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Antecedentes
Al-Nasir Ṣalaḥ ad-Din Yusuf ibn Ayyub más conocido como Ṣalaḥ ad-Din o Saladino, era un kurdo nacido en Tikrit, actual Irak, era de religión chiita. Inició su carrera militar junto a su padre Ayyub y su tío Sirkuh, que servían a Nur al-Din, uno de los más importantes jefes militares de Siria al servicio del sultán Nair al-Din, que era el campeón del Islam.
Egipto estaba en un periodo de inestabilidad. En los momentos finales del Califato Fatimí el país estaba en crisis, amenazado por los cruzados que habían ocupado Ascalón y amenazaban la frontera de los aliados con los bizantinos, así como en guerra civil por los diversos aspirantes al cargo de visir. En 1163, el visir del califa fatimí de Egipto, Shawar, había sido expulsado del país por su rival Dirgham. Pidió ayuda al sultán de Siria. Este repuso a Shawar en su puesto, pero pidió que se retirase el ejército, pero recibió una negativa ante el deseo del sultán sirio de que sus tropas permanecieran en el país. Shawar buscó entonces el apoyo del rey de Jerusalén, Amalarico I.
Entre 1164 y 1169 el sultán de Siria, Nur al-Din, mandó tres expediciones para ayudar Dirham para hacer frente los ataques de Shawar y los cruzados cristianos establecidos en Palestina. En 1169, Saladino fue nombrado comandante en jefe del ejército sirio y visir de Egipto. Aunque nominalmente sujeto a la autoridad del califa fatimí de El Cairo, Saladino trató Egipto como base de poder ayyubí, confiando sobre todo en su familia kurda y sus seguidores. Una vez revitalizada la economía de Egipto y reorganizada su fuerza terrestre y naval, Saladino repelió a los cruzados y dirigió la ofensiva contra ellos.
En 1160 Reinaldo de Châtillón lanzó una expedición contra el valle del río Éufrates para robar ganado a los musulmanes, pero a su regreso, con un numeroso botín, fue apresado por un contingente musulmán y encarcelado. Reinaldo pasaría 16 años en una insalubre prisión en Alepo, Siria. Allí lo pasaría muy mal, pero consiguió sobrevivir.
En septiembre de 1171 suprimió al disidente régimen fatimí, reunificando Egipto bajo el califato ortodoxo abasí, pero su reticencia a cooperar con Nur al-Din frente a los cruzados le llevó al borde de la guerra con su antiguo señor.
Tras la muerte de Nur al-Din en 1174, Saladino expandió su poder a Siria y al norte de Mesopotamia, principalmente a expensas de sus rivales musulmanes. Después de la rendición de Damasco (1174). Aladino ya se consideraba con fuerza para atacar a los cruzados.
Batalla de Montsigard (25 de noviembre de 1177)
En 1177 cruzó la frontera egipcia, bordeó Ascalón y se dirigió contra Jerusalén. El 25 de noviembre su ejército fue sorprendido un desfiladero cerca de Ramala, Saladino, que comandaba un ejército de 27.000 hombres, según Guillermo de Tiro. Empezó la invasión sobre los campos creyendo atacar a un país sin defensores. Pero el joven rey Balduino IV (el rey Leproso) reunió a todos los caballeros que le quedaban y se llevó la Vera Cruz. Primero que hicieron fue refugiarse en Ascalón.
El rey de Jerusalén llevaba consigo 375 caballeros, de los cuales 80 eran templarios bajo las órdenes del maestre Eudes de Saint Amand, Reinaldo de Châtillon y Jocelín III de Courtenay, tío del rey; los hermanos Ibelín, Reinaldo de Sidón y Aubert, obispo de Belén, que llevaba la Vera Cruz. La infantería fue reclutada a toda prisa, incluyendo a los burgueses, y era más numerosa que la caballería, pero no superaba los 4.000 hombres.
El caudillo musulmán se limitó a dejar una pequeña guarnición frente a Ascalón y prosiguió su marcha rumbo a Jerusalén, capturando en el camino Ramala y asediando Arsuf. Más grave aún, autorizó a sus tropas a dispersarse para saquear la comarca a discreción, con la consecuente merma de la disciplina: jamás se cruzó por la mente de Saladino la posibilidad de que el rey leproso arriesgara una salida desde Ascalón.
Las fuerzas cristianas marcharon a toda velocidad rumbo al norte, siguiendo la costa hasta llegar a Ibelín y girando allí a la derecha, en el desesperado afán de interceptar el avance enemigo rumbo a Jerusalén.
