Siglo XIX Guerras Realistas en España Marcha de Angulema a Madrid

Escaramuza en la frontera

El 6 de abril de 1823, el duque de Angulema llegó a San Juan de Luz. El mariscal Oudinot había reunido al CE-I frente a Urrugne. El 7 de abril, a las cinco de la mañana, se construyó un puente de pontones sobre el Bidasoa para que la infantería del CE-I pudiera cruzar el río, mientras la caballería ligera lo vadeaba. A las seis de la mañana, las tropas francesas entraron en Irún. La primera escaramuza fue entre Francia y Francia. Un grupo de entre cien y ciento cincuenta hombres, armados con fusiles, vestidos con los uniformes de granaderos y cazadores a pie de la Guardia Imperial, portando dos banderas de los tres colores, gritaron: «¡Viva la Libertad, viva Napoleón, viva la República!». El general Vallin, cuya BRM-I/1/I aún se encontraba en la orilla francesa, los invitó a retirarse. Se negaron.

El general ordenó que se colocara un cañón en batería del RI-8 y disparó un tiro de advertencia. Los antiguos soldados de Napoleón cantaron la Marsellesa. Un teniente de la artillería real ordenó un segundo disparo. El cañón estaba cargado con metralla, lo que resultó en la muerte de 8 soldados napoleónicos y heridas graves a 4. Los demás huyeron. Se trataba del coronel Fabvier, un bonapartista refugiado en España que, por lo tanto, pretendía movilizar al ejército para su lucha. En vano, pues el disparo del cañón del RI-8 dispersó rápidamente a sus escasas tropas.

Escaramuza en el río Bidasoa el 6 de abril de 1823. El capitán Antoine Valentin Watigny, dirige el fuego contra los bonapartistas que están al otro lado del río el Bidasoa, se ve al general Vallín a caballo. Autor Víctor Adam, Museo Vasco de Bayona.


Este dramático incidente era previsible. Durante varios meses, el ejército francés había sido objeto de incitación a la deserción por parte de antiguos oficiales de Napoleón y liberales refugiados en España.

Todavía en los Pirineos, pero esta vez en el extremo oriental, un batallón del RI-18 fue atacado por constitucionalistas españoles que perseguían a realistas españoles en territorio francés, en la región de Puycerdà-Bourg-Madame. El batallón francés reaccionó con firmeza.

Antes de cruzar la frontera franco-española, el duque de Angulema hizo redactar una proclama para los españoles por el consejero de Estado, comisario civil, de Martignac:

«Es hora de poner fin a la anarquía que desgarra a España. Francia no está en guerra con vuestra patria. Cruzaré los Pirineos al frente de cien mil franceses para unirme a los españoles amigos del orden y la ley, para ayudarlos a liberar al Rey encarcelado, para erigir el altar y el trono, para rescatar a los sacerdotes de la proscripción. Españoles, todo se hará por vosotros y con vosotros. Los franceses son, y quieren ser, solo vuestros auxiliares. Vuestra bandera ondeará sola sobre vuestras ciudades. Las provincias que atraviesen nuestros soldados serán administradas en nombre de Fernando por las autoridades españolas. Se observará la más estricta disciplina. Todo lo necesario para el servicio del ejército se pagará con religiosa precisión. No pretendemos imponeros leyes ni ocupar vuestro país».

Inicio de la invasión

El 7 de abril, la BRI-II/1/I del vizconde Saint-Hilaire, tras abandonar el campamento de Croix des Bouquets, avanzó por el camino de Behobia, tras la caballería de la BRM-I/1/I del general Vallin. Este último ya estaba a caballo a las cuatro de la mañana, antes del amanecer. El mariscal Oudinot, duque de Reggio envió en barco a la vanguardia de Auguste de la Rochejaquelein jefe de la BRM-I/2/I y, por primera vez en diez años, las tropas pisaron suelo español.

Paso del río Bidasoa por el ejército del duque de Angulema el 7 de abril de 1823. Autor Le Camus. Museo de Zumalacárregui.
Paso del río Bidasoa las fuerzas del duque de Angulema el 7 de abril de 1823. Vista del paso. Autor Le Camus. Biblioteca Foral de Vizcaya.

Cruzando los CE-I, CE-II y CE-III en total 78.963 hombres y 17.033 caballos el río Bidasoa sin problemas.

El CE-I de Oudinot pasó primero, fue seguido por el CE-II de Molitor y al mismo tiempo, el CE-III de Hohenhole desembocaba en Navarra por el valle de Roncesvalles. El CE-IV de Moncey no debía comenzar su movimiento en Cataluña hasta el 20 o 22 de abril cuando el ejército estaría en la orilla sur del río Ebro.

En Irún, la población se había ataviado con sus atuendos festivos; el sacerdote y el alcalde avanzaron para arengar al duque de Angulema; los habitantes gritaron «¡Viva el Rey!» sin aliento y abrieron sus casas a las tropas, engalanadas con los colores españoles. El espectáculo se repetiría de pueblo en pueblo. Después de abandonar sus trincheras sin defenderlas, el RI Imperial-Alejandro se retiró a San Sebastián.

Con gran habilidad, Ouvrard compraba por adelantado en las granjas; sus agentes pagaban en efectivo; el paso del ejército francés, sin agotar la región, trajo, por el contrario, una abundancia de dinero, siempre bastante escaso entre los campesinos.

