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Avance de Bourmont por Extremadura
Acción de Talavera (26 de mayo de 1823)
Inmediatamente después de cumplido el plazo, Angulema dio órdenes al general Vallin jefe de la BRM-I/1/I de encabezar la vanguardia del CE-I reforzado por dos regimientos de caballería y cuatro piezas de artillería ligera, y perseguir la guarnición madrileña. Según el acuerdo para la evacuación de la capital, esta guarnición no podía ser atacada hasta las 03:30 horas del día 26 de mayo.
Los realistas españoles, reacios a esperar a los franceses, apresuraron su marcha. Les llevaban 48 horas de ventaja. El general Vallin debía avanzar con la máxima rapidez. No quería dar descanso a sus tropas hasta que se cumplieran las intenciones del duque de Angulema. Tras dos días y una noche de marcha forzada, el 26 de mayo, a las seis de la mañana, la vanguardia francesa se encontró cerca del puente de Alberche, a una legua de Talavera de la Reina, en presencia de la retaguardia enemiga. Tres mil soldados de infantería ocuparon Talavera; numerosos escaramuzadores fueron emboscados en los olivares entre la ciudad y el río Alberche. Cuatro piezas de artillería estaban apostadas en batería en el camino de enfrente.
En el hueco formado a la salida del largo y estrecho puente de madera que sirve para cruzar este río. 500 caballos estaban en formación de batalla en el camino. La posición enemiga también estaba cubierta a la derecha por el Tajo.
El general Vallin ordenó a dos escuadrones del RC de cazadores de la Guardia que cruzaran el puente y cargaran contra todo lo que tuvieran por delante. Estos jinetes llevaron a cabo su movimiento a pesar del fuego de fusilería y artillería. La infantería los siguió de cerca, y mientras una parte ahuyentaba a los tiradores apostados en los olivos, el RIL-9 avanzó rápidamente sobre Talavera. Al mismo tiempo, el RH-5, que, mientras la infantería cruzaba el puente, había vadeado el Alberche, giró la posición enemiga. Los españoles, amenazados por los flancos y atacando vigorosamente desde el frente, solo pensaba en huir. Algunos lograron cruzar el Tajo por el puente de Talavera. Los demás, aislados por el repentino movimiento de nuestra infantería, escaparon por el camino que bordea la orilla derecha del río y conduce al puente del Arzobispo. Perseguidos por nuestros húsares y cazadores, debieron su salvación únicamente a los espesos bosques que bordeaban el camino, donde la caballería no podía alcanzarlos.
En esta acción, las pérdidas francesas fueron poco considerables. Los españoles tuvieron varios muertos, un gran número de heridos y 60 prisioneros, entre ellos un Tcol y varios subalternos. También capturaron 15 carros cargados de armas nuevas y la caja del pagador que tenía unos 40.000 francos.
Inmediatamente después de la celebración de San Fernando, el duque de Angulema ordenó la formación y partida de dos columnas destinadas a operar en Andalucía y Extremadura. Una, de 7.000 hombres, al mando del TG Bordesoulle, jefe del CE-R debía dirigirse vía Aranjuez, La Mancha y Córdoba a Sevilla, donde se esperaba llegar a tiempo para impedir el traslado del Rey a Cádiz; en caso de éxito de este nuevo intento, se le ordenó marchar inmediatamente a la isla de León. La segunda columna, al mando del TG Bourmont, jefe de la DI-GR contaba con 8.000 hombres, incluyendo la vanguardia del general Vallin. El brigadier Merino, con un cuerpo de realistas españoles, flanqueaba sus movimientos. Debía dirigirse vía Trujillo a Extremadura. Al llegar a esta provincia, y tras destruir los restos de la guarnición madrileña, recibió órdenes, según las circunstancias, de continuar su ruta hacia Badajoz o unirse a la columna del TG Bordesoulle en Sevilla.
La ocupación de Madrid había asestado un golpe fatal al poder de las Cortes, al otorgar a la Regencia realista la residencia de la capital que todo el pueblo español, desde el reinado de Felipe II, se había acostumbrado a considerar como la sede permanente del Gobierno real y legítimo. La contrarrevolución en Portugal, cuyas noticias llegaron a Madrid en esa época, debió de contribuir también poderosamente a desbaratar las esperanzas de los revolucionarios y a fomentar la manifestación de sentimientos realistas en todas las provincias.
Así, la columna de Bourmont se reunió en Talavera con Vallin cruzando el Tajo en Almaráz (Cáceres), El brigadier Merino acababa de derrotar por completo, no lejos de esta ciudad, en Moraleja, a la brigada del Empecinado, compuesta por unos 1.000 hombres, y había matado a un centenar.
La DI-2 del Ejército de Andalucía se reunió en Trujillo el 11 de junio. Tuvo que luchar contra las tropas de López Baños y los restos de la guarnición madrileña, a excepción de unos pocos regimientos que, con el general Zayas, habían logrado llegar a Sevilla. Tras repeler a estas tropas, llegó no lejos de esta ciudad dos días después que López Baños. Los habitantes, que se habían declarado partidarios de la causa real inmediatamente después de la partida de las Cortes hacia Cádiz, se vieron obligados a dejar el paso libre por el Guadalquivir, tras una resistencia en la que perecieron varios ciudadanos leales.
Combate del puerto de Miravete (30 de septiembre de 1823)
Si la región de La Mancha estaba en completa tranquilidad, no era así en Extremadura; esta región, que solo había sido atravesada una vez por nuestras tropas, se había convertido en el refugio de todos los constitucionalistas que habían escapado a la destrucción de los cuerpos de Riego, Lopes Baños, Ballesteros y Quiroga. General Placencia, que ya lideraba una división, los había reunido en torno a él y maniobraba en la orilla izquierda del Tajo, a la espera de una oportunidad favorable, ya fuera para cortar la comunicación entre Madrid y Cádiz, o incluso para marchar sobre la capital, que contaba únicamente con una pequeña guarnición francesa. Informes, sin duda exagerados, cifraban el número de fuerzas a su disposición en más de ocho mil hombres, todos veteranos, incluyendo los regimientos de coraceros españoles. También contaba con una artillería de campaña bien montada y buenos artilleros.
Tras la rendición de Galicia, la DI-2/I de Bourke se dirigió a Castilla la Vieja. La BRM-I/2/I Roche-Jaquelein (RIL-7, RC-7 de cazadores y RH-1) se había posicionado en la orilla derecha del Tajo, donde pretendía descansar unos días antes de cruzar el río hacia Trujillo y atacar a las tropas constitucionalistas de Extremadura.
