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Situación del ejército francés
El desastre de la campaña de Rusia, de octubre a diciembre de 1812, acentuó el declive francés en España. Como consecuencia del fracaso, los países del centro de Europa encabezados por Prusia declararon la guerra a Napoleón. Para hacer frente a tan poderosa coalición el Emperador se vio obligado, a comienzos de 1813, a retirar tropas de España para reponer la Guardia Imperial. También aconsejó a su hermano José que trasladase su cuartel general de Madrid a Valladolid, con el fin de concentrar las escasas fuerzas y asegurarse el camino a Francia.
Los 6 ejércitos franceses en España que eran: Norte, Portugal, Centro, Sur, Aragón y Cataluña continuarían existiendo, pero con menos efectivos.
La primera reducción fue de 25 hombres seleccionados de cada BI o RC, y 10 de cada Bía de artillería, para reconstituir la Guardia Imperial, prácticamente aniquilada en Rusia. Dejando de lado los contingentes extranjeros (italiano, napolitano, alemán, suizo) había unos 220 BIs y 35 RCs en España en enero de 1813. Por tanto, la convocatoria era de 5.500 infantes y 875 jinetes, no suponía un gran número para un ejército que tenía 260.000 hombres en sus listas, pero solamente 212.000 en realidad estaban bajo sus colores.
Pero eso solo fue el comienzo. Los ejércitos del Sur y Cataluña iban a contribuir con un gran número de cuadros a la nueva Grande Armee. Los ejércitos de Portugal, Aragón, Centro y el Norte fueron al principio menos reducidos, porque sus regimientos eran, en promedio, no tan fuertes como los de los otros dos. El ejército del Sur se vio especialmente afectado, porque sus unidades eran regimientos muy grandes. En 1812, los RIs de Soult casi todos tenían 3 BIs, y algunos 4 BIs. Similarmente, los regimientos de caballería tenían 3 Escons y algunos 4.
El edicto del 4 de enero ordenó que cada RI debería enviar de regreso a Francia el cuadro completo de oficiales y suboficiales para un BI, con un cuadro de batallón comprendiendo unos 120 de todos los rangos. Cuando el sistema se aplicó al ejército del Sur, fue reducido de 57 BIs a 36 en sus 19 RIs. Los 21 cuadros de batallón partieron hacia Francia fueron 2.500 efectivos incluyendo oficiales. Similarmente, 15 regimientos de caballería, en 50 escuadrones, enviarían 12 cuadros de escuadrón a Francia, unos 600 efectivos incluyendo oficiales.
El pequeño ejército de Cataluña iba a aportar un cuadro de batallón de cada uno de los de sus RIs que tenían 3 o más BIs, lo que daría 6 cuadros de batallón más para Alemania.
Los ejércitos de Portugal, Aragón y el Centro estaban principalmente compuestos por RIs que tenían solo 2 BIs, quedando por el momento, relativamente intactos. El ejército de Portugal recibió la orden de entregar un cuadro, el ejército de Aragón 2 cuadros, y el del Centro 3 cuadros (todos de la DI italiana de Palombini). De caballería el ejército de Portugal solo cedió uno cuadro de escuadrón, el ejército del Centro tres.
Además, el pequeño número de tropas auxiliares extranjeras todavía quedaban en España fueron ordenados de regreso a Francia, salvo el resto de las DIs italianas de Palombini y Severoli y las unidades del Rheinbund en el ejército del Centro, el RC-7 de lanceros polacos (el último regimiento de tropas de esta nacionalidad salieron al sur de los Pirineos), la caballería de Westfalia en el ejército del Centro, y la infantería westfaliana y de Berg en Cataluña. Además, la BRI de la Guardia Joven en el ejército del Norte (la de Dumoustier) y los 3 BIs navales de Cádiz, que habían servido tanto tiempo en el ejército del Sur, iban a regresar a casa. También 4 Bías de artillería a caballo francesa y 2 de artillería de campaña westfalianas. Por último, los cuadros eran tan necesarios para el tren militar como para cualquier otra rama del servicio, todos los ejércitos debían enviar a casa a todos los hombres desmontados de ese cuerpo.
La misma regla se aplicó a los bagajes militares y a los parques de artillería. Toda esta deducción en el ejército de España eran casi 12.000 soldados de todas las armas.
Había una cláusula elaborada sobre la reorganización del ejército del Norte: a cambio de entregar 4 RIPs (regimientos de infantería provisionales) a los ejércitos de Portugal y del Sur, se le entregarían 3 RIs del primero y 1 RI del último. Napoleón calculó que no perderían en número con el intercambio, pero de hecho lo fue. Los reclutados que debían devolverse a su propio cuerpo llegaban a más de 8.000 hombres. Pero el general Reille, al recibir la orden de contribuir con 3 RIs al ejército del Norte, seleccionó las tres unidades más mermadas que habían compuesto la desafortunada DI de Thomieres en la batalla de Salamanca (RI-1, RI-62 y RI-101), que juntas no formaban 3.000 efectivos, aunque Gazan eligió hacer el RI-64 de 3 BIs con 1.600 hombres. El ejército del Norte, por lo tanto, perdió casi 3.000 hombres en el intercambio, aunque el Emperador era consciente de que ya era demasiado débil para la tarea que se le había encomendado. Pero probablemente consideró que los italianos de Palombini, separados del ejército del Centro, marcarían la diferencia.
Reorganización del Ejército español en 1813
Desde su nombramiento como “Comandante en jefe de todos los Ejércitos Nacionales” Wellesley, en varias ocasiones había abogado por racionalizar los ejércitos disminuyendo y centralizando sus mandos. En diciembre de 1812 una orden de la Regencia reorganizaba completamente todas las fuerzas españolas. Esta medida no fue completamente del agrado de Wellington, que propuso reagrupar los antiguos ejércitos de forma ligeramente diferente, y el 21 de enero de 1813 se modificó lo publicado, según lo dispuesto por él. A partir de entonces, sólo existirían cuatro ejércitos:
- Primer Ejército: Desplegado en Cataluña, al mando de Francisco Copons.
- Segundo Ejército: Desplegado en Levante, al mando de Javier Elío.
- Tercer Ejército: Desplegado en Jaén y Granada, al mando del duque del Parque, en otoño pasaría a Navarra, desde enero de 1814 estaría al mando del príncipe de Anglona.
- Cuarto Ejército: se formó agrupando a los antiguos Quinto de Extremadura, Sexto de Galicia/Asturias/Santander y Séptimo de Vascongadas/Navarra, al mando de Francisco J. Castaños, siendo sustituido por Freire en junio, pero con efectividad en agosto de 1813.
- Ejército de Reserva de Andalucía, al mando de Enrique O’Donnell, conde La Bisbal. Desde agosto sería mandado por Girón; y en enero de 1814, de nuevo La Bisbal.
- Ejército de Reserva de Galicia, al mando del mariscal de campo Santocildes, en junio mandado por Luis de Lacy.
