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Ataque anglo-holandés de 1597
Organización de la flota
El año anterior, mientras los ingleses saqueaban Cádiz, Martín de Padilla, fue enviado contra Inglaterra, pero fracasó debido a un durísimo temporal que le hizo volver con la escuadra deshecha y agotada. Martín de Padilla estaba reorganizando su armada en el Ferrol la Coruña para realizar un nuevo intento de invasión de Inglaterra.
Era vital que una flota inglesa destruyera en sus propios puertos a la expedición española. Logrado este objetivo, se dirigirían a las Azores para interceptar la flota de Indias, con lo cual se conseguiría la destrucción de la fuerza enemiga y la obtención de un substancioso botín que aliviara la desesperada situación de las arcas inglesas, exhaustas tras tantos años de guerra.
Se preparó una gran flota al mando de Robert Devereux, conde de Essex, con escasa experiencia militar y naval y cuyo único mérito era ser el favorito de la reina inglesa. La gran flota se organizó en tres escuadras:
- La escuadra de Devereux, almirante de la flota, el insignia era el galeón real Merhonour de 865 toneladas, después sería reemplazado por el Repulse de 770 por las averías del primero.
- La escuadra de Thomas Howard, vicealmirante de la flota, con el buque insignia el Lion de 500 toneladas.
- La escuadra de Walter Raleigh, vicealmirante y tercer jefe la izaba en el Warspite, de 648 toneladas.
Contaban con 12 transportes armados y 6 pinazas, hasta alcanzar un total de 77 buques. La flota inglesa era realmente mucho mayor, pues muchos particulares, reanimados por el éxito del año anterior en Cádiz, se unieron por su cuenta a la flota, ansiando conseguir un gran botín. Según fuentes inglesas, se le unieron entre 20 y 70 buques corsarios, que así de imprecisas son las informaciones. Poco se sabe del cuerpo de desembarco, que no debía ser pequeño, excepto que embarcaron más de 500 nobles en la expedición, soñando con la gloria y la fortuna.
Aparte figuraban los aliados holandeses, con 10 buques de guerra al mando del almirante Jan van Duyvendoord, con insignia en el Orange y 15 buques de transporte. Prácticamente se puede decir que igualaba a la Invencible.
Temporales, bajas y cambio de objetivo
Desde un primer momento, la expedición pareció condenada al fracaso: una primera salida se encontró con un temporal el 15 de julio, que obligó a regresar a sus bases, con tales averías en el insignia Merhonour, que tuvo que ser reemplazado por el Repulse. Tras las consabidas reparaciones, nueva salida el 17 de agosto y nuevo temporal, provocando que 2 de los mayores galeones quedaran inútiles por averías y debieran volver a puerto, con serias averías en los demás. Si esto sucedía con los mayores galeones de la flota, cabe imaginar como lo pasaron las embarcaciones más pequeñas, de peor diseño y menos robustas y marineras, pero las fuentes inglesas no mencionan ni naufragio ni baja alguna. Y como solía pasar en todas las expediciones isabelinas, y fuera por la tacañería de la reina o por la corrupción de los mandos, pronto empezaron a escasear los víveres e incluso el agua, con las esperables consecuencias en la moral y salud de las dotaciones.
Devereux no tardó en desechar el ataque a Ferrol, aduciendo la mala mar y la retirada de los dos grandes galeones, que supuestamente llevaban la artillería de asedio. Así que bloqueó Lisboa y la costa portuguesa, hasta que el 30 de agosto le llegó un mensaje de Raleigh; cuyo escuadrón se había separado hacía días sin órdenes para ello, diciéndole que la armada española de Ferrol había zarpado de allí el día 4 con rumbo a las Azores, para escoltar a la flota de Indias, quedando así suspendido el tercer intento de invasión de Inglaterra.
La noticia era falsa, pero Devereux se la creyó a pies juntillas y dio la vela hacia el archipiélago portugués, donde llegó el 11 de septiembre, con el consabido chasco. Aparte la dura polémica entre Raleigh y Devereux, y los tumultuosos y sucesivos consejos y juntas, lo cierto es que ambos actuaron siguiendo la tradición de Drake en su desastrosa “Contraarmada” de 1589: ignorar las órdenes de la reina, eludir un duro y peligroso combate y buscar en alguna otra parte un rico botín poco defendido. No se les puede reprochar que imitaran al supuesto gran marino que había hecho época.