En la tarde del 29 de septiembre, el general Roche-Jaquelein se enteró en su cuartel general de Naval-Moral, cerca de Talavera la Reina, de que las tropas de Placencia cruzaban el Tajo. Partió inmediatamente con el RH-1 y el BIL-I/7.
Llegó a la ribera al anochecer y fue informado que los constitucionalistas habían intentado cruzarlo varias veces por el vado de Almaráz, pero que habían sido repelidos por la vanguardia del general Quesada, apostada en el vado para defender el cruce. Al día siguiente, 30 de septiembre, al general se unió el BIL-II/7 y el RC-7 de cazadores. Inmediatamente, ordenó el cruce del río; la caballería y la artillería lo hicieron por el vado, y el RIL-7 en una barcaza que, afortunadamente, había sido defendida de los ataques de los constitucionalistas por los realistas españoles.
Los constitucionalistas ocupaban el puerto de Miravete, un valle que terminaba en un paso muy estrecho y empinado, ofrecía una posición muy fuerte y fácilmente defendible en su cima. Habiendo rodeado el general esta posición con las compañías de fusileros del RIL-7, los españoles no intentaron mantenerla; pronto la BRM-I/2/I, tras repeler algunos puestos, emergió en la vasta llanura camino a Trujillo.
Por primera vez desde la campaña, tuvo la satisfacción de ver al enemigo, formado para la batalla, esperándolo con firmeza. El general Placencia había desplegado 8 escuadrones de coraceros y caballería pesada. Su derecha estaba respaldada por elevaciones muy empinadas y elevadas que había ocupado con un gran número de infantes emboscados en rocas casi inaccesibles. Había colocado a su izquierda un batallón de infantería protegido por un profundo barranco; finalmente, tres piezas de artillería defendían el frente de su línea.
El general Roche-Jaquelein, tras reconocer la posición de los constitucionalistas, ordenó al coronel Lambot que tomara con la mayor rapidez las alturas que protegían la derecha enemiga. El coronel cumplió las órdenes del general, poniéndose al frente de su compañía de carabineros, y puso tal vigor y prontitud en su ataque que, a pesar de la dificultad del terreno, alcanzó en poco tiempo la cima de la posición coronada por escarpadas rocas, desde donde la infantería emboscada continuaba disparando a quemarropa. Su marcha había sido tan rápida que solo llegaron con él unos 20 carabineros; los hizo cargar a la bayoneta; treparon las rocas con la mayor intrepidez, y vieron huir a un batallón entero ante ellos, tras haber estado prácticamente rodeados por un instante.

El general Roche-Jaquelein, observando atentamente el campo de batalla, esperaba a que el RIL-7 estuviera disponible para desplazarlo al flanco derecho del enemigo, cuando este, probablemente impaciente por su inacción, rompió el orden de batalla y formó columnas para atacar a nuestra caballería. El general francés, al ver esta maniobra, que hizo que el enemigo perdiera su superioridad en la extensión de la línea, no dudó en ordenarles que cargaran de inmediato.


La caballería constitucional se presentó al combate; también contó con el apoyo de sus coraceros; se cruzaron los sables y se produjo el combate cuerpo a cuerpo; los coroneles Simonneau, del RH-1 y Wimpffen, del RC-7 de cazadores, cargaron al frente de sus regimientos. Finalmente, la caballería constitucional, tras varias cargas desafortunadas, incapaz de resistir a los franceses, retrocedió, fue perseguida, atacada a sable y completamente derrotada, con la pérdida de un cañón, un cajón de artillería, y muchos hombres muertos y hechos prisioneros.
La infantería española que estaba en la posición de la izquierda (VIII de Oviedo y BI-XXIV de Betanzos de la milicia nacional), defendieron la posición durante algún tiempo, pero al final huyeron dejando un gran número de muertos, heridos y prisioneros.
Avance de Bordesoulle por la Mancha
Parecía que Sierra Morena, defendida por las tropas de Zayas, Castel del Ríos, Empecinado y López Baños, unidas a las milicias constitucionales andaluzas, sería una barrera suficiente para detener a nuestras tropas e impedirles llegar a Sevilla. La invasión de La Mancha habiendo impedido a la guarnición de Madrid y a las tropas de López Baños avanzar sobre Sierra Morena, la defensa de esta cordillera quedó confiada únicamente a las divisiones de Chaleco y Placencia.
La columna del TG Bordesoulle cruzó La Mancha a marchas forzadas. Al acercarse, los constitucionalistas, que, bajo el mando del partisano Francisco Abade Chaleco, se encontraban posicionados en Manzanares, se retiraron y unieron fuerzas en los flancos de Sierra Morena con las que el general Placencia había reunido allí para defender los formidables pasos de estas montañas, y que, con este refuerzo, sumaban casi 3.000 hombres. El enemigo comprendió, por la marcha acelerada de la división francesa, que no tenían tiempo que perder para posicionarse en los dos caminos que cruzan la Sierra desde Santa Cruz, en dirección a Córdoba.
El general Placencia, tras situar una columna de 2.000 hombres en el nuevo camino que pasa por Visillo, se encargó de cubrir, con el resto de sus tropas, el camino más difícil hacia El Viso. El general Bordesoulle, al llegar a la aldea de Santa Cruz durante la noche del 1 de junio, fue informado por algunos prisioneros españoles de las disposiciones del general Placencia. Decidió no dar tiempo al enemigo a realizar preparativos defensivos e inmediatamente ordenó al duque de Dino jefe de la BRC-II/GR, comandante de su vanguardia, que persiguiera la columna que ocupaba el camino directo a Córdoba. La BRD-I/-/I, al mando de Carignan, debía seguir inmediatamente los movimientos del general Placencia.
Era medianoche. La BRC-II/GR de Dino estaba compuesta por el RD y el RC de cazadores de la Guardia con el RIL-2 agregado. Tras marchar hasta el amanecer, avistó la columna enemiga detrás de Visillo. El camino cruzaba rocas inaccesibles para la caballería y ocupadas por fusileros enemigos, bajo cuya protección comenzaba a desplegarse un BI del RI-28 de América de 800 hombres, buscando posicionarse en una altura desde la cual su artillería habría bombardeado fácilmente el área circundante.
El duque de Dino, consciente de la importancia que tenía para él no dar tiempo al enemigo a ocupar una posición tan difícil de forzar, ordenó al coronel de Argoult que lo vira a la izquierda con dos escuadrones de cazadores de la Guardia y que se lanzara sobre su flanco, al mismo tiempo que el resto de la caballería cargaba por delante. El RIL-2 también debía atacar por carretera. Pero pronto fue rezagado por la caballería y, a pesar de todo su ardor, no pudo, para su gran pesar, llegar al escenario de la batalla hasta después de que esta hubiera terminado.
