Guerras Realistas en España Sin categoría Operaciones finales en Cataluña (julio a octubre de 1832)

Operaciones en el mes de julio

A principios de julio, los seguían avanzando por el Noya y a finales de mes por el Alto Penedés y el Garraf, consiguiendo dejar totalmente aislados los tres puntos que dominaban los constitucionales: Barcelona, ​​Tarragona, Reus y Lérida.

También llegaban a Barcelona las milicias de Mataró, de Badalona, ​​de Sant Andreu de Provençals, de Horta, de Sarriá y Gracia, por haber entrado los franceses en dichos pueblos.

De hecho, los franceses y los realistas cada vez se acercaban más a Barcelona, ​​tanto por la costa (Mataró) como por el interior (Martorell y Esparreguera), lo que obligó en el mes de julio a los liberales a sacar tropas de la ciudad condal (encabezadas por Llovera) para intentar detener este avance, a la vez que Milans se instalaba a caballo de las provincias de Lérida y Tarragona.

Los primeros días de julio los franceses se aproximaron a la ciudad de Barcelona, ​​y el día 8, iniciaron oficialmente el bloqueo. Las tropas que asediaban Barcelona a principios de julio eran la DI-10/IV Donnadieu en Sabadell y Sant Cugat y la DI-5/IV de Curial en el río Besós y Ripollet.

Mientras la DI-9/IV de Damas seguía bloqueando los fuertes de Figueras y Hostalrich, y Eroles hacía el mismo con los de la Seo de Urgel.

Combate de Molins de Rey (9 de julio de 1823)

El 1 de julio, la DI-3 del brigadier José Manso y Sola fue a establecerse en Molins de Rey, uniéndose a ella BI-XLVII de línea de Valencia, que estaba en Barcelona. El día 3, a las 11 de la noche, desde la puerta del Ángel salió la DI-1 con destino a Molins de Rey, llegando a las 4 de la mañana. Llegaron noticias de que en Granollers había de 4.000 a 5.000 franceses, con 400 caballos y piezas de artillería, y que habían adelantado algunas fuerzas a Molet y Monmalet.

El día 5, quedaron en Molins el BI-I y BI-II de defensores de la Libertad y la caballería de la Constitución, a las órdenes del coronel Lorenzo Cerezo, el resto de la división Milans se dividió, ocupando el cuartel general San Vicente de Horts con BI-IL, BI-XXIII y BI-VL de línea y RC-1 de caballería, y los emigrados de infantería y caballería y el BI-XVIII de línea en Pallesa.

El 6 de julio, en Villarana hubo una junta en la que estuvieron el coronel Miranda jefe de la DI de reserva, y el brigadier Manso, y el JEM, San Miguel, para acordar medidas, vista la aproximación del enemigo. Convinieron en que una columna, al mando de Llovera debía marchar a maniobrar entre Cervera y Cardona; que otra, al mando de Milans partiese desde Igualada y apoyase a Llovera; y que otra, al mando de Miranda, se situase en el llano de Barcelona. Y en virtud de las órdenes expedidas preventivamente para la ejecución el plan, el 7 se trasladó la DI-2 a Villarana. En este mismo día ocuparon los enemigos los puntos de Sarria y Gracia.

El día 8, el BI-XXIII y el BIL-V de línea, con la caballería de la Constitución, pasaron a unirse a la columna de Llovera en Martorell y San Andrés, y el BI-XLVII de línea a la DI-3. Los batallones de Defensores, que estaban en Molins, pasaron a San Vicente, y para ocupar Molins pasó la DI-3. El BIL-X de cazadores de Barbastro debía unirse a la columna de Miranda. El alcalde de San Andrés de Palomar dio parte en ese día de que habían llegado al pueblo 40 soldados franceses de caballería, quedando en Moneada una fuerte división, y sobre el camino de Molins de Rey se habían visto al rayar el día 300 caballos.

El movimiento sobre Barcelona de la DI-5/IV y la DI-10/IV comenzó mañana 8 de julio. La DI-5/IV dejó sus posiciones de Mataró, Parpes y Granollers para establecerse sobre la izquierda del río Besós, desde su embocadura hasta el punto donde recibe el Ripoll, y su derecha se prolongará sobre dicho río. La DI-10/V, que ocupaba Caldas de Mombuy y Gariga, tomó posición a la derecha de la DI-5/IV, y se extendió hacia Martorell.

Milans había reunido su división sobre el primer punto, y Llovera ocupaba Martorell con la suya, desertores informaron que estas divisiones liberales habían sido reforzadas por una gran parte de la guarnición de Barcelona. El vizconde Donnadieu con su DI-10/IV marchó el 9 de julio sobre Molins de Rey con la mayor parte de sus fuerzas, y su derecha se dirigirá sobre Martorell.

El conde Curial con su DI-5/IV ocuparon el mismo día Vallvidrera y Santa Cruz; en ese último punto con la DI-10/IV, apoyando el movimiento de esa división sobre Molins del Rey. Durante la acción, la BRM-I/10/IV de Roche-Aymon se enfrentaría a Milans del Bosch el día 9.

El día 9 las patrullas de San Andrés de Palomar, San Martín de Provenzals, San Feliu de Llobregat y el vigía de Montjuich, todos avisaban que de 5.000 a 6.00 infantes, 500 caballos y un buen parque de artillería, todos franceses y algunos realistas (la BRM-I/10/IV del general de la Roche-Aymon), se habían ya apoderado de San Adrián de Besos, Badalona y San Andrés de Palomar. Todos estos movimientos se dirigían a atacar Molins de Rey.

Las columnas enemigas que primero se presentaron sobre el Papiol serían, según el Diario de la división de Milans, de unos 8.000 infantes, 300 caballos y varias piezas de artillería; y otra que se dirigía a Martorell por la sierra de Tarrasa, de 4.000 infantes y 200 caballos.

A su vista, la DI-3 pasó el puente, dejando los puestos avanzados para observar el movimiento de los franceses, que corriéndose sobre las alturas de la derecha francesa, enviaban fuertes guerrillas contra el pueblo. Salieron contra ellos dos compañías del BIL-X, situando el resto en el puente, y el BIL-VI en una pequeña colina a medio tiro de fusil de él.

El BI-IV y BI-II de defensores, el BI-XVIII de milicia línea y los emigrados italianos se situaron en la falda de la sierra de Pallesa, al flanco izquierdo del BIL-VI, y el BI-XIX de línea a la derecha de la carretera para proteger la marcha por ella del baOtra columna enemiga quiso pasar el puente, y por media hora se lo impidió el BIL-VI; pero siendo atacado con artillería, fue preciso ceder y retirarse al apoyo de los batallones que estaban con el General. La compañía de carabineros del BIL-VI, el BI-X de línea y la caballería sosteniendo el bagaje, siguieron su retirada por el Ordal, llevando siempre a la vista hasta aquel punto una columna de infantería, caballería y dos piezas de artillería, y esto obligó a la tropa a continuar a Vilafranca del Penedès, a cuyo punto llegaron a las cinco de la tarde el bagaje y caballería, y a su frente quedaron Milans y Sarabia. Las tropas avanzadas, reforzadas por dos compañías del BIL-IV ligero, rompieron el fuego, pero tuvieron que replegarse al puente, por haberlas cargado mucha fuerza, y después de una fuerte resistencia, empezó su retirada BIL-X por la carretera, sostenido por el BIL-VI, haciendo fuego al enemigo con serenidad.

Otra columna enemiga quiso pasar el puente, y por media hora se lo impidió el BIL-VI; pero siendo atacado con artillería, fue preciso ceder y retirarse al apoyo de los batallones que estaban con el General. La compañía de carabineros del BIL-VI, el BI-X de línea y la caballería sosteniendo el bagaje, siguieron su retirada por el Ordal, llevando siempre a la vista hasta aquel punto una columna de infantería, caballería y dos piezas de artillería, y esto obligó a la tropa a continuar a Vilafranca del Penedès, a cuyo punto llegaron a las cinco de la tarde.

El BI-19 de milicia de línea se retiró por Cervera, siguiendo siempre la sierra de la derecha de la carretera, llegando a hacer noche a una hora de Villafranca.

Combate de Molins de Rey (9 de julio de 1823). La brigada francesa de La Roche-Aymon derrota a las fuerzas de Milans. Autor Abel Hugo.

Los batallones que estaban con Milans, después de varios ataques en diversos sentidos, se reunieron en la sierra de Pallesa y continuaron su retirada hacia Martorell, siguiendo a San Sadurní, quedando Milans sobre las alturas del pueblo a presenciar el ataque que dieron los franceses a la columna del brigadier Llovera; el cual, teniendo aviso de que una fuerte columna francesa bajaba por la sierra de Rubí con dirección a Molins de Rey, y que otra de 4.000 infantes y 200 caballos bajaba por la riera de Tarrasa a Martorell, dispuso que el BI-XXIII y BI-VL de milicia línea, tomasen las posiciones que dominan aquella villa; que el BI-XXXIII, con los 50 caballos que tenía, se estableciesen en un pueblo inmediato, y que el BIL-IV de cazadores se dirigiese a tomar las alturas que dominan la carretera de Tarragona, el cual volvió a las dos horas, dando parte de que las tropas que ocupaban la parte de Molins de Rey iban marchando con dirección a San Quintín.

