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Antecedentes
A principios de 1714 murió María Luisa de Saboya, la primera esposa de Felipe V, y este enseguida concertó un nuevo matrimonio con la princesa del ducado de Parma, Isabel de Farnesio, que la era la heredera del ducado porque el soberano del mismo, su tío, no tenía hijos.
Isabel nada más llegar puso al frente del gobierno a un hombre de su confianza, el religioso parmesano Julio Alberoni. Este dirigió la política exterior de la monarquía con la doble finalidad: revisar los Tratados de Utrecht en Italia, recuperando para Felipe V los estados de la monarquía Hispánica que habían pasado al emperador Carlos VI, el antiguo archiduque Carlos, contrincante de Felipe V en la Guerra de Sucesión Española; y asegurar para el príncipe Carlos, el primer hijo del nuevo matrimonio, la sucesión al ducado de Parma y al ducado de Toscana.
El 4 de enero de 1717, el abad Dubois y Pierre Antoine de Châteauneuf, enviados por Felipe II de Orleans (regente de Francia durante la minoría de edad del rey Luis XV); William Cadogan en representación de Jorge I de Gran Bretaña; y los delegados de los Estados Generales de los Países Bajos, reunidos en la ciudad de La Haya, firmaron el acuerdo, que incluía como principales puntos los siguientes:
- Ratificación de los acuerdos pactados en los Tratados de Utrecht de 1713.
- Francia expulsaría de su residencia en Aviñón a Jacobo Estuardo, pretendiente a la corona inglesa.
- Las Provincias Unidas expulsarían de su territorio a los partidarios de Jacobo Estuardo, considerados rebeldes contra Inglaterra.
- Francia debería demoler el canal de Mardyke, construido tras el desmantelamiento del puerto de Dunkerque pactado en el Tratado de Utrecht.
En caso de que alguno de los países firmantes viera invadido su territorio por fuerzas de un país extranjero o tuviera que hacer frente a rebeliones internas, los otros dos le socorrerían con ayuda militar. En tal caso, Francia e Inglaterra aportarían 8.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería cada uno; las Provincias Unidas contribuirían con 4.000 infantes y 1.000 jinetes. A requerimiento del país invadido, estas tropas podrían ser reemplazadas por una fuerza naval equivalente. Este punto solo tendría validez en los territorios de los firmantes en Europa.
Expedición española a Cerdeña (1717)
El primer objetivo de esta política fue la isla de Cerdeña. El arresto en Milán del inquisidor general español José de Molines por los austriacos, cuando se dirigía de regreso a España desde Roma. Molines murió en prisión, lo que ocasionó que el rey Felipe V se decidiese a atacar a los austriacos en Italia. Felipe V obtuvo la casus belli que buscaba. Felipe V prefería una expedición a Nápoles, pero la falta de efectivos aconsejaron lanzar una operación anfibia sobre Cerdeña, excelente puente hacia el resto de Italia.
A primeros de 1717 José Patiño, recién nombrado intendente de Cádiz y artífice del resurgimiento naval español, comenzó los preparativos militares en Barcelona para lanzar una expedición naval que teóricamente iría dirigida contra los turcos. En julio de 1717 el rey y la reina firmaron las órdenes para que la flota se dirigiese contra Cerdeña. La isla era la más indefensa de los posibles objetivos. Entre las tres plazas fuertes que había en el país, Cagliari, Alghero y el Castillo Aragonés, no había ni siquiera 1.000 soldados profesionales, repartidos en 600, 300 y unos 30 respectivamente. Por el contrario, no se puede decir lo mismo de las provisiones, de las cuales estaban bien surtidos. Cerdeña no estaba preparada para la invasión que se le avecinaba.