Los diversos ataques habían sido realizados por los cazadores con tal ímpetu que la artillería constitucional, que ya se estaba posicionando, no tuvo tiempo de disparar, y a pesar de la fusilería de sus escaramuzadores, la infantería no pudo formar el cuadro como lo había planeado. Una bandera, más de 600 prisioneros de infantería, 50 prisioneros de caballería, dieciocho oficiales, 2×8 cañones, tres cajones, una gran cantidad de bagajes y el cofre que contenía 17.000 francos fueron el resultado de esta brillante operación de vanguardia.
Los liberales tuvieron un gran número de soldados sableados por los cazadores. Los franceses tuvieron pocos hombres heridos, pero muchos caballos heridos, que fueron inmediatamente reemplazados por los de los constitucionalistas.
La columna del general Placencia y los restos del cuerpo derrotado en el Visillo se habían lanzado a la derecha del camino de Córdoba, mientras que la división del general Bordesoulle cruzaba Sierra Morena y entraba en Carolina. Los españoles ni siquiera podían soñar con llegar a Extremadura, donde se habrían encontrado con las tropas del general Bourmont. Placencia decidió cruzar el camino que la columna francesa acababa de recorrer y dirigirse, vía Vilches, hacia la sierra de Jaén, donde esperaba reunirse con Ballesteros. El general Bordesoulle había previsto la maniobra que la necesidad sugeriría al general español. Había dejado al duque de Dino en Carolina con instrucciones al respecto. El 9 de junio, cuando comenzó el movimiento de Placencia, un sargento de los cazadores de la Guardia, llamado Auges, que se encontraba bajo vigilancia en Santa Cruz, con la aparente misión de custodiar dos cajones de tiro, recibió el aviso del avance enemigo.
Inmediatamente, informó al duque de Dino mediante una nota confiada a un campesino español. Temiendo pronto que este hombre no cumpliera debidamente su misión, montó a caballo, galopó por el camino de Carolina, cruzó la retaguardia de la columna enemiga, sable en mano, y, perseguido, pero ileso, llegó cubierto de sudor y polvo ante su general. El duque de Dino, ya advertido por el campesino, había ordenado al regimiento del coronel de Argoult que montara y tomara las armas con el RIL-2. Pero, aún inseguro de la dirección exacta del enemigo, dudó sobre la ruta más adecuada. El valiente Auges le sirvió de guía.
La brigada partió y pronto se encontró frente al enemigo, apostado en una meseta cerca del pueblo de Vilches y cubierto por un barranco. La caballería seguía en vanguardia y quería cargar de inmediato. El general, tras reconocer la posición enemiga, que se había formado en varios cuadros, consideró prudente esperar la llegada de la infantería. El RIL-2 no se demoró. Inmediatamente, las compañías de tiradores recibieron órdenes de cruzar el barranco e iniciar la acción. Recibieron el apoyo del resto del regimiento. La infantería enemiga, atacada a la bayoneta, no pudo resistir la impetuosidad de nuestros soldados. Sus cuadros fueron penetrados. Tres escuadrones, comandados por el propio general Placencia, opusieron una resistencia enérgica.
Pero, pronto fueron cargados por los cazadores que habían cruzado el barranco, y huyeron rápidamente, llevándose consigo a una parte de la infantería, que había aprovechado su momentánea resistencia para reagruparse y que fingió querer reanudar el combate, pero finalmente huyeron siendo perseguidos vigorosamente.
Esta acción, que completó la destrucción de la división constitucional de la Mancha, sus pérdidas fueron considerables, 270 suboficiales y soldados, incluidos 40 jinetes, y 11 oficiales, incluido un jefe de escuadrón, fueron hechos prisioneros. Las pérdidas francesas fueron algunos muertos y varios heridos.
Tras cruzar Sierra Morena, la columna del general Bordesoulle aceleró su marcha. El día 13 de junio llegó a Córdoba, donde, desde el día 10, los habitantes se habían declarado partidarios de Fernando I y de donde había sido expulsada la guarnición constitucional. Fue en Córdoba donde se recibió la noticia de lo que ocurría en Sevilla. Esta noticia impulsó al general Bordesoulle a marchar directamente vía Écija, Marchena y Utrera hacia Cádiz, dejando a la columna del general Bourmont la tarea de barrer la margen derecha del Guadalquivir y ocupar Sevilla.
López-Baños, quien aún lideraba a más de 4.000 hombres, pretendía reunirse con el general Villacampa, cuya vanguardia lo esperaba en Utrera, y con quien debía retirarse a la Isla de León. Pero en su movimiento, habiéndose adelantado el general Bordesoulle a Utrera, Villacampa, abandonado por gran parte de sus soldados que se sometieron, se vio obligado a replegarse a las montañas de Ronda. López-Baños decidió entonces cruzar de nuevo el Guadalquivir y dirigirse a Huelva, donde pretendía embarcar hacia Cádiz. Pero el conde Bourmont, informado de este movimiento, ordenó a su vanguardia, mandada por el general conde de Lauriston, quien avanzaba hacia Sevilla, que persiguiera al enemigo por Sanlúcar la Mayor (Sevilla). El día 10, este general alcanzó la retaguardia de López-Baños cerca de este punto, que intentó en vano ofrecer a la caballería francesa una resistencia capaz de detenerla. Tras una vigorosa carga del RC-9 de cazadores y el RH-5 de húsares, fue derrotado, perdiendo dos estandartes, 400 caballos y unos 40 carruajes. 350 prisioneros, entre ellos un general de brigada y 22 oficiales cayeron en manos francesas.
El enemigo fue perseguido activamente durante casi dos leguas, y sin la fatiga de los caballos, que habían recorrido casi ocho leguas para alcanzarlos, sus pérdidas habrían sido mucho mayores.
El general Vallin se unió al conde de Lauriston en Sanlúcar la Mayor y, para asegurar que la persecución no se interrumpiera, ordenó a la BRD-I/-/I del general vizconde Saint-Mars (dragones del Doubs y del Ródano) que encabezara la columna y siguiera el rastro del enemigo, que, tras haber huido en varias direcciones, se estaba volviendo muy difícil de alcanzar. La infantería, al mando de López-Baños, quien, en el momento del incidente de Sanlúcar, ya se encontraba cerca del mar y que, al recibir las primeras noticias de la derrota de la retaguardia, había presionado, no pudo ser impedida de embarcarse en Huelva.