A este tiempo se vio formar en un campo de San Andrés más hacia Martorell una gruesa columna de caballería francesa, protegida por otra considerable de infantería, las cuales unidas, emprendieron su marcha, dirigiéndose toda la caballería y una parte de la infantería por la carretera hasta el mismo San Andrés, y el grueso de la infantería por una riera en dirección de los puntos que ocupaba su tropa. Por otra parte, avanzaron gruesas guerrillas sobre el BI-XXIII de línea, que estaba desplegado por compañías cubriendo varios puntos a la izquierda, y todas ellas sostuvieron un fuego muy empeñado, hasta que el general Milans dispuso su retirada a San Quintín.

Sin ser observado había el enemigo formado una fuerte columna de infantería en masa, que a marcha redoblada seguía la retirada del BI-XXIII; pero el BI-VL, que estaba dispuesto para sostenerlo, hizo sobre la masa enemiga tales descargas y tan cercanas, y tal destrozo causó en ella, que pudo contenerla de pronto, se quedó la mitad de la fuerza del batallón, y la otra mitad fue retirándose flanqueando y entreteniendo al enemigo, con el fin de dar tiempo a que el BI-XXIII, BI-XLVII de milicia de línea y BIL-IV de cazadores provinciales formasen escalones por compañías para verificar la retirada con todo orden y evitar que aquella masa de enemigos, con la protección de las columnas de caballería e infantería que habían tomado el camino del río Noya, se echase encima.

Empezó bien la operación, pero a poco rato se observó que los enemigos, que habían tomado la dirección de Noya, adelantaban crecidas guerrillas flanqueando la derecha, en términos que hacían difícil la salida por una escabrosa montaña, pues que ya se cruzaban los fuegos; y en este estado dispuso Milans que el BI-XLVII, la compañía de cazadores del BI-XXIII y otra del cuerpo franco de Manresa los desalojasen de las posiciones que tenían; y logrado esto, después de un obstinado y vivo fuego, tuvo expedito el paso la columna para reunirse al resto de la división en San Sadurní.

Las pérdidas fueron de 142 hombres en muertos, heridos y extraviados, y entre ellos un jefe y siete oficiales
El día 9, Mina hizo salir de Barcelona para llamar la atención del enemigo, a las órdenes del general Sanz, una columna de 4.000 hombres, que se tiroteó largo rato con la retaguardia de aquel en , y el 10 salió otra de 3.000 al mando del brigadier barón de Biure, que, según el vigía de Montjuich, atacaba a las cuatro de la tarde al enemigo en Sans.

Un informe francés decía:
«El mariscal duque de Connegliano ha participado a S.A.R. que las tropas del 4º cuerpo han completado el 9 de julio el cerco a la plaza de Barcelona, después de haber tenido dos brillantes acciones al paso del Llobregat, en Molins de Rey y en Martorell, donde Milans y Llovera estaban en posición, con fuerzas considerables: el 3, el 18 y el 26 de línea, el 6º de húsares y el 5º de cazadores han dado nuevas pruebas de su bizarría y adhesión en estas dos acciones que hacen infinito honor a los generales de estos cuerpos, como igualmente a los generales de la Roche Aymon y Achara que marchaban a su cabeza. En aquel mismo día mientras la división Curial formaba el bloqueo de Barcelona sobre la orilla izquierda del Llobregat, el enemigo hizo salir dos columnas una por Monjuich, y otra por la ciudad, las cuales habiendo atacado en Esplugas la brigada Vasserot, han sido vigorosamente rechazadas después de un tiroteo que duró tres horas en cuya ocasión ha merecido el general Vasserot los mayores elogios.»

El día 11 se reestructuró las fuerzas, se formó una división que mandaría Milans siendo su JEM Evaristo San Miguel:

  • BRI-I de vanguardia al mando del brigadier Llovera, compuesta del BIL-X, BI-I de Defensores, destacamento de emigrados italianos y BI-XIX y BI-XXIII de línea.
  • BRI-II del centro al mando del coronel Lorenzo Cerezo, con el BI-II de Defensores, BI del General, y BI-XVIII, BI-XXXIII, y BI-LXV.
  • BRI-III de reserva al mando del coronel Fernando Miranda con el BI-XLV, BIL-IV de cazadores provincial, BIL-VI; y BI-XLV y BI-XLVII de línea.
  • BRC al mando de Pedro Montell.

Milans hizo otras salidas el día 13 en el Clot, el día 20 en Hospitalet, el día 30 en Sant Andreu.

Manso y su división se retiraron hacia el Bajo Penedés y el Tarragonés. Mientras, a mediados de julio, Llovera y Milans todavía intentaban romper el frente francés por el río Noya, pero estos movimientos no tuvieron éxito y los ayuntamientos del Noya y el Alto Penedés se dedicaron a preparar un plan de retirada. El día 16 de julio entraban los franceses en Igualada, donde quedó un destacamento del CE-IV al mando del superintendente Moutoyon Blanchet, mientras otro quedó en Capellades.

Pero los franceses no se decidían a continuar la ofensiva hacia el sur donde estaban las tropas de Milans y Manso, y estuvieron hasta finales de mes en Igualada, desde donde intentaban convencer a Manso de la su rendición. Que las cosas no iban demasiado bien por los constitucionales nos lo demuestra el hecho de que a partir de finales de julio empezaron a llegar prisioneros del ejército liberal a Perpiñán.

Durante ese mes los franceses se habían replegado hacia Igualada y Eroles estaba en Calaf, para evitar los movimientos de Milans destinados a romper el asedio a Barcelona. La situación era de alternativas constantes, pues mientras las fuerzas liberales reconquistaban Montblanch, el general Sarsfield y Santos Ladrón ocupaban Balaguer que había sido abandonado por las tropas liberales que se encontraban rodeadas en la capital.

La comunicación entre Cataluña y el gobierno liberal refugiado en Cádiz quedó cortada a mediados de julio hasta septiembre.

Los generales Milans y Llovera intentaban atacar a Manresa. El ataque fracasó y las tropas liberales volvieron a retirarse hacia el Alto Penedés primero y el Bajo Penedés después. Sin embargo, por las montañas del corregimiento rondaban algunas partidas de milicianos que se habían arrojado a la montaña. El 25 de julio los franceses entraban en Sant Sadurní y en Vilafranca, mientras Milans se replegaba sobre Montblanch y Valls con la intención de atacar a Reus.

En Lérida, las fuerzas liberales estaban casi rodeadas en la capital, habían quedado bloqueados unos 4.500 soldados de los diferentes regimientos del ejército, y que apenas podían salir de las murallas de la ciudad, y cuando lo hacían traían más problemas que beneficios.

La situación del ejército liberal era cada vez más delicada. Por un lado, la mayoría de milicianos que se habían incorporado a otras partidas militares, como los de Arenys de Mar, Solsona o Ripoll, no cobraban. Por otra, las tropas regulares del ejército cada vez tenían más dificultades de aprovisionamiento y los ayuntamientos, como los de Igualada o Sans, no hacían más que quejarse de las exacciones militares en especies, monetarias y hombres. Muchas veces tuvieron que ser las diputaciones las que se tuvieron que hacerse cargo de los gastos de vestuario y calzado de las tropas. Se intentaba paliar la falta de tropa y la falta de recursos con la formación de columnas voluntarias formadas por sustitutos de la quinta, premiándolos con 160 reales en el enrolamiento.

El día 23 de julio, los franceses rompían las conducciones de agua y la ciudad se quedó sin ella.

La traición de Manso

A finales de julio, el mariscal Moncey pedía desde Igualada a Manso la rendición de las plazas liberales bajo su mando, aduciendo que el Rey estaba prisionero. El brigadier Manso, proclive desde hacía días a un pacto con los realistas y partidarios de una reforma de la Constitución que otorgara más poder al Rey y menos a las Cortes, mantuvo todavía una postura digna y contestó desde El Vendrell que no estaba dispuesto a rendir las plazas. Mina dejó escrito en sus memorias que no tenía claro si esta correspondencia entre Manso y Moncey podría ser “verdadera o si se fraguó para adormecer y salvar las apariencias”.

A comienzos de agosto, buena parte del Penedés y del Campo de Tarragona estaba en manos de los franceses y realistas, mandados por el general realista Pedro Sarsfield y el general francés Montgarde jefe de la BRI-I/9/IV (con unos 6.000 soldados franceses y un millar de realistas). Manso volvió a Tarragona, de donde tuvo que salir porque la ciudad estaba rodeada por los franceses y se dirigió a Torredembarra. Ante esta situación, José Manso Solá decidió hacer un llamamiento por la rendición de las plazas.

Manso reunió a los jefes militares a sus órdenes en Torredembarra el día 4 de agosto, pero su propuesta no fue aceptada por parte de la oficialidad, ni por el ayuntamiento, ni por la Diputación de Tarragona, que optaron por continuar luchando y resistieron el ataque francés hasta finales de agosto, a la vez que se formó una guerrilla que obstaculizó, levemente, el avance francés por el corregimiento. Lo mismo ocurrió en otros lugares de Cataluña, como en la frontera, siguiendo el decreto de Las Cortes, que también autorizó mediante otro decreto en la formación de una «legión liberal extranjera», con el apoyo expreso de los diputados catalanes Adán y Septien.

