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Batalla de Vilcapugio (1 de octubre de 1813)
Antecedentes
En mayo de 1813, las fuerzas insurgentes no habían podido avanzar más allá de Jujuy. El 12 de este mes, el general Belgrano explicaba al Gobierno que se hallaban desprovistas de armamento, vestuario y cabalgaduras; la infantería casi sin calzados. Agregaba: “Apenas se halla aquí el RI-1 para custodiar el gran armamento que tenemos, el parque y la maestranza, y los hospitales de sangre y enfermedades.”
Belgrano, por entonces, ya enfermo de paludismo, y con dificultades para abastecer el ejército a su mando, con muchos reclutas nuevos y una deficiente en artillería, pues escaseaban las mulas; acató, sin embargo, la orden desde su establecimiento en Jujuy.
Desde Buenos Aires, el poder central lo instaba a comenzar la campaña. A lo que Belgrano invariablemente respondía que no podía hacerlo hasta que no equipara adecuadamente su fuerza con armamento, caballadas, vestuario y nuevos reclutas. Al fin, a regañadientes, en abril movió el ejército hasta Jujuy y desde allí envió su vanguardia a Potosí, al mando del coronel Cornelio Zelaya.
El general, con el grueso de las tropas, entró en Jujuy el 21 de junio, e instaló en ella su cuartel general.
Entretanto, en las fuerzas realistas se registraban novedades. La victoria patriota en la batalla de Salta había atemorizado tanto al general en jefe, José Manuel de Goyeneche, que renunció indeclinablemente al mando, a finales de mayo. Dejó la comandancia a su segundo, el brigadier Juan Ramírez. Este alentaba el propósito de caer sobre los insurgentes acampados en Potosí, pero la insurrección de Cochabamba lo disuadió y se replegó hasta Oruro.
El 1 de julio llegó el nuevo comandante realista, nombrado en reemplazo de Goyeneche: el brigadier Joaquín de la Pezuela. Era oficial de artillería, que tenía una larga experiencia en la guerra. Se aplicó de inmediato a reorganizar y remontar el ejército del Rey. Pronto este llegó a contar con unos 4.600 hombres de las tres armas, bien equipados, salvo en cabalgaduras.
Gran parte de los indígenas altoperuanos apoyaban la revolución. El más fuerte de sus caudillos era Baltasar Cárdenas, a quien Belgrano había dado el grado de coronel, y que tenía a su mando a 2.000 indios mal organizados y armados, y a las fuerzas de la ciudad de Cochabamba, bajo las órdenes del coronel Cornelio Zelaya. Ambos tuvieron órdenes de sublevar a las poblaciones indígenas situadas a espaldas de los realistas. Belgrano, a su vez, sabedor de que el ejército realista no tenía casi mulas para mover su artillería ni provisiones, planeaba atacar por el frente, intentando realizar el clásico movimiento de pinza, con la seguridad de que el general Pezuela no se atrevería a jugarse en una batalla el destino de la campaña.
A mediados de setiembre, el jefe del Ejército del Norte, sabedor de que Pezuela estaba acampado en Condo-Condo, ordenó por escrito a Cárdenas que se moviera sobre el flanco de los realistas, y le avisó que disponía lo mismo respecto del coronel Zelaya, con las fuerzas de Cochabamba. En cuanto a él, con el grueso del ejército, atacaría de frente. El punto de reunión de la fuerza inurgente en conjunto sería la desolada pampa de Vilcapugio: una desacertada elección, porque el paraje estaba demasiado cerca, apenas a una jornada, del campamento realista.
El 5 de setiembre, Belgrano se movió rumbo a la cita. Su ejército sumaba en total unos 3.500 hombres, de los cuales un millar eran reclutas, incorporados para cubrir los huecos de las deserciones. La artillería era de 14 piezas, con escasas y malas las monturas. Como estaba previsto, acampó en Vilcapugio, para esperar a Zelaya y a Cárdenas el 27 de septiembre de 1813. La pampa de Vilcapugio, que es una meseta circundada por montañas de altas cumbres, unos 130 km al noroeste de la ciudad de Potosí.
