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Batalla naval de Maracaibo (24 de julio de 1823)
Antecedentes
En el mes de abril, el almirante José Prudencio Padilla se centró en Los Taques con los bergantines Independiente, Marte y Confianza (de transporte); las goletas Independiente, Espartana, Atrevida, Terror, Criolla, Manuela (realista capturada), Leona y Manuela; tres flecheras; dos lanchas y un bote. Sumaba 929 tripulantes y 96 cañones. A partir de entonces empezó a bloquear el litoral coriano y marabino con 5 bergantines, 7 goletas de guerra y numerosas flecheras, bongos, lanchas y botes.
El 27 de abril, Manuel Manrique desembarcó en Gibraltar con 1.200 soldados e inició su marcha hacia Maracaibo en coordinación con Mariano Montilla, que hacía lo mismo desde Riohacha con 2.500 efectivos a través de la península de la Guajira. El ejército de Montilla en Riohacha disponía de 4.000 infantes y 300 jinetes, pero solo 3.000 estaban disponibles para una campaña. El vicepresidente Francisco de Paula Santander afirmaba que se habían tomado importantes medidas desde que Morales había tomado Maracaibo, como ordenar enviar 2.000 hombres desde Panamá, incluyendo un escuadrón de apureños, y hacer una leva de 1.000 hombres en los “pueblos desafectos” de Santa Marta y Maracaibo. Por último, le ordenó al coronel José María Ortega y Nariño reunir 2.000 hombres de la provincia de Tunja, pues se temía que Morales atacara los valles de Cúcuta con una fuerte división.
El 1 de mayo, el Tcol republicano José Reyes González, alias el Cojo, amigo íntimo de Juan de los Reyes Vargas, derrotaba al coronel realista Antonio Gómez y Coro, que fue capturado. Este último logró escapar y formar una guerrilla de 600 partisanos, pero jamás recuperaría la ciudad. Entre los días 8 y 16 de mayo, el almirante José Padilla atacó Maracaibo aprovechando que Morales incursionaba en la provincia de Coro. Tenía 1.000 soldados y 2 cañones para la incursión, pero rápidamente fue herido por guerrilleros republicanos durante la marcha. Había dejado a su segundo a cargo de Maracaibo. La resistencia realista en tierras corianas finalizó el 10 de junio con la victoria de Reyes González en Puerto Cumarebo. Seis días después cayó en manos republicanas Punta de Palmas (actual Miranda, al este del lago de Maracaibo).
Maracaibo estaba pasando escasez de víveres al quedar aislada por tierra, mientras Morales debía dividir su atención entre Montilla y Manrique. En la segunda mitad de mayo salió con 2.000 efectivos a enfrentar a los 3.000 soldados que traía Montilla, aprovechando que Manrique había ralentizado su avance por el clima y las guerrillas corianas. Dejó 500 soldados en Maracaibo a cargo de su segundo. También envió un fuerte destacamento a Perijá a apoyar a su guarnición contra las guerrillas republicanas, pero su comandante, Calixto Rodríguez, desertó y acabó causando muchos daños a los realistas.
No hubo batalla. Montilla era acosado permanentemente por los guajiros, sus convoyes con víveres sufrían constantes ataques y todo soldado que quedaba rezagado o se separaba de la columna podía ser dado por muerto. Finalmente, el 15 de junio, al llegar a la estancia de Cojoro (municipio Guajira), el general republicano dio orden de regresar a Riohacha. Por su parte, Morales se limitaba a esperar el auxilio de Laborde y su poderosa escuadra. Para evitar tener que rendirse con el castillo de San Carlos de la Barra, Morales propuso “evacuar a los 1.800 o 2.000 hombres que podía tener, transportándolos en tres goletas mercantes, dos flecheras armadas y otras embarcaciones menores rumbo a Coro para, después, pasar a la costa de Caracas”. Al mismo tiempo, temía que los fieles contingentes corianos lo depusieran y nombraran en su lugar a La Calzada. Por ello, envió a su lugarteniente a Puerto Cabello.
El 19 de mayo, el general Francisco Esteban Gómez salía de Riohacha con el BI de Carabobo (antes Albión) y un escuadrón de caballería. Marchó por la costa guajira hasta llegar al río Socuy. Morales salió a enfrentarlo con sus mejores tropas, dejando una pequeña pero cualificada guarnición en Maracaibo a las órdenes del gobernador, coronel Manuel Funguito, el comandante en tierra, coronel Jaime Moreno, y de la escuadra en el puerto, capitán de ejército Pedro Lamaison. La fuerza naval estaba formada por 2 bergantines, 4 goletas, 2 flecheras, 3 faluchos y 8 piraguas.
El 20 de mayo, el teniente de navío Francisco de Sales Echeverría atacó en Punta de Palmas a los republicanos, pero fue vencido y muerto. El 25 de mayo se daba un combate menor en la Punta de Palma, en la costa oriental del lago, con la flotilla defensora de la ciudad. El capitán de navío Tomás Lizardo atacó a los republicanos, pero fue obligado a retirarse.
Tres días más tarde ocurría otro enfrentamiento entre Los Puertos de Altagracia y Capitán Chico, venciendo los republicanos y hundiéndose la flechera Guaireña, lo que forzó a los realistas de Laborde a volver a la isla de Curazao, desde donde zarparon nuevamente el 4 de julio tras hacer reparaciones a los navíos. Diez días después pasaba frente al castillo San Carlos hacia el interior del lago. Después de esos encuentros, los republicanos pasaron en el puerto de Moporo, al este del lago. El 16 de junio se organizó la estructura de mando de sus fuerzas: Padilla dirigiría en el mar y Manrique en tierra hasta la llegada de Montilla; ambos se comprometieron a coordinar sus operativos.
Mientras tanto, la ciudad sufría un bloqueo de víveres, ya que la mayoría le llegaban vía piraguas. Estaba rodeada de fuerzas revolucionarias: al este, en Coro, estaba el Tcol Juan de los Reyes González; al sur, en Gibraltar, el coronel Manuel Manrique; al noroeste, en Sinamaica, el general Gómez; y al norte, en la barra (entrada) del lago, el contralmirante Padilla. El segundo, Manrique, aprovechó las débiles defensas de Maracaibo para ocuparla brevemente con dos compañías con el apoyo de Padilla, que desembarcó un destacamento en La Arriaga (al sur de la ciudad). Tomaron todo lo que pudieran usar contra los realistas y desmantelaron las baterías de las murallas que daban al lago. Posteriormente, se retiraron antes de que Morales volviera.
Cruce de la Barra de San Carlos por la escuadra republicana (8 de mayo de 1823)
Según el diario de operaciones de la escuadra: «A las 18:45 del 7 de mayo, la escuadra republicana fondeó al frente del Castillo San Carlos; todos los buques arreglaron sus pesos para proporcionar sus calados, en forma de poder entrar por la barra, y se dieron las instrucciones del orden en el que debía formarse la línea para aquella riesgosa y difícil operación y demás que fueran convenientes. Al amanecer del 8 de mayo se ordenó practicar un sondeo en la barra, y a las 14:30 horas se hicieron a la mar todos los buques, se formaron en línea de combate y tomaron rumbo para entrar por ella a forzar el paso del Castillo; a las 16:15 horas, después de algunas breves varadas de unos buques, todos estaban bajo los fuegos de aquella fortaleza, que empezó a disparar nutridamente, con gran viveza y energía; no obstante esto la operación continuó impávida y serenamente, sin contestar ni siquiera con un tiro de fusil; a las 16:45, bajo la acción de los fuegos del Castillo se vararon el bergantín Independiente y el Gran Bolívar; el primero desencalló muy pronto, pero el segundo, cuando ya iba desencallando, fue abordado por el bergantín Fama y volvió a encallar, no siendo ya posible sacarlo, aunque sí al Fama, que tenía poco calado.