La caballería, que se había retirado vía Trigueros a las sierras de Aroche y Constantina, también logró escapar, dejando atrás un gran número de prisioneros y abundante bagaje. Pero la artillería, dirigida hacia San Juan del Puerto, no pudo embarcarse inmediatamente debido a los retrasos causados por el montaje de las embarcaciones necesarias. El coronel Hautefeuille de los dragones de la Manche, informado de esta circunstancia, se puso al frente de un destacamento de 200 dragones del RD-7 y del RD-9, y llegó a San Juan del Puerto el 11 de junio, justo cuando el embarque estaba a punto de producirse. Las tropas encargadas de protegerlo se lanzaron inmediatamente a las embarcaciones, dejando en la orilla 11 cañones de diversos calibres, numerosos cajones y cuatro forjas, que los franceses incautaron de inmediato. Las embarcaciones, cuya carga estaba completa, necesitaron muchos remos para escapar. Pero los oficiales de los dragones, habiendo traído un cañón y un obús, dispararon contra ellos con tan buena puntería que les obligaron a volver y entregar los nueve cañones que ya estaban a bordo.
El general Bourmont, tras esperar los resultados de las operaciones del general Vallín en Sevilla y tras haber protegido el restablecimiento del orden público y de las autoridades realistas en esta importante ciudad, tomó el camino a Jeréz de la Frontera para unirse al general Bordesoulle, cuya división se aproximaba a Cádiz.
El 24 de junio, llegó a este lugar la fuerza expedicionaria andaluza, y, de no haber sido por la debilidad numérica de las tropas que entonces contaban con el general Bordesoulle, hubiera podido tomar la ciudad (solo disponía de 5.200 infantes, 1.200 jinetes y una batería a caballo), insuficientes para formar un bloqueo. Los constitucionales disponían de numerosa artillería y 25.000 efectivos en Cádiz y la Isla de León.
Al mismo tiempo, y a pesar del caos en el que las Cortes habían sumido las finanzas del Estado, la Regencia de Madrid, que ya negociaba un préstamo de 30 millones de francos, trabajaba con incansable celo en la organización definitiva del ejército español, destinado a sustituir a los soldados constitucionales destituidos por sus decretos, y que actuaría como auxiliar de las tropas francesas o como fuerza pública en las provincias ya liberadas, pero aún amenazadas por algunas reacciones populares o por algunos grupos de constitucionalistas rebeldes. La regencia esperaba ofrecer a su rey un ejército leal, de al menos 50.000 hombres, y cuyo cuerpo de líderes realistas de probada trayectoria, como el barón de Éroles, Romagosa, Santos-Ladrón, Quesada, Chambo, Juanito, Cisneros, Locho, Ulmann, Bessières y Mérino, formaría su valioso núcleo.
Traslado del Rey y las cortes de Sevilla a Cádiz
Ante el avance de los Cien Mil Hijos de San Luis, el Gobierno y las Cortes decidieron el 11 de junio trasladarse de Sevilla a Cádiz, llevando consigo al Rey y a la familia real, de nuevo en contra de su voluntad, ya que estos esperaban su liberación ante la inminente llegada del ejército francés (o el éxito de una conjura realista que se estaba gestando y que finalmente sería descubierta). Fernando VII se mostró aún más obstinado que en Madrid para no emprender el viaje. «Ni mi conciencia, ni el amor a mis pueblos me permiten salir de Sevilla; como particular haría este sacrificio; como Rey no puedo», les dijo a los diputados que le comunicaron la necesidad de trasladarse a Cádiz, cuando estos pretendieron replicarle el Rey les dio la espalda y se marchó diciendo: «He dicho».
Tiempo después explicó: «Díjeles que podían pasárselo, pero que el ir todos a encerrarse en Cádiz y en aquella estación me parecía un disparate, pues el ir a perecer en medio de los horrores de la peste era cosa terrible». Entonces las Cortes, a propuesta del entonces diputado exaltado Antonio Alcalá Galiano que dijo: «No es posible el caso de un Rey que consienta quedarse en un punto para ser preso de los enemigos… S.M. no puede estar en pleno de la razón, está en un estado de delirio», decidieron que el Rey estaba sufriendo un “letargo pasajero” y, de acuerdo con la Constitución, le inhabilitaron por “impedimento moral” para ejercer sus funciones y nombraron una Regencia que detentaría los poderes de la Corona durante el viaje a Cádiz (la integraron Cayetano Valdés, Gabriel Ciscar y Gaspar de Vigodet).
El Rey recordó que durante el viaje, «con una gritería espantosa nos estuvieron insultando cuanto quisieron», diciendo: «¡Mueran ya los Borbones; mueran estos tiranos!» «¡Ya no eres nada ni volverás a mandar!». Profiriendo todo esto con las mayores amenazas, maldiciones y palabras obscenas. El Rey y la reina Amalia escribieron después que temieron por sus vidas y por las de toda la familia real.
La respuesta de la Regencia realista instalada en Madrid por el duque de Angulema, que había sido reconocida inmediatamente por las monarquías de la Santa Alianza había provocado en Sevilla una honda consternación no se hizo esperar. El 23 de junio promulgó un decreto sobre «el atentado cometido en la traslación a Cádiz de la sagrada persona del rey nuestro señor y su real familia» que entre otras medidas represivas contemplaba declarar reos de lesa majestad a todos los diputados que habían participado en las deliberaciones para inhabilitar al rey (este sería el «delito» por el que ahorcarían a Rafael del Riego, el héroe de Las Cabezas de San Juan) y la incautación de sus bienes a todos aquellos que hubieran intervenido en su traslado de Sevilla a Cádiz. El decreto concluía ordenando ocho días de rogativas durante los cuales no se celebraría ni fiestas ni representaciones teatrales. Por otro lado, la noticia de la suspensión en sus funciones de Fernando VII, aunque fuera temporal, causó una gran conmoción en las cortes europeas, porque el recuerdo del rey francés Luis XVI, guillotinado por los revolucionarios, estaba todavía muy vivo.
El 13 de junio, al día siguiente de haber abandonado Sevilla el Gobierno, las Cortes, el rey y la familia real, se produjo una explosión de violencia en la ciudad que sería conocida como la jornada de San Antonio de 1823. Muchas propiedades fueron saqueadas, y especialmente los equipajes que con las prisas habían tenido que dejar atrás, en unas embarcaciones que les seguirían después, los diputados, empleados de las Cortes y particulares que habían “huido” a Cádiz en un vapor por el río Guadalquivir. Algunos de los equipajes contenían obras de enorme valor cultural (libros, documentos, manuscritos, colecciones botánicas y numismáticas, etc.) que se perdieron para siempre. Los robos fueron acompañados de agresiones y asesinatos.
Tras dos días de ardua marcha, Fernando VII entró en Cádiz. Su prisión en Sevilla había sido el antiguo Alcázar. En Cádiz, fue encerrado en un ático del edificio de la Aduana.
La partida había sido tan precipitada que la Regencia había abandonado en Sevilla varios millones en efectivo, una gran cantidad de platería y parte de la artillería de las tropas.