El ejército cristiano atacó por retaguardia al musulmán, era el 25 de noviembre de 1177. El grueso del ejército de Saladino atravesaba un barranco en las cercanías del castillo de Montgisard, al sudeste de Ramala, cuando un retumbar de cascos procedente del norte llamó la atención de algunos soldados. Sin embargo, ya era demasiado tarde; poco después el ejército cristiano irrumpía de la nada para abalanzarse con furia sobre las desprevenidas tropas enemigas, produciendo una gran confusión en las filas del ejército de Saladino. Este se salvó de milagro gracias a la abnegación de los mamelucos de su guardia personal, que murieron casi todos alrededor de él. Dicen las crónicas: «El joven rey, atacado por la lepra, superó todos los obstáculos y luchó con un gran valor, lo que dio también valor a sus hombres.»
El ejército de Saladino huyó en desbandada hacia Egipto, con enormes pérdidas, mientras que las tropas cristianas eran recibidas triunfalmente en Jerusalén, Saladino escapó huyendo en un camello.
Egipto disponía de amplios recursos y 1180 regresó, pero no hubo ninguna victoria decisiva, ambos bandos se cansaron del continuo forcejeo y decidieron pactar una tregua de dos años.
Batalla de Seforia o de la Fuente del Berro (1 de mayo de 1187)
Mientras Saladino estaba en Mosul, Reinaldo de Chatillón aprovechó la oportunidad, para hacer una incursión por el mar Rojo musulmán y apoderarse de cuanto transportaban los mercaderes para esa ruta. Por otra parte, proyectaba la locura de destruir la tumba del profeta en Medina y la Kaaba de la Meca. Mandó construir una escuadra de galeras en las orillas del mar Muerto, transportarlas por piezas hasta el golfo de Akaba, donde las montó. Puso sitio a Aila, y envió las galeras para saquear el puerto de Aidab en la costa Nubiaq y a continuación los puertos de Medina y de La Meca. El hermano de Saladino, Malik al-Adil, que era gobernador de Egipto, se hizo a la mar y destruyó a la escuadra atacante, Reinaldo por desgracia consiguió escapar. Esta incursión causó consternación en el mundo musulmán.
Al año siguiente 1187 Raimundo de Chatillón, con algunos templarios, asaltó una caravana que se dirigía a la Meca, Saladino dio por concluida la tregua.
Saladino movilizó entonces a sus tropas de Siria, juró la muerte de Reinaldo y se puso en camino el 18 de marzo de 1187, asolando de paso las regiones que atravesó, como Galilea.
Saladino obtuvo la autorización de Raimundo de Trípoli para atravesar Galilea, Raimundo era respetado por Saladino, ya que en el mundo islámico a Raimundo se le conocía porque era un hombre de palabra, que cumplía lo que decía. Saladino pidió permiso para pasar con un contingente de sus tropas por las tierras del conde Raimundo.
Este contingente de 7.000 jinetes, principalmente mamelucos mandados por Al-Afdal hijo de Saladino, empezó su marcha. Al mismo tiempo, el 30 de abril de 1187, una delegación de reconciliación enviada por el rey de Jerusalén fue al encuentro de Raimundo de Trípoli para negociar. Dicha delegación estaba formada por el arzobispo Joscio de Tiro, Balián de Ibelín, Reinaldo de Sidón, Gerardo de Ridefort, maestre del Temple, y Roger de Moulins, maestre de los Hospitalarios. Ambas fuerzas se encontraron cerca de Seforia en un momento en que solamente estaban presentes los dos maestres de los Templarios y de los Hospitalarios.
Pese a los consejos de Roger de Moulins y de los que había dado Raimundo de Trípoli, que sugerían refugiarse en una fortaleza, el segundo había recibido de Saladino garantías de que durante su incursión por la Baja Galilea no atacaría las fortalezas donde se hubiesen refugiado los habitantes. Gerardo de Ridefort cabalgó hasta Nazaret, convocó a todos los templarios que encontró, y con 150 hombres, 90 de ellos templarios, incluidos el mariscal del Temple y el maestre del Hospital, se lanzó al choque contra la caballería enemiga adversaria mientras estos estaban abrevando sus caballos en la Fuente de Berro. Los templarios, que salían desde una elevación, tenían la ventaja del terreno y de la sorpresa.
El desastre fue evidente, y cuando Balián, que se había separado del grupo para visitar Samaria, alcanzó el campo de batalla, no halló más que cuerpos decapitados. Solamente Ridefort y otros dos caballeros lograron salvarse, aunque, eso sí, infringiendo los templarios fuertes bajas a los sarracenos.