El Castillo disparó 328 tiros, pero solo la Espartana recibió un impacto, y una vez varado el Gran Bolívar, fue posible acertar mejor los tiros, de modo que en poco tiempo su casco estuvo perforado por 15 balas, por cuyos agujeros hizo mucha agua y se inutilizó, por lo que fue necesario incendiarlo; pero antes se salvó toda la tripulación, parte de su armamento y algunos aparejos y provisiones. La Espartana tocó fondo por breves instantes dentro de la bahía, fuera de los fuegos del Castillo. El día 9 de mayo los bergantines Independiente y Marte se alijaron para pasar El Tablazo, que es menos profundo que la Barra, levaron a las 13:30 y a las 16:30 fondeaban en trece pies de agua, frente a Punta Palma, y divisaron al otro lado de El Tablazo un bergantín-goleta, un bergantín redondo, 7 goletas y 2 grandes flecheras realistas, las cuales al día siguiente quitaron las balizas de El Tablazo. A las 14:30 horas del mismo día, con viento y marea favorable, ordenó Padilla a las otras unidades zarpar con rumbo a El Tablazo en línea en fila y zafarrancho de combate; el Independiente se varó muchas veces, por lo que fue necesario sacarle la artillería, víveres y lastre hasta dejarlo casi a plan de barrido, expuesto con ello a que escorara sobre estribor y en circunstancias críticas; fue necesario apuntalarlo a media noche. Durante todo el día 10 de mayo se trabajó con ahínco y tesón hasta las 08:30 horas del 12 cuando pudo continuar hacia Punta Palma; a las 09:15 volvió a vararse junto con el Marte; permaneció así durante un cuarto de hora, pero como el viento calmó y los prácticos no sabían a ciencia cierta por dónde tenían que navegar, por falta de balizas, se ordenó fondear y practicar un sondeo y balizamiento por prácticos y oficiales; no se halló más que 11 y medio pies de agua, en vista de lo cual fue necesario volver a alijar los bergantines Independiente y Marte, para tratar de pasarlos por tan poca agua. El Marte logró zafarse y salir al otro lado de los bajos al amanecer del 13, pero el Independiente continuó varado todo el día, sin lograr salir al otro lado de El Tablazo hasta las 18:30 horas. Varias goletas se vararon también en este último paso, pero al zafar el Independiente, ya ellas navegaban en suficiente agua. Indecible fue el trabajo hecho durante toda la noche, para volver a embarcar armamento, víveres, lastre, agua, etc., el cual se efectuó hasta el amanecer del 14, y ya a las 09:30 del 14 de mayo estuvo listo, y en unión de los demás enrumbó a Punta Palma del Norte.
A las 14:45 advirtieron que por el boquete de Punta Palma, salían varios buques enemigos, y se dieron las órdenes de atacarlos, y a las 16:30 se observó que la escuadrilla realista estaba compuesta de 6 buques mayores y 5 canoas y se dirigían a Maracaibo; la flechera mayor hizo solo un disparo con bala sin mayores consecuencias. Al anochecer, se encontraba ya la flotilla española en Maracaibo y los republicanos se dirigieron a palo seco y fondearon frente a Maracaibo, a las 18:45. El 16 de mayo el bergantín “Fama” tuvo que ser desmantelado y hundido porque entorpecía las operaciones y ocupaba unos cuantos marineros. Al amanecer del 18 zarparon para Punta Palma, donde operarían en el futuro, teniendo como base los Puertos de Altagracia. El 19 de mayo por la mañana se observó que algunas unidades de las fuerzas sutiles españolas fondeaban frente al islote Capitán Chico y a las 14:00 se contaban ya 19 embarcaciones, por lo que a las 16:15 se dirigió Padilla hacia ellas para atacarlas. Rehuyeron el combate y se dirigieron a Maracaibo, por cuyo hecho, el de un chubasco y el de acercarse la noche, ordenó el regreso de la escuadra a su fondeadero de Punta Palma».


La realidad es que Morales había desprovisto de cañones los castillos de San Carlos y San Fernando, posiblemente para defender el Tablazo, obligando a que su guarnición solo pudiera actuar con fusilería. Durante seis días los barcos republicanos entraron sin problemas. La única excepción fue el bergantín Gran Bolívar, que varó cerca de la isla de Zapara, debiéndose trasladar su tripulación, artillería y vituallas a otros barcos. Para el día 14, los republicanos ocupaban con sus barcos las aguas entre los castillos y la boca del río Socuy. Gracias a esto, se hicieron dueños del interior del lago.
Cruce de El Tablazo por la escuadra republicana (9 al 19 de mayo de 1823)
Según el diario de operaciones de la escuadra: «El día 9 de mayo los bergantines Independiente y Marte se alijaron para pasar El Tablazo, que es menos profundo que la Barra, levaron a las 13:30 y a las 16:30 fondeaban en trece pies de agua, frente a Punta Palma, y divisaron al otro lado de El Tablazo un bergantín-goleta, un bergantín redondo, 7 goletas y 2 grandes flecheras realistas, las cuales al día siguiente quitaron las balizas de El Tablazo. A las 14:30 horas del mismo día, con viento y marea favorable, ordenó Padilla a las otras unidades zarpar con rumbo a El Tablazo en línea en fila y zafarrancho de combate; el Independiente se varó muchas veces, por lo que fue necesario sacarle la artillería, víveres y lastre hasta dejarlo casi a plan de barrido, expuesto con ello a que escorara sobre estribor y en circunstancias críticas; fue necesario apuntalarlo a medianoche. Durante todo el día 10 de mayo se trabajó con ahínco y tesón hasta las 08:30 horas del 12, cuando pudo continuar hacia Punta Palma; a las 09:15 volvió a vararse junto con el Marte; permaneció así durante un cuarto de hora, pero como el viento calmó y los prácticos no sabían a ciencia cierta por dónde tenían que navegar, por falta de balizas, se ordenó fondear y practicar un sondeo y balizamiento por prácticos y oficiales; no se halló más que 11,5 pies de agua, en vista de lo cual fue necesario volver a alijar los bergantines Independiente y Marte, para tratar de pasarlos por tan poca agua. El Marte logró zafarse y salir al otro lado de los bajos al amanecer del 13 de mayo, pero el Independiente continuó varado todo el día, sin lograr salir al otro lado de El Tablazo hasta las 18:30 horas. Varias goletas se vararon también en este último paso, pero al zafar el Independiente, ya ellas navegaban en suficiente agua. Indecible fue el trabajo hecho durante toda la noche, para volver a embarcar armamento, víveres, lastre, agua, etc., el cual se efectuó hasta el amanecer del 14 de mayo, y a las 09:30 del 14 de mayo estaba listo, y en unión de los demás enrumbaron a Punta Palma del Norte. A las 14:45 advirtieron que por el boquete de Punta Palma, salían varios buques enemigos, y se dieron las órdenes de atacarlos, y a las 16:30 se observó que la escuadrilla realista estaba compuesta de 6 buques mayores y 5 canoas y se dirigían a Maracaibo; la flechera mayor hizo solo un disparo con bala sin mayores consecuencias.
Al anochecer, se encontraba ya la flotilla española en Maracaibo y los republicanos se dirigieron a Palo Seco y fondearon frente a Maracaibo, a las 18:45. El 16 de mayo el bergantín Fama tuvo que ser desmantelado y hundido porque entorpecía las operaciones y ocupaba unos cuantos marineros. Al amanecer del 18 de mayo zarparon para Punta Palma, donde operarían en el futuro, teniendo como base los Puertos de Altagracia. El 19 de mayo por la mañana se observó que algunas unidades de las fuerzas sutiles españolas fondeaban frente al islote Capitán Chico y a las 14:00 horas se contaban ya 19 embarcaciones, por lo que a las 16:15 se dirigió Padilla hacia ellas para atacarlas. Rehuyeron el combate y se dirigieron a Maracaibo, por cuyo hecho, el de un chubasco y el de acercarse la noche, ordenó el regreso de la escuadra a su fondeadero de Punta Palma».

Llegada de Laborde al Lago
El capitán de navío Ángel Laborde ocupaba en el año 1823 el cargo de segundo jefe de la escuadra de los mares de la América Septentrional. La base de operaciones de esa flota estaba en La Habana, y había secciones de ella en Santiago y Aguadilla (Isla de Puerto Rico). Cuando el almirantazgo destacó una sección de esa flota hacia los mares de Tierra Firme, con el objeto de apoyar a Morales, se pusieron a su orden varias unidades, entre las cuales figuraban la fragata Constitución (40), la corbeta Ceres (27) y los bergantines Esperanza, General Riego y San Carlos.
Laborde zarpó de La Habana el 3 de abril de 1823; escoltó un convoy hasta la desembocadura del canal Bahama y, al avistar y reconocer una nave, supo por ella que había sido declarada la guerra entre Francia y España. Se dirigió a Aguadilla (Isla de Puerto Rico), donde recaló el 19 de abril, donde había sido destinado el capitán general Miguel de la Torre; se reforzó con algunas naves y conferenció con de La Torre, quien había prometido auxiliar a Morales con naves, armas, tropas y dinero.
