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Batalla de Zitácuaro (2 de enero de 1812)
El virrey Francisco Javier Venegas ordenó la toma de Zitácuaro pues ahí se situaba la Suprema Junta Nacional Gubernativa, órgano director de la insurgencia.
Las tropas realistas encargadas de tomar la ciudad estaban dirigidas por Félix María Calleja, y contaban con unos 6.000 soldados. Partió de San Felipe y en Nueve días, se presentó en la ciudad. El ejército insurgente por Ignacio López Rayón contaba con unos 20.000 efectivos, y había estado preparando la defensa para impedir el acceso a la ciudad.
Sobre las 11:00 de la mañana, comenzó la batalla. Durante la batalla, Ramón López Rayón, hermano menor del comandante supremo insurgente, Ignacio López Rayón, perdió un ojo. Después de muchas horas de batalla, la ciudad finalmente cayó ante las fuerzas españolas a pesar de la superioridad numérica de las fuerzas rebeldes.
Calleja en su parte de la batalla, escribió:
«El enemigo aterrado y confuso huye en dispersión por los campos, que están cubiertos de sus cadáveres y heridos, y los cabecillas Rayón, Liceaga y cura Verduzco ejecutaron lo mismo anticipadamente, como acostumbran, hacia el rumbo de Taxco; sin poder destinar cuerpo alguno a persecución por lo muy fatigada que está toda la tropa, y la suma dificultad que opone la aspereza de las sierras y barrancas, por donde es preciso transitar.
Es inmenso el repuesto de municiones y pertrechos de toda especie que se han encontrado, y que haré recoger mañana con la artillería, para puntualizar una noticia que dirigiré a vuestra excelencia; por ahora me reduzco a decir que los jefes, oficiales y toda la tropa de este ejército han excedido esta vez su reputación por la impetuosidad con que ejecutaron el ataque por los tres puntos que lo dispuse, debiéndose a su arrojo y a lo bien dirigido y servido de su artillería la brevedad de la acción y cortísima pérdida que han experimentado los cuerpos, según las noticias verbales que me han dado.
Me detendré en esta villa lo menos que pueda, y a mi salida la haré desaparecer de su superficie, para que no exista un pueblo tan criminal, y sirva de terrible ejemplo a los demás que sean capaces de abrigar en su seno la insurrección más bárbara, impolítica y destructora que se ha conocido».
A raíz de la derrota rebelde en Zitácuaro, los miembros del Consejo de Zitácuaro fueron obligados a huir de la ciudad y se trasladaron a las localidades de Tlalchapa y Sultepec.
Batalla de Tecualoya (17 de enero de 1812)
Tras la batalla de Zitácuaro, población en la que se encontraba asentada la Junta Nacional, varios de sus documentos se perdieron en la batalla, pues la Junta, puesta en fuga por las tropas realistas, no tuvo tiempo de rescatar los archivos. Desde Toluca, nueva sede de la Junta, Rayón escribió a Morelos pidiéndole ayuda para salvar al organismo. A pesar de hallarse convaleciente por haber sufrido tuberculosis, Morelos salió a proteger a la Junta, que entonces estaba instalada en Tenancingo.
Ante las derrotas sufridas y el avance realista, el brigadier insurgente José María Oviedo fue retrocediendo hacia el sur, decidió reorganizarse en Tecualoya (actual Villa Guerrero), desde allí pidió apoyo a Morelos, que se encontraba en Cuautla; a Leonardo Bravo, Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana quienes aún operaban en Taxco, los caudillos llegaron en auxilio del desesperado Oviedo. Bravo y Matamoros marcharon juntos, llegados al mando de sus tropas decidieron emprender un contraataque para recuperar los territorios de Tenango y Tenancingo; el brigadier realista Porlier movió sus piezas y decidió hacer la defensa en Tenancingo, donde hubo resistencia local que rápidamente logró contener.
El 17 de enero de 1812, se dieron los primeros enfrentamientos entre realistas contra sublevados, en los límites de Tecuoloya con Tenancingo, en las acciones beligerantes murió el brigadier José María Oviedo; tras las primeras escaramuzas los realistas alcanzan la victoria, e incluso avanzan hasta las afueras de Tecualoya (Villa Guerrero).
Un par de días después, Galeana con sus tropas llegó por otro rumbo, no participó en los primeros enfrentamientos, llegado decidió entrar en acción y enfrentó a los realistas, con iguales resultados para los insurgentes; el brigadier realista continuó invicto ante los ataques de Oviedo, Bravo, Matamoros y Galeana. Porlier decidió dar descanso a sus tropas después de la serie de victorias conseguidas, se replegó a Tenancingo, donde se fortificó.
Batalla de Tenancingo (22 de enero de 1812)
El descanso otorgado por el brigadier, también fue aprovechado por los insurgentes. Durante ese tiempo, llegó Morelos a Tecuoloya al mando de sus partidas. A su llegada le fue dado el parte de las acciones e informado de la muerte de Oviedo, su sola presencia levantó la moral de tropas hasta entonces derrotadas. Morelos trazó el plan de contraofensiva, incitó a sus seguidores y se lanzó contra los españoles atrincherados en Tenancingo.
