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Orígenes
Más tarde en el 1100 AC, llegaron a la península Ibérica y por distinto camino, un grupo de raza líbica denominados Tamazigt, que habían combatido contra Egipto a los que estos llamaban Tehenú, y los griegos les denominaron nómadas o númidas, y los árabes les denominaron ver-reik o bereberes; y empezaron a invadir la península desde el sur.
Esta no es una invasión homogénea pues se trata de tribus de distintas procedencias, basta con diferenciar los turdetanos del sur con los ilergetes de levante. Y traían con ellos los caballos líbicos de origen oriental que habían sido llevados por los hicksos a Egipto. Estas tribus que estuvieron entrando en la península se les denominó íberos, posiblemente asociado al nombre de un río del sur de la península llamado Iberus o Hiberus, todas estas tribus tienen una lengua y un origen común.
Con sus caballos y carros conquistaron fácilmente a los pueblos originarios y en su expansión siguieron la costa, llegando a rebasar los Pirineos por el norte y ocupar el Algarve portugués por el sur. A partir del siglo VI AC ya no hay representaciones de carros.
Divididos entre numerosas tribus o naciones encontramos, militarmente hablando, grandes diferencias entre ellos. Estos pueblos incluyen de sur a norte los turdetanos, túrdulos, oretanos, bastetanos, contestanos, edetanos, ilercavones, ilergetes, lacetanos, cosetanos y otros grupos menores.
Los turdetanos eran numerosos y siempre dispuestos a militar en los diferentes ejércitos púnicos, pero al mismo tiempo eran los menos capacitados para la guerra y por ello menospreciados tanto por los cartagineses como por los romanos. Vestían con una túnica blanca con bordes rojos y un casco de cuero con la crinera roja. Habitaban en la Turdetania, región que abarcaba el valle del Guadalquivir desde el Algarve en Portugal hasta Sierra Morena, coincidiendo con los territorios de la antigua civilización de Tartessos. Limitaban al norte con los túrdulos, al oeste con los conios y al este con los bastetanos.
Los túrdulos eran vecinos de los turdetanos. Eran mejores guerreros y por ello más temidos por los romanos. Vivían al norte del Guadalquivir en lo que es Sierra Morena, vestían y se equipaban de una manera parecida a los turdetanos, pero llevaban cascos metálicos y a veces pectorales redondos. Estaban asentados entre los valles de los ríos Guadiana y Guadalquivir, llegando desde La Serena hasta la vega del Genil en Granada, aproximadamente entre la Oretania y la Turdetania. Su capital fue el antiguo oppidum de Ibolca, conocida como Obulco en tiempos de los romanos, y que se corresponde con la actual ciudad de Porcuna, situada entre las provincias de Córdoba y Jaén.
Los bastetanos estaban situados en las actuales provincias de Jaén, Almería, Murcia, Albacete y parte de Córdoba; a los que vivían a lo largo de la costa se les denominaba bástulos o libio-fenicios. La capital de la Bastetania, sin embargo, fue »Basti» lugar donde se encontró la Dama de Baza, en una Necrópolis situada en un lugar conocido como Vega y Hoya de Baza y donde existen otros yacimientos también importantes.
La Contestania comprendía Alicante, norte de Murcia y sur de Valencia, hay numerosos restos arqueológicos, entre los que se encuentre la cerámica de Lidia (Valencia) en la que se describe bastante bien los guerreros.
Los edetanos ocupaban Valencia y sur de Castellón. La habilidad en el manejo de las armas era una cualidad estimada en el buen edetano. Los guerreros edetanos eran diestros en la lucha cuerpo a cuerpo con todo tipo de armas, pero su arma preferida era la falcata. La manera en que combatían los edetanos causó tanta admiración entre los romanos, que estos reclutaron a todos los edetanos que quisieron unirse a las legiones romanas, verdaderas tropas mercenarias entrenadas en el combate.
Los jinetes edetanos eran entrenados desde niños, estaban acostumbrados a asegurarse bien con sus piernas a sus monturas para mantener una estabilidad notable y la tranquilidad necesaria para arrojar jabalinas o luchar montados a caballo. Cuando combatía el jinete edetano, montado a caballo primero arrojaba su jabalina contra el enemigo, a continuación desmontaba y pelaba cuerpo a cuerpo.