Los ingleses y holandeses, faltos de víveres y de agua, se dedicaron a desembarcar para procurárselos en algunas pequeñas poblaciones de las islas, con las consiguientes escaramuzas con los pobladores, de escasa entidad y aún menor provecho. Solo unos pocos buques quedaron montando guardia por si, finalmente, la flota de Indias aparecía.
La flota que llegaba era crucial, pues se trataba de las de Nueva España y Tierra Firme reunidas. Pero además sucedía que los dos años anteriores no había habido flotas desde América; y por si era poco, el año anterior Felipe II, agobiado por la guerra, a la que se había unido la civil en Francia donde apoyaba a los católicos frente al protestante Enrique de Navarra, había vuelto a suspender pagos. Haberse apoderado de esa flota hubiera significado no solo el fin de los ya mucho más graves apuros ingleses, sino la bancarrota total para Felipe II y una crisis gravísima para toda la monarquía española.
La flota se componía de un total de 43 buques, entre los que figuraba su escolta de 8 galeones y 2 pataches, siendo el resto buques más o menos grandes y más o menos armados, pero en general simples mercantes que bastante harían con defenderse de un enemigo mediano. Y recordemos que los aliados, pese a sus recientes desgracias, aún contaban con más de 120 buques, entre ellos 15 galeones ingleses de primera línea y alguno más holandés. Pero el jefe español, el capitán general de la Flota de aquel año, era Juan Gutiérrez de Garibay, un experimentado marino con un largo historial a sus espaldas.
Un estrepitoso fracaso
Relación de fuerzas: bastante más de 100 buques ingleses y holandeses desperdigados por las Azores, entre ellos no menos de 15 galeones reales de primera fila, contra 43 buques, la mayor parte mercantes repletos hasta la borda de carga y con escasa capacidad de defensa y entre ellos sólo 8 galeones de guerra y 2 pataches o unidades ligeras.
Garibay llegó a las Azores y fue informado de la presencia anglo-holandesa. Mandó reagrupar la flota y puso rumbo directo al fondeadero de Angra, en la isla Tercera, y como este tuviera escasas defensas, desembarcó los cañones más pesados de los buques y los instaló en tierra, al tiempo que las dotaciones erigían fortificaciones de campaña rápidamente.
La flota anglo-holandesa llegó el 8 de octubre, amagando y cambiando algunos cañonazos. El 16 se decidió Devereux por un ataque frontal, una “bizarría” como dijeron sus enemigos, que anotaron que su insignia recibió: “…dos cañonazos que le deshicieron los corredores (salón de popa) y otro en el timón, porque no gobernaba y derivó luego gobernado con las escotas del trinquete y fueron a favorecerle luego todos los navíos de su Armada..” Pero no fue la única víctima, pues “…a la capitana de Holanda le dieron un cañonazo en el bauprés que se lo deshizo de alza a bajo”.
Ante semejante respuesta Devereux retrocedió y volvió al bloqueo, peligroso para unos y otros, pues la rada de Angra no protegía de los temporales otoñales, ya próximos.
Nada se podía hacer en un ataque directo y se desechó el lanzar brulotes o buques incendiarios contra los buques españoles fondeados. Tras muchas discusiones, se decidieron a desembarcar, siendo rechazados con pérdida de 200 hombres, 7 cañones y 4 caballos, aparte de numerosos botes. La única compensación inglesa fue apresar un mercante y alguna pequeña embarcación.
Una genial evasión
Los atacantes se vieron así limitados a un inútil bloqueo, sabiendo que los temporales otoñales no tardarían en aparecer y poner fin a la desdichada expedición.
Garibay vio entonces la oportunidad: ordenó reembarcar las dotaciones, levar anclas y dar la vela. Solo estaba vigilante el vicealmirante William Monson, con un puñado de buques, que se vio imposibilitado de frenar la salida, y pese a las señales y cañonazos para avisar al resto de su flota, tuvo que abrir paso a la española. Bien podía haberse sacrificado, poniéndose delante los enemigos y entretenerlos hasta la llegada del resto, pero decidió no arriesgar su pellejo. Tenía razones para ser prudente, ya que en 1590 era el segundo jefe de una flotilla corsaria del duque de Cumberland, que fue sorprendida por las 5 galeras de Francisco Coloma cerca del cabo de San Vicente, que apresaron su buque, de 200 toneladas, 14 cañones y 150 hombres, y 2 más pequeños. Monson pagó un rescate y fue liberado, pero aquella era una impresión de las que no se olvidan.
