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Antecedentes
Tras la guerra Anglo-española de 1624–30, que finalizó en el tratado de Madrid; España entró en la crisis de 1640, bajo el reinado de Felipe IV y el gobierno del conde-duque de Olivares, vino a sumarse al proceso de la decadencia española que desde los tiempos de Felipe III se venía arrastrando. La guerra de Flandes y la guerra de los Treinta Años habían terminado mal para España, con la firma de la paz de Westfalia de 1648, pero seguían abiertos varios frentes de guerra, tanto en la península como en las colonias y en Europa: los levantamientos independentistas ocurridos en Cataluña (1640), Andalucía (1641), Sicilia (1646–52) y Nápoles (1647–48) vinieron a sumarse a la guerra con la Francia del cardenal Mazarino, la independencia de Portugal y los ataques de piratas y corsarios ingleses y holandeses a las colonias.
Los gastos económicos de tanta guerra y la disminución de los ingresos que la flota de Indias traía desde América, importante fuente de financiación del estado, dejaron la hacienda pública en la ruina. El estado declaró la suspensión de pagos a sus acreedores extranjeros en 1607, 1627 y 1647, debiendo recurrir a renegociaciones de la deuda externa, devaluaciones de la moneda y arbitrarias subidas de impuestos. La expulsión de los moriscos de 1609, las bajas habidas durante las guerras y las graves epidemias de 1647–52 provocaron una disminución en la población española que también afectaría negativamente a la economía.
En Inglaterra Oliver Cromwell, respaldado por el ejército, acaparó el poder absoluto en 1653, siendo nombrado lord protector perpetuo en base al Instrumento de gobierno, dando paso al período conocido como El Protectorado.
Cromwell, como nuevo dirigente del Estado, buscaba un nuevo enemigo exterior para obtener riquezas, expandir el protestantismo y unir a la nación contra un enemigo externo. Inglaterra tenía dos opciones claras: Francia y España. Ambas naciones poseían grandes ejércitos, aunque mermados por luchas internas que recorrían ambos países.
Cromwell se decidió por España y elaboró el Designio Occidental (Western Design, en inglés), que era un plan por el que pretendía quitar a España el Imperio que había recabado en América, las llamadas Indias Occidentales; para poder apropiarse de sus grandes riquezas y así poder luchar por la causa del protestantismo en el mundo frente al catolicismo representado en gran medida por la corona española.
Inglaterra había tomado la isla de Providencia, pero el exitoso ataque español en 1643 logró recuperarla, lo que truncó las intenciones británicas de utilizar esa isla como base para futuras operaciones para tomar más posiciones en el Caribe.
Ataque inglés a La Española (1654-55)
En agosto de 1654, Oliver Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, concibió el plan de invadir Santo Domingo a fin de que la colonia sirviera de punta de lanza para apoderarse de otras posesiones españolas en América, aunque la idea no era nueva. El embajador español en Londres, Alonso Cárdenas, que seguía de cerca el plan inglés, comunicó al rey español en septiembre de 1654 que el Lord Protector preparaba en secreto la invasión. Pero la Junta de Guerra española no prestó mucha atención a este anuncio por creer que Inglaterra no se aventuraría a atacar Santo Domingo sin antes declarar la guerra a España. Solo cuando esta declarara la guerra, enviarían refuerzos a Santo Domingo.
La expedición inglesa se componía de 18 navíos de guerra y 20 buques de transporte, con 7.000 marineros y 6.000 soldados, bajo el mando del almirante William Penn, con Robert Venables como general de las tropas de tierra. La flota zarpó el 1 de enero de 1655 de Portsmouth y llegó a las costas de Santo Domingo el 23 de abril tras una escala en Barbados; en los dos meses siguientes reclutaron en esta y en las islas cercanas (San Cristóbal y Nieves, Montserrat y Leeward), otros 3.000 hombres más, reclutados entre los sirvientes de los ingleses.
El gobernador interino de la isla, Montemayor y Cuenca, al tanto del peligro, había solicitado ayuda a España, pero tan solo se le enviaron 200 hombres. Junto con los 200 soldados llegó también a la isla Bernardino Meneses de Bracamonte, conde de Peñalva, quien comprobó que Montemayor y Cuenca había dispuesto la defensa de la capital de la colonia. El grueso de las tropas españolas sumaba 1.300 piqueros procedentes del interior de la isla y 700 soldados de la ciudad de Santo Domingo.
Los ingleses desembarcaron 23 de abril de 1655 en Nizao a unos 40 kilómetros de Santo Domingo y establecieron su cuartel general en Haina. Y pronto aparecieron las desavenencias entre los dos comandantes de la expedición, el almirante William Penn y el general Robert Venables, sobre la manera de proceder, lo que se reflejó en varias pugnas entre soldados y marineros.
La indisciplina de los nuevos reclutas, el calor y las enfermedades tropicales se sumaron a los inconvenientes habidos. Ya desde antes de salir de Inglaterra la organización de la expedición había incurrido en numerosas deficiencias: las provisiones eran escasas, las armas insuficientes para un grupo tan numeroso, y el equipamiento inadecuado (acostumbrados al clima británico, los soldados no tenían recipientes donde poder llevar agua).