A Manso le acompañó el Tcol Pedro Nolasco Bassa, comandante accidental del regimiento de Hostalrich, que también se pasó a los realistas, convirtiendo este regimiento en el BI-X realista de Cataluña.

La guarnición de Tarragona, encabezada por el gobernador Perena se negó a seguir a Manso y se manifestaría favorables a defender la Constitución y que «solo se sujetan a lo que la nación legítimamente representada determinase» y lo mismo hicieron el Ayuntamiento y la Diputación de Tarragona.

Manso, una vez que llegó a un acuerdo con los franceses, se instaló en El Vendrell y fue recompensado con el nombramiento de gobernador de Vilafranca, primero, y de Tarragona, después (su casa en Barcelona fue incautada y sus bienes vendidos), aunque los pueblos del Panadés, donde Manso disfrutaba de una auténtica popularidad, como héroe de la batalla de La Bisbal del año 1813, iban siendo inhóspitos para él y sus tropas, a medida que la aproximación de las tropas francesas las garantizaba la reconquista del antiguo régimen absolutista.

El 3 de agosto los franceses entraban en Arbós y Vilafranca, el 4 en Vilanova, y el 5 en Sitges. En Vilafranca, una vez se marchó el general Moncey al frente de 3.000 soldados franceses, se instaló la segunda comandancia general del ejército real de Cataluña, el jefe de la que era Pedro Sarsfield, que se dedicó a restaurar o imponer autoridades municipales absolutistas.

La actitud de Manso no fue la única y de otros jefes militares constitucionales, como Ballesteros en Madrid y Murillo en Galicia, hicieron lo mismo.

Operaciones en Barcelona

Mina había ordenado una leva de solteros de entre 18 y 45 años. Todos llevaban una escarapela con la inscripción: «La Constitución o la Muerte». No quedaban sacerdotes; los conventos se habían convertido en cuarteles, la mayoría de los monjes habían sido expulsados, encarcelados o fusilados. Reinaba una agitación similar a la que se vio en Francia en 1893.

Antes del gran calor, el mariscal Moncey se había esforzado por limitar el campo de acción del enemigo a las afueras de la ciudad, y ahora, influenciado por su edad, la estación y sus propios designios, se limitaba a movimientos a pequeña escala.

Sus lugartenientes mostraban más ardor: Donnadieu jefe da la DI-10/IV en particular estaba agitado, en busca de una lealtad menos dudosa y de una reputación militar más sólida que los laureles ganados, por vía policial, en el Delfinado; se había convertido un realista apasionado, tal como lo fue en su momento un republicano ferviente y un imperialista entusiasta. El general de la Roché-Aymon jefe de la BRM-I/10/IV, con los coroneles de Fitz-James, Fontin des Odoards y Le Noury, maniobraban en las orillas del Llobregat; y se requería una gran vigilancia contra Milans, cuyos setenta años no habían frenado su increíble actividad; al frente de los regimientos de Canarias, Soria, Córdoba y Cantabria, se movía constantemente a derecha e izquierda, esforzándose por conectar las pequeñas guarniciones españolas, desbloquear la Seo de Urgel, cortar las comunicaciones francesas y reabastecer el fuerte de Figueras, luchando constantemente contra el barón de Eroles y la brigada Tromelin, preocupando al propio mariscal Moncey. La guarnición de Barcelona, ​​por su parte, multiplicó sus salidas, donde destacó un batallón de refugiados italianos y franceses.

Los combates más encarnizados los libró el 15 y 16 de septiembre el general de brigada Fernández, quien pretendía cortar nuestra ruta hacia Francia retomando Figueras. El general barón de Damas había ocupado esa pequeña ciudad, pero la fortaleza estaba en manos de los liberales.

El barón Majencio de Damas era una de las figuras más destacadas de un hombre honesto y cristiano de una época, una causa y un gobierno repleto de nobles personalidades. Había recibido el mando de la DI-9/IV. A pesar de su precaria salud en aquel momento, se mantuvo valientemente en posiciones difíciles y no le sorprendió que el coronel Álvarez, un oficial hábil y audaz, desembarcara repentinamente para abrirse paso hacia Figueras.

El barón de Damas, consumido por la fiebre, abandonó la cama, montó a caballo y corrió para burlar los movimientos del enemigo por los barrancos de Lladó, donde acababa de morir el marqués de Eyragues. Obtuvo una victoria completa en Llers en una acción, quizás la más feroz de la campaña, donde, con menos de 2.000 hombres, tomó 2.400 prisioneros.

La capitulación había planteado un asunto bastante delicado. Entre los prisioneros de guerra constitucionales, la Legión Extranjera contaba con 120 franceses. Damas dijo: «Lo único que puedo hacer es permitirles retirarse; no los perseguiré». Los oficiales españoles le contestaron «No podemos aceptar esto porque serían masacrados inmediatamente por nuestros campesinos».

El 26 de septiembre, el fuerte de San Fernando abrió sus puertas. Ciento un cañonazos saludaron la bandera real de España que ondearía sobre la fortaleza. El barón de Damas había coronado la campaña con un magnífico acto de armas. Fue ascendido a Gran Oficial de la Legión de Honor y nombrado par de Francia.

Damas fue a descansar al Périgord, a su castillo de Hautefort; y fue allí donde, en octubre, un mensajero llegó para informarle, para gran sorpresa de su modestia, de que el Rey le había confiado la cartera de Guerra.

Los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823 haciendo un alto.

Operaciones en agosto

En una fecha tan tardía como el 2 de agosto de 1823, cuando los franceses dominaban buena parte de Cataluña y de España, las Cortes declaraban secuestrados los bienes de los que siguieran las banderas francesas. El tráfico por los caminos y las carreteras del corregimiento era cada una vez más difícil, y una muchedumbre de bandoleros y salteadores actuaban constantemente, aprovechando el desenfreno del momento. La ocultación y el mercado negro empezaban a funcionar.

A principios de agosto, los realistas ya habían vuelto a instalarse en los partidos de Cervera, Arán, Vilafranca, Puigcerdá, Manresa, Vich, Tortosa, Berga, Granollers, Gerona, Montblanch, Mataró y Figueras.

Uno de los primeros pasos fue el nombramiento de Alcaldes Mayores de los corregimientos de Figueras, Vich y Puigcerdá, ya ocupados por las tropas francesas y realistas; el inicio de la represión, y los secuestramientos de bienes de los «secuaces anarquistas constitucionales”.

El 1 de agosto, el jefe de la DI-1 española, Evaristo San Miguel, salió de Montblanch hacia Calaf, donde estaba Eroles con unos 1.500 realistas que se retiraron hacia Manresa. El día 13, pasó el Llobregat por el puente de Cabrianes, y el 14 se presentó en Moyá donde fue tiroteado por «algunos somatenes», y cuando se marchaba de Moyá fue atacado de nuevo, ahora por la retaguardia, por las tropas de Eroles (unos 6.000 hombres entre realistas y franceses, algunos caballos y tres piezas de artillería), deteniéndose en Caldas de Montbuy, donde se fueron replegando todas las fuerzas.

Una vez organizados en torno a Caldas, el brigadier Llovera y el coronel Lorenzo Cerezo atacaron y rechazaron a los realistas, pero estos esperaron la llegada de más refuerzos (unos 4.000 hombres mandados por Moncey) que venían por la carretera de Igualada. Las tropas liberales se replegaron hacia Moyá, Estanys y Prats de Llusanés, y finalmente bajó por Berga, Solsona, Torá y la Manresana, hasta Tarragona.

Ataque francés a Tarragona

Tras ser repelido el avance de Lovera y Cerezo, el mariscal Moncey decidió sitiar esta importante fortaleza lo mejor posible: las tropas del barón de Éroles tomaron posiciones en Montblanch el 22 de agosto; la brigada de Tromelin, en Valls y Valinoll, y la BRM-I/9/IV de Montgardé, en Cattlar, Altafulla y Torredembarra. Para aumentar el número de tropas que estaba concentrando frente a Tarragona y asestar con mayor facilidad un golpe decisivo a los líderes constitucionales, que dos días antes se habían negado a capitular, el mariscal llamó al general Achard, que se encontraba en el bloqueo de Barcelona, ​​con varios batallones.

En esa situación actual, el sitio de Tarragona estaba incompleto: para recuperarla completamente por tierra, habría sido necesario ocupar Reus, Constantí y Villa-Seca; pero las fuerzas al mando del comandante en jefe del CE-IV eran insuficientes. El mariscal decidió realizar un reconocimiento general, tras el cual, si veía posibilidades de éxito, intentaría tomar la plaza por sorpresa. Todo estaba dispuesto para ello, y el 27 de agosto se dirigió personalmente a Valls para tomar el mando de la brigada Tromelin y de las tropas al mando del barón de Éroles. Moncey había dejado al barón Berge, como general de mayor rango, el mando de las tropas que ocupaban Torredembarra y la posición en Altafulla. Este oficial había recibido instrucciones del mariscal respecto al reconocimiento general que se llevaría a cabo el 28 en Tarragona. Quizás algún enemigo se enteró de la partida del mariscal y, suponiendo que parte de las tropas podría seguir sus movimientos, consideró el momento propicio para un ataque sobre Altafulla.

