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Antecedentes
Muerto Induciomaro, los tréveros no perdieron ocasión de solicitar a los germanos y ofrecer dineros. César cuando se enteró de que los nervios, aduáticos y menapios juntamente con todos los germanos de esta parte del Rin, se estaban armando; decidió no esperar el fin del invierno, y se puso al frente de cuatro legiones las más inmediatas, entró en territorio de los nervios, y antes que pudiesen escapar, tomó gran cantidad de ganados y personas, y los repartió entre los soldados, obligándoles a entregarse y darle rehenes. Concluida la operación, envió de nuevo las legiones a sus cuarteles de invierno.
Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras y atenciones se dirigieron a la expedición contra los tréveros y los eburones de Ambiórix.
Campaña contra los menapios
Los menapios, vecinos a los eburones, cercados de lagunas y bosques eran los únicos que nunca habían tratado paz con César. Ambiórix tenía con ellos el derecho de hospedaje, y también habían contraído amistad con los germanos por medio le los tréveros. Con el fin de acabar con ellos envió a Labieno con los bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él con cinco legiones a la ligera marchó contra los menapios. Estos, confiados en la fortaleza del sitio, se refugiaban entre los sotos y lagos con todas sus pertenencias.
César repartió sus tropas con el legado Cayo Fabio y el cuestor Marco Craso, construyeron unos pontones, atacaron por tres direcciones, quemando caserías y aldeas, y capturando gran porción de ganado y gente, forzando a los menapios a enviar embajadores pidiendo paz. Una vez recibidos los rehenes y obtenido la promesa de no acoger en su país a Ambiórix ni a sus seguidores, partió contra los tréveros.
Lavieno derrota a los tréveros
Mientras tanto, los tréveros, con un gran ejército de infantes y jinetes se disponían a atacar por sorpresa a Labieno, que con una legión sola invernaba en su comarca. Se encontraban a dos jornadas de distancia, cuando recibieron noticias de las dos legiones enviadas por César. Acamparon a unos 25 km de distancia y decidieron esperar los refuerzos de Germania.
Labieno, enterado de las intenciones de sus enemigos, dejó 5 cohortes a cargo de los bagajes, él con 25 cohortes y la caballería marchó contra el enemigo, y a una milla de distancia fortificó su campo. Mediaba entre Labieno y el enemigo un río de difícil paso y de riberas escarpadas. Ni él pensaba en atravesarlo, ni creía que los enemigos lo pasasen.
Con el fin de obligar a los tréveros a cruzar antes de la llegada de los germanos, ideó una estratagema. Celebró un consejo de guerra en el que se acordó que al día siguiente levantarían el campamento y se irían, sabiendo que las noticias llegarían a los galos, mandó mover las tropas con mayor estruendo posible, para que pareciese una huida.
Los galos se decidieron atravesar el río sin esperar a los germanos, Labieno, tal y como había previsto, avanzó lentamente hasta que todos hubiesen cruzado el río.
De repente, mandó volverse y desplegar contra el enemigo, destacando algunos jinetes para proteger el bagaje, el resto los situó en las alas y los infantes en el centro.
Los romanos se dirigieron contra sus desorganizados perseguidores, lanzando primero las pila y a continuación cargaron, el ataque sorpresa los cogió desprevenidos, y tras el primer choque retrocedieron chocando con los que los seguían, los legionarios aprovecharon la confusión y produjeron una gran mortandad, muchos huyeron a los bosques cercanos; pero fueron perseguidos y alcanzándolos por la caballería, muchos murieron y otros tantos fueron hechos prisioneros.
Los germanos que venían de socorro, al enterarse de la desgracia, se volvieron a sus casas, los parientes de Induciomaro huyeron con ellos, y el gobierno recayó en Cingetórix que siempre se había mantenido leal a los romanos.
Tercera campaña contra los germanos
Construcción del segundo puente sobre el Rin
César llegó al país de los tréveros después de la expedición de los menapios, determinó pasar el Rin, por dos razones: la primera, porque los germanos habían enviado socorros a los tréveros; la segunda, porque Ambiórix no hallase acogida en sus tierras. Con esta resolución dio orden de lanzar un puente poco más arriba del sitio por donde la otra vez transportó el ejército.
Instruidos ya de la traza y modo los soldados, a pocos días, por su gran esmero dieron concluida la obra. César, puesta buena guarnición en el puente por el lado de los tréveros para precaver toda sorpresa, pasó las demás tropas y caballería. Los ubios, que antes le habían dado rehenes y no habían enviado socorro a los tréveros, suplicaron que no los maltratase, ya que fueron los suevos los que prestaron los socorros; y les informa de los caminos a seguir para ir al país de los suevos.