También se abastecieron los restos del Ejército de la Fe, cuyas filas, al principio desordenadas, se engrosaban a cada momento con nuevos voluntarios que el TG Concha lideraría con su DI-7/III.

Mientras el ejército continuaba su marcha por la carretera principal hacia Victoria, la división de Bourke, desplegándose a la derecha, ocupó la pequeña ciudadela de Fuentarrabía y el importante puerto de Pasajes. Esta DI-2/I avanzó entonces hacia San Sebastián, cuya guarnición, reforzada por todos los puestos españoles que se habían retirado ante el avance francés, tenía una guarnición de 3.000 hombres.

El duque de Angulema llegó a España acompañado por su esposa María Teresa Carlota de Borbón, hija de Luis XVI, mujer de gran entereza y energía, como lo probó antes y después de la campaña del 23. En Oyarzun se les tributó un gran recibimiento, al cual concurrieron muchas señoras y señoritas donostiarras de las refugiadas en Pasajes.

Los franceses avanzaron tomando todo género de precauciones, flanqueando y haciendo ocupar y fortificar fuertemente las estratégicas posiciones del castillo de Behobia, San Marcial, Jaizquibel, Gainchusqueta, Arcale, Urcabe, San Marcos, Chiritoquieta, Santiagomendi, Oriamendi, Santa Bárbara, Burunza, etc., y dejando fuertes guarniciones en los pueblos. Antes, habían hecho reconocer todos estos puntos por las divisiones realistas de Quesada, Eguía y España, que iban en vanguardia, marchando a la cabeza de todos el coronel Francisco María de Gorostidi con dos batallones de realistas guipuzcoanos.

Seguía a los realistas, aunque muy prudentemente, la BRM-I/1/I del general Vallin.

La vanguardia ocupó el mismo día 7 Hernani, el 8 Tolosa, el 9 Villarreal y Zumarraga y el 10 Mondragón pasando luego parte Álava y Bizcaya.
Un documento, la Ubicación Diaria del RI-30 de línea, muestra la velocidad de la progresión del CE-I:

  • Vivac del 6 de abril frente a Urrugne,
  • 7 de abril Rentería,
  • 8 de abril Hernani,
  • del 9 al 15 de abril frente a San Sebastián,
  • luego la marcha hacia Burgos, a la que se llegó el 30 de abril.

Si se restan los días de vivaqueo en esta campaña, vemos que la distancia de Rentería a Burgos se cubre en once días de marcha, o veinte kilómetros por día. Esto no deja tiempo para el combate, ni siquiera para escaramuzas. Esta expedición es un auténtico paseo militar.

El 10 de abril, Angulema estableció su cuartel general en Tolosa fijó la instalación formal de la Junta Provisional Española, que gobernaría las provincias liberadas hasta la llegada del ejército francés a Madrid y la creación de una Regencia real, uno de los primeros actos de esta Junta fue la publicación de una proclama preparada en Bayona.

Fue en Tolosa, tras la revista del duque de Angulema, donde el TG Molitor, al frente de su CE-II, tomó el 14 de abril el camino a Zaragoza vía Navarra, para alcanzar el Ebro y asegurar la línea de operaciones y comunicaciones entre el CE-I y el CE-IV en Cataluña.

De Tolosa a Vitoria, el aspecto del camino cambia; las casas se agrupan formando grandes aldeas. El camino serpentea por las laderas de empinadas colinas o desciende por pronunciadas laderas. Rocas escarpadas dominan estrechos desfiladeros. El valle de Salinas, en particular, el difícil camino de Vergara a Mondragón, presenta trincheras naturales que, bien defendidas, podrían haber detenido la marcha de los franceses, y cuya captura habría costado vidas de soldados del CE-I. Las tropas esperaban que el general Ballesteros, aprovechando el terreno, los esperara en Salinas y les brindara la oportunidad de enfrentarse y cuya retirada aún no había aportado ninguna ventaja a la marcha francesa, salvo una mayor velocidad. Ballesteros se retiró sin oponer resistencia.

Ballesteros, temiendo las maniobras del TG Molitor con su CE-II, avanzó por Logroño para cubrir Aragón. La defensa del paso del Ebro quedó, pues, en manos del general conde de La Bisbal, jefe del Ejército del Centro, quien actuaría con sus fuerzas en ambas Castillas (la Vieja y la Nueva). El ejército francés cruzó así el formidable Paso de Salinas sin obstáculos y entró en Victoria entre los gritos de júbilo de toda la población. El cuartel general de Angulema se estableció en Vitoria el 11 de abril.

Unos días después, la Junta Provisional trasladó allí su lugar de reunión. Mientras tanto, los realistas españoles, auxiliares de las tropas francesas, cuyo número ya superaba los 8.000, avanzaban rápidamente en sus operaciones militares. El TG conde de España ocupó las avenidas de Navarra. Su división, destinada a actuar bajo el mando superior del TG de Conchy jefe de la DI-7/III, que emergía por Roncesvalles para unirse al CE-III del príncipe de Hobenlohe, se utilizaría para el cerco de Pamplona. El general Quesada flanqueó los movimientos del cuerpo con tres batallones de tropas de élite y avanzó sobre Bilbao, que ocupó el 1 de abril. El general Longa debía operar conjuntamente con él en la provincia de Santander.