Ignoraba que el comandante Saturnino Castro, un salteño que se había pasado a los realistas, había caído sorpresivamente sobre Cárdenas y sus indios en Anacato, destrozándolos completamente. Lo más grave fue que, entre los papeles del derrotado, el jefe realista encontró la correspondencia de Belgrano. Al leerla, pudo enterarse de que el Ejército del Norte aguardaba, en Vilcapugio, la incorporación de Cárdenas y de Zelaya como paso previo a lanzar su ofensiva.
Pezuela se encontraba en la aldea de Condo-Condo, ubicada a orillas del lago Poopó (a unos 40 km al suroeste de Vilcapugio), en una estricta defensiva debido a la desmoralización de su ejército realista, gracias a los documentos caídos en su poder, se enteró de los planes de Belgrano. Gracias a ello, planeó dos posibles opciones militares. Una primera posibilidad era resistir en sus posiciones los esperados ataques de Belgrano y Zelaya, plan que con seguridad a la larga le traería la derrota. Contra todo lo esperado, tomó la segunda opción, atacaría a Belgrano antes de que se uniera Zelaya.
Era algo que el confiado jefe patriota jamás hubiera imaginado. Al mediodía del 30 de septiembre, las tropas realistas empezaron a trepar laboriosamente la cuesta, rumbo a las alturas que rodean la pampa de Vilcapugio. Llegaron a la medianoche, y de inmediato ejecutaron el no menos trabajoso descenso hasta el llano. Al llegar, tuvieron a la vista el Ejército del Norte.
Despliegue de fuerzas
Al amanecer del 1 de octubre de 1813, las avanzadas informaron al atónito Belgrano de que los realistas estaban a media legua de distancia, ya formados para atacar.
Las fuerzas de Pezuela habían desplegado sus 4.000 efectivos y 12 cañones en:
- Ala derecha: ED de Lima.
- Centro: BI-I/1 y BI-II/1 de Cuzco, BIL de cazadores, 4×4 cañones; BI y 4×4 cañones; BI-I/2 y BI-II/2 de Cuzco, BIL de cazadores, 4×4 cañones.
- Ala izquierda: EC de cazadores.
- Reserva: BI provisional, y EC de cazadores.
- Refuerzos: 2 EDs patidarios.
Los realistas avanzaban con las banderas desplegadas, al son de la marcha granadera, que batían pausadamente los tambores, según Mitre. Era un espectáculo imponente. Recuerda José María Paz que “el sol hería de frente la línea enemiga y sus armas brillaban con profusión”.
Las fuerzas de Belgrano que formó rápidamente sus efectivos, que eran 3.600 soldados y 14 piezas de artillería (4×6, 6×4, 2×2 y 2×5,5 obuses):
- Ala derecha: la caballería mandada por los comandantes José Bernaldes Polledo jefe del EC-1 y Domingo Arévalo, jefe del EC-2 del Perú.
- Centro: la infantería con el BIL de cazadores del mayor Ramón Echavarría; BI-I/6 del coronel Miguel Aráoz; BI-II/6 del coronal Carlos Forest; y BI de Castas del coronel José Superí, RI-8.
- Ala izquierda: los dragones del coronel Diego Balcarce.
- Reserva: un BI-I y BI-II del RI-1 del coronel Gregorio Perdriel.

Desarrollo de la batalla
La acción no empezó con las habituales guerrillas, sino que la iniciaron los cañonazos de los insurgentes y, cuando el enemigo estuvo cerca, Belgrano ordenó cargarlo a la bayoneta. El primer tramo de la lucha fue venturoso para el Ejército del Norte. Desde la derecha, sus cazadores aplastaron a la izquierda realista, matando al coronel Felipe La Hera.
También fue afortunado el duro ataque al centro, cuyos soldados terminaron dispersos y en fuga, perseguidos por la caballería de Belgrano. Allí perdió la vida el coronel Bernáldez Polledo y cayeron heridos el coronel insurgente Forest y el coronel realista Lombera, hasta el punto que el mismo Joaquín de la Pezuela reconocería en sus partes al virrey del Perú que daba por perdida la batalla.