El día 27, a las 7:30 de la mañana, 5.000 infantes, 250 caballos y 2×6 cañones partieron de Tarragona rumbo a Altafulla. El general Berge observó el movimiento del puesto en la ermita de San Antonio, desde donde se dominaba toda la campiña circundante, e inmediatamente se preparó para recibir al enemigo. Delante de Altafulla, en la margen derecha del río Gayá, se extiende una cadena de alturas paralelas al curso de este río; en las que se encuentran a la izquierda de la carretera principal a Tarragona se encuentra la ermita de San Juan. Una compañía del RI-31 ocupó esa posición. Los españoles formaron tres columnas: una de unos 1.200 hombres, avanzó hacia la ermita de San Juan; la otra marchó por la carretera principal, estaba compuesta por tres batallones, cada uno de unos 500 hombres, entre caballería y artillería.

La tercera columna, con más de 2.000 infantes, se dirigió hacia Riera. Su objetivo parecía ser marchar desde allí hacia Torredembarra y, de este modo, cortar nuestra línea de operaciones.

El general Montgardé, con diez compañías del RI-31 de línea, que formaban parte de su BRI-III/9/IV, avanzó hacia la ermita de San Juan y situó parte del RC-6 de cazadores y dos obuses de montaña en la carretera principal, que también estaba defendida por 2×8 cañones.

El resto del RC-6 de cazadores se mantuvo en reserva.

El general Achard hizo ocupar la aldea de Biera con el BIL-II/1; con el RI-18 de línea, cubrió la brecha entre esta aldea y la carretera principal. Situó un escuadrón del RC-23 de cazadores tras su línea.
Dos batallones del RI-3 de línea formaron la reserva bajo el mando del general Fantin des Odoards.
El ataque a la capilla de San Juan fue repelido con la mayor vehemencia. Sin responder a las cinco descargas que dispararon sobre él los batallones enemigos, el RI-31 de línea cargo a la bayoneta contra ellos, los derrotó y los obligó a retirarse.

Los españoles habían alcanzado y coronado la cima de las alturas a la derecha de la carretera de Tarragona. El RI-18 de línea, al mando del general Achard y el coronel de Fitz-James, los atacó y los expulsó, tras sufrir considerables pérdidas. Este movimiento fue perfectamente apoyado por el fuego de los dos obuses de montaña asignados a la brigada de Achard.

El BIL-II/1 rechazó, con el mismo vigor y éxito, la columna que avanzaba sobre Riera.

Rechazadas en todos los puntos sin que fuera necesario combatir a la reserva, las tropas constitucionales se retiraron bajo las murallas de Tarragona. Fueron perseguidas hasta la llamada Torre Escipión. Poco después de su llegada a Valls, el mariscal Moncey fue advertido por el general Berge del ataque dirigido contra la posición de Altafulla. La distancia entre Valls y esta posición es de aproximadamente siete leguas; decidió avanzar contra el flanco izquierdo del enemigo que había avanzado hasta Catllar.

Se dieron inmediatamente órdenes al barón de Éroles y al general Tromelin de marchar, el primero por Argilaga y el segundo por La Secuita. El mariscal se puso a la cabeza. A tres leguas de Valls, se enteró del retroceso de las columnas enemigas. Las tropas que habían marchado con Moncey recibieron órdenes de regresar a sus posiciones.

Los españoles dejaron unos 70 muertos en el campo de batalla; el número de heridos fue considerable. Las bajas francesas ascendieron a solo 5 hombres muertos; pero tuvimos 80 heridos, 20 de los cuales estaban muy graves.

Aunque el ataque contra Tarragona fracasó, la ciudad quedó en estado de sitio, de hecho bajo el mando interino de Evaristo San Miguel. La primera medida que se ordenó, teniendo en cuenta que «los almacenes de Tarragona carecen de muchos artículos que son indispensables, fue que se realizara un exhaustivo control de las casas de los tenedores de granos y otros efectos, y extraiga las cantidades que se necesiten bajo los correspondientes recibos o libranzas contra la Tesorería de la Nación». Sin embargo, las requisas no acabaron con las contribuciones extraordinarias. Así, a principios de septiembre el Intendente pedía un impuesto extraordinario de más de 100.000 reales.

Milans también se instaló en Tarragona a finales de agosto, mientras se negaba a obedecer a las órdenes de Mina que le mandaba que saliera con una numerosa columna a recaudar contribuciones y atacar a los franceses. Mina, además, pretendía separar a San Miguel y Milans porque entre ambos existían profundas diferencias. Todo ello provocó la dimisión de Milans del mando, que pasó a Llovera, y como este tampoco lo aceptó, lo pasó a Aldama. La ciudad quedó en estado de sitio de derecho con la llegada a principios de septiembre de Francisco Milans del Bosch, por lo que el ayuntamiento dimitió en pleno al pasar el mando de la ciudad a manos militares, pero Milans no aceptó la dimisión y obligó al ayuntamiento a continuar, pero bajo sus órdenes.

A finales de septiembre era la Junta de fortificación y vigilancia la que presentaba su dimisión a Milans, alegando que se encontraba «reducida a un estado de nulidad ya por carecer de facultades, ya por falta de fondos», y eso le impedía cumplir sus funciones hasta el punto de no poder asegurar las puertas de entrada a la ciudad:
«Por donde se introducen diariamente espías, que ya llevando y trayendo correspondencia a los enemigos exteriores e interiores, ya esparciendo malas noticias para hacer desmayar el espíritu público, ya seduciendo al Soldado para la deserción, nos acarrean males incalculables y consiguen aquellos sostener la guerra de intriga con que hasta ahora han podido en otros puntos lograr algunas ventajas.»

Además, en esos meses se cambió de jefe político a menudo, el primero fue Juan Antonio de Aldama que sustituyó a Jacobo Gil de Avalle en agosto, y a principios de septiembre, Fernando Miranda sustituía al anterior. Sin embargo, a principios de octubre todavía se intentaba dar una imagen de normalidad convocando las elecciones parroquiales para elegir a los diputados a Cortes por la legislatura 1824-25.

Operaciones en septiembre

A principios de septiembre, los franceses y los realistas ya eran dueños del Penedés y el Campo de Tarragona, donde habían puesto como jefe militar al general José Manso. El general Eroles instaló su cuartel general, a finales de septiembre, en Vallmoll, después de la batalla del día 13, con la intención de atacar a Lérida en una ofensiva, iniciada desde Tarragona y Fraga, para rodear esta ciudad. La presión sobre Tarragona era cada vez más fuerte y los franceses estaban acuartelados en Altafulla, El Vendrell, Valls y Vallmoll. La villa de Valls todavía fue conquistada esporádicamente el 24 de septiembre, cuando Evaristo San Miguel se desplazaba con más de 2.000 hombres hacia Lérida. En comienzos de octubre tanto Milans desde Tarragona, como San Miguel desde Lérida realizaron diferentes salidas para cobrar contribuciones y aliviar los asedios a estas dos ciudades: “se ocupaban en recorrer los pueblos de la inmediación y conducir presos en la plaza para estrecharles el pago de contribuciones y recoger en las poblaciones toda clase de artículos que necesitaba la tropa”.

En agosto en Barcelona se intentaron diferentes medidas para conservar el ánimo y el espíritu de lucha de la población, aunque cada vez se hicieron más evidentes las diferencias entre Mina, que buscaba una solución puramente militar, y los exaltados que propugnaban la unión del ejército y el pueblo con armas: «Si ciudadanos militares del ejército permanente, milicianos voluntarios; hombres libres de todas las naciones, unámonos, y la causa de la libertad triunfará como una exhalación.»

Una de estas actuaciones fue la de abrir una suscripción para el derribo del edificio que fue de la Inquisición, o la de permitir el culto y la visita a la virgen de Montserrat que fue cuidadosamente portada para que no cayera en manos de los realistas y franceses, por el valor simbólico que tenía entre los catalanes.

A finales de agosto, el ejército liberal todavía intentó romper el asedio de Barcelona con expedición comandada por Rotten con 7.000 soldados de infantería y 300 de caballería, pero no lograron ni salir de Barcelona. En realidad era una maniobra de distracción para permitir Mina deshacerse de aquellos exaltados que se oponían a su posición favorable a un pacto con los franceses, desterrándolos en Mallorca a los alcaldes Ramón M. Sala, Antoni Rodon y Francesc Raüll, el director de El Indicador Catalán. Antonio Guillén de Mazón, el Tcol Josep M. Roth, entre otros. Los tres alcaldes constitucionales fueron sustituidos por Vicente Cabanillas, Antonio Rodon y Antonio Cortada.

Ataque de Fernández a Figueras

El 10 de septiembre, salió por el puerto de Barcelona una nueva expedición del ejército liberal formada por 2.500 hombres (soldados, milicianos, miqueletes y emigrados) mandada por el brigadier Manuel Fernández que desembarcó en Montgat (detrás de las líneas del ejército francés que asediaba Barcelona) para dirigirse hacia Figueras a ayudar a las tropas sitiadas en su castillo, mientras otra columna entretenía al ejército que ponía el asedio por el noreste de la ciudad. Mina aprovechó la ocasión para quitarse de encima a las tropas más contrarias a sus posiciones y alejarlas así de Barcelona.

