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Antecedentes
Al conocer la invasión de Cerdeña y de Sicilia, Carlos VI decidió entrar en la Triple Alianza formada en enero de 1717 por las Provincias Unidas, Gran Bretaña y Francia, para enfrentarse conjuntamente a España y obligarla a acatar las resoluciones del Tratado de Utrecht; dando nacimiento el 2 de agosto de 1718 a la llamada Cuádruple Alianza, firmada en Londres el 2 de agosto.
Provincias Unidas de los Países Bajos y Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, firmaron en Londres un acuerdo que basándose en las resoluciones del Tratado de Utrecht intentaba organizar un reparto de los territorios en conflicto que evitara una nueva guerra en la península italiana. Los acuerdos propuestos incluían:
- Cada uno de los firmantes se comprometía a no agredir, y a no dar asilo a los enemigos de cualquier otra parte firmante.
- En caso de ataque por parte de otros países, cada uno de los firmantes pondría a disposición del país agredido una fuerza de 8.000 soldados de infantería y 4.000 de caballería (la mitad en el caso de las Provincias Unidas), o su equivalente en flota naval; en el plazo de dos meses desde la solicitud de ayuda.
- Otros países podrían entrar en la alianza si todos los estados firmantes lo convenían unánimemente.
Acuerdos entre el Sacro Imperio Romano y el reino de Sicilia
- El rey de Sicilia Víctor Amadeo II de Saboya entregaría a Carlos VI el reino de Sicilia; este a cambio le cedería el reino de Cerdeña.
- Víctor Amadeo II conservaría sus posesiones en el ducado de Montferrato y en el ducado de Milán.
- Carlos VI reconocía el derecho de la Casa de Saboya a la sucesión a la corona de España, en caso de que faltase la descendencia de Felipe V; si esto sucediese, Saboya no podría poseer simultáneamente territorios en España e Italia.
Acuerdos entre el Sacro Imperio Romano y la Monarquía de España, cuando se incorporara a la Alianza
- Felipe V debería devolver el reino de Cerdeña al Sacro Imperio Romano, renunciando a sus derechos sobre él.
- Carlos VI reconocía la soberanía de Felipe V a la corona española, y se comprometía a no tener pretensiones sobre el trono español, en su nombre y en el de sus herederos.
- Felipe V debería renunciar a sus pretensiones sobre las posesiones del Sacro Imperio en Italia y los Países Bajos, que en el pasado habían pertenecido a la Monarquía Hispánica, y al derecho de reversión del reino de Sicilia a la corona española, pactado en el acta de cesión de 10 de junio de 1713; a cambio Felipe V tendría derecho a la reversión del reino de Cerdeña.
- Acerca del gran ducado de Toscana y el ducado de Parma y Plasencia, sobre los que tenían derechos de sucesión tanto la reina de España Isabel de Farnesio como el emperador Carlos VI: serían considerados feudos masculinos del Sacro Imperio Romano, y en caso de que no hubiera descendencia masculina en esta familia, pasarían a la descendencia masculina de la reina de España. Ninguno de estos territorios podría ser en ningún tiempo poseído por el rey de España: si por falta de sucesión del emperador Carlos VI pasaran a la descendencia de los reyes de España, el titular del ducado debería renunciar al trono español.
- No podría haber tropas españolas ni francesas en los dichos ducados; las tropas para la defensa de dichos territorios estaría a cargo de las guarniciones de los cantones Suizos, pagados por la triple alianza.
- Livorno seguiría siendo puerto franco.
- Defensa mutua de ambos reinos.
- Amnistía para todos los prisioneros tomados durante la guerra y restitución de las propiedades embargadas en el transcurso de la guerra.
Las condiciones propuestas en el tratado relativas al reparto de los territorios en Italia no fueron del agrado de Felipe V, quien siguió adelante con sus pretensiones de recuperar los territorios italianos.