El cuarto Ejército estaba al mando de Francisco Javier Castaños y Araigorri, siendo su jefe de Estado Mayor Pedro Agustín Girón. Se componía de:
- Ala Derecha la DI-1/4 de Pablo Morillo y la DI-2/4 de Carlos de España.
- Centro la DI-3/4 de Francisco Javier Losada, DI-4/4 de Pedro Bárcena y la DI-5/4 de Juan Díaz Porlier.
- Ala izquierda la DI-6/4 de Francisco Longa, la DI-7/4 de Gabriel Mendizábal, la DI-8/4 de Francisco Espoz y Mina.
Además, contaba con dos divisiones de caballería y un batallón de zapadores
Situación en el norte a principios de 1813
El prestigio de los ejércitos imperiales había recibido en la batalla de Salamanca o de los Arapiles, un golpe del que no se había recuperado. Por lo que los insurgentes del norte se alzaron durante el invierno de 1812/3 con una energía como nunca se había visto antes. Los generales franceses descubrieron gradualmente que ya no tenían que lidiar con meras bandas guerrilleras, de medio vagabundos mal armados, mal alimentados en las colinas, reclutados solo entre los desesperados e imprudentes; sino con todo un pueblo en armas.
Cuando Caffarelli regresó de Burgos, descubrió que las autoridades españolas se habían restablecido en todas las ciudades que habían quedado sin guarnición, que los impuestos y las requisas habían sido impuestos de manera regular, y que se habían establecido nuevos regimientos en Vizcaya y Guipúzcoa. El comandante español nominal en esa región era el teniente general Gabriel de Mendizábal Iraeta, primer conde de Cuadro de Alba de Tormes, jefe nominal del Séptimo ejército; pero la verdadera autoridad en la lucha era el coronel Francisco Tomás Anchía y Urquiza conocido como Francisco de Longa, originalmente un jefe guerrillero, que era un herrero en la Puebla de Arlanzón (Burgos).
Longa era un hombre muy decidido que se puso al frente de una partida de 100 hombres con la que se dedicó a la guerrilla en tierras de Burgos, Álava y aledaños, uniendo sus fuerzas a menudo a la partida de Abecia. Había sobrevivido a la mayoría de sus rivales y colegas. Su útil cooperación con Home Popham en el último otoño, su banda se había reorganizado como 4 BIs, que levantó a los montañeses de la provincia de Santander y comarca del Alto Ebro. Su zona de acción habitual se extendía entre el mar y Burgos, y era frecuente en la costa cantábrica como en el desfiladero de Pancorbo, donde pasa la gran calzada de Bayona. Su fuerza nunca excedía de los 3.000 hombres, pero eran luchadores acérrimos en su propio terreno. Al oeste de Longa estaba la zona de Juan Díaz Porlier “el Marquesito”, en el Oriente de Asturias, que había palidecido un poco mientras la reputación de Longa había aumentado. La prolongada ocupación francesa de la Asturias en tiempos de Bonnet había desgastado su banda que quedó reducida a poco más de 2.000 hombres.
En Vizcaya el protagonista era Gaspar Jáuregui “El Pastor”, otro antiguo aliado de Home Popham, pero además de su banda, había puesto en a pie una nueva organización más regular, de 3 BIs vizcaínos y 3 BIs guipuzcoanos, que habían recibido armas de los buques ingleses. Ocupaban todo el interior del país, habían fortificado la antigua ciudadela de Castro-Urdiales en la costa, con fusiles entregados por la Royal Navy. Cooperó con Mendizábal y Longa siempre que se presentaba la ocasión. Habían retenido Bilbao por un tiempo en otoño, pero fueron expulsados cuando Caffarelli regresó de Burgos. En enero hicieron otro intento sobre ella, pero fueron rechazados por el general Rouget, al mando de la guarnición.
Entre los campos de actuación de Longa, el Pastor y los insurgentes navarros, estaba la línea de la gran calzada de Bayona, en manos de una serie de guarniciones francesas en Tolosa, Vergara, Mondragón, Vitoria, Miranda del Ebro y el castillo de Pancorbo. Esta hilera de lugares fortificados era un gran estorbo para los españoles, pero en muchas ocasiones lo cruzaron. Los batallones de asalto de Mina en Navarra se vieron con frecuencia en las provincias vascas. Y habían hecho la comunicación entre una guarnición y otra tan peligrosa que los comandantes de los puestos a menudo se negaban a arriesgar a sus hombres en escoltas entre su puesto y el siguiente, y hacía mucho tiempo que había dejado de intentar hacer requisiciones en el campo. Eran alimentados por convoyes que transitaban por la carretera principal, con fuertes fuerzas para protegerlos.
En Navarra, Francisco Espóz y Mina dominaba todo el campo y había establecido una ordenada forma de gobierno. Tenía entre 8.000 y 9.000 hombres, pero se extendían por todas partes, a veces operando en una columna, a veces en muchas. Rara vez era atrapado cuando se le perseguía, y era capaz de activar una fuerza abrumadora, si se veía que la fuerza que le perseguía era demasiado pequeña. La zona de acción se extendía en Aragón hasta Huesca, por lo que era una plaga para París, gobernador de Zaragoza; para Thouvenot, gobernador de Vitoria, o para Abbe, gobernador de Pamplona. Su propósito estratégico, era romper la línea de comunicación de Miranda de Ebro a Zaragoza, la ruta por la que el Rey y el ejército del Norte mantenían contacto con Suchet en Aragón.
Era un objetivo tentador, ya que todas las guarniciones francesas río abajo (Haro, Logroño, Viana, Calahorra, Milagro, Tudela y otros lugares) no eran muy grandes. Cada una podía ser aislada, y atacada durante algunos días, antes de que el gobernador de Navarra pudiera acudir en su ayuda con una fuerte columna de alivio. Había otras guarniciones, como las de Tafalla y Huesca, cubriendo zonas periféricas, que estaban lejos de ayuda y susceptible de ataques sorpresa en cualquier momento.
Mina a veces se desplazaba hacia la costa y se ponía en contacto con los guipuzcoanos y vizcaínos. También estableció comunicación con Rafael Durán, al sur del Ebro. Duran era teóricamente un comandante de división en el ejército valenciano, pero era realmente el líder de una banda de 4.000 a 5.000 irregulares, que merodeaban por las sierras de Soria, y mantenían las carreteras de Madrid a Zaragoza y el Ebro bloqueadas. Durán volvió a ponerse en contacto con el Empecinado, cuya zona de acción era el lado este de Castilla La Nueva, y cuyo objeto principal era acosar a las guarniciones francesas de Guadalajara, Segovia y Alcalá. Las reuniones temporales de fuerzas podrían realizarse para llevar a cabo una incursión común, pero lo más común era que los jefes guerrilleros trabajasen separados, ya que no les gustaba alejarse de su territorio, donde estaba familiarizado con los caminos y los habitantes. En un país de sierras como el norte de España, el conocimiento local era de suma importancia. Conocer exactamente qué caminos y qué pasos eran practicables en la nieve de enero, o qué corrientes eran vadeables en la lluvia de marzo; era la ventaja que el guerrillero tenía sobre su enemigo.
