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Llegada al poder
Atila nació aproximadamente en el año 395 y era hijo de Mundiuco (Mundzuk), hermano del rey huno Rugila. Al morir Mundiuco, Bleda que tenía diez años, y su hermano menor Etil o Atila, con seis, fueron acogidos por su tío Rugila, quién debido a la muerte de su otro hermano Oktar, se convirtió, allá por el año 415, en el soberano de los hunos occidentales.
Atila y Bleda fueron enviados a Roma para perfeccionar la lengua latina (que ya les habían enseñado los rehenes) y aprender la historia, costumbres y todo lo relacionado con los romanos y su Imperio. Atila partió con 13 años y volvió con 17. Esta era una costumbre muy extendida como forma de hacer una alianza más sólida. Los países en conflicto enviaban a uno o varios miembros de su aristocracia, para ser acogidos como “rehén amistoso” en la corte del país rival. De esta manera Atila aprendió un perfecto latín, nociones de griego e incluso leyes y administración, lo cual le fue muy útil, cuando años más tarde fuera proclamado rey de los hunos. Fue entonces cuando conoció al joven romano Aecio, que posteriormente sería un rehén amistoso en la corte del rey huno, Rugila. Atila se convertiría en el líder más importante de los hunos.
Rugila, viendo las dotes diplomáticas de su sobrino menor, mandó a Atila a negociar con los chinos, que no habían olvidado los intentos del pueblo huno de penetrarles y últimamente habían intentado saquear diversos asentamientos hunos del centro de Asia. Atila logró establecer la paz.
Las primeras operaciones de Atila se produjeron en Armenia, donde luchó contra los sasánidas, que tras cinco años lo derrotaron. Entonces, volvió al oeste y atacó la frontera norte del Imperio romano.
En el año 434 Atila y su hermano Bleda quedaron al mando de las tribus hunas tras la muerte de su tío el rey Rugila, que las había unificado en torno al año 432. Se repartieron los territorios pero manteniendo el Imperio como principal entidad.
Se sabe que Bleda se entregó por completo a la buena vida, mientras que Atila se dedicaba a los aspectos de gobierno.
Ese mismo año ocurrieron muchas cosas significativas para el pueblo huno, siendo una de ellas el fallecimiento de Bleda. La causa de su muerte es un misterio; existen diferentes creencias, una de las cuales afirma que un oso se abalanzó sobre él mientras cazaba causándole la muerte; otra dice que fue su hermano Etil, asustado por perder parte del trono, quien lo asesinó.
Hacia el 383/4,Valentiniano II ya había contratado a hunos para atacar a los alamanes cerca de la frontera del Rin y parece que también usó hunos durante su campaña contra Máximo en el 388. Tanto Estilicón como su rival Rufino, prefecto del pretorio de Oriente, se rodearon de una guardia personal de soldados hunos. Y Aecio fue aún más lejos: en el 436 cuando los burgundios (pueblo germano foederati en el Rin central) aprovechando los incidentes creados por los bagaudas entraron en el Rin inferior, cimentó la defensa del Imperio en la alianza con los hunos. El apoyo prestado al Imperio de Occidente se basaba en la amistad personal entre Aecio y los hunos, pero este apoyo no fue desinteresado y la Panonia fue el precio a pagar. Con estos aliados pudo Aecio mantener la soberanía romana al oeste del Rin, y los grandes dominios señoriales galo-romanos fueron protegidos de las invasiones exteriores y de las rebeliones de las bagaudas.
Constantinopla también aceptó y firmó un acuerdo con los hunos llamado tratado de Margus, que concedió a los hunos, entre otras cosas, derechos de comercio y un tributo anual que debían pagar los romanos. Con la frontera del sur protegida por el tratado, los hunos pudieron desviar toda su atención a las tribus del este. Pero en el 439 acusaron a los bizantinos de romper el acuerdo después de que el obispo de Margus (cerca de la actual Belgrado) cruzara el Danubio para profanar y saquear las tumbas reales hunas que había en su orilla norte.
