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Inicio del asedio
Tras la batalla del cabo Passaro, el ejército español quedó totalmente aislado y la quedó incapaz de apoyar los asedios desde el mar. A pesar de ello, Lede prosiguió con el asedio a la ciudadela de Mesina, tomándola unas semanas después. Aun así, es evidente que este incidente cambió los planes que tenía en mente el marqués de Lede, que decidió rebajar sus expectativas de conquista de la isla.
Desde ese momento, Lede, más preocupado por conservar el ejército que por conquistar la isla, se limitó al bloqueo de plazas, en vez de intentar conquistarlas.
Dos días después de la rendición de la ciudadela Mesina, que se había demorado algo más; el marqués de Lede despachó parte de su ejército hacia Milazzo, al norte de la isla, y puso sitio a la ciudad, una plaza importante y bien fortificada, construida sobre una angosta lengua de tierra de 20 km que se adentraba en el mar en dirección a las islas Lípari. Las tropas españolas en la empresa se componían del regimiento de Castilla, las brigadas de Milán y Borgoña y algunas unidades de caballería. El Marqués dejó en Mesina como gobernador al teniente-general Lucas Spínola al mando de una guarnición de unos 2.000 hombres y, con el resto de las tropas, se puso él mismo en camino hacia Milazzo.
Los aliados austríacos y británicos, gracias al dominio indiscutido del mar, habían podido desembarcar, con la connivencia del duque de Saboya, refuerzos en Milazzo embarcándolos a bordo de los navíos británicos en los puertos napolitanos de Reggio y Scilla, siendo transportados a través del estrecho de Mesina. Así, gracias a las disposiciones del virrey de Nápoles, Wirich Philipp von Daun, la plaza contaba con una guarnición de por lo menos 3.000 soldados imperiales en el momento en que el ejército español la puso bajo asedio. Estas tropas, austriacas en su mayoría, guarnecían la ciudad baja y el castillo, mientras que la ciudad amurallada estaba a cargo de las tropas del duque de Saboya.
No desalentó este infausto suceso a las tropas españolas, que estaban sobre Mesina, donde se habían retirado a abrir trinchera contra la ciudadela, por tener dispuestas las tropas al desembarco que los ingleses podían hacer, pero se bombardeaba la ciudad y el castillo deEl Salvador; después se aplicaron los sitiadores a construir las baterías, que a 10 de septiembre ya disparaban. En 11 se abrió otra trinchera de diez cañones, detrás de la iglesia de Santa Cruz, contra el revellín. Por la puerta del Socorro, que da al mar, recibían los sitiados tropas alemanas, cuantos el marqués Andorno, piamontés, pedía; enviaba a Rijoles los heridos, y mudaba con gente fresca los cansados; por eso pudo en el revellín levantar luego una trinchera de fajinas, por poder usar el fusil contra los trabajadores españoles que formaban la paralela, que por esta razón, para perfeccionarla, costó mucha sangre. El gobernador sacó de la ciudadela todos los sicilianos, entre los cuales el coronel Guisani, algunos caballeros panormitanos y algunos mesineses; dos capitanes y dos tenientes los envió a Calabria.
La noche del día 12 de septiembre se concluyó la paralela. En el 18 se asaltó al camino cubierto, los defensores no ofrecieron una gran resistencia, y le ocuparon los españoles se fortificaron. Tiraron una línea por la otra parte de la ciudadela que mira al mar grueso, parra plantar una batería en la parte del jardín, que era la menos fuerte, y ver si se podía impedir la comunicación en las barcas de Calabria.
Contra estos trabajadores se acercaron cuatro naves inglesas haciendo fuego. Sostuvieron el puesto los españoles y pasó con la caballería el marqués de Lede; contra las naves dispararon las baterías del puerto Salvo, de Puerta Perpetusa, del llano de las Carretas y del bastión de don Blasco, y se alejaron los ingleses.