Laborde zarpó de Aguadilla el 27 de abril y se dirigió al sur para reconocer a Punta Lacre, la más austral de la isla de Bonaire, porque se le había informado que los republicanos fondeaban frecuentemente en ella, y no encontrando republicanos por esos parajes, puso rumbo hacia las costas de Coro, y luego, costeando hacia el este, se dirigió a Puerto Cabello para destruir cualquier barco republicano que cruzase en auxilio de las naves que bloqueaban a dicho puerto.
Ya casi a la vista del puerto, se encontró con una escuadra republicana que cerraba la entrada a dicha plaza fuerte. Se entabló seguidamente el 1 de mayo contra tres republicanos; en dicho combate Laborde capturó la corbeta Carabobo con su capitán Danells y la corbeta María Francisca, a las cuales condujo a Puerto Cabello, en donde recaló el 4 de mayo de 1823.
Para empezar, no estaba mal. Había vencido y capturado dos de los mejores barcos de la flota republicana del Caribe.
De Puerto Cabello destacó el 5 de mayo hacia Maracaibo a la goleta Especuladora, en la que dirigió a Morales una larga y minuciosa información acerca de su crucero y el triunfo con el que acababa de iniciar sus operaciones en esos mares; dispuso lo conducente para armar y reparar las naves apresadas y las suyas, que habían quedado averiadas por causa del combate, y prestó auxilio económico y logístico a la plaza, casi exhausta, motivado por el bloqueo.
La Especuladora entró en el golfo de Venezuela y navegó hacia la boca de la Barra, con la esperanza de refugiarse bajo la protección de los cañones de la fortaleza; pero al acercarse al sitio donde se tomaba el práctico, divisó en ese lugar a 9 barcos republicanos, uno de los cuales desplegó sus velas para darle caza. La Especuladora era ágil y rápida, y huyó hacia Los Taques, pero una fuerte corriente la arrastró y la hizo recalar en la isla de Aruba. De Aruba se dirigió a Curazao, en donde recaló el día 15 de mayo. Había demorado diez días el viaje del que pudo salir ilesa. Morales no tuvo noticias de la llegada de Laborde hasta el 12 de mayo, cuando llegaron el paquebote Rayo y el bergantín Esperanza, que cruzaron la barra el 8 de mayo, poco antes de que llegara la flota republicana.
Laborde zarpó de Puerto Cabello el día 1 de julio con la fragata Constitución (40), corbeta Ceres (27) y la goleta Especuladora, y se dirigió a Aruba para recibir a los prácticos. El día 5 de julio tuvieron que seguir sin prácticos y buscar refugio en el puerto de Los Taques y desde allí despachó Labordela goleta para los castillos de la Barra, con correspondencia para el general Morales, confiada al Tcol José Garcerán; en ella le comunicaba la angustiosa condición en que se encontraba, motivado por el fuerte viento que había deteriorado las naves.
La Especuladora regresó a Los Taques el 12 de julio y al día siguiente, Laborde se dirigió a la Barra con dos goletas mercantes, dejó en Los Taques a las dos unidades averiadas, expuestas a ser apresadas por las naves enemigas.
Recaló al castillo de San Carlos el 14 de julio en la mañana, y no encontró a Morales, como había sido convenido, sino al coronel Narciso López, a quien Morales había enviado con una carta explicativa en la cual le daba excusas por su ausencia y le informaba que López tenía instrucciones para tratar con él y resolver lo que conviniera en ese momento. La conferencia entre Laborde y López fue larga y acalorada, pues el primero rehusó obedecer las órdenes y disposiciones dictadas por Morales, quien lo conminaba a librar de inmediato una batalla naval, mientras López insistía en que se sometiera, en aras de la causa común.
Al final convinieron en que López regresara a Maracaibo a informar a Morales acerca de la resolución de Laborde, quien estaba decidido a imponer su autoridad en lo referente a asuntos navales y así dejar libertad a Morales para resolver cuanto juzgase conveniente con relación a las operaciones de tierra, y a la vez, solicitarle su colaboración por este lado, para el más rápido y efectivo logro de la empresa en la que estaban empeñadas las armas españolas.
López regresó a Maracaibo por la misma vía que lo trajo al Castillo, pero a la inversa; es decir, navegó en canoa hasta El Moján por el canalizo transversal de El Tablazo, que pasa por entre los islotes de Toas y Pescaderos y desemboca en el castillo de San Carlos, y desde El Moján cabalgó por la costa hasta Maracaibo.
No había más camino, pues la escuadra de Padilla tenía el canal de El Tablazo bajo el fuego de sus cañones y de los fusiles de su infantería de marina, que dominaban ese paso difícil, desde Punta Palma del Norte.
El coronel López regresó nuevamente al castillo el 18 de julio con la última y decisiva resolución del general Morales: «Librar una batalla naval en el lago, pues el número y calidad de los barcos que componían la flota española que tenía a su disposición desde los castillos hasta el puerto interior, era superior a la flota colombiana, la cual se hallaba embotellada y no tenía cómo escapar».
El mismo coronel López transmitió de viva voz y por escrito al capitán Laborde la frase favorita del general Morales, muy en boga en esos días: «El lago de Maracaibo será el panteón de la flota colombiana».
Fuerzas enfrentadas
Fuerzas realistas
Unidas las fuerzas de Laborde con las de Morales, la Real Armada Española contaba en el lago con 15 barcos y la dotación se componía de 497 marineros y 705 infantes de marina:
- 3 bergantines: General Riego, Esperanza y San Carlos.
- 10 goletas: Especuladora, Zulia, Mariana, María, Cora, Liberal, Estrella, Rayo, María Salvadora y María Habanera.
- 2 pailebotes: Guajira y Monserrat.
En total, su artillería se componía de 67 piezas de artillería: 49 cañones (6×16, 2×12, 11×8, 1×10, 2×6 y 27×4), 14 carronadas (4×24, 2×16, 4×8 y 4×6) y 4 obuses (4×18).
La fuerza sutil se componía de 13 barcos con 270 infantes y 173 tripulantes:
- 2 flecheras: Atrevida y Guaireña.
- 3 faluchos: Resistencia, Mercedes y Brillante.
- 2 guairos: Vengador, Rayo y Pedrito.
- 8 piraguas: Raya, Duende, Papelonera, Esperanza, Feliz Marina, Altagracia, San Francisco y Corbeta.
En total, su artillería eran 20 cañones (2×16, 1×10, 8×4).
Fuerzas republicanas
Estaban formadas por 10 barcos tripulados por 792 hombres:
3 bergantines: Independiente (1×8 cañón y 18×18 carronadas) del CN Renato Beluche, Marte (1×18 cañón y 18×18 carronadas) del CN Nicolás Joly y Confianza (1×18, cañón y 6×18 carronadas) del TN Lucas Urribarry.
7 goletas: Leona (1×18 y 3×9 cañones, 6×18 carronadas) del comandante Juan Mican, Espartana (1×24 cañón y 6×18 carronadas) del capitán Marey R. Markin, Independencia (1×18 cañón y 6×18 carronadas), Emprendedora (1×18 cañón y 6×18 carronadas) del capitán Thomas Vega, Antonia Manuela (1×12 cañón y 2×9 carronadas) del capitán Jean Rastigue Bellegarde, Manuela Chitty (1×8) del alférez Félix Romero y Peacock (1×8) del capitán Peter Storm.
En total de artillería eran 83 piezas: 13 cañones (1×24, 6×18, 1×12, 3×9 y 2×8), 70 carronadas (68×18 y 2×9).
La fuerza sutil estaba compuesta por 9 barcas tripuladas por 324 tripulantes; estaba al mando del CF Walter Davis Chitty, siendo su segundo Francisco Padilla, hermano de Padilla:
- 3 flecheras: Barinesa (2×16 y 1×12), Guñeres (2×12) y Cariqueña (2×12).
- 3 lanchas: Tormentosa (1×8), Voladora (1×8) y Emprendedora (1×8).
- 3 bongos armados (3×4).
- Varios botes armados con unos 60 tripulantes.
En total, su artillería eran 26 cañones (2×16, 5×12, 3×8 y 3×4).
Enfrentamientos previos
Los comandantes navales españoles, incluido Laborde, advirtieron a Morales de evitar un combate contra una flota materialmente superior, pero este les exigió buscar un enfrentamiento decisivo en el mar.