Así Garibay puso rumbo a España, dejando atrás a la armada anglo-holandesa, y tras ser recibir el apoyo en su recalada de las divisiones de Pedro Zubiaur y de Francisco Gutiérrez, arribó felizmente a Sanlúcar, entre el inmenso alivio y alegría de todos.
Por cierto que en su flota iba un sorprendente pasajero, nada menos que el hijo de Hawkins, apresado por los españoles pocos años antes tras rendir su barco en una desgraciada expedición al Pacífico, y que volvía a Europa para su rescate.
Secuelas
Resulta interesante examinar las cifras de ambos contendientes en 1597: ingleses y holandeses habían conseguido movilizar unos 150 buques, mientras que Felipe II pudo contar con los 136 y 24 carabelas de la armada de Martín de Padilla, los 32 de Aramburu que iban a reforzarle luego, 7 galeras destinadas a la Bretaña francesa, y los 43 buques de Garibay; en total no menos de 235 buques, a los que deberían unirse los de las dos agrupaciones que le recibieron, y aún había más buques operativos, aparte las galeras, vigilantes del peligro berberisco.
Las cifras demuestran claramente que en aquella dura y larga guerra, en que las pérdidas de ambos bandos se debieron más a causas operacionales (temporales y epidemias) que en combate, España estaba soportando mejor la prueba.
Los ingleses renunciaron por completo a enviar nuevas flotas contra España, visto lo visto, y solo algunos corsarios siguieron actuando, limitándose a una inconsistente defensa de sus propias aguas como muestra la campaña de Irlanda y el épico asedio de Kinsale.
Juan Gutiérrez de Garibay siguió con su carrera, siendo uno de los almirantes que llevó y trajo más Flotas de Indias, un total de 16, sin perder ninguna a manos del enemigo, y siendo el quinto que más mandó entre 1520 y 1740. Un muy agradecido Felipe III le concedió el hábito de la Orden de Santiago, lo que era ennoblecer y mucho al modesto hidalgo, así como una encomienda en Yucatán. Tras una larga vida, cargado de honores y riqueza, el que fuera modesto soldado falleció en Sevilla el 14 de octubre de 1614.
Por el contrario, a Devereux solo le quedó la dura vuelta a Inglaterra, con las dotaciones al borde del motín y los barcos en muy malas condiciones. Ya próximo a Inglaterra se topó con el mismo temporal que rechazó la nueva intentona de Martín de Padilla de invadirla, esta vez por Falmouth, donde llegaron efectivamente algunos buques y desembarcaron hasta 400 hombres antes de que estallara el temporal que hizo fracasar la expedición.
Cabe imaginar el ambiente con que fue recibido la flota de Essex: no solo no habían conseguido nada en absoluto, con un enorme coste económico y material y uno indudablemente mayor humano, sino que habían dejado completamente indefensas las costas inglesas, de modo que solamente un nuevo temporal frustró los planes españoles de desembarco. Toda Inglaterra temiendo la invasión, y mientras la flota perdiendo miserablemente el tiempo, para regresar agotada y destrozada.
De nuevo se prohibió severamente por Isabel I informar de las pérdidas humanas y materiales de la expedición, que debieron ser enormes, pero que muchos historiadores ingleses no se molestan en averiguar, ni siquiera por estimaciones. Eso sí, repiten y exageran las de la Armada de Martín de Padilla, como si hubieran sido causadas por los marinos ingleses. Y con su conocida habilidad para el eufemismo y el ocultamiento de los hechos y datos desagradables, consiguen hacer olvidar esta campaña, última de las grandes expediciones de Isabel, bajo el idílico nombre de “Islands voyage of 1597”, como si de un crucero de placer se tratase.
El recibimiento de la reina a Devereux fue gélido, pero tras una poco sincera reconciliación, aceptó que fuera a Irlanda, donde ardía la rebelión. La indignación general buscó entonces otro responsable, y así se procesó a su segundo al mando, Thomas Howard, por haber sido presuntamente comprado por los españoles, a través de su esposa.