Los oretanos, de los que no se tienen muchos datos aunque sí se sabe que Aníbal eligió para contraer matrimonio a una joven de esa nacionalidad, Imilce, de Cástulo, la hija del régulo de esa ciudad. Muchos guerreros de esta ciudad militarían luego en las filas del ejército del general púnico. Existían dos Oretanas a ambos lados de Sierra Morena: Una, al sur de Sierra Morena, de etnia íbera pura, con capital en Cástulo; la otra, al norte con más influencia de los oretanos germanos (Oretani Germani), de influencia céltica con capital en Granátula de Calatrava. Los oretanos (orissos en griego) vencieron al cartaginés Amílcar aproximadamente en el año 230 AC, cuando estaba sitiando Heliké (ciudad de ubicación desconocida). Eran unos excelentes guerreros y fueron reclutados también por los romanos, su lealtad al partido de Julio César pasó a llamarse Castulonenses Caesarii Iuvenalies. Llevaban túnica roja con bordes blancos, disco pectoral, casco metálico con o sin crinera.
Los ilergetes fueron los más leales a los cartagineses cuando fueron tratados como aliados y amigos, más adelante y por abusar de ellos cambiaran de alianza. Los encontramos así durante toda la campaña de Hispania con uno u otro bando. Como todos los pueblos de la zona de Cataluña (lacetanos, layetanos, iacetanos, indiketes, etc.) tenían influencia de las colonias griegas de Rosas y Emporión y es normal verlos con yelmos griegos y escudos tipo hoplón.
Costumbres
Su carácter fue descrito por los griegos, quienes se fascinaron por unos soldados que se lanzaban al combate sin miedo alguno y que resistían peleando sin retirarse aún con la batalla perdida, los guerreros a los que se referían eran mercenarios íberos reclutados por los griegos para sus propias guerras.
En el 341 AC, Dionisio el Joven, obligó a Platón a convivir con los íberos, el filósofo decía que bebían vino sin rebajar con agua.
Según Estrabón el sabio Griego los íberos eran “de mediana estatura, morenos y enjutos; muy caballerosos, leales, de carácter indomable y muy buenos guerreros aunque también eran “indolentes, perezosos y odiaban todo lo extranjero«.
A los guerreros los describe así: «Los íberos son muy guerreros, son peltastas (soldados de a pie) usan la jabalina, la honda, y el puñal. La infantería lucha junto a la caballería. Dos guerreros montan un mismo caballo, uno se baja y combate a pie. Los caballos saben ponerse de rodillas cuando se les ordena…«
Los íberos emplearon tres tipos de poblados:
- Pequeños asentamientos, situados en zonas llanas y que carecían de fortificación.
- Recintos fortificados, estructuras de dimensiones reducidas con fuertes defensas que solían estar en zonas altas.
- Grandes poblados u oppida, centros que controlaban una región o un territorio, donde se situaban los distritos poblados en llano y sus recintos fortificados. Son las capitales mencionadas por Estrabón.
Las ciudades íberas podían estar construidas junto a cerros, en lugares estratégicos, controlando las vías de paso, lo que les daban una importante ventaja frente a los enemigos. Solían estar circundadas por muros de piedra y adobe, sobre los que se disponían torres de vigilancia y las puertas a la ciudad. Los asentamientos construidos en llano nunca estaban amurallados y tenían una funcionalidad económica, agrícola y ganadera.
Las casas de las ciudades solían ser de planta rectangular, hechas de adobe sobre una base de piedra, a modo de cimientos, de una sola planta y, algunas veces, dos; las cubiertas tenían una estructura de madera y recubrimiento vegetal.
Las tribus íberas tenían tradición monárquica, cada ciudad estaba regida por un rey o regulo. La sociedad íbera estaba claramente estratificada: una aristocracia; una clase rica de comerciantes, sacerdotes y guerreros; una clase más baja, formada por trabajadores especializados y campesinos, que eran ciudadanos libres, miembros de pleno derecho del sistema social; y unos pocos esclavos.
Existía una división del trabajo entre los habitantes de los asentamientos, con personas liberadas de las tareas propiamente productivas y dedicadas a otras tareas como pudieran ser los artesanos o comerciantes. Esta división del trabajo fue posible gracias a un incremento de la producción agropecuaria, impulsada por una mejora de las herramientas y técnicas agrícolas, algo que permitió una liberación de mano de obra para que pudiese ser empleada ahora en otras actividades.
Según estudios realizados, del total de la población, un 50 % podría desempeñar trabajos agrícolas, un 15 % estaría formado por artesanos, comerciantes, guerreros a tiempo más o menos completo y gobernantes, mientras que el restante 35 % incluiría a niños y ancianos que, en teoría, no tendrían capacidad para trabajar. Las mujeres parece que se dedicaban a tareas agrícolas, domésticas y cuidado de los niños. De momento no se ha encontrado ninguna mención de mujeres que perteneciesen a la clase dominante.
