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Nombramiento de Miranda como general en jefe
Ante la crítica situación de la República, el Gobierno decidió crear una dictadura. En primer lugar, se pensaba en entregar el cargo de dictador a Francisco José de Rodríguez del Toro e Ibarra, cuarto marqués del Toro, el marqués de las derrotas. Ante sus reiteradas excusas, no le quedó otra alternativa al Gobierno que entregar, el 23 de abril de 1812, los poderes dictatoriales a Miranda. El poder ejecutivo federal que lo nombró generalísimo y le dio la dictadura que estaba conformada por Francisco Espejo, Francisco Javier Uztariz y Juan Germán Roscio.
Las supuestas absolutas facultades otorgadas a Miranda eran para salvar la patria invadida por los enemigos de la libertad. Sin embargo, estas solo lo eran en apariencia. El generalísimo tenía poderes dictatoriales, aunque no poseía un ejército propio, y esto en razón de que el federalismo trababa su accionar militar porque tenía que vérselas con los diversos ámbitos y funciones de las milicias divididas en tropa provincial y tropa de la confederación.
Después de varias semanas, Miranda logró la rendición y capitulación de Valencia (13 de agosto de 1811), aunque con un costo muy alto en pérdidas humanas que afectaron seriamente al ejército patriota en sus ulteriores enfrentamientos.
A pesar del éxito mirandino, los mantuanos, que siempre buscaban algo para oponerse a Miranda, criticaron la fuerte disciplina, tan necesaria para un éxito militar, que impuso Miranda. Sus principales enemigos eran los mantuanos y entre estos los toros (familiares del marqués de Toro) y su extensa parentela.

La situación venezolana se agravó aún más cuando, entre el 24 y el 30 de junio de 1812, ocurrieron graves hechos que ya no dejaban ninguna duda de que la suerte de la República estaba echada. El 24 se inició la sublevación de los negros de Barlovento. Esta insurrección estuvo auspiciada por hacendados y sacerdotes pro-realistas y fue alimentada por los efectos del terremoto del 26 de marzo así como por la pérdida, el 30 de junio, de la fortaleza de Puerto Cabello. Entre los instigadores se encontraban los peninsulares Isidro Quintero, Manuel Elzaburu y Gaspar González, y los venezolanos Ignacio Galarraga y José de las Llamozas. Ello hizo que muy pronto se fuera extendiendo por los valles de Curiepe, Capaya y Guapo. Este de por sí ya gravísimo acontecimiento se vio potenciado porque por esa fecha se produjo una conspiración de jefes y oficiales insurgentes nada menos que para deponer a Miranda.
El terremoto sería aprovechado por el clero realista. Dios había manifestado quiénes eran los que estaban por el mal camino, los que se habían apartado de la fe y el respeto por lo divino, los que se habían levantado contra el orden establecido al desconocer los lazos que los unían con España, con sus autoridades, con su Rey. Para un pueblo supersticioso y atemorizado quedaba perfectamente claro que la Confederación era un gobierno del diablo, olvidado por Dios. Los castigados fueron los pueblos que habían subvertido el orden eran: Caracas, Mérida, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto, Valencia y La Victoria. Maracaibo, Coro y Guayana, que habían permanecido fieles a la monarquía, prácticamente no sufrieron los embates de la naturaleza.
Batalla de la Victoria (20-29 de junio de 1812)
La crítica situación social, política y militar que se vivía hacía presagiar funestos males para la República. Las deserciones aumentaban cada vez más. A esto hay que añadir un aspecto muy importante, algunos connotados miembros de esta élite se separaron a comienzos de 1811, como es el caso del conde de la Granja, quien pasó a apoyar la restitución del gobierno realista. El marqués del Toro y su hermano Fernando se retiraron antes de la Capitulación de Miranda, marcharon a España y solicitaron el perdón del rey.