Pero en la derecha realista estaban las mejores tropas. Mandadas por los coroneles Picoaga y Pedro Olañeta, resistían con denuedo el furioso embate de la izquierda insurgente. De pronto, ocurrió algo insólito: los tambores del Ejército del Norte tocaron la señal de retirada. Al parecer, la habría ordenado el mayor Echavarría, no se sabe por qué.
Al oír ese toque, que sonaba a sus espaldas, la fuerza insurgente se dio vuelta y divisó mucha gente apiñada en los morros. Se trataba de indígenas meramente espectadores del encuentro, pero los soldados pensaron que eran refuerzos que llegaban para sumarse a los realistas. Alguno empezó a gritar “¡al cerro, al cerro!”, y todos corrieron velozmente a refugiarse en esas alturas.
Minutos antes, la derecha realista había puesto en gran apuro a la izquierda insurgente. Su coronel, Benito Álvarez, cayó muerto de un balazo. Corrió a remplazarlo el mayor Beldón, quien también resultó muerto, y ocurrió lo mismo con su segundo, el capitán José Laureano Villegas. Lo reemplazó el bravo capitán salteño Apolinario Saravia, quien también resultó gravemente herido en el pecho.
Así estaban las cosas cuando se oyó el tambor de retirada. Esa señal disolvió sin remedio la izquierda insurgente. De nada sirvió que Díaz Vélez tratara de intervenir en diagonal con la reserva. Todo terminó en una tremenda desbandada, mientras Pezuela lograba reorganizar los dispersos de su izquierda y de su centro, y recibía el inesperado refuerzo del escuadrón de Castro, que llegó al galope.
Belgrano se apeó del caballo, tomó en sus manos la bandera, hizo sonar los tambores y con “una cuarta parte de la rota reserva, más un cañón que hizo arrastrar, subió a uno de los morros”. Logró reunir a unos 200 hombres, cuyo fuego de fusilería prolongó, por algún tiempo más, una acción que ya estaba decidida. Nada podía hacer ese puñado de tiradores frente al incesante cañoneo de los realistas, absolutamente dueños del campo.
Belgrano estaba triste y silencioso, aferrando el asta de la enseña azul y blanca. El enemigo no quiso atacar su posición en el morro, si bien mantuvo un intermitente fuego de cañones. “Eran ya las tres de la tarde, y las miserables reliquias del ejército argentino reunidas en el morro no alcanzaban a los 400 hombres, incluidos los heridos, que fueron cuidadosamente atendidos por orden del general. Todo lo demás se había disipado como el humo del combate”, narra Mitre. Entre ellos, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, Gregorio Perdriel y Lorenzo Lugones.
En el campo yacían 300 muertos del Ejército del Norte. Muchos de sus hombres habían caído prisioneros, y estaban en manos de Pezuela toda la artillería y el parque de los insurgentes. Los victoriosos realistas habían perdido unos 600 soldados.
Belgrano miró con tristeza la pampa de Vilcapugio y arengó de viva voz al puñado de hombres que le quedaban. “Soldados, hemos perdido la batalla después de tanto pelear: la victoria nos ha traicionado pasándose a las filas enemigas en medio de nuestro triunfo. ¡No importa! Aun flamea en nuestras manos la bandera de la Patria”.
Así terminó la sangrienta batalla de Vilcapugio. El jefe del Ejército del Norte ordenó la retirada por una escarpada cordillera al este de su posición.
Habría afirmado después que, si hubiera tenido a Manuel Dorrego entre sus oficiales, el resultado hubiera sido otro: se arrepentía de haberlo separado de la fuerza meses atrás.
En el parte del combate, el vencedor Pezuela no pudo menos que elogiar a los soldados que derrotó. Había podido comprobar, expresó, “que no eran unos reclutas la mayor parte de ellos, como suponía, sino unos hombres instruidos, disciplinados y valientes”.
