó a Rancagua, donde encuentran a algunas milicias al mando del Tcol Cuevas y luego se les unió un cuerpo de dragones venido de San Fernando a órdenes de Freire. El capitán Freire había sido enviado por O’Higgins con 50 dragones a vigilar al enemigo y había cruzado el Cachapoal al sur hasta llegar a las inmediaciones de San Fernando, donde debió retirarse al encontrar a la vanguardia enemiga. En su retorno se encontró con los 150 milicianos de Cuevas.
El 20 de octubre comenzaron los trabajos defensivos en la ciudad. O’Higgins pasó el Cachapoal en un reconocimiento. El mismo día salieron de Santiago 1.200 jinetes milicianos a caballo del Aconcagua al mando del coronel José María Portus. Al día siguiente le siguió la DM-2 del brigadier Juan José Carrera. Por entonces, Rancagua tenía como únicos puntos fuertes los tres campanarios de sus iglesias y su plaza de Armas tenía solo cuatro calles de salida, formándose igual número de cuadras a su alrededor. El 21 de octubre, O’Higgins realizó un reconocimiento en los vados del oriente de la ciudad, hasta Cauquenes, apostando milicias en los pasos. El 22 realizó un reconocimiento en el oeste, destaca dos destacamentos de 20 dragones cada uno en los vados de la Ciudad (el más importante y donde también levanta parapetos), Robles (una legua al oeste, río abajo) y Punta de Cortés o Quiscas (una legua más al oeste). En la tarde del 23 llegó la noticia que en esa mañana había salido Portus de Santiago con 800 milicianos y que al día siguiente saldría el resto del ejército.
El 24 de octubre, Osorio estableció su cuartel general a 10 km al sur de la ciudad, en El Olivar, y comenzaba los preparativos para cruzar el río. Ese mismo día los trabajos defensivos en el paso de la Ciudad quedaron completados. El día 25, Osorio llegó a San Fernando, ocupada días antes por su vanguardia. Ese mismo día comenzaron a construir trincheras en las cinco calles que llevan a la plaza de Armas, pero no con la intención de defenderla de un gran asalto sino de ataques de guerrillas y partidas volantes de los realistas; los principales trabajos de defensa se realizaron en la orilla del Cachapoal. El 26 de octubre, Osorio salió para el norte a Requínoa, tres leguas del sur del río. Mientras que Juan José y Portus acampaban en la tarde en las chacras de Valdés.
El 27 de octubre, la DM-2 de Juan José se instalaba junto al río en «las chacras de don Diego Valenzuela» protegiendo el vado de Los Robles apoyándose en algunos parapetos, una legua al oeste de Rancagua, para forzar a Osorio a cruzar frente a la ciudad. O’Higgins fue a visitarlo y la tropa lo recibe a gritos de: «¡Viva la Patria!». En la mañana del 28 de septiembre, O’Higgins recibió una carta anónima en que le avisan que si lograba vencer a Osorio sería asesinado en el acto por un sicario de los Carrera oculto en su campamento. A las 15:00 horas, O’Higgins y Juan José cruzaron el río al sur en un reconocimiento, avanzan hasta encontrarse con una guerrilla enemiga en el camino real.
Al mediodía del 29 de septiembre, la vanguardia de la DM-3, mandada por Luis, llegaba a San Luis de Mostazal, inmediatamente al sur de Angostura, tras dos días de marcha desde Santiago y a la espera de ir a ayudar a las otras unidades. Sin embargo, el grueso de la unidad acababa de salir de Santiago. Luis acamparía con sus hombres en una antigua hacienda jesuita llamada Bodegas del Conde. En la misma jornada, O’Higgins y Juan José acordaron un plan de defensa: el primero defendería el vado de la Ciudad y el segundo el de los Robles.
Al mediodía del 30 de septiembre, José Miguel tomaba el mando directo de la DM-3 en Mostazal, avanza hasta Graneros (a medio camino entre Angostura y Rancagua) y dejó a Luis a cargo de guarnecer Angostura. Se suponía que en esa jornada el comandante en jefe visitara Rancagua, pero sufrió un fuerte golpe, que se había dado en el camino, y prefirió descansar en Mostaza. Por la tarde solo pudo seguir hasta Graneros, a tres leguas de Rancagua, con la Guardia Nacional. Entretanto, O’Higgins ordenó a sus hombres retirarse del sur del Cachapoal y esperar que Luis se instalase con su DM-3 en el vado Punta de Cortés para formar una línea inexpugnable.
Esa tarde O’Higgins había acabado el sistema defensivo en la ciudad, era un cuadrado perfecto dividido en cuadras, en su centro estaba la plaza de Armas. Las trincheras de adobe estaban ubicadas por las cuatro calles que llegaban a la plaza a una cuadra de aquella, pero las entradas estaban despejadas. Tenían tres frentes para vigilar la calle principal y las dos laterales en cada esquina, y atrás tenían artillería. Fortificados en techos y casas, podían disparar a cualquier atacante que avanzara por las rectas y estrechas calles. Su puesto de mando estaría en una casa en la esquina del solar de los Olivos; las tropas ocuparon el cabildo y los alrededores del mercado; el Convento de la Merced se convirtió en un hospital militar; se dispusieron tiradores en los tejados, las cuatro calles de acceso a la plaza de Armas fueron bloqueadas con cañones atrincherados, se fortificó una zona mayor a las cuatro manzanas centrales y se estableció puestos de vigilancia y avanzadillas en las entradas de la ciudad.
Primer día de batalla (1 de octubre)
Cruce del río
En la noche, los realistas salieron de Requínoa y cruzaron el Cachapoal cerca del vado Punta de Cortés, casi frente a Lo Miranda, a 2 leguas al este de la ciudad. Destacaron varias partidas menores en distintos puntos para distraer a los defensores. Osorio también envió una intimidación escrita a los comandantes de Rancagua, fechándola en San Fernando, villa que había abandonado días antes, para que creyeran que no estaba cerca. Sin embargo, O’Higgins y Juan José no cayeron en el ardid, pues conocían bien de la proximidad de los realistas. Posteriormente, se la enviaron a José Miguel, señalando que era un engaño y debía vigilar la zona. En el texto, el comandante realista advertía que los revolucionarios tenían cuatro días para dar una respuesta, pero José Miguel solo la envió al gobierno en Santiago informando del engaño.
El movimiento empezó a las 21:00 horas, justo cuando en el campamento de la DM-3 celebraban creyendo que los realistas se retiraban por informes de la DM-1 que afirmaban no haber visto al ejército enemigo en ninguna parte. Los 650 jinetes de la vanguardia realista dispersaron una compañía de dragones de la DM-3 mandada por el capitán Rafael Anguita, quien inicialmente no detectó la maniobra hasta que el enemigo estaba en la otra orilla, pues anduvieron un cuarto de legua por la ribera sur del río antes de cruzar, como parte de las previsiones de Osorio; así Juan José perdió la oportunidad de atacar al enemigo cuando era más débil.