La reunión de fuerzas en los puertos sorprendió grandemente a las grandes potencias, porque no era un misterio que se hacían armamentos en Cádiz, y se reunían batallones en Barcelona. Hasta última hora Alberoni propagó que los primeros tenían destino en Levante en auxilio de las armas cristianas contra los turcos, como se había practicado el año anterior ofrecido al papa Clemente XI, los segundos iban a relevar la guarnición de Mallorca.
Los jefes mismos de las escuadras ignoraban qué misión iban a desempeñar. Recibidos los despachos instrucciones en pliegos que habían de abrirse en alta mar, y que por extremo de suspicacia perjudicaron el éxito de la jornada.
En julio, el Rey ordenó la partida de la Armada Española, lista en Barcelona, para la conquista de Cerdeña, iniciando las hostilidades con Austria, la expedición se dividió en dos divisiones.
El grueso de la expedición española zarpó del puerto de Barcelona el 24 de julio, bajo el mando del almirante marqués de Mari. Consistía en 9 navíos de línea, 6 fragatas, 3 galeras, 2 brulotes y 80 buques mercantes y de transporte. Las fuerzas terrestres eran 8.500 soldados de infantería encuadrados en 14 BIs de los RIs Guardia Española (4), Guardia Valona (4), Murcia (2), Wachop (1), y Hainaut (1); y 500 dragones del RD Pezuela (actual Lusitania), entre los que había 50 dragones del RD de Valanzart (posteriormente Almansa), 50 cañones de sitio, 12 de cañones campaña y gran cantidad de pertrechos, municiones y víveres para tres meses, bajo las órdenes de Juan Francisco de Bette, marqués de Lede jefe de las fuerzas terrestre.
Lede era un flamenco al servicio de la corona española, había participado en la Guerra de Sucesión Española, llegando a ser mariscal de campo (9 de julio de 1705), teniente-general (1709) y capitán-general (1 de octubre de 1710). En 1712 fue destinado al ejército de Extremadura y, posteriormente, acabada la guerra, fue gobernador de Barcelona y comandante de las veguerías de Barcelona y Vich (2 de octubre de 1714). El 13 de octubre de 1715 fue nombrado capitán-general de Mallorca e Ibiza. Desde el 7 de mayo de 1717 ocupado el cargo de comandante-general de Aragón.
Desde Barcelona puso rumbo a las Islas Baleares, entre las que le detuvieron las calmas propias de la estación; le obligaron hacer arribada en Alcúdia para reponer la aguada, perdió muchos días, tardando 29 en llegar al golfo de Caller (Cagliari), en el sur de la isla de Cerdeña, que era el determinado.
Baltasar de Guevara partió de Barcelona con la segunda división el 31 de julio, no habiendo en su instrucción otras prevenciones que las de dirigirse igualmente a Caller (Cagliari), donde recibiría nuevas órdenes, navegó por la costa con vientos favorables que le consintieron hacer travesía más rápida. El 9 de agosto, fondeó en cabo Palla, y tuvo que esperar, confuso, hasta el 20 de agosto para la aparición del marqués de Mari, ocasionando un perjuicio considerable; porque la vista de las primeras velas había avisado los isleños de la invasión. Tuvieron 11 días disponibles para enmendar la imprevisión en que vivían, mejorando las defensas de su capital, proveyéndose de víveres efectos y levantando las milicias del país. El resultado fue tener que establecer asedio en toda regla contra la plaza, que con toda probabilidad hubiera encontrado muy ligera resistencia llegar juntas de improviso las escuadras.
Se verificó el desembarco del ejército en las playas de Caller (Cagliari) bajo la protección de la artillería de las galeras y de las fragatas, sin perder un hombre; haciendo seguidamente el del material con rapidez que permitió abrir la trinchera el 13 de septiembre, situando tres baterías, una de 26×24 y otra de 14×24 pulgadas, y la otra de 8×12 morteros que causaron notable ruina.