Como respuesta, Atila y Bleda en el 440 aprovecharon que los bizantinos estaban mandando tropas al norte de África, para mantener a raya a los vándalos de Genserico que amenazaban continuamente sus comunicaciones marítimas; cruzaron el Danubio y saquearon varias ciudades romanas, empezando por Margus. Cuando los romanos estaban debatiendo la posibilidad de entregar al obispo acusado de la profanación, este huyó en secreto a los bárbaros y les entregó la ciudad, y después saquearon las ciudades ribereñas de Singidunum (Belgrado) y Viminacium (Kostolac). Esta fulminante campaña obligó a Teodosio a abandonar el proyectado ataque a Genserico y consiguió la paz entregando una indemnización y triplicando los tributos.
En el 442 se convino una tregua, pero Atila aprovechando esta vez la invasión de Armenia por el sasánida Yazdegerd II en el 441, y como consecuencia había retirado tropas de los limes; se decidió atacar de nuevo. La excusa fue que Teodosio había rehusado entregar a Atila los fugitivos que este reclamaba. Al año siguiente 443 Atila ocupó Raitaria (Anzar Palanka), capital de la provincia de Dacia Ripensis y base de la flota romana del Danubio, asegurándose de esta forma su retaguardia. Después avanzó por el valle del Margus (Morava) asediando Naissus (Nis), que ocuparon después de utilizar armas de asedio como torres de asedio y arietes, tecnología militar novedosa para ellos.
Después ascendió por el valle del río Nischava y destruyó Sardica (Sofía) y Filópolis. Rebasó Adrianópolis y Heraclea que estaban demasiado fortificadas y se acercó a Constantinopla. Allí derrotó a un ejército de Teodosio al mando de Aspar (que curiosamente era alano) en la batalla de Quersoneso, llegando ante las murallas de Constantinopla que no pudieron superar. El emperador Teodosio, a través del cortesano Anatolio, negoció la paz en el otoño del 443, conocida como la Paz de Anatolio, por la que entregó los fugitivos, pagó los tributos atrasados que eran 6.000 libras romanas (unos 1.963 kilogramos) de oro como indemnización por haber faltado a los términos del pacto. El tributo anual se triplicó, alcanzando la cantidad de 2.100 libras romanas (unos 687 kilogramos) de oro, y el rescate por cada romano prisionero pasaba a ser de 12 sólidos.
Atila rey de los hunos
Bleda observaba que los guerreros hunos tenían una especial admiración por su hermano Atila, y, allá por el año 445; comenzó a exigirle que le proclamase como rey absoluto del Imperio huno, pero Atila no estaba por la labor.
Ese mismo año ocurrieron muchas cosas significativas para el pueblo huno, siendo una de ellas el fallecimiento de Bleda. La causa de su muerte es un misterio; existen diferentes creencias, una de las cuales afirma que un oso se abalanzó sobre él mientras cazaba causándole la muerte; otra dice que fue su hermano Etil, asustado por perder parte del trono, quien lo asesinó.
Atila se hizo con el poder absoluto sobre su pueblo y situó la corte en algún lugar cercano al río Tisza (en la actual Rumanía), estaba muy lejos del salvajismo que algunos romanos le atribuían. Así lo atestigua el historiador Prisco, que acudió como embajador a la corte del caudillo huno. Según su relato, el asentamiento huno disponía de fuertes murallas y bellos edificios de madera, así como un palacio con suelos cubiertos de alfombras.
Allí el monarca se rodeaba de su harén, de intérpretes de diversas lenguas y de sus fieles, vestidos con ricos ropajes. En los banquetes utilizaban vajillas de oro en contraste con los vestidos modestos y los utensilios de madera de su rey, un hombre afable y con gran sentido de la hospitalidad. Sin embargo, el historiador Jordanes, poco amigo de los hunos, describe a Atila como bajo de estatura, de ancho pecho y gruesa cabeza, con ojos minúsculos, escasa barba, cabellera erizada, nariz muy corta y tez oscura.
También le atribuye un buen gobierno, generosidad y una gran confianza en sí mismo, aumentada «con el descubrimiento de la espada de Marak (similar al dios Marte), que según el historiador Prisco fue descubierta en las siguientes circunstancias: “Cierto pastor descubrió que un ternero de su rebaño cojeaba y no fue capaz de encontrar la causa de la herida. Siguió ansiosamente el rastro de la sangre y halló al cabo una espada con la que el animal se había herido mientras pastaba en la hierba. La recogió y la llevó directamente a Atila. Éste se deleitó con el regalo y, siendo ambicioso, pensó que se le había destinado a ser señor de todo el mundo y que por medio de la Espada de Marak tenía garantizada la supremacía en todas las guerras”. Esta leyenda era un patrón de culto a la espada común entre todos los nómadas de las estepas de Asia Central, la espada que habían venerado siempre los reyes de los escitas y que se convirtió en el símbolo de su poder.