La República había quedado reducida a una estrecha franja del litoral, que por el occidente apenas pasaba de Valencia, por el sur terminaba en San Juan de los Morros, y por el este quedaba cerrada por las selvas de Barlovento, muy cerca de Caracas. Por otro lado, la violencia de la guerra y el tenerse noticia de la llegada a Puerto Rico, en enero de 1812, de 4.000 refuerzos enviados por España, habían obligado a las nada gratas movilizaciones de masas, a la primacía de lo militar sobre lo político.
Domingo Monteverde tenía una trayectoria militar muy encomiable. Enviado en auxilio de las fuerzas realistas que enfrentaban a la insurrecta Venezuela, llegó a Coro en febrero de 1812. El cargo de capitán general de Venezuela, desde el 29 de abril de 1810, lo ostentaba Fernando Miyares. Monteverde quedaba bajo la jefatura de José de Ceballos, gobernador de Coro, quien, en marzo de 1812, le encargó pasar a Carora, en auxilio de los que querían alzarse contra la República. Las fuerzas a su cargo eran reducidas; sin embargo, lo que hizo por la causa realista fue increíble. El 17 de marzo, Monteverde llegó a Siquisique, donde se reunió con las fuerzas realistas mandadas por Juan de los Reyes Vargas y Andrés Torellas. El 23 ocupó Carora y el 26 de marzo, el día del gran seismo, Monteverde evolucionaba hacia Barquisimeto, ciudad controlada por las tropas de Diego Jalón. Monteverde, casi sin resistencia, e incluso llamado por un sector de su población, aterrada por el seísmo, tomaba posesión de Barquisimeto el 7 de abril.
El gobernador Ceballos, temiendo que las fuerzas republicanas, actuando desde Trujillo y San Carlos, intentaran destrozar a las de Monteverde, le ordenó que se quedara en Barquisimeto. Es allí cuando comenzó la desobediencia de Monteverde porque, queriendo aprovechar el desconcierto de las fuerzas insurgentes y el desánimo de las poblaciones que pedían su auxilio, hizo caso omiso a las órdenes de Ceballos. Por otra parte, Monteverde había recibido órdenes reservadas de Madrid para conservar el mando. Monteverde llevó a cabo su avance arrollador, previo al gran seísmo y ya imparable después de este.
El 25 de abril de 1812, Monteverde ocupó la ciudad de San Carlos y desde allí avanzó a Valencia, donde la defensa inurgente, a cargo del comandante Miguel Uztáriz, cayó con facilidad. Valencia era nada menos que la segunda ciudad en importancia después de Caracas y que había sido elegida como capital de la Federación. Después de Valencia solo quedaba la esperanza, para continuar la guerra, en la fortaleza de San Felipe de Puerto Cabello, a 50 kilómetros al norte de Valencia.
Después de que los realistas se hicieron con Valencia, el generalísimo Francisco de Miranda asumió una posición defensiva en el desfiladero de La Cabrera, un paso estrecho y fácil de defender entre una sierra y la orilla meridional del lago de Valencia. Clavó estacas, cavó fosos, construyó baterías y organizó una flotilla en el cuerpo de agua para mantener comunicadas las posiciones. Sin embargo, al ceder la iniciativa a Monteverde su prestigio militar se vio disminuido a los ojos de sus lugartenientes. A nivel político, el generalísimo publicó la ley marcial el 20 de mayo, la que fue acompañada de una orden de movilización a todos los ciudadanos capaces de portar las armas, ofrecer la libertad a todo esclavo que se uniera a su ejército.
El capitán de fragata decidió cargar contra las defensas insurgentes, pero fue rechazado el 19 y 26 de mayo con fuertes pérdidas. Posteriormente, recibió armas y soldados de Coro y lanzó un tercer ataque el 12 de junio, pero nuevamente fracasó. Sin embargo, un desertor del ejército republicano le informó de un paso a través de los montes. Una parte de su ejército avanzó por el camino hacia los valles de Aragua, sorprendiendo a dos destacamentos que guarnecían un flanco de la línea defensiva y ocupando las alturas de Maracay, forzando a Miranda a emprender una retirada durante la noche del 17 de junio, debiendo quemar parte de sus municiones y víveres. Fue la única forma en que pudo evitar ser rodeado.