La noche del 20 la plaza hizo una salida; más vigorosa fue la del 22, en que 500 alemanes se acercaron primero enn silencio a las trincheras; traían prevención de cera, pez y azufre, a los cuales apoyaba un regimiento. No lograron más que una sangrienta acción, que fue dilatada y favorable a los españoles, porque la mayor parte de los que salieron quedaron en el campo.
Batalla de Milazzo (15 de octubre de 1718)
Aunque los españoles estrecharon su bloqueo sobre la ciudad, la noche del 13 al 14 de octubre los británicos desembarcaron un cuerpo de 8.000 imperiales, austríacos y napolitanos, al mando del general Caraffa. La orografía favorecía a los aliados, ya que el desembarco pudo llevarse a cabo lejos del alcance de las baterías españolas. La llegada de estos refuerzos supuso que el asedio adquiriera un carácter particular, porque los imperiales se vieron obligados, ante la falta de espacio dentro de Milazzo, a atrincherarse en un pequeño campo frente a la ciudad, con el mar a la derecha y la ciudad a la izquierda. El centro de su línea de fortificaciones caía en el convento de San Pipino, guarnecido por un denso atrincheramiento de tierra y fajinas desde donde la artillería imperial podía batir las posiciones españolas.
El marqués de Lede llegó la misma noche del día 14 de octubre con otros oficiales de caballería y la infantería irlandesa, los RIs de Ultonia e Hibernia, habiendo dado orden de que el resto del ejército lo alcanzara cuanto antes. En aquel momento disponía de 9.300 hombres, encuadrados en 14 BIs, 2 RCs (Farnesio y Salamanca) y 2 RDs (Batavia y Lusitania).
Entre tanto, Caraffa consideró que su fuerza era suficiente para intentar un ataque sobre el campo español, y al día siguiente, antes del amanecer, hizo formar a sus tropas frente a las trincheras. 11 batallones de los regimientos de Guidobald Stahremberg (1), Maximilian Stahremberg (2), Lorena (2), Wallis (2) y Wessel (2) y Toldo (1), y uno de ellos piamontés el Saluzzo, y un regimiento austriaco de dragones de Tixch, 6 escuadrones con unos 1.000 hombres al mando del general conde de Veterani; un total de 6.000 hombres. Contaba, además, con el apoyo de las galeras de Nápoles, gobernadas por el marqués de Fuencalada, que se acercaron al campo español por la derecha, y de varios navíos británicos que hicieron lo propio desde la izquierda. Tres km más abajo, varias falúas y otras embarcaciones ligeras simulaban un desembarco.
Los imperiales atacaron al alba, mientras las unidades españolas intentaban formar, las fuerzas de cobertura española formadas por los dragones de los RDs de Lusitania y Batavia se vieron obligados a cargar al enemigo, exponiéndose con ello a duras descargas de fusilería. El destacamento del Batavia quedó diezmado, resultando muerto el teniente coronel que lo mandaba. Según el relato de uno de sus miembros, los dragones del Lusitania «con indiscreto tesón, obrando más el valor que la conducta, quisimos siempre mantenernos bajo el fusil de la línea enemiga; fuimos los que más sufrimos.»
Entre las bajas de esta primera embestida se encontraba el mariscal de campo, el barón de Zuevegen, que cayó prisionero.
Así, con este confortador comienzo, los imperiales atacaron el ala izquierda y el centro españoles, ocupados por los RIs de Castilla, Milán, Guadalajara, Aragón y Utrecht. Los continuados asaltos lograron romper la resistencia española y los imperiales se abrieron paso; su caballería se adentró hasta el campamento con la idea de sorprender por retaguardia el flanco derecho de la infantería española. El RI de Milán, sin embargo, los recibió con una descarga completa y los frenó luego con una carga con bayonetas, frustró su tentativa.