La DI-8/III del TG Canuel, encargada de ocupar la provincia de Guipúzcoa, había relevado a la DI-2/I de Bourke, que se había quedado rezagada frente a San Sebastián.

Esta DI-2/I continuó su movimiento paralelo a la costa oceánica. Al llegar a Guetaria, el TG Bourke dirigió dos batallones de los RIs 30 y 35 de línea hacia este puerto, que los constitucionalistas parecía que querían defender. La ciudad fue tomada rápidamente el 9 de abril, y se capturaron algunos hombres y un cañón. La guarnición se retiró a la ciudadela, recientemente reabastecida y cuyo ataque era difícil debido a que el mar cubre sus avenidas. Ayudados por los realistas españoles, que habían conseguido cierto número de barcos, se prepararon para lanzar el asalto. El comandante, alarmado por su disposición y convencido de que las consecuencias de un ataque con todas sus fuerzas no le serían favorables, pidió la capitulación. La guarnición, compuesta por 200 hombres de élite, entre ellos 2 coroneles y 10 oficiales, fue tomada prisionera; cinco cañones y numerosos suministros también cayeron en manos francesas.

Lentamente al principio, los franceses tomaron Vitoria el 17 de abril retirándose continuamente el Ejército de Ballesteros desbordado ante la superioridad numérica de sus oponentes.

Asedio de San Sebastian (9 de abril al 3 de octubre de 1823)

El 9 de abril por la tarde, avanzaron desde Pasajes y Alza contra San Sebastián dos divisiones francesas precedidas de bandas realistas, mientras el grueso del ejército continuaba su marcha por Oyarzun, Astigarraga y Tolosa a Vitoria y Navarra, sin encontrar la menor resistencia, mejor dicho, en medio de vítores y aclamaciones. Ya el 8 se habían presentado ante la plaza algunas partidas volantes de realistas.

Al llegar a esta plaza, el TG Bourke jefe de la DI-2/I envió a un parlamentario al gobernador. Este oficial fue recibido con una feroz ráfaga de disparos. Entonces las tropas francesas tomaron posiciones en las alturas que dominaban la plaza y obligaron a la guarnición a regresar al interior de sus murallas. Desde su nueva posición, el general Bourke envió a un segundo parlamentario, quien esta vez fue admitido. Pero el comandante español, tras afirmar que habíamos aprovechado la circunstancia para avanzar, el TG Bourke, para demostrar la buena voluntad, ordenó inmediatamente a sus tropas que se retiraran 200 pasos a la retaguardia. Al regreso del parlamentario, nuestros soldados atacaron con renovado ardor todos los puestos que el enemigo había reocupado y los empujaron dentro de la plaza.

Tras una hora de calma, el cañoneo se reanudó con renovado vigor; el enemigo intentó una salida con tres batallones, apoyados por fuego constante desde la ciudad y la ciudadela. Esta salida fue rápidamente repelida por destacamentos del RI-22, RI-35 y RI-36 de línea, liderados por los generales Albignac jefe de la BRI-II/2/I y Marguerye jefe de la BRI-III/2/I.

Desde dicho día 9 quedó, pues, bloqueada la plaza de San Sebastián por mar y por tierra, auxiliando a los buques de guerra franceses, las trincaduras y lanchas armadas de la costa de Guipúzcoa, según orden de la Diputación foral realista y de la Regencia de Oyarzun. La mayoría de las familias donostiarras se trasladó a Usurbil y Alza, y sobre todo a Pasajes las más pudientes.

La guarnición de San Sebastián estaba mandada por el general de brigada de caballería Pablo de la Peña, estaba formada por 600 hombres del RI-37 Imperial Alejandro; 600 del RI-36 Valençey del coronel Saurea; 300 del RI la Unión; 300 del BI-XXX de milicia nacional de Salamanca; y unos 1.200 milicianos.

Plano francés de la ciudad y fortificaciones de San Sebastián en 1823. Museo de San Telmo.

Los desertores franceses, que habían acudido a buscar asilo tras las murallas de San Sebastián, no creyeron que debían esperar allí la llegada de las tropas francesas y embarcaron hacia Galicia.

Las murallas de San Sebastián no estaban para mucha defensa, aunque tampoco se las precisaba demasiado, pues de los 6.000 vecinos con que entonces contaba la ciudad, solo permanecieron unos 2.000 en su interior. Y el duque de Angulema.

El duque de Angulema llegó a San Sebastián al día siguiente 10 de octubre, muy cortés, dio orden de no bombardear ni atacar la ciudad, sino simplemente sitiarla. El cerco duraría nada menos que desde el 9 de abril hasta el 3 de octubre de 1823. Inspeccionó las obras y regresó a Tolosa donde había instalado su cuartel general.

Asedio francés de San Sebastián en 1823. Vista del Asedio.

El bloqueo era estrechísimo y que toda la línea francesa estaba bajo el tiro de la plaza, ocupando los franceses El Antiguo, San Martín y San Francisco, en todos los cuales estuvo el general Llauder, encargado del sitio.

La línea del bloqueo empezaba en la farola vieja de Igueldo y arenal de Ondarreta y seguía por el convento de dominicas del Antiguo, Lugaritz, Aizerrota, Pintore, Aldapeta, convento de San Bartolomé, barrio de San Martín, Mundaiz, Piñueta, Concorronea, convento de San Francisco y arenales de Ulia.