La mañana del 22 de enero de 1812, iniciaron las hostilidades, los insurgentes tomaron posiciones: “Matamoros por el lado poniente; los hermanos Bravo (Leonardo y Miguel) por el sur; Galeana al lado este y José María Morelos al lado norte, todos los insurgentes al escuchar la orden de asalto, lanzaron su ataque sobre los parapetos improvisados que habían sido colocados en las entradas del pueblo por el ejército español”.
La lucha se tornó encarnizada, los españoles se defendieron, y la batalla estuvo inconclusa.
A mediodía, del 22 de enero, parecía resquebrajarse la defensa española, pero resistía, la batalla continuó, Morelos ubicado a las faldas del cerro de Cayutla, actualmente conocido como las Tres Marías, tenía ante sí una vista panorámica privilegiada de toda la población, fue observando la batalla y dando órdenes sobre los movimientos que debían hacer sus tropas, las cuales poco a poco fueron ganando terreno.
A las 11 de la noche, Porlier se situó con sus tropas en la plaza central del lugar y considerando imposible continuar con la defensa, aprovechó los pocos integrantes que le quedaban, incendió varias casas del pueblo de Tenancingo y buscó el lugar más propicio que le permitió escapar, dejando en poder de los insurgentes parte de su artillería.
Bravo marchó en persecución de Porlier, pero sus caballos y gente estaban muy cansados, por lo que se vio obligado a regresar.
Una vez finalizada la batalla, Morelos convocó al pueblo a la plaza Principal (que actualmente lleva su nombre). Allí pidió dar sepultura a los caídos durante el combate, fuesen del bando que fuesen, ayudar a los heridos, alimentar a los combatientes; y rezar responsos por las ánimas de los caídos.
Desmejorado de salud por los vaivenes de la guerra y los constantes viajes, Morelos reposó algunos días en la población conquistada.
La victoria asestó un duro golpe al orgullo virreinal, a los ejércitos realistas y al glorioso brigadier realista. La batalla fue un bálsamo para la causa insurgente que le permitió retomar el control del suroeste del virreinato, y salvaguardar la Suprema Junta Nacional Gubernativa, que tuvo como sede, por algunos días, a Tenancingo.
Asedio de Cuautla (19 de febrero al 2 de mayo de 1812)
Con el objetivo de consolidarse en la región, Morelos marchó a Cuautla con la idea de vencer allí a las fuerzas realistas y tener el camino libre para la toma de la ciudad de Puebla, con su experiencia como arriero, sabía que si controlaba los caminos de dicha intendencia podría rendir de hambre a la ciudad de México. Morelos, Galeana, Matamoros, Nicolás Bravo y los insurgentes entraron a Cuautla el 31 de enero. Tras entrar en el pueblo, Morelos fusiló a 50 soldados realistas, y lanzó un discurso, con el que pretendía obtener simpatías entre el pueblo y lograr un avance hasta la capital del virreinato.
Los insurgentes se prepararon para la defensa de la ciudad, Leonardo Bravo comenzó a fortificar las trincheras de Cuautla, mandó abrir troneras en los conventos y en las casas principales. Mariano Matamoros logró obtener víveres y pertrechos. En total, las fuerzas insurgentes sumaban 3.000: 2000 de infantería mandados por Francisco Ayala y 1.000 de caballería mandados por el coronel Cano. La artillería constaba de 16 cañones.
La madrugada del 10 de febrero, se supo que el brigadier Félix María Calleja con el Ejército Centro se dirigía a la ciudad. Galeana salió a fortificar la plaza y el convento de San Diego. Leonardo Bravo mandaba las fuerzas de Santo Domingo, y Mariano Matamoros, junto con Víctor Bravo, vigilaban las trincheras del punto sur. Morelos se dedicó a inspeccionar sus tropas, vigilar el punto norte de Cuautla y transportar a la ciudad todas las provisiones.
El Ejército del Centro llegó a las inmediaciones de Cuautla, el 17 de febrero de 1812, cuando los insurgentes tuvieron noticia de su aproximación quemaron los cañaverales y pastizales cercanos, estrategia con la que esperaban que los realistas no tuvieran forrajes suficientes para alimentar a su ganado y deberían depender de los víveres que les enviaran de la ciudad de México y alrededores, que podían ser interceptados por ellos.
Calleja subestimó a los insurgentes, que sumaban poco más de 4.000 combatientes, y las condiciones del poblado. Tenía la idea de que la resistencia en una plaza abierta era insostenible y que los insurgentes eran una masa indisciplinada, como las muchas a las que había enfrentado y derrotado; pensaba que en un par de días capturaría a los cabecillas, quemaría la ciudad y desterraría a sus pobladores, como lo había hecho en Zitácuaro, semanas atrás, cuando derrotó a Ignacio López Rayón. Su confianza era tan grande que incluso se hizo acompañar de su esposa durante esta campaña.