El ejército insurgente se refugió en La Victoria, tratando de bloquear el camino a Caracas. Miranda ordenó al brigadier de ingenieros, Joaquín Pineda, mejorar las trincheras y fortines. Fue el 20 de junio cuando compañías de los monárquicos, lideradas por Monteverde, asaltaron las posiciones de guardia avanzadas de los republicanos. Los vencidos huyeron a su campamento, causando pánico, pero Miranda logró recuperar el orden y repeler el ataque, haciendo que su enemigo huyera en confusión, sin embargo, apenas fue perseguido y las compañías pudieron reunirse con el grueso de su ejército y ocupar el Cerro Grande frente a La Victoria.
Las fuerzas de Monteverde eran unos 3.100, que incluían 647 veteranos del Real Cuerpo de Artillería, de la Compañía de la Real Marina, del RI de la Reina, del RI Veteranos de Maracaibo y de las Compañías Americanas; 1.500 milicianos reclutados en Coro, Moruy y Santa Ana; 903 milicianos de caballería y de pardos provenientes de Coro, Casicure, Paraguaná, San Luis y Pedregal.
Las fuerzas insurgentes disponían de unos 5.000 efectivos, unos 3.000 eran parte del ejército de operaciones destinado a proteger un frente de San Felipe a Mérida, el resto estaba como guarniciones en Caracas, La Guaira, Aragua y Puerto Cabello. En la batalla presentó unos 4.000 efectivos.
Poco después, el coronel realista Eusebio Antoñanzas llegó con refuerzos, volviendo victorioso de su campaña en Calabozo. Esto dio ánimos a Monteverde, quien decidió un nuevo ataque el 29 de junio, resultando vencido con graves pérdidas y agotando sus municiones.
Las líneas republicanas estaban mandadas por el coronel Juan Pablo Ayala y el comandante Rafael Chatillón. La derrota fue tan tremenda que un consejo de oficiales realistas decidió retirarse a Valencia; sin embargo, un asistente le aconsejó al capitán de fragata esperar tres días. Miranda no lo sabía, pero de haber sacado partido de la victoria hubiera ganado la guerra. Los realistas estaban en una posición delicada, lejos de su base en Coro y sin posibilidades de avituallamiento.
En esos días la situación empezó a cambiar. Primero, llegaron noticias del 24 de junio, cuando estalló una rebelión de esclavos en los valles al sudeste de Caracas, promovida por los españoles. Se desconoce cuántos tomaron las armas, pero según algunas fuentes, en los valles de Curiepe, Capaya, Tacarigua, Mamporal, Guapo, Riochico, Panaquire, Tapipa y Caucagua de 4.000 a 5.000 esclavos estaban alzados, incluyendo mujeres y niños, de los que 500 a 1.000 podían ser hombres capaces de luchar, y si se le sumaban los libres podían llegar a unos 2.000. Los negros, sin liderazgo claro, saquearon y cometieron todo tipo de excesos, especialmente contra los blancos, y marcharon sobre la indefensa ciudad, debiendo Miranda enviar tropas a protegerla.
Sin embargo, lo peor ocurrió el 30 de junio, cuando se alzaron en armas los prisioneros de Puerto Cabello.
Conquista realista de Puerto Cabello
Puerto Cabello está ubicado a 50 kilómetros al norte de Valencia, en dicha plaza, en el castillo de San Felipe, se encontraban casi todas las armas y municiones que poseía la República; además, en ella estaban recluidos importantes presos políticos enemigos de la revolución: nada menos que los principales autores de la contrarrevolución de Valencia.