Las tropas bloqueadoras francesas fueron al principio dos divisiones de infantería con artillería y destacamentos de caballería e ingenieros, sumarse a las mismas los voluntarios realistas y paisanos armados de estos alrededores, especialmente los que, al mando de Osinalde, vigilaban el río Urumea por la parte de Mundaiz. Después quedaron reducidas a una división, y esta, hacia el final del bloqueo, muy mermada por las llamadas a Andalucía y al Ebro.

Los franceses tenían su cuartel general en Ayete, y siempre se condujeron con hidalguía marcial, dándose el caso de haber sucedido que, conociendo el sitiador la manera de como en la plaza se sufría del escorbuto y de otras epidemias, pues habiendo el general francés cortado el agua, la suciedad y sed eran muy grandes, consistieron en que para los enfermos entrasen en ciertas ocasiones verduras y alimentos frescos.

El convento de Santa Teresa estuvo convertido en Hospital, y en su claustro se enterraban los militares fallecidos de enfermedad o heridas, y cuyos restos continúan allí, pues por temor de confundirlos con los de las monjas carmelitas fundadoras, también inhumadas en el mismo punto, no ha querido nunca la comunidad que fuesen removidos.

Por la escasez de casas y locales en el pueblo, Santa María, San Vicente, San Telmo, la cárcel La Compañía y su cuartelillo llamado El Fijo, quedaron también a disposición del ramo de Guerra.

La plaza, al principio, se hallaba bastante abastecida de víveres frescos, pues el día anterior al bloqueo la guarnición y voluntarios efectuaron una gran razia en todos los alrededores de su jurisdicción llevando a San Sebastián todos los ganados, víveres y vituallas que hallaron en los pueblos, caseríos y barrios vecinos.

A principios del verano, el sitiador cortó el agua a la plaza, y ya desde entonces se comenzaron a notarse sus desastrosos efectos, tanto para la alimentación como en la higiene de los hombres, animales, policía y limpieza general.

La suciedad era extrema, tanto entre la guarnición y paisanos como en calles y plazas, haciendo presa el escorbuto y hasta la fiebre amarilla, importada esta desde Pasajes y a donde la trajo la corbeta llamada Donostiarra procedente de Ultramar; epidemia, que en las dos bandas de San Juan y San Pedro, donde se hallaban refugiadas multitud de familias donostiarras, hizo verdadera presa.

Tal fue la violencia de dicha epidemia, que el mariscal de campo barón Scheffer que mandaba la división de bloqueo, perteneciente al CE-III del príncipe de Hohenlohe, tuvo que apresurarse a establecer un riguroso cordón sanitario al rededor de los Pasajes: acerca de este mal se ven en las actas diferentes acuerdos tomados por el ayuntamiento realista de Mira-Cruz.

El cuartel general estaba establecido, repetimos, en el caserío de Ayete, y la comandancia de la línea derecha del bloqueo en el de Polloe. Esta la mandaba el coronel del RIL-20 francés. Sería entonces Polloe una hermosa casa solariega que con sus cinco columnas dóricas, formando ancho y señorial pórtico, debía figurar entre las más suntuosas de estas cercanías. El parque de artillería y almacenes de administración y sanidad militar los tenían los franceses en Hernani, donde residía el sub-intendente Floret y los de la estación naval en Pasajes y Socoa, puertos donde se abastecían los buques de guerra franceses del bloqueo de San Sebastián. Los voluntarios realistas del coronel Francisco de Gorostidi, completamente separados de la plaza y aun de las mismas fuerzas francesas, por los extensos pantanos del Antiguo (actual campo de Instrucción de Ondarreta y Asilo Matía y del caserío de Portueche); dicho cuerpo franco ocupaba Igueldo, la farola, sus estribaciones y las marismas.

La isla de Santa Clara quedó campo neutral.

Asedio francés de San Sebastián en 1823. Otra vista del asedio. Autor Martinet, Museo Vasco de Bilbao.

En la sesión del día 1 de octubre, que fue la última que se celebró en el caserío de Mira-Cruz, se dio cuenta de la capitulación de la plaza, y se leyó que según lo convenido, entraría el general conde Ricard con sus tropas el viernes 3 de octubre mes por la mañana.

El ayuntamiento tomó diferentes acuerdos para solemnizar dicho acto, conviniendo en que se reuniría á las nueve de la mañana en San Martín para entrar en la plaza con el general Ricard, echándose acto seguido las campanas al vuelo, etc.

El Ayuntamiento tomó enérgicas y acertadas medidas sanitarias, entre otras, la limpieza de las calles, donde, según aparece en el acta, la suciedad era extrema.

Quedaron de guarnición el RIL-3 y el RI-14 de línea, mandado este último por el vizconde de Armaillé, comandante superior de esta ciudad. Había también compañías de artillería y los depósitos y parques móvil y de administración. Fue nombrado comandante de la plaza Lamarque.

En los años sucesivos fue evacuando España el ejército de ocupación francés que mandaba el mariscal Bourmont hasta que a principios del 1828 solamente quedaban en la zona septentrional guarnecidas por los franceses varias plazas fuertes, entre ellas San Sebastián.

En abril de 1828, las autoridades militares francesas de San Sebastián recibieron las órdenes convenientes de su Estado Mayor para evacuar la plaza y hacer entrega de la misma a las tropas españolas, procedentes de Vitoria. La guarnición francesa que ocupaba esta ciudad consistía entonces en el RI-55 de línea, compuesto de mil plazas y al completo de jefes y oficiales, según dijo el barón de Montchoisy, coronel de dicho regimiento.