Como consecuencia de la política beligerante de Felipe, en diciembre de 1718 la Cuádruple Alianza le declaró la guerra
Batalla del cabo Passaro (11 de agosto de 1718)
Como primera medida, los ingleses reunieron una flota mandada por el almirante George Byng, compuesta 20 navíos de guerra en tres escuadras, en total disponía de 1.440 cañones y 9.000 hombres:
- Escuadrón Blanco, mandado por Charles Cornewall en su buque insignia Shrewsbury (80), con los buques Canterbury (60), Argyle (54), Dreadnought (60), Burford (70), Essex (70), y Rippon (60).
- Escuadrón Rojo, mandado por el propio George Byng en su buque insignia Barfleur (90), con el Grafton (70), el Superb (64), Lennox (70), Breda (70), Rupert (60), y Orford (70).
- Escuadrón Azul, mandado por George Delavall en su buque insignia Dorsetshire (80), con el Captain (70), Dunkirk (50) Royal Oak (70), Kent (70), Montagu (60), Charles Galley (42), y Rochester (54).
- Naves no de línea: el Success (24), Garland (32); los brulotes Guastlant (8) y Griffin (8); el barco hospital Looe (42); y las bombardas Basilisk (4), y Blast (4).
No era una gran fuerza, pero les pareció a los ingleses que bastaba. Habían enviado de antemano un oficial de marina a Cádiz y otro a Barcelona, con el pretexto de ser hombres de negocios; para que se informasen con todo detalla del armamento marino de la flota española, sobre todo el número de barcos, el número de piezas de cada navío y de su tripulación.
Salieron 14 de junio de sus puertos, cuando la armada inglesa llegó a las alturas de Alicante; despachó Binghs a Madrid un oficial suyo. Este servía de secretario, y llevaba cartas para el coronel Stanop, en las que decía que se hallava con su escuadra en el Mediterráneo; y que tenía instrucciones de su soberano para tomar las medidas, lo más proporcionadas posibles entre el Rey de España y el Emperador. En caso de que España persistiese en turbar la neutralidad de Italia y los Estados imperiales, tenía orden de emplear la fuerza de su armada. Stanop lo participó al cardenal Alberoni, que indujo al Rey a permitir se le diese en su nombre una respuesta orgullosa, porque le respondió a Stanop que podía ejecutar el almirante Byng las órdenes de su monarca como le pareciese.
Esta sequedad impulsó al almirante inglés, que puso rumbo a las costas del reino de Nápoles, que pertenecía a Austria. Mientras tanto pasó de Londres a París el secretario Diego Stanop, para dar los últimos detalles al Tratado de la Triple Alianza, que se firmó en Londres a 2 de agosto.
En Nápoles, la escuadra inglesa fue agasajada por el conde Daun, virrey austriaco del reino. El almirante Byngs tranquilizó a Daun de los temores en que vivía de ver pasar el ejército español a tierra firme, y llegó a convenir en el transporte de un cuerpo de 3.000 alemanes a Ríjoles (Reggio), frente a Mesina, que los ingleses escoltarían, cosa que hicieron.
El día 7 de julio, llegó la orden de que podía atacar a la flota española, partiendo hacia Mesina. Despachó un oficial al marqués de Lede, pidiéndole dos meses de tregua y expresando venía para intermediar en tan peligrosa disputa. El marqués respondió no poder condescender a la suspensión de armas, porque no tenía orden ni instrucciones para ello.
Temprano en la mañana, el 30 de julio, cuando la flota inglesa llegaba a Mesina, vieron a dos exploradores de la flota española en el Faro, muy cerca de nosotros; y, al mismo tiempo, una faluca, que venía de la costa de Calabria, les aseguró que habían visto desde las colinas la flota española.
La flota española bajo el mando de José Antonio de Gaztañeta se componía los buques de línea:
- Cuerpo principal con los buques San Felipe el Real (70) que era el buque insignia, Príncipe de Asturias (70), San Fernando (60), San Carlos (60), Santa Isabel (60), San Pedro (60), Santa Rosa (60); las fragatas la Perla de España (40), Puerco Espín (50), Volante (44), y Juno (30), San Juan el Chico (28); 1 brulote (León); 7 galeras de 5 cañones (Capitana, Patrona, Santa Teresa, San Genaro, San Felipe, San Fernando y Soledad); y varios barcos con provisiones.