Pero en Irlanda Devereux volvió a demostrar su inutilidad, fue depuesto de sus cargos y prebendas y sometido a arresto domiciliario. Convencido de su inmensa valía y popularidad, el presuntuoso conde de Essex daría un golpe de Estado el 8 de febrero de 1601, que tras una lucha entre sus partidarios y los guardias reales, concluyó con su prisión, juicio y decapitación en la Torre de Londres. Poco antes lo había sido el capitán Lee, que había irrumpido en las habitaciones de la reina para asesinarla.
Ataques españoles contra las Islas Británicas
Batalla de Blaye (1593)
Durante las guerras de Religión en Francia (1585-98) en la que se enfrentaban los católicos contra los hugonotes, en la que Felipe II apoyó a los católicos. En noviembre de 1592 el marino español Pedro de Zubiaur dispersaba un convoy inglés de 40 mercantes incendiando la nave capitana y capturando otros tres barcos. Sin embargo, el daño no pudo ser mayor debido a que fue descubierto por una flota de 6 buques de guerra ingleses y tuvo que desistir.
El 21 de diciembre de 1592, el ejército del mariscal Goyon de Matignon, los 14 pataches del vicealmirante Jaubert de Barrault y las 6 naves de guerra inglesas del almirante Peter Houghdon iniciaron el asedio de la ciudad Blaye (Nueva Aquitania, Francia). Pedro de Zubiaur partió de Pasajes con un convoy de refuerzo, llevando tropas y pertrechos. Según fuentes inglesas de la época lo componían 14 naves y 2 pataches. Había 2 filibotes de 150 toneladas, 2 de 120 toneladas y el resto de embarcaciones entre 40 y 50 toneladas y entre ellos figuraban 4 mercantes bretones. Llevaban a bordo 300 hombres de mar y 500 soldados.
En la noche del 18 de abril de 1593, sin pensarlo los embistió, hundiendo la nave capitana, y provocando un incendio a la nave almiranta, que también se hundió con todos sus tripulantes. Consiguió desembarcar el socorro, pero perdió en el combate 2 filibotes y muchos hombres.
Para bloquearlos en La Gironde, Matignon llama a la escuadra católica de Bouagre y a la escuadra protestante de La Rochelle. El 1 de mayo, la primera estaba en el punto de reunión, al frente de 12 naves, Jean-Robert de La Limaille, avanzó en orden de batalla tras haber dado a sus capitanes la ultimas instrucciones; estaban cerca de Pauillac, a la vista del enemigo, cuando llega la orden de no entablar combate hasta que la flota bordelesa de Matignon se les uniera. Esta desafortunada demora fue la salvación de la escuadra española. Eran las seis de la tarde. La Limaille espero a pesar de la desesperación de sus marinos que gritaban traición y arrojaban sus armas al agua. Sin duda, su actitud parecía tan bizarra que el gobernador de Blaye preguntó, por bote, a su antiguo colega si les dejaría el paso libre. Limaille les respondió que no y reforzó su respuesta con un cañonazo. Pero el calado de sus naves le impedía aventurarse en la persecución de las naves de Zubiaur que salían con la marea baja hacia la boca del río. Se limitó a un fuerte fuego de artillería y mosquetería.
La siguiente mañana, 2 de mayo, se le unieron cerca de Caslillón las 24 naves y dos galeotas del mariscal de Matigñon. Zubiaur se hallaba en ese momento al largo de Saint-Seurin. Las galeotas ligeras del mariscal le pisaban los talones. Poco tiempo después, y una tercera escuadra de 14 naves y tres galeotas, haría imposible toda retirada. Rodeado por todas partes, Zubiaur buscó un paso entre las 83 naves que le rodeaban. De nuevo les hizo frente y, a pesar de un pequeño incendio que se inició en su capitana, logró destruir la del enemigo y salvar todos sus buques, pero cuando anochecía el viento cayó y la corriente hizo encallar los barcos tanto propios como enemigos, mientras que otros se dispersaron. Finalmente, logró retirarse con toda su flota con la marea alta y emprendió el viaje de regreso a Pasajes.