Sin embargo, Cuautla tenía ciertas ventajas tácticas que fueron bien aprovechadas por los hombres de Morelos. En primer lugar, se encontraba en una posición elevada, por lo que la posibilidad de un ataque sorpresa disminuía; por otra parte, el copioso follaje de los árboles y las plantaciones de plátanos facilitaban las maniobras de defensa, sin que los realistas pudieran percatarse de estas.
Además, el acueducto de la Hacienda de Buenavista servía como parapeto a la hora de recibir fuego enemigo; el pequeño poblado contaba con espaciosas plazas, los conventos de San Diego y Santo Domingo, templos de gran solidez que servirían como fortalezas durante el sitio, finalmente, el clima cálido, al que los hombres de Morelos estaban acostumbrados, no así los soldados de Calleja que provenían del Bajío, San Luis Potosí y de España, todo lo anterior fueron factores que el brigadier no tuvo en cuenta en su planeamiento y que impactaron directamente en el desarrollo del asedio.
Calleja se lanzó con 500 soldados a la loma de San Diego para hacer un reconocimiento a la ciudad. Morelos lo observaba desde la loma de Cuautlixco, a media legua de Cuautla, e intentó repeler el ataque español atacando su retaguardia. Sin embargo, el español había previsto esta posibilidad, por lo que dispuso que de un lado y otro del camino se asentaran dos cañones. Así, cuando los insurgentes atacaron, quedaron a merced del fuego de la artillería realista. Ante la sorpresa, las fuerzas rebeldes perdieron su formación y en algún momento del combate, Morelos quedó rodeado por el enemigo, y estuvo a punto de caer prisionero o muerto, pero la oportuna aparición de Hermenegildo Galeana, con 50 hombres, lo rescataron de caer en manos españolas.
Matamoros y Bravo lo intentaron disuadir, pero Morelos los calmó diciendo que únicamente se trataba de una inspección al enemigo. Calleja observó el movimiento insurgente y preparó dos cañones, los cuales fueron destrozados por las tropas de Morelos. A pesar de haber hecho huir a las avanzadas realistas, Morelos y su escolta recibieron varios ataques. Varios de sus soldados fueron hechos prisioneros, murieron o huyeron a Cuautla, donde Galeana se enteró de la noticia y con 50 hombres se lanzó a la batalla. Morelos estuvo a punto de ser hecho prisionero, pero uno de los soldados de Galeana lo salvó y regresó a Cuautla. Varios soldados de Morelos fueron hechos prisioneros.
Esta acción animó a los realistas. Al día siguiente, 19 de febrero, se decidió atacar la plaza a las 7 de la mañana. Las fuerzas de Calleja avanzaron sobre Cuautla en cuatro columnas, una bajo el mando del coronel Diego Rul, otra por el brigadier José María Jalón, la tercera por el coronel Juan Nepomuceno Oviedo y la última a las órdenes del propio Calleja, aunque este último consideró que no era necesaria su presencia y se trasladó en un coche, a retaguardia de todas las columnas, sus fuerzas marchaban con la artillería en el centro y la caballería en los flancos.
Morelos, por su parte, encomendó la defensa del convento de San Diego a Hermenegildo Galeana; el convento de Santo Domingo quedó al mando de Leonardo Bravo, la hacienda de Buenavista a cargo de Víctor Bravo, es decir, la defensa consistió en fortificar e instalar piezas de artillería en cada edificio, táctica similar a la que los españoles realizaron en el asalto a la Alhóndiga de Granaditas, con la diferencia de que Morelos no mandó sellar las entradas de los templos, ni estableció un perímetro defensivo.
Efectivamente, los insurgentes dejaron abierto el paso a Cuautla y cuando las tropas realistas ingresaron, los emboscaron con fuego de fusilería y piedras, que desbarataron las columnas, sin que estas se pudieran defender o atacar. Después de esta toma de contacto, los insurgentes salieron de sus trincheras y con machetes y bayonetas atacaron vigorosamente a los españoles que, fatigados, comenzaron a perder terreno. En esta parte de la batalla, el combate se desarrolló cuerpo a cuerpo, sin que ninguno de los bandos pudiera utilizar sus fusiles; al contrario, estos solo servían como armas contundentes para golpearse o lancear con las bayonetas.
Durante el enfrentamiento, el coronel español Sagarra, al ver a Galeana e identificarlo como jefe insurgente, le disparó a quemarropa; sin embargo, Galeana salió ileso y mató a Sagarra.
En esos momentos se escuchó una voz que gritaba cerca de la trinchera de San Diego: ¡han derrotado a Galeana! Por lo que los soldados insurgentes que resguardaban esa posición se desmoralizaron y abandonaron su puesto, situación que fue aprovechada por una fracción de dragones realistas que se movió hacia esa trinchera cuando un niño de doce años llamado Narciso Menoza, perteneciente a la compañía de Emulantes, corrió hacia un cañón que estaba cargado y lo disparó, lo cual hizo retroceder a los realistas y evitó la toma de ese importante punto defensivo.