Llegaron a Cádiz el 15 de junio y en ese momento la Regencia cesó y el Rey recuperó sus “poderes”. El Rey les dijo a los regentes cuando se presentaron ante él: «Está bien. ¿Conque ha cesado mi locura?». Al mismo tiempo hubo una remodelación del Gobierno: José Luyando, ocupó la secretaría del Despacho de Estado; Manuel de la Puente, Guerra; Salvador Manzanares, Gobernación; y Francisco Osorio, Marina; continuaron José María Calatrava, Gracia y Justicia, y Juan Antonio Yandiola, Hacienda. Un hecho que hizo cundir el desánimo fue que el embajador británico William à Court, representante del único gobierno con cuyo apoyo creían contar los liberales, no viajó a Cádiz, sino que de Sevilla se fue a Gibraltar a esperar órdenes de su gobierno, lo que fue interpretado como una excusa.
El Rey fue seguido a Cádiz por solo tres miembros de la grandeza que conforma el imponente séquito de los monarcas españoles. Una treintena de diputados, casi todos los consejeros de estado y más de trescientos oficiales de todas las ramas se negaron, permaneciendo en Sevilla, a participar en el acto final de la rebelión y pronto se sometieron a la Regencia legítima, establecida en Madrid.
Rendición de Chaleco
La tranquilidad se instauró rápidamente en La Mancha. Una sola banda de realistas, la de Francisco Abade Chaleco, con 250 caballos, tras intentar presentarse allí, fue atacado el 18 de agosto cerca de la Puebla del Príncipe y cargado vigorosamente por los coraceros de Berri (DCC de Roussel d’Hurbal), comandados por el coronel Rochedragon. Los constitucionalistas intentaron en vano resistir; tras sufrir una pérdida considerable, fueron derrotados por completo.
Al día siguiente, 19 de agosto, el coronel Chaleco y el Tcol José Fellez solicitaron una entrevista con el coronel de Rochedragon para hablar sobre su sumisión; se acordó que reconocerían la Regencia y que cesarían todas las hostilidades.
Poco después de la capitulación de Chaleco, y mientras Riego era llevado prisionero a Madrid, el RCL-8 de Lusitania avanzó desde Extremadura hacia Manzanares, por donde pasaba, sin duda para intentar separarlo de su escolta. Los coraceros de Berri del coronel Rochedragon se prepararon de inmediato para atacar al RCL-8, que contaba con 470 hombres; pero al acercarse los coraceros de Berry, estos depusieron las armas y exigieron una capitulación, que les fue concedida.
Operaciones en torno a Cádiz
Situación de los constitucionalistas en Cádiz
Se pensaba resistir en Cádiz, considerada inexpugnable por el éxito de la defensa contra las tropas napoleónicas diez años antes, para dar tiempo a que se levantara el pueblo nuevamente contra los franceses y reeditar el éxito de la Guerra de la Independencia.
No contaban con las sustanciales diferencias que existían ahora respecto a la pasada contienda: en primer lugar la cantidad y calidad de las tropas con que contaban los defensores en 1823 era muy inferior a las de 1810, el dominio del mar en esta ocasión no era de los sitiados sino de los sitiadores y el pueblo español ahora estaba a favor de los franceses.
Las fuerzas liberales se agruparon en el que denominaron “Ejército de Reserva de la Isla del León” que disponía de unos efectivos útiles para la defensa de unos 11.000 hombres de infantería, algo menos de 400 de caballería, unos 1.000 artilleros y 250 zapadores, de ellos eran del ejército permanente alrededor de 4.500 y el resto de milicias, de las últimas solo eran fiables los tres batallones de la milicia nacional de Madrid y un batallón de la de Sevilla, en total unos 1.300 hombres. Del mando de este ejército se hizo cargo inicialmente el TG Gaspar de Vigodet.

Estas tropas estaban formadas en gran parte por reclutas incorporados recientemente, que no habían tenido tiempo de recibir la instrucción necesaria, hasta el punto que había unidades que solo eran útiles para servicios de guarnición.
El estado de disciplina de algunas unidades no las hacía aptas para estar en el frente y las opiniones políticas de gran parte de los soldados eran más favorables a la causa de los sitiadores que a la de los constitucionales.
Inmediatamente, se iniciaron los trabajos más urgentes para la puesta en estado de defensa de las fortificaciones utilizadas en el anterior sitio de 1810, y la construcción de alguna nueva.
El esquema defensivo empleado era el mismo prácticamente que el de la Guerra de la Independencia, que tenía como límites en líneas generales: el caño de Sancti-Petri, el del Zurraque, el arsenal de la Carraca y el canal del Trocadero en la península de Matagorda.
Como primera medida el día 16 de junio se reforzó la guarnición de San Fernando con cuatro batallones de la milicia activa, que junto con los 2 batallones de la milicia local, tres compañías del RI-2 de la Reina y dos del BI-VI de infantería de marina que ya se encontraban en la plaza, tomaron posiciones en los puntos más importantes del dispositivo defensivo, comenzando la reparación de las fortificaciones.

Por otra parte, se enviaron hombres y material a la península de Matagorda para establecer la línea del Trocadero, que ya había sido iniciada en 1812 nada más levantar el sitio los franceses, para evitar la repetición de los bombardeos de Cádiz que desde este punto se realizaron en la Guerra de la Independencia.
En un principio, se habilitó lo más urgente para garantizar la seguridad del dispositivo defensivo, para posteriormente perfeccionarlo.
Los absolutistas avanzaban con rapidez para sorprender a los liberales antes de terminar sus preparativos y para impedir la entrada de víveres en Cádiz.
En esta guerra, además, el bloqueo por mar impediría la entrada de barcos en la ciudad.
El 19 de junio, el mando de la defensa dividió el frente de Cádiz en cuatro zonas, que comprendían: la primera la península de Matagorda con la línea del Trocadero, la segunda la Carraca y las defensas del puente de Zuazo y del Portazgo, la tercera abarcaba desde este punto hasta Torregorda y la última la ciudad de Cádiz y sus defensas inmediatas. Para la defensa de cada una de ellas se asignó una brigada.
Se recibieron noticias el 21 de junio de que el ejército francés se encontraba en Cabezas de San Juan, cerca de Jerez, y marchaba precedido de los absolutistas españoles que se encontraban ya en esta población, por lo que se activaron los preparativos de la defensa. No llegarían a Puerto Real hasta el día 24, ocupando esta población, el Puerto de Santa María y Chiclana y algunas de las baterías utilizadas en el anterior sitio, iniciando de inmediato las obras necesarias para su puesta en estado de defensa.