La noche era muy oscura y cada división realista decidió marchar en columna al punto de cruce, lo hacían en absoluto silencio y descansando cada hora para no fatigarse, evitar ser detectados o que sus soldados se perdieran en la penumbra; además, se les prohibió encender cigarrillos para no ser vistos. A la cabeza iban 50 granaderos del capitán Joaquín Magallar, doscientos pasos más atrás 25 zapadores del batallón Talavera dirigidos por el subteniente Domingo Miranda acompañados de 4 cañones, y aún más atrás los húsares de la Concordia de Barañao; estas piezas de artillería hacían el único sonido al moverse entre los pedregales del río. Estos exploradores inspeccionaron el vado Punta de Cortés antes de informar al resto del ejército que podían cruzar. Luego marchaban las cuatro divisiones de infantería con su artillería y al final el escuadrón Carabineros de Abascal.
En la medianoche avisaron a O’Higgins que las avanzadillas del enemigo estaban cruzando por el vado. Al amanecer le informaron de que los realistas ya habían cruzado y se dio cuenta de que la guerrilla realista que vio en el vado de la Ciudad era una distracción.
O’Higgins tampoco había creído que los realistas fueran capaces de tal maniobra durante la noche, y no creyó en las advertencias del Tcol Benavente; solo cuando Osorio estaba al norte del río envió mensajes a Juan José, quien estaba en las casas de Valenzuela, para que se le uniera en el vado de los Robles. Sus mensajes al brigadier Juan José eran ruegos para que abandonase su posición, ya inútil, y lo ayudara. Sin embargo, se sorprendió al enterarse de que la DI-2 realista se había retirado. Envió exploradores al vado de Punta de Cortés que le confirmaron que los realistas ya formaban en batalla al norte del Cachapoal.
Sin saber dónde estaba Juan José, suponía que estaba en Rancagua, pues era el único obstáculo entre los monárquicos y la DM-3. Eran cerca de las 07:00 horas del 1 de octubre, y O’Higgins sabía que el ejército realista al completo estaba formado en línea oblicua al noroeste de la ciudad. Sus mensajes al brigadier Juan José eran ruegos para que abandonase su posición, entonces inútil, y lo ayudase. Juan José envió a un ayudante a Graneros para informar a su hermano José Miguel del movimiento, que creía que era la dirección de los realistas y que los milicianos del Aconcagua de Portus debían estar acosando su retaguardia.
En esos momentos, O’Higgins meditaba si retirarse por el camino de Chada a unirse con José Miguel y Luis, o refugiarse en Rancagua, donde suponía que estaba Juan José. Sus guerrillas empezaban a tener escaramuzas con las realistas y apareció a galope tendido el capitán Lavé o Labbé, un edecán de Juan José, pidiéndole ayuda, pues la DM-2 había preferido refugiarse en la plaza y si no acudían en su ayuda sería aniquilada. Sus lugartenientes se molestaron y le dijeron que debía abandonar a Juan José a su suerte, especialmente el mayor Astorga, quien añadió que seguramente los Carrera planeaban deshacerse de él si Osorio era vencido.
O’Higgins se dio cuenta de que los realistas formaban sus divisiones de vanguardia y centro al oriente y la de retaguardia, aún incompleta y vulnerable, en unos antiguos graneros de la Compañía al noroeste de sus posiciones. Planeó atacar con su división y la de Juan José, si los realistas tomaban el camino hacia Santiago, dejarían sola a esta última división, entonces podrían cargar contra la retaguardia enemiga, rodear el flanco que cubría y atacar por la retaguardia al resto del ejército monárquico.
Sin embargo, Osorio tomó la decisión de marchar inmediatamente sobre Rancagua apoyando su flanco derecho en el río y encargó al Tcol Asenjo y al capitán Castilla, cada uno con 100 jinetes, tirotear a la avanzadilla insurgente, compuesta por 280 dragones al mando del capitán Freire, que se retiró a Rancagua sin dejar de entablar escaramuzas.
O’Higgins decidió enviar su equipaje pesado a Chada y volvió con su DM-1 a la villa, mientras los realistas avanzaban al camino real que conecta Rancagua con el vado de la Ciudad. Luego, Osorio se separó del Cachapoal para avanzar a Rancagua ocupando los caminos del norte, cortando toda retirada a Santiago y forzando a O’Higgins y Juan José a entrar en la villa. A las 07:30 u 08:00 horas, O’Higgins y sus hombres estaban en la plaza de Armas de Rancagua, allí apeó de su caballo para abrazar a Juan José, quien le dijo: «Aunque yo soy el brigadier más antiguo, usted es el que manda». O’Higgins respondió con un “Acepto el mando”, y la tropa profirió aplausos y gritos de: “¡Viva la Patria!”. De esa forma, Juan José reconocía la mayor experiencia militar de su camarada y que anteriormente había sido el general en jefe. Después de este evento, Juan José se retiró a la casa del cabildo, de donde no saldría hasta las 13:00 horas del día siguiente. La DM-1 había entrado por el sur, calle San Francisco, mientras que Freire y su caballería lo hizo por el norte, calle La Merced, y la DM-2 por San Francisco y Arriba.
En esos momentos, el coronel Portus se sumó con su regimiento de milicianos a la retaguardia de la división de O’Higgins, que regresaba adentro de Rancagua y le ordenaba sumarse a la guarnición. Sin embargo, cuando quiso entrar en la ciudad sus hombres recibieron fuego de los centinelas. Portus debió intentar entrar por otras calles, pero en ese lapso de tiempo las avanzadas realistas les dieron alcance y les atacaron, causándoles muchas bajas y dispersando al regimiento. Los milicianos huyeron como pudieron, acompañados de los dragones de los capitanes Gaspar Ruiz y Agustín López.
La maniobra de Osorio fue brillante. Había cruzado la línea defensiva que se suponía debía detenerlo y sin perder un solo soldado. Además, rápidamente había flanqueado a sus enemigos y los forzó a refugiarse en una villa mal preparada. En otras circunstancias en pocas horas hubiera logrado su capitulación o la habría tomado en un asalto, pero no contaba con la feroz resistencia que encontraría.
Dentro de la villa, ambos brigadieres decidieron guarnecer cada trinchera con parte de los 12 cañones que llevaban sus divisiones y los sobrantes quedarían en la plaza de Armas, junto a la caballería y una pequeña reserva de infantería. Se ordenó guarnecer las iglesias y los techos de las casas cercanas a las trincheras con fusileros, al igual que pelotones encargados de cuidar a los cañones detrás de los parapetos. Estas trincheras y parapetos estaban mal hechos, a una o dos cuadras de la plaza de Armas. La caballería quedó en unos corrales espaciosos a cargo de Freire y el capitán Rafael Anguita. O’Higgins instaló su cuartel general en la sala del cabildo con sus ayudantes Astorga, Urrutia y Flores.