Incluía un tren de artillería al mando del coronel don Sebastián de Matamoros, compuesto por seis comisarios de artillería, 200 artilleros, 60 obreros, una compañía de minadores, 40×24 cañones, y 14×12 morteros y gran cantidad de pertrechos y municiones.
El general Próspero de Verboom realizó los planes de ataque a la plaza de Caller (actual Cagliari). La ciudad de Cagliari estaba defendida por cuatro fortalezas, tres de ellas defendían la ciudad por tierra, Castelazo, Matha Grifón y Gonzaga, y una por mar, el Santísimo Salvador.
El virrey de la isla por el Emperador, era Antonio Rubí de Buxadós, marqués de Rubí, caballero catalán, el mismo que tuvo el mismo puesto en Mallorca; el gobernador de la plaza era el coronel Jaime Carreras, también catalán; y la guarnición era una mezcla de catalanes, aragoneses.
Lo primero que hicieron fue expulsar de la costa a un batallón de 500 alemanes, que tuvo que capitular y rendirse enseguida. Se capturó una nave inglesa que había tratado de introducir morteros, bombas, pólvora y refuerzo de artilleros; se redujeron los intentos de socorro y se enviaron partidas sueltas de soldados en falucas (botes grandes) desde Génova a Córcega, y que se introducían de noche por las Bocas de Bonifacio; aun así, entraron en la isla más de 300 hombres, acogidos en las plazas del norte de la isla.
El castillo de San Miguel de la Condesa, que era un punto neurálgico que conectaba a la ciudad de Cagliari con todo el país. Se intentó capturar, pero fue un fracaso, según las creencias españolas, estaría guarnecido por unos pocos milicianos que se rendirían rápidamente, mal armados, sin artillería y con las defensas maltrechas. Sin embargo, el resultado fue que casi una cuarta parte del destacamento de asalto resultó herida o muerta y el castillo no fue tomado. Este calamitoso resultado se debió a que los pocos paisanos mal armados resultaron ser una compañía de soldados veteranos, bien armados y con cañones, y además, el castillo estaba en perfectas condiciones.
Para evitar situaciones como esta el marqués de la Mina, recomendó tener una información muy fiable, y no solamente de paisanos o desertores, sino también de espías, que no solamente debe tener el general, sino también los oficiales generales para poder así contrastar informaciones. El castillo resistió casi tanto tiempo como Cagliari.
Una vez cercada Cagliari, el virrey de noche con la mala fortuna ser sorprendido por un destacamento de dragones, del que escapó a duras penas, mientras fueron hechos prisioneros casi todos sus acompañantes, entre ellos el general de las galeras de Sicilia, Pedro Franciforte, conde de San Antonio. Pero pronto las fuerzas austriacas de la ciudad, carentes de refuerzos, huyeron al norte de la isla.
Cagliari capituló el 2 de octubre. Alger (Alghero) estaba situado en la parte opuesta de la isla, allí se dirigió el ejército avanzando por el interior, mientras la escuadra recorría el litoral; se rindió sin que se llegase a formalizarse el ataque. Lo mismo hicieron Sacer (Sassari) y el castillo Aragonés (Castel Aragonese) o Castelsardo, fortísima posición enriscada, con lo que en menos de tres meses estuvo sojuzgada la isla con pérdida de 500 hombres, fueron más las bajas por el clima y enfermedades que por los combates.
El 23 de noviembre se hallaban de vuelta en Barcelona naves y soldados, excepción hecha de los que quedaron de guarnición con el general José de Armendáriz.
La rápida victoria se debió principalmente a la acción psicológica del marqués de San Felipe, quien recorrió la isla alentando a sus habitantes, descontentos con el dominio austriaco, a volver al gobierno español.
La reacción inicial del Sacro Imperio Romano Germánico a la invasión fue limitada, puesto que todos sus recursos se estaban dedicando a la guerra Austro-Turca (1716-18), y el comandante supremo austriaco, Eugenio de Saboya, quería evitar una gran guerra en Italia con España.