Las naves de Morales estaban divididas en tres grupos, fondeados en Zapara, El Moján y Maracaibo. Laborde inspeccionó las unidades de los dos primeros grupos y las encontró en buenas condiciones de navegación, ataque y defensa, e hizo cargos a Morales por su inactividad, pues no había intentado destruir la escuadra intrusa cuando cruzaba la Barra o cuando pasaban por el Tablazo. El enfrentamiento entre ambos jefes no presagiaba nada bueno.
Durante unos 70 días, la escuadra del contralmirante Padilla estuvo surta en la costa oriental del lago, entre Punta Palma del Norte y la parte sur de los Puertos de Altagracia, bloqueando por mar la plaza de Maracaibo, mientras que la de Morales maniobraba en la costa opuesta; durante este lapso las naves de este último efectuaron muy pocos ataques contra los republicanos y en más de una oportunidad rehuyeron el combate. Todo este tiempo estuvo la escuadra republicana embotellada en el lago. La escuadra de Morales no aprovechó suficientemente la acción ventajosa de los vientos propicios que soplaban alternativamente tanto del NO como del Sur en esa zona, para efectuar ataques contra la de Padilla.
En la mañana del 20 de mayo, según el diario de operaciones del contralmirante Padilla, una división de buques mayores de los realistas integrada por once unidades, formada en línea, con viento favorable del Sur y marea saliente, zarpó de Capitán Chico y se dirigió hacia la escuadra republicana con intenciones de abordarla; rompió los fuegos vivamente contra ella, a las 10:25 horas; pero al estar empeñadas las goletas Mariana y Zulia contra el bergantín Independiente, que era el más poderoso, y a pesar del poco viento que no permitía maniobrar con la rapidez adecuada, la serenidad de Padilla, la actividad de Beluche, el valor de los oficiales, tripulación y tropa, las acertadas disposiciones y la proximidad del Marte, que descargó sus fuegos con acierto, frustraron los objetivos de los realistas.
Después de hora y media de obstinado combate, herido mortalmente Echevarría, muerto el comandante de la Mariana, Francisco Machado, y malheridos su segundo y el contramaestre del mismo buque, la tripulación de esta desistió del abordaje, ciñó el viento, poniendo a poco rato en facha la gavia sobre el palo; al no poder los demás darse cuenta de la causa de este movimiento del buque insignia, y viendo que la goleta Zulia seguía los movimientos de la Mariana a causa de haber sido dejada aislada por la maniobra que explicamos, entró el desorden general en la escuadrilla realista y se retiró.
Los republicanos no pudieron darles caza por impedírselo los bajos y lo avanzado de la tarde, pero lograron capturarles la goleta Margarita con un cañón de a 4 y algo de la tripulación, pues la mayor parte de los 45 hombres de su dotación se fugó al varar dicha goleta. También esta fue incendiada por los republicanos, quienes sufrieron en la acción 6 bajas: 3 muertos, entre los cuales se encontraba el alférez de navío Jaime Chaytor, y 3 heridos. El contralmirante Padilla sufrió una contusión de metralla en la cabeza. Los realistas tuvieron 15 muertos, entre ellos el teniente de fragata Francisco Sales de Echevarría, comandante de la división, quien murió al día siguiente, y Francisco Machado, comandante de la Mariana, como ya se dijo.
En la noche del 21 de mayo las fuerzas sutiles republicanas se movieron hacia El Moján con la intención de comunicarse con las tropas que operaban en la costa, pero tuvieron que retirarse en presencia de fuerzas superiores; el 23 del citado mes enviaron un cayuco con el mismo objeto, pero tampoco pudo cumplir su cometido. El 24 de mayo en la mañana, con viento del Norte, Padilla se dirigió nuevamente hacia Capitán Chico con intenciones de atacar a 11 embarcaciones mayores y 14 sutiles que se habían avistado, fondeadas en ese paraje; pero estas zarparon hacia Maracaibo, y rehuyeron nuevamente el combate, por lo que Padilla tuvo que regresar a su fondeadero de Punta Gorda.
En la tarde del 25 de mayo se entabló un combate entre una parte de las fuerzas sutiles realistas mandadas por el capitán Tomás Lizardo y las republicanas cuando las primeras atacaron a las segundas, las cuales contraatacaron y, después de una hora de fuego bastante vivo por ambas partes, los realistas se retiraron hacia Maracaibo, habiendo perdido la gran flechera Guaireña, la cual se varó por haber sido alcanzada por un cañonazo. Los republicanos salvaron su artillería, pertrechos y 20 prisioneros que voluntariamente se enrolaron en sus fuerzas, por ser de los soldados rendidos en Garabulla el 13 de noviembre del año anterior.
Aquella misma noche, los realistas, favorecidos por la obscuridad, lograron poner a flote y rescatar la citada flechera. Por la noche del 26 de mayo zarpó hacia Maracaibo la escuadra republicana con el objeto de batir y apresar en un ataque sorpresivo a los buques realistas que durante la noche habían quedado fondeados en aquel puerto, pero debido a la luz de los relámpagos de aquella noche tormentosa, fueron avistados a tiempo por los realistas y frustrado el ataque, de modo que un poco después de medianoche, cuando se encontraban en el propio fondeadero de los contrarios, solo alcanzaron a divisar dos goletas a vela que seguían para el puerto.
Fondearon en aquellas inmediaciones hasta un poco después del mediodía del 27 de mayo, cuando zarparon con rumbo a Quiriquire con el objeto de ponerse en contacto con algunos de los jefes de la República que operaban en la región, hecho que solo pudo hacerse en el atardecer del 28 de mayo, cuando fondearon en Puerto Corona y pudieron entregar un oficio para el jefe de las tropas republicanas que operaban en Perijá. A la mañana del día 29 de mayo zarparon para el Puerto de Moporo y allí permanecieron hasta fines de la primera quincena de junio.
Por esta época corría el rumor en Maracaibo de que se aproximaban a dicha ciudad las tropas republicanas que estaban en Río Hacha, por lo cual dispuso Morales que la fuerza sutil realista fuese a cubrir los pasos del río Socuy, donde ya había un crecido número de tropas que fueron reforzadas con algunas otras de Maracaibo, y que la escuadrilla de buques mayores se fondease en la Barra, cerca del castillo San Carlos. Esto ocasionó que la defensa de la ciudad quedara grandemente debilitada y confiada únicamente a una guarnición de cerca de 500 hombres y dos cañones de 8 montados en una batería.
La escuadra republicana embarcó algunas tropas en el Sur y se dirigió a los Puertos de Altagracia, donde incorporó otras pertenecientes al Ejército de Coro, y el 16 de junio hicieron una incursión en fuerza sobre la ciudad de Maracaibo. Batiéndose contra el fuego de los dos cañones de a 8, entraron en el puerto y lanzaron un fuego sostenido sobre la ciudad, lo cual permitió que desembarcaran las tropas que se encontraban a bordo de las fuerzas sutiles de Los Hatillos, y se apoderaron de la ciudad pese a la obstinada resistencia ofrecida por su guarnición. Dueños de ella, mientras el grueso de las tropas realistas se encontraba lejos, en espera de las tropas republicanas, saquearon los almacenes del rey, algunas casas particulares, pusieron a flote la flechera Barinesa recién construida y aparejada, exenta de artillería y velamen, los cuales se encontraban en tierra y también fueron recogidos. Tres días más tarde, regresaron las tropas realistas y las republicanas se retiraron de la ciudad.
La imprudencia de Morales de dejar desguarnecida a Maracaibo, en presencia de un enemigo que lo rodeaba y que controlaba las comunicaciones marítimas del lago, a través del cual no pudo movilizar fuerzas adecuadas, costó caro a los realistas; los republicanos aumentaron sus recursos logísticos a expensas de los realistas. Es inconcebible haber debilitado la defensa de la capital en la circunstancia en la que los republicanos poseían bastante fuerza naval, en la cual fácilmente podían transportar tropas por agua, para atacarla en circunstancias favorables, en mucho menos tiempo del necesario para que el ejército, situado a más de 60 kilómetros, llegara a su defensa. Esta violación flagrante del principio de economía de las fuerzas equivalía a abandonar la ciudad a los republicanos y con ello los contados recursos de los que disponía el ejército.
