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Muerte de Alarico
Una vez saqueada la ciudad de Roma, Alarico se dirigió hacia el sur de Italia llevándose como rehén a Gala Placidia, hermana del emperador Honorio. Su objetivo era llegar hasta África, el granero del Imperio y si la conquistaba, asestaría un golpe mortal a Honorio.
Cuando ya estaban dispuestos a embarcarse, una tormenta dispersó su flota y les impidió alcanzar su objetivo, así que los visigodos decidieron marchar hacia el norte de Italia para seguir con la guerra, pero repentinamente Alarico murió con solo 35 años.
Los godos decidieron asegurarse de que la tumba de su amado rey no fuera violada por las manos de sus enemigos. Llevaron su cuerpo muerto a las orillas del pequeño río Busento, que fluye por la ciudad de Cosenza. Obligaron a su multitud de prisioneros a excavar un nuevo canal para desviar el río, y en su lecho seco hicieron una tumba para su rey, enterrando con él se supone un vasto tesoro de oro, plata, costosos vestidos y armas de guerra. Entonces el río volvió a su antiguo cauce, y los cautivos que habían hecho la obra fueron muertos, de modo que ningún romano debería conocer el lugar donde descansaban los restos de Alarico, rey de los visigodos.
Su lugar fue ocupado por su cuñado, Ataulfo que dirigió a los visigodos hacia la Galia. Se piensa, que había recibido una petición de Honorio para ir a luchar con Jovino, que se había hecho nombrar emperador en la Galia.
En el año 411, cruzaron los Alpes y se instalaron en la Galia. El godo Saro, que era enemigo de Ataulfo, se había rebelado contra Honorio y se dirigía a la Galia para apoyar al usurpador. Ataulfo lo atacó y obtuvo una victoria completa, en la que Saro fue muerto.
Honorio aceptó entonces un tratado que estipulaba que Ataulfo recibiría un suministro de grano para su ejército y, a cambio de liberar a Placidia y enviar las cabezas de Jovino y su hermano Sebastián al emperador de Rávena. La última parte de la negociación fue cumplida, pero el maíz no llegó, y dijo que mantendría Placidia hasta que fuese recibido. Siguió luchando por su propia mano contra las fuerzas imperiales y los restos del ejército rebelde, y antes de finales de 413 era dueño de la mayor parte del sur de la Galia, incluyendo las ciudades de Valence, Tolosa, Burdeos y Narbona. Al no poder tomar Tolosa defendida por Bonifacio, se retiró, y en enero del 414 se casó con Gala Placidia. La boda se celebró en la casa de uno de los ciudadanos más ricos de Narbona. Como represalia, Constancio bloqueó todos los puertos galos con su flota, con el fin de provocar la sumisión de Ataulfo, al cortarle los suministros desde África.
Los visigodos en Hispania
Como último recurso, Ataulfo hizo que el pobre Atalo fuera proclamado emperador una vez más. Constancio llegó con un poderoso ejército, y los godos huyeron de Narbona y, tras saquear las ciudades y el país del sur de la Galia, en el 415 atravesaron los Pirineos hacia Hispania, cinco años después de que lo hicieran los suevos, vándalos y alanos. El desafortunado Atalo trató de escapar por mar, pero fue capturado por la flota romana, y fue enviado a Rávena. Su vida se salvó, pero le cortaron dos de sus dedos, y fue desterrado a una de las islas Lipari, donde terminó sus días.
Capturó Barcina (actual Barcelona) a los vándalos, e hizo de esa ciudad su residencia real. Allí nació un hijo que recibió el nombre de Teodosio, pero el niño murió pronto, y fue enterrado con gran pompa en un ataúd de plata maciza.
A principios del verano de 415 fue asesinado por Dubio, un antiguo seguidor de Saro y que era persona de su confianza. Al parecer el motivo fue que le había ridiculizado por su baja estatura.
Los godos eligieron como su rey a un hermano de Saro, llamado Sigerico. Su primer acto fue asesinar a los seis hijos de la exesposa de Ataulfo, y trató a Gala Placidia con la más vergonzosa crueldad, haciéndole caminar 20 km al lado de su caballo. Pero a los siete días él también fue asesinado, y Valia un baltingo, aunque no relacionado con Ataulfo, fue elegido en su lugar.