En julio de 1593, Villaviciosa repitió la brillante expedición de abril. Con 6 pinazas y 300 hombres penetró de noche en la Gironde, dejó en Blaye la compañía de Manrique Vargas y prosiguió hasta Burdeos, sin temor a las naves de vigilancia de las que capturo tres.
La victoria española no se tradujo en la liberación inmediata de la ciudad, pero permitió abastecerla por mar y levantar la moral de los sitiados. El 17 de julio la guarnición, con su jefe François d’Esparbès de Lussan a la cabeza, realizó con éxito una salida que obligó a los hugonotes a levantar el asedio.
Aunque se pidió al rey Felipe II que le concediera el título de «general como a lo demás de escuadra para que antes que muera deje esto a los mios«, no lo consiguió. El éxito alcanzado fue calificado de milagro, y se mandó pintar un lienzo que sirviera de recuerdo permanente de este feliz acontecimiento.
Expedición de Mezquita a Cornualles (1595)
En 1595 Juan del Águila decidió organizar una expedición de castigo contra Inglaterra. La expedición fue encomendada a Carlos de Mezquita (Amésquita), quien, al mando de tres compañías de arcabuceros (unos 400 hombres), zarpó el 26 de julio de Blavet (actual Port-Louis) en 4 galeras (Capitana, Patrona, Peregrina y Bazana) de la escuadra de Pedro de Zubiaur. Partieron del puerto francés de Blavet el 22 de junio, tras proveerse de víveres por la fuerza en Penmarch y otros puertos dominados por los protestantes franceses, desembarcaron el 2 de agosto en Inglaterra en la bahía de Mounts (Cornualles) entre los cabos Lizard y Lands’End.
La Peregrina quedó en mar abierto, vigilando la aproximación de buques enemigos, y atacaron e incendiaron el pueblo de Mousehole. Francis Godolphin el gobernador del lugar reunió a las milicias inglesas, y cuando marcharon contra los españoles, estos reembarcaron su tropa en las galeras y dirigiéndose por mar hacia otros puntos. Saquearon e incendiaron los pueblos de Newlyn, Saint Paul y Church Town, para terminar tomando Penzance, la plaza principal de la zona, su castillo fue tomado, embarcando en las galeras su artillería y quemaron tres mercantes fondeados en su puerto.
Godolphin y sus hombres (hasta 4.000, según fuentes inglesas) intentaron presentar resistencia en tierra firme, pero la veteranía de los 400 desembarcados y el fuego de apoyo de los cañones de las galeras aproximadas a tierra (solamente tenían cinco cada una, y solo el central era de algún calibre); sembraron el terror entre los inexpertos ingleses, que se desbandaron completamente.
Al final, el 5 de agosto, embarcaron de nuevo, arrojaron a todos los prisioneros por la borda, hundieron una embarcación de la Royal Navy que les había dado alcance y esquivaron una flota de guerra al mando de Nicholas Clifford que había sido enviada para expulsarlo.
Al día siguiente, 6 de agosto, se toparon con una escuadra holandesa de 40 barcos mercantes escoltados por 4 buques de guerra, hundiendo 2 buques y averiando otros 2, lo que le costó 20 muertos y bastantes heridos (muchas más bajas que en su desembarco); tras lo cual puso rumbo definitivamente a Blavet (Francia), aunque previamente habían parado de nuevo en Penmarch, donde se llevaron a cabo algunas reparaciones.
En Inglaterra hubo una oleada de pánico, y los esfuerzos por fortalecer sus defensas costeras fueron grandes en lo sucesivo.
Expedición de Martín Padilla 1596 y 1597
Expedición de 1596
Después del saqueo de Cádiz en junio de 1596, el rey Felipe II mandó al adelantado de Castilla, Martín de Padilla Manrique, conde de Santa Gadea, la preparación de una escuadra de 81 embarcaciones en Lisboa, y 16 en Sevilla. Mientras, las misiones diplomáticas enviadas por el rey coordinaban con los irlandeses la asistencia y el desembarco, así como interferían cualquier acuerdo irlandés con la reina Isabel I de Inglaterra.