- Retaguardia mandada el marqués de Mari se componía del navío navío la Real (62) buque insignia; las fragatas San Isidro (50), Tigre (50), Sorpresa (40) y Águila de Nantes (36), dos balandras bombardas (Santo Domingo y San Francisco), un brulote (Castilla) y varias balandras y buques menores.
- Procedentes de Malta que se incorporaron posteriormente mandada por Baltasar de Guevara en el buque insignia San Luis (60), y los buques San Juan Bautista (60), Real Mari (60); y la fragata Esperanza (28).
Mientras tanto el 8 de agosto, arribó a Mesina una faluca de Lipari, con noticia de haberse descubierto el día anterior desde las islas a la escuadra inglesa, con rumbo al Faro. Era novedad importante, que instó a una reunión urgente, en consejo de guerra, de los generales. Los de marina se manifestaron recelosos, entendiendo debía evitarse el encuentro con los bajeles avistados, por ser muy superiores en calidad y en número y poner a salvo con tiempo a la armada. Más que todos esforzó el razonamiento de cautela el marqués de Mari, sosteniendo que, en ningún caso, la duda en que se hallaban de las intenciones de los ingleses debía ser motivo para comprometer, frente a fuerzas superiores, la armada del Rey, que tanto importaba conservar.
Parece que el jefe de escuadra Cammock, un irlandés, que había servido anteriormente en la marina de Inglaterra y conocía bien, por tanto, sus procedimientos; propuso al consejo acoderar los navíos en la rada del Paraíso en que estaban, y reforzar la línea con baterías bien dispuestas en tierra. Con lo que, teniendo en cuenta la violencia de las corrientes del Faro, en caso de venir en actitud hostil la escuadra de Byngs, no pudiendo mantenerse a la vela ni soltar las anclas; tendría necesariamente que abordar, y como en ese aspecto contaban con ventaja, rechazarían el ataque o lo harían muy problemático, y muy cara la victoria, en último extremo.
Se discutió mucho sobre las dos propuestas sensatas y que en nada afectaban al progreso de la campaña en tierra. Pero el general Castañeta y el plenipotenciario Patiño fueron de otro sentir, pues por las cartas que tenían del cardenal Alberoni juzgaban que aquella escuadra iba solo como mediadora y no como agresora. No romperían la paz entre España y la Gran Bretaña, sacrificando sus fines particulares a las ventajas del comercio con España.
Prevaleció, pues, el dictamen de la imprudente confianza, separándose el consejo sin adoptar más resolución que la de ponerse a la vela, con objeto de reunirse con la división del general Guevara, que estaba destacada en Malta, dirigiéndose hacia el canal de Malta.
El almirante inglés ordenó a los buques Kent (70), Superb (64), Grafton (70) y Orford (70), que eran los más maniobreros y rápidos de la flota, que hicieran lo que pudieran para alcanzar a los españoles; y ordenó que durante la noche, el navío que podría estar más cerca de los españoles, debería llevar las luces que usualmente usaba su almirante, para que no fuera perdido de vista durante la noche; e hizo lo que la vela pudo con el resto de la flota para seguirlos. Castañeta al darse cuenta de las intenciones de los ingleses, y habiendo poco viento, las galeras españolas remolcaron durante toda la noche a los buques más pesados que se habían quedado rezagados para intentar formar una línea en torno al San Felipe del Real (70) que era el buque insignia.
Las galeras de España durante la calma, pudieron haber aprovechado su movilidad y atacar a la vanguardia inglesa; pero no quisieron ser los primeros en empezar el combate, y fueron acercándose a la costa.
Refrescó un poco y se levantó el viento, y hallándose la escuadra del marqués de Mari, que formaba la retaguardia, muy separada del cuerpo principal de Gastañeta y muy cerca de tierra sus navíos, intentó unirse al cuerpo principal, pero no pudo.
Los ingleses continuaban su rumbo con disimulo, forzando las velas para dejar atrás a los separados navíos de Mari y ganarlos el viento, lo que consiguieron, porque estaban más en mar abierto. Logrando de esta buena disposición los 4 navíos ingleses, volvieron la proa contra Mari, que aún tenía sus navíos dispersados.