Puerto Cabello constituía un lugar muy estratégico en la medida en que permitía la fácil comunicación con Curazao, Bonaire y Coro, con La Guaira y con Caracas. Permitía controlar la salida de las zonas de influencia de Barquisimeto, San Felipe y Valencia. Por otra parte, estaba protegido de ataques marítimos por el castillo de San Felipe y el fortín de San Carlos. Miranda encargó el mando de esta plaza al coronel Simón Bolívar en momentos muy difíciles para la República, que se veía cada vez más cercada por el avance realista dirigido por el capitán de fragata canario Domingo Monteverde.

Las relaciones entre Miranda y Bolívar se habían ido deteriorando, “en parte por la amistad de Bolívar con los toros, que eran conocidos enemigos de Miranda y en parte por diferencias políticas, ya que Miranda era partidario de una política más indulgente hacia los españoles que la que promovía Bolívar. Este desencuentro se va a explicitar cuando a Miranda se le encarga el mando del ejército para actuar sobre Valencia. Miranda puso una condición, que, por supuesto, no iba a ser aceptada: que Bolívar no formase parte de su ejército.
Miranda encargó a Bolívar la jefatura militar y política de Puerto Cabello. Suele interpretarse este nombramiento como una medida que solo pretendía alejar a Bolívar del ejército directamente comandado por Miranda o es muy probable, debió quedar gratamente impresionado por el meritorio desempeño de Bolívar en la campaña de Valencia y de allí que decidiera darle tan delicado encargo. El 4 de mayo de 1812 Bolívar hacía su ingreso a Puerto Cabello.
El avance arrollador de Monteverde, de eso que ha sido calificado como el paseo. El comerciante y militar canario Francisco Fernández Vinony quien desempeñaba como subteniente patriota del batallón de milicias de Aragua, se sublevó junto con otros oficiales y puso en libertad a los prisioneros españoles que se encontraban en el castillo de San Felipe. A su orden, los presos políticos y comunes y parte de los soldados se sublevaron; su plan incluía originalmente matar o encarcelar a Bolívar. Rápidamente, la guarnición fue encarcelada. Se hicieron dueños de más de 3.000 fusiles y gran cantidad de pólvora, municiones y piezas de artillería guardados en los almacenes.
Los 1.000 prisioneros también se hicieron dueños de víveres capaces de mantener a 300 hombres por tres meses, irónicamente los republicanos habían acopiado todas esas reservas para refugiarse en el castillo. Bolívar quedó con 16.000 cartuchos que estaban afuera de la fortaleza y 300 soldados leales. Inmediatamente, los realistas se dedicaron a bombardear la rada y la ciudad, hundiendo el bergantín Argos, dañando al Celoso, capturando dos goletas y una lancha cañonera, enarbolando en ellas el pabellón real, y provocando que muchos vecinos huyeran. Esta acción tuvo como consecuencia inmediata que Francisco de Miranda no pudiera perseguir a Domingo de Monteverde tras la batalla de La Victoria (20-29 de junio).
Bolívar fue avisado en su posada por el teniente coronel Miguel Carabaño Aponte a las 11:30 horas, poco antes que los monárquicos bombardeasen la ciudad. El coronel decidió asediar la ciudad, mientras que el gobierno republicano se negaba a enviarle refuerzos, aunque sufría numerosas deserciones. El 4 de julio una columna de corianos realistas fue enviada desde Valencia bajo las órdenes del capitán Tomás Montilla. Bolívar decidió enviar a los coroneles Diego Jalón y José Mires con 200 hombres a detenerlos, pero en el combate de Aguas Calientes los insurgentes fueron completamente aniquilados. Jalón fue capturado, solamente Mires y 6 soldados lograron escapar. Tras esto, quedaron apenas 40 republicanos para el asedio para enfrentarse a 200 soldados realistas atrincherados y los 500 corianos que estaban llegando.