El domingo 25 de abril, los 6.000 soldados se dirigieron hacia la capital, siendo atacados por una caballería de 120 jinetes que les tendieron una emboscada. Al llegar frente a las murallas, una nueva acometida española les causó muchas bajas. Mientras los ingleses esperaban que sus barcos comenzasen a cañonear la ciudad, los españoles que se habían mantenido ocultos en el fuerte de San Jerónimo y estaban a la retaguardia del enemigo, cayeron sobre este, causándole 600 bajas. Acosados por los españoles, los dos comandantes optaron por retirarse.
Las tropas españolas dirigidas por el gobernador Bernardino de Meneses, junto con los esclavos negros y mulatos, les acosaron en su retirada. El 14 de mayo la armada inglesa levó anclas.
Un año después de la frustrada invasión inglesa, el gobernador Meneses de Bracamonte ordenó al capitán Manuel González Pallano que hiciese una trinchera en Haina de 792 varas de largo (660 m) y 4 de alto (3,3 m) según el trazado de los también capitanes Francisco Vicente Durán y Álvaro Garabito; la cual cerraría el paso desde el mar al río.
Los trabajos duraron dos meses y medio, empleándose en ellos esclavos negros de las haciendas y estancias cercanas. Asimismo se procedió a fortificar la ciudad, obra que se detuvo a los once meses de iniciada cuando el Conde de Peñalva supo que había sido transferido a la gobernación de Charcas.
Conquista inglesa de Jamaica (1655)
Frustrados y, al mismo tiempo, sin atreverse a regresar a Inglaterra con las manos vacías, los líderes de la expedición se dirigieron a Jamaica, colonia poco poblada y poco guarnecida.
El 20 de mayo de 1655, la armada inglesa bajo el mando del almirante William Penn, con más de 7.000 soldados a bordo mandados por el coronel Robert Venables, se presentó de improviso ante Santiago de la Vega, pequeño enclave colonial español que era entonces la capital de la isla de Jamaica.
Ante las propuestas de rendición hechas por el almirante Penn, los escasos españoles presentes en Santiago de la Vega, comandados por el gobernador Cristóbal de Isasi, se retiraron hacia el interior de la isla, destruyendo tras de sí sus propias instalaciones. Algunos de sus vecinos principales escaparon a Cuba y otros creaban focos de resistencia en medio de los montes, con ayuda de esclavos y libertos. En esta lucha se destacaron dos caudillos, Francisco Proenza y el propio Cristóbal de Ysasi, que libraron una verdadera guerra de guerrillas por más de un año, mientras esperaban el envío de suficientes tropas españolas que hicieran factible la reconquista, pero España nunca logró reunir esos efectivos en la región.
Las fuerzas inglesas levantaron Fort Cromwell, alrededor de la cual se levantó la villa de Point Cagway o The Point, que tras la restauración inglesa se renombraría como Port Royal.
Penn y Venables, en abierta discordia, volvieron a Inglaterra cada uno por su lado, donde fueron imputados por abandono de su puesto, los encerraron en la Torre de Londres a poco de desembarcar, si bien no tardaron en liberarlos sin proceso y cubiertos de honores. El gobierno británico reconocía, a regañadientes, que la posesión de Jamaica no carecía de méritos.
La conquista de la isla permitía que las colonias inglesas pudieran traficar libremente con su metrópoli sin otras trabas que el pago de racionales aranceles, así como que fuera una base de corsarios y filibusteros de los que Inglaterra se valía para expoliar y amedrentar a sus vecinos españoles y franceses hasta en tiempos de paz.
Declaración de guerra
En mayo, el embajador español en Londres, Alonso de Cárdenas, y el embajador extraordinario Willem Bette, marqués de Leyde; presentaron a Cromwell un memorial informando de la negativa de Felipe IV a permitir el comercio inglés en las Indias y la inmunidad de los ciudadanos ingleses residentes en España frente a la Inquisición, y proponiendo a Cromwell una alianza militar anglo-española.
A finales de julio llegaron a Europa las noticias del ataque inglés a La Española y Jamaica. A finales de agosto Cárdenas fue instruido por Felipe IV para exigir la devolución de Jamaica y reafirmarse en el derecho de monopolio comercial español en las Indias. La negativa de Cromwell fue interpretada como una declaración de guerra.
Los comerciantes ingleses en territorio español habían sido advertidos por Cromwell de su intención de declarar la guerra en abril para que no comprometieran su capital en España; algunos de ellos habían liquidado sus mercancías a bajo precio en previsión de la ruptura de relaciones entre ambos países. En septiembre Felipe IV ordenó confiscar todos los navíos y mercancías inglesas en territorio español y cortar las relaciones comerciales con Inglaterra. Cárdenas abandonó Inglaterra en dirección a Flandes a finales de octubre.
El manifiesto de Oliver Cromwell
El 26 de octubre de 1655, Cromwell publicó un manifiesto en el que justificaba los motivos para hacer la guerra contra España en los siguientes términos:
- Denunciaba la arbitrariedad de los privilegios españoles de navegación y comercio en las Indias, negando la autoridad del papa y del rey de España para declarar unilateralmente sus derechos sobre estos territorios.
- Enumeraba los ataques españoles contra los asentamientos ingleses en las islas de Tortuga (1634), Providencia (1635 y 1640) e isla de Santa Cruz (1651), las capturas hechas sobre barcos ingleses en el Caribe y la costa oriental de Norteamérica y la detención, tortura y asesinato de sus tripulaciones.