Los defensores organizaron las 4 trincheras (sur del capitán Manuel Astorga, norte del capitán Santiago Sánchez, oeste capitán Francisco Javier Molina y este capitán Hilario Vial), cada una con unos 100 efectivos y 2 cañones.
A las 09:00 horas las disposiciones estaban listas mientras su enemigo avanzaba desde todas direcciones. En las tapias de madera los potreros de Sotomayor se atrincheraron algunos fusileros insurgentes mientras dragones y milicianos atacaron la caballería realista del ala izquierda, pero tuvieron que retirarse. Pasada una hora de combate, la línea de fusileros fue desbordada por los flancos y los realistas llegaron a las entradas norte y oeste de la villa.

Reacción de la tercera división insurgente
Mientras tanto, José Miguel ordenó avanzar a la Guardia Nacional al amanecer, no había montado su caballo cuando el sargento mayor Pedro Vidal le informó que se escuchan disparos de artillería en dirección al Cachapoal. Decidió marchar, pero a dos o tres leguas de Rancagua se encontró con su ayudante, José Samaniego, a quien había despachado el día anterior para revisar el estado de las tropas, con la noticia de que “El general O’Higgins me ha encargado decirle a Ud, que el enemigo ha pasado el río por el vado de abajo; que ha mandado salir los dragones para contenerlo, y que se dispone a encontrarlo, para lo que ha avisado al comandante de la segunda división para que lo sostenga”. O’Higgins envió a su ayudante, el teniente Juan de Dios Garay, para informar en Mostazal a José Miguel del cruce de Osorio.
Temiendo que los realistas intentaran tomar la posición y aislarlo de Santiago, José Miguel despachó a su edecán, Rafael de la Sotta, con la orden de retirada de Rancagua hacia Angostura por el camino de la hacienda de la Compañía de Jesús, aunque tuvieran que abandonar la artillería clavando a los cañones. También despachó al teniente José Tomás Urzúa con 120 efectivos para ayudar en la maniobra, pero al llegar era tarde y se encontró con las dos divisiones atrincheradas dentro. Además, Sotta y Urzúa se encontraron con el enemigo controlando la cañada que llevaba a Rancagua, por lo que no pudieron acercarse.
A las 08:00 horas, José Miguel fue informado que la DM-2 de Juan José debió retirarse a Rancagua, donde ya se habría replegado O’Higgins, y que las milicias del Aconcagua se habían dispersado y retirado a Santiago. Inicialmente, decidió enviar a su infantería y artillería a Angostura, temeroso de que Osorio intentase tomar la posición, pero después de ver que no existía tal peligro ordenó que volvieran y, después de dejar una guarnición en Angostura, ordenó que se les uniera su retaguardia, formada por 170 artilleros con 6 piezas y 116 infantes al mando del capitán José Antonio Bustamante y 150 lanceros dirigidos por Fernando Gorigoitia.
El coronel Luis Carrera avanzó con la retaguardia de la DM-3, pero divisó una columna que se le acercaba por su izquierda, decidió encararla y en Pan de Azúcar descubrió que eran los milicianos del coronel Portus en plena huida. Estas milicias del Aconcagua se habían dispersado y dado grandes rodeos para llegar con DM-3 en el camino a Santiago; se cree que más de 1.600 milicianos abandonaron al ejército insurgente sin luchar. Luego descubrió que una fuerza enemiga venía por su derecha, por el camino de Machalí, en dirección a la cuesta de Chada, pero un escuadrón de húsares a cargo del coronel Benavente logró hacerla retroceder. Para el anochecer todos pernoctaban en las casas nuevas de la Cuadra y se habían reforzado a los húsares con 2 piezas y 60 fusileros.
Primer ataque realista
Como señal de su voluntad de resistir hasta el final, se ordenó a los soldados enarbolar banderas con jirones negros. Estos símbolos causaron risa entre los soldados y oficiales peninsulares, quienes creyeron que era una fanfarronada y serían dueños de la plaza en una hora. La gran mayoría jamás había luchado en Chile y muchos talaveras esperaban tomar la ciudad con el simple acto de entrar por sus calles.
Rápidamente, Osorio aprovechó para rodear la ciudad completamente. Tras este exitoso comienzo, Osorio creía que podría fácilmente intimidar a los defensores con algunas muestras de fuerza; para entonces, la mayoría de la caballería insurgente había huido. Luego, ordenó desviar el curso de la acequia que alimentaba de agua Rancagua, siguiendo el consejo de algunos vecinos que eran realistas. Esto fue decisivo para la derrota insurgente, tanto que un canto popular de la época lo decía en dos estrofas: “Fue porque les cortaron el agua. Y un fraile que los contó”. Por último, mandó a su artillería bombardear la ciudad por los cuatro costados a la vez, dividiendo sus fuerzas en cuatro columnas, manteniendo una reserva de caballería:
- La columna sur, al mando del coronel Maroto con la DI-3 (BI de Talavera, RI Real de Lima), atacaría la calle de San Francisco.
- La columna norte, al mando del coronel Cavallo Minuer con la infantería de la Vanguardia (BI Fijo de Valdivia y BI Cívico de Chillán), atacaría la calle de la Merced.
- La columna este, al mando del coronel Montolla con la DI-2 (BI Veterano de San Carlos y BI Auxiliares de Chiloé), atacaría por la calle de Arriba.
- La columna oeste, al mando del coronel Ballesteros con la DI-1 (BI Voluntarios de Castro y BI Fijo de Concepción), atacaría por la calle de la Cuadra.
- La reserva la caballería, al mando del coronel Elorriaga con los lanceros de Los Ángeles (200), partida del capitán Leandro Castilla (100), partida del Tcol Pedro Asenjo (110), escuadrón carabineros de Abascal (150) del coronel Antonio Quintanilla.
Inicialmente, los ataques por el sur estuvieron a cargo de la caballería de Quintanilla, para dar tiempo a que la ciudad estuviese completamente rodeada y comenzara el fuego de artillería a las 10:00 horas, después se inició el ataque general que fue encabezado por el BI de Talavera. Desde el sur.
Maroto, tan confiado como Osorio de una fácil victoria, ordenó a su BI de Talavera entrar por la cañada del sur sin enviar exploradores, en columna cerrada y marcando el paso. Al frente iba una compañía de granaderos con sus penachos rojos. El cuerpo militar parecía desfilar, demostrado gran disciplina al marchar al unísono y causando temor en quienes los veían acercarse, pero también era una masa muy compacta de objetivos. Les acompañaban los húsares de Barañao y 200 soldados del Real de Lima. De hecho, ante tal espectáculo, el comandante de esta última unidad, el Tcol Francisco Velasco, le advirtió en voz baja a Maroto: “Mi coronel, ¿cómo ataca usted en columna cuando estamos sobre las trincheras?”. La respuesta del oficial fue tajante: “A un jefe español no se le hacían advertencias, y menos a quien los bigotes le habían salido en la guerra contra Napoleón”.
