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Situación en el Levante
Las fuerzas de Suchet, excluyendo las tropas dejadas en Cataluña y Aragón, no superaba los 15.000 efectivos, y de estos cerca de 4.000 estaban encerrados en guarniciones, en Valencia, Sagunto, Peñíscola, Morella y otros lugares. No es de extrañar, por tanto, que no se hiciera ningún otro avance contra los españoles.
José O’Donnell, sucesor del desafortunado Mahy, pudo durante la primavera reorganizar a unos 12.000 hombres en los cuadros de sus antiguos batallones. Además, contaba con la reserva de Roche en Alicante, 4.000 efectivos, que se había beneficiado durante muchos meses con el subsidio y el entrenamiento británicos, y se consideraba un cuerpo sólido. También tenía los pocos BIs de Bassecourt en el interior, las tropas que Armagnac había perseguido en diciembre y enero en la comarca de Requena.
Cartagena era la única fortaleza de la costa que todavía estaba en manos de los españoles salvo Alicante, se había reforzado con la llegada de un destacamento británico. En total había unos 20.000 aliados enfrentando a Suchet en abril, y consideró imposible pensar en atacar Alicante, ya que no tenía suficientes hombres a mano para asediar un lugar de tan considerable tamaño y, al mismo tiempo, proporcionar una cobertura suficiente al ejército de O’Donnell.
El ejército murciano fue tan poco molestado, que el general Freire, segundo al mando de O’Donnell, ignorando por completo a Suchet, aprovechó la ausencia de Soult en Extremadura, en el momento de la caída de Badajoz, para alarmar a Andalucía oriental. Ocupó Baza el 18 de abril y, al cabo de un tiempo, cuando Leval, gobernador de Granada, lo expulsó, se volvió contra las costas del Sur.
El 11 de mayo una expedición, ayudada por barcos de guerra ingleses de Alicante, desembarcó cerca de Almería, y desalojó a todas las guarniciones francesas de las pequeñas ciudades y baterías costeras hasta el oeste de Almuñécar. Ya antes de eso del 1 al 3 de mayo, una escuadra inglesa había hecho un desembarco sobre Málaga, se apoderó y destruyó las obras portuarias y se llevó algunos corsarios y buques mercantes del puerto. Pero nada se pudo hacer contra la ciudadela de Gibralfaro.
Soult hizo poco o nada para responder, porque en ese momento estaba obsesionado con su siempre recurrente idea, de que Wellington estaba a punto de invadir Andalucía, y su atención estaba enteramente concentrada en los movimientos de Hill y Ballasteros en el Oeste y el Norte; de modo que el Este fue descuidado. Leval en Granada lo pasó mal, pero no corría ningún peligro real, ya que las incursiones de Freire se ejecutaban con una fuerza insignificante.
Suchet se ocupaba en este momento más de los asuntos civiles que de los militares: durante algún tiempo después de su convalecencia se dedicó a reorganizar la administración del reino de Valencia y a recaudar la enorme contribución de guerra que Napoleón le había ordenado exigir: 200 millones de reales, o 2,8 millones de libras, además de los impuestos ordinarios. Suchet saqueó las propiedades de la Iglesia.
A principios de julio, Lacy ideó un plan que lo hizo más odiado que nunca en Cataluña. Concertó con algunos empleados españoles del servicio de la comisaría francesa un plan para hacer estallar el polvorín de la gran fortaleza de Lérida, y dispuso estar fuera de sus murallas el día fijado para la explosión y asaltarlo durante la confusión que se produciría. Eroles y Sarsfield protestaron, señalando que una cuarta parte de la ciudad debía ser destruida, con una gran pérdida de vidas. Lacy respondió que los resultados justificarían el sacrificio, persistió en su plan y se trasladó con todos los hombres disponibles hacia Lérida para estar listos el día señalado. Sin embargo, calculó mal sus horas; y, aunque dejó atrás a cientos de rezagados durante la marcha, su columna llegó demasiado tarde.
La explosión tuvo lugar el 16 de mayo, con espantoso éxito; no solo pereció un centenar de la guarnición, sino un número mucho mayor de ciudadanos; muchas casas y uno de los baluartes cayeron. El gobernador Henriod, puso a su guarnición bajo las armas, ocupó la brecha y mostró un frente tan firme, que cuando apareció Lacy con tropas cansadas y sin cañones, se negó a intentar el asalto. Se fue tan rápido como había llegado, habiendo causado la muerte de varios cientos de sus compatriotas sin beneficio alguno. Si estaba dispuesto a adoptar medios tan terribles, al menos debería haber planificado correctamente sus planes. Los catalanes nunca le perdonaron la inútil atrocidad.