Finalmente la nueva Gran Armada, se organizó en Lisboa donde se encontraban 15 galeones de Castilla y 9 de Portugal, 53 buques flamencos y alemanes, 6 pinazas y 1 carabela, más 10.790 hombres, desde Sevilla se incorporaron 2.500 hombres en 30 filibotes. Y en Vigo esperaban 41 buques con 6.000 hombres. Pero las órdenes dadas al adelantado de Castilla fueron contradictorias; por un lado, era desembarcar en Irlanda evitando la confrontación con los ingleses en el mar; por otro lado, siendo ya una época del año fría en Irlanda, posponer la expedición para dirigirse a Bretaña, para tomar Brest; puesto que España estaba apoyando a la Liga Católica en las guerras de Religión de Francia desde 1590, y además era un punto estratégico para el control del Canal de Mancha contra Inglaterra.
La Armada partió de Lisboa en 25 de octubre, pero en Finisterre se encontraron con una tormenta inesperada. 40 embarcaciones entraron en Ferrol, y el 1 de noviembre, le siguió el resto. 30 embarcaciones se perdieron y 14 se hundieron frente a los arrecifes, entre ellas la capitana de Levante y Santiago el Mayor con 30.000 ducados cada una.
Martín de Padilla reorganizó su armada en el Ferrol y la Coruña para realizar un nuevo intento de invasión de Inglaterra el año siguiente.
Expedición de 1597
El 9 de octubre de 1597, el mismo día que Devereux iniciaba el regreso a Inglaterra desde las Azores, partía una nueva armada española con destino a Falmouth (Cornualles), un poco más numerosa que la del año anterior de 1588. Esta vez, partieron de La Coruña y Ferrol 108 naves, más otras que se unirían y que salían desde otros puertos, la flota iría al mando de Juan del Águila y Arellano, mientras que las fuerzas terrestres irían al mando del adelantado de Castilla, Martín de Padilla. Se reunieron 136 navíos diversos y 24 carabelas que hacían un total de 160 buques, 8.634 soldados, 4.000 marineros que hacían un total de 12.634 hombres y 300 caballos. Incluida en estas tropas estaban a dos tercios de infantería, el de Nápoles y el de Lombardía (que eran la élite de los tercios españoles, y prácticamente no perdían batalla alguna). Junto con esta flota, iba otra a Bretaña con 1.000 hombres, a Blavet posición bajo dominio español.
El 17 de octubre de 1597, a los tres días de navegación con buen tiempo, llegó la flota al Canal de la Mancha. Tras avanzar hacia las costas inglesas sin encontrar oposición, hasta que se desató un fuerte temporal (según fuentes inglesas, ese temporal tuvo lugar el 2 de noviembre) y se dio la orden de dispersar la flota, si bien en esta ocasión no se produjeron los catastróficos resultados de 1.588. Aun así, 7 barcos llegaron a tierra en las proximidades de Falmouth, desembarcando a 400 soldados de élite que se atrincheraron esperando refuerzos para marchar sobre Londres. Después de dos días de espera en los que las milicias inglesas no se atrevieron a hostigarlos, recibieron la orden de embarcar, pues la flota se había dispersado irremediablemente, regresando a España sin ningún contratiempo.
Tras la vuelta de la flota inglesa, que había partido hacía tiempo para tratar de capturar la flota de Indias, se abrió una investigación por haber dejado indefensa la costa inglesa y poniendo a la capital en serio peligro; y fueron numerosas las acusaciones de traición, abriéndose un juicio contra algunos mandos acusados de estar a sueldo del rey de España.
Campaña en Irlanda (1601)
En 1594 los jefes irlandeses Red Hugh O’Donnell y Hugo O’Neill se rebelaron contra la ocupación inglesa y empezó la que es conocida como guerra de los Nueve Años. Durante años, los rebeldes dominaron la mayor parte de la isla, resistiendo incluso tras el desembarco en 1599 en Irlanda de Robert Devereux, II conde de Essex que contaba con unos 17.000 hombres. Ante la falta de resultados del conde de Essex, Isabel I envió a Charles Blount, barón de Mountjoy para sofocar la rebelión. Gracias a la ayuda proporcionada por Niall Garve O’Donnell, consiguió desembarcar sus tropas cerca de Derry y poner en serios apuros a las fuerzas irlandesas.
En mayo de 1600, se iniciaron conversaciones de paz con los ingleses en Boulogne-sur-Mer, que resultaron fallidas. Entonces la monarquía española decidió enviar tropas para apoyar a los rebeldes.