El 15 de septiembre, el general Damas jefe de la DI-9/IV se situó frente a Lladó, en el camino de Besalú. Desde este punto, podía cubrir los caminos que conducían a Figueras, ya fuera por Navata o Cistella. Esta posición era la misma que ya había ocupado el 11 de junio, cuando Mina pareció amenazar el bloqueo de Figueras. Inicialmente, se creyó que Fernández, al igual que este partisano, se había precipitado hacia Llorona y Camprodón; pero pronto se supo que había cruzado Besalú, y que, tras detenerse en Maya, marchaba sobre Lladó.

El general Damas envió inmediatamente una fuerza de reconocimiento de 400 hombres a su encuentro, bajo el mando del capitán de EM de Eyragues. Tenía órdenes de combatir solo ligeramente y de aprovechar el terreno para dispersarse y retirarse poco a poco, con el fin de inducir al enemigo a atacarlos en las ventajosas posiciones que ocupábamos frente al pueblo.

El camino que lleva de Lladó a Besalú es, en realidad, un sendero apenas marcado, surcado por profundos barrancos y pequeños valles, cuyas escarpadas laderas están cubiertas de densos olivos, alcornocales dispersos y encinares. Las laderas menos empinadas están plantadas de vides y las mesetas están aradas.

Acción de Lladó (15 de septiembre de 1823)

El grupo de reconocimiento había llegado al fondo de uno de estos valles boscosos cuando los disparos de fusil de los exploradores anunciaron el encuentro enemigo. El capitán Eyragues subió la empinada ladera para atacar al enemigo, a quien no podía ver, en esa formidable posición.

Pero apenas los voltigeurs habían repelido a los primeros fusileros españoles, cuando terribles descargas llegaron de todos lados; los batallones españoles se desplegaron, coronaron las alturas y abrumaron a los franceses con su fuego cruzado. El capitán Eyragues cayó, atravesado por dos balas; el capitán Cussac, capitán de los voltigeurs, resultó gravemente herido. Los voltigeurs resistieron durante un tiempo, combatiéndolos a corta distancia. El general Damas, al oír los disparos, avanzó con sus batallones; los voltigeurs informaron que su vanguardia estaba comprometida. Inmediatamente, envió a su primer ayudante de campo, el barón de Latour-du-Pin, para reemplazar al capitán Eyragues y reanudar el reconocimiento. El general Maringoné avanzó al mismo tiempo con un batallón del RI-8 para liberarlo y apoyarlo.

Cargó contra los españoles en columna, quien, superior en número, lo flanqueó por todos lados; pero los franceses los enfrentaron por todos lados. La compañía de granaderos que marchaba al frente destacó por su intrepidez. La caballería española se lanzó contra el flanco derecho de las compañías centrales; pero fueron aguardadas con frialdad, y un fuego mortal abatió a la mayoría. Se ejecutaron cargas sucesivas; el general Maringoné estaba a pie entre sus soldados, inspirándolos con su ejemplo. Un capitán y un subteniente perdieron la vida; varios oficiales resultaron heridos.

Entonces, los españoles, dejando de lado al RI-8, dirigieron todos sus esfuerzos hacia la derecha francesa y atacaron al Tcol Bonehamps, jefe del batallón del RI-5 de línea, quien se encontraba en posición con algunas compañías. Los españoles fueron recibidos vigorosamente, y el fuego de artillería les causó pérdidas considerables. Sin embargo, su número continuó creciendo, el batallón de desertores, fue lanzado como escaramuzadores.

El Tcol Bonehamps, al verse abrumado, reunió sus dos compañías de granaderos y marchó directamente hacia el enemigo en una carga. Los constitucionalistas pronto se detuvieron; atacó vigorosamente, perdieron terreno y finalmente cedieron su posición a los franceses, quienes a partir de entonces mantuvieron el control.

El barón de Damas, mientras se dirigía a reconocer personalmente el resultado de estos movimientos, estuvo a punto de ser rodeado por los lanceros constitucionalistas, quienes fueron combatidos cuerpo a cuerpo por los oficiales y la caballería ordenada que lo rodeaban.

Mientras tanto, los españoles se desplazaron rápidamente hacia la izquierda por el camino a San Martín de Saserra, en un intento de capturar Lladó. Para entonces, la vanguardia había regresado a la línea. El batallón del RI-8, al mando del comandante Richard, formó la izquierda y ocupó una excelente posición; su movimiento había sido apoyado por el capitán Chatelet, del RI-5 de línea. Lo que quedaba del batallón de este regimiento, y parte de las tropas realistas, se encontraban en combate frente a nuestra derecha. Solo quedaban unos 200 hombres realistas y la caballería en reserva.

Los españoles seguían avanzando considerablemente a la derecha francesa. El general Damas trasladó el batallón del RI-8, que ya no era necesario a la izquierda, hacia ese lado; la caballería también avanzó allí con rapidez, pero para dar tiempo a ejecutar este movimiento, Damas ordenó al capitán Ghambelland, del RI-8, que retomara una altura que el enemigo acababa de ocupar y la mantuviera a toda costa. Esta orden se ejecutó con la mayor rapidez.

Apenas completado este movimiento, una columna constitucionalista de 300 hombres, en dirección a Lladó, atacó nuestro flanco derecho. Inmediatamente, el general Damas dividió a los lanceros en dos pelotones; el primero, junto con 12 o 15 jinetes realistas y todos los oficiales presentes, recibió la orden de cargar. El capitán de Fontnouvelle, que los comandaba, abriéndose paso con su caballería contra las filas españolas, las dispersó rápidamente. Los cazadores persiguieron a los fugitivos, y fueron 42 muertos fueron encontrados en el lugar. Este movimiento de caballería fue apoyado por los granaderos del RI-5 de línea, que el Tcol Bonchamps, aunque herido, mandaba personalmente.

A partir de entonces, los españoles ya no pensaron en atacar y se retiraron a sus primeras posiciones. La noche que cayó pronto les impidió aprovechar aún más su movimiento; eran las siete y el combate había comenzado a la una de la tarde. Los franceses acamparon en sus posiciones. Durante la noche, el coronel Termellier llegó a tomar posiciones bajo las órdenes del general Damas con dos escuadrones de cazadores del RC-2, estacionados en los alrededores de Gerona, y que solo habían podido partir después del general.

Pronto se avistaron fogatas a lo lejos; y, alrededor de la medianoche, un informe del barón Nicolás le comunicó que había llegado a Besalú, a cuatro leguas de Lladó, y que había detenido allí a sus exhaustas tropas. El general Damas le dio órdenes de marchar cuanto antes sobre Saint-Martin y seguir los movimientos españoles.

Acción de Llers (16 de septiembre de 1823)

No hubo acuerdo sobre el rumbo que tomarían los españoles. Los habitantes creían que se retirarían a las montañas por Llorona; pero podrían intentarlo, desviándose, y adelantarse a las tropas francesas en el camino que unía Llers y el fuerte San Fernando de Figueras. Un oficial y 25 realistas fueron enviados a observarlo, el cielo se había nublado y este destacamento, deslizándose en la oscuridad, cruzó los puestos españoles, y vio la columna dirigirse hacia La Estela. Informó a las tres de la mañana de haber visto la columna.

El general Damas partió de inmediato. Primero ocupó una posición cerca de Cistella, desde donde, al enterarse de que el enemigo continuaba su marcha paralela a la suya, avanzó hacia Llers en dos columnas. Los realistas se interpusieron entre las tropas españolas y las tropas francesas.
Al llegar a Llers a las dos, se encontró con un batallón de 250 hombres en marcha, que había recibido órdenes de detenerse allí. Las tropas se situaron frente al pueblo y al camino directo al fuerte. El coronel Le Termellier dispuso a sus cazadores para proporcionar un buen apoyo a la infantería.

Los españoles habían encontrado la manera de flanquear el ala derecha de las tropas de la Fe, que, a partir de entonces, marcharon tras él. Inicialmente oculto tras olivos, apareció alrededor de la una y se presentó en varios puntos, en columnas, por compañías, marchando con las armas en la mano con la mayor determinación.

Un subteniente fue a reconocerlo gritando «¡Vive le Roi!«. Los gritos de los constitucionalistas le respondieron, y comenzó el tiroteo. Los españoles combatían desesperadamente. Renunciando a ver nuestra línea, pasó con gran determinación frente a los franceses, dirigiéndose a la derecha hacia las alturas que separan Llers del fuerte; pero este movimiento le costó caro, ya que tuvo que marchar bajo el fuego de varios pelotones emboscados tras las murallas, en un terreno favorable. Fernández resultó herido y se desató el desorden en las filas constitucionales.

Acción de Llers (16 de septiembre de 1823). Vista de la acción.

Inmediatamente, el general Maringoné ordenó al batallón del RI-8 que cargara y, dirigiéndose desde la izquierda, con el del RI-5, hacia las alturas que el enemigo quería ocupar, llegó primero. Las tropas constitucionales vieron entonces claramente que toda esperanza de llevar a cabo su plan de entrar en el fuerte estaba perdida; la retirada no era menos imposible para ellos. Varias columnas de 200 a 300 hombres depusieron las armas y se rindieron al general Maringoné, la más grande, donde se encontraba Fernández, exigió la capitulación; el fuego cesó de inmediato.