Combate y toma de Logroño (18 de abril de 1823)

El TG de Obert jefe de la DI-4/I, se dirigía desde Vitoria hacia Logroño. Al llegar a las orillas del Ebro el 18 de abril, el general de Vittré, jefe de la BRM-I/4/I (RCL-9 de cazadores de Dordoña, RIL-2, y RH del Bajo Rin) que con dos batallones de realistas españoles que constituían la vanguardia; realizó un reconocimiento de la ciudad confirmó que loa españoles aún la ocupaban.

El general Vittré, envió a su capitán ordenanza, el señor Imbert, como representante parlamentario. Este oficial fue recibido con fuego de fusilería. El ataque fue iniciado de inmediato por una compañía de voltigueurs del BIL-I/2, al mando del capitán Seyvon, y el EC-1 del RCL-9 de cazadores de Dordoña, al mando del comandante Ducroc de Chabannes.

Defendían la ciudad la brigada del coronel Eugenio de Arana; la columna del brigadier Joaquín Sánchez; y el batallón de la Milicia activa de la ciudad mandado por el alférez Donato Adana, unos 700 infantes. Habían atrincherado las puertas dobles del puente y fingieron defenderlas.

Incapaces de vadear el río, los franceses tuvieron que tomar este puesto de asalto. La primera puerta fue derribada por los voltigeurs que se abalanzaron sobre ellos, apoderándose así del puente; aún quedaba una segunda puerta por forzar.

Un joven tamborilero, llamado Matreau, de unos 14 años, según se dice, cruzó el muro y, sin dejar de batir la carga, bajo el fuego de los asombrados españoles, abrió un paso para los soldados.

Combate y toma de Logroño el 18 de abril de 1823. Los franceses forzando la puerta mientras el tamborilero Matreau bate el tambor. Autor desconocido, Museo del Ejército, París.
Combate y toma de Logroño el 18 de abril de 1823. Los franceses forzando la puerta (I).

Los cazadores a caballo, pasando entre la infantería, cargaron vigorosamente contra el enemigo, quien, en la misma ciudad y durante una legua de retirada, mostró obstinación y valor.

Tras llegar a la aldea de Villa-Medicina por caminos difíciles, la guarnición de Logroño se unió a 250 caballos del RC-5 Borbón y RC-2 Reina. Su infantería formó en cuadro. Se ordenó inmediatamente una carga a toda velocidad. El coronel Müller, de los húsares del Bajo Rin, fue el primero en abalanzarse sobre las filas constitucionales.

Los liberales derrotados se refugiaron en las montañas detrás de Milla-Fucha, dejando al general Julián Sánchez alias el Charro y varios otros prisioneros en manos de los franceses.

Tras la toma de Logroño, Ballesteros se retiró apresuradamente abandonando la orilla del río Ebro.

Llegada a Burgos

Mientras el cuartel general estaba en Vitoria, se supo que, lejos de defender el cruce del río Ebro como se esperaba, las tropas constitucionales se habían retirado, sin siquiera destruir el puente de Miranda, y habían abandonado el fuerte de Pancorbo, que fue ocupado el 19 de abril por la vanguardia del mariscal Oudinot. En el fuerte se encontraron allí 31 cañones, 15 de ellos de bronce, y una cantidad considerable de bombas, balas de cañón y otras municiones de guerra.

El duque de Angulema se enteró en Vitoria de la llegada del rey Fernando a Sevilla. Esta noticia lo decidió a acelerar su marcha. El día 5 mayo, el cuartel general abandonó Victoria y el ejército inició su avance hacia Burgos.

El 9 de mayo, Angulema entraba en Burgos, siendo recibido triunfalmente. El cuartel general permaneció en Burgos 4 días.

El ejército de Angulema, sin perder contacto, se vio obligado a dispersarse para hacer frente a las exigencias de la ocupación:

  • El CE-I de Oudinot avanzó en las siguientes direcciones:
    • La DI-2/I del TG Bourke, debería alcanzar Burgos y luego se dirigiría hacia el interior de Asturias y Galicia contra el general Morillo.
    • La DI-4/I del general Obert avanzaría por Tudela, Tarazona, Soria, Jadraque, Guadalajara y Alcalá de Henares.
    • La DI-1/I del TG Autichamp con el mariscal Oudinot marcharía por Palencia, Valladolid, Segovia, el monte Guadarrama y Galapagar.
  • El duque de Angulema con el CE-R siguió la ruta directa a Burgos, Aranda, Buitrago y Alcobendas.
  • El CE-II giró a la izquierda, atravesando Aragón, para descender por el valle del Ebro.
  • El CE-III de Hohenlohe cuyo cuartel general permaneció en Tolosa, debía continuar los bloqueos de San Sebastián y Pamplona y asegurar las comunicaciones en Vizcaya.
Campaña de los Cien Mil Hijos de San Luís en España en 1823.

Reacción de los españoles constitucionales

No sería hasta el 23 de abril, dieciséis días después de la invasión, cuando un decreto real español declaró la guerra a Francia. El 24, San Miguel hizo una larga declaración ante las Cortes reunidas en Sevilla.