La unidad más básica de la estructura social y familiar de los íberos era el clan (gentilitates), un grupo de personas que tenían lazos de sangre y los mismos antepasados. La propiedad de la tierra y la ganadería era colectiva, pertenecía a todo el clan. Estos clanes se unían en una estructura superior, la tribu o gens. La unión de estas tribus componía una federación de tribus.
Se expresaban políticamente a través de una asamblea popular, formada por los adultos, que podían tomar decisiones de importancia. Había otras asambleas más restringidas, como la asamblea de líderes de los clanes o la asamblea de ancianos, que podían desestimar las decisiones de la asamblea popular.
Las fuentes griegas y romanas mencionan dos características que se podían encontrar entre las tribus de toda Iberia: El hospitium era un pacto entre clanes o tribus, por el que cada miembro de un clan era considerado miembro efectivo de otro clan mientras permaneciese en territorio de ese otro clan. En tiempo de guerra, obligaciones entre los diversos clanes era muy significativa.
La guerra
Los guerreros parece que no constituían un grupo numeroso de forma permanente, sino que serían reclutados en su mayor parte según las necesidades militares del momento entre los clientes. Los cargos de responsabilidad serían desempeñados por aristócratas de rango intermedio. Tradicionalmente, se ha venido considerando que la forma de lucha típica de los íberos era la denominada de guerra de guerrillas, formada por pequeños grupos de guerreros dotados de armamento ligero que hostigarían al enemigo mediante ataques por sorpresa, tras lo que desaparecerían inmediatamente gracias a su perfecto conocimiento del terreno. Pero este tipo de enfrentamientos se produjo principalmente durante las primeras épocas y fue evolucionando hasta llegar a la guerra compleja.
Empleaban unidades encuadradas en formaciones cerradas de unos cientos de combatientes y tenían personas dedicadas a aspectos como el reclutamiento de ejércitos, traslado, alimentación de hombres y animales, estacionamiento de tropas, etc. Existían numerosos enfrentamientos aunque de poca duración entre distintos pueblos íberos, y entre estos y sus vecinos celtíberos o de otras etnias. Se tratarían de choques que se limitarían sobre todo a los meses de primavera y verano. Muchas veces era una forma más de obtención de recursos, principalmente para los habitantes de los territorios más pobres.
Los íberos utilizaban una táctica a la que los romanos llamaban concursare, que según los romanos no necesitaba de ningún tipo de coordinación ni táctica, que los íberos combatían sin ninguna táctica.
Concursare consistía en un ataque en masa, en aparente desorden. En un momento dado, antes de quedar bajo el alcance de los proyectiles romanos, se daba una señal y el ejército íbero se detenía y comenzaba a retirarse, dando la impresión de que abandonaban el campo de batalla.
Esta secuencia ataque-retirada se repetía una y otra vez, durante todo el día, o durante varios días. Cada aparente retirada de los íberos era seguida por un intento de persecución de los legionarios romanos, mientras trataban de mantener la formación. A menudo sucedía que los romanos perdían los nervios y la disciplina, rompían la formación y se lanzaban desordenadamente en persecución de los íberos.
Entonces sonaba otra señal, los íberos se reagrupaban rápidamente y montaban un contraataque, cargando a toda velocidad sobre los legionarios, que perdida la formación y aunque estaban mejor equipados que los íberos, eran menos ágiles en el combate cuerpo a cuerpo.
Era común para los guerreros íberos llevar un pequeño recipiente conteniendo venenos de acción rápida extraídos de la planta ranunculus sardonia, para suicidarse en caso de ser cogidos prisioneros.
Este veneno tenía la particularidad que, al ser ingerido, contraía los músculos de la cara, provocando una mueca que imitaba la risa. Esto aterrorizaba a los soldados romanos, que pensaban que el guerrero muerto les seguía desafiando con su risa sardónica desde el más allá.
La devotio ibérica, era una costumbre de los pueblos prerromanos (íberos, celtas, cántabros, celtíberos, lusitanos, etc.) común a otras zonas europeas como los galos y germanos. A través de ella un guerrero (devotus) engrosaba la clientela de un personaje importante (patronus) mediante un contrato por el que se comprometía a defenderlo hasta la muerte o suicidarse en el caso de que su jefe muriese en combate antes que él por no haberle protegido.
Armamento
El armamento del guerrero ibero, no era ni mucho menos regular, pero era muy similar independientemente de las distintas tribus.
Escudos
La caetra: el escudo propio de los íberos, un escudo circular no muy grande, que se sujetaba al cuerpo del soldado mediante unas cuerdas, o tiras de cuero, que pasaban por el hombro y que otorgaban gran movilidad para combatir por el terreno tan irregular de la península. Este escudo podía tener variaciones en su protección metálica delantera o umbo.