Llegada de la flota siciliana
Las operaciones en Cataluña y Valencia se prolongaban así sin grandes beneficios para uno u otro lado, cuando el gran plan de Wellington para el ataque de distracción anglo-siciliano en la costa este comenzó por fin a ponerse en marcha. El 15 de julio el general Maitland llegó al puerto de Mahón con una flota que transportaba a 3 BIs ingleses y 2 BIs alemanes y partes de 3 RIs extranjeros, con un puñado de caballería y 2 Cías de artillería. Envió mensajeros por toda España para anunciar a Wellington su llegada y su propósito de desembarcar en Cataluña, como se le había ordenado. En Mallorca recogió la recién organizada DI balear de Whittingham y, tras un poco de retraso, zarpó el 28 de julio hacia Palamós, un punto central de la costa catalana, donde llegó la mañana del 31 de julio con más de 10.000 hombres a bordo.
Debido a las infelices vacilaciones de Bentinck en mayo y junio, después de que se anunció la expedición y se ordenó a las tropas prepararse para el embarque; los espías franceses en Sicilia habían encontrado tiempo para enviar advertencias a París, y el ministro de Guerra había advertido a Suchet que una flota de Palermo podía aparecer en su zona en cualquier momento. Recibió su advertencia a finales de junio, un mes antes de la llegada de Maitland y esto resultó al final provechoso para la causa aliada; porque, aunque la flota nunca apareció, aunque era esperada, y utilizó el argumento de que estaba a punto de ser atacado por una fuerza inglesa como su respuesta más eficaz a las constantes demandas de asistencia del rey José.
Se le informó debidamente de la llegada a Alicante de los transportes destinados a llevar la DI de Roche a Cataluña, y algunos barcos que transportaban el tren de batir de Wellington, durante algún tiempo se tomó esa flotilla británica como el escuadrón siciliano. Por lo tanto, estuvo esperando durante todo junio y julio el ataque que nunca se llevó a cabo. La amenaza demostró ser tan efectiva como podría haber sido el desembarco real.
El gran problema de Suchet era que no sabía en lo más mínimo si la expedición siciliana desembarcaría en Cataluña o en Valencia. Podría desembarcar en cualquier lugar entre Alicante y Rosas. Preparó una pequeña reserva central móvil, con la que podría marchar hacia el norte o hacia el sur. A Decaen se le advirtió que tuviera una fuerza fuerte concentrada en la Cataluña Central, por si el desembarco llegaba en su dirección, y Suchet le prometió la ayuda de las fuerzas que pudiera prescindir.
Ante el rumor de que la flota siciliana se había vuelto hacia el norte, cuando de hecho, todavía no estaba en aguas españolas, el mariscal consideró que valía la pena hacer una rápida visita a Cataluña para concertar asuntos con Decaen. Marchó por Tortosa con una columna volante, y el 10 de julio se reunió con Decaen en Reus. Allí se enteró de que no había señales del enemigo, y después de visitar Tarragona, inspeccionar sus fortificaciones y reforzar su guarnición, regresó hacia el sur de una manera más pausada de lo que había salido.
Primera Batalla de Castalla (21 de julio de 1812)
Durante la ausencia de Suchet de su virreinato valenciano, el capitán general de Murcia tomó medidas que provocaron uno de los desastres más innecesarios y gratuitos que jamás haya sufrido el infortunado ejército del que estaba a su cargo. José O’Donnell sabía que la expedición a Sicilia estaba prevista, y le habían advertido que la DI de Roche se retiraría para unirse a ella. Era consciente de que la llegada de Maitland modificaría todos los arreglos de Suchet y lo obligaría a retirar tropas de su propio frente.
Wellington le había pedido que se contentara con contener a la fuerza francesa en su frente y que no arriesgara nada. Pero el 18 de julio salió de sus posiciones frente a Alicante con el objetivo de sorprender al general Harispe. Sabía que Suchet se había ido al norte y no sabía nada de su regreso; y le habían informado, con toda certeza, que los acantonamientos de Harispe estaban muy dispersos. Por desgracia, era tan incapaz como presuntuoso, y carecía por completo de la fuerte determinación de su hermano Enrique, el héroe de La Bisbal.