El documento impreso constaba de trece páginas, cuyos puntos principales son lugares comunes que denuncian la política decidida por los Aliados en Verona. El ejército francés no invadió España sin una declaración de guerra. Fue el Ejército Constitucional el que violó la frontera en Puigcerdá y Font Romeu. Este ejército y este poder no fueron reconocidos como legítimos por los Aliados.

Todas las gargantas que separan Vizcaya de Castilla la Vieja, Castilla la Vieja de Castilla la Nueva y esta de Andalucía, todas estas montañas que los bonapartistas habían encontrado, doce años atrás, siempre armados de artillería, de bandas españolas y de guerrillas, las cruzaron esta vez sin otros testigos que pastores ociosos o campesinos que corrían a aclamar al ejército de la Fe.

Evaristo San Miguel no podía, sino señalar el desastroso estado de las relaciones diplomáticas entre la España revolucionaria y las principales potencias mundiales (Santa Sede, Reino de Nápoles, Portugal, Estados Unidos de América, Turquía…). Existía con Argelia un estado de cuasi-beligerancia.

San Miguel albergaba ilusiones sobre la política que seguiría Gran Bretaña. No olvida mencionar las quejas de España sobre la captura de buques mercantes por parte de buques ingleses. En resumen, San Miguel reconocía el aislamiento internacional de España, la debilidad de las fuerzas armadas, la escasez de efectivo y los problemas internos.

De hecho, en 1823 tenían de nuestro lado todo lo que había estado en contra entre 1808 y 1812. El pueblo acudió en masa al encuentro de nuestros soldados. Recibieron al generalísimo, duque de Angulema, como el primo bueno y leal de su rey Fernando VII, prisionero de los liberales, como el vengador de la religión, la piedad y el poder real.

Con todo, lo cierto es que será en Cataluña donde al menos los liberales opondrían una resistencia más prolongada, pues a finales de junio solo habían logrado los franceses llegar a la línea Urgell-Solsona-Manresa-Mataró.

Llegada del duque de Angulema a Madrid

Mientras tanto, el avance francés se sucedía con gran rapidez; el 26 de abril Molitor con el CE-II tomaba Zaragoza sin problemas, siendo recibido entre vítores de la población y más adelante una columna conquistaba Jaca; el 9 de mayo Oudinot con el CE-I entraba en Burgos. El cuartel general permaneció cuatro días en Burgos. Fue entonces cuando la propuesta del general portugués, conde de Amarante, de unirse al ejército francés fue rechazada. Este realista, con 4.000 hombres y algunas piezas de artillería, ocupó los alrededores de la ciudad de León.

Angulema decidió reanudar la ofensiva y el portugués regresó a su patria para presenciar una revolución que justificó sus esfuerzos. Sin embargo, el conde de La Bisbal al enterarse en Madrid del movimiento de tropas francesas hacia la capital, hizo situar en la cresta de los Montes Carpentinos, desde Somosierra hasta Guadarrama, todas las tropas que pudo reunir sin debilitar demasiado al Madrid amenazado.

Desde entonces avanzaron en tres columnas en tenaza sobre Madrid, una a través de Valladolid y Segovia y otra a través de Guadalajara mientras por el centro se cruzaba Somosierra sin dificultad.

Fuertes destacamentos, desplegados a lo largo del camino de Valladolid a Segovia, ocuparon posiciones en Cuéllar, Olmedo, Coca y Santa María de la Nieve. Todas estas tropas podían contar con 7.000 a 8.000 hombres, quienes, protegidos por formidables posiciones, pudieron oponer una resistencia prolongada y honorable. La Bisbal planeó añadir varios miles de voluntarios de la milicia y cubrir Madrid con su apoyo. Los oficiales que había enviado a todos los puntos de su línea militar y los informes de las autoridades civiles, que no lograron formar los proyectados batallones de voluntarios, pronto convencieron al comandante en jefe de la impotencia para defender la capital, era necesario apresurarse a obtener una capitulación favorable. Por lo tanto, envió al general Zayas a reunirse con el duque de Angulema.

El 17 de mayo, al llegar a Buitrago, el duque de Angulema recibió a los parlamentarios entregarle la capital; sin embargo, para mantener la tranquilidad y asegurar la preservación de las instituciones públicas, dejar allí una guarnición de tropas constitucionales, que se retiraría a la llegada de las tropas francesas, cuya vanguardia, según las etapas restantes por completar, debía entrar en la ciudad el 24 de mayo. Angulema se dignó a aceptar esta propuesta. Se acordó que, inmediatamente después de la entrada de las tropas francesas, la guarnición constitucional de Madrid podría retirarse, sin ser molestada ni perseguida, en cualquier dirección que sus comandantes eligieran, hasta las 03:00 horas del 2 de mayo; pero que a partir de entonces, sería permisible atacarla.

Enrique José O’Donnell, conde de La Bisbal, que había podido reunir con gran esfuerzo unos diez mil hombres para defender Madrid, una vez que Ballesteros, batido en Logroño, se tuvo que retirar hacia Valencia dejando expedito el camino hacia la capital del Reino. Ante esta amenaza La Bisbal (que hasta entonces en lugar de preparar la defensa se dedicaba a sugerir una nueva constitución), se retiró secretamente hacia hacia Extremadura por el puente de Toledo, dejando solo una débil guarnición en Madrid al mando del general Zayas, estaba compuesta de varios batallones y varios escuadrones con 6 piezas de artillería, suficientes para contener al pueblo de Madrid.