A las tres de la tarde Calleja ordenó la retirada de sus tropas, lo cual se realizó en una completa confusión por la cantidad de bajas que se habían producido en el ataque, de entre ellas resaltaban la del coronel Sagarra muerto, y los coroneles Diego Rul y Juan Nepomuceno Oviedo heridos, lo que da una idea de lo sangriento que fue el combate.
Cuando los realistas se replegaron, algunos insurgentes quisieron salir a perseguirlos y buscar una victoria total, pero Morelos impidió esta acción, ya que podían quedar cortados.
Después de la batalla, Calleja informó al virrey Venegas que la plaza, fortificada con parapetos y baterías, defendida por 12.000 insurgentes, no podía ser tomada por asalto. Debido a ello, pensó que la mejor forma para rendir y capturar a los insurgentes era implementar un sitio que, a su juicio, no duraría más de un mes. Solicitaba refuerzos para poder abarcar todas las salidas. Este se concretó cuando las tropas de Ciriaco del Llano, se trasladaron desde Izúcar a Cuautla, para reforzarlo. Con lo cual alcanzaron 7.000 efectivos.
El 22 de febrero fue interceptado un parte de Calleja afirmando el número y víveres dispuestos en su ejército, así como los planes trazados junto con el Virrey. Tras conocer esta carta, Morelos estaba resuelto a salir de la ciudad, pero Galeana le detuvo sospechando que fuera una estrategia del ejército realista para atacar Cuautla. En una junta de jefes insurgentes, se decidió permanecer en la ciudad.
El 28 de febrero, Morelos decidió impedir la llegada de los refuerzos, acordando el envío de una fuerza considerable al mando de José Antonio Galeana para ocupar la barranca de Tlayacac y allí sorprender a Llano. Sin embargo, antes de la salida, bien por algún imprevisto o porque le consideraba más capacitado por su conocimiento del terreno, Morelos encomendó el mando de los 300 hombres seleccionados al capitán Manuel Ordiera. La operación llegó a conocimiento de Calleja y este decidió destacar a un grupo considerable bajo las órdenes del capitán Anastasio Bustamante; este sorprendió a los insurgentes en la barranca, les derrotó y franqueó así el paso a Llano, que pudo llegar al campamento de Calleja en la mañana del 1 de marzo, reforzando sus tropas con 2.000 efectivos.
Una vez incorporado Llano, Calleja comenzó a rodear Cuautla. El cuartel general quedó ubicado en el poniente, cerca de los hospitales, proveeduría y el depósito de parque, exactamente dentro de la hacienda de Buenavista. En las lomas de Zacatepec se asentó Ciriaco del Llano. Los batallones de Asturias y Lovera cuidaban la ciudad, sobre el barranco de Agua Hedionda, llamado así debido a sus manantiales de aguas sulfurosas. Los españoles construyeron un puente de dos leguas, con el que remataron la ciudad fortificada.
Morelos fortificó la hacienda de Buenavista y el terreno conocido como El Platanar, comúnmente asediado por Llano. Entre el 1 de marzo y el 9 de marzo, Galeana fue acorralado en El Platanar por Llano, hasta que el día 10 logró echar por tierra a los invasores en Zacatepec.
Todos los días había escaramuzas, intentos de asalto o tiroteos entre los bandos, pero los españoles no podían realizar alguna clase de avance, así, por ejemplo, el 10 de marzo de 1812 inició un bombardeo a Cuautla que duró cuatro días ininterrumpidos, sin lograr causar gran daño, pues cada mañana amanecían reparadas las fortificaciones que los sitiadores habían logrado derrumbar el día anterior.
Ante ese panorama, Calleja comenzó a constreñir cada vez más el cerco al poblado, lo que se tradujo en la imposibilidad, por parte de las fuerzas de Morelos, de conseguir víveres. Además, a finales del mismo mes los realistas cortaron el agua que alimentaba al pueblo al construir una presa sobre el río Cuautla. Sin embargo, días después Juan Pablo Galeana logró romper dicha presa y erigir un fortín dotado de tres cañones y un destacamento para guarecerlo, con lo que se aseguró que la plaza pudiera contar con el suministro del vital líquido.
Las tácticas empleadas por los realistas no habían obtenido ningún resultado, por lo que el 17 de abril de 1812, Calleja publicó un indulto en el que, en términos generales, se perdonaría a todos aquellos que renunciaran a la revolución, entregaran sus armas y reconocieran a la autoridad virreinal. Pero si la política de “palo” seguida contra los insurgentes previamente había obtenido pocos resultados, la estrategia de la “zanahoria” logró menos.
En respuesta a la amnistía ofrecida, Morelos, en tono sarcástico y burlón, respondió que los españoles también podían acogerse a un indulto que él les ofrecía.
En la madrugada del 2 de mayo, Calleja se dio por vencido y escribió una misiva al virrey Venegas, indicándole su desistimiento del asedio a Cuautla.