Es probable que en marzo o abril de 1813 la fuerza total de todas las bandas insurgentes no era mayor que las guarniciones francesas y columnas móviles con las que tenían que enfrentarse. Por lo que el ejército del Norte estaba siendo forzado a emplear más la mitad de su fuerza para defender los puntos estratégicos y las largas líneas de comunicación, mientras que los guerrilleros podían evacuar una región entera durante semanas, con el fin de reunirse en otra zona. Contaban con una buena información, ya que toda la población estaba por su propia voluntad o por miedo a su servicio. Los franceses solo podían depender de afrancesados para obtener información, y estos eran tímidos y escasos. Cuando las columnas francesas habían pasado, era fácil adivinar quién había las había guiado o quién les había informado, y esas personas eran asesinados o tenían que migrar a la guarnición más cercana.
El ejército del Norte había adquirido algún conocimiento general de las carreteras entre el Ebro y los Pirineos. Pero cuando actuaban secciones de la reserva de Bayona, o refuerzos del ejército de Portugal, eran normalmente sorprendidos.
No cabe duda de que Napoleón subestimó el poder de los guerrilleros españoles, así como infravaloraba los recursos de Wellington. Desde el primer momento de su regreso de Rusia había explicado a José y Jourdan la necesidad de pacificar el Norte, antes de la llegada de la temporada de campañas regulares, y Wellington de campaña.
Su teoría de que el invierno era el mejor momento para tratar con las bandas guerrilleras, era más bien engañosa. Aunque los días son más cortos, la nieve está en los pasos, y los torrentes están hinchados, eran sin duda, grandes obstáculos a la libertad de movimiento para la principal fuerza de los guerrilleros, pero eran incluso mayores para las tropas regulares. Las marchas rápidas eran imposibles fuera de las carreteras principales del norte España, durante los meses de pleno invierno. Solo con operaciones combinadas y el uso de grandes fuerzas era como se podía hacer frente a los insurgentes.
La opinión del Emperador era que Caffarelli había fallado en su tarea por falta de ingenio. Siempre estaba tratando de parar golpes en lugar de golpear el mismo, permitiendo que los insurgentes tomaran la iniciativa. Por lo que Clauzel fue enviado desde París como su sucesor, era ampliamente reconocido como el oficial más activo de España, y fracasó exactamente de la misma manera que su predecesor, incluso cuando le habían prestado 20.000 soldados veteranos para ayudarlo en su tarea.
Si es necesario, todo el ejército de Portugal podía ser empleado, ya consideraba que los ejércitos del Sur y del Centro serían suficientes para mantener a raya a Wellington.
Como el general Caffarelli había evacuado la mayor parte de los puestos del Cantábrico, debía volver a ocuparlos todos, especialmente Bermeo y Castro Urdiales. Este último se decía que había sido fortificado con la ayuda de los ingleses. Por lo que Santoña y todos esos lugares debían ser retomados de una vez: desde la desembocadura del Bidasoa a Santander cada posición marítima debía volver a manos francesas. Santander sobre todo, por lo que el Emperador dio órdenes expresas, para ser ocupado permanentemente por una guarnición adecuada.
Combate de Poza de la Sal (10 y 11 de febrero de 1813)
Las operaciones comenzaron en enero, cuando la DI italiana de Palombini marchó desde Castilla la Vieja para unirse al ejército del Norte, para sustituir a la BRI de la Guardia Joven de Dumoustier, que había sido llamada a Francia. Después de cruzar el paso de Guadarrama con una ventisca, que costó algunas vidas, llegaron a Burgos el 28 de enero, ahuyentando al Cura Merino y su banda, que habían estado bloqueando el camino desde Valladolid. Desde Burgos Palombini marchó a Vitoria, escoltando un convoy de soldados que regresaban a Francia, mensajeros, funcionarios y convalecientes. Allí escuchó que Longa y Mendizábal le habían cortado las comunicaciones por retaguardia. Por tanto, se volvió y barrió la comarca de la Bureba, donde le habían informado que estaban.
Al no encontrarlos, marchó hasta Poza de la Sal, no lejos de Briviesca, y a varios km de la gran calzada. En Poza de la Sal estableció su cuartel general, mientras que la mayor parte de su división que disponía de 2.200 efectivos, fue enviada en columnas volantes para recolectar comida para abastecer las guarniciones de Miranda de Ebro, Pancorbo y Briviesca. Quedando solo 500 hombres con él.
El jefe guerrillero Francisco Longa, que hostigaba a los franceses en toda la comarca, permanecía vigilante y dispuesto a aprovechar la menor ocasión. Recibía continuamente información de los movimientos de las distintas columnas francesas. El 7 de febrero se encontraba en Trespaderne (Burgos), donde tenía su base el BI de Guardias Nacionales de la DI de Iberia que formaba su guerrilla, en la que se enteró de que los franceses estaban en Poza de la Sal.
Cuatro días más tarde se presentó la ocasión que Longa estaba esperando. Varias columnas de italianos se habían dispersado por los pueblos de la comarca en busca de grano y vituallas, y el general italiano se encontraba en Poza de la Sal con solamente una pequeña parte de los efectivos de su división. En efecto, el 9 de febrero, el brigadier Verbigier de Saint-Paul había recibido órdenes de marchar a Rojas, al frente del RI-4 y un ED de Dragones de Napoleón. Al día siguiente era el coronel Salvatori era el que salía de Poza con destino a Hermosilla y Barrios al mando del RIL-2, dos Cías del RI-6 y la artillería a caballo de la división. En Poza de la Sal permanecían con el general en jefe de la DI solamente el resto del RI-6, los zapadores, algunos artilleros y el Estado Mayor, es decir, unos 500 hombres en total.
Longa, siempre al acecho, vio la oportunidad y avisó a su jefe el general Mendizábal, que mandaba el Séptimo ejército español. Establecieron juntos un plan consistente en llegar hasta Poza de manera sigilosa, y rodearla cerrando todas sus avenidas y puertas de la ciudad, cayendo después sobre Palombini y sus hombres.
Para llevar a cabo la operación, el jefe guerrillero reunió el RI de Iberia (3), el RI de Vizcaya (2), sumando un total de 4.000 efectivos. Partiendo de Trespaderne confluyeron sobre Poza en la noche del 10 al 11 de febrero, llegando parte por las montañas que dominan el pueblo, a espaldas del castillo, y parte por el lado opuesto, por el camino de Oña.
El ataque se inició justo antes del amanecer, con la presencia del propio Mendizábal, lo que levantó la moral de los guerrilleros. Los italianos, que no estaban vigilantes y no contaban para nada con ese ataque, fueron sorprendidos y no dieron la alarma hasta que los españoles combatían ya con las guardias. El general Palombini fue sorprendido en la cama y cubierto con un capote fue ayudado a escapar de la casa por una puerta falsa y esconderse en un corral, para desde allí reunirse después con sus hombres al amparo de la oscuridad.