Los hunos fueron también buenos colaboradores de los emperadores romanos. Intervinieron como mercenarios para reprimir las revueltas internas provocadas por los bagaudas y combatir a otros bárbaros, como los burgundios y los francos. Los más privilegiados formaban parte de la guardia personal de generales como Aecio, que había vivido un tiempo entre los hunos. Incluso Atila fue nombrado general honorífico de la Galia.
La colaboración militar con Roma, sin embargo, no era gratuita. Atila exigía fuertes tributos en oro a los emperadores en concepto de «compra de la paz» en las fronteras, tributos que no era fácil pagar. Además, los traidores hunos encontraron acogida en la corte romana. Todo ello determinó que el rey huno aumentara cada vez más sus exigencias e intentase desestabilizar a los romanos azuzando contra ellos a godos y vándalos, lo que suponía enfrentarse a la política de su aliado Aecio.
Mientras tanto Constantinopla sufría graves desastres, tanto naturales como causados por el hombre: sangrientos disturbios entre aficionados a las carreras de carros del hipódromo; epidemias en el 445 y 446, la segunda a continuación de una hambruna; y toda una serie de terremotos que duró cuatro meses, y destruyeron buena parte de las murallas y mató a miles de personas, ocasionando una nueva epidemia. Este último golpe tuvo lugar en el 447, justo cuando Atila, se había consolidado su poder.
Los años entre el 447 y el 450 vieron un continuo ir y venir de embajadas diplomáticas entre los hunos y Constantinopla, entre las que destaca la del año 449. En la comitiva figuraba el historiador Prisco de Panio, quien nos dejó una gran descripción de Atila, de quien nos dice que era “de corta estatura, ancho de espaldas, cabeza grande, ojos pequeños y hundidos, nariz achatada, cabello canoso, barba rala y tez aceitunada”. Estos rasgos, más mongólicos que hunos, los habría heredado de la alianza de sus antepasados con princesas chinas.
Prisco nos da una idea de la sobriedad de Atila a través de su narración del banquete celebrado durante la entrevista: “El sirviente de Atila entró primero con un plato lleno de carne, y detrás de él los otros sirvientes vinieron con pan y viandas que pusieron en las mesas. Una lujosa comida, servida en platos de plata, estaba lista para nosotros y los invitados bárbaros, pero Atila comió solo carne en un trinchante de madera. En todo lo demás se mostró mesurado, también; su copa era de madera, mientras a los invitados se les dieron copas de oro y plata. Su vestido, también, era bastante simple, notándose sólo por estar limpio. La espada que llevaba a su lado, las correas de su calzado escita y la brida de su caballo, no estaban adornadas, como aquellas de los otros Escitas, con oro o gemas o algo costoso. Cuando se hubieron consumido las viandas del primer plato, todos nos pusimos de pie, y no volvimos a nuestros asientos hasta que cada uno, en el orden antes observado, bebió a la salud de Atila en la copa de vino que le fue presentada”.
Uno de los miembros de la expedición, el intérprete Vigilio, llevaba la misión de conseguir por medio del soborno el asesinato de Atila. La conspiración fue descubierta por el propio sobornado, pero el khan no tomó ninguna represalia y despidió a los embajadores, y al mismo Vigilio, con abundantes regalos, y a continuación envió una embajada a Constantinopla con este mensaje: “Teodosio es hijo de ilustre y respetable linaje; igualmente Atila desciende de noble estirpe y ha mantenido con sus actos la dignidad heredada de su padre Mundziuch. Pero Teodosio ha faltado al honor de sus ascendientes y, al consentir en el pago de un tributo, se ha degradado hasta la condición de esclavo. Justo es, pues, que rinda acatamiento al hombre a quien mérito y fortuna han puesto por encima de él, en lugar de intentar, como esclavo perverso, conspirar clandestinamente contra su amo”.