Esa misma noche, se tomó la resolución en el campo insurgente de salir cuanto antes del pueblo, pues no se podían defender con normalidad debido a las epidemias, que habían llegado a afectar a más de la mitad de los soldados insurgentes. Morelos y Galeana enviaron a un emisario a observar el campo realista, y al volver con los insurgentes les informó que muchos soldados españoles ya estaban dormidos y otros estaban guardando el armamento. Fue entonces que ambos militares tomaron la decisión de abandonar Cuautla esa misma noche, y en menos de cuatro horas ya estaban fuera de la villa.
La noche del 1 de mayo de 1812, comenzó la evacuación de la plaza. En la vanguardia iba Hermenegildo Galeana, en el centro estaba Morelos quien resguardaba la salida de mujeres y niños de la población, este proceder se entiende, ya que los insurgentes sabían que Calleja, una vez en poder del poblado, quemaría Cuautla y, por la humillación perpetrada por Morelos, posiblemente ordenaría asesinar a gran parte de la población. En la retaguardia marchaban Leonardo Bravo y sus hombres.

Al llegar al primer puesto español, Galeana atacó por sorpresa, por lo que se abrió paso sin mayores problemas. Pero el nutrido fuego y el ruido que provocó puso en alerta al resto del Ejército del Centro, que, al darse cuenta de lo que ocurría, comenzaron la persecución de los independentistas, dándoles alcance rápidamente.

Hermenegildo Galeana y los Bravo lograron rechazar el ataque sin perder el orden. Ante esta situación, Morelos estimó conveniente no presentar resistencia en ese punto y ordenó dividir sus fuerzas en pequeñas fracciones y que estas se dispersaran, para dificultar más la persecución; finalmente, estableció como punto de reunión el poblado de Izúcar, en donde se encontraban las fuerzas de Vicente Guerrero.

Durante la fuga, 800 rebeldes fueron capturados y pasados por las armas; un número similar fue hecho prisionero; además, 500 enfermos, que por su deplorable estado de salud, se habían quedado en Cuautla también fueron apresados, lo que significó que un tercio del ejército de Morelos se perdió durante el rompimiento del sitio.
Una vez que las fuerzas realistas entraron a Cuautla pudieron percatarse de la gran destrucción que sus bombas y cañones habían hecho en la ciudad; el hedor de los cuerpos putrefactos, que llevaban varios días sin poder ser enterrados, sumado el clamor de la gente que solicitaba alimento, conmovió a los realistas quienes alimentaron y cuidaron de los enfermos sin que realizaran la quema del pueblo, como se esperaba.
Aunque el sitio de Cuautla no puede considerarse una victoria militar para los insurgentes, significó una derrota para las fuerzas realistas, pues el gobierno gastó más de millón y medio de pesos en sostenerlo, además de que se dejó de hostilizar a otras partidas insurgentes, pues el mejor ejército con el que se contaba permaneció inmovilizado durante más de dos meses.
Este fracaso fue el pretexto ideal para que el virrey Venegas, que trataba de limitar la influencia política que Calleja tenía, diera punto final a la carrera militar del jefe del Ejército del Centro, unidad que fue disuelta y con sus restos se formaron dos divisiones, una para combatir a Ignacio López Rayón y la otra para seguir en la persecución de Morelos. Cuautla fue para Calleja su última experiencia militar, padeció un derrame de bilis, que le separó del ejército y jamás volvió a combatir.
En las cercanías del Estado de Morelos, Leonardo Bravo fue capturado en la hacienda del terrateniente Gabriel de Yermo, y presentado ante Calleja, quien autorizó su traslado a la ciudad de México para su juicio y posterior ejecución. Morelos planteó a Venegas un canje: liberar a prisioneros «españoles» del sitio de Cuautla, que sumarían más de 200, y a cambio, Venegas debería liberar al caudillo insurgente Leonardo Bravo. El virrey hizo caso omiso del canje que proponía Morelos y el 13 de septiembre, Bravo fue ejecutado en el paseo de Bucareli, a garrote vil. Al conocer Morelos de la noticia del ajusticiamiento de Bravo, ordenó a su hijo, Nicolás Bravo, eliminar a los prisioneros realistas, pero Bravo les perdonó la vida y les liberó, y es por este hecho por el que se le conoce como el “Caudillo Magnánimo”.
Asedio de Huajuapan (5 de abril al 23 de julio de 1812)
Los insurgentes Valerio Trujano y Miguel Bravo se reunieron en los primeros días del mes de marzo de 1812, en Tamazulapan, con el fin de sitiar al realista José María Régules Villasante quien se encontraba fortificado en Yanhuitlán.
Al inicio del ataque insurgente, las tropas realistas retrocedieron hasta ocupar la iglesia del pueblo y algunas casas aledañas, sin embargo, los insurgentes no lograron tomar el lugar y se retiraron. Después de esto, Miguel Bravo se dirigió a Cuautla, donde se reuniría con Morelos, asediado por los realistas en Cuautla, en tanto que Trujano se fortificó en Huajuapan.