Mientras, la infantería imperial, después de formar a la izquierda, atacó el centro de la línea, creyendo erróneamente haber derrotado a las tropas españolas de la primera posición. Las Guardias Españolas aprovecharon para formar en cuerpo de batalla y tratar de recuperar el control de los puestos avanzados. En un principio fueron rechazados y puestos en fuga, pero avanzaron después con la ayuda de los irlandeses, descargando fusilería por el flanco de los BIs imperiales y dejándolos a la derecha para atacar a los aislados en el centro. Este contraataque surtió efecto y el signo de la batalla se invirtió. Los RCs de Fernesio y Salamanca y los RDs de Batavia y Lusitania cargaron entonces con brío sobre la infantería imperial. Lo hicieron a través de un campo de viñas y fueron recibidos por tres nutridas descargas de mosquetería, sufriendo numerosas bajas. En el ataque se destacó el regimiento Farnesio al mando de su coronel, duque de Atrisco resultó herido.
Los imperiales, no obstante, comenzaban a verse desbordados y se batieron al fin en retirada hacia Milazzo perseguidos por los españoles. Los puestos avanzados, ocupados por dos batallones austríacos, fueron retomados por las Guardias Españolas en cuanto los imperiales se retiraron a sus trincheras.
En la persecución se distinguió especialmente el RD de Lusitania, que cayó sobre el RI de Fold y le cogió dos banderas.
Según la costumbre de la época, se prometió a los dragones que las capturaron las primeras vacantes de alférez en el regimiento, pero ambos valientes murieron en combate antes de que se produjeran las mismas.
Parte de las tropas de Caraffa trataron de escapar por la izquierda de la línea española, donde el fuego de las galeras de Nápoles obligó a los españoles a replegarse. El saldo de la batalla fue de 2.000 muertos o heridos y por parte imperial y 1.000 muertos o heridos por parte española. Los prisioneros fueron 1.000 austríacos, entre ellos el general conde de Veterani, cuya caballería se vio aislada al final de la batalla, y 300 españoles, casi todos al principio de la batalla.
Por su comportamiento, el regimiento de dragones de Lusitania recibió su primera recompensa: el derecho a usar mantillas amarillas en sus caballos.
Por su parte, el RI de Guadalajara fue autorizado a llevar en sus carteras de la casaca nueve botones, en recuerdo de haber rechazado durante la acción a otros tantos batallones enemigos.
Final del asedio
Reforzado por el resto de su ejército, el marqués de Lede, cuyas trincheras y baterías cubrían tanto la plaza de Milazzo como el campo imperial, se ocupó a partir de entonces más de mantener su posición frente a las tropas de Caraffa que de expugnar la ciudad. Ambos ejércitos permanecieron así el uno frente al otro durante todo el invierno, a tiro de mosquete. Las condiciones del asedio fueron muy duras, pues el terreno era cenagoso y estaba expuesto a las tormentas e incluso al oleaje marino, de modo que las trincheras solían llenarse de agua. Se produjeron elevadas bajas a causa del hambre y la malaria. La inacción resultó ser frustrante para algunos oficiales, entre ellos Lucas Spínola, quien solía decir que tanto tedio bastaba para matar a un general.
Los españoles dependían en gran medida de las provisiones que recibían por mar a bordo de falúas y otras pequeñas embarcaciones, de igual modo que la guarnición de Milazzo necesitaba del arribo constante de los navíos de Byng para subsistir. El almirante británico hizo cuanto pudo, enviando sus navíos cargados de víveres a cruzar el estrecho de Mesina con un tiempo tormentoso que dificultaba enormemente la navegación y suponía el riesgo para los buques británicos de ir a estrellarse contra la costa. La seguridad de las rutas marítimas de suministro dependía de la vigilancia del capitán Walton del Canterbury, que había sido despachado al mando de una escuadra para evitar que los pocos navíos españoles que había escapado del desastre de cabo Passaro, bajo el mando del irlandés George Cammonck; salieran del Faro de Mesina.