Los soldados del BI-I de Vizcaya que irrumpieron en la casa donde descansaba el general italiano encontraron la cama caliente y 4 jícaras (tazas) de chocolate sobre la mesa, que allí mismo se tomaron. Había también dos relojes, aderezos de mujer y barritas de plata de las que se adueñaron los guerrilleros, así como las botas del propio general italiano, que fueron encontradas por el capitán de los cazadores de Vizcaya, Juan Manuel Moro de Elejaveitia, y entregadas a su jefe Mugártegui. Dos oficiales que estaban alojados en la misma casa fueron hechos prisioneros.
Algunos soldados imperiales, que descansaban tranquilamente en las casas donde se albergaban; lograron deprisa y corriendo reunirse en el castillo, gracias a la rapidez de reacción y a las órdenes de su general, que esperó allí al regreso de las columnas destacadas por las inmediaciones, a las que cursó aviso urgente. En esa posición, aunque rodeado de enemigos y hostilizados por los cuatro costados, pudieron resistir hasta que el coronel Salvatori apareció al alba en el lugar del combate, alertado por el ruido de los disparos y las explosiones. Un BI de Iberia que intentó cerrarles el paso a la villa, pero fue rechazado.
Poco después entró también en el pueblo la columna que estaba en Los Barrios. El combate se prolongó durante varias horas, hasta que Longa dio a sus hombres la orden de retirarse ante el cansancio que empezaban a mostrar después de una larga jornada sin descanso; así como por el aviso de la cercanía de una columna de 2.000 infantes y 300 caballos que marchaba entre Burgos y Vitoria. Los italianos volvieron entonces a ocupar el pueblo recuperando a algunos de los suyos, que permanecían escondidos en las casas, así como parte del material, incluida una pieza de artillería que habían abandonado sin defenderla en el momento del ataque.
Las pérdidas del combate de Poza de la Sal, siempre difíciles de estimar cuando provienen de partes interesadas, fueron de cerca de 50 soldados y 6 oficiales, según los italianos; y de 311 (8 oficiales y 100 de tropas muertos, otros 8 oficiales y 170 de tropa heridos, y 25 prisioneros), según la versión de Longa, que probablemente resulta exagerada. Junto a estas bajas, los españoles arramblaron con muchos caballos y con los bagajes de los oficiales, incluidas las pertenencias de propio Palombini. Entre las capturas figuraba un cañón de grueso calibre que al no poder ser transportado por los guerrilleros en su retirada fue arrojado por un despeñadero.
Al final los españoles se retiraron y desaparecieron, llevándose consigo el botín y algunos prisioneros capturados, y pronto fueron perdidos de vista en las montañas. Palombini tras haber restablecido el campamento, impuesto un tributo para resarcir los daños causados a su tropa, y dando a entender que quería mantener durante más tiempo la posición en Poza de la Sal; reunió a sus hombres antes del amanecer del día 13, y marcharon de regreso al Ebro por Santo Domingo Calzada, donde había una guarnición francesa en peligro inminente de morir de hambre, ya que había sido bloqueado durante mucho tiempo por bandas locales.
Palombini tomó la guarnición con él, y voló el castillo, ya que el lugar era inconveniente alejado de cualquier otro puesto francés. Luego regresó a Vitoria el 18 de febrero a través de Haro y luego avanzó hacia Bilbao, donde relevó a la BRI de Dumoustier de la Guardia Imperial.
Conquista española de Tafalla (11 de febrero de 1813)
Pamplona había sido declarada por carta por el nuevo comandante, como la ciudad que debería tener más cuidado. Pero al no ver ninguna posibilidad de visitarlo y aliviarlo hasta la llegada de los refuerzos del ejército de Portugal. Clausel, mientras esperaba su llegada, se dirigió a Bilbao, donde comenzó a hacer los preparativos para el sitio de Castro-Urdiales, el más importante de los puertos a lo largo de la costa que el Emperador había le había encomendado su captura.
Mientras tanto, los insurgentes vizcaínos se reunieron frente a Bilbao, en el lado oriental, y Mendizábal llevó tropas y algunas de las bandas más pequeñas para amenazarlo desde el Oeste. La idea era crear tantos problemas a Clauzel para que no pudiera marchar contra Castro-Urdiales. Los días pasaron, y Mina estuvo más activo que nunca en Navarra. Por fin le enviaron 2 cañones de asedio, desembarcados en Deba en la costa de Vizcaya, y arrastrados con increíbles esfuerzos a través de los caminos de montaña hasta el interior más lejano. Cuando llegaron se pusieron a trabajar para asaltar la guarnición francesa de Tafalla, un lugar alejado, pero a menos de 50 km de Pamplona.
Esto suponía un desafío para el general Abbe, gobernador de Navarra, Abbe marchó con 3.000 infantes y 150 cazadores para levantar el asedio, y encontró a Mina con 4 de sus BIs y su RC al otro lado de la carretera principal, en posición en una montaña en Tiebas, 16 km al norte de Tafalla. Después de un duro día de lucha, Abbe no logró abrirse paso y tuvo que regresar a Pamplona el 9 de febrero. La noticia de su rechazo descorazonó a la guarnición, cuyos muros se estaban derrumbando bajo el fuego de los cañones pesados de Mina, y finalmente se rindieron el 11 de febrero, entregándose 11 oficiales y 317 hombres, el comandante y muchos otros habían muerto durante el asedio.
Este éxito de Mina significó nada menos que todo el campo de Navarra estaba a su merced, ya que Abbe había sido derrotado en campaña; por lo que Clauzel se apresuró a enviar los primeros refuerzos del ejército de Portugal que le llegaron, la DI de Barbot y la envió a esa zona.
Asalto español de Fuenterrabía (11 de marzo de 1813)
Fermín de Leguía, sargento de Espóz y Mina, planeó atacar a la guarnición francesa del castillo de Fuenterrabía, que dominaba el paso del Bidasoa. La tarde del 11 de marzo, salió de Vera con tan solo 15 hombres provistos de su armamento, clavos y cuerdas. Comenzaron a escalar la muralla de la fortaleza con uno de sus compañeros hacia las 11 de la noche y sorprendieron y desarmaron a los centinelas franceses. Tras abrir la puerta principal a los demás, clavaron la artillería del castillo, arrojaron al mar muchas balas, robaron varios barriles de pólvora y una bandera, para finalmente prender fuego a la plaza y huir. Las llamas eran visibles desde Francia, las tropas francesas se apresuraron desde Irún y Hendaya, pero, por supuesto, descubrieron que los guerrilleros se habían ido. Esta hazaña fue más espectacular que perjudicial para los franceses.
Espóz y Mina ascendió a Fermín al rango de teniente.