Valia trató a Placidia amablemente, pero comenzó actuando como enemigo de los romanos. Luchando tanto contra las fuerzas imperiales como contra los vándalos y los suevos, pronto conquistó toda Hispania. Con el fin de proporcionar víveres a sus hombres, Valia decidió pasar a África, cuando estaba navegando, su flota quedó deshecha por un temporal y sus hombres pasaron un hambre atroz. En el 416 se vio obligado a firmar la paz con Constancio. Recibiría 600.000 medidas de trigo, y entregaría a Gala Placidia convirtiéndose en aliado de Roma, prometiendo liberar Hispania de vándalos, suevos y alanos.
En poco más de dos años los visigodos aniquilaron a los vándalos silingos que estaban asentados en la Bética y prácticamente a todos los alanos de la Lusitania. De los cuatro pueblos bárbaros (vándalos asdingos, vándalos silingos, suevos y alanos) que se asentaron en la Península solo quedaban dos, pero cuando parecía que también serían aplastados por Valia.
Honorio decidió cambiar su plan y entregó a los visigodos la Aquitania para que se estableciesen allí. Fijó entonces la capital del reino visigodo en Tolosa (la actual ciudad de Toulouse, en Francia).
Por alguna razón, no convenía al propósito de Constancio permitir que los visigodos se establecieran en España, y propuso que en lugar de ese país se establecieran en la provincia de Aquitania. Valia seguramente estuvo encantado cuando recibió esta espléndida oferta. La provincia, que incluía Burdeos, Agen, Angulema, Poitiers y muchas otras ciudades, era una de las más bellas y fértiles de todo el imperio. «La Perla de Galia», «el Paraíso Terrenal», «la Reina de las Provincias», están entre los títulos que había recibido de los poetas y oradores de la época.
Los visigodos en Tolosa
Fue a finales del año 418 cuando los godos marcharon de España para ocupar su nuevo reino; y al año siguiente Valia murió. No dejó ningún hijo para sucederle, aunque tenía una hija que se convirtió en la madre de Rikimero, un hombre famoso en la historia del Imperio Romano. Ese mismo año Teodorico I, sucedió a Valia, completó los asentamientos visigóticos en Gallia Aquitania, Novempopulania y Gallia Narbonensis. Pero los visigodos no tenían acceso al mar Mediterráneo.
Su gran objetivo era extender su reino, que estaba rodeado al norte por los francos, al oeste por los burgundios, mientras que el Imperio romano todavía conservaba posesión de algunas ciudades ricas, como Arles y Narbona. Estas ciudades estaban tentadoramente cerca de la frontera gótica en el sur, y podían darle el acceso al Mediterráneo.
Cuando murió el emperador Honorio en el año 423, Teodorico dirigió sus ejércitos, para luchar a favor de Gala Placidia y su hijo menor (Valentiniano III) contra un usurpador llamado Juan. Cuando este fue derrotado y muerto, y el ejército rebelde se había sometido, los godos no se retiraron, sino que capturaron varias ciudades y comenzaron a asediar la gran ciudad de Arles. El famoso general romano Aecio, que al principio había apoyado al usurpador, pero había hecho la paz con Placidia, atacó al partido sitiador y los derrotó, llevando a su comandante Aunulfo como prisionero.
Durante muchos años las relaciones entre los godos y los romanos fueron muy inestables, los tratados se hacían rápidamente se rompían cada vez que convenía a uno de los lados. En 437 los godos habían estado tratando de tomar Narbona, y los generales romanos, Aecio y Litorio, resolvieron acabarlo inmediatamente. Aecio obtuvo una gran victoria, pero fue llamado a Italia, y Litorio no tenía la habilidad suficiente para terminar el trabajo. Asedió a Teodorico en su ciudad capital, Tolosa, con una fuerza tan abrumadora que los godos pensaron que su caso era desesperado, y envió a Orientio el obispo de Auch, acompañado por otros obispos y clero, para tratar de persuadir al general romano para alcanzar unos términos honorables de paz.