Raimundo de Trípoli, al ver pasar bajo los muros de su ciudad, Tiberíades, a las tropas de Saladino con las cabezas de los cristianos en las puntas de sus lanzas, hizo de inmediato las paces con Guido de Lusignan. Roto el pacto con Raimundo de Trípoli, Saladino puso sitio a Tiberíades, de la que tomó la ciudad baja, mientras Eschiva, esposa de Raimundo de Trípoli, se atrincheraba en la ciudadela.
Batalla de Hattin o de los Cuernos de Hattin (1187)
Eschiva desde la ciudadela envió mensajeros pidiendo ayuda al rey Guido y a su esposo, Raimundo, conde de Tiro. Saladino permitió que los mensajeros atravesaran sus líneas, porque nada deseaba más que atraer a los cruzados a una batalla que esperaba decisiva, como así sería.
Mientras tanto, Saladino cegó todos los pozos de la zona, dejando solo los que él utilizaba.
Durante el consejo real, Raimundo se inclinó por dejar caer Tiberíades a pesar de encontrarse allí su esposa porque intuía el plan de Saladino. El rey y los barones del consejo real, estuvieron de acuerdo con él. Esperarían a Saladino en lugar de ir a su encuentro. Pero Gerard, lleno de ira, quería borrar el fracaso de Seforia y gracias a la debilidad del rey, consiguió su permiso para atacar.
El ejército cristiano se reunió en Seforia, un lugar del interior de Galilea, a unos 40 kilómetros de Tiberíades, donde según la tradición nació la Virgen María. Seforia estaba lleno de huertas, había agua y comida en abundancia para alimentar al contingente de unos 20.000 hombres.
Así, el día 3 de mayo, al alba, el rey hizo levantar el campamento y mandó a su ejército hacia Tiberíades. Sus fuerzas consistían en 2.200 caballeros montados, 500 turcópolos (jinetes arqueros armados a la turca) y 15.000 infantes que fueron sistemáticamente acosados durante su marcha por 6.500 jinetes ligeros sarracenos, sufriendo importantes bajas en las emboscadas que el ejército de Saladino les puso en su camino. A este acoso hubo de unírsele las inclemencias ambientales y las deserciones que debilitaron ostensiblemente el ejército cristiano. A pesar de que durante aquella marcha, unidades de caballeros cruzados de diversas órdenes fueron uniéndose.
El camino duró toda la jornada del 3 de julio y fue espantoso. El calor era asfixiante, las fuentes estaban secas y sufrían el hostigamiento de la caballería ligera de Saladino en guerrilla, aunque eso fuera lo menos grave. Los caballos comenzaron a flaquear y algunos murieron, los caballeros aguantaban más que los animales y echaron pie a tierra, aunque avanzar a pie con sus pesados equipos les agotaba.
Guy de Lusignan se dio cuenta de su error y estuvo de acuerdo con Raimundo de Trípoli para dar un rodeo hacia el pueblo de Hattin, donde se encontraba un pozo de agua. Pero Saladino había previsto la maniobra y había situado sus tropas para cortarles el paso.
El rey decidió entonces establecer un campamento para pasar la noche en esta meseta. Agotadas las reservas de agua, los hombres optaron por dormir con todos sus atavíos, por miedo a verse sorprendidos en su sueño por los enemigos. A algunos cientos de metros percibían las risas y los cantos de los musulmanes, a quienes no faltaba nada. Las condiciones en el campamento musulmán eran muy diferentes: esa misma noche Saladino trajo el resto de sus tropas desde Cafarsset, que seguramente incluían también a la infantería; 400 cargas de flechas fueron distribuidas al haber gastado las tropas la mayor parte de sus dotaciones iniciales, 70 camellos con más cargamentos de flechas de reserva fueron preparados para ser enviados, donde fuera necesario, al día siguiente.
Mientras que los cristianos gemían de sed, el ejército musulmán disponía de una caravana de camellos para transportar pellejos llenos de agua desde el lago Tiberíades, suministrando agua a las fuerzas. También disponían del único pozo que estaba en el pueblo de Hattin.
La moral era, naturalmente, elevada. Los hombres de Saladino también reunieron leña de las colinas cercanas, que en esa época del año estaban probablemente llenas de cardos secos, y la apilaron a barlovento del campamento cristiano para ser encendida a la mañana siguiente. Según parece, también fueron colocados montones de leña a lo largo del eje de marcha previsto de los cristianos.
