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Reformas de Felipe V
El ejército había sido reformado a partir de las Ordenanzas de Flandes de 1702, que después se aplicaron a los ejércitos de los demás territorios de la Monarquía Hispánica.
Cuando Felipe V llegó al trono español se encontró con un panorama militar poco halagüeño, con solo unos 30.000 soldados para defender todos los territorios europeos. A este bajo número de efectivos se añadía el poco interés de la nobleza por la vida castrense. Por todo ello, se hizo necesario que se aplicasen urgentemente unas reformas en el ejército, para dar respuesta de la manera más satisfactoria posible a las necesidades que la inminente guerra de Sucesión iba a plantear a la monarquía de Felipe V. Las reformas fueron llevadas a cabo por los marqueses de Bedmar y de Canales, Jean Orry, Amelot y el mariscal de Puységur, siguiendo el modelo del ejército francés.
La reforma emprendida por Felipe V en 1702 tuvo tres aspectos fundamentales en el ejército: el rey se encargaría de supervisar y dirigir las acciones del ejército, estaría bajo la dirección de una oficialidad noble organizada corporativamente y toda la vida castrense estaría minuciosamente reglamentada. Con estas reformas, según Martínez Ruiz, se consiguió la organización un ejército permanente, la centralización de cuerpos y unidades, el incremento de los efectivos con la implantación de un sistema militar obligatorio, la incorporación masiva de la nobleza a la que se habían reservado los empleos de oficiales, se estableció un duro marco disciplinario en las relaciones entre oficiales y subordinados, y la consideración de la vida militar como una profesión permanente y no temporal. Con estas reformas iniciadas en Flandes en 1702, se inició una transformación orgánica del ejército, aunque seguirían existiendo muchas de las viejas costumbres del ejército de los Habsburgo, que se mantendrán hasta entrado el siglo XIX.
Tras las reformas se adoptaron la nomenclatura y el sistema de organizar el ejército según el modelo francés.
Alberoni durante su gobierno se preocupó no solo por asegurar su poder sino también por realizar reformas en la administración, continuando con la misma línea que se había iniciado con la llegada de Felipe V y su equipo de gobierno. En este apartado nos centraremos en analizar las reformas que se realizaron en este periodo desde el ámbito institucional a las prácticas militares. Con ello trazaremos el marco desde el que analizar cómo afectaron, o no, a la organización de la guerra a principios del siglo XVIII. El caso de las expediciones a Cerdeña (1717) y Sicilia (1718) y las descripciones del marqués de la Mina en sus Memorias, permitirán corroborar elementos de cambios y continuidades.
En cuanto a los órganos de gobierno, Alberoni continuó con la labor de sus predecesores restando competencias a los consejos a favor de las vías reservadas. El consejo de guerra no fue ninguna excepción y la reforma del 20 de enero de 1717 lo dejó patente. Inicialmente el Consejo continuó siendo un alto tribunal en materia castrense y defensor del fuero militar, pero ya no tendría una jurisdicción total, puesto que tanto el rey, que era la última instancia jurisdiccional del reino, como la Secretaría del Despacho de Guerra en algunas materias, o algunos cuerpos militares privilegiados, como las Guardias Valonas, restringían su poder. Tres meses después de esta ordenanza se publicó un nuevo decreto que reorganizaba las Secretarías de Despacho, quedando supeditado el Consejo de Guerra a estas últimas, dejándolo como un órgano consultivo en materia judicial. A partir de ese momento, el ejército comenzó a ser controlado desde las vías reservadas, en particular la Secretaría de Guerra, que desde el 2 de abril de 1717, estaba unida a la Secretaría de Marina.
Además, en 1718 se llevó a cabo también el restablecimiento de la figura de los intendentes con la Ordenanza del 4 de julio de 1718, “traspasando gran parte de las funciones de los corregidores a la red paralela de intendente, sin hacer distinción entre los de ejército y los de provincia”. En esta ordenanza también se regulaba la Tesorería Mayor de Guerra pretendiendo de esta forma controlar mejor al tesorero mayor de guerra. Con esto se intentaba, tal como rezan las Ordenanzas, “evitar confusión, atraso, y abusos que se causan en la administración, y cuenta del Erario, por no haber habido hasta ahora la reunión conveniente en su cobranza, cuenta, y distribución”.