Las tropas realistas al mando de Régules, llegaron a Huajuapan el 5 de abril de 1812, con 1.500 efectivos y 14 cañones. Cinco días después iniciaron su ataque y emplearon su artillería en contra de las fortificaciones insurgentes, que no combatieron en un principio por falta de municiones.
Los ataques realistas a la plaza fueron constantes; sin embargo, estos eran rechazados por los defensores. El 17 de mayo fue enviado un mensajero con el fin de dar parte al general Morelos de la situación de la plaza, por lo que Morelos ordenó ponerse en marcha para auxiliar a Trujano.
Las tropas de Morelos, se dividieron en cuatro columnas, que formaron cuatro frentes, con los cuales combatió las posiciones de los realistas que emprendieron la huida en desorden, abandonando en el campo de batalla 30 cañones y más de 1.000 fusiles, pertrechos y caballos, asimismo sufrieron las bajas de cerca de 400 hombres.
El sitio de Huajuapan fue un suceso de gran relevancia para las tropas insurgentes, destacando las habilidades del generalísimo Morelos y Valerio Trujano.
Toma de Oaxaca (28 de octubre de 1812)
En el mes de noviembre de 1812, una vez repuestas sus fuerzas y con diversos poblados de Puebla y Veracruz bajo su control, Morelos comenzó los preparativos de su tercera campaña militar, cuyo objetivo era la toma de la ciudad de Oaxaca. Los aspectos que consideró para esta decisión fueron:la riqueza de la ciudad, su lejanía de la capital del virreinato y que sus caminos eran de difícil acceso, lo que haría que los intentos españoles por reconquistarla fueran en extremo difíciles.
Ordenó la reunión de sus mejores hombres en Tehuacán, que a partir de esa fecha sería su cuartel general, por lo que a ese punto llegaron Mariano Matamoros (que sustituía a Leonardo Bravo), Hermenegildo Galeana, los hermanos Víctor y Miguel Bravo, Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Manuel Mier y Terán. En conjunto, sus fuerzas sumaban unos 4.500 de infantería, 1.300 de caballería y 300 de artillería con 40 cañones.
Los insurgentes iniciaron la marcha rumbo a Oaxaca el 10 de noviembre de 1812, la cual fue lenta y penosa por lo despoblado y la dificultad de los caminos; Morelos no encontró oposición alguna durante su marcha por lo que el 23 de noviembre entró al valle de Etla, fue hasta entonces, trece días más tarde, cuando los españoles detectaron la presencia de los insurgentes en la intendencia. Posiblemente, los defensores de Oaxaca creyeron que Morelos no atacaría la ciudad, pues solo así se entiende el error de no hostigar a sus tropas en los barrancos, ríos y desfiladeros que presentaba el trayecto de Tehuacán a Oaxaca. Solo hicieron su aparición en el cerro del Jazmín y en la hacienda de Viguera, en donde la caballería del jefe realista José María Regules les atacó, pero el mismo empuje de las fuerzas insurgentes dispersaron dicho ataque.
Los independentistas llegaron a las inmediaciones de Oaxaca el 24 de noviembre y exigieron la rendición de la ciudad, a lo que Antonio González Saravia se negó. Al contrario, ordenó la concentración de los 2.000 hombres con los que contaba en el centro del poblado, a fin de economizar sus fuerzas y defender la posición lo mejor posible. Así, logró erigir 42 parapetos que servirían como el perímetro fortificado de la ciudad.
Morelos inició el ataque a la ciudad el día siguiente, 25 de noviembre de 1812. Para ello, dividió sus fuerzas en seis columnas: El coronel Manuel Montaño marchó sobre las faldas del cerro de la Soledad, para así cortar el paso del agua e impedir la retirada de los españoles por el camino de Tehuantepec, otra columna se destinó a cortar la retirada del enemigo por el camino de Guatemala, otra, quedó al resguardo de los bagajes y de la retaguardia insurgente. De las tres restantes, una estaba al mando de Mariano Matamoros, la cual atacaría el centro de la ciudad, otra encabezada por Ramón Sesma, debía embestir y dominar el convento de la Soledad, la última, a las órdenes de Morelos, con una sección de caballería y el grueso de la infantería quedó como reserva utilizada cuando fuera necesario.
Desde el fortín de la Soledad, la artillería realista logró detener el avance insurgente en los primeros instantes. Morelos, entonces, creyendo que se encontraba en una posición poco favorable ordenó a los coroneles Ramón Sesma y Manuel Mier y Terán tomar el fortín. Ambos intentaron mover un cañón cerca del fortín para comenzar su ataque, pero descubierta su maniobra, se entabló un nutrido fuego de fusilería entre ambos bandos. En tal situación, Morelos se vio obligado a acudir para reforzar el avance de Mier y Terán, hasta que por fin se logró el objetivo.
La guarnición que defendía el convento de la Soledad corrió a refugiarse al vecino convento del Carmen, punto que fue atacado por la columna de Mariano Matamoros.