- Criticaba la pasividad de las autoridades españolas ante la muerte de Anthony Ascham, embajador inglés en España asesinado en 1650 por un grupo de ingleses partidarios de Carlos II cuyo ajusticiamiento se vio demorado por la intermediación que a su favor hizo la Iglesia.
- Denunciaba el incumplimiento de los tratados de Londres (1604) y Madrid (1630), en los que se acordaba el restablecimiento del comercio anglo-español en “todos los lugares donde anteriormente se hiciera”, expresión ambigua que según Cromwell incluía también las Indias.
Rotas definitivamente las negociaciones con España, Cromwell se decantó por aliarse con Francia, firmando el 3 de noviembre el tratado de Westminster, por el que Inglaterra y Francia acordaban mantener la paz y el comercio mutuo.
Batalla de Cádiz (9 de septiembre de 1656)
En junio el almirante inglés Robert Blake recibió órdenes de Cromwell para capturar la flota de Indias que por esas fechas debería llegar a Cádiz. Durante todo el verano Blake, al mando de una armada de 28 navíos, se mantuvo bloqueando la entrada al estrecho de Gibraltar, aprovisionándose en Lisboa. Advertida de la amenaza inglesa, la flota española invernó en el Caribe.
La escuadra inglesa llevaba tiempo en Cádiz esperando la llegada de la flota de Tierra Firme, pero ante el retraso de esta el comandante Robert Blake, en septiembre de 1655, decidió irse a Lisboa, dejando en la costa española al capitán Richard Stayner con ocho navíos.
Los ingleses estaban resguardados al abrigo de la costa de Rota, para atacar por sorpresa a la escuadra española. Sin embargo, el viento del oeste, que sopló la noche del 8 de septiembre, les obligó a salir hacia el mar quedando su escuadra dividida en dos bloques, y a cuatro o cinco leguas de Cádiz vieron a la flota española.
La flota del tesoro, bajo el mando de Marcos del Puerto, consistía en 2 galeones, tres buques mercantes privados, dos urcas y un buque portugués capturado.
Al amanecer del 9 de septiembre entraron en combate tres de las fragatas inglesas: Speaker, Bridgwater y Plymouth, quedando el resto a la retaguardia.
En la creciente oscuridad, los españoles confundieron al escuadrón inglés con un grupo de barcos de pesca y no tomaron medidas evasivas. Cuando amaneció en la mañana del 9 de septiembre de 1656, tres de los barcos ingleses se enfrentaron a los españoles (el resto del escuadrón estaba en la dirección equivocada para atacar en ese momento). El capitán Stayner, a bordo del Speaker (64 cañones), se enfrentó y capturó al Jesús, María y José (28 cañones), uno de los galeones de la flota bajo el mando del contraalmirante Juan de Hoyos. Con su captura llegó su tesoro de 45 toneladas de plata, 700 cofres de índigo y 700 cofres de azúcar. Mientras tanto, el capitán Anthony Earning en el Bridgewater (52 cañones) se enfrentó al otro galeón el Victoria (20 cañones) bajo el mando del vicealmirante Juan Rodríguez Calderón. Después de una larga batalla, el galeón se hundió después de que su tripulación lo prendiera fuego mientras abandonaba el barco. Solo sobrevivieron 90 miembros de su tripulación, y una de las muchas bajas españolas fue Francisco López de Zúñiga, segundo marqués de Baides, el ex gobernador de Chile. Su esposa y su hija también murieron y sus dos hijos pequeños fueron tomados prisioneros. El Plymouth (52 cañones) hundió a uno de los mercantes españoles, junto con 60.000 piezas de ocho que se transportaron como carga con el barco. El capitán John Harman del Tredagh (52 cañones) capturó otro mercante intacto el Profeta Elias (26 cañones) con toda su carga. El tercer mercante fue varado, mientras que el almirante español Marcos del Puerto escapó en el San Francisco y San Diego (capitana de 26 cañones) a Cádiz junto con los otros dos buques más pequeños.
La batalla fue una gran pérdida para los españoles, con los ingleses tomando casi 1 de libras millón en bienes, otras 250.000 libras en plata. Varios cientos de miles de libras en tesoros se hundieron en las profundidades oceánicas.
Ataque naval a Santa Cruz de Tenerife (30 de abril de 1657)
Antecedentes
En agosto de 1656 partió desde Veracruz, México, con escala en la Habana, una flota de 16 barcos, entre los cuales se contaban 9 mercantes y dos galeones de escolta, al mando de Diego de Egüés y de su segundo José Centeno Ordóñez. La flota llevaba en sus bodegas una enorme cantidad de plata americana estimada en 10 millones de pesos.
La flota de Indias, formada por 2 galeones, 8 mercantes y un patache bajo el mando de Diego de Egües y de su segundo José Centeno, salió de Veracruz cargada con la plata americana en agosto de 1656. Tras hacer escala en La Habana, donde una docena de fragatas inglesas habían estado acechando su llegada hasta unos días antes, llegó a La Palma el 18 de febrero, desde donde marchó a Tenerife.
Tras abastecerse el 26 de febrero partió con rumbo a la Península, pero, a la altura de Gran Canaria, fue alcanzado por un mensajero del gobernador de Canarias Alonso Dávila y Guzmán advirtiéndole de la presencia de la flota inglesa en las costas de Andalucía. Este aviso y la rotura de un mástil de la nao capitana convencieron a Egües para volver al abrigo del puerto de Santa Cruz de Tenerife. Las instrucciones dadas por el rey Felipe IV eran de permanecer allí hasta nueva orden.