Combate de Lerín (30 de marzo de 1813)
La reducción de los efectivos militares franceses fue aprovechada por Espóz y Mina y su división navarra, que alcanzó en el verano 9.500 voluntarios. Llegó a establecer un bloqueo económico sobre Pamplona, al prohibir la entrada en la ciudad a los campesinos del entorno, para vender sus productos hortícolas en el mercado. La medida pronto logró su efecto, la ciudad se quedó desabastecida de alimentos. El bloqueo obligó a los franceses a que salieran fuera de la capital en busca de víveres. Al principio las salidas fueron cortas, dirigidas a poblaciones próximas a Pamplona y se sucedían con frecuencia, siempre bajo la amenaza y el hostigamiento de los voluntarios, que procuraban dificultar el éxito de sus expediciones. Después las salidas fueron a lugares distantes y necesitaban mayor contingente de efectivos para conseguir los mismos objetivos.
Esta estrategia contribuyó a entorpecer a los franceses la provisión de víveres, municiones y otros efectos. Espóz amenazó con severos castigos a aquellos campesinos que llevasen sus productos a Pamplona para venderlos. Los voluntarios, aunque incapaces de asaltar o bloquear militarmente la ciudad, al menos debilitaron a la guarnición a través del cerco económico.
Espóz tenía gran autoridad entre sus paisanos; en caso contrario le hubiera resultado muy difícil bloquear Pamplona, la plaza más importante de Navarra. Teniendo en cuenta que el bloqueo económico conllevaba la ruina de los pequeños comerciantes y labradores de los pueblos vecinos, al no poder acceder a los mercados de la ciudad. Los pueblos donde quedaban guarniciones francesas tenían prohibida la comunicación con los invasores bajo pena de muerte. Las autoridades municipales que habían colaborado con los franceses, a partir de 1812 empezaron a cooperar con la división Navarra. Espóz llegó a tener en ese verano de 1812 una autoridad incontestable, era como un virrey en Navarra, y llegó a instaurar un tribunal de justicia propio llamado la Auditoría de Navarra.
La DI de Barbot, al entrar en Navarra, se dirigió ayudar a Abbe a despejar el territorio entre Pamplona y el Ebro. Habiendo llegado a Lodosa el 30 de marzo, Barbot envió 2 BIs para levantar requisas en la vecina ciudad de Lerin. El lugar estaba siendo saqueado, cuando los franceses dispersos fueron atacados repentinamente por 2 BIs de Mina, mientras que 2 BIs más y 200 lanceros navarros se interpusieron entre el enemigo y Lodosa. Los franceses, completamente sorprendidos, tardaron mucho tiempo en reponerse de la conmoción, pero se recuperaron y comenzaron a abrir su camino de regreso a su división, a solo 13 km de distancia. En la lucha, fueron atacados por la caballería y finalmente tuvieron que formar en cuadro para recibir la carga. En esta formación inconveniente se vieron obligados a una larga batalla con los fusileros navarros, que sacudieron tanto al cuadro, que finalmente se rompió cuando los lanceros de Mina cargaron, los 2 BIs fueron aniquilados, 28 oficiales y 635 hombres fueron tomados prisioneros al ser cortados. Gaudin, el coronel al mando el destacamento, escapó con algunos oficiales montados.
La parte más extraordinaria de la acción fue que el último combate tuvo lugar a solo 3,3 km de Lodosa, donde Barbot estaba con sus 6 BIs restantes. El general francés no intentó nada, sino que se puso en posición defensiva en vez de salvar la columna acudiendo en su ayuda. Después del desastre se retiró a Pamplona, con su reducida DI de unos 3.000 efectivos.
Pero no mucho después llegó la DI de Taupin del ejército de Portugal, también entró en Navarra, y se incorporó a Abbe. Esto le dio una fuerza de unos 13.000 hombres, y cuando Clauzel terminó sus propias operaciones en dirección a Bilbao, y marchó desde Vizcaya para rodear a Mina por un lado, mientras que Abbe lo envolvía por el otro lado, el gran guerrillero estaba en peligro.
Primer asedio de Castro-Urdiales (21 al 26 de marzo de 1813)
Las órdenes que Napoleón había dado a Clausel, era que atacara en todos los puntos la vez sin darles tregua. Pero estaba claro que no se podía hacer ningún movimiento sincronizado general, hasta que todas las DIs tomadas de Reille hubieran llegado.
Había resuelto llevar a cabo antes la orden del Emperador de capturar Castro-Urdiales, que era el lugar de contacto de buques británicos y el único puerto fortificado que los aliados poseían en la costa de Vizcaya. Subestimando su fuerza, marchó el 21 de marzo con la mayor parte de la DI italiana de Palombini y un solo BI francés y 100 jinetes, con la intención de tomarlo por escalada. Le habían dicho que sus antiguas murallas habían sido mal reparadas, y estaban casi sin cañones. Cuando llegó a la zona de Castro-Urdiales el 22 de marzo, al inspeccionar el lugar, tuvo que admitir que la empresa sería muy difícil, su ingeniero al mando, el historiador Vacani, sostuvo que se necesitarían 6.000 hombres y un tren de asedio de al menos 6 cañones pesados para tomar el lugar. Los sucesos subsecuentes demostraron que tenía razón.
Castro-Urdiales está construido sobre un saliente rocoso que se proyecta hacia el mar, con una muralla robusta de 7 metros de altura atravesando el istmo que une el promontorio con la costa. El angosto frente de esa muralla, de agua a agua, había sido bien reparado. Había unos 20 cañones montados, y un viejo castillo en el extremo hacia el mar servía como una ciudadela o fortificación interior. Mendizábal y su lugarteniente, Campillo, habían bajado del interior con una fuerza de 3.000 a 4.000 hombres, y eran visibles en el flanco, listos para caer sobre la columna italiana si se acercara a la ciudad, a través del laberinto de viñedos y vallas de piedra que cubrían sus afueras.
Clausel, siempre aventurero, se inclinó al principio a continuar con su empresa, cuando le llegó la noticia de que Bilbao, donde había dejado una guarnición bastante débil, estaba amenazada por el guerrillero Jáuregui, y los BIs de voluntarios de Vizcaya y Guipúzcoa. Regresó apresuradamente a su cuartel general con su BI francés, pero descubrió que el peligro había sido exagerado por el momento, por lo que envió al general Rouget con 2 BIs para unirse a Palombini, que mientras tanto el 24 de marzo había librado un fuerte enfrentamiento con Mendizábal. El español había intentado rodearlo en su campamento de San Pelayo, con varias columnas envolventes, el italiano salió y las rechazó con pérdidas, pero él no sufrió menos.
Clausel regresando al frente, llegó a la conclusión de que Castro-Urdiales no debía ser atacado sin cañones pesados y una fuerza mucho mayor. Ordenó a Palombini que quemara las escaleras, fascines, etc., preparadas para el asalto, y en su lugar se dirigió a levantar el bloqueo de Santoña, mientras él mismo regresaba a Bilbao. El italiano marchó con su DI hacia el oeste en Colindres, por el otro lado de la bahía en la que se encuentra Santoña, alejando a las fuerzas de bloqueo españolas, y se comunicó con el gobernador, el general Lameth, suministrándole cañones pequeños y municiones, dinero y alimentos. Por otro lado, a Lameth se le ordenó tener preparados 6 cañones pesados, así como medios para ser transportados por la costa, cuando la siguiente fuerza francesa apareciese frente a Castro-Urdiales, así como una provisión de munición, proyectiles y herramientas de asedio.