A primeros de 1601, se gestionó el material militar, abastecimientos, pertrechos y municiones que llevaban las naves comandadas por don Juan del Águila. El 2 de septiembre de 1601, partió de La Coruña una flota de 33 embarcaciones con los tercios de Juan del Águila y de Francisco de Toledo que sumaban 4.432 hombres y cuyo objetivo era desembarcar y tomar la ciudad de Cork.
Durante la travesía, la flota mandada por el almirante Diego Brochero se dispersó cerca de la isla de Ushant debido a un temporal, quedando dividida en tres partes. 9 naves mandadas por Pedro de Zubiaur con 650 hombres y la mayoría de las provisiones regresaron a La Coruña, tres naves al mando de Alonso de Ocampo llegaron a Baltimore, y el resto a las órdenes de Brochero buscó refugio en la población de Kinsale, donde desembarcaron los 3.000 hombres al mando de Juan del Águila el 1 de octubre de 1601; mientras que el resto de la flota regresaba a España.
El plan preveía que el contingente se uniese con el ejército rebelde irlandés, que estaba en Donegal, al norte de la isla, a unos 400 kilómetros de distancia, a través de un terreno poco poblado, difícil y completamente desconocido por los españoles. Juan del Águila que sería conocido como Juan Sin Miedo, decidió quedarse y fortificar las riberas del río Bandon construyendo dos sólidos aunque pequeños fuertes en Castle Park y Ringcurram, consiguió reclutar 900 lugareños escasamente instruidos y mal armados. Las tropas españolas rápidamente serían bloqueadas en Kinsale por las fuerzas inglesas de George Carew, conde de Totnes, que contaba con 10.000 infantes y 600 jinetes, mientras las naves de Richard Levison la bahía. El 10 de enero las tropas inglesas se apoderaron del fuerte de Ringcurram, custodiado por 150 hombres, pero no pudieron tomar la ciudad. Los defensores quedaron en una difícil situación, a la espera de auxilio desde España.
La ayuda solicitada por del Águila a la península obtuvo sus frutos con el envío por parte de España de otra flota mandada por Pedro de Zubiaur que partió el 7 de diciembre con 10 naves, más de 800 hombres y abundantes provisiones. Nuevamente, la flota se vio afectada por un fuerte temporal, lo que le hizo 4 naves y desviasen arribando a 50 kilómetros de Kinsale. Las nuevas tropas desembarcaron el el 11 de diciembre, masacraron a los ingleses que se encontraban allí, se habla de unas 600 bajas; se tomó la propia ciudad y de Castlehaven y varios castillos y puertos en las cercanías; y se consiguió la fidelidad de los nobles de la zona y la incorporación de más de 500 soldados irlandeses, mientras urdían una estrategia para ayudar a los sitiados en Kinsale.
Levison partió con 7 naves hacia Castlehaven, donde libró batalla con los españoles. Los ingleses contaban con 4 galeones de más de 600 toneladas, mientras que los españoles tan solo tenían 2 de 200 toneladas, de los cuales Levison hundió uno, pero una batería de 5 cañones le impidió entrar por el pasaje del puerto, por lo que tuvo que retirarse.
Tras este acontecimiento los nobles irlandeses decidieron jurar fidelidad a Felipe III y entregaron a los españoles las fortalezas de Dunboy y Donneshed y 550 infantes y un escuadrón de caballería. Pedro López de Soto, que era quien mandaba las fuerzas terrestres en Castlehaven, envió 200 hombres más, mientras que los condes de Hugh O’Neill y Red Hugh O’Donnell reunieron 5.500 hombres en el norte de la isla, desde donde tuvieron que realizar una marcha de unas 250-300 millas en pleno invierno para llegar a Kinsale. Las fuerzas de socorro se unieron el 24 de diciembre en Banndan, a orillas del río Bandon, desde donde se dirigieron hacia Coolcarron, donde estaban acampadas las tropas británicas.
Todo parecía aliarse en contra de los irlandeses en aquella noche de Navidad de 1601, en primer lugar no hubo ninguna coordinación entre el ejército que llegaba y los españoles en Kinsale, perdiéndose la oportunidad de atrapar a los de Mountjoy entre dos fuegos; las tres columnas que componían el ejército irlandés, bajo el mando de Richard Tyrell, Hugh O’Neill y Red Hugh O’Donnell, tampoco lograron coordinarse entre sí. El tiempo también se puso en contra de los irlandeses, era «una noche inusualmente oscura, húmeda y tormentosa«, por lo que las tropas irlandesas se dieron casi de bruces con los ingleses quedando en una situación estratégica desfavorable.