Si bien es cierto que se promulgaron muchas ordenanzas durante el gobierno de Alberoni, la mayoría fueron aclaraciones o matizaciones de las ya existentes. Como por ejemplo, la real Ordenanza de 14 de junio de 1716, referente al alojamiento de la tropa, que es exactamente la misma que la publicada a finales de 1706. La gran novedad se registra en el intento de romper la relación directa entre soldado y coronel. Para ello, se introduce en 1717 un procedimiento por el cual se destacaba en una región una partida de soldados de un regimiento con oficiales subalternos, que alistaban a la tropa; una vez terminado el reclutamiento, regresaban. En este sentido, fue la Ordenanza del 10 de febrero de 1718 que daba nombre fijo a todos los regimientos, casi siempre el de un territorio, cesando el nombre de los coroneles.
No obstante, esta práctica no desapareció del todo y es posible encontrar algunos ejemplos en los que no se siguen las directrices que marcó esta ordenanza. Tal es el caso del marqués de San Blas, al que se le concedió otorgar su propio nombre al regimiento de caballería que creó el 24 de diciembre de 1718 en Palermo; si bien en 1720 se le dará el nombre de Sicilia. De esta forma, “se fue generalizando la expresión de ir a servir al rey y no a tal o cual general”. Un ejemplo de que todavía perduraba este patrimonio privado de los coroneles sobre sus regimientos se ve reflejado en las reflexiones del marqués de la Mina. Antes de la batalla de Francavilla (20 de junio de 1719) el general del ejército español, el marqués de Lede, reunió a sus oficiales para explicarles los planes de la batalla. Uno de ellos no los aceptó y se marchó con su regimiento, puesto que no quería perderlo. Esta actitud enojó a Mina que creía que un capitán general debía tener potestad suprema para evitar estos casos.
En total el ejército de Felipe V antes de la invasión de Cerdeña el ejército español contaba más o menos entre 60.000 y 70.000 efectivos, incluyendo caballería e infantería.
La Real Ordenanza de 1718 redujo el ejército a 73 regimientos de infantería, 21 de caballería, 10 de dragones y uno de artillería (creado en 1710).
Creación de las tropas de élite
Las viejas Guardias de los Austrias fueron sustituidas por 3 compañías de Guardias de Corps (Española, Italiana y Flamenca), 2 regimientos de Guardias de Infantería (Española y Valona), y una compañía de Alabarderos.
Los Guardias de Corps eran los encargados de la seguridad del palacio, eran los que ocupaban los lugares más próximos al rey. Los alabarderos ocupaban una posición intermedia entre los Guardias de Corps y los Guardias de Infantería, que vigilaban el exterior del palacio.
Las Guardias de Infantería estaban constituidas por 30 compañías de 130 hombres hasta 1716 y 28 compañías de 100 hombres hasta 1748.
Entraban en combate los primeros y se retiraban los últimos, cubriendo al resto del ejército. Este carácter de fuerza de choque les hará sufrir cuantiosas perdidas en todas las batallas, ganando el prestigio entre las demás unidades. Los mandos eran promocionados dos grados por encima para mandar otras unidades. Por ejemplo un capitán de la Guardia pasaba a mandar como coronel un regimiento, se da el caso que en 1745 el 55 % de los ascensos procedían de las Guardias, cuando solo representaban el 10 % de la fuerza, lo que significaba que los alrededores de la corte era la principal cantera de los generales del ejército borbónico.
Las milicias provinciales
Las milicias provinciales fueron restablecidas durante la guerra de Sucesión. La Ordenanza de Milicias del 1 de febrero 1704 establecía la formación de los regimientos de milicias, cuya leva se repartiría en las 17 provincias del reino de Castilla, el propósito era organizar un ejército de 25.000 hombres dividido en 50 regimientos de 500 plazas de tropa.
Según esta Ordenanza, cada uno de estos regimientos debía componerse de 12 compañías, de 50 hombres la del coronel y la de granaderos y de 40 las otras diez. Los regimientos tendrían como oficiales un coronel, un sargento mayor y 2 ayudantes, un teniente coronel, 10 capitanes, 12 tenientes, 12 alféreces y 12 sargentos, en total 551.