Lameth preparó el material de asedio, pero no se lo pidió hasta que hubo pasado otro mes completo, porque Clauzel tenía otros asuntos que le apremiaban.
Ataque francés a Guernica (2 y 5 de abril de 1812)
Palombini dio media vuelta y recuperó Bilbao en tres marchas forzadas, sin ser molestadas por los españoles, porque se habían ido en dirección a Balmaseda, sin esperar que volviera tan rápido. Solo llevaba dos días en Bilbao cuando Clauzel lo envió de nuevo, esta vez hacia el este y no hacia el oeste, con 2 de sus RIs, para un ataque sorpresa en Guernica, el cuartel general de los insurgentes de Vizcaya y sede de su Junta. Una columna francesa de 2 BIs del RI-40, debía cooperar y asaltar la retaguardia de los españoles. Esta expedición estaba bastante en consonancia con las órdenes de Napoleón de atacar los depósitos centrales del enemigo por delante y por detrás mediante incursiones inesperadas. Pero también mostró la dificultad para llevar a cabo tales planes. Palombini alcanzó Guernica el 2 de abril, empujando bandas de guerrilleros que cada vez eran más fuertes. Cerca de Guernica hicieron una parada esperando que llegase la otra columna francesa, que no apareció, habiendo encontrado sus propios problemas, y Palombini fue rechazado y obligado a abrirse el camino de regreso a través de las colinas. Informó que sus bajas fueron solo 80 hombres.
Habiendo recogido la columna francesa extraviada y reponiendo la munición de Bilbao, Palombini, con una loable perseverancia, atacó de nuevo la posición de Guernica el 5 de abril, y esta vez lo consiguió, haciendo huir a los españoles hacia el este, a lo largo de la carretera de la costa, en dirección a San Sebastián, donde una BRI de reserva de Bayona, se había desplegado para bloquear su huida. Pero los vizcaínos y El Pastor los esquivaron y se deslizaron hacia el sur por las colinas. Los BIs guipuzcoanos, instintivamente retrocediendo a su propia provincia, corrían más peligro. Pero advertidos a tiempo de que la carretera de la costa estaba cortada, muchos de ellos se refugiaron en los botes y se dirigieron a los buques de guerra ingleses en Lequeitio y Motrico, y fueron enviados a Castro-Urdiales en condiciones de seguridad, mientras que otros simplemente se dispersaron. No se hicieron prisioneros, pero Palombini capturó los almacenes de los guipuzcoanos en Azpeitia y Azcoitia, y pensando que la insurrección se había acabado, regresó a la calzada de Bayona en Vergara el 9 de abril.
Ataque español a Bilbao (10 de abril de 1813)
Tan lejos estaba de terminar la campaña, que mientras Palombini devastaba Guipúzcoa, los vizcaínos y El Pastor habían concertado un nuevo ataque a Bilbao con Longa y Mendizábal, que se había quedado sin fuerza, cuando los franceses se habían retirado de Castro-Urdiales.
Clausel se había marchado de Bilbao el 30 de marzo, con una gran escolta, para unirse en Vitoria a las DIs recién llegadas del ejército de Portugal, las de Taupin y Foy. Se planeó un nuevo ataque contra Mina. En ausencia de Clauzel y de Palombini, Bilbao estaba muy débilmente guarnecido, no había más de 2.000 efectivos que se habían dejado bajo el general Rouget para defender un sistema bastante extenso de trabajos.
El 10 de abril los españoles lo atacaron en ambos lados del río Nervión, y probablemente habrían entrado en Bilbao, si Mendizábal hubiera llegado a tiempo con su cuerpo principal, para asistir al ataque de los vizcaínos en la otra orilla del río. Rouget todavía estaba aguantando cuando Palombini llegó a rescatarlo desde Vergara vía Durango en dos marchas forzadas.
Entonces los españoles se dispersaron, como de costumbre, Mendizábal desapareció hacia el este, los vizcaínos volvieron a sus viejos cuarteles en Guernica. Palombini era fuerte en ese momento, habiendo sido reforzado con la BRI de Bayona, al mando del general Aussenac, que había estado bloqueando la carretera de la costa. Por lo tanto, trató de rodear a los vizcaínos con columnas convergentes, pero cuando pensó que los había aislado del interior, los empujó contra la costa, la mayor parte de ellos fueron recogidos en Bermeo por cruceros ingleses, y desembarcaron más lejos por la costa. Solo algo de bagaje y un depósito de municiones cayeron en manos de los perseguidores franceses el 14 de abril.
La caza de Mina
Vacani vio inutilidad de intentar envolver o destruir bandas locales entre montañas que conocían demasiado bien, cuando solo podía disponer de columnas de unos pocos BIs para la persecución, resolvió detenerse en Bilbao y prepararse para el asedio de Castro-Urdiales. Puso a la BRI de Bayona a cargo de la calzada a San Sebastián, y esperó la llegada de Foy desde Vitoria. Porque le habían informado que ese general, con su DI del ejército de Portugal, iba a ser enviado para ayudarlo en el sometimiento de Vizcaya. Los insurgentes habían sido perseguidos a menudo, pero nunca atrapados, y se podría esperar que Wellington estuviera en movimiento en cualquier día.
Dejando Vizcaya a Palombini y a Foy, Clauzel había recogido en Vitoria una de sus propias DIs, hasta entonces dispersa en pequeños destacamentos, pero aliviado por los refuerzos enviados desde el ejército de Portugal. Porque además de las 4 DIs prestadas en activo, se había apoderado de toda la provincia de Burgos, a donde el Rey había enviado la DI de Lamartiniére.
Con su propia división recién reunida, bajo Vandermaesen, y la DI de Taupin del ejército de Portugal, Clauzel partió para Navarra el 11 de abril, para compaginar sus operaciones con las de Abbe y cazar a Mina. Como ya había enviado al gobernador de Navarra la DI de Barbot, había una fuerza de campaña de 20.000 hombres disponibles para la persecución, sin tener en cuenta las tropas de las guarniciones. Era más del doble de la fuerza que Mina podía reunir, y el mes siguiente sería una dura prueba para el gran guerrillero.
La primera idea de Clauzel era atrapar a Mina con un movimiento de sus 4 DIs, que reunió en Puente la Reina en el valle del Arga el 24 de abril. Mina respondió dispersando sus BIs que escaparon a través de los intervalos del cordón sin grandes pérdidas, y cortó de vez en cuando a pequeños destacamentos de sus perseguidores. Clauzel percibiendo que ese sistema era inútil, luego probó con otro de los recomendados por el Emperador en su carta de instrucciones del 9 de marzo, que era un golpe decidido a los almacenes y depósitos del enemigo. Mina mantenía sus hospitales, algunas fábricas de municiones toscas que había establecido, y su almacén de provisiones, en el remoto valle pirenaico del Roncal, entre Navarra y Aragón, era de lo más inaccesible y estaba lejos de cualquier carretera.