No hubo resistencia hasta que llegaron a dos cuadras y media de la plaza, frente a la iglesia de San Francisco, donde estaban atrincherados los defensores. Los capitanes Manuel Astorga y Antonio Millán consiguieron que sus hombres esperaran hasta que los realistas llegaron a unos 50 metros, luego gritaron “¡Viva la Patria!”, y ordenaron una feroz descarga de fusilería sobre la primera fila de granaderos, apoyada por la metralla de los cañones que fulminó a las dos filas siguientes. Esto causó estupor entre los realistas, quienes quedaron paralizados por un momento, para luego huir, pero su fuga era entorpecida por los muertos que sembraban la calle mientras aún sufrían por los disparos enemigos. Muchos murieron por tiros en la espalda cuando intentaban buscar refugio.
Mientras los insurgentes recargaban sus armas, los realistas se refugiaron entre los muros y pilares de los corredores o se escabulleron pegados a las paredes para llegar a las calles transversales, desde donde disparar ordenadamente sobre la trinchera. Todos los talaveras se dispersaron, excepto la sexta compañía del capitán Vicente San Bruno.
Los soldados de Astorga no podían responder a su disciplinado fuego y los cañones de Millán no podían posicionarse bien en la estrecha trinchera. Los experimentados oficiales peninsulares se dieron cuenta y agitando sus sables al aire, ordenaron un nuevo asalto con las bayonetas. Los dos oficiales al mando de la defensa permanecieron en primera línea, lo que ayudo a los insurgentes a rechazar a la desesperada esa carga. En vano los realistas les gritaban «¡Rendirse traidores!», pero debieron acabar por retirarse.
Millán aprovechó para mover un cañón y disparar metralla mientras lo hacían. Pocos minutos después comenzaba un ataque simultáneo sobre las otras trincheras, siendo respondido con fuego de metralla o de fusiles desde techos y troneras; sin embargo, la defensa agotó las municiones. La lucha era feroz, a poca distancia, no hubo muchas bajas iniciales entre los atacantes, pero igualmente debieron retirarse a las bocacalles para responder a resguardo.
Al este y norte no alcanzaron a llegar a las posiciones y se retiraron en orden. Los ataques no fueron simultáneos y tendían a ser menos intensos cuanto más lejos estaban del sur de la ciudad, donde estaban la reserva y el cuartel de Osorio. El más violento se produjo en la calle Cuadra encabezado por el sargento mayor del Talavera, Miguel Marqueli, y el capitán José de María Casariego, los realistas estuvieron a punto de tomar el parapeto del capitán Cabrera, pero la llegada de 100 refuerzos los detuvo.
Osorio estaba en una casa cercana a la villa cuando le avisaron de la derrota de los talaveras algunos de sus oficiales, quienes fueron testigos presenciales del evento, llegando a exagerar el número de defensores y acusar que la sorpresa fue producto de la traición. Furioso, ordenó al Tcol Barañao cargar contra la trinchera sur con su escuadrón de húsares de la Concordia (150) sable en mano y tercerola en la espalda. Antes de la carga, el oficial se acercó sable en mano a los comandantes de los talaveras y les dijo: “Vean ustedes cómo se combate en América”, pero su valor no pudo con el fuego de los insurgentes, perdiendo su caballo. Decidió ordenar desmontar a sus hombres y subir a los techos para responder a sus enemigos con sus carabinas, pero fue herido en un muslo y sus hombres decidieron retirarse a una calle transversal. Momento en que fueron ayudados por Maroto, Velasco y San Bruno. Este último, formó a su compañía en la misma calle y asentó una batería para romper con fuego de cañón la posición enemiga.
En respuesta, O’Higgins ordenó izar en lo alto de la torre de la iglesia de La Merced la bandera insurgente ataviada con pendones de tela negra, indicando que no se rendirían. Recorría las trincheras a caballo impartiendo órdenes y dando ánimos, más tarde subió a la torre para dirigir las operaciones; siempre estuvo acompañado de sus tres ayudantes y dando prioridad a ir donde estuviera la presión del enemigo.

Segundo ataque realista
Tras una hora de combate, Osorio ordenó construir parapetos en las entradas desde donde usar las piezas de artillería y bombardear las trincheras enemigas y a sus zapadores agujerear los muros, trabajos que tomarían dos horas. Durante dos horas se bombardean las trincheras enemigas, lo que fue respondido, causándose mucho humo. A las 14:00 horas, los realistas volvieron a avanzar por las cuatro entradas, destacándose los talaveras, que pusieron tiras negras en las banderas que llevaban sus guías y avanzaron gritando como siempre: “¡Rendirse, traidores!, ¡Rendirse insurgentes, o morir!”. La respuesta de los defensores era siempre: «¡Viva la Patria, mueran los sarracenos!». Los combatientes de ambos lados se disparaban constantemente desde troneras y techados. Los realistas volvieron a ser vencidos y se retiran a las 16:00 horas.
O’Higgins, enterado de los eventos en la trinchera sur, decidió pasar a la ofensiva y ordenó al subteniente de la legión de Arauco, Nicolás Maruri, y al alférez de los dragones, Francisco Ibáñez, cargar con de 50 a 100 hombres contra el parapeto construido por San Bruno. Después de esperar que Millán descargara sus cañones para crear una cubierta de humo, Maruri e Ibáñez ordenaron la carga de sus hombres, tomando en el primer asalto la batería y empezando a clavar los cañones. Los realistas fueron derrotados y apenas dieron combate. Sin embargo, muchos soldados insurgentes también se dispersaron por las casas vecinas para buscar refugio y Maruri debió dejar al subteniente José Esteban Faez con 12 hombres para vigilar la posición, mientras él iba por la calle para empujar a sus soldados fugados y llegó a pegarle con el plano de su sable al teniente Juan de Dios Larenas por negarse a volver a su puesto.
Estos eventos fueron aprovechados por San Bruno para reorganizar a su compañía y lanzar un contraataque, forzando a Maruri a retirarse, con Millán utilizando su artillería para cubrir su retirada. Sin embargo, un disparo de cañón apresurado mató a cinco soldados de Maruri. Así, Ibáñez y Maruri empezaron a recuperar a sus hombres en una calle transversal, mientras San Bruno ordenaba a un subordinado atravesar los patios interiores de las casas cercanas con un piquete de soldados y una pieza de artillería. En esos momentos, Maruri se percató de la maniobra, tenía 12 soldados protegiendo su sector de la trinchera sur y estaban retrocediendo ante 60 talaveras que se les acercaban. Situó tiradores en los tejados que detuvieron al enemigo. Luego, lanzó una granada de mano que le dio O’Higgins contra los enemigos concentrados en el patio de una casa, confundiéndolos, y cargó con 40 soldados y el alférez Ibáñez contra los realistas, tomando el cañón y 13 carabinas. La pieza de artillería fue arrastrada hasta la trinchera insurgente. Todo el piquete realista fue muerto, a excepción del tambor y dos soldados que fueron capturados. Cuando presentó el botín a O’Higgins, Maruri fue ascendido inmediatamente a capitán. Habían muerto 86 talaveras en estos eventos.