El número de regimientos en cada uno de las 38 zonas donde se establecieron las cabeceras para la formación de los mismos, era algo variable por el número de habitantes y densidad de población; por lo que nos encontramos con la formación de 10 regimientos en zonas como Andalucía, Santiago, Madrid y Cádiz, con 5 regimientos en Extremadura y Toledo, 3 en Córdoba, Burgos, Granada, etc.
Tras la guerra las milicias fueron cayendo en desuso, Alberoni tras el inicio de la invasión de Sicilia, volvió a retomarlas, debido a los hechos coyunturales de la amenaza francesa en la frontera pirenaica, y a los posibles ataques de barcos ingleses y franceses en Andalucía y Galicia. Fue una reforma provisional, la reforma importante llegó en 1734 cuando las milicias se estructuraron como un ejército de reserva nacional, mientras que el ejército regular se dedicaba a tareas más importantes.
Se ordenaba la formación de 33 regimientos en los que debían incluirse las antiguas compañías y regimientos de milicias existentes y se daba una relación de provincias y los regimientos que debían formarse en ellas. Se excluían las provincias pertenecientes a la antigua corona de Aragón y los territorios forales.
Se establecía la composición de los regimientos en un batallón de 7 compañías y cada compañía debía estar formada por 100 hombres, incluidos 4 cabos de escuadra, y debía tener además un capitán, un teniente, un alférez, dos sargentos y un tambor.
La plana mayor de cada regimiento consistía en un coronel y un teniente coronel, ambos con mando de compañía, un sargento mayor y dos ayudantes. Se indicaba que no eran necesarios ni capellán ni cirujano, ya que los habría en las ciudades donde se debían reunir los regimientos.
Se consideraban como cadetes a todos los nobles e hidalgos que sirvieran en estos regimientos y que contaban como parte de los 100 hombres por compañía. La edad para inscribirse era la comprendida entre los 20 y 40 años
La infantería
Las tropas de infantería al finalizar la guerra de Sucesión Española, estaban formadas por regimientos que constaban de 1 o 2 batallones, y cada batallón tenía 12 compañías de 50 hombres y una de granaderos. A su vez, los regimientos podían agruparse en una estructura superior llamada brigadas.
El 20 de abril de 1715 se publicó un nuevo Reglamento para reducir el número de hombres por compañía, pasando de 50 a 40, pero manteniéndose el número de 13 compañías por batallón en las que estaban incluidas las de granaderos, coronela y la del teniente coronel.
En ese mismo Reglamento se asignó al mismo tiempo el nombre definitivo de regimientos que estaban acantonados en Flandes desde hacía mucho tiempo y que vuelven definitivamente a la península durante el año 1714 y a los que todavía no se les había dado nombre definitivo. También ordenaba la extinción y fusión de nuevas unidades por lo que la organización de la Infantería quedaría reducida a: 37 RIs españoles, 5 RIs irlandeses, 6 RIs italianos, 14 RIs valones, en total 62 RIs.
Los 37 RIs españoles eran: Guardias Españolas, Guardias Valonas, Fijo de Sicilia, Lombardía, Mar de Nápoles, Lisboa, Zamora, Saboya, Bajeles, Soria, Castilla, Jaen, Badajoz, Guadalajara, Granada, Sevilla, Costa, Córdoba, Toledo, Marqués de Villesca, Armada, Toro, Valladolid, Navarra, Burgos, Murcia, Cataluña, Guipúzcoa Viejo, Asturias, Ceuta, Osuna, Valencia, Galicia, Marina, Málaga, Santiago, Almansa, Aragón.
Los 5 RIs irlandeses eran: Vacop, Castelar, Mac Aulif, Comesford, y Bandoma.
Los 6 RIs italianos eran: Nápoles, Sicilia, Milán, Cerdeña, Parma, y Basilicata.
Los 14 RIs valones eran: Bruselas, Bravante, Gante, Venloo, Hainaut, Ostende, Amberes, Güeldres, Luxemburgo, Charleroy, Fusileros de Flandes, Brujas, y Courtray.
En las vísperas de la invasión a Cerdeña en 1717 se volvió a aumentar a 50. De esta forma, se conseguía mantener intacto el cuerpo de oficiales y aumentar con mayor rapidez el reclutamiento en el momento necesario que si hubiese que crear una nueva unidad.