El puerto de Cádiz se encontraba bloqueado por una división naval francesa al mando del contralmirante Hamelin, integrada por un navío, dos fragatas y algunos barcos menores. Los constitucionales carecían de fuerzas navales con que oponérseles, solamente disponían de lanchas armadas con obuses o cañones aptas para operar en los caños y en la bahía y de algunos buques mayores en muy mal estado, por lo que aceleraron la entrada de víveres en la plaza a través del caño de Sancti-Petri, antes que el número de franceses aumentara y fueran capaces de impedirlo. Llegaron a introducir víveres para seis meses.

Llegada de los franceses a Cádiz
El primer encuentro entre los bandos opuestos tuvo lugar el mismo día de la llegada de los franceses a Puerto Real, en que desalojaron a una pequeña fuerza constitucional que acudió a ocuparla procedente de la guarnición del Trocadero.
Al día siguiente, nombran los constitucionales nombraron jefe de las fuerzas de mar y tierra al TG de la armada Cayetano Valdés, que había sido uno de los miembros de la regencia provisional creada al declarar la incapacidad del Rey.
A su llegada a Cádiz, el general Bordesoulle tuvo que limitarse, debido a los pocos soldados que llevaba consigo, a vigilar la zona y obstaculizar al máximo la llegada de suministros. La extensión de la línea de comunicación no permitió ni siquiera a su pequeño ejército formar un bloqueo. En cuanto se le unió una brigada de la división de Bourmont, ocupó la línea de Chiclana e inmediatamente comenzó a trabajar en las obras que su posición exigía para resistir cualquier incursión enemiga. La extensión de la línea y la división de fuerzas por sí solas podrían haberlos hecho temer, pues la disposición de los soldados era tal que la oportunidad de unirse al enemigo siempre habría sido deseable.
La ciudad de Puerto Real fue cerrada y almenada; los reductos de Belluno y Rufia, construidos en 1810 por los franceses, fueron reconstruidos; el molino de Osio se puso a la defensiva; el puente sobre el río San Pedro en la ruta de Puerto de Santamaría Puerto Real, que el enemigo, en su precipitada huida, no había destruido, fue defendido por una cabeza de puente. Pero el escaso número de trabajadores disponibles hizo que estas obras progresaran con lentitud. Dado que también carecían de equipo de artillería posicional, fue necesario esperar para armarlas hasta que los cañones encontrados entre los restos del arsenal de Sevilla estuvieran listos para su uso, y hasta que los capturados al enemigo en el condado de Niebla pudieran enviarse a Cádiz.

El estado de los suministros en la ciudad de Cádiz, al momento de la llegada de las primeras tropas francesas, era tal que se podría haber contado con una pronta rendición, si el bloqueo por tierra y mar se hubiera llevado a cabo con todo el rigor deseado. Información positiva anunciaba que la ciudad no tenía víveres para más de 15 días; desafortunadamente, el contralmirante Hamelin, al mando de la flota, carecía de los medios necesarios para oponerse a los numerosos suministros que Cádiz esperaba con impaciencia desde Gibraltar; un bloqueo extenso solo podía garantizarse, especialmente durante la noche, mediante buques ligeros, encargados de defender todos los pasos y vigilar todas las costas. La escuadra francesa constaba entonces de tan solo con dos buques de guerra, dos fragatas y dos bergantines.
El duque de Angulema, informado de la posición del ejército en Andalucía, ordenó a las tropas de tierra y mar que recibieran los refuerzos y suministros que tanto necesitaban. Se enviaron convoyes de artillería desde Brest y Bayona; parte del valioso material hallado en el Reino de Valencia se cargó en buques mercantes y se envió a Cádiz; tropas de artillería se estacionaron en Madrid con el mismo destino.
El general Bordesoulle, encargado de asegurar que las operaciones de las tropas de tierra colaboraran con las de las fuerzas navales, hizo reunir en los puertos de Sevilla, Sanlúcar y Santa María todos los buques ligeros que pudieran emplearse útilmente; se establecieron allí talleres de construcción y Una vez organizadas las operaciones, la artillería recibió órdenes de preparar el armamento para esta pequeña flotilla, compuesta por unas veinte cañoneras, siete u ocho buques ligeros y de doce a quince bombardas. Su construcción, por sí sola, era capaz de atemorizar a la ciudad, y su uso debía considerarse un último recurso.
Para proteger las flotillas y defender la costa de las incursiones constitucionales, se armaron el fuerte de Santa Catalina y la batería de Cabezón; la batería de Gariñan se erigió en la desembocadura del río Guadalete; la ciudad de Puerto Real, acosada diariamente por las cañoneras y las baterías del Trocadero, fue defendida por una excelente batería que recibió el nombre de batería de Angulema.
Durante los primeros quince días, el tiempo fue desfavorable para los sitiados, y la hambruna ya se hacía sentir, cuando una ráfaga de viento favorable trajo los suministros que el enemigo esperaba a través del canal de Sancti-Petri.
Este alivio tan esperado reavivó las esperanzas de los revolucionarios, que redoblaron sus esfuerzos para aumentar sus medios de defensa: el sonido de los cañones anunciaba cada día el armamento de nuevas baterías; las cañoneras salían de los talleres de Carraca; las obras que defendían los accesos al Trocadero se habían convertido en el principal objetivo de su trabajo. La marcha de Ballesteros también aumentó la confianza del gobierno constitucionalista. Este general, al frente de 15.000 hombres, entraba entonces en el Reino de Granada; el gobierno acababa de enviarle la orden de marchar, a marcha forzada, hacia Cádiz.
Para oponerse a esta marcha, o al menos para ser advertido, el general Bordesoulle había enviado al general Lauriston jefe del CE-V a la Sierra de Honda con un destacamento de entre 1.200 y 1.500 hombres.
Las tropas regulares que las Cortes habían encontrado en la Isla de León, y quienes las habían acompañado allí, sumaban más de 15.000 hombres. La milicia gaditana, numerosa, bien armada y fiel a la constitución, podía fácilmente ofrecer un refuerzo de otros 15.000 hombres a los defensores del gobierno revolucionario. Sin embargo, estas fuerzas no tranquilizaron a los entusiastas miembros de las Cortes, quienes anticiparon que el pequeño ejército del general Bordesoulle recibiría refuerzos con prontitud. Preocupados por su seguridad personal, habrían deseado que las tropas constitucionales abandonaran la defensa de la Península y se dirigieran a cubrir la Isla que les servía de refugio, y esta era la razón de las órdenes que habían dirigido a Ballesteros.