Tercer ataque realista
Durante la lucha, los realistas empezaron a incendiar algunos edificios para acorralar a los insurgentes. Tras diez horas de combate, al atardecer, se produce un tercer ataque, pero los soldados realistas estaban muy cansados. A las 21:00 horas los ataques realistas cesaron y empiezan a quemar a los muertos en montones, especialmente alrededor de la calle San Francisco, mientras cientos de heridos fueron atendidos en hospitales improvisados. La resistencia insurgente era cada vez más difícil, los realistas habían cortado la única acequia que daba agua a Rancagua y no podían seguir enfriando los cañones después de disparar, haciendo más irregular el fuego de su artillería. Por eso, a las 23:00 engancharon su artillería y buscaron un punto débil en el cerco para escapar amparados en la noche, pero los centinelas realistas estaban atentos y fue imposible.
Noche del 1 al 2 de octubre
Durante la noche no ocurrieron mayores enfrentamientos, pero los realistas estaban muy quebrantados por la inesperada resistencia insurgente y el mismo Osorio pensó en abandonar el sitio; pero esto último suponía un grave riesgo para sus efectivos, por lo cual se decidió continuar con el asedio. Por su parte, los insurgentes se hallaban en una situación angustiante y O’Higgins decidió enviar un mensaje al general en jefe, pidiendo el auxilio de la DM-1 que aquel comandaba. José Miguel Carrera había sentido los ruidos de los fuegos que provenían de la villa de Rancagua y tomó ciertas disposiciones que no surtieron un mayor efecto. Cuando recibió al emisario que traía el mensaje de O’Higgins, contestó diciendo que el auxilio llegaría en la mañana del 2 de octubre. La misma persona llegó con la contestación de Carrera como a las dos de la mañana de ese día, lo cual dio ánimos a O’Higgins y sus hombres.
Osorio recibió un comunicado del Virrey ordenándole buscar un acuerdo o concluir la campaña lo antes posible porque necesitaba sus tropas en Perú. El 25 de julio, había llegado la noticia a Lima de la desesperada situación de sus ejércitos en el Alto Perú, pues Manuel Belgrano acababa de vencer en La Florida y el general Joaquín de la Pezuela debía refugiarse con los monárquicos en Cotagaita. Además, Montevideo acababa de rendirse ante los insurgentes. Cinco días después, la junta militar acordó informar de esto a Osorio y darle las nuevas órdenes. Para empeorar la situación, el 3 de agosto estallaba la rebelión de Cuzco. El brigadier debía retirarse con las tropas, armamento, artillería, municiones y buques a un puerto para reembarcarse lo antes posible para volver al Callao a ayudar a Pezuela.
Fue cuando Osorio se enteró de la proximidad de la DM-3 insurgente y llegó a considerar el retirarse al sur del Cachapoal, pero sus oficiales le convencieron de que tal movimiento de noche y con enemigo demasiado cerca acabaría en desastre.
Poco después, se presentaron dos soldados insurgentes que decidieron cambiar de bando y le informaron de la escasez recursos que vivían los defensores, de modo que Osorio no volvió a considerar retirarse. Se decidió a atacar las trincheras al amanecer con la esperanza de que las defensas cedieran antes de la llegada de José Miguel. Usaron como justificativo para no seguir las órdenes de Abascal un fragmento de las instrucciones que les habían dado: “conviene romper las operaciones luego que la estación de aguas lo permita, atacándolos enérgicamente donde se les encuentre, sin darles lugar á rehacerse en caso de ser derrotados, persiguiéndoles incesantemente hasta disiparlos, y continuando su marcha hasta apoderarse de la capital”, es decir, debía atacar al enemigo hasta destruirlo.
Segundo día de batalla (2 de octubre)
Llegada de los refuerzos
Al alba del 2 de octubre, los fusileros realistas avanzaron por los agujeros hechos entre los muros y tirotearon a los defensores de la trinchera oeste. Se dieron feroces enfrentamientos a quemarropa y con bayonetas en casas y patios de los alrededores de la plaza de Armas. Los cadáveres eran usados para escalar las murallas o tapar los agujeros producidos por la artillería. Finalmente, los realistas se retiraron, pero las bajas insurgentes eran insostenibles. Sin embargo, sus jefes estaban esperanzados en obtener la victoria después del mensaje de José Miguel. Habían pasado la noche con sus armas en mano, disparando a donde escuchaban ruidos y reparando sus trincheras. Nadie había dormido en todo un día. Desde el amanecer, O’Higgins y los principales oficiales habían estado en el campanario de la iglesia de La Merced vigilando a la espera de los refuerzos desde el camino de bodegas del Conde, el ver una leve polvareda en la distancia les dio ánimos.

Un quinto ataque comenzaba a las 10:00 horas. Los realistas avanzaron a través de los agujeros, pero pasada una hora se escuchó desde el campanario de La Merced el grito de: «¡Viva la Patria!», acompañado de toque de campanas. Se aproximaba la DM-3 mandada por Luis Carrera, pero dirigida por José Miguel, fuerza que marchaba desde el amanecer, pero muy lentamente debido a su artillería, una gran polvareda anunciaba su venida. Feliz, O’Higgins mandó dar aviso a las tropas en las trincheras, mientras observaba a líneas de jinetes seguidos de la artillería y después una columna de infantería. Pero no era toda la unidad, solo dos compañías de infantería al mando del Tcol Diego José Benavente Bustamante con un par de piezas de artillería y tres escuadrones de húsares dirigidos por su hermano, el coronel José María Benavente.
Cargaron contra las fuerzas realistas en la cañada que estaban a cargo de Elorreaga, Quintanilla, Barañao, Lantaño y Asenjo, logrando dispersar a los jinetes realistas. La DM-3 llegó a eso de las 10:00 horas al campo de batalla, justo cuando comienza el quinto asalto.
Ocuparon un almacén cercano a Rancagua con fusileros del BI-IV apodados los Fusileros Nacionales, a apenas tres cuadras de la cañada, pero los realistas sabían de su proximidad por las escaramuzas que hubo entre exploradores. El Tcol Clemente Lantaño ordenó a una línea de fusileros del BI Valdivia atrincherarse en las tapias de los arrabales con un cañón, resistiendo tres ataques, mientras los jinetes de Asenjo y Castilla se desplegaban en sus alas. Finalmente, la caballería de Elorreaga intentó flanquear al enemigo por la izquierda y atacar su retaguardia, pero fueron contenidos por los húsares del coronel Benavente, acción en que destacó a su hermano al mando de un escuadrón. Después, Luis Carrera se adelantó con 2 cañones hasta la boca de la cañada y el combate se estabilizó. El comandante en jefe y el grueso de su DM-3 se mantuvieron lejos del combate, a la entrada de los callejones que llevaban a la cañada de Rancagua.