A la mañana siguiente el ejército reanudó su marcha: tenían que alcanzar el pozo de agua. Las tres columnas se desplegaron entre dos colinas volcánicas, los llamados Cuernos de Hattin.
Avanzó primero Raimundo de Tripoli, seguido de Guido de Lusignan y a retaguardia Balián de Ibelín, situaron la caballería en el centro protegida por los flancos y la retaguardia por la infantería con el fin de protegerles de los arqueros a caballo. La caballería musulmana les seguían acosando y los cuerpos de batalla se separaron. Pero las tropas de Saladino prendieron fuego a las hierbas secas, asfixiando a los francos con el humo.
Saladino se tomó su tiempo. Prosiguió sus ataques de acoso y no parecía tener prisa por lanzarse al asalto final. Para el rey latino de Jerusalén, no había más que una salida para abrir la vía hacia Hattin: atravesar la barrera enemiga.
A medio día, la vanguardia cruzada había llegado a las estribaciones de los cuernos de Hattin, Guido ordenó a Raimundo de Trípoli cargar con sus caballeros. Taqi al-Din, sobrino de Saladino, al mando de esa barrera que cerraba el paso entre los dos cuernos, abrió la formación para permitir el paso de la caballería, pero lo cerró inmediatamente después. Los hombres de Taqi al-Din regresaron rápidamente a sus posiciones de la cima del camino, haciendo imposible que Raimundo pudiera volver a la carga en el estrecho y pendiente sendero. Al verse incapaces de ir en ayuda de su camarada, Raimundo no tenía otra alternativa que continuar su marcha a través de los campos, pasando de largo los Cuernos de Hattin y Wadi Hamman hasta el lago Tiberíades; donde decidió no reunirse con su mujer en la trampa de Tiberíades, continuando cabalgando al norte hacia Tiro.
En el resto de la vanguardia, la confusión entre las filas cristianas estaba empeorando y la mayor parte de la infantería huyó en tropel hacia los Cuernos de Hattin, donde establecieron una posición en el Cuerno Norte. Posiblemente, la infantería cristiana se dirigió al noreste para apoyar la carga de Raimundo o simplemente intentando seguirle con la esperanza de escapar, pero una vez que la senda de Hattin quedo cerrada de nuevo, se dirigieron hacia el Cuerno Norte, más pequeño pero también más próximo. Cuando escalaron el Cuerno, se encontraron detrás con un precipicio, quedando atrapados entre este y las tropas musulmanas.
Mientras, la caballería de Saladino estaba cargando contra los otros dos cuerpos, el rey vio entonces la posición estratégica, del Cuerno Sur de Hattin refugiándose en esa altura, donde instalaron la tienda real, de color rojo vivo y visible desde gran distancia.
La Vera Cruz fue capturada, aunque solo se sabe que fue tomada por la división de Taqi al-Din. Algunas fuentes indican que este efectuó un fiero ataque después de que dejara escapar al conde Raimundo y que el obispo de Acre, que transportaba la Cruz, fue muerto, siendo la sagrada reliquia tomada por el obispo de Lidde antes de que cayera en las manos de Taqi al-Din. Otras fuentes señalan que el obispo de Lidde llevó la Santa Cruz al Cuerno sur, donde fue finalmente capturada durante una de las últimas cargas de las tropas de Taqi al-Din. Sucediera cuando sucediera, el efecto moral de la perdida de esta reliquia debió de haber sido devastador.
Los infantes de la vanguardia escalaron el cuerno norte para evitar la barrera, pero se encontraron entre un precipicio y las tropas musulmanas. Muchos de ellos murieron arrojados al vacío y otros se rindieron. Mientras, la caballería de Saladino estaba cargado los otros dos cuerpos, el rey vio entonces la posición estratégica, del cuerno sur de Hattin refugiándose en esa altura.
Seguidamente, los musulmanes atacaron el Cuerno Norte de Hattin por todos los lados. Las laderas eran demasiado escarpadas para la caballería. La infantería musulmana atacó a los soldados cristianos de a pie a primera hora de la tarde y tras una dura batalla los cristianos que no habían muerto o se habían arrojado por el precipicio se rindieron.
Mientras la infantería musulmana conquistaba el Cuerno Norte, el Cuerno Sur era vigilado por la caballería musulmana mandada por Taqi al-Din. Los caballeros cruzados que aún tenían caballos se reagruparon probablemente en esa pequeña llanura efectuaron dos vigorosas contracargas, una de las cuales consiguió llegar casi hasta don de se encontraba el mismo Saladino. Quizás aún albergaran la esperanza de matar al sultán y robar la victoria en el mismo momento de la derrota.