Walton se vio sorprendido en alta mar por una espantosa tormenta y durante nada menos que 26 días se temió que hubiera naufragado, aunque no fue así. La ocasión fue aprovechada por Cammonck, que mandaba la escuadra española para salir del Faro de Mesina e intentar llevar a cabo una astuta treta que, de haber resultado, probablemente habría supuesto la rendición de Milazzo. El jefe de escuadra, que había servido con anterioridad en la Royal Navy, bordeó con sus buques la costa calabresa hasta llegar al puerto de Tropea, uno de los diversos desde donde se abastecía Milazzo. Entró sin despertar sospecha alguna con bandera británica y remitió una carta al gobernador en la cual se decía que el almirante Byng le había encargado el transporte de provisiones a Milazzo desde aquel puerto. El ardid no prosperó debido a que la carta había sido escrita en papel de Génova, no en el de Inglaterra, y el gobernador de Tropea lo advirtió.
Poco después, tres navíos de línea británicos entraban en Milazzo procedentes de Mahón y desembarcaban víveres suficientes para poner fin de manera temporal a la dificultosa situación que se vivía desde hacía varias semanas. Incluso entonces el marqués de Lede continuó dispuesto a proseguir el asedio, concentrándose en reforzar sus atrincheramientos no solo para bloquear a las tropas austríacas y napolitanas, sino también construyendo una línea de contravalación; tarea de la que se hizo cargo el mayor teniente-general Próspero Verboom, para entorpecer el desembarco de un ejército austríaco cuya llegada preveía para la primavera.
Simultáneamente tuvo lugar en Nápoles un encuentro entre el virrey Wirich Philipp von Daun, el almirante Byng, el marqués de Fuencalada, el general Caraffa, a quién Daun había decidido sustituir en el mando de Milazzo por el general barón de Zumiunghen, el general Wetzel y otros oficiales. Daun informó a Byng y a los demás sobre el armisticio que el Emperador había firmado con los otomanos y les reveló que el príncipe Eugenio de Saboya iba a enviarles desde Hungría 16.000 soldados a pie y a caballo, fuerza que, sumada a la presente guarnición de Milazzo, se consideró suficiente para expulsar a los españoles de toda Sicilia. El punto que debían resolver era dónde desembarcarían este ejército, cosa que produjo agrias discusiones.
El general Wetzel defendió que Siracusa era el lugar más idóneo, pero Caraffa se opuso con firmeza. En cuanto al marqués de Fuencalada, se abstuvo de dar su opinión alegando a que aquello era un asunto del ejército terrestre. Byng puso de manifiesto que lo más conveniente era confiar lo menos posible en el mar con tal de evitar pérdidas innecesarias. Daun tomó la resolución de desembarcar el ejército cerca de Milazzo, en la bahía de Patti, al oeste de la ciudad. Su idea era que requería de una superioridad clara para obligar a los españoles a levantar al sitio de Milazzo.
Lede mantenía las trincheras de Milazzo con gran penuria y escasez de víveres, y los sitiados sin poder atacar a los españoles, que habían hecho unas líneas de contravalación muy fuertes. En el ejército español había encontrados pareceres, porque muchos generales eran de la opinión que atacase el marqués de Lede a los enemigos antes que se reforzasen. El ministro de Génova había avisado que se estaba reuniendo en Vado un gran convoy de 15.000 hombres, mandados por Claude Florimond de Mercy, conde de Mercy y escoltados por las naves de guerra de la escuadra inglesa.
El marqués de Lede creyó insuperables las trincheras enemigas y no poder empeñarse en el sitio de Melazzo, porque como no les podía quitar la comunicación del mar. Este mismo socorro que se esperaba en la plaza hacía imposible su rendición, porque con las tropas que habían de llegar y las que estaban, tendrían los alemanes 24.000 hombres, número superior al ejército español, reducido por los que servían de presidio (guarnición) en Mesina, a Palermo y Términi, y los que bloqueaban a Siracusa y Trapana.