La llegada de refuerzos había dado ánimos a los defensores, y con exceso de confianza, O’Higgins, en vez de intentar romper el debilitado cerco para retirarse creyó que vencería. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo se mostraron extrañados, pues los refuerzos a pesar de las señas y el repique de campanas no avanzaban. Hacia las 11:30 horas el brigadier se preparaba para tomar la ofensiva y la victoria parecía posible con Luis Carrera en la cañada a punto de romper la línea de asedio.
Mientras tanto, Osorio estaba preparándose para ordenar la retirada al sur del Cachapoal, pero el coronel Quintanilla le hizo ver que si atacaba con toda su caballería a los refuerzos les obligaría a retroceder. De hecho, O’Higgins habría divisado a un escuadrón de dragones con las enseñas realistas dirigiéndose al vado de la Ciudad, y cuando preguntó quién era el oficial con un poncho blanco que hacía ese movimiento de aparente retirada a un campesino que le traía informes sobre el enemigo, le habrían contestado: “¡Es don Mariano Osorio!”.
En realidad, los refuerzos solo venían a ayudar a O’Higgins a romper el cerco y huir. Era imposible que una fuerza muy inferior en número a los sitiadores pudiera abrirse paso hasta la plaza de Armas.
Retirada de los refuerzos
A medio día, los refuerzos conseguían mantener a raya a los jinetes, infantes y cañones realistas, pero como todo el combate parecía haber cesado en la villa y solamente sonaban las campanas, José Miguel creyó que los defensores se habían rendido. Ordenó a los refuerzos retirarse, lo que Quintanilla aprovechó para cargar, dispersarlos y capturar un cañón. Una guerrilla de 100 realistas y un cañón perseguía a toda la DM-3.
La DM-3 logró retirarse en orden hasta el cerro Pan de Azúcar, donde descansó y sus centinelas le avisaron que volvían a haber combates en la plaza. Decidió enviar a 116 fusileros con el capitán Bustamante y una fuerza mayor a cargo del Tcol Manuel Serrano a ayudar a los defensores, unos 250 infantes en total, pero al llegarle noticias falsas de que el enemigo se había aproximado a Angostura y que la ciudad había caído, decidió seguir la ruta a Angostura. José Miguel también afirma que envió a su hermano Luis con 200 fusileros y 4 cañones al cerro para impedir que 500 realistas que avanzaban allí se hicieran con la posición, y que esperaba la llegada de 300 veteranos desde Santiago.
O’Higgins aprovechó la breve calma para subir al techo de la casa del cabildo y observar como José Miguel se retiraba, por lo que supo que la derrota era inevitable. En cuanto los soldados en las trincheras se enteraron del movimiento de la DM-3 empezaron a gritar: «¡Traición!». Luego el brigadier vio con sus propios ojos cómo la unidad era deshecha y puesta en fuga. Después de estos eventos, mientras los soldados afirmaban que los Carrera los habían traicionado, Juan José habría pedido entrar en la casa del cura para reunirse con O’Higgins. Allí, según Thomas, le habría dicho que la resistencia era inútil y conocía bien a los oficiales realistas, por lo que podía enviarlo a negociar una capitulación que garantizara el respeto de la vida de los defensores y otras ventajas. O’Higgins lo rechazó de plano.
El vigía de la torre informó a O’Higgins de lo sucedido justo cuando el grueso de los realistas reiniciaba su asalto. El capitán Marqueli lideró el ataque por San Francisco, el coronel Elorreaga por Cuadra, el malherido Barañao y otro oficial por las otras dos calles. Entonces los atacantes quemaron las casas alrededor de la plaza, específicamente por la vereda derecha de la trinchera en San Francisco, y el viento primaveral extendió las llamas, asfixiando a los defensores, carentes de agua. En esos momentos, los defensores en la plaza estaban reducidos a la mitad, agotados y hambrientos, con municiones para unas pocas horas, apenas les quedaban víveres y la sed afectaba a hombres y caballos. Ante tal situación, O’Higgins se montó en su caballo y con sable en mano visitó las trincheras, llegando a decir a los soldados de una batería: “¡Soldados! Mientras nosotros existamos la Patria no está perdida”. En otra agregó: “Es preciso pelear hasta morir, y morir como leones; el que hable de rendición será pasado por las armas”.
A las 13:00 horas, ante la retirada de los refuerzos, los realistas habían vuelto a la carga con renovado entusiasmo, pero fueron rechazados por los defensores, a quienes se sumaron algunos vecinos y mujeres de Rancagua. Sin embargo, en unas horas los soldados insurgentes quedaron reducidos a un tercio de los que originalmente defendían la plaza y a muchos se les agotaron las municiones, y quienes aún tenían solo les quedaban 2 o 3 disparos. Muchos artilleros habían muerto en sus trincheras, debiendo ser reemplazados por soldados de infantería.
Las calles y la plaza estaban cubiertas de cadáveres y las ruinas de las casas en llamas se derrumbaban. Osorio había lanzado esa nueva embestida con más vigor. Los talaveras, alentados por las palabras del mayor Antonio Morgado y un capitán apellidado Conde, atacaron por la calle San Francisco, pero fueron rechazados por la metralla de la artillería y escombros que les tiraron de los tejados. La DI-1 del coronel Rodríguez Ballesteros atacó por la calle oriental, con sus zapadores, a las órdenes del capitán del batallón Fijo de Concepción, Joaquín Pino, y el sargento Vicente Benavides, abriendo brechas entre las murallas vecinas hasta acercarse a las trincheras enemigas sin sufrir disparos; sin embargo, los defensores se defendieron con tal valor que los obligaron a desistir de todo asalto a la posición. En ese combate sucumbió el capitán Hilario Vial, jefe de la trinchera. Por entonces las piezas de artillería se habían calentado, pero los insurgentes no tenían agua para enfriarlas, así que solo una culebrina de 8 libras podía seguir disparando en la calle San Francisco.
Para empeorar la situación, una chispa de los incendios cayó sobre un parque de la plaza y causó una explosión. Minutos después se escuchó el toque un clarín de parlamento cerca de San Francisco, un oficial de los talaveras se acercó con una bandera blanca conminando a su rendición, pero le dispararon.
Ruptura final
A las 16:00 horas, los defensores estaban muy mermados, sus municiones casi agotadas y no había municiones para sus cañones. Los realistas decidieron dar descanso a sus tropas antes del asalto final encabezado por Elorreaga. O’Higgins aprovechó la pausa para organizar sus fuerzas y realizar un desesperado intento de romper el cerco. Se decidió salir por la trinchera norte, puesto que llevaba directamente al camino a Santiago y aunque debían enfrentarse a la caballería de Quintanilla, estacionada en la cañada o alameda cercana, por las otras tres se demorarían en volver al sendero, permitiendo a los jinetes realistas reaccionar y darles alcance. Una vez llegada a la cañada, el contingente se dispersaría en pequeños grupos y cada uno debería llegar a Santiago por sus propios medios.