Tras la deserción de La Bisbal, el general Zayas quedó al mando de una pequeña guarnición liberal en Madrid y acordó con los franceses la evacuación ordenada de la capital, fijando la entrada de Angulema para el 24 de mayo.

El día 20 mayo, el general Bessières que estaba al mando de una partida realista de unos mil hombres, aguardaba en Alcalá de Henares la llegada de las columnas francesas para entrar conjuntamente a Madrid. Pero cuando la noticia se extendió entre la población, grupos de hombres y mujeres salieron de la corte al grito de viva el rey, avanzando por el camino de Alcalá para recibir a las tropas de Bessières. La marcha llegó hasta el pueblo de Canillejas, donde los vecinos se unieron a las “demostraciones de efusión”.

A medida que Bessières avanzaba hacia Madrid, «la efervescencia llegó a su culmen” y una multitud de 4.000 personas, según las estimaciones del general, le rodeaban dificultando su marcha. Impresionado por «la inundación de paisanaje y la multitud de gentes sencillas del campo que obstruían el camino», Bessières tomó la decisión de continuar por su cuenta y entrar en Madrid sin esperar a los refuerzos, rompiendo el acuerdo de capitulación. En varias cartas envidas a los generales franceses, Bessières aseguró que desconocía el acuerdo y había sido atacado a traición por Zayas.

Pero todo indica que, cuando “el pueblo de los barrios vecinos se presentó en masa delante de él”, Bessières se vio “cegado por el recibimiento de los madrileños y, embriagado por la gloria”, decidió tomar en solitario la ciudad. Su imprudencia fue condenada unánimemente por liberales, franceses y realistas.

El general Zayas tenía como objetivo garantizar la evacuación ordenada para evitar los disturbios populares que se preveían. Cuando tuvo noticia de las intenciones de Bessières, desplegó sus tropas en el interior de la ciudad. Mientras los realistas tomaban posiciones, un grupo de unos veinte lanceros a caballo se adentró repentinamente en la ciudad por la calle de Alcalá llegando hasta la entrada de la Puerta del Sol. Su presencia provocó una “sublevación” en los barrios bajos y pronto los lanceros se vieron rodeados por una muchedumbre de pillos y paisanos dando voces alarmantes.

La avanzadilla se replegó con los primeros disparos de la guarnición y retrocedió hasta Cibeles, pero los constitucionales se vieron obligados a avanzar «desde la puerta del Sol subiendo, batiendo la calle de Alcalá para despejarla, porque estaba ocupada por el pueblo bajo. Acto seguido continuaron el movimiento de la guerrilla ocupando todas las bocacalles en las que las gruesas masas de paisanaje hacían resistencia, los barrios bajos estaban en sublevación y el retén de la puerta del Sol tomando las avenidas, los batía del mismo modo.

Una vez despejada la calle, Zayas salió para entrevistarse con Bessières e intentar que respetase los términos del convenio, pero este se negó y le espetó que «estaba acostumbrado a vencer y entraría por la fuerza». Las fuerzas liberales, compuestas de unos 450 hombres, 90 caballos y varias piezas de artillería, cargó al otro lado de la puerta y dispersó sin dificultades a los guerrilleros de Bessières. Pero tras la retirada de los militares, el camino de Alcalá quedó ocupado por una multitud de paisanos, mujeres y niños, desprotegidos tras el repliegue realista. El regimiento Almansa de la caballería liberal cargó contra la muchedumbre dejando un centenar de muertos y numerosos heridos, entre ellos mujeres y niños.

Tanto la prensa liberal y la realista como las fuentes militares francesas coinciden en resaltar el elevado número de víctimas civiles, arrojando cifras que rondan el centenar de muertos. El periódico El Realista habla de «ciento y tantos cadáveres recogidos por los carros de la villa» como resultado de la «batalla en que las manolas y los bolleros fueron batidos el 20 por las tropas constitucionales». Entre los prisioneros exhibidos orgullosamente por los liberales, la mayoría serían «vivanderas, bolleros y aguadores que había salido a obsequiar a los realistas con lo poco que tenían». El liberal Diario de la Capital informaba de «80 muertos, muchísimos heridos y unos 700 prisioneros», mientras que Ouvrard eleva la cifra a «más de 200 muertos de toda edad y sexo». Boislecomte describe una «masacre general» y sostiene que el pueblo que huía en masa hacia la ciudad fue acribiLladó por la metralla de la artillería.

Por su parte, Fontana ha justificado la actuación de Zayas, cuya intervención impidió «por la fuerza que los guerrilleros que mandaba Bessières entrasen antes que las tropas francesas, con el fin de evitar a la capital una experiencia de saqueos, violencias y asesinatos». En la misma línea, La Parra ha señalado que los soldados constitucionales «se emplearon con contundencia en contener a grupos de gentes que tomaron las calles con amenazas e insultos a los soldados, dispuestos al saqueo de las casas de los liberales.