Operaciones el 21, 22 y 23 de julio
Cuando las primeras luces del 21 de julio de 1823, los buques realistas estaban fondeados en la ensenada de Zapara. A las 06:30 horas, el centinela de tope de la Vigía observó que empezaban a maniobrar para darse a la vela, y lo transmitió al cuartel general republicano de los Puertos de Altagracia. Por su parte, el buque insignia del contralmirante Padilla, estaba fondeado en ese momento en una pequeña ensenada situada entre Los Puertos de Altagracia y el Ancón Sur, mientras que el resto de los barcos se encontraba fondeado en la ensenada de Carrizal. Al conocer esta información, Padilla ordenó prepararse para la acción. Poco rato después se informó que la flechera realista Guaireña de 3 palos venía a toda vela sobre Punta Palmas, fondeando al Norte de dicha punta, como al comienzo de El Tablazo, y después fueron llegando otras goletas a sus inmediaciones y también fondearon. El vigía anunció que a lo largo de El Tablazo se encontraban escalonadas otras naves y a la retaguardia un bergantín. A las 11:00 horas, soplando viento del NE, el contralmirante Padilla fue pasando a bordo de cada uno de sus buques para ver el estado de ánimo y leer una proclama.
Momentos después flameaba en el mástil la señal de zafarrancho de combate. Seguidamente, se dispuso que todas las dotaciones de la escuadra llevasen como divisa un lazo en el brazo izquierdo para que se identificaran en caso de abordaje, y que si este se efectuaba de noche, debían estar sin camisa.
Los barcos republicanos esperaron el ataque de los realistas, quienes, lejos de acometer, permanecieron fondeados en el canal de El Tablazo, sin dar señales de actividad. La escuadra permaneció firme en sus puestos con la mecha encendida y atentos a la orden de ataque. Al anochecer, los realistas se retiraron.
Al amanecer del 22 de julio se divisaron los buques realistas fondeados en el Cascajal, en la bahía El Tablazo. Poco rato después se daban a la vela y maniobraban para tomar el canal y dirigirse al Sur. Al conocer el contralmirante Padilla que los realistas no podían salir de El Tablazo ni efectuar ningún ataque, sino con viento a la brisa, dio orden a la escuadra de acercarse a la costa de Punta Palmas del Norte todo cuanto fuera posible para ganar al barlovento si acaso atacaban. Ocupó toda la ensenada comprendida entre Punta Palmas y Los Puertos y colocó a sus fuerzas sutiles en la misma Punta Palmas, esperando que levantara el viento del NE para atacar a los realistas, si intentaban pasar hacia Maracaibo. Los realistas permanecían en El Tablazo con viento favorable, pero a las ocho y media roló al SE y fondearon. Formaban la escuadra enemiga las siguientes unidades: 3 bergantines, 11 goletas, 2 pailebotes, 3 flecheras y 15 barcas entre faluchos y piraguas armadas.
En vista de esta situación, Padilla dispuso que el bergantín Independiente (buque insignia) y las goletas Manuela Chitty y Emprendedora se ubicaran en Punta Palmas y ordenó al comandante Walter Chitty que con las fuerzas sutiles avanzara por la izquierda hacia el frente, es decir, hasta la boca de El Tablazo, y se atravesara a vanguardia de la línea realista para provocarla y averiguar sus intenciones. Por su parte, el mismo Padilla se embarcó en un bote con un cañón y diez soldados, avanzó hacia el mismo paraje, recorrió las unidades de vanguardia y observaba de cerca a las naves realistas, que a la sazón estaban aproadas hacia el SO como con intenciones de avanzar hasta la isla de Capitán Chico. En ese momento el viento soplaba del SE que era un obstáculo para el avance de los barcos republicanos hacia la línea realista. El viento cambió al NE y a las 11:30 horas Padilla dispuso que las fuerzas sutiles regresaran a su lugar. No quiso atacar. El bergantín San Carlos y la goleta Zulia se habían varado en el bajo que forma una especie de saliente entre los canales de El Tablazo. Durante la noche, los realistas se ocuparon en alijar el bergantín y la goleta para ponerlos a flote.
En la mañana del 23 de junio, las dos escuadras se hicieron a la mar a las 06:37 y maniobraron, siguiendo la republicana los movimientos de la realista, más que por propia iniciativa. Padilla observó que la intención de los contrarios era más bien pasar de largo que combatir. A 07:45 horas, como los realistas iban cayendo a sotavento, se ordenó a cada buque ocupar su sitio y seguir los movimientos del comandante, y media hora después la escuadra republicana arribó sobre los realistas que estaban en línea de combate de la vuelta del Sur. A las 08:19 se dio la orden a cada buque de la escuadra republicana de atacar al más proporcionado del enemigo hasta rendirlo y abordarlo si fuera necesario, y la vanguardia de la misma se dirigió sobre la enemiga; pero al efectuar este movimiento, los barcos, con excepción del Marte, se aguantaban a barlovento, atrasándose en cumplir las órdenes. Orzó primero la Espartana y a ella la siguieron los demás, formando estos buques una línea por la aleta de barlovento, y la Leona, que debía estar a retaguardia, estaba muy lejos, y a barlovento de los demás. Fue necesario ordenar forzar la vela a fin de que se uniesen y se dio la orden de formar una pronta línea de combate sin sujetarse a puestos para que no hubiera inconveniente en buscar su lugar.
En vista de esta situación, Padilla dispuso que el bergantín Independiente (buque insignia) y las goletas Manuela Chitty y Emprendedora se ubicaran en Punta Palmas y ordenó al comandante Walter Chitty que con las fuerzas sutiles avanzara por la izquierda hacia el frente, es decir, hasta la boca de El Tablazo, y se atravesara a vanguardia de la línea realista para provocarla y averiguar sus intenciones. Por su parte, el mismo Padilla se embarcó en un bote con un cañón y diez soldados, avanzó hacia el mismo paraje, recorrió las unidades de vanguardia y observaba de cerca a las naves realistas, que a la sazón estaban aproadas hacia el SO como con intenciones de avanzar hasta la isla de Capitán Chico. En ese momento el viento soplaba del SE que era un obstáculo para el avance de los barcos republicanos hacia la línea realista. El viento cambió al NE y a las 11:30 horas Padilla dispuso que las fuerzas sutiles regresaran a su lugar. No quiso atacar. El bergantín San Carlos y la goleta Zulia se habían varado en el bajo que forma una especie de saliente entre los canales de El Tablazo. Durante la noche, los realistas se ocuparon en alijar el bergantín y la goleta para ponerlos a flote.
En esta acción, de muy corta duración, pero de terribles efectos para ambos, hubo varios muertos y algunas naves sufrieron muchos daños en la arboladura y el velamen. Los realistas pasaron de largo y se dirigieron hacia Maracaibo, donde fondearon en línea de combate entre Capitán Chico y El Milagro; las fuerzas republicanas permanecieron a la vela y se reagruparon nuevamente; hecho esto, se izó la señal de abordar al enemigo, la cual no se pudo ejecutar porque el viento calmó, pero al refrescar este, a las 11:10 horas, soplando del SE, se repitió la señal y nuevamente no se ejecutó por sobrevenir otra calma y soplar de varias direcciones, por cuya razón se resolvió dejar el combate para el día siguiente y dar descanso a las tripulaciones de las fuerzas sutiles que habían estado bogando desde tempranas horas.
Laborde bajó a tierra y se entrevistó con Morales en Atillo. La discusión fue feroz y quedó desechada la idea de un ataque combinado por la escuadra y el ejército. Acordaron verse nuevamente a la mañana siguiente en La Hoyada. Allí pasaron las primeras horas del día.
A las 13:05 horas se ordenó fondear en los Puertos de Altagracia y quedaron los buques anclados en una línea paralela a la costa. De esta manera terminó el día 23 de julio. Al anochecer de ese día, las escuadras se encontraban fondeadas así: la realista desde Capitán Chico hasta El Bajito, donde había a la sazón un fuerte y otros bastiones que defendían la urbe marabina. La republicana estaba fondeada desde Punta Palmas hasta El Ancón del Sur, del paraje costeño que se conoce con el nombre genérico de los Puertos de Altagracia y avanzaron sus fuerzas sutiles a Punta Piedras.
Desarrollo de la batalla el 24 de junio de 1823
Al amanecer del 24 de julio, el contralmirante Padilla se reunía con sus oficiales para determinar el orden de las naves, que era el siguiente: bergantín Independiente, bergantín Confianza, las goletas Antonia Manuela, Manuela Chitty, Emprendedora, Peacock, Independiente, Leona, Espartana y bergantín Marte. El Marte a barlovento de la línea y el Independiente a sotavento; este último era el insignia.