Un gran número de caballeros de la retaguardia latina, entre los que se encontraba su jefe, Balián de Ibelín, consiguieron escapar ya cerca del final de la batalla.
Una vez tomado el Cuerno Norte, dirigió todos sus esfuerzos para tomar el Cuerno Sur, Saladino lanzó el último asalto para apoderarse de la tienda roja del rey.
La noche del 4 de julio todo había acabado. Guido de Lusignan fue hecho prisionero, al igual que Reinaldo de Châtillon, el peor enemigo de Saladino. En su propia tienda y tal y como Saladino había prometido, le cortó la cabeza a Reinaldo de Châtillon con sus propias manos; ejecución no habitual, pues prefería utilizar a los prisioneros como moneda de cambio. Esta excepción se justificó por las masacres y asaltos que había cometido Reinaldo contra la población y las caravanas, tanto de cristianos como de musulmanes, en una de las cuales se dice viajaba la hermana de Saladino, motivo por la cual Saladino había jurado matarlo con sus manos.
Todos los turcopolos capturados fueron probablemente, como renegados de la fe musulmana, matados en el campo de batalla. El resto de los prisioneros llego el 6 de julio a Damasco, donde Saladino tomo una decisión que ha sido considerada como una mancha en su historial humanitario: todos los templarios y hospitalarios cautivos tuvieron que elegir entre convertirse al islam o ser ejecutados. La conversión bajo amenaza de muerte es contraria a la ley musulmana, por lo que 230 de ellos fueron matados. Algunos otros caballeros y jefes fueron rescatados con dinero y muchos de los soldados de infantería pasaron a ser esclavos. Seguramente unos 3.000 hombres del ejército cruzado consiguieron escapar de la batalla de Hattin huyendo a los castillos y ciudades fortificadas próximos. Los muertos musulmanes fueron enterrados con honor en un lugar que se desconoce.
Caída de Palestina
Tras su victoria en Hattin, Saladino ocupó el norte del Reino de Jerusalén, conquistando Galilea y Samaria sin demasiada dificultad, dado que la mayoría de las fuerzas militares cristianas habían sido eliminadas o capturadas en Hattin.
El 7 de julio, Saladino envió a Taqi al Din a capturar Acre que, contrariamente a lo que se esperaba, resistió. El mismo Saladino llegó hasta sus murallas el día 8, pero mientras los musulmanes preparaban su asalto, llegaron los enviados de la ciudad para discutir los términos de la entrega. Estos fueron acordados enseguida, aunque se produjeron disturbios entre los ciudadanos al enterarse de la noticia. Saladino invitó a los mercaderes occidentales y a la elite feudal a permanecer allí bajo su gobierno, aunque pocos o ninguno de sus habitantes aceptaron. La caída de Acre también puso en libertad al hermano del emperador bizantino, que había sido retenido por los latinos, Saladino Ie envió enseguida a casa, afianzando de este modo sus ya buenas relaciones con Bizancio.
Mientras tanto, AI Adil habia recibido la orden de invadir el sur de Palestina con el ejército egipcio que, en un rápido avance, había capturado el poderoso castillo de Mirabel (Majdalyabah). La conquista de Acre había alterado también la situación naval, proporcionando a la flota egipcia una base en la costa palestina, una flota de diez galeras fue enviada inmediatamente desde Alejandría. Saladino, entonces, dividió a sus fuerzas en varias secciones al no haber ningún ejército de campaña enemigo al que temer, enviándoles a recorrer las diferentes provincias de lo que había sido el Reino Latino de Jerusalén. En muchas de estas zonas, los campesinos musulmanes nativos y los judíos se alzaron, confinando a sus señores latinos y colonos occidentales en los diseminados castillos hasta que llegaron las tropas de Saladino.
La importancia del botín y el número de prisioneros hechos fueron extraordinarios, sin mencionar los 4.000 esclavos musulmanes que fueron puestos en libertad solamente en Acre. Al final de la campaña más de 20.000 musulmanes habían sido liberados, mientras que, en contraposición, los hombres de Saladino hicieron más de 100.000 prisioneros latinos.