Ante esto, el Emperador rápidamente mandó una embajada para aplacar la ira de Atila y para ello envió a Nomio y a Anatolio, dos ministros de rango consular, de los cuales uno era tesorero y el otro era maestre general de los ejércitos de Oriente. Atila accedió a entrevistarse con estos en las orillas del río Drenco, y aunque al principio se mostró autoritario, su enojo se apaciguó. Perdonó al emperador, se ratificó en el juramento de mantenerlas condiciones de paz, renunció a su proyecto de una vasta frontera desértica al sur del Danubio; y estipuló que si el gobierno imperial no acogía más desertores hunos Atila, se olvidaría de los que permanecían en territorio bizantino y devolvería sin rescate a la mayoría de los prisioneros romanos.
Este cambio sorprendente tenía su motivación. Atila quería asegurar la paz en la frontera del Danubio inferior porque preparaba una campaña contra el Imperio de Occidente. Esta decisión no era caprichosa, sino la consecuencia de una complicada mudanza diplomática. Hacía tiempo que el monarca vándalo Genserico incitaba a Atila contra los visigodos, la única fuerza militar importante en Occidente. El rey huno, que se había hecho nombrar, como tantos jefes bárbaros, magister militum del Imperio, pudo planear el aniquilamiento de los visigodos sin que esta campaña pareciese una amenaza para el gobierno de Rávena. Para los hunos, los visigodos que habían rehuido su soberanía en 376 atravesando el Danubio, eran súbditos fugitivos que merecían un castigo.
En el 447 Atila emprendió de nuevo una ofensiva contra Constantinopla. No se sabe el pretexto de la misma, pero habían ocurrido varios terremotos en la zona que había derribado las murallas de muchas ciudades, y Atila no desaprovechó la ocasión y partió de nuevo hacia el sur, entrando en el Imperio a través de Mesia.
El ejército romano, bajo el mando del magister militum godo Arnegisclo, le hizo frente en el río Utus (Vid), para cortarle el paso a Constantinopla. Aunque resultó derrotado ocasionó graves pérdidas al enemigo que no se dirigieron a la capital, sino que se dedicaron al pillaje a lo largo de los Balcanes, llegando incluso hasta las Termópilas, Atila decidió prudentemente retirarse. Constantinopla misma fue atacada y se salvó gracias a la intervención del prefecto Flavio Constantino, que organizó brigadas ciudadanas para reconstruir las murallas dañadas por los seísmos (en algunos lugares, tuvo que construir una nueva línea de fortificación delante de la antigua).
En el año 450 se descubrió un complot para asesinar a Atila en su corte, organizado por Teodosio II, el emperador de Oriente, y por Edeco, el embajador de los hunos en Constantinopla. Poco después, el sucesor de Teodosio, el militar tracio Marciano, se negó a seguir pagando a los hunos los tributos que se les debían. Atila decidió entonces lanzarse a la conquista de parte de las provincias de Occidente. Pero lo hizo valiéndose de un pretexto especial: reivindicar «el derecho de los hijos de un padre a su herencia«.
Además, se le presentó a Atila otro motivo: una querella de familia entre Valentiniano III y su hermana Honoria que contaba con 16 años. En el 434, esta había sido sorprendida manteniendo relaciones amorosas con un criado, este fue ejecutado y Honoria fue enviada junto a su madre que se encontraba en Constantinopla y prometida en matrimonio a un senador viejo de confianza Flavio Baso Herculano, para esconder la deshonra. Sin embargo, Honoria para no tener que casarse contra su voluntad, envió un mensaje a Atila ofreciéndose a casarse con él, y le envió su anillo como proposición de matrimonio. Atila no desperdició esta inesperada ocasión que le permitiría enlazar con la familia imperial y hacerse con toda la Galia (que correspondía a la dote de Honoria), por lo que exigió que se le entregase a Honoria para casarse y el reparto justo y equitativo del patrimonio imperial.
Sin embargo, la corte de Ravena rechazó tajantemente esa demanda. Honoria no podía casarse con Atila porque era esposa de un senador romano, y porque como mujer, no le correspondía la dignidad imperial.