Solo los desertores, conscientes del destino que les reservaban las leyes militares si caían en manos de las tropas francesas, mantuvieron una actitud amenazante. Varios, al ver que la rendición estaba a punto de producirse, incluso se suicidaron.

Los constitucionalistas, al capitular, exigieron que se perdonara la vida a los hombres que habían combatido en sus filas. El general Damas, para evitar más derramamiento de sangre, se comprometió a solicitar encarecidamente el indulto solo para los desertores. Sus poderes no le permitieron hacer nada más. Concedió a los constitucionalistas los honores de la guerra y dejó a los oficiales su equipaje y sus espadas.

Los prisioneros, unos 2.000, fueron enviados a Francia en varias columnas; entre ellos se encontraban 6 coroneles y Tcols, y 160 oficiales, 21 franceses y 35 piamonteses. El coronel del desertor, Pecbiarotti, sufrió una fractura en la pierna y murió a causa de las heridas. Los franceses tuvieron 200 bajas sin contar a los heridos leves.

Esta derrota aceleró la rendición del castillo de San Fernando de Figueras, que defendía Santos San Miguel, que se rendiría el 26 de septiembre.

En Lérida la segunda quincena de septiembre todavía se confiaba en la victoria como demuestran las órdenes del ayuntamiento para cobrar «el veinteno sobre la vendimia procedente del término y huerta de esa ciudad’ y de organizar una compañía de la Milicia Nacional con los expatriados de los pueblos instalados en Lérida, a la que se ofrecieron voluntarios la mayoría de ellos: «para acudir a cualquier punto donde se les destine, y ayudar la cortísima guarnición de la plaza en cuanto les sea posible».

A finales de agosto, Pablo de Mier, coronel de infantería, gobernador militar de la plaza de Lérida y comandante militar de la provincia publicó un bando en nombre de la Comisión de vigilancia y seguridad de la plaza, sobre el control político de la población: amenazando con ser juzgados militarmente a «todo el que en privadas conversaciones contribuyere a apagar el espíritu nacional, aunque sea en tono de chanza, e hiciere desprecio de los medios y providencias que tomen las autoridades para resistir a los enemigos de nuestras libertades, y todo el mundo que aplauda el comportamiento del enemigo, que critique las operaciones del ejército nacional, que difunda victorias falsas de los enemigos, y que permita reuniones sospechosas en su casa».

En Barcelona el bloqueo naval de la marina francesa causó bastantes dolores de cabeza a los numerosos comerciantes ingleses instalados en la ciudad condal, en cualquier caso, el cónsul inglés en Barcelona gestionó ante la Regencia del Reino la salida de las casas de comercio inglesas (personas y bienes) de esta ciudad hacia la de Valencia, cosa que fue autorizada por el secretario de Estado.

A finales de septiembre, las tropas del ejército constitucional en Cataluña se encontraban todas resguardadas en las plazas fuertes del Principado que permanecían en sus manos: Milans y Llovera en Tarragona, San Miguel en Lérida, y Mina y Rotten en Barcelona, ​​además de la pequeña guarnición de Hostalrich que aún resistía.

Conquista francesa de Lérida

A finales de septiembre, todas las tropas constitucionales de Cataluña se encontraban confinadas en sus fortalezas e incapaces de mantener el campo de batalla. La columna de Fernández había depuesto las armas en Llers; las de Milans y Llobera, obligadas a retroceder hasta Tarragona, se atrincheraban allí. El exministro de Guerra del régimen de las Cortes, coronel Evaristo San Miguel, al ver que quedaban pocas esperanzas de combatir con ventaja en Cataluña, decidió ir a Aragón, entonces desprovisto de tropas francesas (aún desconocía la toma de Pamplona), y reiniciar allí la guerra constitucional. Aprovechando que la persecución de la columna de Fernández había obligado a retirarse a algunas de las tropas que bloqueaban Tarragona, abandonó la ciudad con tres mil hombres y, rumbo a Reus, se dirigió hacia Lérida. El barón de Éroles y la brigada Tromelin lo persiguieron, pero no pudieron alcanzarlo. Entró en Lérida.

Su llegada, y los considerables refuerzos que trajo consigo, reavivaron el coraje latente de los defensores de esta fortaleza. Su plan de formar una columna móvil para atravesar Aragón fue recibido con entusiasmo. El estado de los víveres y suministros lo convertía en una necesidad. La guarnición apenas tenía lo suficiente para cubrir sus necesidades, y el aumento que acababa de recibir requería nuevos recursos.

En consecuencia, toda la caballería de la guarnición, bajo el mando de San Miguel y el partisano Barbés, antiguo ayudante de campo de confianza del general Mina, partió de Lérida, seguida de un considerable número de mulas, destinadas a transportar provisiones y el producto de las contribuciones impuestas a los campesinos, así como las requisas de telas, lino y otros artículos. Cruzaron el río Cinca y atravesaron Aragón. Esta provincia albergaba entonces solo tropas realistas españolas. El general Santos Ladrón, el general Capape y los voluntarios de Navarra maniobraron inmediatamente en varios puntos para cortarle la retirada o tratar de alcanzarlo, mientras que el TG conde de España llegó a Huesca a recibirlo; pero ninguno de estos generales tenía caballería capaz de aproximarse al cuerpo constitucionalista, compuesto, además de los partidarios de Barbés, por el RC de Infanta y el RC de la Constitución, la élite de la caballería de línea española.

El mariscal de Lauriston, a su llegada a Zaragoza el 5 de octubre, se enteró de que los rumores que habían llegado a su conocimiento sobre las campañas de esta columna de caballería eran fundados, y que durante siete días un gran número de tropas españolas habían estado realizando vanos esfuerzos por detenerla. Ordenó al TG Pêcheux jefe de la DI-12/V que partiera al día siguiente, 6 de octubre, con la BRM-I/11/V de Chastellux (RC de cazadores de las Ardenas y RH del Mosela) y la BRI-I/12/V del general Damremont (RIL-20 y el RI-33) para dirigirse a Alcubierre (Huesca) y, desde allí, tomar las medidas que considerara más oportunas. El Chastellux, al mando de la BRM-I/11/V de caballería, dirigió la columna con media batería de artillería ligera. Se le ordenó obtener toda la información posible sobre la posición enemiga y atacarlos cuando los encontraran.

Las noticias recibidas en el camino impulsaron al TG Pêcheux jefe de DI-12/V a ordenar a la infantería que se dirigiera al día siguiente, el 7, a la Venta de Ballerías, y a la caballería que avanzara hacia Lastanosa. Los informes positivos que el conde Chastellux recibió en Poleñino le indicaban que, tras haber obligado a Barbastro a contribución, la columna enemiga se había dirigido entre el río Cinca y el Alcanadre, y se había detenido el día 6 cerca de La columna enemiga se había dirigido entre el Cinca y el Alcandre, y se había detenido el día 6 cerca de Castelflorite (Huesca). Pero al llegar a Ballerías, se supo que había regresado esa misma mañana cerca de Berbegal, y que a las once había entrado en La Luenga, un pueblo a dos leguas de Ballerías. Pero al llegar a Ballerías, se supo que había regresado esa misma mañana cerca de Berbegal, y que a las once había entrado en Laluenga (Huesca), un pueblo a dos leguas de Ballérias.

Un confidente enviado inmediatamente allí informó que el enemigo acababa de partir al anochecer y había cruzado el río Alcanadre en Torres. Eran alrededor de las once de la noche; la caballería estaba vivaqueada: se acordó con el general Pêcheux que una partida de reconocimiento de 50 caballos se enviaría inmediatamente a Salillas, donde probablemente el enemigo habría descansado. Este destacamento debía proporcionar noticias; y si se topaba con los constitucionalistas, retrasar su marcha para darles tiempo de alcanzarlos.

Combate de Tremaced (8 de octubre de 1823)

A las cuatro y media de la mañana, una orden anunció que la caballería enemiga se encontraba efectivamente en el pueblo de Salillas, y que el destacamento estaba emboscado en un olivar cercano. El conde de Chastellux dio inmediatamente la alarma a caballo y partió con 300 caballos, dejando su artillería en Ballerías. Faltaban tres leguas: marcharon rápidamente, y a las siete llegaron a la altura del pueblo de Salillas. Se supo que el enemigo había partido de allí antes de las cuatro de la mañana, rumbo a Sesa, y que el oficial al mando del reconocimiento, engañado por un informe falso del alcalde, había tomado una ruta diferente. El objetivo del reconocimiento había fracasado en gran medida, y la brigada se vio debilitada por 50 caballos.

Marcharon hacia Sesa para recabar nueva información. Durante un alto cerca de ese pueblo, una tropa bastante numerosa apareció en la meseta de Salillas: fueron enviados a reconocer el terreno, y el general español Capape y su Estado Mayor llegaron después del reconocimiento. Desconocía el avance de la brigada, pues la había confundido con caballería enemiga. El reconocimiento le había dado información, y fue a hablar con el general y solicitarle información. Se ofreció a encabezar la columna con sus tropas. El general Chastellux se negó e inmediatamente puso a su brigada en marcha siguiendo el rastro del enemigo, fácilmente reconocible, en dirección a Grañén (Huesca).