El barón Montjoy dejó algunos regimientos para que controlaran Kinsale y partió al encuentro de los irlandeses. Se encontraron con la columna de O’Neill, que estaba en una colina y que necesitaba la ayuda de las otras columnas o de Juan del Águila para poder mantener la posición, pero vista la inmovilidad de sus aliados decidió internarse en los pantanos esperando que la caballería inglesa perdiera efectividad sobre la vasta superficie de turba. Aun así, las tropas inglesas consiguieron una victoria aplastante sobre los agotados irlandeses.
Las tropas irlandesas huyeron mientras que las españolas, lideradas por Ocampo, intentaron minimizar las pérdidas. Cayeron 1.200 hombres de la coalición hispano-irlandesa, de ellos 90 españoles y 52 más que fueron hechos prisioneros. Tan solo 50 hombres consiguieron romper el cerco y llegar a Kinsale, mientras que entre los ingleses hubo 6.000 bajas entre muertos y heridos.
El día 12 de enero y en una situación de tablas forzosas, capitulaba Juan del Águila ante Montjoy, lo que implicaba a las diferentes guarniciones españolas en las zonas próximas a Kinsale.
Con dos días de retraso y después de la rendición, llegó a Kinsale Martín de Vallecina con refuerzos, pero ya era demasiado tarde. La rendición pactada sería inusual en los anales militares. Fue lo más honrosa posible, ya que los ingleses se comprometieron a no hostigar y proveer de víveres a las tropas españolas. Todos los irlandeses que lo desearan, podían adherirse a este pacto.
Las tropas irlandesas regresarían al Ulster, donde continuarían su lucha contra los ingleses hasta que Tyrone, uno de sus líderes más belicosos, fue derrotado en 1.603, por Montjoy en la batalla de Dundalk, entre Belfast y Malahide. Nuevamente, y con una generosa actitud, los ingleses serían magnánimos con los vencidos, decretando una amnistía general para los combatientes.
El 13 de marzo de 1602 desembarcaron en La Coruña las tropas españolas de vuelta de la campaña irlandesa. Juan del Águila, con sus 59.000 escudos residuales, destinaría esta cantidad a la creación de un hospital de campaña, a la asistencia a los soldados y a distribuir sus haberes entre todos ellos para resarcirles de aquella agria experiencia.
Tratado de Londres (1604)
El tesoro inglés estaba agotado por la guerra, tras décadas de suministrar fondos a los rebeldes protestantes en Francia y Flandes, a los que había que unir la peste y las malas cosechas.
La situación en España tampoco era demasiado buena, tras décadas de guerra con los rebeldes holandeses, Francia, Inglaterra, el imperio Otomano y los piratas berberiscos, que obligaban a satisfacer el coste de mantener el ejército profesional, la marina, y la defensa de un imperio extendido por cuatro continentes. La situación fue agravada por una epidemia de peste en Castilla.
Tras la muerte de Isabel I en 1.603, su sucesor Jacobo I de Inglaterra buscó la paz. Jacobo I se comprometió a no intervenir en los asuntos continentales y fue suficiente para Felipe III de España firmara la paz. A cambio, España renunciaba a nombrar un rey católico para la corona de Inglaterra, e incluso a garantizar tolerancia inglesa al catolicismo, pero sin comprometer el sostenimiento español de la formación del sacerdocio católico irlandés.
Según las condiciones del tratado, Inglaterra renunciaba a prestar ningún tipo de ayuda a los Países Bajos, abría el canal de la Mancha al transporte marítimo español, prohibía a sus súbditos llevar mercancías de España a Holanda o viceversa, y prometía suspender las actividades de los piratas en el océano Atlántico. A cambio, España concedía facilidades al comercio inglés en las Indias españolas.
Inglaterra y España continuaron en paz hasta 1624. El resultado para España fue mucho más positivo. Fue la principal potencia europea en el siglo XVII, hasta que las derrotas contra Francia en la guerra de los Treinta Años y el ascenso del poderío naval holandés acabaron reduciéndola a una potencia más.