Litorio, que era medio pagano, trató a los mensajeros con desprecio, y Teodorico dio la orden de prepararse para la batalla. Hasta que la batalla comenzó, el rey se vistió con ropas de penitente, y pasó muchas horas orando. Sus soldados, inspirados por la piedad de su rey, y por la idea de que estaban luchando por el cristianismo contra el paganismo (porque el ejército de Litorio estaba compuesto en su mayoría por hunos), hicieron un furioso ataque al campamento de los sitiadores, que fueron totalmente derrotados. Litorio fue hecho prisionero, y tuvo que caminar por las calles de Tolosa en el triunfo que Teodorico celebró después según la costumbre romana.
Después de este repentino cambio de situación, fueron los romanos los que se esforzaron en pedir la paz. Teodorico, influenciado por su éxito, en un primer momento se negó a llegar a ningún término a menos que los romanos le dejarían en posesión de toda la Galia meridional, al oeste del Ródano. Pero su amigo Avito, distinguido senador romano, le persuadió de que renovara la alianza, aunque no se conocen los términos de la misma.
Teodorico, sin embargo, no pensó que el tratado romano durase mucho, y decidió tener una segunda cuerda en su arco. Para asegurar la amistad de los vándalos, dio a su hija en matrimonio al hijo de su rey, el feroz y cruel Genserico, que había conquistado últimamente las provincias romanas de África, y había hecho de Cartago la capital de su reino. El matrimonio tuvo una secuela espantosa. Genserico sospechaba que su nuera estaba tramando envenenar a su marido, y la cortó la nariz y las orejas, y la envió de regreso a su padre.
Por supuesto, entonces era imposible pensar más en la alianza con los vándalos, y en el año 450 los visigodos y los romanos fueron obligados a un acercamiento por un gran peligro común, los hunos.
Los hunos, que durante tres cuartos de siglo habían estado ocupando los antiguos asientos de los godos al norte del Bajo Danubio y del Ponto Euxino, estaban dirigidos por su famoso rey Atila, y se movían hacia el oeste y amenazando con invadir la Galia e Italia. El ejército húngaro contaba con medio millón de efectivos, pertenecientes a todas las naciones que los hunos habían sometido en su marcha, los ostrogodos, los gépidos y muchas otras tribus germanas.
Frente a tal enemigo, los romanos, los francos y los visigodos sintieron que debían olvidar sus diferencias y unirse para hacer una defensa común. Atila astutamente trató de persuadir a cada grupo para que abandonase al resto. Pero vieron muy bien que a menos que se unieran para oponerse a su progreso, Atila los conquistaría uno por uno. Tras una larga persuasión de Aecio y Avito, Teodorico finalmente se unió a la defensa de la cristiandad contra la horda pagana. Los hunos fueron derrotados en la batalla de Chalons o de los Campos Catalaúnicos el año 451. Teodorico I murió en la batalla y fue sucedido por su hijo Torismundo.
Torismundo no disfrutó mucho de su reino. Luchó contra Aecio por la división de los despojos de los hunos y comenzó a imponer la guerra a los romanos, contra el deseo del partido más poderoso entre sus súbditos, que deseaban permanecer en amistad con el Imperio. Estalló una rebelión, y en el año 453 Torismundo fue asesinado por dos de sus hermanos, uno de los cuales era Teodorico II, que le sucedió en el reino, y gobernó trece años.
Teodorico II no era un mero bárbaro, sino un hombre de mente cultivada, de gusto refinado y de modales agradables, aunque también era capaz de la traición y la crueldad.
Durante la vida de Teodorico II, los sucesos se sucedieron muy rápidamente en Roma. Valentiniano III, el hijo inútil de Gala Placidia, fue asesinado por un senador, Petronio Máximo, que asumió la diadema imperial. Había reinado tan solo cuatro meses cuando los vándalos bajo Genserico desembarcaron en el puerto de Roma. Máximo estaba a punto de huir, pero el pueblo, disgustado de su cobardía, lo atacó en la calle, lo apedreó hasta la muerte y arrojaron su cuerpo al río Tíber. Genserico entró en Roma sin que se ofreciera resistencia y saqueó la ciudad durante catorce días.
Cuando la noticia de la muerte de Máximo llegó a la Galia, los súbditos romanos de aquella provincia eligieron al prefecto Avito, amigo de Teodorico I, como emperador. El rey visigodo apoyó fuertemente su demanda, y el senado en Roma no se atrevió a rechazar a un candidato que era presentado por el rey más poderoso en Europa Occidental. El emperador oriental, Marciano, dio su consentimiento, y Avito fue nombrado Emperador.