La violencia contra los liberales estalló tras la entrada de los franceses, la tarde del 23 de mayo, cuando varias residencias y comercios fueron saqueados. La clase baja del pueblo, recorrió las calles con gritos de «viva el rey y muerte a los traidores», formando grupos a los que se unieron los habitantes de los pueblos circundantes. Dos personas fueron asesinadas y muchas otras golpeadas. Ocho o diez tiendas, entre ellas un café liberal, resultaron asaltadas y saqueadas, mientras los carteles de comercios que incluían las palabras “nacional” o “liberal” fueron arrancados y arrojados a hogueras. Los partes militares franceses insisten en que no se cometieron robos y como resultaba habitual en los motines populares, los muebles u otros efectos que arrancaban de las tiendas fueron lanzados al fuego.

El 23 de mayo, la vanguardia del CE-R, que había acelerado su marcha siguiendo las órdenes del Príncipe, entró en Madrid a las cinco de la mañana y, con su actitud firme pero moderada, aseguró la tranquilidad de la capital. Una brigada de la DI-4/I de Obert llegó allí ese mismo día. Fue también el 23 de mayo que, desde su cuartel general en Alcobendas, Angulema, antes de entrar en Madrid, dirigió la siguiente proclama al pueblo español.

La DI-4/I de Obert, cuya vanguardia había entrado en la ciudad, tenía sus vivaques en el camino a Alcalá. El cuartel general, con el CE-R de reserva al mando del conde Bordesoulle, ocupaba Alcobendas; el general Latour-Foissac jefe de la DC-GR ya estaba en Madrid, donde había relevado a los constitucionalistas en todos sus puestos. Finalmente, en el camino a Segovia, entre Galapagar y El Pardo, el CE-I del mariscal Odinot, que había marchado sobre Madrid vía VaLladólid, había tomado posición. Tal era la posición del ejército en la mañana del 24, en el momento en que, según las órdenes de Angulema, todos los cuerpos comenzaron a moverse para entrar simultáneamente en la capital de España.

El 24 de mayo a las 9 de la mañana, al son de campanas y petardos, el duque de Angulema entró solemnemente entre banderas y vítores, entró por la puerta de Los Recoletos, siguió la avenida del Prado hasta la calle de Alcalá, las damas arrojaban flores desde los balcones.

Entrada del duque de Angulema en Madrid el 24 de mayo de 1823.


Por discreción, el príncipe se negó a alojarse en el Palacio Real y se alojó en el hotel del duque, Villahermosa. Recibió el homenaje de las autoridades.

En su retirada, las tropas constitucionales, escoltadas por la caballería francesa, fueron insultadas y humilladas por la multitud, llegando a temerse por la integridad física de Zayas. Varios soldados fueron heridos a pedradas, mientras las mujeres cubrían de barro el caballo del general.

El ejército partió de Irún el 7 de abril y, un mes y medio después, llegó a Madrid, a 500 km de distancia, a una velocidad media de 5,5 km/día, incluyendo el descanso, ya que al principio de la campaña era un paseo sin combate.

Angulema convocó a los consejos de Castilla y de Indias para que designaran una Regencia. Los consejos se limitaron a dar cinco nombres sin asumir la responsabilidad del nombramiento, que correspondió al duque de Angulema, lo que no dejó de alarmar a las cancillerías europeas por las atribuciones que se arrogaban los franceses. Los escogidos fueron el duque del Infantado (que actuaría como presidente), el duque de Montemart, el obispo de Osma, el barón de Eroles y Antonio Gómez Calderón, estos dos últimos ya habían formado parte de la Junta Provisional de Oyárzun. Angulema lo justificó en una proclama que decía: «Ha llegado el momento de establecer de un modo solemne y estable la regencia que debe encargarse de administrar el país, de organizar el ejército, y ponerse de acuerdo conmigo sobre los medios de llevar a cabo la grande obra de libertar a vuestro rey».

La Regencia nombró a su vez un gobierno absolutista encabezado por el canónigo y antiguo confesor del Rey, Víctor Damián Sáez, en la secretaría del Despacho de Estado, y con Juan Bautista Erro, como secretario del Despacho de Hacienda, cuya gestión fue “nefasta”, según Josep Fontana (a finales de octubre de 1823 el embajador francés comunicaba a París: «España se encuentra en la más absoluta miseria». En su primera proclama el Gobierno llamó a «perseguir» a los enemigos.

La Regencia reprimió con dureza los actos bárbaros de los líderes revolucionarios demasiado dóciles a las instrucciones de las Cortes. Un decreto, que prescribía el procesamiento de los autores de las masacres del 20 de mayo cerca de la Puerta de Alcalá, ordenaba la baja perpetua del RI-13 de Guadalajara y del RCL-8 Lusitania del registro militar del Ejército Español. Esta justa medida fue esencial para calmar la indignación de las familias de las numerosas víctimas de aquel fatídico día.

Mientras tanto, la noticia de la entrada francesa en Madrid se había extendido rápidamente por todas las provincias circundantes. Las guerrillas realistas se organizaban en todos los puntos. La Mancha, a pesar de la presencia del famoso partisano Chaleco, apostado en Manzanares (Guadalajara) con considerables fuerzas y artillería, se había sublevado por completo. Ya el 23 de mayo, día en que la vanguardia entró en la capital, un destacamento del cuerpo de Bessières vengó la derrota sufrida por traición tres días antes, expulsando por la fuerza a la guarnición constitucional de Toledo y capturando esta importante ciudad.

La ocupación de Toledo cerró la ruta directa a Andalucía para la guarnición de Madrid, obligándola a tomar el camino de Talavera de la Reina.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-16. Última modificacion 2025-10-16.
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