El scutum o escudo ovalado parecido al de los celtas, y del que se dice procede de él. Ofrecía muy buena protección contra las infanterías pesadas, sobre todo las romanas, con las que más lucharon. Poseían un resistente umbo central que protegía la zona del mango. Su peso aproximado era de unos cinco a siete kilogramos.
Ambos escudos eran adornados con símbolos y colores, sobre todo en el ovalado, en el que sus símbolos han pasado a ser casi un emblema por el que se reconoce a los íberos.
Espadas
La téne: era una espada de doble filo y hoja recta de unos 60-90 cm, muy pesada y contundente, su uso se extendió por toda la Galia y por vastas zonas del mundo ibérico, sobre todo la zona nororiental. Los romanos temían mucho este tipo de armas y se horrorizaban por las terribles heridas que causaban. Esto se debía a que, mientras ellos estaban acostumbrados a armas de estoque, este tipo de espadas era de tajo y embestida con tajo, estrategia que producía unas heridas más grandes y escandalosas, y mutilaciones más impresionantes. Todo esto sale citado en las fuentes de la época como Polibio.
Gladius Hispaniensis: la espada ibera por definición, la que el Imperio romano adoptó para sus legiones y que bautizaron como «gladius hispaniensis«, o sea, «punta de la isla conejera«. Era un arma simple pero de gran calidad, y que los íberos utilizaban para «pinchar» al enemigo, cuando avanzaban en formación y cuando el enemigo se descubría, aunque también sería empleada para asestar «tajos». Esta espada no era muy grande, lo que le otorgaba una gran movilidad en las batallas, cuando el espacio era reducido. La hoja se podía utilizar por los dos lados y por la punta, al contrario que la falcata, que solo se utilizaba un lado, para dar un golpe cortante, o de punta para atravesar al enemigo.
Su forma no era recta de la base a la punta, sino que se estrechaba ligeramente hacia el centro y de nuevo, antes de llegar al extremo, se estrechaba para conformar la punta. La empuñadura de esta arma formaba un disco en su parte central y después otro medio disco en el extremo, así se favorecía el agarre de la espada. Esta espada ha tenido muchas variantes, tanto por parte de Roma, como por parte de las tribus ibéricas con influencia celta, o las propias tribus celtas de la península aisladas del resto de Europa, estos modelos se diferenciaban sobre todo por su empuñadura, que podría acabar en dos esferas, en una, etc.
La falcata: Esta espada no tenía mucho que ver con el modelo que parece ser se trajo Grecia, ya que esta espada fue remodelada casi por completo. Su curvatura, su forja, su modelado, todo, fue cambiado, o quizás fuese ya así y que los griegos adoptaron de otra manera. Sea cual fuere su origen, esta espada infundía casi tanto terror como la «gladius hispaniensis«, se creaba dejando el hierro oxidar, hasta que solo quedase su núcleo más puro, lo que ofrecía una dureza enorme a la espada. Después, se fundía y se le daba la curvatura, (no todas tenían la misma curvatura) y el tamaño del propio brazo del guerrero, es decir, cada «falcata» era un arma única, ya que variaba la longitud del brazo de su portador y, por lo tanto, la de su hoja.
La medida se tomaba desde el dedo corazón hasta el codo del brazo del guerrero. Esta espada, de igual modo que la «hispaniensis» llevaba acanaladuras en su hoja, para darle más ligereza. Su hoja se utilizaba para pinchar con la punta y para dar tajos por la parte inferior de la espada. Las empuñaduras de estas armas, solían tener forma de cabezas de animales, como caballos y aves. Formaban un óvalo que rodeaba la mano y que se cerraba en su parte de los nudillos, para poder dar golpes con la empuñadura si era preciso, pero se hacía, sobre todo, para proteger la mano de los ataques con espada de los enemigos.
Otras espadas: también se han encontrado espadas que parecen ser rituales, o que por lo menos no eran muy utilizadas por los guerreros. Hay ejemplares de espadas largas, seguramente utilizadas por los celtas y que no gozaban de mucha fama entre los íberos, por ser armas que ofrecían poca movilidad y que solo pueden ser utilizadas para golpear de arriba abajo cayendo sobre los hombros, limitando muchísimo al guerrero en los combates.
Lanzas
Las lanzas eran armas muy presentes en los ejércitos íberos, tanto las de cuerpo a cuerpo como las arrojadizas. Las lanzas solían tener dos puntas, la principal en la parte superior y la secundaria, más pequeña y débil, en su parte inferior, que se utilizaba para pinchar al enemigo, cuando caía al suelo, o cuando se rompía la punta principal. El arma constaba de tres partes: el asta, que era por así decirlo, el palo al que iban sujetas las otras dos partes, la punta principal, y la punta inferior en forma de cono estrecho. Para sujetar las dos puntas, se solía incrustar a presión en la madera, para evitar así que se moviesen o se soltasen, como podía pasar con las que estaban atadas, otorgando así más resistencia y dureza en el arma.