A los pocos días de haber cruzado, los ubios informaron de que los suevos estaban reuniendo todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones dependientes a que acudiesen con infantes y jinetes. Conforme a estas noticias, hizo provisión de granos, y asentó sus reales en una posición ventajosa. Mandó a los ubios a recoger los ganados y todos los víveres de los campos, esperando que los suevos, forzados a la penuria de alimentos, se resolverían a pelear inmediatamente. Después de algunos días, llegó la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se extendía una selva interminable llamada Bacene.
Al enterarse de la retirada de los suevos, decidió replegarse. Pero para contener a los bárbaros con el miedo de su vuelta, y permitir el tránsito de sus tropas auxiliares, una vez pasado el ejército, desmontó 200 pies (60 metros) del extremo del puente en el lado germano. En el otro lavo levantó un fuerte con una torre de 4 pisos de altura, y puso una guarnición para la defensa del puente 12 cohortes bajo el mando del joven Cayo Volcacio Tulo, quedando bien pertrechado.
Campaña contra los eburones
Persecución de Ambiórix
César decidió marchar contra Ambiórix, envió por delante a Lucio Minucio Basilo con toda la caballería por la selva Ardena, la mayor de la Galia, que va desde las orillas del Rin y fronteras de los treveros corre por más de 500 millas (750 km), alargándose hasta los nervios; no permitiéndole hacer fuegos en el campo a fin de que no se aparezca de lejos señal de su venida, y añade que presto le seguirá.
La súbita llegada les sorprendió en medio de sus labores, Ambiórix fue sorprendido, pero pudo escapar, dado que compañeros y sirvientes detuvieron un rato la caballería romana dentro del recinto de su palacio, pero tuvo que abandonar todas sus posesiones.
Después despachó secretamente correos por todo el país, avisando que se salvasen como pudiesen. Con eso unos se refugiaron en la selva Ardena, otros entre las lagunas inmediatas, los vecinos al océano en los islotes. Cativulco, rey de la mitad del país de los eburones, cómplice de Ambiórige, agobiado de la vejez, no pudiendo aguantar las fatigas de la guerra ni de la fuga, se suicidó bebiendo jugo de tejo, de los que hay gran abundancia en la Galia y en la Germania.
Los segnos y condrusos, descendientes de los germanos, situados entre los eburones y tréveros enviaron legados a César, suplicándole «que no fuesen tratados como enemigos«, les ordenó que si se acogiesen eburones fugitivos se los entregase inmediatamente y les dio palabra de no molestarlos.
Después distribuyó el ejército en tres partes, e hizo llevar los bagajes de todas las legiones a una castiella llamada Atuatica, que estaba situada casi en medio de los eburones, donde Titurio y Arunculeyo habían estado de invernada. Prefirió César este lugar por estar céntrico y por estar aún en pie las fortificaciones del año anterior, conque ahorraba el trabajo a los soldados. Para su protección dejó la legión XIV, que era una de las tres alistadas últimamente y traídas de Italia, junto con 200 jinetes bajo el mando de Quinto Tulio Cicerón.
De las tres partes en que dividió su ejército, una parte con tres legiones bajo el mando de Tito Lavieno fue enviada a las costas del océano contra los menapios. Un segundo grupo con otras tres legiones bajo el mando de Cayo Trebonio contra los aduáticos. Él, con las otras tres restantes, marcho en busca de Ambiórix, que según le decían, se había retirado con algunos jinetes hacia el río Sabis (Sambre), donde se junta con el Mosa al final de la selva Ardena. Prometió volver en siete días, y pidió a Labieno y Trebonio volviesen el mismo día con ánimo de comenzar otra vez con nuevos bríos la guerra, conferenciar entre sí primero, y averiguar las intenciones del enemigo.
Estos parajes eran conocidos solamente de los lugareños y había que proceder con gran cautela, la variedad de los senderos desconocidos les impedía el marchar juntos. Era preciso destacar varias partidas de seguridad y los galos aprovechaban la dispersión para tenderles emboscadas.
César despachó correos a las ciudades comarcanas convidándolas con el cebo del botín al saqueo de los eburones, queriendo más exponer la vida de los galos en aquellos lares que la de sus soldados. Mucha fue la gente que luego acudió de todas partes a este ojeo.