Entre 1718 y 1720, durante la invasión de Sicilia, se crearon 18 nuevos RIs, de los cuales 7 RIs eran de la península (Navarra Nuevo, Vizcaya, Barcelona, Grisones, Esguizaros, Cerdeña, e Italia); 5 RIs italianos (Mesina, Palermo, Valdemazara, Valdenoto, y Valdemonte); 8 RIs genoveses (Toscana, Helvecia, Liguria, Munster, y Augusta). En 1720 fueron licenciados los RIss de Grisones y Esguizaros, creados en 1718 en Barcelona, al ser sus componentes la mayoría protestantes.
En noviembre de 1721, al finalizar la guerra, llevó consigo la supresión de 14 RIs: Almansa, Artesia, Helvecia, Toscana, Valdenoto, Augusta, Baviera, Barcelona, Cerdeña, Valencia, Vizcaya, Valdemonte, y Cambressy.
A partir de 1707 se impone una nueva uniformidad, adoptándose el modelo francés. Todas las unidades de infantería pasan a vestir de color blanco, para diferenciarlas de las británicas (rojo), francesas (gris), prusianas (azul), rusas (verde) y suecas (azul y amarillo). Medida de escaso efecto, por cuanto el enemigo tradicional durante esta centuria será el austriaco, que también vestía de blanco.
- Sombrero negro acandilado, con galón y presilla de estambre blanco y cucarda roja; el pelo deja de llevarse suelto y rizado como en el siglo anterior, para llevarlo empolvado, anudado a la nuca y recogida la coleta en una bolsa.
- Casaca de paño blanco, sin collarín, abrochada con una hilera de botones.
- Chupa del mismo color de la divisa.
- Calzón de paño blanco.
- Polainas blancas.
- Capa de paño blanco con esclavina.
- Guantes de manopla.
- Corbata de lienzo morlés, blanca y larga.
Los regimientos extranjeros siguieron empleando sus uniformes de origen, los irlandeses tenían casacas rojas con divisas verdes (Hibernia e Irlanda), casaca roja y divisa azul el de Ultonia.
Los regimientos se diferenciaban unos de otros por el color de las divisas, que se reflejaba en los puños vueltos y la chupa. Los colores de las divisas eran:
- Roja, que era la más normal, se empleó en los RIs de León, Aragón, Soria, Navarra, Lombardía, Galicia, Córdoba, Burgos. Mallorca, Ceuta, Portugal, África, Valencia, Jaén, Santiago, Madrid, y Málaga.
- Azul se empleó en los RIs de Milán, Córdoba, Cnau, Utrecht, y Borgoña.
- Amarilla se empleó en los RIs de Guadalajara y Asturias.
El 1718 se reglamentaron las polainas altas abotonadas al costado de paño blanco, hasta encima de las rodillas, que se usaron durante todo el siglo XVIII. Aunque hasta 1728 no se reglamentó que los faldones de las casacas se recogiesen para poder maniobrar mejor sin estorbarse con ellos; esta costumbre se había adoptado desde años antes en todas las unidades, antes de entrar en combate, llegando a dotar a las casacas de dos botones traseros para este menester.
La caballería
La caballería y los dragones se dividían en regimientos, que a su vez se subdividan en 3 escuadrones con 4 compañías de 50 soldados.
En 1715, al finalizar la guerra de Sucesión la caballería española estaba formada por:
- Guardia Real: Reales Guardias de Corps.
- Caballería 21 RCs: 14 españoles; 1 italiano; 6 borgoñones.
- Dragones 10 RDs: 4 españoles; 1 italianos; 3 borgoñones; y 2 británicos.
La Real Ordenanza de 10 de febrero de 1718 establece nombres fijos a todos los regimientos de caballería y dragones.
Los 21 RCs de caballería eran: Reina, Príncipe (Real de Asturias), Borbón (Rosellón), Órdenes Militares, Farnesio (Hesse-Homburgo), Alcántara (Ennetières), Milán, Barcelona (Saint Jean), Brabante, Flandes, Algarve (Chacón), Andalucía, Calatrava (Moscoso), Granada, Rosellón (Rosellón Nuevo), Sevilla, Santiago, Montesa (Pozoblanco), y Salamanca (Galindo).
Los 10 RDs eran: Belgia (Verlóo), Batavia (Hartmann), Pavía (Dragones Amarillos), Frisia (Steenhuyse), Tarragona (Mendoza), Sagunto (Camprodón), Edimburgo (Mahoney), Dublín (Grafton), Numancia (Osuna), y Lusitania (Pezuela).