Clausel marchó sobre Mina con las DIs de Abbe, Vandermaesen y Barbot, dejando a Taupin solo en Estella para contener la Navarra Occidental. Calculó que Mina estaría obligado a concentrarse y luchar, a fin de salvar sus almacenes y arsenal, y que así podría ser destruido. Su hipótesis era correcta, pero solo en parte. Mina dejó 4 BIs en Navarra Occidental, en los valles de Amescoas, para preocupar a Taupin, y se apresuró con los otros 5 BIs para cubrir el valle del Roncal.
Hubo fuertes combates en los pasos que conducen al valle los días 12 y 13 de mayo, que acabó con la derrota de los navarros, que se dispersaron con la pérdida de 1.000 hombres. Clauzel capturó y destruyó las fábricas y los almacenes, e hizo prisioneros a los enfermos en los hospitales, a los que trató con inesperada humanidad. Algunos de los BIs destrozados huyeron al sur por Sanguesa en la Navarra Baja, otros hacia el este a Aragón. Entre estos últimos estaba el propio Mina con una pequeña partida de caballería, trató de esquivar a sus perseguidores franceses y regresar a su propio país, dos veces intentó regresar, pero fue rechazado, y finalmente se vio obligado a huir hacia el este de Aragón, tan lejos como Barbastro. Esta región estaba prácticamente abierta a su huida, porque la guarnición francesa de Zaragoza era demasiado débil para cubrir todo el país, o para tapar los posibles huecos.
Por lo tanto, Mina pudo reunir parte de sus hombres allí y pidió la ayuda a las partidas dispersas. Clauzel arrasó todo el noroeste de Aragón con sus 3 DIs, haciendo detenciones y destruyendo los pueblos que habían albergado a los insurgentes. Pero no deseaba perseguir a Mina hasta las fronteras de Cataluña, donde habría estado bastante fuera de su propia misión e inconvenientemente alejado de Pamplona y Vitoria.
Pero mientras tanto, la DI que había dejado al mando de Taupin en Navarra estaba teniendo muchos problemas con los 4 BIs de Mina en el valle de Amescoas, y las partidas que retrocedían de la derrota en el Roncal atacaban la orilla norte del Ebro, mientras que Longa y Mendizábal, abandonaron sus antiguas posiciones frente a Bilbao, descendido sobre la calzada de Bayona, y ejecutaron numerosas incursiones sobre la misma, desde el paso de Salinas sobre Vitoria hasta el Ebro (25 de abril al 10 de mayo).
Las comunicaciones entre Bayona y Burgos se cortaron una vez más. La situación se agravó tanto que la DI de Lamartiniére del ejército de Portugal tuvo que ser trasladada hacia el este, para despejar la carretera de Burgos a Miranda; Sarrut hizo lo propio entre Miranda y Bilbao, mientras que Maucune destacó una BRI para relevar a Lamartiniére en Burgos.
De todo el ejército de Portugal quedaba el 20 de mayo solo una BRI en Palencia que aún estaba a disposición de Reille. Se habían prestado a Clauzel 5 DIs y 1 BRI, que se dispersaron por el norte. Y Wellington estaba a punto de moverse. Lo peor de todo para la causa francesa era, que las comunicaciones del Norte eran tan malas en mayo como lo habían sido en enero, después de que Clauzel desplegara el ejército principal hasta el Roncal, y lo condujera desde allí hasta Aragón, los caminos detrás de él eran absolutamente inútiles. Solo en la línea Bayona-Vitoria, donde empezaban a surgir los nuevos blocaos, era posible un paso regular de un lado a otro. El propio Clauzel estaba absolutamente incomunicado con el rey José, se tardaba 15 o 20 días en recibir un despacho.
Segundo asedio y conquista de Castro Urdiales (29 de abril al 11 de mayo de 1812)
Mientras tanto en Vizcaya, Foy y su DI habían marchado de Vitoria a Bilbao, donde había llegado el 21 de abril. En el camino casi habían alcanzado a Mendizábal en Orduña, donde por casualidad estaba solo con una guardia de solo 200 hombres; pero, advertido justo a tiempo, tuvo la suerte de escapar y volvió a recoger a sus subordinados Longa y Campillo más cerca de la costa.
Poco después de la llegada de Foy a Bilbao, se le unió la DI de Sarrut del ejército de Portugal, que lo había seguido desde Vitoria. Contaba, por tanto, con la DI italiana de Palombini, la BRI de Aussenac y la guarnición regular de Bilbao, al menos 16.000 hombres, suficientes para la tarea que Clauzel le había encomendado, la toma de Castro-Urdiales. Lo único que presentaba alguna dificultad era conseguir un tren de asedio para este remoto cabo. Se había ordenado a Lameth, gobernador de Santoña que proporcionara un cañón pesado, y había otros 4 cañones pesados en Bilbao, los caminos de la costa eran impracticables y la artillería tenía que llegar por agua, con la posibilidad de ser atacada por los buques británicos.
El 25 de abril Foy salió de Bilbao con su DI (10 BIs, 5.513) la DI de Sarrut (8 BIs, 4.500) y la DI de Palombini (5 BIs, 2.474), y 409 artilleros, unos 13.000 efectivos, dejando la BRI Aussenac (1.500) en el Deba, para vigilar la carretera de San Sebastián, y Rouget en guarnición (2.000). Esa misma tarde llegó a las inmediaciones de Castro-Urdiales. Allí dejó a Palombini para invertir el lugar, mientras él mismo se dirigía a buscar a Mendizábal, que se sabía que vigilaba la zona desde los cerros y que bloqueaba la carretera a Santoña, como lo había hecho la vez anterior.
Foy luego se trasladó a Cerdigo donde estableció su cuartel general para el asedio, en una posición fuerte entre el mar y el río Agüera. Se decía que Mendizábal mantenía la línea del Ason, 16 km más adelante, pero con poca fuerza, solo tenía con él las partidas de Campillo y Herrero, estando Longa ausente en dirección a Vitoria. El día 29 de abril, Foy expulsó a estas bandas en Ampuero (Cantabria) y se comunicó con Santoña, en el que introdujo una manada de 500 bueyes y otros víveres. El gobernador Lameth recibió la orden de enviar el tren de asedio que había recogido a Islares, bajo el campamento de Cerdigo, el primer día en que se encontrase la bahía despejada, porque estaba vigilada por tres balandras inglesas (Lyra, Royalist y Sparrow), al mando del capitán. Bloye, estaban apostadas frente a Castro Urdiales y vigilando la costa.
Foy luego estableció la DI de Sarrut para cubrir el asedio de Trucios, y envió 2 BIs italianos a Portugalete para vigilar el camino a Bilbao, manteniendo su propia DI y los otros 3 BIs italianos para el trabajo de trinchera. Los cañones pesados eran la gran dificultad; los que se esperaban desde Bilbao estaban detenidos en la desembocadura del Nervión por la escuadra inglesa, que los acechaba, pero ante la ausencia de las balandras en esta búsqueda, el gobernador de Santoña logró dirigir su convoy al otro lado de la bahía el 4 de mayo. Los cañones de Bilbao fueron luego llevados por tierra, con mucho trabajo.
