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Movimientos previos
Dado que la mayor parte del bagaje había sido abandonado en el campamento, el marqués de Lede pudo realizar con sus tropas una rápida retirada en dirección a Francavilla. En apenas un día había cubierto unos 50 km de camino y alcanzado la ciudad. Mercy, un hombre sin duda optimista, al ver que el enemigo había abandonado los bagajes, se convenció de que su adversario era presa del pánico y dio por sentado que no se encontraría con una resistencia decidida.
El día 17 de junio se puso en marcha el general Mercy, su ejército, sin embargo, tardó tres días en recorrer la misma distancia que a los españoles había llevado una jornada de marcha. Los soldados austríacos, poco habituados al seco y caluroso clima de la isla, sufrieron el hostigamiento de partidas armadas de campesinos sicilianos, y también pesó el hecho de que llevasen una pesada carga de munición y raciones de pan para seis días.
Tras una dura marcha, dividido en dos columnas, una siguiendo el curso del río Rosolino y otro el camino de Castro-Real, las partidas avanzadas de los españoles junto con partisanos locales hostigaban a las columnas y se iban retirando a medida que avanzaban, informando a Lede. Al fin el ejército imperial el 19 de junio llegó a la colina de las Tres Fuentes que dominaba la ciudad de Francavilla, mando atacar la colina con tres columnas, desalojando a los españoles que la ocupaban. Cuando subieron a la cima, descubrieron al ejército español acampado en el llano de Francavilla.
Despliegue de fuerzas
El marqués de Lede había elegido prudentemente la posición en el llano, pues el frente de su ejército estaba bien protegido gracias a las empinadas orillas rocosas del río Cantara, casi seco en aquella estación. El cauce era un verdadero pedregal que, sumado a las escarpadas orillas de piedra desnuda, de entre 2 y 3 metros pies de altura, dificultaría considerablemente el avance del ejército de Mercy. El flanco izquierdo se apoyaba en el terreno ascendente por encima de la ciudad, mientras que el derecho se apoyaba en una colina irregular defendida por trincheras y varios muros de piedra.
Antes de caer sobre estas posiciones, los imperiales debían hacer frente a un formidable obstáculo: un peñasco aislado que se alzaba en la ribera opuesta del río, pero que estaba unido a la ciudad por medio de un puente. Había un convento de frailes Capuchinos en la cima, que Lede había guarnecido con 4 BIs de las Guardias Españolas al mando de Francisco del Castillo y Fajardo, marqués de Villadarias; además de un destacamento de unos 400 hombres que permaneció en la garganta formada entre el peñasco y una colina llamada Montaña de San Juan.
Para la defensa de la montaña de San Juan, Lede dispuso el segundo batallón del regimiento de Castilla y el RI de Hibernia; unos 400 hombres al mando del brigadier señor de Tancourt. Otros 300 infantes mandados por el coronel Sebastián de Eslava se apostaron en la ladera de la colina, para evitar que los imperiales pudieran flanquear al señor de Tancourt. Para completar esta primera línea de defensa, 2 BIs de las Guardias Valonas fueron destacados detrás del puente del convento de los capuchinos.
Los austríacos no tenían modo alguno de enterarse de la solidez de estas defensas, dado que los habitantes del país eran abiertamente hostiles hacia ellos y no se toparon con ningún desertor hispano. No caerían en la cuenta de la infranqueable defensa dispuesta por el marqués de Lede hasta que se encontraran a tiro de mosquete de las trincheras españolas. Gran parte de la culpa fue de Mercy. Era un comandante valeroso y decidido, pero corto de miras; imprudente, en resumen. El barón de Zumiunghen, que actuaba entonces como segundo al mando, era, por el contrario, un hombre sosegado y tranquilo. Quizás a causa de sus lentas disposiciones, las columnas de asalto imperiales no estuvieron listas hasta bien entrada la noche del 19 al 20 de junio.
Llegaron al campo del marqués de Lede los RCs de caballería de Borbón y Milán, que venían de Palermo, y unidos a los RIs de Flandes y Barcelona, que se habían destacado para observar al ejército enemigo; también regresó de Palermo el conde de Montemar con el RI de Brabante y los BIs de Lombardía, Landini y uno de suizos, para reforzar el ejército, con los cual sus efectivos alcanzaron los 29.000 efectivos.
Desarrollo de la batalla
Al amanecer del día 20 de junio, la segunda línea de la infantería austriaca, consistente en 12 BIs bajo las órdenes el general Seckendorf, descendió desde las Tres Fuentes junto con toda la caballería, formada en 35 escuadrones a las órdenes del general conde de Eckmerling, no habían traído artillería debido a las malas carreteras. Las tropas españolas se replegaron al cobijo de sus trincheras en la montaña de San Juan.