Harispe tenía solo unos 5.000 hombres: su propia división, con un BI perteneciente a Habert y la brigada de caballería de Delort. Tenía un RI en reserva en Alcoy, otro BI en Ibi, el tercero con el grueso de los jinetes de Delort en Castalla y sus alrededores, el punto más cercano de los acantonamientos franceses a Alicante. El ambicioso plan de O’Donnell era rodear a las tropas de Castalla e Ibi mediante un movimiento concéntrico de varias columnas marchando muy separadas, y destruirlas antes de que el propio Harispe pudiera llegar con su reserva desde la retaguardia. Bassecourt y su destacamento de las colinas del norte recibieron la orden de caer al mismo tiempo en Alcoy, para distraer a Harispe y mantenerlo ocupado; era un asunto muy dudoso, ya que se encontraba a muchas jornadas de marcha de distancia, y era obvio que el momento de su desvío probablemente abortaría.
O’Donnell marchó en tres columnas:
- Columna derecha: la DI de Felipe Roche con 3.732 infantes y 50 caballos: Voluntarios de Aragon (1), RI Canarias (1), RI-2 de Murcia (1), RI Alcazar de San Juan (1), RI Chinchilla (1), Húsares de Fernando VII. Pasaría por Jijona con la orden de sorprender a las tropas francesas en Ibi.
- Columna central con DI-1 del conde de Montijo con 2.406 infantes y 206 caballos: RI-1 de Badajoz (2), RI de Cuenca (2), BI de Mijares y BI Michelena, 2 Escons y una Bía, avanzó directamente sobre Castalla.
- Reserva la DI-2 de Luis Riquelme con unos 4.000 infantes: RI-2 Guardias Waloons (2), RI Guadalajara (3), RI-1 de Burgos (3), RI de Guadix (2), RI de Bailén (1), RI de las Alpujarras (1), caballería desmontada (1). Avanzó detrás de la columna central.
- Columna izquierda con el grueso de la caballería al mando del general Santesteban con 755 caballos en 13 Esons: RC Príncipe (2), RC España (2), RC Reina (2), Carabineros Reales (1), RC Farnesio (1), RC Montesa (1), RD Rey (1), RC cazadores de Valencia (1), RH Pavía (1), granaderos a caballo (1), RH Castilla (1). Avanzaría por el lado de Villena, con órdenes de flanquear al enemigo y tratar de cortarle la retaguardia.
Toda la fuerza estaba formada por 10.000 infantes y 1.000 jinetes, sin tener en cuenta la posible (pero improbable) llegada de Bassecourt, por lo que Harispe era superado en número por mucho más de dos a uno. Como precaución extra se enviaron todos los transportes preparados en Alicante, con un solo BI a bordo, por la costa, para manifestarse frente a Denia y la desembocadura del Júcar.
Después de haber marchado toda la noche del 20 de julio, las columnas españolas se encontraban, muy fatigadas, frente al enemigo a las cuatro de la mañana del 21 de julio. No estaban en contacto entre sí, Roche estaba separado del centro por el espolón de la sierra de Biar, y la caballería había sido enviada muy lejos en el flanco. El general Mesclop se oponía a Roche en Ibi, con 4 BIs y 1 EC de coraceros; el general Delort, en Castalla, tenía solo 1 EC de coraceros, 2 BIs y una Bía, pero esperaba la llegada del RD-24 desde la vecina ciudad de Biar, un poco a su derecha, y de los 2 ECs restantes del RC-13 de coraceros de Onil a su izquierda.
Mientras tanto evacuó Castalla, pero tomó posición en una ladera cubierta por un arroyo y un barranco atravesado por un puente estrecho, con su insignificante fuerza. Ya había enviado órdenes a Mesclop en Ibi para que acudiera en su ayuda, dejando solo una retaguardia para contener el mayor tiempo posible a la columna española frente a él. Este último hizo lo que se le ordenó; dejó en el Castillo de Ibi 1 Cía del RI-44 y 2 cañones, y dejó al resto de ese batallón y una tropa de coraceros para apoyarlos. Con el resto de su fuerza, los 3 BILs del RIL-1 y la tropa restante de coraceros, partió apresuradamente hacia Castalla.