Solo quedaron en los barcos los alimentos de la tripulación así como cargamentos de azúcar y cientos de barriles de especies. La alarma cundió en Santa Cruz y en toda la isla, pues un ataque inglés a la flota podía terminar siendo un ataque a toda la isla. El 14 de marzo se comenzó a descargar los tesoros. El trabajo era descomunal, pues las bodegas estaban llenas de plata y se requerían de muchos brazos para descargarla. Luego había que llevarlas cuesta arriba hasta la ciudad de La Laguna. La población de Santa Cruz era escasa y no aportaba suficientes almas para hacer el trabajo por lo que se solicitó la ayuda a otras poblaciones cercanas. Aun así el trabajo de descarga y traslado se iba a demorar al menos un mes.
Egüés así como el gobernador de Canarias Alonso Dávila y Guzmán tomaron la decisión de reforzar la artillería de defensa de la plaza con todos los cañones disponibles. Reuniendo todo tipo de piezas se llegaron a disponer de 99 cañones, unos de bronce y otros de hierro. Incluso se desembarcaron las piezas de los barcos que eran más útiles si se empleaban desde los castillos de la costa.
La ciudad de Santa Cruz por aquel entonces era un núcleo de aproximadamente 1.125 habitantes, dependiente del ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. El puerto tenía forma de un semicírculo, estaba protegido por el castillo de San Cristóbal y por una serie de reductos artillados y unidos entre sí por una muralla paralela a la costa (el castillo de San Juan, más al sur, quedaba fuera de tiro; el de Paso Alto era solo un fortín en esta fecha). Las naves estaban amarradas borda con borda, lo más cerca posible de tierra; además de la flota de Egüés se encontraban en el puerto otras naves más hasta 16 en total, de los cuales solo 2 eran galeones (el Jesús María y la Concepción). Alonso Dávila era el capitán general de las islas, que en previsión de posibles ataques había dispuesto una fuerza numerosa: Tenerife contaba para su defensa con 10.000 hombres, 1.000 arcabuces, 300 mosquetes y 150 quintales de pólvora.
Entretanto la flota inglesa, 23 navíos de guerra bajo el mando del almirante Robert Blake con John Bourne como vicealmirante y Richard Stayner como contraalmirante, había pasado el invierno frente a la costa andaluza esperando capturar la flota de Indias a su llegada a Cádiz. Habiendo recibido noticias sobre la llegada de Egües a Tenerife y sobre los tratos en que andaban los españoles con el holandés Michiel de Ruyter para transportar el tesoro a Flandes, la armada inglesa puso rumbo a Canarias.
La batalla
A las 8 de la mañana del lunes 30 de abril, 12 fragatas inglesas encabezadas por Rober Blake en el George (54 cañones), y el Speaker (64 cañones) de Richard Stayner se adentraron en fila en el puerto hasta situarse tan cerca de las naves españolas como para que estas les dejaran a cubierto de los proyectiles lanzados desde el castillo y los reductos; y tras desplegarse comenzaron a luchar contra estas. Poco después el resto de la flota inglesa, con Blake al mando, tomó posición más afuera, empezando un intenso intercambio de fuego de artillería con las baterías de tierra.
Los barcos mercantes españoles fueron abordados fácilmente por los ingleses; solamente los galeones de Egües y Centeno consiguieron oponer cierta resistencia, pero superados en número, a mediodía fueron incendiados por sus capitanes para evitar que fuesen tomados por los enemigos. Las fragatas inglesas intentaron tomar como presas los navíos abordados, pero perdida ya toda la flota española, la artillería arreció en su ataque contra los ingleses, y Blake dio órdenes de abandonar e incendiar todos los barcos españoles.
A las 3 de la tarde, todos los navíos españoles habían sido destruidos y los ingleses comenzaron su retirada, que no pudieron completar hasta que al atardecer, un providencial cambio de viento les empujó mar adentro; la fragata de Stayner, desarbolada y haciendo aguas, hubo de ser remolcada.
Secuelas
Por la parte inglesa hubo 50 muertos y 120 heridos; los daños sufridos por las naves fueron reparados en los dos días siguientes. Blake no llegó a ser recibido en Londres, pues murió poco antes de su regreso, afectado de escorbuto.
En el bando español hubo cerca de 300 muertos, 5 de ellos de entre la gente de tierra y el resto de la marinería, perdiéndose las 16 naves fondeadas en el puerto y parte de su carga, que en aquellos momentos no había sido desembarcada. Las pérdidas fueron valoradas en 10 millones de libras esterlinas o 48 millones de pesos. El tesoro desembarcado de las naves con anterioridad al ataque, valorado entre 5 y 10 millones de piezas de a ocho, se transportó a San Cristóbal de La Laguna, varios kilómetros tierra adentro, en previsión de un segundo ataque inglés, que no llegó a producirse.
Vista la situación, Felipe IV ordenó dar por terminado en Santa Cruz el viaje de la flota de Indias. Como era habitual, solo una parte de la carga era para la corona, siendo el resto propiedad de particulares, en cuyo inventario se encontraron numerosas mercancías de contrabando; de la requisa de estas el Estado obtuvo una cantidad superior a la perdida en el desastre.