El 18 de febrero de 1718 se crean 2 nuevos RDs: el de Orán y el de Sicilia, disueltos en 1721.
En 1719 se crearon otros 10 RDs: Ampurdán, Ribagorza, Zaragoza, Palma, Jerez, Llerena, Francia, Mérida, Caller, y Cartagena. Todos fueron disueltos en 1721-22 menos el de Ribagorza que se extinguió en Orán el 1732.
La uniformidad para la caballería a partir de 1707 se impone el vestir del mismo color que la infantería parece responder al deseo de uniformar a las armas principales, en oposición a los dragones, considerados como un arma auxiliar. Las diferencias era que las casacas tenían los faldones de mayor vuelo que los de la infantería para ofrecer una protección suplementaria a las piernas del jinete, y que usaban botas de montar en vez de polainas; sin embargo, los dragones las llevarían, y el calzón del color de la divisa.
La Ordenanza de 1718 mantiene el uniforme común blanco, pero establece las siguientes divisas para los RCs:
- Rojo: RCs de Reina, Príncipe, Farnesio, Montesa, Milán, Algarbe, Santiago, Calatrava, y Granada.
- Azul: RCs Alcántara, Brabante, Andalucía, Sevilla, Flandes, Barcelona, Rosellón y Salamanca.
- Azul celeste: RCs Borbón y Malta.
- Verde: RC Extremadura.
Los dragones experimentan un profundo cambio en los uniformes: Se sustituye el gorro de casquete por un sombrero acandilado negro, con galón de estambre blanco, presilla blanca y cucarda roja.
Las casacas pasan a ser amarillas, excepto en los 3 RDs de origen valón: Belgia (roja), Batavia y Frisia (azul); grandes solapas y vueltas del color de la divisa.
Se sustituyen las botas de piel por botines de paño negro, con jarreteras de cuero abrochadas al costado externo y botones de hueso negro.
Las divisas de los RDs eran las siguientes.
- Rojo: RD Tarragona.
- Negro: RD Lusitania.
- Azul: RDs Belgia, Numancia, y Edimburgo.
- Verde: RD Sagunto.
- Morado: RD Dublín
La artillería
Felipe V creó también en 1710 el Real Cuerpo de Artillería, que hasta entonces carecía de una estructuración, organizándose en un RA (regimiento) de 3 BAs (batallones), para la artillería de campaña y sitio. Las compañías de estos BAs no eran todas de artilleros, sino que había de fusileros, encargados de la seguridad, y de minadores, que se encargaban de las minas en los sitios.
Los BAs de este cuerpo eran muchos más irregulares que los de infantería o de caballería, ya que variaba tanto el número de compañías por BA como el número de hombres por compañía. La jerarquía sería la misma que en infantería y caballería. Además, se subdividió el territorio peninsular en departamentos: Barcelona, Valencia, Sevilla, Coruña y más tarde Segovia.
La otra gran aportación que se hizo fue la regulación de los calibres que serían de 24, 16, 12, 8 y 4 libras para los cañones de bronce y 12, 9 y 6 libras para los morteros.
Ingenieros
Un cuerpo que merece una especial atención es el Cuerpo de Ingenieros, ya que su labor en el campo militar fue central en las expediciones y el marqués de la Mina así lo refleja en sus memorias. Este fue creado en 1710 por Felipe V, lo cual no significa que anteriormente no existiesen ingenieros, sino que no tenían un cuerpo propio y estaban subordinados al de artillería. El artífice de esta remodelación fue Jorge Próspero de Verboom, máximo mandatario del cuerpo hasta su muerte en 1744.
El cuerpo fue creado en consonancia con las reformas militares que llevó a cabo Felipe V, ya que cada vez eran más necesarios estos especialistas en las guerras de la época. De hecho, en muchas batallas o sitios, o en la guerra en general van a ser decisivos. El cuerpo de ingenieros presentaba además ciertas diferencias sustanciales respecto a los demás cuerpos del ejército. Una de ellas era la doble graduación, una militar y otra en el cuerpo de ingenieros, que permitiría que los ingenieros no se viesen en inferioridad en el mundo militar. Otra gran diferencia con los otros cuerpos miliares era que para que fuesen aceptados en el cuerpo de Ingenieros se les exigía un conocimiento científico, para lo que el mismo Verboom creó diversas academias donde podían formarse. En estas recibían, a lo largo de tres años, conocimiento de matemáticas, materias científicas (física y geografía) y militares (fortificaciones, táctica militar y artillería), ingeniería mecánica, hidráulica, arquitectura civil y dibujo (para cartografía o para construcciones).