El último reducto fue el Juego de Pelota, actualmente ocupado por el Jardín Conzatti, que estaba rodeado por un foso de agua en el cual no se atrevían a cruzar los soldados insurgentes. Tcol Miguel Antonio Fernández Felix alias Guadalupe Victoria que le correspondió atacar esa parte de la ciudad lanzó su espada al otro lado del foso exclamando ¡va mi espada en prenda, voy por ella!, cruzando a nado el obstáculo dando así el ejemplo a sus compañeros que lo siguieron para tomar la posición. Con esta acción daba por concluida la toma de la ciudad. A las 14:00 horas toda la ciudad estaba bajo el control de las fuerzas de Morelos.
González Saravia fue capturado junto al resto de los jefes realistas, mientras trataba de huir por el camino de Guatemala. Dos días después fueron fusilados, en represalia a la muerte de Leonardo Bravo ocurrida en septiembre de ese año.
La toma de la ciudad de Oaxaca fue, sin duda, el culmen de la carrera militar de Morelos. Esta fue la primera capital de una intendencia que se consolidó para beneficio del movimiento, además de la gran cantidad de productos agrícolas que de ella se podían extraer, tenían en sus arcas 3.000.000 de pesos con los que se dio manutención a las fuerzas insurgentes. Sin embargo, esta victoria fue manchada por los excesos y crímenes que cometieron los insurgentes, la ciudad fue saqueada y los pobladores tuvieron que sufrir los abusos de los ganadores, a pesar de los esfuerzos de los jefes por controlar a sus hombres.
Después de la toma de Oaxaca, a Morelos se le nombró capitán general, cargo más alto tanto en el Ejército Colonial como en el insurgente. En otras palabras, se le reconoció como el insurgente más importante del momento.
Al carecer de los hombres y los recursos necesarios, pues la guerra había mermado las arcas virreinales, las autoridades dejaron a Morelos en posesión de Oaxaca por el resto del año.
De este modo, a inicios de 1813, Morelos había organizado cinco divisiones y las había distribuido de manera eficiente por el sur de Nueva España, en Acapulco, a las fuerzas de Julián Ávila, se les sumaron los hombres de Ignacio Ayala, cerca de Guatemala estaban las fuerzas de Benito Rocha, en Veracruz operaba Nicolás Bravo, en Puebla Mariano Matamoros y Miguel Bravo desde donde hostigaban la intendencia de México.
De esa manera, las fuerzas de Morelos controlaban todo el sur del territorio, con excepción de un punto: el puerto de Acapulco.
Constitución de Cádiz marzo de 1812
Después de largos y acalorados debates, en marzo de 1812 se proclamó en Cádiz la Constitución política de la monarquía española. Al inicio de las reuniones participaron 104 diputados, de los cuales 30 eran de territorios ultramarinos. Después, este número se incrementó a 300, siendo 63 los americanos. La composición de las Cortes se constituyó con una tercera parte de eclesiásticos, una sexta parte de nobles y el resto profesionistas de clase media.
Durante la primera sesión, Diego Muñoz Torrero declaró que la soberanía nacional residía en el Congreso de los representantes de España. Desde este momento se comprobó que existían dos partidos: los liberales y los serviles. Entre los representantes serviles de Nueva España se encontraban Antonio Joaquín Pérez quien sería obispo de Puebla, Salvador Sanmartín quien tendría a su cargo la mitra de Chiapas, y José Cayetano Foncerrada y Ulibarrí quien fue canónigo de la Catedral y miembro de la Real Audiencia de México; con la excepción de Juan José Guereña, que se movía entre ambos partidos, el resto de los diputados novohispanos eran básicamente liberales, entre ellos destacaron Miguel Ramos Arizpe, José Miguel Guridi y Alcocer y José Ignacio Beye de Cisneros.
Los diputados americanos impugnaron la representación desigual que existía en las Cortes. Se estimaba que la población de España era de 10 millones de habitantes, mientras que América estaba habitada por 16 millones. No obstante, los diputados españoles excedían en la proporción de 3 a 1 a sus iguales americanos. Se propuso contar con un diputado por cada 50.000 habitantes, pero esta medida inclinaría la balanza a favor de los americanos en una proporción de 3 a 2, por lo tanto, los españoles se opusieron argumentando que no deberían contar las castas: si bien los pueblos originarios eran considerados con los mismos derechos que los españoles, no era así para quienes fueran originarios o descendientes del continente africano.
Se estimó que en el continente americano alrededor de 6 millones de personas de las castas tenían ascendencia africana, de esta forma el número de diputados se equilibraría para la representación de España y América en proporción 1 a 1. Los diputados americanos se reagruparon para enumerar once propuestas entre las que destacaban: representación igualitaria, libertad de cultivo, libertad de comercio, abolición de esclavitud, abolición de estancos, concesión de derechos iguales para americanos, indios y mestizos para poder ocupar cargos civiles, eclesiásticos y militares, reconocimiento de las juntas locales, y creación de mayor número de diputaciones provinciales. Pocas de las propuestas fueron aprobadas.