Secuelas
Las pérdidas sufridas por Pezuela, determinaron que, en lugar de perseguir a Belgrano que se retiraba, el jefe realista prefiriera volver a sus cuarteles de Condo-Condo y reorganizar sus tropas.
Las bajas realistas se estiman en 153 muertos, 261 heridos y 101 prisioneros. Las bajas insurgentes fueron de 540 muertos, 838 heridos y 121 prisioneros.
Belgrano pudo así replegarse sin sobresaltos hasta Macha, en la provincia de Cochabamba. Allí instaló su cuartel general y de inmediato se empeñó en reunir a los soldados dispersos y en reclutar nuevos, además de obtener armas y pertrechos. Como esa zona era adicta a la revolución, la respuesta popular fue más que positiva.
Belgrano organizó operaciones de guerrilla. La más conocida fue la de Gregorio Aráoz de La Madrid. Tres de sus soldados, José Mariano Gómez, tucumano, Santiago Albarracín y Juan Bautista González, sorprendieron el puesto realista de Tambo Nuevo, tomando once prisioneros, lo que les valió el ascenso a sargentos.

Los soldados pronto aumentaron. Llegó Eustoquio Díaz Vélez con unos 500 dispersos de Vilcapugio. Le remitió Juan Antonio Álvarez de Arenales la fuerza que tenía en Cochabamba, y Cornelio Zelaya se presentó con 300 reclutas. Sumados a los que trajo el caudillo indígena Cárdenas y los que envió Francisco Ortiz de Ocampo desde Charcas, invadió a Belgrano la equivocada impresión de haberse rehecho.
Batalla de Ayohuma (14 de noviembre de 1813)
Antecedentes
A finales de octubre de 1813, las fuerzas de las Provincias Unidas contaban con alrededor de 3.400 hombres, de los cuales apenas 1.000 eran veteranos. La artillería buena había quedado en Vilcapugio y solamente contaban los insurgentes con 8 piezas pequeñas. Una revista de sus fuerzas, efectuada en Macha el 30 de octubre, daba un total disponible de 1.883 hombres. Según la misma formaban el RI-1 394 efectivos, RI-6 346 hombres, la escolta 354, y RI de Pardos 196. En la caballería tenía 211 dragones y 219 cazadores. La compañía de Socaba contaba 76 miembros.
De todos modos, Belgrano decidió tomar de nuevo la ofensiva. La decisión ya la tenía tomada, aunque, para guardar las formas, consultó en su cuartel general de Macha celebrando un consejo de guerra para discutir el plan de operaciones a seguir. La opinión de la mayoría, encabezada por su mayor general Díaz Vélez, se inclinaba por retirarse a Potosí antes de arriesgar a las tropas de las Provincias Unidas.
Consideraba que se debía esperar en ese punto a los cañones que les serían remitidos desde Salta. Gregorio Perdriel era partidario de ir al norte e internarse en la provincia de Oruro, tomar su capital y pasar desde allí a La Paz y a Cuzco. Las dos propuestas se basaban en que Pezuela no se hallaba en aptitud de perseguirlos, y que la larga campaña serviría para que se instruyesen los reclutas.
Belgrano descartó ambos planes. Argumentó que ir a Potosí desmoralizaría a la tropa, y que era imprudente internarse en Oruro en estación de lluvias y con pésimos caminos. Insistía en la debilidad de Pezuela y, finalmente, dio por cerrada la discusión. “Yo respondo a la Nación con mi cabeza del éxito de la batalla”, afirmó rotundamente.
Sabedor de que Pezuela había levantado, el 29 de octubre, su campamento de Condo-Condo, tras sumar a sus fuerzas las guarniciones de Oruro, La Paz y Cuzco y que iba en su búsqueda, Belgrano eligió para enfrentarlo el campo de Ayohuma, a pocas leguas de Macha. Por allí debían pasar forzosamente los realistas, tras descender de una elevada y escabrosa montaña. Se instaló entonces, de modo incomprensible, a dos leguas de esa montaña, y de allí ya no se movió. Estaba convencido de que los realistas lo atacarían de frente y que lograría la victoria.