El día 11, Mari viendo acercarse a los ingleses, algunos navíos con las galeras tomaron la costa, pusieron proas a tierra con el propósito de embarrancar y destruir los buques antes que entregarlos. La Real (62) de Mari, estrechado, con mucha avería en el aparejo, muertos o heridos 50 hombres, varó en efecto y salvó la gente, pero no el navío, que después sería puesto a flote; dos de las fragatas encallaron mejor; sacaron la tripulación y las incendiaron; el resto de la escuadra se rindió con poca resistencia, exceptuando la fragata Sorpresa (40), mandada por Miguel de Sada, hizo una defensa bizarra hasta quedar hecha pedazos y venderse muy cara. El almirante inglés mandó al capitán Walton con el navío Canterbury (60) y el Argyle (54) para hacerse cargo de la retaguardia, y siguió con el resto de la flota para atacar al resto que estaba disperso.
No hubo batalla como tal, los ingleses fueron atacando a los buques españoles que se encontraban dispersos uno a uno. La batalla se prolongó todo el día, y al crepúsculo llegaron los barcos de Guevara, procedentes de Malta atraídos por los cañonazos de la batalla. Descargaron las andanas sobre la almiranta inglesa, que era la más inmediata, y virando, lograron con la noche y el barlovento evitar su daño y el de las fragatas Perla (40) y San Juan el Chico (28), a las que cubrieron sacándolas de la comprometida situación en que se encontraban.
El resultado del combate fue el total descalabro de los españoles: habían perdido 23 naves, una balandra, un brulote y otro bastimento con 5.390 hombres y 728 cañones.
Los ingleses apresaron los buques San Felipe el Real (70), Príncipe de Asturias (72), Santa Isabel (60), San Carlos (60), Santa Rosa (64), Juno (36), Sorpresa (40), Volante (40), Tigre (50), Santo Domingo (balandra), León (brulote). El San Felipe el Real (70) capitana de Gastañeta, se incendió por descuido y explotó, teniendo a bordo 160 ingleses y 50 españoles.
Fueron incendiadas por los españoles el Aguila de Nantes (36), Esperanza (28), y San Francisco (balandra).
El almirante Byng envió desde Siracusa un despacho al marqués de Lede, doliéndose de lo ocurrido; culpando a los navíos españoles, por haber sido los agresores, ya que según él fueron los primeros en romper el fuego, y añadía que el accidente no debía considerarse motivo de ruptura entre las dos naciones.
El marqués de Lede contestó a la misiva secamente, diciendo que correspondía a las autoridades españolas el rompimiento total de la batalla y de estar dispuestas a proceder en consecuencia. Posteriormente envió a Augusta en falúas al general Gastañeta con los jefes y oficiales de su escuadra; exigiéndoles palabra de no tomar las armas en cuatro meses, y despachó tras ellos a los soldados y marineros heridos o enfermos, que le estorbaban, reteniendo los que creyó necesarios para el manejo de los trofeos.
Entre los prisioneros liberados se encontraban Gaztañeta y Patiño, además de Andrés Reggio, Spínola y Cornejo, quienes embarcaron en la división del general Baltasar de Guevara compuesta por los navíos San Luis (60), San Juan Bautista (60) y Hermione (44), y la fragata San Felipe (30).
El gobierno español reaccionó al ataque con la orden de confiscar bienes ingleses en nuestro país y expidió patentes de corso contra los intereses de esa nación. Como consecuencia, en el viaje se cruzaron con una fragata británica, la cual fue atacada y apresada, y con ella tres mercantes a los que daba protección, arribando todos juntos a la bahía de Cádiz el 23 de noviembre.
Con los marinos que se evadieron por tierra, se compusieron un cuerpo de 2.600 hombres, que prestaron buenos servicios en el resto de la campaña.
El marqués de Lede, que resistía con éxito a los austriacos por tierra, ya no podía recibir refuerzos y pertrechos, y por ello se vio obligado a mantener una actitud defensiva.