Solo Riego afirmó, y con razón, que limitarse a la defensa de la Isla de León significaba atar el destino de la Revolución al de Cádiz. No dudaba de que con perseverancia los franceses lograrían capturar esta plaza, y que entonces la causa de la libertad estaría perdida. Propuso, mientras continuaba defendiendo vigorosamente Cádiz, llevar a cabo los planes previamente adoptados: enviar a los generales constitucionales a formar columnas móviles en la retaguardia y en el centro de los ejércitos franceses y, en lugar de concentrar la resistencia en un solo punto, para darle vida en todas las provincias.
Estas audaces propuestas militares no fueron bien recibidas por los oradores revolucionarios ni por los miembros del club constitucional. Ciertamente, compartían los principios de la Convención, pero carecían de la feroz energía que animaba a la asamblea regicida. Para apaciguar a Riego, quien, indignado por su pusilanimidad, alegó traición, se le ofreció el segundo mando del Ejército de Andalucía. Riego se negó: el Ejército de Andalucía acababa de ser destruido por los generales Bourmont y Bordesoulle.
Acusado de no querer llevar a cabo su propuesta él mismo, respondió ofreciéndose a ponerse al frente de 3.000 hombres escogidos de la guarnición de Cádiz, abandonar la Isla de León por mar y atacar a los franceses en el punto que se le designara, para lograr una distracción útil. Solicitó cien mil piastras para cubrir las necesidades de su columna. El gobierno constitucional rechazó una propuesta que lo habría privado de 3.000 defensores, y de una suma que los partidarios de la constitución sin duda pretendían repartirse, una vez perdida toda esperanza de triunfo. Pero más tarde, al conocerse la capitulación de Ballesteros, Riego, a quien volveremos a encontrar en el reino de Granada, recibió permiso para intentar este desesperado intento.
Salida de reconocimiento el 4 de julio
El 4 de julio, los liberales efectúan varios reconocimientos de la línea francesa para conocer la fuerza y situación del enemigo, destruir edificios que pudieran ser de utilidad a los sitiadores y de paso foguear a la tropa, que en su mayoría no había entrado en combate.
Partieron los constitucionales desde la batería del Portazgo y desde el Campo de Urrutia. La que partió del Portazgo iba hacia el molino de Ocio y estaba compuesta por dos compañías de granaderos y otras dos de cazadores de infantería de línea y una de granaderos y otra de cazadores de voluntarios de Madrid, una compañía de caballería y media de zapadores, apoyados por varias lanchas cañoneras que navegaban por los caños.
La columna con origen en el Campo de Urrutia estaba formada por el tercer batallón de voluntarios de Madrid y media compañía de zapadores, cruzaron el caño de Sancti Petri en botes hacia la zona de Casas del Coto.
En todos los puntos los franceses se retiraron precipitadamente al advertir la presencia de los liberales, por lo que no llegó a establecer contacto ninguna de estas columnas que pudieron hacer las destrucciones convenientes sin ser molestados por los franceses.
Salida de los defensores el 16 de julio
A medida que escaseaban los suministros, los rumores se volvieron más amenazantes, y quizás los habitantes de Cádiz y la guarnición habrían puesto fin al cautiverio del Rey ellos mismos, si la hambruna hubiera persistido más; pero la llegada del convoy desde Gibraltar, habiendo eliminado cualquier pretexto para el descontento de los soldados, su buena voluntad hacia el Rey se desvaneció, y solo pensaron en luchar. Los generales constitucionales decidieron entonces aprovechar la confianza que inspiraba en los soldados la reciente llegada de suministros y la noticia deliberadamente difundida de la llegada del general Ballesteros; decidieron intentar una salida general para atacar en varios puntos antes de que avanzaran más las obras de fortificación. Entre 9.000 y 10.000 de sus mejores tropas fueron destinadas a esta expedición, y divididas en cuatro columnas.
El 16 de julio, a las cinco de la mañana, estas tropas iniciaron su movimiento:
- La primera columna, de 2.000 hombres, cruzó el canal de Sancti-Petri cerca de su desembocadura en el mar y se formó bajo la protección de las baterías del fuerte de Sancti-Petri y la Isla de León.
- La segunda columna, protegida por el fuego de varias cañoneras, cruzó el canal por el Puente de Suazo. Contaba con 5.000 hombres, divididos en tres divisiones. Su movimiento estaba protegido por varias cañoneras y varias piezas de artillería de campaña añadidas a ella.
- La tercera columna, de entre 1.000 y 1.200 hombres, partió del arsenal de Carraca para desembarcar cerca de Venta Nueva.
- La cuarta columna, de entre 1.400 y 1.500 hombres, emergió del extremo izquierdo del enemigo, del Trocadero, y, apoyada por una batería de catorce cañones de grueso calibre y el fuego de cinco cañoneras, marchó sobre la ciudad de Puerto Real, donde comenzaba la derecha de nuestra línea de cerco.
El general Bordesoulle, anticipándose a los movimientos de los defensores dio las órdenes necesarias en todos los puntos.
Puerto Real estaba ocupado por el BI-I/36 y BI-II/36 y el RD-8. Al acercarse la columna desde el Trocadero, el general Gougeon jefe de la BRI-III/8/III ordenó a estos dos regimientos que abandonaran la ciudad y tomaran posiciones a la derecha. El señor de Monistrol, comandante del batallón del 36, recibió órdenes de tomar el mando de todos los hombres que encontrara disponibles y marchar hacia el enemigo para detenerlo y dar tiempo a los dos regimientos para ejecutar el movimiento que se les había ordenado. El señor de Monistrol reunió apresuradamente a 100 hombres, seleccionados indiscriminadamente de todas las compañías de su batallón, y avanzó hacia la columna enemiga, que, al mando del general O’Dali, se acercaba en buen orden, con las armas en la mano.
El señor de Monistrol, sin importar su número, ordenó a su destacamento que se acercara a treinta pasos. Aprovechó una irregularidad del terreno y dividió su tropa en dos pelotones, de modo que 40 hombres, situados en el flanco de la columna española, pudieran cruzar fuego con los 60 que mantenía con él, quienes dispararían a la cabeza de la columna. Los españoles, animados por sus oficiales, avanzaron con confianza; justo cuando se preparaban para cargar a bayonetas, una descarga del destacamento francés derribó a unos 40 hombres a la cabeza de su columna y sumió en la confusión a las divisiones que se encontraban tras ellos. El señor de Monistrol completó la dispersión ordenando a sus soldados que cargaran. El efecto de este vigoroso ataque fue tal que el enemigo se retiró en el mayor desorden bajo la protección de sus baterías y regresó apresuradamente al Trocadero, tras sufrir pérdidas casi iguales en número a las del destacamento que los había rechazado.
La columna que había salido de la Carraca, se dirigió al reducto de Ruffin por la Venta Nueva; pero una Tras la aparición de una compañía del RI-34, les hizo fuego, y los españoles suspendieron la ofensiva, según las órdenes, no se atrevieron a alejarse de la protección del fuego de dos cañoneras y las baterías de la Carracca.
