¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Antecedentes
Cayo Julio César en el año 58 AC, recibió poderes proconsulares para gobernar las provincias de Galia Transalpina (Galia Narbonense actualmente el sur de Francia) e Iliria (la costa de Dalmacia) durante cinco años, gracias al apoyo de los otros dos miembros del triunvirato, que cumplieron con la palabra dada. A estas dos provincias se añadió la Galia Cisalpina tras la muerte inesperada de su gobernador Quinto Cecilio Metelo que había sido cónsul en el año 60 AC.
El pueblo celta de los helvecios era una confederación de tribus, entre las más conocidas estaban los vervigenos y los tigurinos, que habitaba en aquella época en lo que actualmente es Suiza y sus alrededores, es decir entre la orilla sur del río Rin; el lago de Ginebra; los Alpes, que los separaba de los dominios romanos; y el monte Jura, que limitaba con el cantón de los galos secuanos. Esto los hacía vecinos de los germanos
Por razones que se desconocen, tal vez el cambio climático, la superpoblación, o la presión de los germanos; hizo que 368.000 helvecios, de los cuales unos 100.000 serían guerreros, decidieran dirigirse al país de los galos sántonos al norte de Aquitania, a orillas del Atlántico, que ya conocían cuando acompañaron a los cimbrios y teutones durante la invasión anterior hacía 50 años.
Para ello o bien tenían que cruzar los montes Jura hacia el territorio de los secuanos, que presentaban una dificultad para el paso de los carromatos; o bien seguir las orillas del Ródano y cruzar por el territorio de los alobogres, que era territorio bajo control romano, y que permitía mejores accesos. Eligieron esta última opción.
Resueltos a migrar con sus familias al completo, según César, «pusieron fuego a todas las ciudades, que eran doce, y a cuatrocientas aldeas, con los demás caseríos; quemaron todo el grano, excepto lo que podían llevar consigo, para que, perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más dispuestos a las contingencias. Mandaron que todos se proveyesen de harina para tres meses. Indujeron a sus vecinos los rauracos, tulingos y latóbrigos a que sigan su ejemplo, y quemaron las poblaciones para que se pusieran marcha con ellos«.
Además, recibieron por compañeros a los boyos establecidos en el otro lado del Rin, que continuaban viviendo en la actual Bohemia, ya que en esos momentos invadían el país de los galos nóricos (al norte de los Alpes y el este de Recia) y sitiaban su capital.
Batalla de Ginebra 58 aC
César, que se encontraba aún en Roma, al conocer la noticia marchó inmediatamente a Ginebra, ciudad por donde tenía que pasar aquella oleada de gente y César solo disponía de una única legión posiblemente la IX (4.800 hombres) y a marchas forzadas se dirigió a Ginebra. Al mismo tiempo dio la orden a toda la provincia de reclutar el mayor número posible de milicias, posiblemente logró reunir 15.000 infantes y 4.000 jinetes galos, ya que las otras tres legiones se encontraban en Véneto.
La primera orden de César nada más llegar fue mandar a cortar el puente por la parte de Ginebra. Enterados los helvecios, mandaron inmediatamente, dos embajadores «de la gente más distinguida de su nación, dirigidos por Numeyo y Verodocio, para indicarle que su propósito era pasar por la provincia sin agravio de nadie, por no haber otro camino; que le rogaban no lo tomase a mal«.
Entonces para dar tiempo a que llegasen las milicias solicitadas, dado que con sus 4.800 hombres no podía frenar a los 368.000 helvecios, respondió que se tomaría tiempo para pensarlo, y los citó nuevamente para el 13 de abril.
Evidentemente, no podía plantear una batalla en la que la proporción sería de 20 a 1, así que puso a todos sus hombres a construir una línea defensiva que cubriera los 19.000 pasos (28 km) de distancia entre el lago Leman y el monte Jura. Con un foso tras la orilla del río, la tierra del foso apilada para formar un terraplén y sobre este un vallado de madera con torres y fuertes.
Cumplido el plazo, y acabados los trabajos, César respondió a los embajadores helvecios que, «según costumbre y práctica del pueblo romano, él a nadie puede permitir el paso por la provincia, y que si ellos presumen abrírselo por sí, el tendrá de oponerse«.