La ausencia de barcos en los que transportarlo motivó que el dinero quedase inmovilizado en Canarias hasta el 28 de marzo de 1658, cuando Egües y Centeno consiguieron llegar con él a El Puerto de Santa María en dos embarcaciones de cabotaje que pasaron desapercibidas.
Ataques ingleses en las Indias Occidentales
Ataques de William Goodson
Tomando Jamaica como base de operaciones, se iniciaron los ataque contra las posesiones españolas. El almirante inglés William Goodson a bordo del Torrington, junto con 6 urcas y 3 naves y 2.000 soldados, se hicieron a la mar el 31 julio de 1655 y llegando a Tierra Firme el 3 de diciembre, desembarcando en Santa Marta (Colombia). Su primera acción fue atacar los fuertes de San Juan de las Matas y la plataforma artillada que posteriormente sería el fuerte de San Vicente. Tras arrasar las fortalezas se dirigieron a la ciudad, y ante la infructuosa defensa del alcalde, el sargento mayor Juan Gutierrez. Estos sujetos ocuparon la plaza, saqueándola. Destruyeron la iglesia Mayor, la iglesia y convento de San Francisco, la iglesia y convento de Santo Domingo, la Ermita de la Veracruz y todas las casas del vecindario. Acto seguido, persiguieron monte adentro a las personas que despavoridas habían huido para esconderse. Después de saquear todo lo que pudieron, prendieron fuego a la ciudad y se retiraron.
Al año siguiente 1656, en abril, repitió el ataque pero esta vez atacó, saqueó y quemó a Riohacha (Colombia), a su regreso ancló en Cartagena de Indias (Colombia) durante un día, retornando a Jamaica a finales de mayo.
Intentos de recuperar Jamaica
En Jamaica, Cristóbal Arnaldo Isasi, estaba escondido en las montañas de Jamaica con esclavos leales (unos 100 milicianos o guerrilleros), hostigaba a las tropas inglesas desde sus refugios en las montañas. En 1657 recibió un contingente de 300 soldados de Cuba que desembarcan en las Chorreras (hoy Ocho Ríos, al norte de la isla), pero fracasó en su primer intento de reconquistar la isla porque el nuevo gobernador inglés Edward D’Oyley (que acaba de suceder a William Brayne, fallecido el 2 septiembre), se le anticipó, desembarcando con cerca de 900 hombres y lo derrotó en la batalla de Ocho Ríos el 30 octubre, y huyó de nuevo al monte, mientras los españoles capturados fueron deportados a Cuba. Ante las escasas defensas de Jamaica por las enfermedades que causaban estragos y a fin de protegerse de una eventual contraofensiva española, D’Oyley invitó a la “Hermandad de la Costa” (asociación de piratas) a establecer su base en Cagway (posteriormente llamado Port Royal).
El 20 de mayo de 1658, Isasi intentó otra invasión con más hombres reclutados de Nueva España, los tercios mejicanos. Isasi tenía a su disposición cuatro transportes de tropas y varios barcos armados. En total, la fuerza de invasión consistía en 31 capitanes, 31 escuderos, 28 sargentos y 467 soldados. Mientras esta fuerza anclaba durante dos días cerca de la desembocadura del río Nuevo, tres barcos de la guardia costera inglesa se encontraron con los españoles, pero fueron perseguidos por los disparos. Sin embargo, los exploradores ingleses informaron a D’Oyley que reunió a todos los milicianos y soldados disponibles que estaban en condiciones de luchar. Mientras tanto, los españoles fortificaron su campamento y se les unieron unos 50 guerrilleros españoles.
El 25 de junio, D’Oyley reunió a un total de 700 soldados y milicianos y diez barcos para transportarlos. Las tropas inglesas desembarcaron cerca del río Nuevo. Los ingleses capturaron los transportes españoles, sellando cualquier ruta de escape para los invasores. Los españoles, al verlos se atrincheraron en su fortín recientemente fortificado. Los ingleses rehusaron a luchar cuerpo a cuerpo y dispararon contra la posición española con cañones y fusiles durante dos días. Su superior potencia de fuego tuvo un efecto devastador y los españoles sobrevivientes intentaron romper el cerco; sin embargo, la mayoría fueron asesinados o capturados. Lo que quedó de la fuerza invasora huyó a las colinas y la jungla. Perdieron más de 300 muertos y heridos, en su mayoría muertos, y 150 prisioneros, así como once banderas, seis armas de fuego y la mayoría de sus armas y municiones. Las bajas inglesas fueron alrededor de unos 60. La mayoría de los heridos de ambos lados no sobrevivieron debido a enfermedades tropicales.
Los victoriosos ingleses llevaron la artillería española a El Puntal y a Fort Cromwell, instalándola en sus defensas. Isasi intentó mantener la lucha hasta que finalmente fue derrotado en 1.660, finalmente tuvo que escapar a la isla de la Torre (Tower Isle) y huir a Cuba en canoa con el resto de sus partidarios.
La batalla de Río Nuevo fue el último intento español de recuperar Jamaica. La isla finalmente sería cedida completamente a Inglaterra por España en 1670 bajo los términos del tratado de Madrid.