El “partido americano” tuvo oposición de la mayor parte de los diputados europeos que consideraban las propuestas revolucionarias, pero especialmente de los peninsulares residentes en América, a tal grado que la representación del consulado de México mandó un manifiesto para ser leído en sesión pública. El documento declaraba que antes de la llegada de los españoles a América, los indios habían sido bestias anárquicas y salvajes, y que todo seguía igual. Por tanto, tres millones de indios de Nueva España eran incapaces de gobernarse.
Por añadidura, se pidió que los consulados de México, Veracruz y Guadalajara nombrasen, cada uno, dos diputados, de esta forma, la casi totalidad de población de peninsulares residentes en Nueva España, que se estimaba en medio millón de habitantes, estaría convenientemente representada. Ultrajados por los insultos, los diputados americanos pretendieron abandonar las Cortes, pero el presidente lo impidió y el debate quedó suspendido, consensuándose finalmente el artículo 1° de la Constitución, el cual daba la posibilidad a las castas de ascendencia africana aspirar a obtener la ciudadanía española.
Con respecto a la libertad de comercio, los miembros de los consulados de México y los comerciantes de Cádiz también se opusieron, contaron con la ayuda de Juan López Cancelada quien desde su periódico El Telégrafo Americano criticó la postura de los americanos publicando un folleto titulado “Ruina de Nueva España si se declara el comercio libre con los extranjeros”. Desde ese periódico, López Cancelada y los miembros del consulado de México, que habían sido protagonistas del golpe de Estado de 1808, también criticaron la actuación del ex virrey José de Iturrigaray, pero las inquinas fueron replicadas por el diputado Guridi y Alcocer en el periódico El Censor y desde Londres por Servando Teresa de Mier en la publicación llamada El Español.
En cuanto al tema de la esclavitud, Guridi y Alcocer propuso su abolición, pero los diputados pertenecientes a las regiones esclavistas del mar Caribe, Venezuela, la zona costeña de Nueva Granada y Perú se opusieron inflexiblemente; el diputado español Agustín de Argüelles respaldó al diputado novohispano sugiriendo que al menos se terminara con el tráfico de esclavos. A pesar de los alegatos, las Cortes consideraron la conveniencia política de mantener la esclavitud.
De especial trascendencia fueron los artículos constitucionales referidos a ayuntamientos y diputaciones provinciales, en cuya redacción la comisión adoptó la Memoria presentada por Miguel Ramos de Arizpe, diputado por Coahuila, para la organización y gobierno político de las Provincias Internas del Oriente de Nueva España. Fue de vital importancia para desentrañar un aspecto importante del proceso revolucionario de la península y América, como fue, a partir de sanción constitucional, la creación de ayuntamientos en todas las poblaciones que tuvieran al menos 1.000 habitantes. La propuesta provino del propio Miguel Ramos de Arizpe. Esto provocó una explosión de ayuntamientos en la península y, especialmente, en América, al procederse, tras la aprobación de la Constitución, a convocar elecciones municipales mediante sufragio universal indirecto y masculino.
Eso constituiría un aspecto clave para la consolidación de un poder local criollo y un ataque directo a los derechos jurisdiccionales, privilegiados, de la aristocracia, aspecto fundamental para acabar con el régimen señorial en la península y con el colonial en América. Ese respaldo americano a la Constitución se articuló a través de su promulgación por autoridades locales y vecinos en cabildos abiertos, en cuya conmemoración proliferaron plazas y monumentos dedicados a la Constitución por todo el continente americano. Sin embargo, tras el vuelco absolutista de Fernando VII en 1814, fueron destruidos la mayoría de ellos, y con los procesos de independencia en Iberoamérica tan solo han quedado algunas plazas caso de Montevideo y el Zócalo de la Ciudad de México y un par de monumentos documentados: el de ciudad de San Agustín de la Florida Oriental, y Comayagua en Honduras.
El 30 de septiembre de 1812, la nueva Carta Magna fue leída y jurada por los miembros de la Real Audiencia de México y por el virrey Francisco Javier Venegas en la Plaza Mayor de Ciudad de México, llamándose en lo sucesivo Plaza de la Constitución. Con el nuevo régimen constitucional, los virreinatos fueron abolidos, en consecuencia Venegas se convirtió en el jefe político superior. Además, se permitió la libertad de prensa. Mediante este derecho, Joaquín Fernández de Lizardi en el periódico El Pensador Mexicano y Carlos María de Bustamante en El Jugetillo criticaron los abusos de la administración virreinal.
Dos meses más tarde, Venegas suspendió el artículo constitucional que permitía la libertad de prensa. Fernández de Lizardi fue encarcelado durante breve tiempo, Bustamante huyó a Zacatlán para reunirse con los insurgentes, poco después se trasladó a Oaxaca y siguió escribiendo para el Correo Americano del Sur. La decisión de Venegas fue severamente criticada por los diputados americanos en Cádiz. A fines de febrero de 1813 se recibió un bando enviado desde España, en él se le pedía a Venegas presentarse en la Península Ibérica para apoyar la campaña militar contra los franceses y se nombraba como su sucesor a Félix María Calleja del Rey.