Edad Moderna Guerra Anglo-española (1585-1660) Ataque anglo-holandés a Cádiz (1625)

Preparativos

La guerra de Flandes contra las Provincias Unidas se reanudó tras el final de la tregua de los Doce Años en 1621. El rey Felipe III murió poco antes de que terminara la tregua. Fue sucedido por su hijo de 16 años, Felipe IV, y tuvo que formarse el nuevo gobierno bajo el mando de Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares. La opinión en el gobierno español era que la tregua había sido ruinosa para España.

Los avances del duque de Spínola culminando con la conquista en 1625 y el éxito de la guerra comercial contra las Provincias Unidas; hizo que en marzo de 1624 Jacobo I, que hasta entonces había seguido una política pacifista. Declaró la guerra a España con el apoyo de la Cámara de los Comunes, que aprobó la provisión de fondos para acometer la guerra, con el fin de impedir que los Países Bajos cayeran en poder español.

Un año después Jacobo I moría, y subió al trono su hijo, el rey Carlos I de Inglaterra y su valido George Villiers, I duque de Buckingham; y con el apoyo de las Provincias Unidas de los Países Bajos, organizaron una gran flota anglo-holandesa con el objetivo de atacar algún puerto español importante y capturar la flota de Indias proveniente de América.

El duque de Buckingham, encargado de la organización, eligió a los responsables entre sus amistades: Edward Cecil, antiguo oficial en la guerra de Flandes, fue escogido como almirante de la flota; antes de partir fue nombrado vizconde de Wimbledon, con el fin de destacarlo como líder sobre el resto de los oficiales. Robert Devereux, III conde de Essex (hijo del  II conde de Essex, artífice del ataque a Cádiz de 1596) era vicealmirante. Ninguno de los dos tenía experiencia naval. John Glanville  fue nombrado secretario de la expedición. Se reunieron 104 naves (88 inglesas y 24 holandesas) con 5.000 marinos y 12.000 soldados.

Desde antes de partir, la expedición fue una sucesión de errores en la planificación. Las tres semanas de plazo marcadas por Carlos I para preparar la flota fueron reducidas a una sola por el duque de Buckingham; la temporada del año era propicia a peligrosas tormentas en el Atlántico. Las tropas de leva, reclutadas en mayo, no habían recibido instrucción, y su disciplina era escasa; los marinos fueron reclutados a la fuerza. Las armas que deberían usar, se mantuvieron guardadas en las naves hasta el día de la partida, días después de zarpar se descubriría que algunos de los mosquetes no tenían ánima, por la tosquedad de su fabricación y por el óxido, y que la munición era de un calibre equivocado. Algunas de las naves tenían los mástiles sueltos, las velas y los cabos estaban podridos y las quillas agujereadas; la carga venía mal estibada, la flota no tenía cartas de navegación adecuadas ni inteligencia de los puertos españoles, las provisiones eran escasas y tuvieron que ser racionadas pocos días después de zarpar. Michael Geere, capitán del St. George, anotaría acerca de la comida: “…ni la mitad de la asignada por el rey, y apesta de tal manera que ningún perro de París podría comerla”.

El viaje

El 15 de octubre de 1625 zarparon del puerto inglés de Plymouth 88 naves entre ellos 8 galeones de la Royal Navy, con 5.400 tripulantes, 10.000 soldados y 100 caballos, divididas en tres escuadras. A estas se unirían los 24 barcos holandeses bajo el mando de Guillermo de Nassau.

Inmediatamente tras la partida, la flota fue sorprendida por una tormenta, que les obligó a regresar y buscar refugio en los puertos de Falmouth y Plymouth. El 18 de octubre zarpó definitivamente, bordeando la costa de Galicia y navegando frente a Portugal. Cecil dio órdenes de mantenerse a una distancia de 60 leguas de la costa y de apresar cualquier nave española que encontrasen en el camino. El día 22, la flota fue dispersada por una tormenta que duró dos días. El Robert se hundió con 37 marinos y 138 soldados a bordo, y el resto de las naves sufrieron daños. Al amanecer del día 29 llegaron a la altura del cabo Mondego, frente a Figueira da Foz (Portugal), donde las naves de la flota volvieron a reagruparse.