Armas arrojadizas y de proyectiles
Las armas utilizadas para desbaratar y aniquilar las líneas enemigas, utilizadas por los íberos eran muy variadas, pero la que controlaban con más destreza y de las más efectivas eran la honda.
La trágula: era una jabalina ligera o venablo arrojadiza utilizada por la caballería con la forma de jabalina, también era usada por la infantería mediante un lanzador. La trágula era seguramente barbada o arponada, pues se decía que necesitaba ser rota para extraerla de la víctima. Una trágula atravesó la pierna del mismísimo Aníbal en el sitio de Sagunto (219 AC).
Lancea y jabalina: las armas aguzadas con asta tienen una larga pervivencia y gozan de un notable arraigo en las culturas del Mediterráneo.
La falárica: Es un arma corta, ligera y apta para ser arrojada a gran distancia, siendo en gran medida sustituta de la flecha tirada con arco, que no era usual entre los íberos.
El soliferrum: una lanza de larga punta metálica especialmente diseñada para perforar cualquier tipo de escudo, aun cuando este estuviera forrado en metal. Se usaba igual que la pilum romana, tras lanzarlo en trayectoria parabólica contra las primeras líneas del enemigo, se clavaba en los escudos adversarios y se doblaba, obligando al adversario a desprenderse del escudo. Después desenvainaba su temible espada corta y, protegido por su escudo atacaba usando la espada para pinchar o hendir. Cuando un guerrero fallecía, su soliferrun se doblaba y se enterraba con él.
La honda: esta arma simple y arcaica, a simple vista puede parecer poco menos que inofensiva, pero no es así, un proyectil lanzado por un hondero, podía matar de un único golpe al enemigo. La fuerza centrífuga de la que se vale la honda, sumada al peso de los proyectiles, que eran lanzados a la vez y en gran número, podía hacer estragos en las líneas enemigas; ya fuera por la mortandad que causaba, o porque deshacía las líneas enemigas desorganizando y abriendo huecos en su caballería y su infantería, lo que propiciaba un mejor ataque.
El arco: se tiene constancia de que el arco era utilizado por los íberos, aunque era prácticamente relegado para la caza de animales. La honda hacía mejor el papel de arma a distancia para los íberos.
Puñales y cuchillos
El pugio: es un puñal que también adoptó Roma para su ejército. Medía un palmo (del dedo corazón hasta la muñeca), muy parecido a la gladius hispaniensis. Resultaba un arma ideal para apuñalar, pudiendo con una buena acometida perforar una cota de malla. Esto se debía a que poseía un nervio central que dotaba a la hoja de resistencia y firmeza.
El cuchillo afalcatado: este cuchillo se llevaba en la vaina de la falcata, junto con otras puntas de lanzas de repuesto. También se solía utilizar en rituales de sacrificio de animales. La empuñadura en todos estos tipos, debió ser de madera en la mayoría de los casos, siendo en las piezas más cuidadas de hueso o marfil, de igual modo que en la falcata.
Corazas y protecciones
Había varios modelos en función de la zona en que vivían.
La coraza: Protegía el tronco del guerrero, no eran muy usadas por los íberos por la incomodidad y el calor que producía en el cuerpo, se componían de peto y espaldar, posiblemente las usadas eran de origen griego.
Placas circulares: la armadura por excelencia de los íberos era una simple pero efectiva coraza, que cubría las partes más vitales del pecho y de la espalda. Se ponía sobre una especie de coraza de cuero y sobre una superficie acolchada para amortiguar los golpes contra el cuerpo al pararlo. Solía estar decorada con una cabeza de lince, un animal sagrado, vinculado con el mundo de los muertos, quizá haciendo ver que el dios del inframundo les protegía y la muerte huía de él. Se sujetaba pasando por el hombro y debajo de los brazos, lo que también ofrecía en menor medida una pequeña protección contra los tajos de las espadas.
Lóriga de escamas: era una protección, a modo de piel de serpiente, que ofrecía movilidad y a la vez una buena protección, aunque no se sabe cómo se hacían, ni cómo se sujetaban las placas de escamas. Se han identificado con unos fragmentos hallados en la necrópolis de Almaluez, aunque se adscriben a una época anterior. Algunas placas encontradas en Numancia se han interpretado como parte del revestimiento de las corazas de lino.