O’Donnell atacó a Delort de una manera muy pausada después de ocupar la ciudad de Castalla; sus tropas estaban cansadas y 4 de sus 6 cañones se habían quedado atrás. Pero la BRI de Montijo y las 2 piezas que la acompañaban estaban desarrollando un ataque contra el puente, y Michelena y Mijares habían pasado el barranco más arriba, cuando las tropas francesas destacadas comenzaron a aparecer de todas direcciones. Los primeros en aparecer fueron los 400 hombres del RD-24, que protegidos por un bosque de olivos, cargaron con un impacto tremendo, y bastante imprevisto, sobre el flanco de Mijares, y desarticularon por completo sus 3 BIs. Luego, después de volver a formar sus filas, se formaron en columna y cargaron a través del estrecho puente frente al centro de O’Donnell, aunque estaba dominado por sus 2 cañones. Un ataque realizado a través de un frente tan estrecho, que solo dos avanzaban a la vez, parecía una locura, ¡pero tuvo éxito!.
Los cañones solo dispararon una ronda cada uno antes de que fueran arrollados, y la BRI que los apoyaba se disolvió. Entonces Delort atacó con sus 2 BIs y con los coraceros que acababan de llegar de Onil. La BRI de Montijo, la única unidad española intacta que quedaba, fue así expulsada del campo y dispersada. La infantería del centro (6.000) de O’Donnell se convirtió en una masa de fugitivos, solo un RI mantuvo sus filas y se retiró en buen orden. Del resto, casi la mitad fueron perseguidos y capturados en masa por los coraceros y dragones franceses.
Mesclop con los 3 BIs de Ibi llegó demasiado tarde para tomar parte en la derrota. Delort lo envió de inmediato para relevar el destacamento que había dejado frente a Roche. Este último lo había expulsado del pueblo de Ibi después de algunas escaramuzas, cuando vio acercarse no solo a la columna de Mesclop, sino a Harispe que venía de Alcoy con el RI-116. Inmediatamente se detuvo, se volvió hacia atrás y se retiró en buen orden hacia Jijona: la caballería enemiga intentó romper su retaguardia, pero fracasó, y toda la DI volvió a Alicante sin pérdidas. Lo mismo sucedió con la caballería de Santesteban, que, marchando desde Villena a las 07,00 horas había llegado a Biar, en la retaguardia enemiga, solo cuando el combate, que había comenzado a las 4 de la tarde, había terminado.
La infantería de O’Donnell quedó tan destrozada que su ejército quedó reducido a tan malas condiciones como las que había mostrado en enero, después del desastre original de Blake en Valencia. Había perdido más de 3.000 hombres, de los cuales 2.135 eran prisioneros ilesos, 3 banderas y los 2 únicos cañones que habían llegado al frente. Los supervivientes de las 3 BRIs destruidas se habían dispersado por todo el campo y tardaron semanas en reunirse. Fue una suerte que la DI de Roche hubiera llegado intacta a Alicante, o que la ciudad misma hubiera estado en peligro. Los franceses habían perdido, según sus propias fuentes, no más de 200 hombres: solo los 2 RCs, 2 BIs del RI-7 y 1 BI del RI-44 habían sido puestos en acción.
La derrota de Castalla dejó fuera de combate al ejército murciano durante meses, lo que fue una suerte para Suchet, ya que la fuerza de los aliados en Alicante estaba a punto de aumentar con la llegada allí de la expedición de Maitland. Si el ejército de O’Donnell hubiera estado todavía intacto, un formidable cuerpo de tropas se habría reunido frente a él. Los anglo-sicilianos, contrariamente a las órdenes de Wellington, quien había expresado su deseo de que desembarcaran en Cataluña, se unieran a Lacy y pusieron sitio a Tarragona, operación que pensó forzaría Suchet para evacuar Valencia por completo, con el fin de llevar ayuda a Decaen.
La expedición de Sicilia en Alicante
Maitland anclado en la bahía de Palamós el 31 de julio. En el momento en que apareció, Eroles subió a bordo de su barco, para instar a su desembarco inmediato, y prometer la entusiasta ayuda de los catalanes. El enérgico barón dio una imagen sumamente optimista de la situación, declaró que todo el país se levantaría a la vista de los casacas rojas, que Tarragona estaba débilmente controlada y que la fuerza total de los franceses, incluida la columna de Suchet cerca Tortosa, tenía solo 13.000 hombres.