Laborde reanudó la conferencia con Morales; conforme a lo previsto, se examinó la propuesta de Laborde y se estudió la situación con el objeto de llegar a una resolución. De la información de Laborde se deduce que tampoco se llegó a ninguna determinación, y señala que a las 11:00 horas, su ayudante le informó que el viento había cambiado del NO para el NE y que, a favor de este, las naves republicanas maniobraron para darse a la vela. Habían perdido los realistas el viento favorable y la oportunidad de atacar con buen viento en la mañana, como haría Padilla en la tarde.
Cuando cesó la conferencia y Laborde se dirigió a la orilla, se embarcó en el esquife Resistencia y llegó a bordo de la goleta Especuladora. Dio las órdenes para rechazar el ataque y se dirigió al Norte en el mismo esquife, ordenándole al patrón que lo llevara a Capitán Chico, donde se encontraba la escuadrilla sutil española.
Ordenó al jefe de la escuadra sutil colocar los barcos en línea normal con la línea de batalla; es decir, en dirección Oeste-Este, a partir del buque más al Norte de la línea de buques mayores, hacia el Oeste, apuntando al Norte hacia la escuadrilla sutil republicana. Cuando la escuadrilla sutil maniobró para cumplir esta orden, se dejó ver que la sutil republicana se le venía encima. Estas dos escuadrillas fueron las que primeramente se cruzaron los fuegos. Empezado el fuego en el extremo norte, Laborde se embarcó en su nave insignia (Especuladora); dispuso que sus barcos se acoderaran y ordenó tocar zafarrancho de combate.
A las 11:00 horas el viento empezó a soplar desde el nordeste y la marea estaba a su favor. A las 14:00, Padilla mandó a la flota sutil marchar al oeste para atacar el flanco norte del enemigo; 20 minutos después se daba la señal de velar y a las 14:28 horas, formaban para atacar de frente a la flota realista.
A las 15:17 horas, el contralmirante Padilla ordenó izar en el palo mayor de su barco la señal de abordar al enemigo y se dejó izada hasta que fue contestada por todos, lo que en lenguaje marino significa “no hay más órdenes que dar”. A las 15:45 horas, Laborde abrió fuego de cañón y poco después el de fusilería. Sabiendo que sus naves eran menos maniobrables dadas las condiciones, el español decidió esperar a Padilla.

A las 15:45 abrieron los fuegos en las naves mayores españolas, pues en las fuerzas sutiles empezaron unos minutos antes contra las fuerzas de Chitty. Rápidamente, el humo de la pólvora fue contra los realistas, que quedaron cegados y empezaron a disparar al azar.
Cinco minutos después se generalizó el fuego de los fusiles y cañones en todas las naves. Los barcos republicanos, a pesar del fuego, avanzaban sin disparar, hasta que se encontraron a tiro de pistola. En los barcos republicanos no se oía en esos momentos sino los toques del clarín de órdenes y las voces de mando de los oficiales, y cuando estuvieron a toca-penoles dieron la orden de ¡Fuego! y seguidamente la de ¡Abordaje!

La artillería republicana abrió los fuegos con las piezas de estribor. Las naves realistas dispararon las andanadas de un flanco y, al no poder virar, se limitaron a defenderse con fusilería, mientras llegaba la hora del abordaje. Este se produjo seguidamente; se abarloaron las 157 naves, saltaron los unos a la cubierta de los otros. El bergantín Independiente envió sus hombres sobre la cubierta del San Carlos, que se rindió; la mayor parte de la tripulación se arrojó al agua y fue nadando hasta la costa.


El bergantín Confianza abordó una goleta; el bergantín Marte atacó simultáneamente a las goletas Mariana, María y Rayo. La goleta Emprendedora trabó combate con el bergantín Esperanza, cuyo comandante Federico Heytman, al verse perdido, hizo volar prendiendo fuego a su santabárbara.
Las goletas Manuela Chitty y Leona se enfrentaron con las goletas Zulia, Habanera y Liberal.
La goleta republicana Antonia Manuela quedó severamente dañada; fue abordada por los infantes de la Zulia, que no dejaron a bordo ni un grumete con vida; pero habiendo salido en su auxilio la goleta Leona y un bote armado del Independiente, la Leona con sus fuegos protegió al bote, que lo recuperó inmediatamente.

La población marabina aglomerada en las barriadas de El Milagro y La Cotorrera para contemplar el tremendo espectáculo, apenas podía ver unas masas amorfas y espesas de humo, las cuales, a medida que eran dispersadas por la brisa, dejaban ver los destrozos de las naves y las llamaradas de los incendios, mientras que flotando, muertos y agonizantes, se veían los cadáveres y los heridos. Desde las azoteas de los edificios más altos, desde las torres de los templos, desde las copas de los árboles y cocoteros, la población presenciaba aquel terrible y amedrentador espectáculo, y sucedía que, al aproximarse a tierra alguna nave realista, era fogueada por los republicanos con rifles y pistolas y a la inversa, cuando la nave era realista.
Se cuenta que el general Morales subió en su caballo de guerra a la colina de La Cotorrera y desde allí presenció la batalla y permaneció erecto, como una estatua de bronce, durante el tiempo que duró la acción. Del mismo modo, el general Manrique, del otro lado del estrecho o garganta, sobre la cima del cerro El Vomitón, cerca de los Puertos de Altagracia y también a caballo, presenció la célebre acción.
Las flecheras realistas Guaireña y Atrevida pudieron maniobrar, y se introdujeron dentro de la bahía, donde se guarnecieron, pero la Atrevida averiada por bala de cañón tuvo que vararse en la playa de Los Haticos; el bergantín Esperanza voló y desapareció entre las llamas del incendio; y el resto de las naves españolas fueron capturadas.
Cuando se dio cuenta de la derrota, Laborde intentó organizar la retirada, pero ya era tarde. Casi toda su escuadra fue echada a pique y solo consiguieron la goleta Zulia (muy maltrecha), la Especuladora (insignia) y las dos flecheras huir del lago hacia Puerto Cabello. A las 18:45 los republicanos dejaron de perseguirlos. A Laborde se le amotinaron sus subalternos; según cuenta él, en persona, eficazmente ayudado por el capitán José Vilanova, sable en mano, trataron esforzadamente de someter a los amotinados, sin conseguirlo, pues todos abandonaron la nave insignia. En esta emergencia, la Especuladora se lanzó de proa contra la playa, quedando embarrancada, y los tripulantes desembarcaron.
La batalla terminó a las 18:45 horas. El bergantín Independiente (insignia), bastante dañado, fondeó a tiro de pistola de las baterías de La Muralla, frente al Bajito, sin ser molestado por los cañones de la misma, cuyas dotaciones la abandonaron y se adentraron en la urbe, junto con los fugitivos de las naves realistas. Sobre la superficie del lago flotaban los cadáveres, mástiles, velas y jarcias, todas rotas y destrozadas.
Las pérdidas españolas fueron: 800 muertos, 438 heridos y 69 prisioneros. Las pérdidas de Padilla fueron 44 muertos (8 oficiales y 36 de tropa) y 120 heridos (14 oficiales y 105 de tropa).
Laborde se internó en la ciudad, pero por temor a alguna brutal agresión por parte de Morales, se dirigió por tierra hasta El Moján, donde se embarcó para el castillo San Carlos y desde allí se dirigió a Curazao y después a La Habana, acompañado de algunos oficiales.
Consecuencias de la batalla
Con la derrota de Laborde, se eliminó el peligro de la hegemonía naval española en el Caribe colombiano. Por primera vez, Colombia tuvo lo que se conocía en esa época como “Mare Nostrum español”. Santander pudo disponer de 2 puertos en el Pacífico y 4 en el Atlántico en Colombia, lo que permitió el libre intercambio comercial marítimo de Colombia con otros países.
Con la derrota de Morales desapareció para siempre el peligro de invasión del departamento de Cundinamarca, y de reconquista total de Venezuela, ambicionada por los españoles, sellando la independencia de la Gran Colombia compuesta por Panamá, Cundinamarca y Venezuela.
Páez pudo acelerar el cerco de Puerto Cabello, que capitularía en noviembre de 1823.
Bolívar pudo continuar tranquilamente sus operaciones en el Sur, que culminarían con el triunfo en las batallas de Junín (1824), Ayacucho (1824) y El Callao (1826), consolidando la independencia de Ecuador (que ya se estaba formando después de la batalla de Pichincha en 1822) y de Perú posteriormente.