Además, el rey de los francos había fallecido y sus hijos estaban enfrentados entre ellos por el liderazgo y los dos príncipes rivales pidieron ayuda el mayor a Atila y el menor a Aecio respectivamente. Por otro lado, el emperador de Oriente Teodosio II falleció el 26 de julio del 450, tras la caída de su caballo durante una cacería cerca del río Lycus, próximo a Constantinopla y murió dos días más tarde. Muerto Teodosio II el nuevo emperador de Oriente Marciano de Tracia, lo primero que hizo fue negarse a pagar el tributo anual. Tras el intercambio de embajadas, emperador Marciano dijo a los embajadores de Atila que “solamente tenía oro para los amigos del Imperio, y que para sus enemigos tenía hierro”. Atila sabía que era evidente la debilidad militar del Imperio de Occidente, pero era demasiado aventurado desafiar a la vez a los dos imperios. Decidió ir primero contra Occidente, así que reunió sus ejércitos de arqueros a caballo hunos, y sus aliados ostrogodos y gépidos, y se puso en marcha.
Atila en las Galias
Movimientos previos
A comienzos de 451 Atila emprendió la ofensiva, encaminándose a la Galia. Contaba con un gran ejército de hunos a los que se habían unido sus aliados ostrogodos, burgundios, gépidos, esciros, rugios y los francos que habían solicitado ayuda a Atila en su disputa dinástica, entre otros más pueblos. Estaba alentada por el rey vándalo Genserico, que deseaba hacer la guerra a los visigodos.
Sin embargo, Atila antes de partir intentó evitar una coalición de romanos y visigodos. Dirigió una carta a Valentiniano III asegurándole que solamente se proponía someter a los visigodos, y envió una embajada a Teodorico I para garantizarle que únicamente pelearía contra los romanos.
Cuando el desafío de Atila llegó a la corte de Valeriano III, este envió al magister militum Flavio Aecio con la orden de detener a Atila. Si el huno se apoderaba de la Galia y subyugaba a los germanos francos y visigodos, Italia sería lo único que le quedaría por conquistar, y sin más apoyos, perecería irremediablemente. Aecio reunió las tropas romanas que pudo antes de marchar al norte: básicamente, auxiliares no profesionales. Roma ya no podía reunir las legiones de antaño. Los soldados que siguieron a Aecio eran ciudadanos, campesinos y artesanos, mal equipados y con precaria formación militar. Sin embargo, Aecio consiguió infundir en ellos el valor suficiente para enfrentarse al más poderoso enemigo de Roma. Aecio sabía que no serían suficientes.
Tenía muy claro que necesitaba la ayuda de sus antiguos enemigos los visigodos y los francos que eran los únicos que tenían un poder militar efectivo. Consiguió convencer a Teodorico rey de los visigodos con mucho esfuerzo. Luego, Aecio y Teodorico marcharon hacia los francos cuyo rey Meroveo fue más fácil de convencer. Además, consiguieron atraer también a las tribus alanas que en aquel momento se habían asentado entre los francos y los visigodos. Finalmente, toda aquella última alianza se puso en marcha para interceptar a Atila.
Mientras tanto, las fuerzas hunas con sus aliados los ostrogodos, gépidos, hérulos, reinos que le habían rendido vasallaje, y que le habían proporcionado infantería de la que carecía, También había esciros de Riga, rugios de Pomerania, francos de Neckar, turingios de Baviera y burgundios del otro lado del Rin. Su primer objetivo fue las tierras de los francos ripuarios y el siguiente sería la ciudad de Aureliani (Orleans) por estar en el centro.
Los hunos avanzaron en dos columnas hacia el norte de la Galia. La principal fue por el norte del Rin y la segunda por el sur. En abril de 451 convergieron en Worms, el 7 de abril tomaron Mettis (Metz), y desde aquí se dividieron en dos columnas la del norte arrasó Colonia, Turnai, Cambrai y Amiens rodearon París que era una isla y no la pudieron tomar y pusieron cerco a Aureliani (Orleans). La otra columna arrasó Trier, Metz y Reims, uniéndose con la otra en Orleans. Durante cinco semanas estuvieron asediando la ciudad que estaba defendida por el rey alano Sangiban, situado allí por Aecio, y la intervención del obispo Aniano, que levantaba la moral de las tropas acudiendo con santas reliquias a los lugares más amenazados. A mediados de junio, cuando todo parecía estar perdido, divisaron a lo lejos a las fuerzas romanas y visigodas.