Lacy y Sarsfield aparecieron más tarde, y dieron información mucho menos alentadora, dieron una cifra mucho más alta que Eroles, y tenían razón al hacerlo, porque Decaen tenía unos 25.000 hombres, y con esfuerzo podría haber reunido a 15.000, sin contar con la ayuda de Suchet. El ejército español de Cataluña solo pudo suministrar 7.000 infantes y 300 caballos, de los cuales muchos estaban tan lejos en ese momento que Lacy declaró que llevaría 6 u 8 días llevarlos. Para cuando llegaran todos, los franceses se habrían concentrado también y serían iguales en número a toda la fuerza que los aliados podrían reunir. Se informó que Tarragona se encontraba en un mejor estado de defensa que el permitido por Eroles, y los ingenieros declararon que podría llevar diez días reducirlo.
Pero el mayor problema de todos era el de las provisiones: Lacy declaró que el país podía proporcionar poco o nada, no podía comprometerse a mantener concentrado su pequeño ejército durante más de una semana. Los anglo-sicilianos debían ser alimentados por la flota y él no podía proporcionar transporte. Evidentemente la expedición estaría sujeta a la costa, y el asedio de Tarragona era la única operación posible. Dado que el ejército anglo-siciliano no podía maniobrar libremente ni retirarse al interior, tendría que luchar contra Decaen, para cubrir la inversión de Tarragona, a los pocos días de su desembarco. Por otro lado, si como Eroles prometió, los somatenes se levantaban por todos lados ante la noticia del desembarco; las tropas francesas periféricas no podrían unirse a Decaen, las carreteras estarían bloqueadas, el enemigo nunca podría concentrarse y la fuerza estaría a punto Barcelona, su único ejército de campaña inmediatamente disponible, no tenía más de 8.000 efectivos y podría ser derrotado.
El general inglés se refugió en un consejo de guerra, el recurso habitual de los comandantes con un propósito vacilante. Todos sus lugartenientes le aconsejaron que se negara a desembarcar, alegando que sus fuerzas eran demasiado pequeñas y heterogéneas, que Lacy no podía prestar ayuda inmediata y que todavía no había señales del levantamiento general que había prometido Eroles. Además, algunos de los oficiales de la marina le dijeron que el fondeadero frente a la costa catalana era tan peligroso, incluso en verano, que no podían prometer el reembarque del ejército sin peligro en caso de derrota.
Para el disgusto de Eroles y del resto de dirigentes catalanes, pero no para Lacy, Maitland aceptó el consejo de su consejo de guerra, que resolvió desembarcar más al sur. La idea original era desembarcar en algún lugar en medio del largo litoral al sur del Ebro, entre Tortosa y Valencia, con el objeto de cortar la línea de Suchet por el medio. Pero la noticia del desastre gratuito de O’Donnell en la batalla de Castalla, que evidentemente permitió al mariscal utilizar todo su ejército contra una fuerza que desembarcaba, y la sugerencia de que la propia Alicante podía estar en peligro, indujo a Maitland a ordenar al final dirigirse hacia el sur. Llegó a Alicante el 7 de agosto y comenzó a enviar sus tropas a tierra, tanto sus propios 6.000 hombres como los 4.000 auxiliares de Whittingham de la división balear.
Si el ejército murciano hubiera estado intacto, la masa reunida habría causado serios problemas a Suchet, ya que habría superado en número al cuerpo francés en Valencia muy considerablemente, y además tenía un núcleo de buenas tropas en los BIs británico y alemanes de Maitland. La noticia de Salamanca también había llegado y había trastornado el aspecto general de los asuntos de Suchet: el rey José estaba nuevamente exigiéndole ayuda inmediata, con la esperanza de retener Madrid, y había llamado (sin su conocimiento) la DI de Palombini de Aragón, y la guarnición de Cuenca. Si Wellington avanzaba, como lo hizo en realidad, contra el Rey y lo expulsaba de su capital, era posible que el teatro principal de la guerra se trasladara a las fronteras de Valencia.