A pesar de su reciente victoria, las tropas del Ejército Realista del Alto Perú, al mando del general Joaquín Pezuela, estaban refugiadas en las alturas de Condo-Condo y rodeadas por poblaciones hostiles. Debido a ello, no podían atacar al Ejército del Norte. Finalmente, el 29 de octubre, los realistas partieron desde su campamento en Condo-Condo a fin de retomar la ofensiva antes de que los insurgentes se robustecieran más. El cura Proveda de Coroma le proveyó 600 burros y le consiguió indígenas que transportaron a brazo la artillería desmontada. Debía atravesar terrenos escarpados y como era época de lluvias, los caminos estaban casi intransitables. Se cubrían entre dos y tres leguas por día.
El 12 de noviembre, después de 12 días de una marcha muy penosa por la falta de cabalgaduras, llegaron a la cima de los llamados Altos de Taquirí, una elevación a cuyos pies se halla la pampa de Ayohuma (en quechua cabeza de muerto). Allí descansó tres jornadas, mientras divisaba perfectamente, en el bajo, al ejército de Belgrano. Tuvo sobrado tiempo para planificar el encuentro.
Desarrollo de la batalla
El 14 de noviembre de 1813, al salir el sol, el ejército realista inició el laborioso descenso. Belgrano, con criterio inexplicable, no lo atacó en ese momento de tanta vulnerabilidad, la fuerza de Pezuela pudo llegar al llano. Allí se organizó y armó su artillería con toda tranquilidad.
Estaba fuera de la vista de los insurgentes, porque entre la montaña y el campo de Ayohuma se tendía una línea de lomas. Justamente, Belgrano pensaba que por ellas aparecerían los realistas.
Pero Pezuela tenía otra estrategia. Envió un grupo para que se mostrase en lo alto de las lomas, engañando a los insurgentes. Destacó un cuerpo para que tomara un cerro a la espalda de ellos y, al mismo tiempo, marchó con el grueso de sus tropas, siempre fuera de la vista de Belgrano, hasta el final de las lomadas.
Entonces, desembocó en la llanura por un punto que el jefe insurgente no había previsto. Y, sin más trámites, su poderosa artillería de 18 cañones abrió sobre el Ejército del Norte un fuego feroz que no se interrumpió durante media hora.
Palezuela tenía una fuerza de 3.500 hombres (3.000 de infantería, 300 de caballería y 100 de artillería) y 18 cañones (de a 4 y de a 6), mientras que Belgrano disponía de 3.400 efectivos y 8 cañones (de a 1 y de a 2), la caballería patriota duplicaba a la realista, mientras que los realistas eran superiores en infantería y artillería.
Las fuerzas de Belgrano estaban desplegadas de derecha a izquierda:
- Ala derecha: el RD del Perú del coronel Diego Balcarce pegado a un cerro.
- Centro: BIL de cazadores del comandante Cano, BI de pardos y morenos mandando por el coronel Superí, RI-6 del comandante Benito Martínez y RI-1 de patricios del coronel Gregorio Perdriel.
- Ala izquierda: la caballería de Cochabamba armada con lanzas a las órdenes de Cornelio Zelaya.
- Reserva se componía de la tropa más inferior y peor armada y contaba de 3 Cías de infantería armadas casi en su totalidad de picas, y 2 Escóns de caballería con lanza, montados en mulas.
La artillería se colocó en dos montículos de poca elevación y fácil acceso, situada entre la izquierda de los cazadores y entre el RI-6 y el RI-1.


Después, de la preparación artillera, Pezuela avanzó, mientras el cuerpo que ocupaba el cerro atacaba a los insurgentes por el flanco.
Belgrano ordenó el avance de su infantería, que se tornó muy complicado. Había pensado que las zanjas que cruzaban el campo servirían para entorpecer al enemigo, y ocurrió que se convertían en obstáculo para sus infantes.