Por otra parte, los ingenieros tenían múltiples funciones durante una contienda bélica, lo cual también era distintivo de otros cuerpos. Entre estas podemos destacar la realización de la cartografía del terreno, el estudio las defensas enemigas, facilitar los caminos para el ejército, fortificar las posiciones del ejército, dirigir o examinar los asedios, etc.
En época de paz se encargaban de la vigilancia de las fortalezas, de la construcción de fundiciones reales, de la realización de mapas, etc. Sus competencias no acababan ahí, ya que también operaban fuera del ámbito militar y muchas veces fueron utilizados para trabajos civiles. Una última diferencia sería que los ascensos se basaban en los méritos (en otros cuerpos se valoraba más la veteranía), y solo se reclutaba a los más aptos, lo que obligaba a los ingenieros a dar resultados para quedarse en el cuerpo. Esta prioridad del mérito sobre la antigüedad supuso un camino para el ascenso social, de hecho, en los momentos iniciales las preocupaciones sobre la nobleza de sus miembros fue prácticamente nula, siendo la mayoría de sus creadores gente de origen no noble.
La marina
La marina, al contrario que el ejército, no sufrió cambios al inicio del reinado de Felipe V administrativos u orgánicos importantes durante la Guerra de Sucesión. Posiblemente porque apenas contaba la Monarquía con navíos y, por lo tanto, no podía aportar gran cosa para ganar la guerra, en particular tras el desastre de Vigo en 1702. Es por ello que no se prestó tanta atención a su reforma hasta el final de la guerra, exactamente el 21 de febrero de 1714, aunque en 1708 ya se había propuesto un plan de reformas. Con esta reforma se reelaboró la organización de la marina, ya que en ese momento, la que posteriormente sería la Real Armada, se dividía en: Armada Real del Océano, Armada de Galeras del Mediterráneo, Armada de las Cuatro Villas y Guipúzcoa, diversos contingentes navales en Flandes e Italia, la Armada de Barlovento, la Armada del Mar del Sur, Armada de Avería y algunos barcos encargados de evitar el fraude. Tal cantidad de cuerpos navales hacía, cuanto menos, difícilmente eficaz su servicio, más si tenemos en cuenta que el número de navíos después del desastre de Vigo era de unos escasos 17 galeones, 8 fragatas y 7 galeras.
Durante el periodo de la guerra de la Cuadruple Alianza, José Patiño fue nombrado por Alberoni, Intendente General de Marina, y llevará a cabo en junio de 1717 la reorganización de las jerarquías de los oficiales de la marina, “sentando con estas las bases de la moderna Marina de Guerra”. Al igual que con los ingenieros, también se intentó profesionalizar la marina y para ello se creó en 1717 la compañía de Guardias Marinas y la academia donde se instruirían. Su función era la de adiestrar a marineros preparados para la Real Armada, y enseñaban Aritmética, Geometría, Trigonometría, Cosmografía y Navegación. A pesar de su reciente creación, las Guardias Marinas participaron en la conquista de Sicilia donde su comportamiento en la batalla de cabo Passaro les dio una buena reputación, tal y como se narra en la relación enviada a Madrid sobre la batalla: “particularidad con que han señalado y distinguido generalmente en todos los Navíos, las Guardias Marinas de su Dotación obrando como corresponde a un Cuerpo compuesto de la nobleza Española”.
Además, Patiño reglamentó también la infantería de marina y la artillería naval, y mejoró el reclutamiento, aunque siguió siendo muy parecido al realizado durante la época de Carlos II. Asimismo, creó un cuerpo denominado batallones de Marina en marzo de 1717, compuesto por soldados que debían servir en los navíos y que podían emplearse también en tierra.