La columna que partía por el puente de Suazo estaba dividida en tres secciones: una de estas secciones, de 1.500 hombres, apoyada por una cañonera, atacó el molino de Osio. La compañía de fusileros del RI-34, que defendía esta trinchera, la recibió con tanta fuerza que sembró el suelo con sus muertos y heridos. La segunda sección, también de 1.500 hombres, había atacado el reducto de Belluno; pero, al encontrarse con un intenso fuego de dos compañías apoyadas por dos batallones escalonados, se retiró tras media hora de tiroteo y se unió a la columna que atacaba el molino de Osio. La compañía estacionada en este molino redobló sus esfuerzos y, a pesar de varios ataques, logró mantener sus trincheras. Sola, contuvo a 3.000 españoles con su férrea resistencia, quienes, tras una hora de lucha contra el fuego, y tras sufrir considerables pérdidas, se vieron obligados a regresar a la Isla de León.
La tercera sección de la columna, que partió por el puente de Suazo, contaba con artillería y una fuerza de más de 2.000 hombres; marchó sobre Chiclana. Suponiendo que la casa almenada situada frente a esta ciudad estaba abandonada, avanzó con confianza y gritó «¡Viva Riego!«. Al llegar a 25 pasos de esta casa, fue recibida con fuego de una compañía del RI-20 que la ocupaba y de los fusileros apostados tras ella; intentó entonces desplegarse. Pero el general conde de Bethisy, que había escondido dos batallones y tres piezas de artillería de la Guardia Real en un bosque cercano, tras ametrallarlos y marchar sobre ellos, los obligó a retirarse y los persiguió hasta el canal, causándoles grandes pérdidas.
La columna que había salido de Sancti-Petri también marchó sobre Chiclana. Pero al llegar no lejos de esta ciudad, frente a la capilla de Santa Ana, se encontró con el mariscal de campo príncipe de Carignan, quien se encontraba en posición en ese punto con un batallón del RI-20; esto bastó para detener su marcha. La batalla comenzó de inmediato; protegido por un terreno difícil, el enemigo llevaba una hora defendiendo su posición cuando el conde de Bethisy, que acababa de hacer retroceder a la columna derecha hasta el puente de Suazo, llegó un batallón. Este refuerzo provocó la retirada de la columna constitucional, que pronto se desorganizó y tuvo grandes dificultades para regresar a sus botes, que los soldados intentaban botar a pesar del fuego cruzado del Fuerte Sancti-Petri, una batería y dos cañoneras. Un intendente del RI-20, llevado por su ardor, murió cerca de los botes.
Sus pérdidas ascendieron a más de 1.000 hombres, entre muertos y heridos, mientras que las francesas no superaron los 80.

Acción contra el brigadier Ramirez
Desde su cuartel general en Sevilla, el conde Bourmont protegía las comunicaciones de las tropas bloqueadoras con el ejército, reunió toda la artillería y munición disponible en los arsenales de Andalucía y las dirigió hacia Puerto Santa María, cuartel general del conde Bordesoulle. Finalmente, cubrió el curso del Guadalquivir y mantuvo a raya a los restos del cuerpo de López Baños, que se habían retirado al condado de Niebla.
Estos restos, cuyo núcleo estaba formado por 300 soldados de infantería y 200 de caballería, estaban al mando del brigadier Ramírez, un soldado hábil y un audaz partisano. Este oficial había aprovechado el tiempo libre que le habían dado para aprovechar los recursos del condado. Amparado tras el río Tinto, había formado una junta de armamento y defensa mediante la cual recaudó contribuciones extraordinarias, reunió a desertores y fugitivos, armó a las milicias locales, reunió todos los recursos de la provincia y las provincias circundantes, en víveres y dinero, y los envió a Cádiz a través del puerto de Ayamonte. Su cuartel general estaba en Gibraleón; ocupó Trigueros y los puertos marítimos, como Huelva, La Higuerita y Moguer, y se apoyó en el pequeño fuerte de Paymogo, donde, con una guarnición suficiente, estaba el general de ingenieros Ramón de Arocha.
El general Bourmont, considerando peligroso permitir que Ramírez se fortificara aún más, y deseando someter el Condado de Niébla a la autoridad real, ordenó al coronel marqués de Gonflans, su JEM, que tomara el mando de una columna móvil compuesta por un batallón del RIL-9 y 150 dragones del RD-7 y RD-9, y que marchara sobre Trigueros, Gibraleón y Ayamonte, expulsando al enemigo.
En cuanto Ramírez se enteró del movimiento, llamó a todas las tropas que había desplegado por el Condado de Niebla. Un escuadrón de cazadores numantinos, que evacuaba la ciudad de Niebla, fue interceptado por dos oficiales de Estado Mayor, el capitán Delarue de Saint-Léger y el teniente d’Hédouville, quienes, con dos dragones, precedían a la vanguardia francesa. Al acercarse, el enemigo precipitó la retirada; pero estos oficiales, llevados por su celo y coraje, cargaron hacia delante, alcanzaron la retaguardia enemiga, la atacaron sin vacilar y tomaron 5 prisioneros. Ramírez se había posicionado en Trigueros, donde parecía querer defenderse. El marqués de Conflans, que llegó con la infantería, lo desalojó rápidamente, lo persiguió camino de Gibraltar y lo obligó a huir a las montañas. Todos los puertos del condado de Niébla fueron ocupados de inmediato, interceptando así toda comunicación entre este líder revolucionario y Cádiz.
Los constitucionalistas habían llegado a Portugal, donde se habían embarcado, en parte, hacia Gibraltar. El fuerte de Paymogo, en territorio español, seguía en manos del enemigo. Este fuerte fue abandonado a medida que nuestras tropas se acercaban; la guarnición se retiraba a Portugal; pero una partida de reconocimiento de 28 caballos, al mando del capitán Delarue de Saint-Léger, que partió en su persecución, lo alcanzó tras una larga y ardua marcha, lo derrocó y lo obligó a deponer las armas. 74 prisioneros, entre ellos un general, un coronel y cinco oficiales, cayeron así en manos francesas.
Esta expedición, que duró doce días, liberó a todo el condado de Niebla de los revolucionarios que la incitaban y aseguró el ala derecha del Ejército Expedicionario de Andalucía.
El marqués de Conflans tuvo la oportunidad de comunicarse con oficiales portugueses en la frontera, y recibió de ellos, junto con expresiones de amistad y buena vecindad, la seguridad de que los liberales españoles no encontrarían apoyo en su bando. Se sabía que el rey de Portugal había recuperado su libertad tiempo antes.