O’Higgins hizo tocar llamada en la plaza y reunió precipitadamente a los oficiales y soldados aún sanos, dándoles una breve arenga y la orden de romper el asedio y escapar. Eran apenas 300 hombres que se acomodaron en los 280 caballos de los dragones. Les dijo: “Presa de las llamas o víctimas del enemigo: el dilema es la muerte. El que quiera que me siga. Prefiero morir peleando en la tentativa de abrirnos paso a entregarme rendido”. Ordenó que las guarniciones de las trincheras se retirasen disparando a la plaza en cuanto el enemigo cargase, pero en la de San Francisco el ayudante enviado a impartir la orden, el mayor Pedro Astorga, solo encontró a tres artilleros vivos y al abanderado, capitán José Ignacio Ibieta, agonizando por la metralla, pero sin soltar su pabellón. Los sobrevivientes se subieron a las grupas de las monturas de los dragones. El mayor Astorga quedó con 30 voluntarios encargados de resistir todo lo que pudieran y luego volver corriendo a la plaza a montar a caballo y huir, y así procedieron.
Los 200 dragones de Freire irían al frente y su comandante ofreció a O’Higgins ponerse a salvo en medio de la columna, donde la tropa había formado un círculo alrededor de un espacio donde debía ir O’Higgins, pero el brigadier lo rechazó y se puso en cabeza.
Tras enviar un grupo de mulas para confundir a los realistas y levantar polvo, una tropa de jinetes e infantes cargó contra los asaltantes en la trinchera norte, cerca de La Merced. Al grito de “¡Ni damos, ni recibimos cuartel!”, del capitán Molina, quien sable en mano, se puso al frente de la tropa y lanzó una primera carga que fue rechazada, pero los realistas se amedrentaron y huyeron en desorden. La infantería, montada detrás de los dragones, desmontó y movió la parte superior de la trinchera enemiga para abrir un paso.

Superado el primer obstáculo, O’Higgins y sus oficiales gritaron: «¡Unión!», para reorganizarse rápidamente, atropellando a todo adversario que les salió al paso y pasando sobre escombros y maderos que sus enemigos les arrojaban. La columna iba con el capitán Molina en vanguardia, O’Higgins, Freire, Juan José, el coronel Francisco Calderón y sus ayudantes en el centro, y el mayor Astorga en retaguardia. Juan José y Calderón se alejaron por una calle opuesta en la fuga, el primero logró escapar gracias a su buena montura, pero el segundo fue capturado y azotado, sin embargo, sus guardias estaban tan cansados que durante la noche se escapó con ayuda de un bandido que encontró por casualidad en la calle al salir de la cárcel.
El millar de infantes de los batallones Cívico de Chillán y Fijo de Valdivia, empezaron a refugiarse en los techos para dispararles a cubierto, pero la columna seguía su avance al trote en perfecto orden. Siguieron por el oriente durante dos cuadras y después al norte por otras dos hasta encontrarse con los fusileros de Lantaño, que consiguieron capturar a la mayoría de los infantes. La columna de fugitivos giro al este una cuadra y después al norte otra más hasta salir de la ciudad, pero entonces Quintanilla se lanzó sobre ellos con 600 hombres de todas las armas. Al llegar a la cañada fue muerto de un disparo de carabina el mayor Astorga, quien estaba justo al lado de O’Higgins.
Al llegar a la cañada al norte de la ciudad, encontraron escuadrones realistas que les estaban esperando, pero al verlos, O’Higgins ordenó cargar, y la mayoría de sus hombres lograron abrirse paso entre las unidades realistas hacia el camino real. O’Higgins luchando, consiguió llegar a un puente que pasa sobre una acequia que cierra un costado de la cañada y llevaba al camino de Chada. O’Higgins siguió su fuga en uno de los pequeños grupos de supervivientes, acompañado solo de sus ayudantes, los capitanes José Urrutia y Luis Flores, y los ordenanzas Jiménez y Soto. Pero un grupo de dragones realistas les dio alcance entre unos matorrales y uno de ellos le lanzó una estocada al brigadier, pero Jiménez consiguió parar el golpe y Soto le mató con un tiro de su carabina en el pecho. O’Higgins se montó en un caballo de un enemigo muerto, porque el suyo estaba agotado. Luego aparecieron más dragones, pero al ver a su compañero muerto, se retiraron. Para el atardecer, el brigadier subió la cuesta de Chada.
En los mismos momentos que O’Higgins y su columna salían de la plaza, los realistas entraban en ella por la calle San Francisco. Allí, el capitán Millán, herido en esa jornada por un disparo en la pierna, se arrastró hasta la iglesia, que estaba llena de mujeres y niños, buscando refugio de los vencedores, siendo capturado por algunos talaveras. Después, los realistas empezaron a entrar por las demás calles en la plaza. Allí habían quedado los tenientes José Luis Ovalle y José María Yáñez al mando de los soldados que fueron dejados atrás por sus heridas o falta de caballos. Lucharon hasta el último hombre en el asalto final de los realistas, quienes no tomaron prisioneros y atacaron a los civiles refugiados en las iglesias del lugar.
El teniente de Voluntarios, Ovalle, mantuvo izada la bandera insurgente hasta que fue herido en una pierna, luego subió en un caballo y siguió a O’Higgins, pero recibió dos lanzazos y fue capturado. El teniente Yáñez lo relevó y defendió la bandera hasta morir. También estuvo el capitán Ibieta, quien defendió valientemente una trinchera sable en mano a pesar de tener rotas sus dos piernas y estar de rodillas; Osorio ordenó respetar su vida, pero la tropa no hizo caso y le mataron. El Tcol Cuevas, quien luchó en la trinchera de calle La Merced, fue capturado durante la fuga y asesinado por los realistas porque lo confundieron con O’Higgins, ya que llevaba una casaca galoneada. Otros también fueron fusilados en las calles sin ceremonias, en un intento de los vencedores de vengarse.
Juan José Carrera estuvo entre los que lograron escapar. O’Higgins había ordenado a sus hombres dispersarse para dificultar su persecución, pero esa noche reunió a 200 sobrevivientes y siguió a la capital.
Secuelas de la batalla
Según el parte de Osorio para el virrey, las bajas insurgentes fueron 402 muertos, 292 heridos y 888 prisioneros, y los realistas tuvieron 1 oficial y 110 soldados muertos, más 7 oficiales y 126 soldados heridos. La pérdida de material bélico fue total y decisiva para los insurgentes.
Los soldados realistas cometieron excesos en la ciudad, como robos y saqueos, que unido a los incendios provocados, sin que ningún vecino intentara apagarlos, pues estaban más ocupados defendiendo u ocultando sus bienes. Así, las llamas llegaron al hospital de la trinchera en San Francisco y ninguno de los heridos logró escapar. Los excesos serían aprovechados por la propaganda insurgente para acusar a los realistas de profanaciones de templo y violaciones de mujeres.