Ataques de Christopher Myngs
Al frente de tres naves entre ellos el Marston Moor (52) que era el único buque de guerra inglés, y 300 hombres fue enviado a América, a realizar acciones de corsario contra las posesiones españolas. En Jamaica su flota fue considerablemente incrementada al unírsele quince barcos más, tripulados por 500 filibusteros atraídos desde la Isla Tortuga.
En mayo de 1656, allanó Santa María en Venezuela, pero los resultados fueron decepcionantes. En enero de 1657, naves ingleses adicionales llegaron permitiendo que Myngs formara un escuadrón de Jamaica con el Marston Moor como su buque insignia, pero aún conservando a los bucaneros como auxiliares.
En octubre de 1658, la flota de Myngs se ocultó frente a la costa de América Central en espera de la flota del tesoro español, pero mientras la mayor parte de la flota obtenía agua fresca, apareció la flota española del tesoro. El Marston Moor (52) y otro barco pasaron a través de los españoles, se dirigieron hacia la retaguardia española pero sin éxito al tratar de dispersarlos.
A comienzos de 1659, decidió atacar a Tolú y Santa Marta, ambos en Colombia, nuevamente con resultados moderados. Fue entonces cuando Myngs decidió cambiar de táctica. Anteriormente, cuando un gran grupo de buques era detectado por la población local, esta se retiraba al interior con sus posesiones. Pero entonces dividió su flota en flotillas más pequeñas y así aumentó la posibilidad de sorpresa. También los perseguiría tierra adentro, utilizando tropas terrestres. Ese año 1659, Myngs utilizó sus nuevas tácticas en tres puertos de la costa de Venezuela: Cumana, Puerto Cabello y Coro. Este último contenía un envío de plata español valorado en 250.000 libras esterlinas. Sin embargo, Myngs decidió dividir el dinero con sus bucaneros para mantenerlos interesados en futuras expediciones, en lugar de hacerlo con el gobernador Edward D’Oyley y el tesoro inglés.
A su regreso a Port Royal (actual Kingston), el gobernador D’Oyley lo hizo arrestar bajo los cargos de malversación y regresó a Inglaterra en el Marston Moor. Se le acusaba de ocultar una parte de dicha fortuna para no ser compartida con el Rey y otros implicados en la empresa, por lo que fue conducido a Inglaterra acusado de desobediencia y robo. Sin embargo, en la confusión de la restauración de Carlos II, los cargos fueron retirados.
En 1662, Myngs regresó a Port Royal como capitán de la nueva Royal Navy, al mando del Centurion y otros 11 buques y 1.300 hombres, con una política no oficial de Guerra Fría con España en el Caribe. El nuevo gobernador de Jamaica, lord Windsor, apoyó completamente a Myngs mientras formaba una flota bucanera de 14 barcos tripulados por 1.400 bucaneros, incluidos piratas tan notorios como Henry Morgan y Abraham Blauvelt. Era la flota de bucaneros más grande que se había reunido en el Caribe, que incluía franceses y holandeses. En octubre de 1662, su flota tomó y saqueó la segunda ciudad fuertemente fortificada de la isla Cuba, Santiago de Cuba, dejándola totalmente saqueada.
En enero de 1663 embarcó nuevamente para dirigir su flota rumbo a San Francisco de Campache en México, durante la cual Myngs resultó gravemente herido, capturando 16 barcos que estaban anclados en el puerto.
Las redadas enfurecieron a los españoles, que denunciaron a Myngs como un pirata común y un asesino en masa con una reputación de crueldad innecesaria y amenazaban con una guerra con Inglaterra. Esto obligó al rey Carlos a enviar un nuevo gobernador Thomas Modyford a Jamaica con órdenes de detener las redadas. En 1664, Myngs regresó a Inglaterra para recuperarse y fue promovido a vicealmirante en el escuadrón de Prince Rupert, ascendiendo a vicealmirante de White bajo el almirante James Stuart, duque de York y Albany.
Los bucaneros y la isla de Tortuga
Hacia principios del siglo XVII, en las islas del Caribe, algunas pequeñas comunidades de colonos europeos, no españoles, emprendieron el floreciente negocio de aprovisionar a los barcos de pasaje con carne fresca recién curada.
Las carnes de vacuno y de porcino se curaban en casa siguiendo una antigua receta de los indios de la zona que llamaban boucan. Los bucaneros eran los que preparaban esa carne. Para ello construía un enrejado de palos, que los caribes llamaban barbacoa, debajo del cual encendían una hoguera de leña. Encima se colocaban lonchas de carne recién cortadas, alimentándose el fuego con ramas verdes, para que produjesen mucho humo, con poca llama. La carne se secaba, se ahumaba, y se asaba al mismo tiempo, y se podía conservar durante varios meses, manteniendo un sabor delicado, y era al mismo tiempo un magnífico antídoto contra el escorbuto.
El boucan que mejor se conservaba era el de carne de jabalí salvaje, y se empaquetaba en bultos de cien piezas, cada una de las cuales se vendía por seis monedas de a ocho. Para cazar los jabalíes los bucaneros tenían que tener buena puntería, ya que si fallaban no tenían una segunda oportunidad, para ello empleaban armas de cañón muy largo.