Rendición de Maracaibo (3 de agosto de 1823)
Tras la batalla naval del lago de Maracaibo, el 24 de julio de 1823, el capitán general Francisco Tomás Morales, tras perder cerca de 800 hombres en la batalla naval, junto con 300 adicionales (entre ellos 69 oficiales) que fueron hechos prisioneros, le quedaban poco más de 1.700 combatientes fatigados y hambrientos, sitiados por mar y tierra, sin posibilidad alguna de recibir suministros (alimentos, armas) y, ante la superioridad republicana, Morales no tenía otra opción que acordar su rendición.
La capitulación fue precedida por una negociación: el bando realista estuvo representado por el coronel José Ignacio de Casas y el Tcol López Quintana; los republicanos comisionaron al Tcol José María Delgado (comandante del batallón de Zulia) y al capitán José María Urdaneta (de la comandancia general del departamento Zulia). Los términos del acuerdo no surgieron de manera inmediata; con la tropa que tenía en Maracaibo, el general Morales intentó convencer de su capacidad para resistir por largo tiempo en la ciudad, así como que tenía en su poder 1.000 prisioneros de guerra republicanos, que sufrirían la carestía de alimentos, maniobra con la que buscó persuadir al general Manuel Manrique para que este le concediese amplios beneficios.
No obstante, se llegó a un acuerdo que implicó: la rendición de los realistas y la entrega por parte de estos de la plaza de Maracaibo, la fortaleza de San Carlos y los territorios que hasta entonces habían ocupado; también debían ceder los buques fondeados en el lago; la República, por su parte, asumía los gastos inherentes al traslado de los militares y civiles realistas que optasen por salir hacia La Habana, así como respetar los derechos y propiedades de quienes tomasen la decisión de permanecer en territorio de la república. De manera excepcional, y con el ánimo de no trabar la negociación, se le concedió a los realistas retirarse con algunas armas de corto alcance.
El 3 de agosto de 1823, el general Morales suscribió las cláusulas de la capitulación, que fueron ratificadas al día siguiente por los generales Manuel Manrique y José Padilla, quienes se encontraban en Altagracia. Después de resolverse la logística de la evacuación, en horas de la tarde del 15 de agosto se efectuó el embarque de la guarnición realista, en ocho buques más la goleta Especuladora, previamente solicitada por Morales en el marco de las negociaciones.

Los militares saldrían con sus banderas ondeando, serían escoltados por una flota republicana hasta Cuba, recibirían 5.000 pesos y sus soldados quedarían libres de elegir si seguir a su comandante o quedarse a vivir bajo régimen republicano. El 15 de agosto comenzó la evacuación de los realistas de Maracaibo. Fueron enviados a Santiago de Cuba 1.000 de los 3.000 soldados que mandaba Morales; el resto fue desarmado y se estableció en la ciudad o sus alrededores. Les acompañaron en el viaje al destierro unas 600 familias marabinas.
Más de 1.000 civiles buscaron acompañarlos para evitar quedar bajo el régimen republicano, pero los 2.000 embarcados no cabían en los 8 buques destinados para su transporte. Todos rogaban no ser dejados atrás. Finalmente, como Padilla no autorizaba contratar más barcos aptos para navegar en alta mar, se decidió dejar 450 soldados y oficiales que harían el viaje a Cuba cuando llegaran los barcos pedidos en Curazao. Familias realistas también saldrían de Coro, Cumaná y Caracas en un proceso que venía desde el inicio del conflicto.
El general Morales embarcó a Santiago de Cuba volvió a España para ser nombrado comandante general de las Canarias en 1827.
Rendición de Puerto Cabello
La plaza de Puerto Cabello estaba dividida en dos partes: una llamada Pueblo Interior, que forma una península que por medio de un istmo se junta a la población llamada Pueblo de Afuera, que comienza en dicho istmo y se extiende hasta el continente. El Pueblo Interior estaba separado del exterior por un canal que corría del mar al seno de la bahía, bañando sus aguas al pie de la batería llamada la Estacada, que con un baluarte a levante nombrado del Príncipe y otro al poniente llamado de la Princesa, defendían la plaza por el sur.
Por el este tenían los realistas una batería llamada Picayo o Constitución, establecida en la orilla del pueblo, opuesta por esta parte al extenso manglar que forma por aquel lado la bahía. Por el norte, no tenía la plaza más defensa que la batería del Corito y el castillo de San Felipe, construido enfrente sobre una isleta situada en la boca del canal que forma la entrada del puerto, cuya boca cerraba una cadena tendida entre las citadas fortificaciones.
Todos estos puntos estaban perfectamente artillados y servidos. De la batería Corito corría una cortina hacia el Sur hasta unirse a la del Príncipe, pero sin artillar. Delante de la estacada y después de un espacio despejado como de unas 250 varas, quedaba el pueblo exterior. Al principio de este, saliendo de adentro, se estableció una línea fortificada, defendida al oeste por una casa fuerte, situada en la desembocadura del río San Esteban, y también por un reducto frente a la calle Real del pueblo. De allí al levante formaba la línea una curva para dejar libres los fuegos de la batería de Princesa.
Con la destrucción de buena parte de la flota española en Maracaibo y la salida de una parte de ella para Cuba, los realistas vieron desvanecidas las esperanzas de reforzar a Puerto Cabello. Las posibilidades de recibir refuerzos desde España eran cada vez más remotas. El camino le había quedado más despejado a Páez, quien concentró aún más sus esfuerzos en acentuar el bloqueo sobre esta plaza al movilizar las fuerzas terrestres y marítimas disponibles. Una de sus primeras acciones en tal sentido consistió en marchar hasta el puerto de La Guaira para activar la conducción del mortero, la artillería y demás elementos de guerra en los bergantines Urica y Pichincha, naves que sirvieron para impedir la entrada de víveres a la sitiada plaza.
Cuando Páez adelantaba esta operación, se enteró de la desesperación y del conflicto interno que se palpaba entre los vecinos y la guarnición española de la plaza; pues muchos estaban ansiosos de que se pactara una capitulación que evitara las desgracias que se presagiaban por el estado de indefensión en que se hallaban. Habiendo confirmado esta noticia con cartas particulares provenientes de Curazao, el general republicano tomó la decisión de abrir negociaciones con la esperanza de que tendrían feliz término. Marchó entonces con celeridad, pero sin dejar de agilizar la remisión de buques y demás elementos de guerra que estaban preparando para el sitio de la plaza.
Los republicanos acamparon en El Palito; eran 1.500 a 1.600 soldados organizados en el BG, BI de Anzoátegui y BI de Boyacá y un escuadrón de caballería de húsares, este último bajo el mando del coronel Fernando Figueredo Mena, oficial que estuvo preso siete meses en el castillo San Felipe de esa ciudad. Por eso Páez le pidió participar en la acción, pues conocía toda la fortificación.
El 28 de agosto de 1823, desde el cuartel general de Valencia, el general Páez envió una comunicación al brigadier Manuel Carrera de Colina, comandante en jefe de la plaza de Puerto Cabello. Aprovechó la ocasión para adjuntarle el texto de la capitulación recientemente pactada en Maracaibo, después de lo cual advirtió haber concentrado todas sus tropas en recuperar aquella plaza. En su comunicación, Páez aseguró que contaba con fuerzas suficientes para atacar, pero también era consciente de los sacrificios y víctimas que esto acarrearía.
El 17 de septiembre, estando Páez en La Guaira acopiando algunas fuerzas para el asedio, despachó secretamente una carta al brigadier Sebastián de la Calzada, convidándolo a deponer las armas para evitar derramamiento de sangre y ofreciéndole 25.000 pesos para los gastos, lo cual implicaba la salida de su plaza.
Al recibir respuesta negativa, el 23 de septiembre comenzaba el asedio.
El 27 de septiembre, tras fijar su cuartel general en la alcabala del Paso Real, Páez llegó a ofrecer una capitulación negociada dada la inutilidad del sacrificio de sangre, ya que no podían recibir refuerzos por mar debido al bloqueo de 18 barcos del almirante José Prudencio Padilla y el contraalmirante Renato Beluche. El brigadier español se negó a aceptarla.
Páez comenzó las operaciones para montar artillería en la batería del Trincherón, trabajando bajo los certeros fuegos realistas, que contaba con excelentes artilleros. El 7 de octubre, se apoderaron de dicha batería, situada a orillas del manglar, y allí colocaron 1×24 cañón. El teniente realista Pedro Calderón, que con una flechera armada en el estrecho que forma el manglar y la batería del Trincherón, al pie del cerro, les impedía llevar del puerto de Borburata los bastimentos de guerra, tuvo que retirarse de aquel punto con gran pérdida, y ya desde entonces tuvieron el camino franco para fijar las otras baterías contra la plaza.