Sin embargo, ya se estaba comenzando a producir problemas. Taqi al-Din había intentado capturar Tiro, aunque sin conseguirlo, los que habían escapado de Hattin, se dirigieron allí, así como refugiados de la zona. Allí fue informado de que su gran castillo de Belfort (AI Shaqif Arnun) aún resistía. A pesar de todo, parece ser que Reinaldo abrió negociaciones para una entrega pacifica, mientras que Taqi al-Din continuaba hacia el interior para asediar el extraordinariamente fuerte castillo de Toron (Tibnin). Tras salir de Acre el 17 de julio, Saladino dirigió una campaña fulgurante por la costa de lo que hoy es el Líbano antes de regresar a Tiro, que fue sometido a un asedio. Tiro estaba mandada por el marqués Conrado de Montferrato. Saladino dejó frente a Tiro unas fuerzas, y marchó hacia el sur, con el objetivo de conquistar Ascalón, plaza vital para la defensa de Egipto.
El ejército egipcio de al-Adil estaba ya operando en esa zona y había tomado Jaffa en julio, principal salida de Jerusalén al mar. Cuando el sultán se reunió con al-Adil el 23 de agosto, el Reino de Jerusalén había quedado reducido a Gaza y algunos otros castillos aislados en el sur, Ascalón, Tiro, Safad y quizás aun Belfort en el norte. La clave del sur de Palestina seguía siendo Ascalón (Asqalan), la llegada de la flota egipcia al mando Husam al-Din Lulu para bloquear la ciudad, selló su destino.
El asedio de Ascalón comenzó el 25 de agosto y al día siguiente los musulmanes ya habían tomado los alrededores. El asedio, sin embargo, no fue fácil y costó a Saladino las vidas de dos de sus mejores amirs. Finalmente, las negociaciones comenzaron, y el 5 de septiembre, Ascalón aceptó las mismas generosas condiciones que Acre, la guarnición y sus familias serían escoltadas hasta Egipto, donde recibieron alojamiento decente hasta su repatriación a Europa. Ese mismo día, llegó al campamento del vencedor una delegación de Jerusalén, aunque no traía ningún ofrecimiento de rendición.
Los demás castillos cruzados y ciudades del sur de Palestina fueron cayendo uno tras otro. Saladino llegó a Jerusalén, el 20 de septiembre.
Caída de la ciudad de Jerusalén
A pesar de los desastres sufridos por el Reino de Jerusalén, la guarnición cristiana aún tenía muchos efectivos para combatir y recorrieron la región en busca de suministros antes de que llegara Saladino. El patriarca Heraclio estaba al cargo de la ciudad, pero no era un soldado y además un eclipse de sol había aumentado la sensación de que se iba a producir un inminente desastre. Pero en ese momento llegó Balián de Ibelín, que había estado en Tiro, donde Saladino Ie concedió un salvoconducto para sacar a su familia de Jerusalén. Al llegar a la ciudad santa, Balián fue rodeado por la gente de la ciudad que le pidió que tomara el mando de la defensa de la ciudad y Heraclio incluso le absolvió de su promesa a Saladino. Desgarrado entre su honor y su deber religioso, Balián escribió una carta al sultán explicándole que no tenía más remedio que tomar el mando y luchar contra el hombre que le había concedido un salvoconducto. Según parece, Saladino acepto esta postura del hombre al que había considerado como a un amigo, aunque fuera un enemigo. Balián, por tanto, reorganizó las defensas de la ciudad con su típica eficiencia y las iglesias fueron despojadas de sus tesoros para pagar a los combatientes.
Jerusalén estaba llena de refugiados deseosos de combatir, aunque había pocos soldados adiestrados.
Saladino, nada más llegar a Jerusalén, estudió con sus ingenieros las murallas mientras el ejército establecía el campamento. Al amanecer del día siguiente, las tropas de Saladino atacaron la esquina noroeste de la ciudad entre Bab Yafa (Puerta de David) y Bab Dimashq (Puerta de San Esteban). Los mangoneles (trabuquetes de tracción) de diferentes tamaños comenzaron a bombardear, mientras las máquinas cristianas respondían. Los defensores combatieron con valor e incluso realizaron algunas salidas dañando las máquinas de asedio de Saladino y obligando a sus tropas a retroceder a sus protegidos campamentos.
AIgunas partes de las murallas resultaron dañadas, pero sin hacer una brecha. Durante cinco días continuaron los combates. Las perdidas sarracenas eran grandes.