El 30 de octubre, a la altura del cabo de San Vicente los mandos de la flota anglo-holandesa celebraron un consejo de guerra, donde establecieron los planes de ataque: desembarcarían en el Puerto de Santa María, desde donde avanzarían 20 kilómetros hacia Sanlúcar, puerto que consideraban de fácil conquista con el número de efectivos con que contaban. El sábado 1 de noviembre,​ la flota anglo-holandesa llegó ante la bahía de Cádiz.

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Defensa de Cádiz contra los anglo-holandeses en 1625. Fernando Girón, gobernador de Cádiz, dando instrucciones a sus subordinados para organizar la defensa de la ciudad, amenazada por la escuadra inglesa que aparece al fondo, como padecía gota está sentado en una silla. Autor Francisco de Zurbarán

Ataque a Cádiz

La ciudad de Cádiz tenía unos 14.000 habitantes en 1625, gozaba de una posición privilegiada en el comercio con las Indias. Tras los ataques de Drake y Devereux, las fortificaciones de Cádiz habían sido reforzadas en los primeros años del siglo XVII, incluyendo la construcción del castillo de Santa Catalina y la torre del castillo de San Sebastián.

Los espías españoles habían informado de las intenciones inglesas de invadir Cádiz, por lo que la ciudad había contado con una numerosa guarnición durante los meses precedentes, pero ante la inactividad inglesa, estas fuerzas habían sido dispersadas por Andalucía, dejando solamente una guarnición de 300 hombres para su defensa. Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, duque de Medina Sidonia (hijo del que comandara la Armada Invencible), era capitán general de Andalucía con plaza en Jerez. Fernando Girón, consejero de Estado, era gobernador de Cádiz; un sexagenario y aquejado de gota, que tenía, sin embargo, una amplia experiencia como veterano de la guerra de Flandes. Diego Ruiz era su teniente de maestre de campo.

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Ciudad de Cádiz en el siglo XVII

El duque de Medina Sidonia, en prevención había organizado de la defensa, había construido trincheras, se había adecuado la torre de Santa Catalina a la que se había dotado de material de guerra (9 barriles y 39 botijas de pólvora; 2 cañones de crujía, 48 arrobas, 20 libras y tres quintales de plomo que se habían fundido entre abril y agosto para hacer las balas y a las 8 compañías de la ciudad se les había repartido 200 mosquetes.

Cuando la armada anglo-holandesa se presentó en el golfo de Cádiz, el gobernador Fernando Girón guarneció los castillos, teniendo que utilizar para ello a 300 presidiarios.

Los refuerzos se movilizaron, de Sevilla llegaron 2.000 hombres con armamento y municiones, la catedral distribuía 100 fanegas de pan a diario y de Écija acudieron 500 soldados.

El Puerto contaba con 8 compañías de milicias al mando de los capitanes: Francisco de Rivadeneyda, Fernando Cisneros, Juan Camacho, Talavera, Diego de Carvajal, Miguel Chamorro, Gerardo Davilabique y Juan Argumedo, se movilizó y guarneció especialmente la torre de Santa Catalina.

El ataque anglo-inglés

El 2 de noviembre la armada anglo-holandesa se introdujo en la bahía gaditana. En aquel momento había entre 8 y 15 galeones españoles anclados en la bahía, junto con varias naves más.

Alterando los planes previstos, el conde de Essex, a bordo del Swiftsure, avanzó hacia ellos en solitario con intención de tomarlos; Edward Cecil, a bordo del Anne Royal, fue tras él, gritando órdenes hacia los otros barcos de su flota para que le secundasen, pero estos, siguiendo los planes iniciales, se mantuvieron inmóviles, y el conde de Essex cesó en su ataque. Los galeones españoles se internaron en la bahía, refugiándose en la Carraca.