La mayoría de ellos se estableció en la costa norte de Haití y de la isla de la Tortuga. La Tortuga era su base; allí compraban municiones; cuchillos, hachas y todos los demás pertrechos. La mayoría de los bucaneros eran franceses o ingleses, pero también había entre ellos indios campeches, esclavos negros evadidos, muchos holandeses, e incluso irlandeses. Pero pronto cambiaron de negocio y se dedicaron a asaltar barcos que era mucho más lucrativo.
En 1638, los españoles decididos a terminar con el problema de los bucaneros de una vez por todas, atacaron la isla de la Tortuga, capturaron a todos los que encontraron y colgaron a los que no se rindieron. Con esta masacre de unas 300 personas, las esperanzas de los bucaneros de ganarse la vida honradamente, suministrando su carne ahumada a los buques de paso, se esfumaron para siempre.
Sin embargo, el día del ataque a la Tortuga, la mayoría de los bucaneros estaban cazando, y escaparon así de la ira de los españoles. Cuando regresaron y comprobaron los estragos de la incursión, enterraron a sus compañeros, y sobre sus tumbas juraron que no descansarían hasta haberlos vengado. De esa forma, se juramentaron y constituyeron la confederación de “La Hermandad de la Costa”.
Como venganza decidieron hacer la guerra a los españoles, para ello emplearon sus canoas que usaban para vender la carne, y que eran compradas a los indios campeches, o bien en pequeños bergantines. Estos barcos tan pequeños eran prácticamente invisibles a la luz del ocaso, y podían llegar fácilmente hasta cerca de un galeón sin que este se diese cuenta.
En 1640 al ver España que otra vez la isla era una amenaza, decidió organizar otra expedición para desalojarlos. Pero las cosas no eran como antes. Ya no se enfrentaban a grupos desorganizados como la vez anterior. Los españoles se encontraron con numerosos piratas curtidos e incluso con una fortificación con cañones, que desde lejos ponían en peligro sus barcos al desembarcar. Tras grandes pérdidas tuvieron que retirarse. Y la isla quedó en manos de los piratas.
Francia designó al capitán Le Vasseur como gobernador de la Tortuga. Este fomentó el filibusterismo que le permitía vivir en un lujo deslumbrante, no en vano recibía una parte de lo que entraba en la isla. En 1653 el gobernador Le Vasseur fue asesinado por uno de sus hijos adoptivos y se nombró gobernador de Fontenay.
En enero de 1654, Juan Francisco de Montemayor y Cuenca, al frente de 5 navíos, atacó la isla y la arrasó, obligando a sus habitantes a abandonarla, dejando una guarnición de 150 hombres. Enseguida fue conquistada por los franceses que, después de varios episodios de ataques y permisos con Inglaterra, consiguieron poner de nuevo a Du Rausset como gobernador de la isla.
Du Rausset coqueteó con los ingleses para ganarse su confianza y ese coqueteo llevó al gobierno de Francia a detenerle y encarcelarle. Du Rausset vendió los derechos sobre la Tortuga a la compañía estatal francesa Compañía Francesa de las Indias Occidentales, esto fue el 15 de noviembre de 1665. El gobierno de la isla fue encargado a Bertrand de Ogerón que marcaría el fin de la sociedad de los bucaneros.
En 1667 la población de la Tortuga había pasado de 400 a 1.500, los franceses habían llevado mujeres de todo tipo a las que se les ofrecía una nueva vida como esposas de piratas. La iniciativa cuajó y rápidamente había aumentado la población francesa de la isla.
Henry Morgan
El joven Morgan realizó sus primeras correrías como uno de los capitanes de Christopher Myngs en la acometida sobre San Francisco de Campeche en 1663. Después de la arremetida, Myngs partió hacia Inglaterra, y Morgan se dirigió con otros secuaces a saquear Villahermosa, Trujillo y Granada. En esta ciudad capturó 300 prisioneros, la mayoría sacerdotes y monjas.
En 1666, Henry Morgan ya capitaneaba su propio buque y el gobernador de Jamaica le encargó que no dejara de hostigar a los españoles, a lo que se aplicó con todo su entusiasmo en diversos asentamientos de Cuba, Panamá y Venezuela.
Ataque a Puerto Príncipe (1668)
Morgan planificó atacar La Habana, una ciudad con 30.000 habitantes, pero desistió ante el hecho de ser una operación de gran dificultad. Se dirigió entonces a la isla de Pinos, donde reunió 700 hombres y 12 embarcaciones. Allí, en consejo de filibusteros, decidieron atacar Puerto Príncipe (actual Camagüey) en la isla de Cuba.
Desembarcaron el 28 de marzo en Santa María, el puerto más cercano a Puerto del Príncipe, donde anclaron esa noche. Durante la noche un prisionero español logró escapar, llegar a nado a la costa y dirigirse a Puerto Príncipe, para comunicarles el ataque. Los habitantes escondieron sus objetos de valor y reunieron 800 hombres para la defensa, se formó un grupo de caballería para vigilar los movimientos piratas.
Al día siguiente 29 de marzo, la escuadra pirata desembarcó a 73 kilómetros de Puerto Príncipe, iniciando una hacia la ciudad, a través del bosque.
El gobernador, viendo la llegada de los invasores, ordenó a la caballería salirles al paso, quedando en las afueras de la ciudad con los 800 hombres en formación de batalla, con sus picas y mosquetes esperando el comienzo de la batalla. Al salir los piratas del bosque, se dispusieron en formación de media luna con los cuernos hacia atrás para evitar que la caballería los atacara por el flanco.