Batalla de Chalons o de los Campos Cataláunicos (451)
La llegada Aecio y sus aliados obligaron a Atila a levantar el cerco por la noche, y dirigirse al norte por los valles de los ríos Sena y Aub, hacia los Campos Cataláunicos, cerca Chalons-sur-Marne, en la actual región de Champaña–Ardenas (Francia), donde los terrenos eran despejados.
A orillas del Sena y en la vecindad de Méry-sur-Seine la retaguardia de Atila compuesta por gépidos sufrió un ataque nocturno, y debió ser casi exterminada, pues Jordanes dice que el enemigo perdió 15.000 efectivos entre muertos y heridos.
Atila llegó a los Campos Cataláunicos estableció su campamento rodeado de las carretas o laager, y esperó la llegada de Aecio. Este se había lanzado desde Orleáns en una rápida persecución tras Atila, y finalmente, el 19 de junio del 451, llegó al extremo sur de los Campos Cataláunicos, donde los hunos le cortaban el paso. Aecio maldijo la astucia de Atila, había elegido una llanura prácticamente plana, donde podría usar mejor sus jinetes. Únicamente había una pequeña colina a la izquierda de los romanos, más cerca de sus líneas. Atila no se atrevió a salir del laager y situó sus tropas en el centro los hunos, a su izquierda Walimiro y sus ostrogodos, y a la derecha Ardarico con los gépidos y demás pueblos. La noche cayó, y los romanos y aliados se retiraron a sus campamentos.
Despliegue de fuerzas
A la mañana siguiente del 20 de junio, Aecio fue el primero en desplegar sus fuerzas en el campo de batalla, que serían en total unos 50.000 hombres.
En el ala izquierda bajo su mando, Aecio desplegó a sus romanos, ocupando una pequeña colina que dominaba el campo de batalla. En el ala derecha, situó a los visigodos con su rey Teodorico al mando. En el centro, entre ambos contingentes desplegó a los alanos mandados por Singiban. Como reserva detrás de los alanos, situó a los francos del rey Meroveo. Su idea era atraer a los hunos en una trampa, pararlos con los francos de Meroveo y atacarlos por ambos flancos con las fuerzas romanas y visigodas.
Atila Salió de su laager cuando el ejército confederado ya se había desplegado, disponía de unos 60.000 hombres. Situó en el centro las fuerzas hunas bajo su mando. En su ala izquierda frente a los visigodos de Teodorico, situó a los ostrogodos y vándalos mandados Walimiro. En su ala derecha situó a hérulos, gépidos, esciros, rugios, turingios, y burgundios bajo el mando de Ardarico. Al parecer su plan era romper el centro con los hunos y envolver la retaguardia.
Desarrollo de la batalla
Atila, había dado orden que no se cargara hasta que él no iniciase las hostilidades con sus arqueros hunos y así debió ocurrir. Durante unos momentos, tras la finalización del despliegue de su ejército, ambos bandos debieron quedarse en silencio, observando a los adversarios, hasta que Atila dio la orden de comenzar. A su orden los jinetes arqueros hunos avanzaron ocupando todo el frente contra las fuerzas confederadas y lanzaron una andanada de flechas, sin empeñarse.
Cuando regresaron los jinetes hunos y se hubiesen reagrupado, dio la orden a todas las fuerzas de cargar contra el ejército confederado.
Atila al frente de sus jinetes hunos, cargó contra los alanos, lanzando una lluvia de flechas; los alanos retrocedieron sin romper la formación acogiéndose a la formación de los francos. Mientras los romanos de Aecio chocaban con los hérulos, gépidos y demás bárbaros de Ardarico, que trataban de hacerse con la colina, haciéndoles retroceder. Los ostrogodos chocaron contra los visigodos. En un terrible choque, las caballerías pesadas de ambos bandos se trabaron en un terrible y sangriento combate. Luego se produjo el choque de la infantería.
Las líneas de los francos de Meroveo, formaron un muro de escudos, contra los que se estrellaron los jinetes hunos. Estos lanzaban flechas, pero los escudos las paraban.