Divicón jefe de los helvecios, tampoco había estado inactivo, así que había construido barcas y balsas para cruzar el río. Al recibir la negativa, lanzó a sus hombres sobre las defensas romanas en la margen del río. Lo hicieron por donde el río corría manso, y lo intentaron de día y de noche; pero siempre fueron repelidos gracias a la bien dispuesta defensa y fortificación romana. Tras varios intentos los helvecios desistieron y se retiraron buscando un paso menos complicado de cruzar.
Divicón mandó un enviado a los secuanos, una tribu gala que esperaba que tan formidable ejército le devolviera el favor destruyendo a sus enemigos los heduos o eduos aliados de Roma. El objetivo fue logrado, y previo intercambio de rehenes, iniciaron el paso.
César sabía lo que había ocurrido con la emigración de los cimbrios y teutones que estuvo a punto de engullir a Roma y que solo fue frenada gracias al genio de su tío Mario.
Enterado César de lo resuelto entre helvecios y secuanos, dejó a su lugarteniente Tito Labieno al mando de las fortificaciones, marchó a la Galia Cisalpina, donde alistó dos nuevas legiones (XI y XII); sacó de los cuarteles de invierno otras tres legiones (VII, VIII y X), que invernaban en los contornos de Aquilea (Véneto), reunió en Ocelum las cinco legiones (28.000 legionarios) más 4.000 jinetes galos aliados, y se dirigió en persecución de los helvecios.
Eligió volver a la Galia por el camino más corto. Esto es, cruzando los Alpes por el camino de Ocelum a los galos voconcios. Encontró cierta resistencia entre los galos montañeses de las tribus de los centrones, grayocelos y caturigos, y a los que derrotó. Tras siete días de marcha, entró en el país de los voconcios; desde allí condujo su ejército a los alóbroges, y de estos a los segusiavos, que eran el primer pueblo tras la frontera del río Ródano.
Los helvecios mientras tanto habían pasado del país de los secuanos al de los ambarros. Según César, los helvecios habían llegado al país de los heduos aliados de Roma y que no podían hacer frente a los invasores y solicitaron la ayuda de César.
Batalla de Arar (Saona) 58 AC
Al llegar al río Arar (Saona), los helvecios se dispusieron a cruzarlo construyendo balsas, aunque eran tantos que el cruce duró veinte días. Lo cruzaron divididos en tribus, con lo que los guerreros quedaron divididos. Cuando quedaban por cruzar los tigurinos que disponían aproximadamente unos 10.000 guerreros, César, al frente de tres legiones llegaron al río a marchas forzadas, cayó sobre ellos sin darles tiempo a reaccionar.
La velocidad del ataque, y lo sorpresivo de la aparición de las legiones, dejaron estupefactos a los tigurinos, que hicieron lo que pudieron y fueron aplastados, siendo el resto de sus camaradas tristes testigos de la masacre, no pudiendo hacer mucho en su ayuda. El azar quiso que fuesen los tigurinos, que años atrás se habían sido aliados con los cimbrios.
El resto de los helvecios continuaron su marcha con la enorme lentitud. César mandó construir un puente y que, en un solo día, todo el ejército romano había cruzado el río sin mojarse los pies. Pasaron 15 días los romanos siguiendo a esa gigantesca masa de gente a paso de tortuga, que para los legionarios no dejaba de ser más que un lento y apacible paseo. César cuenta que entre su vanguardia y la retaguardia helvecia haba una distancia entre 5.000 y 6.000 pasos (8 km).
César quería que sus legionarios vieran con sus propios ojos a lo que iban a enfrentarse y que los helvéticos sintieran la presión. Se produjeron constantes escaramuzas entre las caballerías, en una de ellas, concluyó con los 4.000 galos de César perseguidos por los 500 helvecios. César se quedó de piedra al saberlo, pero inmediatamente comprendió que podía sacar partido de aquel revés y se dispuso a hacerlo, ya que entonces los helvecios estarían muy contentos con su «victoria«.
Batalla de Bibracte 58 AC
Una noche César envió a Labieno a ocupar un cerro en muy buena situación, pero regresó inmediatamente para informar que los helvecios se le habían adelantado y le esperaban allí. Al día siguiente, puesto que la ciudad hedua de Bibracte estaba muy cerca, decidió encaminarse a ella para solucionar la escasez de trigo que padecía; ya que sus aliados héduos no le aprovisionaban dándole toda clase de excusas, sabiendo que tardaría un día en dar de nuevo alcance a los helvecios.
Pero estos, envalentonados por su «victoria» contra la caballería gala, creyeron que César se retiraba huyendo y decidieron perseguirle. Al ver que los helvecios daban media vuelta, César decidió retirarse a un monte cercano donde posicionó a sus tropas a la espera del ataque helvecio.