El conde Mercy descubrió entonces que la línea de defensas a la que se enfrentaba podía resultar problemática, y dio orden a Seckendorf y al teniente-general príncipe de Holstein, que al frente de 6 BIs, se apoderaran de la colina; al tiempo que detuvo los ataques del barón de Zumiunghen y del general Wallis hasta que tal objetivo no se hubiera logrado.
El ascenso a San Juan fue dificultoso, y Mercy tuvo que enviar 4 BIs de refuerzo. Pero a medida que los austríacos se iban aproximando a la cima, el brigadier Tancourt se veía más desamparado, y acabó batiéndose en retirada dejando la posición a los imperiales. El marqués de Lede, advirtiéndolo, envió a toda prisa los RIs de Borgoña y Utrecht y al destacamento avanzado de 400 guardias españoles para restablecer la situación. Pero la fuerza del ataque imperial no pudo ser contenida, y estas tropas también se vieron obligadas a retirarse.
Al mismo tiempo el general Wallis, al frente de 4 Cías de granaderos, atacó a los hombres de Sebastián de Eslava, que habían recibido la orden de contener a los austríacos todo cuanto pudieran para facilitar la retirada del resto de tropas que quedaban en la colina. Eslava había sido oportunamente reforzado por dos Cías de granaderos de las Guardias Valonas mandadas por el barón de Venelt y señor de Bay, y cumplió su cometido con eficacia. Pero poco a poco el empuje austríaco aumentó, y también Eslava fue expulsado de las alturas de la montaña de San Juan.
Las tropas españolas se parapetaron entonces tras las trincheras que defendían el ala derecha del convento de los Capuchinos, al pie de la roca. Allí la defensa corrió a cargo principalmente del RI de Hibernia y las Guardias Valonas. El conde Mercy despachó 7 Cías de infantería y el RD de Anspach para tomar dichos atrincheramientos. Los combates fueron cruentos y los imperiales sufrieron bajas elevadas. Algunas tropas de caballería y dragones españoles acudieron en ayuda, pero los defensores no tuvieron más remedio que retirarse al cobijo del convento. Entre las víctimas mortales de este feroz combate destacaron el teniente-general Juan Caracciolo y el mariscal de campo Domingo Luqués.
Al fin, hacia las 6 de la tarde, el conde de Mercy podía lanzar su planeado asalto sobre el convento de los capuchinos. Fue la fase más sangrienta de la batalla. Los RIs de Utrecht, de Borgoña y las Guardias Valonas defendían el puente; el marqués de Villadarias el convento, con las Guardias Españolas. Pese a que Mercy envió a tropas frescas al ataque, sus asaltos, uno tras otro, fueron rechazados. En el ala izquierda imperial los ataques no alcanzaron el peñasco. Sus tropas tuvieron que sostener el ataque del centro, ya que el marqués de Lede envió parte de su caballería, los RIs de Andalucía y Flandes, a cubrir las riberas bajas del río, y el fuego al que estaban sometidos los atacantes se incrementó.
Desesperado, el propio Mercy se puso al frente de 2 BIs de refresco y lanzó un nuevo ataque que tampoco prosperó. El lorenés perdió tres caballos en el ataque; uno muerto y dos heridos. Él mismo recibió un mosquetazo que le produjo heridas de cierta gravedad, y tuvo que ser evacuado del campo de batalla. El príncipe de Holstein fue mortalmente herido, y uno de los once hijos varones del almirante Byng, que se había enrolado como voluntario en la hueste imperial, por poco no corrió la misma suerte.
Secuelas de la batalla
A la caída de la noche los imperiales se retiraron a las posiciones de las que habían logrado apoderarse. El conde de Mercy, pese a su herida, estaba dispuesto a reanudar el ataque la mañana siguiente. Sin embargo, sus generales lograron quitarle tal idea de la cabeza. Al amanecer los austriacos se retiraron en buen orden. Su objetivo inmediato era restablecer sus comunicaciones con la armada británica y poder así proceder a asediar Mesina, donde estaba el general Lucas Spínola con 2.000 españoles.
La fallida batalla de Francavilla les había costado algo más de 3.000 bajas, de las que 846 resultaron mortales. Las pérdidas españolas fueron de unos 1.500 hombres muertos o heridos; algo menos de la mitad. Pese a haberse alzado con el triunfo, no obstante, el marqués de Lede permitió que sus adversarios se retiraran sin ser molestados. En el futuro lamentaría su decisión.