Atila viendo que los gépidos eran incapaces de tomar la colina, ordenó a Ardarico atacar de nuevo apoyado por jinetes huno. Se lanzaron al galope a tomar la colina, los jinetes fueron perdiendo su ímpetu conforme iban ascendiendo, y algunos caballos resbalaron y cayeron, arrastrando a otros en su caída. Los que fueron llegando a las líneas romanas no formaban un frente cohesionado, sino grupos desordenados, que los soldados romanos los despacharon sin mucha dificultad, con el lanzamiento de sus jabalinas. Entonces, los hunos que no habían terminado de ascender recibieron la orden de desmontar. Echaron el pie en tierra, y comenzaron a ascender disparando sus arcos. Los gépidos marchaban a su lado, pero tanto los jinetes desmontados como la infantería, pesadamente equipada, tenían muchas dificultades para seguir subiendo. Aecio consiguió detenerlos.
Teodorico hizo retroceder a los ostrogodos y al ver a los hunos atascados delante de los francos y de los romanos, aprovechó para atacarles de flanco. Atila reagrupó sus fuerzas y se enfrentó a los visigodos. Localizó a Teodorico y mandó a su guardia real ir a por él, tras un encarnizado combate el rey cayó muerto.
Jordanes lo cuenta: “Cuando el rey Teodorico recorría su ejército para animarlo, derribole el caballo, y pisoteándole los suyos, perdió la vida, en edad avanzada ya. Dicen otros que cayó atravesado por una flecha que, lanzó Andax del lado de los ostrogodos, que entonces estaba a las órdenes de Atila. Este fue el cumplimiento de la predicción que, poco tiempo antes, hicieron los adivinos al rey de los hunos, aunque éste imaginaba que se refería a Aecio. Separándose entonces los visigodos de los alanos, caen sobre las bandas de los hunos, y tal vez el mismo Atila hubiese sucumbido a sus golpes, si prudentemente no hubiera huido sin esperarles, encerrándose en seguida con los suyos en su campamento, que había atrincherado con carros. Detrás de esta débil barrera buscaron refugio contra la muerte aquellos ante los cuales no podían resistir antes los parapetos más fuertes.”
La muerte de Teodorico no causó una desbandada visigoda. Su hijo Turismundo, fue nombrado rey en mitad del fragor del combate. Los hunos y los ostrogodos intentaron aprovechar la confusión, atacando simultáneamente a los visigodos. Estos consiguieron reagruparse, detener el ataque. Aecio dio orden a los francos y alanos y a los romanos de atacar a los hunos para aliviar la presión sobre los visigodos.
Los visigodos contraatacaron con renovadas energías contra los ostrogodos, que fueron rechazados.
Atila se vio atacado a la vez por el frente y ambos flancos, y además observó cómo los ostrogodos y hérulos retrocedían, no le quedó más remedio que ordenar la retirada total.
Los rápidos hunos volvieron grupas y cabalgaron hacia su laager. Ya estaba próximo el ocaso, cuando Atila irrumpió en su propia tienda. Dio órdenes a sus sirvientes de que prepararan una pira funeraria con sillas de montar. Si sus enemigos llegaban hasta el campamento, no le cogerían vivo.
Jordanes cuenta “Aecio quedó separado de sus hombres y anduvo largo rato por entre los enemigos. Temiendo que hubiera ocurrido un desastre, iba en busca de los godos. Por fin llegó al campamento de sus aliados y pasó el resto de la noche bajo la protección de sus escudos. Al amanecer del día siguiente, cuando los romanos vieron que los cadáveres se amontonaban en el campo de batalla y que los hunos no se atrevían a un nuevo encuentro, consideraron que la victoria era suya; pero Atila no se retiraría a menos que el desastre fuera total. En efecto, lejos de comportarse cobardemente como quien se sabe perdido, mandó tocar las trompetas e inició un ataque. Era como un león que atravesado por las lanzas de sus perseguidores, pasea ante la caverna que le sirve de refugio sin atreverse a saltar sobre aquéllos pero aterrorizándolos aún con sus rugidos. Del mismo modo, aquel guerrero acorralado causaba pavor al enemigo. Godos y romanos celebraron una consulta para decidir su acción inmediata. Optaron por obligar a Atila a salir de su campamento, sometiendo a éste a sitio, puesto que en él se carecía de víveres y su línea de aproximación se hallaba bajo la acción de los arqueros romanos colocados en lugar adecuado”
Secuelas de la batalla
Aecio no dio la orden de perseguirlos pues era ya casi de noche, y estos estaban ya en el campamento de carros o laager. A la mañana siguiente, los confederados sitiaron el campamento de Atila, esperaban hacerle salir, pero este se encontraba seguro en su campamento fortificado.