Suchet, por tanto, resolvió concentrarse: ordenó a Habert y Harispe que retrocedieran detrás del Júcar con sus 8.000 hombres, abandonando sus posiciones avanzadas frente a Alicante, y los situó en Játiva; allí realizó algunos trabajos de campo y formó una cabeza de puente sobre el Júcar en Alberique. Ordenó a la BRI de París que bajara del norte de Aragón a Teruel, y advirtió a los generales en Cataluña que podría pedirles refuerzos.
Por tanto, Maitland, después de su desembarco, descubrió que los franceses habían desaparecido de su frente inmediato. A él se unieron Roche y el RI-67 de Cartagena, y propuso expulsar a Harispe de Castalla e Ibi. Marchó contra él del 16 al 18 de agosto, solo para descubrir que ya se había retirado detrás del Júcar. Más allá de Monforte del Cid (Alicante) se encontró incapaz de avanzar por falta de transporte y comida, ya que la expedición de Sicilia no estaba preparada para realizar un avance hacia el interior. Bentinck había supuesto que las tropas podrían alquilar o requisar en España las mulas y carros que necesitarían para avanzar. Pero el campo de Alicante ya estaba agotado por la larga estancia del ejército murciano en esa región; y O’Donnell, antes de que Maitland llegara, conociendo las dificultades de su puesto, obtuvo de él la promesa de que no tomaría nada de él ni por compra ni por requisición.
El general británico había contratado mulas para sacar sus cañones, pero descubrió que no podía alimentarlas en una marcha hacia el interior, porque se le negaron los recursos del distrito. Él mismo tuvo que parar en Elda, Roche y Alcoy, porque el problema del transporte y la alimentación no se podía solucionar. Todo lo que pudo hacer fue presionar la línea francesa de puestos de avanzada detrás del Júcar con una columna volante compuesta por su propio puñado de caballería (200) y un destacamento de caballos españoles que le prestó Elio, el sucesor de O’Donnell.
Tuvieron que renunciar a la idea de un mayor avance, porque llegó la noticia de que el rey José había evacuado Madrid el 14 de agosto y marchaba sobre Valencia con los 15.000 hombres que había reunido. Haber intentado un nuevo ataque contra Suchet, cuando un ejército así venía desde el flanco para unirse al mariscal, habría sido una locura. La fuerza francesa en esa región se duplicaría con la llegada del Rey. Por lo tanto, Maitland retiró su propia DI a Alicante y llevó a Roche de regreso a Jijona, no muy lejos de esa fortaleza, esperando que dentro de poco podría ser rechazado y quizás sitiado allí. Wellington a fin de mes, teniendo la misma idea, le envió instrucciones elaboradas para la defensa del lugar, pidiéndole que lo mantuviera el mayor tiempo posible, pero que mantuviera sus transportes a mano.
El 25 de agosto, el ejército del rey José y su vasto convoy de refugiados franceses y españoles se unieron a los puestos de avanzada de Suchet en Almansa, y se produjo la peligrosa combinación que Maitland y Wellington habían previsto. Pero lo que resultaba más amenazador para el ejército de Alicante era el rumor de que Soult estaba a punto de evacuar Andalucía y de llevar a Valencia a todo el ejército del Sur. Esto significaría que cerca de 80.000 tropas francesas se reunirían pronto a una distancia de ataque sobre la fuerza que estaba al mando Maitland y Elio. Parecía probable que Soult en su marcha pudiera barrer todo el campo, dispersar a las fuerzas españolas en la frontera murciana, y tal vez sitiar y tomar Cartagena y Alicante.
Nada de esto sucedió, Soult se aferró a Andalucía un mes más de lo que Wellington o cualquier otra persona hubiera considerado probable. Partió de Granada el 17 de septiembre y se dirigió a Valencia por las carreteras de interior por Huescar, Calasparra y Hellín. El motivo fue un brote de fiebre amarilla en Cartagena, que causó tanta preocupación a Soult que prefirió mantenerse alejado de la infección, incluso a costa de tomar caminos de mala calidad y tortuosos.
Por tanto, durante todo el mes de septiembre, Suchet, por un lado, y Maitland y los españoles por el otro, estuvieron esperando a Soult, ambos bandos guardaron silencio. Así terminó dócilmente la primera campaña del ejército anglo-siciliano, en cuyos esfuerzos Wellington había contado tanto. Y sus operaciones posteriores, iban a ser totalmente acordes con su desafortunado comienzo.