Esa noche los ingleses rectificaron sus planes iniciales de llegar por el puerto de Santa María, por la dificultad que suponía para el desembarco debido a la poca profundidad de las aguas en esa parte; y por las informaciones que un comerciante inglés llamado Jenkinson, cuyo barco estaba anclado en la bahía, que les llevó noticias acerca del escaso número de soldados que defendían Cádiz. Decidieron atacar el fuerte del Puntal, que estaba situado en la parte más angosta de la entrada a la bahía, guardaba la entrada a esta. De las 3 escuadras, 2 se dirigieron al Puntal y la tercera permaneció a sotavento asestada al castillo de Santa Catalina.

Cinco naves holandesas junto con veinte buques ingleses comenzaron a atacar el fuerte del Puntal con fuego de artillería, que fue devuelto por los 120 hombres y 8 cañones españoles que lo defendían. Los marinos ingleses, situándose detrás de los holandeses, dejaron solos a estos frente al fuego español; solamente al amanecer, tras la pérdida de dos barcos holandeses, y obligados por las órdenes de Cecil, los ingleses entraron en combate; poco después el propio Cecil los mandaría cesar el ataque: el fuego de artillería de los buques ingleses hacía más daño a su propia vanguardia que al fuerte del Puntal.

En la tarde del día 2, con el apoyo de toda su flota y tras más de 2.000 disparos de artillería, los atacantes consiguieron vencer la resistencia de la guarnición del castillo de San Lorenzo del Puntal bajo el mando de Francisco Bustamante. Al amanecer del siguiente día, el castillo estaba ya muy maltratado  y no quedaba en la fortaleza almena que no hubiese sido derribada, y las piezas habían sido destruidas. El capitán se rindió con honra sacando sus 30 hombres supervivientes armados y su bandera en desfile por medio de los ingleses que ya habían desembarcado.

Cecil permitió a las fuerzas españolas salir con honores. Durante la noche y hasta la mañana siguiente, el grueso de las fuerzas inglesas, unos 9.400 hombres, desembarcaron y se desplegaron por el istmo que une la ciudad de Cádiz con la isla de León; unos 600 soldados más quedaron a bordo de las naves del escuadrón de retaguardia a la entrada de la bahía, demasiado alejados como para poder desembarcar. El conde de Denbigh quedó al mando de la flota. Diego Ruiz salió desde Cádiz a escaramuzar el día 3.

Luis Portocarrero, corregidor de Jerez, al frente de 2.300 hombres y 7 cañones, avanzó por tierra desde Jerez hasta el puente Zuazo. Teniendo noticias de la llegada de estos, a fin de evitar ser rodeado entre las fuerzas de Portocarrero y las de la ciudad de Cádiz, Edward Cecil decidió marchar con 8.000 hombres al encuentro de aquel, mientras los restantes avanzaban hacia Cádiz bajo el mando de los coroneles Burroughs y Bruce. Cecil, después de avanzar 15 km en dirección al puente, y sin haber establecido contacto con las fuerzas españolas, fue informado de la ausencia de provisiones para su tropa: los oficiales encargados de recibir las provisiones en el Puntal las habían devuelto a las naves por no tener órdenes de recibirlas.

Los ingleses no habían comido desde el desembarco en el Puntal. Entrando en los caseríos cercanos, encontraron barriles de vino, almacenado en espera de la llegada de la flota de Indias, con el que se emborracharon, amotinándose contra sus mandos. Portocarrero, ignorante del estado en el que se hallaban los ingleses, decidió no entablar combate, dada la inferioridad numérica de sus fuerzas.

Mientras tanto, los españoles habían hundido 4 de sus propias urcas en la bahía, por lo que las naves inglesas al mando de Samuel Argall no pudieron adentrarse en ella para atacar a los barcos refugiados en la Carraca, tal como había ordenado Cecil.