Había varios modelos, uno cubría únicamente el torso por delante, otro que cubría además de esto, los laterales, y la más completa, que cubría pecho, laterales y espalda. Debajo de estas protecciones se solía llevar una faltriquera de tiras de metal, parecida a la protección de anillas de los celtas. Todo combinado para ser una infantería pesada resistente y móvil.
Lóriga de malla o de anillas: está protección llegó a manos de los íberos, por la influencia de los celtas, y consistía en anillar a un anillo de metal otros anillos y estos anillos a otros y así sucesivamente. Esta protección, aunque un poco pesada, ofrecía mucha movilidad y una buena protección contra los tajos. Solía cubrir desde el cuello hasta la pierna, además se añadían unas hombreadas de anillas también, para proteger los golpes de filo de las grandes espadas celtas.
Protecciones de cuero: además de estas corazas, solían llevar protecciones de grueso cuero curtido, para que los tajos «rebotaran» y no les hiriesen los filos de las espadas al utilizarlos de esa manera. Estas protecciones se solían llevar sobre todo con la coraza circular, era una especie de capa que se introducía por la cabeza y que terminaba en forma de pico por delante y detrás, llegando hasta un poco más debajo de la cintura. También hacían hombreras de este material con el que se protegían la parte superior de los tajos de las espadas y que también ofrecían una superficie que les protegía del contacto de las tiras de cuero que de las que llevaban colgadas los escudos y a veces las espadas.
El sagum o protecciones de lana prensada: eran protecciones que se utilizaban para amortiguar los golpes de proyectiles de las hondas, como los tajos de las espadas amortiguándolos y rechazándolos. También se ponían debajo de las corazas para evitar el contacto directo con el metal y para ofrecer una protección suplementaria a estas.
Grebas
Además de la parte inferior se necesitaba proteger las piernas en los combates. Las grebas eran de metal, recubiertas en su interior de un material lanoso en la parte inferior para evitar el contacto del metal con la piel. Se ataba con dos tiras de cuero alrededor de la pantorrilla, o una sola tira más ancha. Se utilizaban tanto dos grebas (una en cada espinilla) como una sola greba (en una pierna); ya por carecer de medios para proporcionarse ambas o porque generalmente en los soldados de infantería, se portaba el escudo con el brazo izquierdo y, para protegerse se adelantaba este y la pierna izquierda, quedando detrás, presto para ser usado, el brazo armado con el soliferrum o la falcata. Por ello, la pierna adelantada se protegía con la greba de bronce.
Cascos
Hay también varios modelos de cascos, unos propios y otros adquiridos por el comercio y por el trato con otros pueblos. Los había de cuero, metal, redondos, en pico, etc.
Cuero: los de cuero eran los más comunes, solían ponerse en la cabeza de manera que la cubriera por completo, orejas incluidas. Se le ponía fieltro prensado por la parte interior para acolchar la protección y amortiguar los golpes recibidos, no dejando que la cabeza los sintiese en exceso. Iba adornado comúnmente con una crin de caballo tintada en rojo que iba en la punta o en la parte superior y caía por debajo de la nuca en forma de coleta suelta. Otra manera de adornarla, era con una especie de cabeza de animal delante que iba hasta el cogote en forma de tubo y del que caía una coleta suelta, igual que el adorno anterior. También podía sin ningún tipo de adorno.
Escamas de metal: los cascos utilizados para la infantería pesada solían ser de metal, ya que la situación requería una mayor protección frente a soldados mejor armados y protegidos. Se utilizaba con la protección de escamas, era un casco parecido al celta, de una sola pieza, que iba formando escamas hasta acabar en pico.
Celta: este casco se utilizó sobre todo en los territorios de influencia celta. Era un casco liso, acabado en punta larga, que solo cubría la parte superior de la cabeza. Los más comunes solían llevar carrilleras que caían del casco protegiendo las mejillas de los soldados, aunque los íberos preferían no llevarlas, porque decían que les molestaba en la lucha. También llevaban una protección en la nuca para evitar cortes en el cuello.
Otros cascos: existía otro casco, utilizado sobre todo en la zona turdetana de Iberia, que era parecido al de cuero, pero más largo, caía sobre los hombros y llevaba también la crin de caballo. No se sabe con qué material se hacía este casco, ya que no se ha encontrado ningún ejemplar de él en las excavaciones.
La infantería íbera
Había dos tipos de infantería íbera: Los honderos y los caetrati como infantería ligera y los scatutaii o infantería pesada.
La infantería caetrati eran guerreros íberos que luchaban como infantería ligera, hostigando al enemigo antes de entrar en combate cuerpo a cuerpo. Aunque solían usar su gran movilidad y conocimientos del terreno para mantenerse fuera del alcance de enemigos superiores, a menudo daban sorpresas a unidades que no eran normalmente vulnerables al ataque de este tipo de tropas.