Marchaban sobre una meseta muy alta sobre la llanura de Grañen, que aún no se veía. Los húsares del Mosela encabezaban la columna. Como querían sorprender a los constitucionalistas, la vanguardia, se había retirado y marchaba inmediatamente delante de los trompeteros. Habían desmontado para descender por un sendero empinado y rocoso que conducía a la llanura de Granen, cuando un campesino acudió a informar al general que el enemigo se encontraba en la aldea de Tramaced, al pie de la escarpa; que habían desbridado a sus caballos y estaban tomando sopa sin previo aviso.

El sendero por el que caminaban terminaba tan cerca de la aldea que ya no era posible seguirlo. Retrocedieron para recuperar la meseta y, guiados por el campesino, buscaron un camino más a la derecha. De hecho, salieron a la llanura por un sendero casi tan difícil como el primero, pero oculto desde la aldea, y a al menos 350 a 400 metros de distancia.

El general Chastellux, que esperaba sorprender al enemigo, hizo formar a los húsares del Mosela a la salida del desfiladero, su fuerza era de como máximo 130 caballos y los hizo partir inmediatamente en pelotones, en columna, al trote, para cruzar el pueblo y caer sobre el enemigo antes de que tuvieran tiempo de reconocerlo.

Los cazadores descendían lentamente debido a la dificultad del camino; el general hizo formar ante sus ojos al EC-6, que encabezaba la columna ese día, y él mismo lo condujo para apoyar a los húsares, dando la orden a los otros dos escuadrones de seguirlos en cuanto se formaran. Ya se oía un intenso fuego de fusileros proveniente del pueblo. A cierta distancia de la salida, el general se encontró con el coronel de húsares. Acudió a informarle que había encontrado al enemigo a caballo concentrado en el pueblo; que consideraba que su fuerza era considerable y que los húsares se verían comprometidos si no eran rescatados con prontitud.

El general aceleró el trote y pronto llegó a la presencia del enemigo, al que encontró ya en la llanura, fuera del pueblo, y presentando siete escuadrones o divisiones escalonados y cubiertos por una línea de escaramuzadores: un grupo de oficiales avanzaba en actitud amenazante.

Los húsares se habían presentado, siguiendo las órdenes del general, en la aldea de Tramaced; pero no pudieron entrar, pues encontraron al enemigo a caballo y listo para partir. El Tcol Kleinemberg, que había avanzado hasta la entrada de la aldea, fue recibido con disparos de pistola; el teniente Abel se había posicionado allí y había matado a dos españoles.

Para perturbar al enemigo mientras salían de la aldea, el coronel había desmontado a algunos húsares que habían estado disparando en un callejón hundido. Cuando la caballería española emergió en la llanura, estaba flanqueada por un pelotón de húsares como escaramuzadores, apoyados por dos pelotones en línea, mandados por el Tcol, mientras que el jefe de escuadrón Tilly, por orden del general, al frente de un escuadrón de tres pelotones, se desplazó a la derecha para anticiparse y flanquear al enemigo en el camino de Grañén: todos los informes apuntaban a que esta era la ruta que el enemigo planeaba seguir.

Esta fue la posición que encontró el general cuando entró con el EC-6 bajo el fuego de los escaramuzadores. Los otros dos escuadrones de cazadores aún no habían llegado, y él no le pareció prudente cargar con una fuerza tan reducida y sin reserva. Los dos escuadrones, que se esperaban con impaciencia, finalmente emergieron de un camino hundido que acababan de cruzar, tras pasar un arroyo que discurría al fondo de un barranco. Reanudaron su orden de batalla, y el general les ordenó marchar en escalones por la derecha, desviándose a la derecha para unirse al movimiento del señor de Tilly. El EC-6 de cazadores, destinado a permanecer en reserva y amenazar con flanquear al enemigo desde la aldea, recibió la orden de avanzar en línea recta.

Mientras se realizaban estos preparativos, la línea de escaramuzadores españoles continuó disparando; pero sus escuadrones, preparándose para la retirada y mientras se alejaban, habían formado una división en columna cerrada desde su centro, en una dirección que se extendía más allá de la marcha de la caballería francesa; no obstante, avanzaron al mismo tiempo que los escaramuzadores de húsares que se reagrupaban en torno a los pelotones del Tcol Kleinenberg. Había llegado el momento de cargar; mientras el general recibía la orden de su oficial de ordenanza, el EC-1 y el EC-3 de cazadores, al igual que el del Tcol Kleinenberg, se pusieron en marcha al mismo tiempo y sin esperarlo. El EC-1 de cazadores, bajo el mando del capitán Icard, al encontrarse, gracias a las disposiciones tomadas, en el flanco de la columna enemiga, se aproximó a ella desde un semicírculo a la izquierda; los tres pelotones de húsares avanzaron a toda velocidad, y el EC-3 de cazadores, escalonado tras el primero, cargó, con el coronel, a la izquierda del EC-1.

Combate de Tremaced (8 de octubre de 1823). Vista del combate.

El enemigo aguardó las cargas con cierta intrepidez; pero su vigor fue tal que los obligó a retirarse precipitadamente, lo que tuvo que ser seguido al galope o al trote, sin que fuera posible alcanzar a los fugitivos. Los escuadrones de reserva de los señores de Tilly y de Sérionne no tuvieron más remedio que seguir el movimiento de la cabeza de la columna. La compacta columna enemiga, debido a su gran masa, podría haber presentado una resistencia inercial que habría retrasado el avance hacia la victoria. En este caso, los escuadrones de los señores Tilly y Sérionne estaban destinados a atacar ambos flancos de esta columna. Esto habría sido la peor de todas para el enemigo y habría determinado su completa destrucción en el campo de batalla.

Las bajas de la brigada consistieron en 2 oficiales muertos en el campo de batalla y 9 heridos, incluidos 2 oficiales.

La BRM-I/11/V siguió la huida enemiga en columna al trote más rápido durante más de una legua y media. Se les veía de vez en cuando a cierta distancia, formando nada más que un enjambre de fugitivos sin orden alguno; pronto perdieron el rastro; no seguían ninguna ruta. Se desató una terrible tormenta; la fuerte lluvia impedía ver, incluso a corta distancia; marcharon sin rumbo por campos desiertos, y finalmente llegaron a Polinino, donde encontraron al grupo de reconocimiento de 50 caballos que había llegado por su cuenta.

La caballería del general Capape, tras emerger en la llanura de Tramaced, había hecho vanos esfuerzos por alcanzar al enemigo que huía. También se encontraron cerca de Polinino. Los fugitivos, dejando atrás muertos, heridos y hombres cansados ​​escondidos en las aldeas, habían logrado cruzar de nuevo el río Alcanadre y regresar a la zona de Sena. Al día siguiente, al amanecer, cayeron, unos 120 hombres en manos de un batallón realista español estacionado en Alcolea del Cinca.

El general Chastellux, tras recibir autorización del TG Pêcheux, se dirigió a Sariñena al día siguiente 9 de octubre, para asegurarse personalmente la tranquilidad del país, ordenando que se registrara hasta el río Cinca. Durante la noche del 9 al 10, un campesino acudió a advertirle que el renombrado partisano Barbes se escondía en Lamasadera, una aldea a dos leguas de su acantonamiento. El general ordenó inmediatamente al capitán Schaaff, su oficial de ordenanza, que montara con algunos cazadores o húsares; este oficial sorprendió al partisano cuando estaba a punto de montar para partir y lo hizo prisionero. Solo dos de los fugitivos lograron regresar a Lérida.

Rendición de Lérida (31 de octubre de 1823)

El desenlace del combate de Tramaced contribuyó significativamente a la rendición de este lugar. El coronel San Miguel, JEM de los ejércitos constitucionales que ocupaban Cataluña, se contaba entre los líderes más entusiastas.

El general Pêcheux continuó su avance hacia Lérida; la BRM-I/11/V pronto se unió a él al pie de esa plaza, y todo el CE-V formó un bloqueo, junto con la división del barón d’Éroles, estacionada en la orilla izquierda del Segre.

El mariscal de Lauriston había llegado delante de Lérida, en la tarde del 16, con su infantería y el jefe de su artillería.

El 17 de octubre, emitió un requerimiento al gobernador. El 18, se firmó un acuerdo entre el gobernador de esta ciudad y el barón de Éroles, capitán general de Cataluña.

Tras este acuerdo, las tropas francesas y españolas entraron en Lérida el 31 de octubre a las once de la mañana y ocuparon la ciudad y el castillo.

La guarnición aún contaba con 5.100 hombres. Las tropas regulares fueron enviadas a varios acantonamientos en Cataluña, Aragón y el Reino de Valencia.

Los milicianos fueron desarmados y enviados a casa con pasaportes.

La ocupación de Lérida se produjo simultáneamente con la rendición definitiva de Barcelona, ​​cuyos detalles se detallarán en el capítulo siguiente. La guerra terminó así simultáneamente en toda Cataluña.