Foy comenzó a asentar 3 Bías con 17 cañones en las altas laderas que dominan la ciudad; 2 Bías se completaron el 6 de mayo, a pesar del mucho fuego a larga distancia de los barcos británicos, y de un cañón pesado que el capitán Bloye había montado en el islote rocoso de Santa Anna a las afueras del puerto. El 7 de mayo, se inició fuego con 2 Bías contra la cortina medieval, pero no fue efectivo, los británicos silenciaron una batería. El 10 de mayo, sin embargo, la tercera batería, mucho más cercana, estaba lista y se abrió con resultados devastadores, el 11 de mayo, tras 2 horas de fuego abrieron una brecha de 10 metros de ancho y destruyeron un gran convento detrás de ella.
El gobernador, Pedro Alvarez, uno de los coroneles de Longa, tenía una guarnición de no más de 1.000 hombres, todos como él del RI Iberia de Longa. Hizo una defensa resuelta, mantuvo contraataques continuos y se preparó para contener la brecha. Pero era obvio que el viejo muro no protegía de la artillería moderna y que Foy podía derribar todo lo que quisiera a su antojo. En la tarde del 11 de mayo, parte de la población civil subió a bordo de los barcos británicos.
El gobernador hizo los preparativos para defender el castillo, en la orilla del mar de la ciudad que se proyecta en el agua, como último reducto: pero solo estaba protegido por la pendiente de la roca sobre la que se encontraba, sus muros estaban arruinados y no tenían valor. Al final del día, los británicos quitaron el cañón pesado que habían colocado en el islote; no podían usarlo después de la caída de la ciudad, y la caída era claramente inevitable.
Foy, al ver que el muro cortina continuaba derrumbándose y había una brecha de 20 metros practicable, resolvió asaltar esa noche y envió a las 07:20 horas, tres columnas compuestas por 8 Cías de flanco francesas asaltarían la brecha y 8 Cías italianas intentarían escalar un ángulo bajo cerca de la puerta de Bilbao. Ambos ataques tuvieron éxito, a pesar del fuerte fuego de los defensores, y los españoles fueron expulsados a través de la ciudad y se refugiaron dentro del castillo, donde se mantuvieron.
Álvarez había hecho los preparativos para la evacuación: mientras 2 Cías sostenían los empinados escalones que eran el único camino hacia el castillo, el resto de la guarnición se embarcaba por detrás en los barcos del escuadrón británico. Algunos murieron en el agua por el fuego francés, otros se ahogaron, pero la gran mayoría fue evacuada. A las tres de la madrugada solo quedaban 100 hombres en el castillo. Álvarez les había ordenado que arrojaran los cañones al mar y quemar los almacenes, tareas que cumplieron antes del amanecer.
Cuando, por medio de escaleras, los franceses se abrieron paso hacia una tronera de las defensas, algunos después de una desesperada lucha, fueron muertos. Pero lo sorprendente es que la mayoría de ellos se escapó en bote desde el pequeño embarcadero en la parte trasera del castillo. Probablemente, debían su huida al hecho de que los asaltantes habían pasado la noche en atrocidades desenfrenadas compitiendo con las de Badajoz a pequeña escala.
En lugar de terminar su trabajo tomando el castillo, habían pasado la noche violando y saqueando la ciudad. El propio general Claucel, quien reconoce que tuvo que proteger a unas mujeres del sadismo de sus soldados, bajo la amenaza de fusilar a aquel “que las faltara al respeto”. Eufóricos por su triunfo y dueños absolutos del pueblo que tanto se les había resistido, declararon a sus habitantes rebeldes, traidores y asesinos, y produjeron entre ellos una gran matanza, pasando a cuchillo a 309 personas, de entre ellas a 82 niños, y la destrucción de gran parte de la villa. Curiosamente, los franceses solo respetaron a aquellos que se refugiaron en el convento, convertidos en testigos de todos los acontecimientos que se vivieron durante esos fatídicos días.
Los españoles declararon que la pérdida total de su guarnición fue de solamente 100 hombres, y la afirmación está corroborada por el capitán Bloye del Lyra. Foy le escribió a Clauzel diciéndole que todo el asalto solo le había costado 50 hombres. Ambas afirmaciones parecen igualmente improbables, pues el asedio había durado 6 días de trincheras abiertas y ambos bandos habían luchado con gran resolución.
Pero lo realmente digno de destacar, es que empeñó 3 DIs francesas durante 16 días en el mes más crítico de 1813. Cuando las columnas de Wellington se deslizaban silenciosamente a su lugar para el gran golpe en el río Duero. El coronel Álvarez podía jactarse de que sus 1.000 hombres habían servido a un fin útil y honorable durante la gran campaña. Fueron desembarcados por el capitán Bloye en Bermeo, y se dirigieron a las colinas para unirse a Longa. La mayoría de ellos estarían presentes en la batalla de Vitoria, unas seis semanas después de su huida por mar.
Cumplido el primer deber que Clauzel le había encomendado el Emperador, Foy dejó a los italianos en Castro para vigilar la costa y mantener las comunicaciones con Santoña. Envió a Sarrut hacia el sur para buscar Longa, pasando por el puerto de Orduña; pero Longa cruzó el Ebro y se trasladó a la provincia de Burgos, evadiendo la persecución. Luego, al ver que la DI de Lamartiniére custodiaba el gran camino en esa dirección, se desvió hacia el noroeste y escapó por Espinosa a las montañas de Santander. Sarrut, habiéndolo perdido, se volvió hacia Vizcaya.
Mientras tanto, el propio Foy, tras retirarse a Bilbao para dar unos días de descanso a su DI, volvió a emprender el 27 de mayo una gira por Vizcaya. Su objetivo era destruir los 3 BIs de voluntarios vizcaínos que tantos problemas habían causado a su predecesor. Dispersó a 2 BIs, pero no pudo destruirlos, y finalmente volvieron a reunirse posteriormente con sus efectivos algo disminuidos. El tercer BI fue más desafortunado, atrapado entre tres columnas convergentes cerca de Lequeitio, fue empujado contra la orilla del mar y casi aniquilado: 360 hombres fueron capturados, 200 muertos, solo 2 Cías consiguieron huir a los cerros el 30 de mayo.
Pero para lograr este resultado, Foy había empleado 5.000 efectivos en 3 BRIs, que habrían estado mejor empleados ese día en el río Esla, porque Wellington estaba cruzando ese río en ese momento.
De modo que mientras el ejército británico fluía por decenas de miles hacia las indefensas llanuras de León; Foy y Sarrut estaban cazando guerrilleros en Vizcaya, y Taupin y Barbot acababan de fracasar en la gran persecución de Mina en Aragón y Navarra. Tales fueron los resultados de las órdenes del Emperador para la pacificación del Norte de España.