Su equipo era el pequeño escudo redondo o caetra, varias jabalinas y la falcata. Normalmente se situaban a vanguardia junto con los honderos de baleares para enfrentarse a los peltastas enemigos.
La infantería scutari luchaban como pesada íbera portaban armaduras de mallas o escamas, yelmo y un escudo largo y oblongo, parecido al escutum romano de los tiempos de la República. Su arma principal era lanza y como secundaria la gladius hispaniensis y en algunos la falcata, posiblemente se emplease en un tipo de formación tipo falange aprendida de cuando actuaban como mercenarios.
Honderos. La honda era muy empleada por todos los pueblos íberos, ya que era una excelente arma de caza, pero donde realmente alcanzaba su máxima realización era en las Islas Baleares.
‘‘Las islas Baleares fueron en primer lugar, denominadas Gimnesias, después, cuando fueran ocupadas por los griegos, ya que sus habitantes atacan a sus adversarios con piedras que voltean con la honda, éstos denominaron Balears las islas que ésos habitaban, nombre derivado que significa: lanzar». Servi, Ad Virgil.
Los baleares llevaban tres hondas trenzadas (de lino, esparto o incluso crin de animal), una en la mano, otra en la cintura y otra ciñendo la frente. Cada una con distinto tamaño para lanzar sus proyectiles a distintas distancias. Además, llevaban una lanza con punta de madera endurecida al fuego, siendo muy raro que tuvieran punta metálica. Para su defensa llevaban únicamente una piel de cabra atada al antebrazo izquierdo. Los proyectiles podían ser piedras o glandes de plomo, consistentes en piezas bicónicas o bitroncocónicas hechas con un molde. Su tamaño y peso son constantes, en torno a los 4-5 cm y 40-70 gramos, aunque había algunos de mayor tamaño y peso.
En manos expertas, como eran las de estos guerreros, sus proyectiles podían superar en distancia a los de los mejores arqueros (entre 200 y 300 metros). Aparte de su puntería, también tenían la ventaja de que estos no podían ser vistos en su trayectoria, imposibilitando que el enemigo pudiera intentar cubrirse y las heridas ocasionadas por su impacto eran más peligrosas que las de las flechas. Sin embargo, entrenar a un buen hondero requería mucho tiempo, más que un arquero, siendo en las Baleares instruidos desde niños, se dice que las madres ponían el pan encima de un palo y no lo podían comer hasta que lo derribasen con la honda. Según Licofrón de Calcis »…las madres enseñaron a sus hijos más pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco…».
Diodoro de Sicilia, decía del hondero balear que: »…utilizando esta arma son capaces de arrojar proyectiles mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuerza tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murallas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas». Era común entre ellos vestir túnicas a rayas, de marcada influencia púnica.
Su función, como tropas ligeras, era la de desorganizar las líneas enemigas antes del choque entre las infanterías pesadas de ambos ejércitos. Podían operar en las alas o en el centro de la formación, replegándose cuando el enemigo se acercara demasiado, ya que no estaban preparados para un combate cuerpo a cuerpo. Fueron muy apreciados por los cartagineses que los emplearon en todas sus campañas, posteriormente fueron empleados por los romanos.
La caballería íbera
El caballo fue valorado en gran medida por las sociedades ibéricas no solamente como una propiedad de considerable valor y como signo de ostentación, sino también lo fue como elemento fundamental en sus actividades cinegéticas y bélicas. La relevancia del jinete guerrero sobre su corcel, la corrobora el notable número de monedas que tienen como tema predilecto de los reversos el jinete armado sobre caballo galopando. Son múltiples los testimonios de los textos antiguos que hacen referencia a los caballos ibéricos, a su resistencia y a su brío. Se les compara con los mejores caballos conocidos en la antigüedad, como los norteafricanos y los partos, y se hace referencia a los estimados y numerosos que eran los équidos entre las poblaciones íberas y en general peninsulares.
La riqueza y decoración de los atalajes del caballo iban en consonancia con la del jinete que lo montaba. El caballo debió tener un gran valor para los íberos, y los hallazgos arqueológicos indican a cierta mitificación de estos animales.
Las representaciones de las monedas ecuestres nos presentan jinetes en silla, aunque en muchos casos el caballo lleva cabezal y ramaleras. En cambio, las representaciones pictóricas son más ricas en detalles, y en ellas se pueden apreciar perfectamente elementos como sillas elementales, mantas, cinchas, cabezales y gamarras ricamente decoradas, así como originales parasoles, borlas, flecos y campanillas pendientes de los atalajes.