Igualmente se promovió la reconstrucción de la armada construyendo barcos en Cantabria, Vizcaya, Guipúzcoa y la Habana o comprándolos a potencias extranjeras como por ejemplo, Francia. A pesar de esta incipiente reconstrucción no se puede considerar que España todavía tuviese una flota de envergadura como la que llegaría a tener en décadas posteriores. Hay que tener en cuenta, que la creación de una flota era algo más complicado y caro que un ejército terrestre; ya que un solo navío de línea solía llevar más de 700 hombres y 70 cañones o más, algo muy costoso de mantener, sin contar con a propia construcción del navío de cientos de toneladas.
Para hacernos una ligera idea, entre los 29 navíos que participaron en el combate del cabo Passaro en 1718, tenían unos 10.000 tripulantes. Finalmente, la última remodelación en la marina en el periodo de Alberoni fue la adhesión de la Secretaría de Marina a la de Guerra. Por otra parte, desde la llegada de Felipe V las academias militares también tuvieron un fuerte impulso. Aunque las academias ya existían en el siglo XVI, será con los Borbones cuando se tomó conciencia de la relevancia estas instituciones donde deberían formarse los oficiales, aunque no era obligatorio haber pasado por una academia para ser oficial. De hecho, Mina no se instruyó en ninguna academia.
La armada en 1718 constaba de 12 navíos de línea (los navíos de mayor potencia de fuego, entre 50 y 120 cañones, y mayor tonelaje); 17 fragatas (más pequeños que los anteriores y con menor potencia de fuego, entre 20 y 50 cañones, y tonelaje, pero mayor velocidad); 7 galeras (embarcación típica del Mediterráneo, además de velas consta de remeros, poca potencia de fuego y tonelaje); 2 brulotes (barcos incendiarios), 2 balandras (naves ligeras que sirven más para la vigilancia que para el ataque), 273 naves de transporte, y 123 fontanas. Por lo general, el número de navíos no suele variar de un cronista a otro, ni tampoco entre historiadores, aunque el marqués de San Felipe aumenta a 22 los navíos de línea posiblemente porque los ha mezclado con las fragatas, ya que la suma total sigue siendo parecida.
No todos los navíos formaban parte de la Real Armada. Posiblemente solamente los barcos de guerra pertenecían al rey, y los demás se obtenían mediante el fletamento. En concreto, el fletamento era el recurso más utilizado por los reyes para obtener una armada de la que carecían. Este sistema estaba basado en la confiscación de un barco y de su tripulación por parte de un oficial real. Para compensar esta incautación, la Hacienda Real se comprometía a sufragar un pago mensual por cada tonelada del barco fletado. Además, si el navío llevaba a bordo mercancías, se comprometía a correr con los gastos de las pérdidas ocasionadas así como con el desembarco. Con el paso del tiempo esta práctica cayó en desuso según fueron avanzando las formaciones de unas armadas profesionales. Por lo general, los barcos que se fletaron en Alicante eran navíos mayores de 100 toneladas y que solían emplearse en acciones bélicas. En total se confiscaron para la campaña de Sicilia de 1718 unos 58 barcos que sumaban 14.326 toneladas, de las cuales 34 eran inglesas, 22 francesas, y 2 genovesas.
En cuanto a la tripulación de los barcos fletados en Alicante para la campaña de Sicilia, el número total ascendía a 1.067 personas, contando el navío de más tripulantes con 47. Además, todos ellos iban armados con un total de 512 cañones. Posiblemente esto fuese más para autodefensa, o incluso para hacer algún tipo de corso, que para entablar un ataque directo a un navío de guerra contra el cual tendrían nulas posibilidades. Todo este fletamento costaba al mes unos 41.000 pesos sin contar el mantenimiento de la tripulación. Además, habría que añadir los gastos ocasionados por algún barco hundido o las mercancías perdidas, además de diversos materiales necesarios para mantener el barco.
Las academias
No había un solo tipo de academia, sino que cada cuerpo tenía una propia: la de artillería, de caballería, ingenieros, etc. En las academias, en las que se ingresaba entre los 12 y 15 años, se exigía para ser aceptado probar la condición de noble o ser hijo de un oficial. En estas se estudiaban todo tipo materias como aritmética, geometría, fortificación, etc. además de las ordenanzas militares. La preocupación por la instrucción del soldado muestra la primacía del oficial formado sobre el soldado valeroso, ya que con el primero se consideraba que se podía alcanzar la victoria de manera más segura. A pesar de que con Felipe V se crearon varias academias muchas de ellas tuvieron una existencia efímera debido al poco apoyo financiero que les dio la corona. Hubo que esperar al reinado de Carlos III para que se encontrase una estabilidad en la existencia de estas academias.