Voló la noticia del saqueo de los eburones a los germanos del otro lado del Rin, y como todos, estaban invitados. Los sicambros vecinos al Rin, que habían acogido a los tencteros y usipetes fugitivos, reunieron 2.000 jinetes, y pasaron el río en barcas y balsas unas treinta millas (45 km) más abajo del lugar donde estaba el puente cortado y la guarnición dejada por César, entraron en territorio de los eburones. Cogieron a muchos que huían descarriados, y juntamente grandes hatos de ganados. Cebados en la presa, prosiguieron adelante, sin detenerse por lagunas ni por selvas. Preguntaron a los cautivos dónde estaba César. Respondiéndoles que estaba muy lejos, y con él todo su ejército, uno de los cautivos dijo: » ¿Para qué os cansáis en correr tras esta ruin y mezquina ganancia, pudiendo haceros riquísimos a poca costa? En tres horas podéis estar en Atuática, donde han almacenado los romanos todas sus riquezas. La guarnición es tan corta, que ni aun a cubrir el muro alcanza; ni hay uno que ose salir del cercado«.
Ataque a la castiella de Ataútica
Los germanos en cuanto se enteraron, pusieron a buen recaudo su botín y se dirigieron a la castiella de Ataútica.
Cicerón, todos los días precedentes, según las órdenes de César, había contenido con el mayor cuidado a los soldados dentro de la castiella, sin permitir que saliese de la fortaleza; pero el sétimo día, desconfiando que César hubiese cumplido su palabra, por haber oído que se había alejado mucho y no tener la menor noticia de su regreso, envió cinco cohortes a forrajear en las zonas de alrededor, con su gran recua de acémilas.
Antes de que regresaran, aparecieron los jinetes germanos a galope tendido, muchos no tuvieron tiempo de meterse dentro. Los enemigos se abalanzan a todas partes por si podían encontrar una entrada abierta por donde irrumpir. Muchos de los heridos convalecientes se unieron a la defensa, entre ellos Publio Sestio Báculo, ayudante de César, que tuvo un comportamiento heroico.
La partida de vuelta del forrajeo, viendo el jaleo, se adelantaron los jinetes para reconocer lo que pasaba, no había para ellos lugar seguro.
Los bárbaros, descubriendo a lo lejos estandartes, desistieron del ataque, creyendo a primera vista que las legiones habían retornado, pero después, viendo el corto número, arremetieron por todas partes.
La partida de forrajeo huyó a una altura, siendo rodeados. Unos opinaban que estando tan cerca, formar en cuña y romper el cerco, otros eran partidarios de quedarse en la colina.
Los partidarios de romper el cerco, capitaneados por Cayo Trebonio, formaron la cuña y consiguieron pasar por medio de los enemigos sin una sola baja, entrando en la castiella. Los acemileros y jinetes, corriendo tras ellos por el camino abierto, amparados del valor de los soldados, se salvaron igualmente.
Al contrario los que se quedaron en el cerro, ni perseveraron en el propósito de hacerse fuertes en aquel lugar ventajoso, ni supieron imitar a los primeros, sino que se metieron en un barranco para infiltrarse. Fueron rodeados y muertos, unos cuantos milagrosamente se salvaron.
Los germanos, perdida la esperanza de tomar la castiella, se retiraron tras el Rin con el botín que habían guardado en el bosque.
Destrucción de los eburones
César emprendió de nuevo las operaciones para acabar con los eburones, reunió en los territorios vecinos un gran contingente de caballería y lo envió en todas las direcciones. Incendiaron todos los pueblos y casas que se encontraron a su paso, entrando a saco todos los lugares. Capturaron el ganado, las personas y las mieses no solo fueron destruidas de tanta muchedumbre de hombres y bestias, sino también por causa de la estación y de las lluvias que echaron a perder lo que pudo quedar.
Después de haber asolado el país, César reunió su ejército con la pérdida de dos cohortes en la ciudad de Durocortoro (Reims), en el país de los remos, donde convocó consejo de toda la Galia, para tratar la conjura de los senones y carnutos; y pronunciada sentencia de muerte contra el príncipe Acón, que había sido su cabeza, la ejecutó según costumbre de los romanos. Algunos temiendo el juicio huyeron.
Para invernar alojó dos legiones en la tierra de tréveros, dos en la de los lingones y otras seis en la de los senones, en Agencico, dejándolas todas provistas de trigo, partió para Italia a tener las acostumbradas reuniones.