Especial mención merece el tipo de bocado con el que se controlaba al animal. Es el tipo dimple de barra denominado bridón o filete que quedaba enmarcado por un cabezal muy similar al que aún se usa actualmente. Este tipo de brida o bocado no ejercía de palanca en la boca del animal, sino que la tracción de las riendas por parte del jinete presionaba la comisura de los belfos obligando al animal a bajar la cabeza. En los extremos, donde se insertan las riendas, lleva este tipo de brida unas piezas laterales, las alas, de distintas formas y que evitan el desplazamiento de la barra hacia los lados.
Sobre tan notables cabalgaduras, los íberos se convirtieron en buenos jinetes, y esta caballería fue de gran efectividad por su grado de adiestramiento, pero sobre todo por su particular adaptación a la especial orografía en la que habrían de moverse.
Vestían e iban armados igual que la infantería, con lanzas cortas, jabalinas, y falcatas. Para protegerse llevaban cascos de fibra o bronce, diversas clases de armadura ligera y el característico escudo de Iberia, la caetra o escudo redondo. Por tanto, estaban perfectamente preparados para combatir tanto a caballo como a pie.
Antes del siglo IV AC no existía en el mundo ibérico una verdadera caballería, aunque sí jinetes aislados, como jefes o exploradores. Solo los aristócratas, como símbolo de su posición, acudían a caballo a la batalla, pero desmontaban para combatir. Durante el siglo III AC la caballería tiene un mayor desarrollo y protagonismo, gracias a la influencia de los celtíberos, siendo reclutada por púnicos y romanos, que ayudaron a su potenciación.
Los jinetes íberos luchaban como caballería ligera, lanzando sus jabalinas y manteniendo la distancia. La escasa longitud de sus lanzas les impedía acometer cargas directas contra formaciones de infantería. Era entonces cuando descabalgaban y luchaban a pie.
Los caballos que trajeron los íberos era del tipo oriental, que había sido llevado por los hicsos a Egipto; y que daría lugar al caballo berberisco en el norte de África, o al caballo de raza española, el lusitano, el mallorquín, el menorquín, el marismeño, estos caballos debieron tener una alzada entre 130 y 140 cm.
Mercenarios
El territorio íbero fue una gran cantera de tropas mercenarias para los ejércitos griegos y cartagineses. Los íberos figuran en el ejército cartaginés en la toma de Cerdeña en el siglo VI AC según un texto de Pausanias.
En la Primera guerra greco-púnica: A los mercenarios íberos se les encuentra sirviendo en ambos bandos, Herodoto expresa que en la batalla de Himera en el 480 AC, que combatieron en el bando cartaginés. Los prisioneros fueron a parar a manos de los griegos de Agrigento una vez derrotados.
También combatieron como mercenarios al servicio de los griegos en el 414 AC con Alcibíades, en el 411 AC con Aristarco, y en el 368 AC con Dionisio en socorro de los espartanos.
En la Segunda guerra greco-púnica 410-409 AC, el general cartaginés Aníbal, reclutó de 25.000 a 30.000 hombres que intervinieron en el asalto y saqueo de Selinunte, estos mismos hombres, tomaron y arrasaron Himera en el 409-408 AC. Nuevas levas íberas intervinieron en la toma de Agrigento en el 406 AC.
En el 405 AC, mercenarios íberos intervinieron en el asalto a Siracusa a las órdenes del general cartaginés Himilcon, donde el ejército cartaginés fue diezmado por una epidemia y pidió la paz.
En la Tercera guerra greco-púnica, en el 396 AC, se alistaron de nuevo en el ejército púnico, y nuevamente Siracusa se libró de caer a manos púnicas por una epidemia, Himilcon abandonó al ejército y los íberos se pasaron como mercenarios de Dionisio, tirano de Siracusa.
En el 368 AC, tropas íberas aparecen entre las tropas que envió Dionisio en socorro de los espartanos en su lucha contra los tebanos, asaltando el fuerte de Dairas.
En el 361 AC, Dionisio el Joven obligó a Platón a convivir con las tropas mercenarias íberas, años después recordará que bebían vino sin mezclar con agua.
Nuevamente volvieron a encontrarse mercenarios íberos en Sicilia en el 341 AC a las órdenes de Amílcar. Pausanias con ocasión de aludir a la derrota del ejército cartaginés, escribe que estos alistaban en general a íberos y otros pueblos.
La presencia de estos mercenarios hay que interpretarla como que en el territorio íbero, existían grandes diferencias sociales entre la masa de población, y encontraban un escape a su mala situación sirviendo en los ejércitos púnicos y griegos como tropas mercenarias.