La ciudad, que solo tenía suministros para tres días, fue abastecida por las galeras españolas que, llegando desde Sanlúcar, atravesaron las líneas enemigas. A pesar del fuego con el que las naves inglesas intentaban impedirles el paso, los barcos españoles consiguieron entrar a Cádiz con el apoyo de las baterías de artillería de la ciudad. Varias embarcaciones más, saliendo de la Carraca y navegando por el caño de Sancti Petri, llegaron asimismo a La Caleta de Cádiz con toda clase de suministros.

El duque de Medina Sidonia también repartiría las tropas disponibles por las ciudades cercanas: 1.200 a El Puerto de Santa María, 400 a Puerto Real, 300 a Rota y 900 a Sanlúcar, quedando 4.300 más en Jerez en previsión de los posibles movimientos de las tropas inglesas.

Un cronista de la época afirma sobre Girón, «sin embargo de su poca salud y mucha edad, el corazón sacaba todos los días a campaña…. que desde su silla llegara a los mayores riesgos, ordenando lo que ejecutaba valerosamente Diego Ruiz, soldado valiente y práctico y teniente del maestre de campo general«.

Retirada inglesa

Teniendo en cuenta la encarnizada lucha en la ciudad de Cádiz, la debilidad de sus soldados, la falta de provisiones, y lo improbable de un encuentro con las fuerzas españolas de refuerzo; en la mañana del día 4, Edward Cecil ordenó regresar hacia el castillo de San Lorenzo del Puntal, dejando tras de sí 100 de sus hombres incapaces de seguir la marcha por la debilidad y la resaca, que fueron aniquilados por las fuerzas de Luis Fernández de Córdoba.

El miércoles 5, las fuerzas inglesas, hostigados por los hombres de Diego Ruiz, llegados desde Cádiz, y por los del señorío de la Casa de Portocarrero, desde el puente Zuazo; los ingleses embarcaron retrocedieron hacia sus naves, cubrió la retaguardia el conde de Essex con un cuerpo de mosqueteros y dos piezas de campaña, aprovechando don Fernando Girón para batir la retaguardia inglesa con 500 tropas escogidas, ocasionando muchas bajas. El día 6, reinstalados en sus navíos, los ingleses trataron de apoderarse de los buques españoles que se habían refugiado en el caño de Puerto Real; pero el almirante Roque Centeno había bloqueado la entrada al puerto con cascos viejos semihundidos en la bocana, que impidieron la entrada a los ingleses, y tras ellos las galeras hacían una defensa determinada. Tras incendiar uno de sus naos, en la que habían embarcado los cuerpos de los ingleses fallecidos, el viernes 7 salieron de la bahía de Cádiz y se situaron junto al cabo de San Vicente, esperando capturar la flota de Indias, cuyo regreso se esperaba por esas fechas.

Continuaba la discordia entre los generales, sobre la realización de la acción. Los barcos holandeses, hastiados de la incompetencia inglesa, se marcharon sin previo aviso; y a los 17 días de espera en el cabo, las quejas y las recriminaciones exacerbadas, junto con escasez de agua, y un brote de una mortífera epidemia, hicieron que el almirante ordenara la retirada el 25 de noviembre. Fue una suerte, ya que tres días después los galeones de Tierra Firme y Nueva España llegaban sanos y salvos al puerto de Cádiz.

La mala fortuna, los temporales vientos contrarios se mostraron tenaces; creció la mortandad en los enfermos; dos navíos, el Roberl Ipswich y el Constance, zozobraron, pereciendo 4 compañías.

El viaje de regreso fue desastroso. Azotados por el mal tiempo, sin haber podido repostar comida y con la bebida echada a perder y racionada, las enfermedades se extendieron entre los marinos y soldados de la flota inglesa. Los quisieron proveerse de agua enviando las lanchas las rías de la Coruña, sufrieron un descalabro con pérdida de gente.