El 3 de octubre, la situación se calmó y Osorio ordenó celebrar una misa en el templo de San Francisco, ordenando a todos los vecinos notables a asistir.
En la noche del 4 de octubre, a orillas del Maipo, algunos vecinos de Santiago informaron a la vanguardia realista de la retirada de Carrera y le pidieron que pusiera fin al caos que reinaba en la ciudad. Los oficiales resolvieron avanzar en la madrugada. A las 08:00 del 5, entraba en la capital la caballería de vanguardia y un destacamento de infantería del coronel Montoya.
Elorreaga y Quintanilla habían sido testigos de los abusos producidos en Rancagua por sus soldados, de manera que hicieron todos los esfuerzos para tratar con dignidad a los habitantes de Santiago y evitar que sus hombres cometieran saqueos. Para entonces, la mayoría de los insurgentes habían huido a Mendoza y los pocos que quedaban, usualmente los más viejos, trataban de ocultarse en el campo.
Fueron recibidos con banderas españolas en los edificios y escuchando felicitaciones posibles de los vecinos, mientras los monárquicos locales recorrían las calles celebrando. De inmediato, constituyeron un cabildo que se encargó de gobernar la ciudad, constituido por Jerónimo Pizana, Manuel de Araos, Juan Nepomuceno de Herrera, Pedro Antonio Villota y el doctor Pedro Ramón de Silva Bohórquez como regidor secretario.
El 5 de octubre, Osorio salía a la capital con el grueso de sus fuerzas, dejando en Rancagua una pequeña guarnición compuesta por el BI Fijo de Valdivia a cargo del coronel Carvallo con órdenes de evitar más desmanes. Los cadáveres fueron apilados y quemados al norte de la villa. Al anochecer del 6 de octubre, Osorio entraba en Santiago con su Estado Mayor y algunas tropas, entre toques de campanas y salvas de artillería. Lo hizo por la calle Santa Rosa, donde mucha gente lanzaba flores y hasta dinero desde los balcones mientras pasaban sus hombres. La fuerza realista marchaba bajo música militar y era recibida por los vítores del populacho. Su comandante supo ganarse el apoyo de muchos saludando cortésmente a quienes fueron a visitarlo.
Esa noche envió a 200 soldados a buscar al obispo José Santiago Rodríguez Zorrilla, preso por Carrera en una hacienda en Colina, para evitar que lo llevaran a Mendoza. En la tarde siguiente, el obispo era recibido con honores en la ciudad y días después volvía a sus labores eclesiásticas. Un grupo de notables recibió al jefe realista y lo acompañó a la catedral para celebrar un Te Deum, y después a la chacra de Teodoro Sánchez en Cañadilla donde Osorio pasó unos días hasta que la casa del conde de la Conquista quedó lista.
El 9 de octubre, la DI-1, mandada por el coronel Ballesteros, entraba en Santiago y era recibida como lo fueron todas las tropas monárquicas, por autoridades y el pueblo entre vítores. Miles de banderas ondeaban en las casas, las calles estaban adornadas con arcos de triunfo y las señoras, elegantemente vestidas, daban a los soldados y oficiales victoriosos ramos y coronas de flores y dinero. Hubo disparos de cohetes y aplausos.
El 13 de octubre, Osorio decidió salir a perseguir a los fugitivos, y dejó al regidor Jerónimo Pizana, para impedir más desmanes y represalias contra los vencidos. Esa misma jornada se encontró con Elorreaga, quien había perseguido a los vencidos y le entregó 9 piezas de artillería de diverso calibre, 4 banderas, 300 fusiles, 200 prisioneros y diecinueve cargas y media de oro y plata. Osorio ordenó que se enviara el botín a Santiago y se dirigió al Aconcagua, Quillota y Valparaíso.
Al trofeo se sumaron las otras 5 banderas capturadas en Rancagua. Dio a Elorreaga y su caballería la misión de pacificar Coquimbo, dejó la región entre Quillota e Illapel a las órdenes de Ballesteros y nombró al teniente de navío José Villegas gobernador de Valparaíso.
Tras la victoria, Osorio pidió el sueldo y el nombramiento de brigadier y pasar de jefe del ejército expedicionario a capitán general de Chile; el virrey lo aprobó, aunque le asignó solo el sueldo de brigadier. El 8 de octubre las noticias de la victoria llegaron a Chillán, donde hubo un mes de fiestas y procesiones. Las primeras noticias de la victoria empezaron a llegar a la capital virreinal el 2 de noviembre, aunque hubo de esperar al arribo de la goleta mercante Mercedes para confirmarlo. El navío recibió órdenes de Osorio para zarpar de Valparaíso el 19 de octubre, fondeando en el Callao el 6 de noviembre. Las nueve banderas capturadas en Rancagua fueron enviadas a Lima y exhibidas en la iglesia de Santo Domingo. Fueron llevadas a su sitio con una guardia de honor y acabaron depositadas en el altar de la Virgen del Rosario. Lima se iluminó, hubo misas en todas las iglesias, repiques de campanas, paradas militares, salvas de artillería y se dio un banquete en el palacio del virrey.
Siguiendo las instrucciones de Abascal, se llegó a considerar enviar una expedición de 2.000 infantes, 1.000 jinetes y 200 artilleros al Río de la Plata. Los soldados realistas deberían cruzar la cordillera por el sur y siguiendo los caminos de las pampas, caer sobre Mendoza y enviar un cuerpo como avanzada a Córdoba o Río Tercero para luego seguir a Buenos Aires, sin embargo, estos planes se vieron interrumpidos. En abril de 1815 Osorio envió 400 refuerzos al Perú, la mitad talaveras. Posteriormente envió 770 chilotes.
Retirada y marcha al exilio de los insurgentes
Desde la mañana del 3 de octubre, empezaron a salir los exiliados con rumbo al Aconcagua, desde donde esperaban cruzar los Andes, a pesar de que los pasos seguían cubiertos de nieve; no llevaban ropa ni dinero para el viaje o el exilio. Los emigrados eran más de 2.000, José Miguel Carrera cruzó con 800 personas, pero O’Higgins con 1.400 personas; supuestamente, la caravana incluía 1.600 mulas. Los civiles acompañaron en sus penurias a los soldados, y con sus caballos, apenas pudiendo pasar por los caminos nevados. Muchas mujeres y niños acompañaban a sus hombres en el viaje. Entre los refugiados estaban Mercedes Fontecilla y Ana María Cotapos, esposas de José Miguel y Juan José respectivamente, y de Javiera Carrera, hermana mayor de la familia Carrera.
El 6 de octubre, estaban en Chacabuco marchando hacia la capital, pero al encontrarse con estos grupos entendió que todo estaba perdido y volvió a Santa Rosa. Allí lo esperaba desde el día anterior Juan José Paso, representante del gobierno porteño con la orden de cruzar la cordillera. El mismo día se les unió fray Camilo Henríquez con detalles del desastre. A la mañana siguiente eran el primer grupo en iniciar el cruce del macizo andino, poco después les seguirá el resto.