El 25 de septiembre Saladino se dio cuenta de que sus hombres no se abrirían camino por las murallas del oeste, por lo que el ataque fue cancelado. Los mangoneles fueron desmontados, para su traslado, y algunos campamentos fueron recogidos. Durante cierto tiempo los defensores pensaron que el asedio había terminado, sin embargo, el día siguiente, 26 de septiembre, los sarracenos reaparecieron al norte de Jerusalén, lo que cogió a las defensas de la ciudad desprevenidas. Los musulmanes rápidamente establecieron una nueva posición de asedio desde la que atacaron las murallas del lado norte, así como el sector también norte de la muralla este. Su principal esfuerzo se centró al este de Bab Dimashq, un sector notoriamente débil de las defensas, aunque parte del cual tenía una doble muralla. Esta al parecer, se extendía hacia el este hasta más allá de la Bab Sahirah (Puerta de Herodes) y donde también existía un pequeño postigo en el trecho nororiental de las murallas a través del cual podía efectuarse una salida, aunque era difícil de utilizar debido ala doble muralla.
Segun se relata, hasta 40 mangoneles fueron montados, al menos uno de ellos era probablemente el nuevo y potente modelo trabuquete de contrapeso. También excavaron un túnel en dos días, tenía 30 metros de largo y estaba sujeto por puntales de madera que, al ser incendiados, hicieron caer una amplia parte de la muralla el 29 de septiembre. Para cerrar las posibles salidas por la Puerta de Bab Dimashq, Saladino mantuvo preparada una gran fuerza de caballería pesada.
Los defensores realizaron una desesperada con todos los hombres de Jerusalén que tenían caballos a través de Bab Ariha (Puerta de Jehosaphat). Quizás tuvieran la esperanza de poder cruzar el valle y atacar el cuartel general de Saladino situado en el monte de los Olivos, al otro lado del valle; o quizás intentaran seguir una estrecha senda que transcurre por debajo de la muralla y rodear la torre Laqlaq para sorprender a los musulmanes en su flanco. En todo caso, este intento fue aplastado por la caballería de Saladino.
Contando con aproximadamente 60.000 personas dentro de las murallas, refugiados y habitantes latinos, sirio-jacobitas y cristianos ortodoxos, defendieron la brecha recién abierta durante una sola noche; pero a costa de muchas bajas, mucha gente se negó a ir de nuevo a la brecha a pesar de la promesa de una gran cantidad de dinero.
El 30 de septiembre Balián de Ibelín, al ser amigo personal del sultán, fue enviado al campo sarraceno donde Saladino. Las negociaciones de Balián fueron duras, aunque no duraron mucho tiempo; por dos veces le fue negada la audiencia, mientras que otro intento efectuado por las tropas de Saladino para tomar la brecha fue rechazado. Al día siguiente Balián regresó al campamento de Saladino. Balián amenazó con que, si era necesario, la guarnición mataría a sus propias familias, a sus propios animales, a los 5.000 prisioneros sarracenos que aún estaban en sus manos, destruirían sus tesoros, demolerían la Cúpula de la Roca y la mezquita al-Aqsa. A continuación marcharían para enfrentarse a las tropas de Saladino, muriendo combatiendo.
Finalmente, se acordó una rendición pacífica el 2 de octubre. Los cristianos no latinos podrían quedarse, pero los cruzados invasores deberían marcharse.
Cada hombre tendría que pagar 10 dinares, 5 por cada mujer y 1 por cada niño. Una suma a bulto de 30.000 bezants se pagaría por los 7.000 pobres que no pudieran pagar sus propios rescates. Saladino pidió 40 días para reunir ese dinero. Cuando pasaron los 40 días, aún quedaban atrapados muchos pobres sin medios para pagar su libertad, mientras que los ricos cristianos se afanaban carretera abajo camino de la costa cargados con todos los objetos de valor que podían transportar, el mismo Saladino pagó el rescate de muchos pobres.
Los habitantes abandonaron Jerusalén en tres columnas; los templarios y hospitalarios llevaron a las dos primeras, la tercera la lideraron Balián y el Patriarca. Se permitió a Balián reunirse con su esposa y su familia en Trípoli. Se permitió a Heraclio evacuar varios tesoros de iglesias y relicarios. Algunos de los refugiados se dirigieron primero a Trípoli, donde se les negó la entrada y fueron despojados de las posesiones que habían tomado con ellos en Jerusalén. Muchos de ellos fueron a Antioquía, Cilicia, y a Bizancio. Otros marcharon a Egipto, y se les permitió embarcar en buques italianos que partieron para Europa.
Algunas de las damas más importantes del reino se encontraban también en la ciudad. La esposa del rey Guido, Sibila, fue llevada a ver a su marido, que se encontraba prisionero en la ciudadela de Neapolis (Nablus); y lady Estefanía, viuda de Reinaldo de Chatillon, le fue devuelto su hijo que había sido capturado en Hattin, en correspondencia por haber ordenado a las guarniciones de Krak y Montreal que se rindieran.