Secuelas

De los 400 hombres que formaban la tripulación del buque insignia, el Ann Royal, solamente 150 emprendieron el regreso, de los cuales 130 enfermaron durante el viaje de vuelta hasta su llegada al puerto de Kinsale (Irlanda) el 21 de diciembre. Dispersados por las tormentas del Atlántico, los barcos fueron llegando a distintos puertos ingleses e irlandeses en los meses siguientes. Las bajas se estiman en 1.000 hombres y 30 barcos.

Este desastre naval inglés y holandés vino a acompañar a otro acaecido escasas semanas antes, cuando en la noche del 23 de octubre de 1625 una terrible tempestad cogió por sorpresa a los buques que llevaban a cabo el bloqueo de los puertos flamencos, hundiendo 30 naves de ambas nacionalidades; momento que fue aprovechado por los barcos de Flandes para iniciar una oleada destructivas contra los buques mercantes enemigos, principalmente holandeses.

A su regreso a Inglaterra, el vicealmirante Robert Devereux, Edward Conway secretario de Estado, Henry Power general de artillería, Michael Geere y otros oficiales participantes en la expedición acusaron a Edward Cecil de negligencia y mala administración. Los miembros de la Cámara de los Comunes de Inglaterra, convocados en 1626 para aprobar nuevas ayudas financieras a las campañas militares de Carlos I, rehusaron discutir la provisión de nuevos fondos hasta haber depurado las responsabilidades por el fracaso de Cádiz.

El fallido ataque a Cádiz de 1625 supuso para Inglaterra graves pérdidas en dinero y prestigio, y fue el único gran enfrentamiento de la guerra Anglo-española de 1624–1630.

Batalla de San Cristóbal (1629)

En el año 1629, la colonia anglo-francesa de las islas San Cristóbal y Nieves había crecido lo suficiente como para ser considerada una amenaza para las Antillas españolas. Los colonos ingleses habían sido reclutados en un número de casi 3.000 efectivos, y se les había suministrado cañones y munición.

En consecuencia, se dieron órdenes al comandante de la Armada de Sotavento, en el Virreinato de Nueva España, de despejar las fuertemente armadas colonias francesas e inglesas. La expedición española, bajo el mando del almirante Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, se acercó en un primer momento a la isla Nieves, tomándola y destruyendo varias naves inglesas ancladas en ella. Más tarde, los soldados españoles fueron enviados a tierra para destruir las pocas estructuras de nueva construcción y hacer prisioneros a los colonos.

Cuando Nieves fue ocupada por las fuerzas españolas, los hacendados fueron abandonados por sus sirvientes, que nadaron hacia los buques hispanos al grito de libertad, alegre libertad, prefiriendo la colaboración con los españoles al yugo de sus tiránicos patrones ingleses. El 7 de septiembre de 1629, los invasores españoles se trasladaron a la isla hermana de San Cristóbal e incendiaron todo el asentamiento.

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Recuperación de la isla de San Cristóbal en 1627 por las tropas españolas al mando de Fadrique Álvarez de Toledo Osorio. Autor Félix Castelo – Museo del Prado

Como consecuencia de la batalla de San Cristóbal y según los términos de la rendición, los españoles aceptaron embarcar a unos 700 de los colonos de vuelta a Inglaterra. Otros colonos, estimados entre 200 y 400, lograron escapar de la captura mediante la huida a colinas y bosques.

Tras la firma del tratado de Madrid en 1630 entre las coronas inglesa y española, los españoles se marcharon entregando la isla a Inglaterra. Los fugitivos regresaron a sus plantaciones, formando así el núcleo de una nueva fase de colonización.

En 1630, Felipe IV de España y Carlos I de Inglaterra firmaron el tratado de Madrid, con lo que la guerra Anglo-española (1624-30) terminó, habiendo demostrado ser un costoso fracaso para Inglaterra y Escocia, y una distracción de menor importancia para españoles y franceses, que siguieron ocupados en las guerras europeas.

En Inglaterra, los costos de la guerra y la mala gestión se añaden a las disputas entre la monarquía y el Parlamento antes de la guerra Civil Inglesa de la década de 1640.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2018-03-12. Última modificacion 2022-07-31.
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