El 8 de octubre, se montó la batería San Luis al oeste del Trincherón, que ofrecía la ventaja de dar más protección a los elementos que llegaban de Borburata. El 12 de octubre, lograron construir en los Cocos una batería que dominaba la boca del río para impedir que los sitiados salieran a sacar agua de él, y para ofender la casa fuerte. Aprovechándose el enemigo del incendio de esta batería, producido por la explosión de una granada, hizo una salida, pero fue rechazado y obligado a volver a la plaza por el capitán Laureano López. Al oeste de los Cocos asentaron un mortero, y establecieron las baterías de la calle Real contra el reducto de la línea exterior, y la del Rebote para atacar a la Princesa y a unas lanchas que los realistas tenían apostadas en el manglar. Se habían aproximado tanto a los muros y abrieron brecha en la casa fuerte y en el Tamborete; pero los realistas reparaban por la noche los daños recibidos durante el día.
Para esa fecha ya había capitulado la fuerza que ocupaba el Mirador de Solano, punto que servía de vigía al enemigo, y que desde entonces proporcionó a los republicanos igual ventaja para observar el interior de la plaza sitiada.
Finalmente, al ver que habían resultado inútiles sus esfuerzos por evitar las consecuencias funestas de la vía armada, a las ocho de la mañana del 31 de octubre el general Páez envió la cuarta y última intimación para la rendición de la plaza en un término de 24 horas y, en caso de no ser respondida, prometió en un tono amenazante «pasar a cuchillo toda la guarnición». La respuesta del brigadier español fue inmediata y tajante. Se negó a aceptar la proposición aduciendo que el culpable de los males de la guerra no eran quienes defendían la plaza, sino los republicanos y su incesante ánimo agresivo y provocador.
Viendo que todas las mañanas se veían huellas humanas en la playa camino de Borburata, los sitiadores apostaron gente y lograron sorprender a un negro que a favor de la noche vadeaba aquel terreno cubierto por las aguas. Dicho negro, que se llamaba Julián Ibarra, que era esclavo de Jacinto Iztueta, y que solía salir de la plaza para observar los puestos de los sitiadores por orden de los sitiados. Se le concedió la libertad, pero cada vez que llegase debía presentarse e informar sobre los sitiados. Después de ir y volver muchas veces a la plaza, lograron al fin atraer el negro a la causa republicana.
Viendo que la negociación no progresaba, Páez decidió lanzar el ataque militar por la parte más desguarnecida de la plaza.
En la noche del 5 de noviembre inició el planeamiento de esta operación militar, para lo cual destinó al capitán de caballería Marcelo Gómez y a los tenientes del batallón Anzoátegui, José Hernández y Juan Albornoz, para que, guiados por el negro, reconocieran anticipadamente el estado de la laguna que flanqueaba la plaza por el costado derecho. Volvieron a las dos horas, dando cuenta de que se habían acercado hasta tierra sin haber nunca perdido pie en el agua.
Páez resolvió entrar en la plaza por la parte del manglar, y para que los sitiados no sospecharan que iban a llevar muy pronto el ataque, puso 500 hombres durante la noche a construir zanjas, y desvió el curso del río para que creyesen los sitiados que pensaba únicamente en estrechar más el sitio y no en asaltar por entonces los muros de la plaza.
En esa ocasión Páez escapó milagrosamente con vida, pues estando aquella mañana muy temprano inspeccionando la obra, una bala de cañón dio con tal fuerza en el montón de arena sobre el cual estaba de pie, que le lanzó al foso con gran violencia, pero sin la menor lesión corporal.
De manera sigilosa, el día 7 de noviembre a las diez de la noche se dispuso que 400 hombres del batallón de Anzoátegui, mandados por el Tcol José Andrés Elorza, junto a 100 lanceros del regimiento de Honor al mando del mayor Manuel Cala, atravesarían la laguna guiados por un esclavo llamado Julián Ibarra. En un tortuoso recorrido, los soldados se metieron uno a uno al agua y durante cuatro horas atravesaron manglares con agua hasta el pecho, las armas sobre la cabeza y pisando suelo fangoso. Llegaron sin ser detectados por las baterías españolas Princesa y Constitución y burlando la vigilancia de la corbeta Bailén y las lanchas de defensa apostadas en la laguna.
El Tcol Francisco Farfán debía apoderarse de las baterías Princesa y Príncipe, con dos compañías a las órdenes del capitán Francisco Domínguez y 50 lanceros, que con el capitán Pedro Rojas a la cabeza, al escuchar el primer fuego, cargarían precipitadamente sobre las cortinas y baluarte, sin dar tiempo a los realistas a sacar piezas de batería para rechazar con ellas el asalto.
Una compañía, al mando del capitán Laureano López, y 25 lanceros, a las órdenes del capitán Juan José Mérida, debían ocupar el muelle, y el capitán Joaquín Pérez, con su compañía, debía apoderarse de la batería del Corito. El capitán Gabriel Guevara, con otra compañía, atacaría la batería Constitución. El Tcol José de Lima con 25 lanceros ocuparía la puerta de la Estacada, que era el punto por donde podía entrar en la plaza la fuerza que cubría la línea exterior. Formaba la reserva con el mayor Cala la compañía de cazadores del capitán Valentín Reyes. Las lanchas que estaban apostadas en Borburata debían simular un ataque al muelle de la plaza.

Durante horas estuvieron cruzando el manglar con el agua hasta el pecho y caminando sobre un terreno muy fangoso, sin ser vistos. Pasaron tan cerca de la batería de la Princesa que pudieron oír a los centinelas admirarse de la gran acumulación y movimiento de peces que aquella noche mantenían las aguas tan agitadas. Pasaron también muy cerca de la proa de la corbeta de guerra Bailén, y lograron no ser vistos por las lanchas españolas destinadas a rondar la bahía.
A las dos y media de la mañana del 8 de noviembre pisó tierra la primera columna entre las dos baterías españolas que, al ser sorprendidos, iniciaron la reacción y así se rompió el fuego al interior de la plaza. Capturaron, después de una hora de lucha, las baterías de Corito, de la Princesa y del Príncipe.
Noventa militares españoles encerrados en la casa fuerte, al verse en medio de dos líneas enemigas, solicitaron entrar en diálogo, pero los oficiales republicanos los obligaron a rendirse, después de lo cual fueron interrumpidas las hostilidades.

El coronel Manuel de Carrera y de la Colina logró resistir en el castillo hasta el 10 de noviembre, momento en que también se rindió. El brigadier Calzada y su Estado Mayor se refugiaron en la iglesia del Rosario hasta las 06:00 horas de ese día, cuando fueron entregados por los dos sacerdotes que los protegían. Como señal de capitulación, Calzada entregó su espada a Páez.
El 8 de noviembre, habiéndose apoderado de la plaza, Páez envió una comunicación al coronel Manuel Carrera y Colina, quien había buscado refugio en el castillo para rendirse; después de varias horas, Manuel Carrera se rindió.
Basados en los datos aportados por Páez, durante el asalto nocturno murieron 10 republicanos y otros 35 resultaron heridos. En cambio, los defensores padecieron 156 muertos y 59 heridos. Con la capitulación, los republicanos capturaron 56 oficiales, 539 soldados, 620 fusiles, 60 cañones, 6 lanchas cañoneras y 3.000 quintales de pólvora; además, la corbeta Bailén fue incendiada.
Al atardecer del 15 de noviembre se embarcó la guarnición española y las tropas republicanas ya guarnecían el castillo. Al día siguiente zarpó el convoy que condujo a los viajeros hasta las costas de Cuba. Las embarcaciones empleadas para esta operación fueron las corbetas Boyacá y Urica, el bergantín Pichincha, la goleta americana La Tártaro y la flechera Picayo.
El negro Julián Ibarra, que fue quien condujo a las tropas por el manglar para poder entrar en la ciudadela, Páez lo nombró capitán del ejército y le regaló una mula con sus aperos, una buena casa en Puerto Cabello y 500 pesos. Se dedicó a las malas compañías y al juego. No trabajó y en poco tiempo empeñó la mula, vendió los aperos, gastó los 500 pesos en juegos y también perdió la casa, acabando enjuiciado y ahorcado por un terrible homicidio.