Al final Aecio dejó marchar a los hunos. Una versión dice que Turismundo abandonó el campo de batalla con sus visigodos, es muy posible que regresara inmediatamente a Tolosa para salvaguardar su trono (al poco lo perdió al ser asesinado por sus hermanos Teodorico y Frederico), y Aecio no tenía fuerzas suficientes para atacar. Otras versiones dicen que convenció a Turismundo para no atacar, dado que si se aniquilaba a Atila, este podía ocupar su lugar como enemigo de Roma.
Finalmente cada bando se retiró a su lugar de origen. Las bajas por ambas partes fueron muy numerosas se estiman unos 10.000 en cada bando.
Final de Atila
Apenas hubo regresado Atila a su palacio de madera, cuando volvió a reclamar a Honoria como esposa, y en la primavera del 452 emprendió el camino para la conquista de Italia. Cruzó los Alpes Julianos, de donde se habían retirado las guarniciones y sitió a Aquilea, arrasándola.
A continuación se dirigió a Venecia, destruyendo a su paso Julia Concordia y Patavium (Padua). Conforme continuó su avance, las ciudades de Vicenza, Verona, Brescia, Bérgamo, Milán y Pavía le abrieron sus puertas atemorizadas por lo que había sucedido a Aquilea, pero aunque las ciudades no fueron arrasadas, asesinó a algunos de sus habitantes e hizo cautivos a otros. Finalmente, se detuvo en Mincio.
Aecio fue sorprendido, envió al emperador Valentiniano de Rávena a Roma y permaneció en campaña, pero sin la potencia militar suficiente para presentar batalla. Finalmente, optó por pedir la paz a Atila, envió una embajada formada, entre otros, por el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León I. Después de la entrevista, Atila se retiró.
Los auténticos motivos de la retirada fue que un general llamado también Aecio, había cruzado el Danubio y había derrotado a los hunos dejados por Atila para proteger su retaguardia, esto unido a la falta de víveres y el temor a la peste, fueron las causas para pedir la paz.
Atila dejó Italia y regresó a su palacio. Desde allí planeó atacar nuevamente Constantinopla y exigir el tributo que Marciano había dejado de pagar.
Pero la muerte le sorprendió a comienzos del 453. Cierta noche, tras los festejos de celebración de su última boda, la sexta con una mujer goda llamada Ildico (Hilda), sufrió una grave hemorragia nasal que le ocasionó la muerte. Se hallaba tendido de espaldas y la sangre le ahogó. Algunos autores como el cronista romano Conde Marcelino sugieren que fue asesinado por su mujer: “Atila, rey de los hunos y saqueador de las provincias de Europa, fue atravesado por la mano y la daga de su mujer”.
Expusieron solemnemente su cuerpo en medio de los campos, en una tienda de seda, con objeto de que pudiesen contemplarlo sus guerreros. Los jinetes más distinguidos entre los hunos corrieron alrededor del paraje donde estaba colocado, y recordaron sus hazañas con cánticos fúnebres, se cortaron las mejillas en señal de duelo.
Después de expresar su desolación de esta manera, celebraron sobre su tumba un gran festín, una strava, según lo llamaban; y, entregándose sucesivamente a los sentimientos más opuestos, mezclaban la alegría con el duelo de los funerales. Introdujeron el cuerpo de Atila en tres féretros, el primero de oro, el segundo de plata y el tercero de hierro, dando a entender con esto que el rey lo había poseído todo; el hierro para someter a las naciones; el oro y la plata en señal de los honores con que le habían revestido los dos imperios. A estos emblemas añadieron los trofeos de las armas tomadas al enemigo, collares enriquecidos con diferentes piedras preciosas, y en fin, los diversos ornamentos con que se adorna los palacios de los reyes. Y con objeto de preservar tales riquezas de la codicia de los hombres, mataron a los obreros empleados en los funerales, de manera que en el mismo momento la muerte se cernió sobre el cadáver sepultado y sobre los que acababan de sepultarlo. Después miles de jinetes pasaron sobre la tumba para que no se descubriese el lugar.