Capitulación de las últimas plazas de Cataluña

Últimas plazas en España

La guerra ya había cesado en casi todas partes, pues tras la toma de Lérida, solo Cartagena en el Reino de Murcia, Alicante y Peñíscola, en el Reino de Valencia; Barcelona, ​​Tarragona, Hostalrich y Urgel, en el Principado de Cataluña; y Badajoz, en la Región de Extremadura, en la frontera portuguesa, permanecieron en poder de los constitucionalistas.

Ya se habían iniciado las negociaciones para la capitulación de Cartagena y Alicante; el general Torrijos, al mando de la primera de estas dos plazas, mantenía correspondencia con el general francés al mando en Murcia.

El 28 de octubre, Badajoz abrió sus puertas al general Gregorio Laguna, nombrado gobernador por el Rey. El general Placencia, gobernador constitucional, le entregó el mando tras una hábil negociación verbal, concluida con éxito por el Tcol de Bourgoing, Vallin de la BRM-I71/I del general Vallín

La certeza del desembarco del rey en El Puerto de Santa María y la toma de Cádiz decidieron al líder constitucional a reconocer la autoridad de Fernando VII. Tras un acuerdo alcanzado por el TG Bonnemains y el mariscal de campo Vincent, las tropas del CE-II tomaron posesión de Cartagena el 5 de noviembre.

Peñíscola también fue ocupada. Finalmente, tras un acuerdo alcanzado el 6 de noviembre y aprobado por el mariscal conde Molitor, las tropas francesas entraron en Alicante el 12.

Situación en Cataluña

Desde la desafortunada expedición de Fernández, y tras la partida de San Miguel hacia Lérida, las tropas constitucionalistas de Cataluña no habían realizado ningún movimiento hostil, salvo una salida desde Tarragona, que fue rápidamente rechazada.

Una columna de 2.000 infantes y 100 jinetes abandonó las murallas de Tarragona a las ocho de la mañana del 29 de septiembre y se dirigió hacia Valls, dejando Vallmoll a su izquierda. Aproximadamente la mitad de esta columna continuó su marcha hacia Valls, mientras que la otra mitad se situó entre La Secuita y Catllar.

Un batallón del RIL-1 ocupaba esta Catllar; el otro batallón estaba situado en Kiera. El general Achard reunió inmediatamente a estos dos batallones y 40 caballos del RC-6 de cazadores en Catllar.
Para apoyar este movimiento, el barón de Montgardé marchó desde Altafulla con seis compañías del RI-31, un batallón del RI-18 y 50 caballos. Al preparar su ataque, el principal objetivo del general Achard era cortar la retirada de las tropas constitucionales hacia Tarragona. Pero, alarmadas por sus maniobras, se retiraron con la mayor rapidez. El RIL-1 y el destacamento del RC-6 de cazadores, a pesar de su tenacidad y la rapidez de su marcha hacia el Santuario de Loreto, solo lograron alcanzar la retaguardia enemiga. Atacada por la infantería y cargada por los cazadores, esta retaguardia se retiró en el mayor desorden y fue perseguida hasta las murallas de Tarragona, dejando doce muertos en el campo de batalla y un número considerable de heridos.

El cuartel general del mariscal Moncey estaba en Mataró cuando, el 7 de octubre, se recibió la noticia de la liberación de Fernando VII. Al día siguiente, un parlamentario fue enviado a Barcelona. Mina y Rotten se enteraron, con asombro, de la disolución de las Cortes y la liberación del Rey; pero temiendo el efecto moral que el conocimiento de estos acontecimientos pudiera tener en los habitantes y la guarnición, proclamaron en Barcelona que se trataba de noticias del enemigo y que no debían creerlas.

Sin embargo, el día 14 de diciembre, se envió a un oficial general para confirmar oficialmente la noticia y solicitar la sumisión de la plaza al rey Fernando. El gobernador Rotten, quien no permitió al parlamentario ir más allá de los puestos avanzados, respondió que cuando un oficial español recibiera la orden del Rey, vería qué debía hacer. Mientras tanto, accedió a una suspensión de hostilidades. A pesar de esta suspensión, 400 hombres que abandonaron la ciudad acudieron a insultar a la izquierda de la línea francesa, y se dispararon dos cañonazos desde la plaza; pero esta salida no tuvo efecto.

Tras la partida del parlamentario, se convocó un consejo de guerra al que asistieron el gobernador Rotten, Mina, los principales líderes constitucionales y los líderes del partido exaltado. Se afirma que Mina, al tiempo que exponía la desesperada situación de la ciudad, sin apoyo, sin esperanza de alivio y sin gobierno, aconsejó persistir en una defensa que ya no podía ser ni gloriosa ni exitosa, y agregó: «Hemos jurado apoyar la constitución, debemos morir con ella». Su opinión fue apoyada por algunos y ferozmente opuesta por otros. El partido que favorecía la sumisión al trono y la rendición de la plaza sucumbió. Se resolvió continuar con las hostilidades.

El mariscal Moncey, al enterarse de esta resolución, ordenó que se trajeran los cañones de gran calibre y se prepararan para presionar vigorosamente el asedio de Barcelona. Mil doscientos caballos se emplearon de inmediato para gestionar el parque y la munición de artillería. Bombas y balas de cañón llegaron por mar y se descargaron en Mataró. Se cortó madera por todas partes para la construcción de gaviones y fajinas. La actividad fue tal que, el 3 de noviembre, una dotación de asedio que era de más de 80 cañones, se reunió frente a Barcelona.

Estos amenazantes preparativos surtieron efecto rápidamente; y el 19 de octubre se firmó un armisticio entre el TG Berge, jefe de la artillería del CE-IV, con las atribuciones del mariscal Moncey, y el general Rotten, con las atribuciones del TG Mina, comandante en jefe del Primer Cuerpo de Operaciones en Cataluña.

Este armisticio, que debía comenzar el 21 de octubre al mediodía, y para que durara mientras durase la misión de varios oficiales constitucionales enviados a Madrid para recibir órdenes del gobierno real, a la que el general Mina se había comprometido de antemano a someterse, se estipuló una suspensión de hostilidades entre las tropas francesas y las guarniciones de Barcelona, ​​Tarragona, Hostalrich y Seo de Urgel.

La Seo de Urgel no pudo beneficiarse de esto: la guarnición ya había depuesto las armas y se había entregado como prisionero de guerra.

Rendición de Barcelona

La toma de Urgel, al igual que las noticias que llegaban a diario de todas partes de España, donde la liberación del monarca despertaba igual entusiasmo, aceleraron la capitulación de Barcelona. La ansiedad de los habitantes y los movimientos sediciosos de los milicianos que casi asesinaron al gobernador Antonio de Rotten, decidieron a los líderes constitucionales a no posponer más una rendición que les era imposible no hacer pronto.

Todo ello condujo a un alboroto exaltado el 23 de octubre que fue sofocado por Mina, que expulsó al día siguiente a sus jefes (los coroneles José Costa y Tadeo Aldea, el comandante de la Milicia José Portell, el alcalde Vicente Cabanillas, etc.)

En Barcelona el ayuntamiento se mostraba partidario de continuar la defensa de la ciudad.

Al día siguiente, 24 de octubre, Mina, que con Rotten se habían encerrado en la Ciudadela, decidieron firmar el armisticio, mientras continuaban las negociaciones sobre la forma de realizar la capitulación.
Tres generales habían sido designados por el Mariscal para preparar el tratado: TGs Berge y Curial, y el general Desprez, una comisión compuesta por cinco personas, tres elegidas de la guarnición, el general Rotten, y los Tcols José de la Torre Trassierra y Ramón Galli, dos de los habitantes de Barcelona, ​​Antonio Girona y José Elías, acordaría, de común acuerdo con ellos, una capitulación.

El día 25, embarcaban hacia Mallorca los encarcelados del día 23.

El 26 de octubre, se hacía público en la ciudad de Barcelona el armisticio firmado por Mina.

El 29 de octubre se producía un motín de las tropas liberales acuarteladas en Reus que dejaba la ciudad en manos de los franceses y de los realistas.

La capitulación definitiva de Barcelona, que comprendía las de Tarragona y Hostalrich, se firmó el 2 de noviembre.

El día 4 de noviembre, entraban los franceses en Barcelona, ​​el 5 en Lérida mientras la guarnición abandonó la plaza, siendo nombrado gobernador interino el mariscal de campo Blas de Fournas.

A partir del 2 de noviembre se formó en Tarragona una comisión encargada de recoger las armas de los milicianos y de organizar el recibimiento de los franceses y realistas. El día 7, los franceses entraban en Tarragona (Eroles estaba en Valls).

Los franceses permanecieron en Cataluña hasta el año 1828 en las plazas de Figueras, la Seo de Urgel, Lérida, Barcelona, ​​Hostalrich, Gerona y Cardona, con un total de unos 7.000 hombres.

A primeros de noviembre, se celebraron en todas partes misas para festejar el triunfo de los realistas y el regreso al poder absoluto de Fernando VII. El Trienio Liberal terminaba formalmente, al igual que había empezado: con la celebración de misas de gracias y la exigencia de que se siguieran pagando los diezmos y los censos señoriales, con una única, pero importante diferencia, la brutal represión sobre el bando perdedor.

Lo que había empezado sin sangre, terminaría como una tragedia, empezando por el ajusticiamiento de Riego.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-18. Última modificacion 2025-10-18.
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