Los helvecios, muy seguros de repetir con los legionarios lo mismo que habían hecho con los jinetes galos, avanzaron en bloque compacto contra las líneas de César.
Este dispuso a sus tropas en el monte con las cuatro legiones veteranas en primera línea (VII, VIII, IX y X); tras ellas como reserva las dos legiones de novatos recién alistadas (XI y XII); y tras esta segunda línea el convoy de suministros romano con las alas protegidas por los auxiliares galos.
Los helvecios debían ser algo más de 70.000 y César dice que formaron en una falange (posiblemente una formación compacta de gran profundidad).
Cuando los helvecios estaban a unos 20 metros de las líneas romanas, lanzaron las pila que atravesaron los escudos de madera y la primera línea tuvo que despojarse de los escudos.
César lo narra así: «Nuestros soldados, al lanzar sus pila desde un lugar más elevado, rompieron fácilmente la falange enemiga. Una vez descompuesta, desenvainando las espadas cargan sobre ellos. Una circunstancia obstaculizaba enormemente a los helvecios en el combate: y es que, atravesados y trabados los escudos de varios de ellos por un solo impacto, al haberse doblado el hierro del pilum ni lo podían arrancar ni podían luchar con comodidad, al tener la mano izquierda trabada y sujeta. Por lo que, muchos de ellos, tras largos forcejeos con el brazo, optaron por arrojar los escudos y pelear a cuerpo descubierto«.
Rota la línea helvecia, los legionarios la terminaron de destrozar con sus formidables gladius hispanas provocando la retirada helvecia. En ese momento las dos legiones novatas entraron en combate espoleadas por la demostración de disciplina que los veteranos habían dado.
Cuando los romanos empujaban a los helvecios hacia su campamento, una parte de ellos, César los estima en 15.000, flanquearon a la formación romana para atacarla por detrás. Pero las legiones romanas eran una máquina formidable. Ante esta nueva amenaza, la tercera línea de las legiones dio media vuelta e hizo frente al ataque helvecio que pronto fue desmantelado.
César lo narra así: «Los romanos, haciendo girar su formación, formaron un doble frente: la primera y la segunda líneas, por un lado, enfrentándose a los que ya habían sido vencidos y rechazados; la tercera, por el otro, sosteniendo el ataque de los que se incorporaban ahora al combate«.
Los helvecios, tras cuatro horas de terrible lucha e incapaces de sostener la formación, huyeron hacia su campamento, cuyo perímetro estaba protegido por los miles de carros que formaban su convoy.
Los legionarios, pisándoles los talones, consiguieron asaltar el campamento por varios puntos en plena noche y los supervivientes, unos 130.000, escaparon. Entre la batalla del Arar y la que acababa de concluir los romanos habían matado a 238.000 helvecios.
César no quiso perseguir a los fugitivos porque prefirió dar un descanso de tres días a sus agotados hombres, enterrar a los muertos y cuidar de los heridos.
Los 130.000 helvecios siguieron sin detenerse, al cuarto día llegaron a la frontera de los galos lingones. César había enviado unos correos a los lingones, intimándolos a que «no los socorriesen con bastimentos ni cosa alguna, so pena de ser tratados como los helvecios«, y pasados tres días, marchó él mismo con todo su ejército en su persecución.
Los helvecios sufrían necesidades debido a la falta de todo tipo de provisiones, enviaron emisarios a César para pactar una rendición. César dictó sus condiciones: todas las armas deban ser entregadas, y también debían entregarse como rehenes los hijos de los jefes. 124.000 helvecios supervivientes fueron autorizados a volver a sus tierras.
Unos 6.000 hombres de la tribu de los vervigenos, no estaban de acuerdo con este pacto y se negaron a entregar las armas, abandonaron el campamento galo, y se retiraron en dirección al Rin, pensando que no sería notada su falta entre la multitud de prisioneros. No fue así. Enterado, César ordenó a todos aquellos por cuyas tierras estos pasaban, que fueran tras ellos y los hicieran volver. Y una vez traídos ante César, este comenta que «se los trató como a enemigos«, es decir fueron hechos esclavos.
A continuación, a los helvecios, tulingos y latóbrigos les ordenó que volviesen a poblar sus tierras abandonadas, obligándoles a reconstruir sus ciudades. Y teniendo en cuenta que habían perdido todo, ordenó a los alóbroges que los proveyesen de granos.