Cuando estas se negaron a ello, la dama devolvió su hijo a Saladino, el cual quedó sorprendido por tan honorable gesto y devolvió al joven dejándole marchar de nuevo. El 9 de octubre de 1187 Saladino, junto con otras importantes personalidades religiosas, entró en Jerusalén para realizar su “salat” (oraciones) en la restaurada mezquita al-Aqsa. Saladino permitió peregrinaciones cristianas a Jerusalén, y permitió que la Iglesia del Santo Sepulcro permaneciera en manos cristianas.
La caída de Jerusalén no significó el fin de la lucha. Más al sur, los castillos de Montreal y Krak no caerían hasta 1188 y 1189 respectivamente.
Asedio de Tiro
Saladino estaba decidido a reanudar el asedio de Tiro y regresó a esa zona con una pequeña fuerza el 12 de noviembre; el resto de su ejército llego para efectuar el asalto a la ciudad trece días después. Fue un duro combate. Los atacantes utilizaron ante el enemigo tantas máquinas de asedio como pudieron reunir. El istmo era estrecho, y los buques cristianos, llenos de arqueros, ballesteros y máquinas lanzadoras de piedras, estaban anclados a ambos lados desde donde disparaban a los flancos sarracenos. Los ataques fracasaron y el asedio se hizo interminable, siendo interrumpido solamente por ataques ocasionales de los musulmanes y por frecuentes salidas de los defensores; entre los que destacó un caballero español vestido de verde y con un par de cuernos de ciervo en el casco que incluso se ganó los elogios del mismo Saladino.
Ya estaba claro que solo mediante el control del mar podía tomarse Tiro, para lo cual una flota de 10 galeras y un número desconocido de barcos de apoyo fueron enviados, desde Acre, al mando de Abd al Salam al Maghribi, un experto marinero norteafricano. Esta operación era muy arriesgada a causa de las tormentas del invierno (la estación de navegación del Mediterráneo transcurría normalmente desde primeros de abril a finales de octubre), sin embargo, las flotas musulmanas obligaron a las galeras cristianas a replegarse al puerto. Mientras tanto llego el invierno, y el campamento de los asaltantes se transformó en un mar de lodo y nieve sucia, al mismo tiempo que la enfermedad se extendía por doquier.
Poco después se producía el desastre en el mar, una escuadra sarracena de cinco galeras que se había mantenido vigilante durante la noche del 29 al 30 de diciembre, bajó la guardia con la llegada del amanecer; momento en que fueron atacados, por sorpresa mientras dormían, por una flota de 17 galeras cristianas y 10 pequeños botes que, que saliendo de Tiro a toda velocidad les capturaron. Las cinco galeras musulmanas restantes, así como otros barcos, recibieron la orden de retirarse a Beirut, puesto que entonces eran muy pocas para ser efectivas. En su retirada fueron perseguidas por otras galeras de Tiro que pronto alcanzaron a las extenuadas tripulaciones musulmanas.
La mayoría de las galeras quedaron encalladas y sus tripulaciones escaparon por tierra, siendo los barcos destruidos siguiendo órdenes de Saladino, aunque un gran barco velero, tripulado por expertos marineros, consiguió escapar. Tras este intento, las tropas efectuaron un último ataque sin éxito contra las defensas de Tiro, después del cual Saladino convocó una conferencia con sus amirs. Algunos deseaban continuar combatiendo, pero la mayoría lo que al día siguiente, día de Año Nuevo de 1188, Saladino despidió su ejército, a excepción de sus propios regimientos personales, a cuyo frente se dirigió de vuelta a Acre.
El rey Guido de Lusignan fue puesto en libertad y se presentó ante Tiro, pero Conrado no le dejó entrar, alegando que estaba administrando hasta que los reyes debieran llegar desde el otro lado del mar para resolver la sucesión. Esto estaba de acuerdo con la voluntad de Balduino IV, que era el pariente por vía paterna más cercano de Balduino V.
Guido volvió a presentarse una vez más en Tiro, con la reina Sibila, su esposa, que ostentaba el título legal para el reino, pero fue rechazado de nuevo por Conrado, y estableció su campamento fuera de las puertas de la ciudad.
A finales de la primavera de 1188, Guillermo II de Sicilia envió una flota con 200 caballeros. El 6 de abril de 1189, Ubaldo Lanfranchi, arzobispo de Pisa, llegó con 52 barcos.