Aunque los ministros españoles habían enviado una cantidad de reclutas, con los que habían formado dos RIs que se habían enviado a Sicilia con el RI de Lombardía, que se había sacado de Longón, y las tropas que se pudieron sacar de Cerdeña, el propio Lede había reclutado 4 RIs y 1 RC entre los sicilianos. Pero estas fuerzas no bastaba para igualar al número que tenían los alemanes, porque el rumor de las tropas que se esperaban había puesto en consternación a Palermo; ya que se suponía que iban a desembarcar allí. El marqués de Lede se vio obligado a enviar otro destacamento para asegurar aquella capital, que estaba gobernaba el marqués Dubui, que era uno de los que estaba en contra de la actitud pasiva por parte del Marqués. Le acusaban de flojo e irresoluto al tiempo que aconsejaban lanzar el asalto final sobre Milazzo.
Lede tenía órdenes de la corte de conservar el ejército, porque Alberoni, ya que no había podido tomar a Sicilia por sorpresa; quería dilatar la guerra para esperar el beneficio del tiempo, y no disponía de dinero ni de recursos para apoyar a Lede, porque los franceses habían entrado en Navarra, y todos los recursos necesarios se emplearon para hacerlos frente.
Las tropas austriacas que se estaban reuniendo en Vado (Liguria), en la ribera de Génova, se embarcaron para Nápoles, otras fueron por el Trieste, y la caballería que salió de Milán fue por tierra.
Claude Florimond de Mercy, conde de Mercy, era un lorenés al servicio del Emperador a quien el príncipe Eugenio tenía entre sus generales favoritos. Llegó a Nápoles a 24 de abril, para hacerse cargo de las tropas austriacas, se encontró que las fuerzas apenas sumaban 13.000 hombres mal aprovisionados, por lo que no pudo pasar a Sicilia, ya que tenía que reunir los víveres y municiones para la operación, y avisar al general Zumiunghen de las operaciones de desembarco.
Hubo de pasar un mes para que el conde de Mercy tuviera un ejército en condiciones. Entonces, el 23 de mayo, una vez avisado el barón de Zumiunghen, el ejército se embarcó en Barra a bordo de un convoy de 200 naves de transporte escoltado por 8 navíos de línea al mando de Byng, llevaba consigo 12.000 infantes, 2 Cías de húsares, 2 RCCs y un RD. El día 27 la flota dio vista a Milazzo. Antes de desembarcar al ejército subieron a bordo varios oficiales de la guarnición que recomendaron desembarcar efectivamente en Patti.
El desembarco fue un éxito y se saldó con la pérdida de apenas dos caballos. Informado de ello el marqués de Lede, tomó la apresurada disposición de levantar el asedio inmediatamente, ya que podía ser cogido en medio de las tropas que llegaban y de la guarnición de Milazzo, y quería tener el resguardo de las montañas y la comunicación con el mar meridional. Esa noche misma noche, desalojaron las trincheras. Aunque la operación se efectuó con un mínimo de orden, los heridos y enfermos, parte de la artillería, 2.000 sacos de harina y otros víveres fueron dejados atrás. Lede dejó una carta a Mecy para que los heridos fueran tratados con dignidad.
La marcha se realizó por el camino de Barceloneta al largo del río; en vanguardia marchaban los cinco batallones de las trincheras, y en la retaguardia quedaron cinco compañías de granaderos, y los oficiales avisaron a las partidas avanzadas; todo se ejecutó sin que lo percibieran los enemigos; pero una partida del regimiento de Castelar, que no se enteró del aviso, y sería hecha prisionera.
El día 28 por la mañana la guarnición de Milazzo ocupó las trincheras españolas, tomando prisionera la partida del regimiento de Castelar. Desde la plaza se dispararon salvas de artillería para celebrar la victoria, que fueron oídas por Mercy. Una vez se hubo juntado con las tropas del barón de Zumiunghen, el general imperial resolvió atacar a los españoles, a los que se creía en Rodi. Pero no estaban allí; el marqués de Lede había emprendido una rápida retirada hacia Francavilla. Con su abandono del campo el asedio de Milazzo había llegado a su fin: 219 días en los que tanto la guarnición imperial y los habitantes de la ciudad como los sitiadores españoles habían sufrido toda clase de penurias. La guerra, pese a todo, proseguía, y episodios de no menos miseria que el de Milazzo se sucederían en los meses siguientes.