El 6 de julio, Bolívar y 8 oficiales embarcaron en el bergantín Celoso, navío capitaneado por un español, en el puertillo de Borburata con rumbo a La Guaira. La tropa, abandonada por sus líderes, se rindió ese mismo día o huyeron en lanchas y transportes. El bergantín con tres lanchas fue perseguido por una goleta realista, pero logró escapar. La noticia de la rebelión llegó el 2 de julio y tres días después Miranda anuncia sus intenciones en una cena a sus oficiales. Para entonces los valles de Aragua estaban ocupados y la capital estaba prácticamente cercada, pasando hambre la población civil y el ejército.
Fernández Vinony sería capturado en la batalla de Boyacá en 1819 y Bolívar lo reconoció entre los prisioneros, siendo fusilado en el acto.
Capitulación de San Mateo. Fin de la República
Miranda, al evaluar el impacto de los últimos acontecimientos militares y sociopolíticos que finalizaron en la caída de Puerto Cabello, llegó a la convicción de que solo quedaba negociar una paz decorosa. El 12 de julio, desde su cuartel general de La Victoria, convocó a los miembros del Poder Ejecutivo que le habían encargado el mando absoluto, político y militar, así como otros miembros pertenecientes al Poder Judicial y al director de Rentas a una reunión. En ella les manifestó el crítico estado militar y político consecuente de la pérdida de la plaza y puerto de Cabello y costa de Ocumare y Choroní, ocupadas por el enemigo, y al no contar la confederación con hombres ni armas suficientes para continuar la guerra con posibilidades de éxito. No quedaba otra solución que proponer a las fuerzas enemigas un armisticio y cese al fuego que trajese la paz acorde con la mediación ofrecida y publicada por Inglaterra. La propuesta de Miranda fue aceptada por unanimidad.
Miranda, el mismo 12 de julio, le propuso a Monteverde un alto el fuego, argumentando que era necesario terminar con el derramamiento de sangre, toda vez que en la Península predominaba una tendencia política liberal y de apertura para enfrentar los problemas que se vivían en Hispanoamérica. Habiendo Monteverde aceptado esta propuesta, Miranda nombró comisionados para las negociaciones.
La capitulación fue firmada el 25 de julio y puesta de inmediato en conocimiento las autoridades de Caracas.
Al día siguiente de suscrita la capitulación, Miranda decidió abandonar Venezuela. Ordenó que sus archivos personales fueran puestos a salvo a bordo de un barco inglés. Incluso, quedó todo expedito para que él se embarcase a bordo del Sapphire. El 29 de julio, las fuerzas victoriosas de Monteverde entraban en Caracas y, contra lo pactado en San Mateo, empezaron a perseguir y apresar a los insurgentes, en una violación de lo pactado en la capitulación.
Un grupo de oficiales dirigidos por Bolívar apresaron a Miranda, y el coronel José Mires lo encerraron en el fuerte San Carlos el día 31 de julio. Al parecer, la intención de Bolívar habría sido fusilarlo por considerar que el Pacto de San Mateo era un acto de traición; pero finalmente, atendiendo diversos consejos, Miranda fue encarcelado bajo el coronel Manuel María de las Casas, comandante militar del puerto, quien en secreto se pasó al bando español, entregando a Miranda a Domingo de Monteverde, junto con los demás refugiados que no habían conseguido zarpar.
Desde el puerto de La Guaira, Miranda fue trasladado al cuartel San Carlos de Caracas y de allí al castillo San Felipe de Puerto Cabello, donde a principios de 1813 escribió desde su celda un memorial a la Real Audiencia de Caracas, exigiendo el cumplimiento de la capitulación de San Mateo. El 4 de junio de 1813 fue trasladado al castillo San Felipe del Morro, ubicado en Puerto Rico, y de allí a España, donde fue encerrado en una celda alta y espaciosa en el penal de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca, en San Fernando. Allí recibió muy pocas noticias y la ayuda de algunos amigos. Miranda planea escapar hacia Gibraltar, pero un ataque cerebrovascular frustra sus planes y muere, a los 66 años de edad, el 14 de julio de 1816.