De todos modos, bajo el fuego de los cañones y fusiles realistas, y demostrando un coraje que admiraría a Pezuela, la infantería insurgente cruzó el campo. Pero cuando estaba a corta distancia de las líneas realistas, no pudo cargar a la bayoneta porque se le vino encima, por el flanco y por la retaguardia, la fuerza realista. Los infantes terminaron abandonando el campo, mientras dejaban más de 800 prisioneros en manos del enemigo y la mitad de su armamento.

Así, el centro y el ala derecha de Belgrano quedaban definitivamente disueltos. La esperanza insurgente residía en la caballería de la izquierda. Pezuela la miraba con temor, dado que era numerosa y bien montada, y por eso concentró, para enfrentarla, dos batallones de infantería y 10 cañones.
Al mando de Díaz Vélez se lanzaron los jinetes, siendo recibidos por un sostenido cañoneo que los desbarató. Zelaya pudo reunirlos de nuevo y volvió a la carga una y otra vez, apoyado por los escuadrones de Diego Balcarce y Máximo Zamudio. Esto permitió que se pusiese a salvo la infantería, que de otro modo hubiera sido aniquilada en su totalidad.
La tradición celebra el valor y abnegación de un grupo de mujeres conocido como “las valientes mujeres de Ayohuma” que auxiliaron a los heridos durante la batalla, llegando algunas de ellas a combatir como un soldado más. Entre estas se destacó la capitana parda María Remedios del Valle (fallecida en 1847), desde entonces conocida por los combatientes como “Madre de la Patria”, y sus dos hijas, que cruzaban el campo de batalla como si nada estuviese pasando y daban de beber a los heridos. La tradición local las recuerda como las “Niñas de Ayohuma”.

La retirada
Pero nada podía alterar el resultado de una batalla que ya estaba perdida. Belgrano y Díaz Vélez, no sin riesgo personal, lograron que los grupos dispersos ganaran las lomas cercanas al campo de batalla.
Allí Belgrano enarboló la bandera y ordenó a sus clarines que tocaran a reunión. Pudo congregar unos 400 infantes y unos 80 jinetes.
Quedaban en el campo de Ayohuma 200 muertos, 200 heridos y más de 500 prisioneros insurgentes, además de toda la artillería, bagaje y parque. Las pérdidas de Pezuela ascendieron a unos 200 muertos y 300 heridos.
Con gran coraje, Díaz Vélez, con menos de un centenar de jinetes, protegió la retirada de los infantes, soportando un fuego graneado que no se detuvo hasta la puesta del sol. De esa retirada, la historia registra episodios como el de los soldados Alderete y Gaona, que perdieron la vida para proteger al capitán Ramón Estomba, herido en el muslo.

El denuedo con que el capitán José María Paz, al saber que su hermano Julián había perdido su caballo y nadie lo auxiliaba, volvió atrás desafiando todos los peligros para rescatarlo.
El 16 de noviembre, el derrotado Belgrano llegaba a Potosí, y dos días más tarde partía, rumbo a Jujuy, “al frente de poco más de 800 hombres, últimos restos de los vencedores de Tucumán y Salta”, escribe Mitre.
Belgrano es relevado del mando
La derrota a manos de los realistas en la batalla de Ayohuma significó la finalización de la Segunda Campaña al Alto Perú.
El general Manuel Belgrano se encaminó entonces hacia el sur y en la Posta de Yatasto ubicada en la actual provincia de Salta. El 30 de enero de 1814 le entregó el mando del Ejército del Norte al general José de San Martín, quien había participado en la revolución del 8 de octubre de 1812 de la cual había surgido el nuevo gobierno, el Segundo Triunvirato.
Si bien inicialmente el Segundo Triunvirato había ordenado el reemplazo del mayor general Díaz Vélez por San Martín, luego ordenó directamente el reemplazo del propio general Belgrano por San Martín.
El general reemplazado posteriormente comentó por escrito la superioridad táctica del español frente a su limitado conocimiento de la guerra. Belgrano y Díaz Vélez retornaron a Buenos Aires.