Reclutamiento
Todas las reformas realizadas en el ámbito militar por Felipe V tuvieron como objetivo crear un ejército permanente y más efectivo. Si bien el mantenimiento de un ejército permanente se consiguió más o menos, la profesionalización del ejército fue mucho más difícil porque siguieron perviviendo ciertos aspectos característicos de los ejércitos de los Habsburgo, como eran la venalidad de los cargos o los reclutamientos forzosos. La venalidad de los cargos de oficial siguió dándose ampliamente durante todo el siglo XVIII.
Pero lo habitual fue que, al igual que había sucedido en los siglos XVI y XVII, el rey otorgase el título de coronel y permitiese nombrar subordinados, aunque tuviesen que presentarlos al rey, a aquellos que levantasen un regimiento. Así, el rey conseguía reclutar soldados sin un coste demasiado gravoso para la corona y concedía, como prestación al servicio realizado, autoridad a esos individuos y linajes poderosos en el marco local.
En el siglo XVIII, individuos y comunidades siguieron beneficiándose del nombramiento de oficiales militares gracias a las patentes en blanco concedidas por los monarcas. Con esta práctica el poder real cedía la designación del nombramiento de la oficialidad a ciertos individuos que escogían para los cargos a personas afines a sus intereses, ya fuesen familiares o de amistad, lo que consolidaba sus propias redes clientelares.
Si bien en un primer momento parece que las dos partes (tanto el rey como la nobleza y la oligarquía urbana) salían beneficiados con este modelo de relaciones de clientelismo y patronazgo; Andújar ve como esta descentralización perjudicaba a la eficacia del ejército, y por ende, a la monarquía, ya que la oficialidad podía recaer en personas inexpertas en el campo militar.
Las academias militares tampoco solucionaron el problema de la profesionalización, ya que, de hecho, estas no se establecieron hasta fechas tardías, en concreto hasta el reinado de Carlos III. Además, su efectividad es relativa, pues no fue obligatorio pasar por ellas para ser oficial. Por último, en el siglo XVIII se continuó padeciéndose la falta de voluntarios para enrolarse al ejército, lo que hizo que se tuviesen que seguir utilizando métodos de reclutamiento propios de los Habsburgo. Como eran los alistamientos por parte de particulares con fuerte influencia en las comunidades, así como reclutamientos más novedosos, que podemos calificar ahora claramente “forzosos”, que provocaba por su carácter imperativo una gran deserción dentro de las tropas.
A pesar de todo esto, no cabe duda de que la situación militar, en términos de eficacia, mejoró en el siglo XVIII con respecto al reinado de Carlos II; tanto en el número como en la calidad de las tropas, gracias fundamentalmente a la implantación del sistema militar inspirado en el modelo francés, que se sustentaba en una mejor estructuración de las tropas y una oficialidad ennoblecida.
Además de completar los regimientos ya existentes también se reclutaron nuevas unidades. El proceso seguido para reclutar nuevas tropas fue el mismo que se seguía en cualquier proceso de reclutamiento desde finales del siglo XVI: un asentista se comprometía a reclutar y equipar en un plazo de tiempo un número de hombres y presentarse con ellos en un lugar estipulado. La principal ventaja de este sistema era la rapidez, ya que el asentista disponía del cuadro base de soldados y estaba preparado para reclutar al resto. Como premio por su ayuda el rey le concedía el rango de coronel y la posibilidad de nombrar a sus oficiales. Estos asentistas podían ser hombres de guerra o simples hombres de negocios.
Según el marqués de la Mina, durante toda la guerra se crearon 13 regimientos en Sicilia y solamente uno en Cerdeña. De los nuevos regimientos formados solo hay datos exactos del regimiento de caballería de San Blas. También en las memorias se habla de un regimiento de suizos que llegó en julio de 1719, pero no se sabe si el marqués lo contabilizó dentro de los 13 regimientos creados porque llegaron la mitad de los hombres y sin equipamiento. El reclutamiento no era la única forma de obtener tropas que combatiesen. No hay que olvidar a las milicias, ya fuesen ciudadanas o nobiliarias, que aunque no tenían la importancia de siglos anteriores se utilizó en el siglo XVIII muchas veces como tropa de reserva del ejército.