Al toque de carga, la caballería se lanzó al ataque; los piratas los recibieron con una descarga de mosquetería, cayendo muchos jinetes de sus monturas. Los que sobrevivieron se acercaron a los piratas, disparando sus pistolas a quemarropa; dieron vuelta y galoparon para reagruparse. Volvieron a la carga una y otra vez, cayendo muchos y pocos fueron los que llegaron para disparar de nuevo sus pistolas, dejando esparcido el campo con sus cadáveres, cayó el propio gobernador y el resto huyó.
Libre el paso, los piratas, con gran estrépito de tambores, se lanzaron sobre los defensores, que recibiendo una furiosa descarga, se retiraron a la ciudad. Lejos de rendirse, los inexpertos vecinos opusieron gran resistencia, luchando algunos en las calles, mientras otros disparaban desde las azoteas y ventanas del segundo piso de algunas casas.
Tan dura fue la contienda que los piratas tuvieron que luchar casa por casa, sin que cesaran los vecinos de defenderse, porque viendo al enemigo dentro de la villa, se encerraron en sus moradas para continuar una lucha sin cuartel; hasta que los piratas, que habían tenido muchas bajas, desesperados por terminar la tenaz resistencia amenazaron con quemar las casas y matar a las mujeres y niños.
Tan pronto cesaron las hostilidades, todos los vecinos fueron encerrados dentro de dos iglesias y allí mantenidos bajo guardia armada. Subsecuentemente, los piratas empezaron el pillaje, registraron todas las casas y el campo cercano, recogiendo todos los días mucho botín. Con procedimientos similares al del bucanero Jean-David Nau, mejor conocido como El Olonés, torturando a sus prisioneros para averiguar el lugar donde se encontraban escondidos los supuestos tesoros.
Exigieron a los hambrientos y desdichados vecinos pagar un rescate, para no ser transportados a Jamaica y vendidos como esclavos.
Dejaron seis rehenes para buscar la suma requerida, dado que era imposible reunirla, finalmente Morgan les informó que se contentaría con 500 cabezas de ganado y suficiente sal para curar la carne, insistiendo en que debía de estar todo esto dispuesto para el siguiente día.
Con todo, el botín logrado en esta expedición fue exiguo: unos 50.000 pesos; además de objetos robados a las iglesias como campanas, vasos y ornamentos sagrados.
Saqueo de Portobelo (1668)
A pesar del relativo éxito en Puerto Príncipe y del apoyo a los filibusteros desde Jamaica, la tripulación estaba insatisfecha. Ante estas circunstancias, Morgan les animó a no desfallecer y les prometió más riquezas. Disponiendo en ese momento de una flota de 8 embarcaciones y de 400 hombres, desveló su plan a Modyford de atacar la ciudad de Portobelo en Panamá, tercera ciudad mejor defendida después de La Habana y Cartagena de Indias en la zona del Caribe. Sus subordinados se espantaron ante la propuesta, pero Morgan les aseguró que tendrían el factor sorpresa a su favor. En el transcurso del viaje a la costa de Centroamérica se les unió otro contingente, por lo que su tropa creció a 460 hombres y 9 naves.
En los momentos previos al ataque, la flota bordeó la costa y posteriormente se embarcaron en lanchas. En la travesía capturaron un centinela español en el estero de Longalemo, quien de ahí en adelante les sirvió de guía. El plan de ataque consistió en arribar a la localidad por tierra, donde la ciudad estaba menos guarnecida. Los filibusteros abandonaron sus lanchas a unos 5 km de Portobelo y emprendieron la marcha. Al amanecer, el primer objetivo fue el castillo de Santiago, el cual fue tomado sin aparente dificultad. Una vez dentro, hicieron explotar un almacén de pólvora con todos los soldados españoles encerrados allí. En seguida se dirigieron al fuerte de San Jerónimo, pero los españoles resistieron a la embestida. Ante la demora de la victoria, el pirata hizo uso de una cruel estratagema: mandó a reunir a un grupo de ancianos, monjas y curas, y les forzó a situarse al pie de la muralla para proteger las escalas que subirían los atacantes.
Ante una primera advertencia de Morgan al capitán del castillo acerca del destino de los infortunados, el oficial se negó a rendirse e ignoró la presencia de los rehenes.
Los filibusteros tomaron el poblado al anochecer, pues el capitán del castillo nunca se rindió. Al final, el militar fue rodeado y ejecutado. Un tercer fortín, llamado de San Felipe, fue tomado la mañana siguiente por sorpresa. En total los atacantes perdieron 70 hombres. No obstante, hubo celebración ante la victoria.
Durante 14 días la ciudad fue saqueada, además del pillaje realizado, Morgan exigió 100.000 pesos como tributo por no quemar la ciudad. Mientras, desde la ciudad de Panamá llegaron tropas del gobernador Juan Pérez de Guzmán con un contingente de soldados que fueron abatidos por los asaltantes.
Ataque a Maracaibo (1669)
Luego de recuperar la fuerza perdida en la toma de Portobelo, el corsario inglés, se fue esta vez contra Maracaibo. En el transcurso de la estadía se les unió una nave inglesa, la fragata Oxford, de 36 cañones, que reforzó su flota. También hizo presencia una nave francesa de gran poder, pero su capitán se negó a acompañar la escuadra de filibusteros. A pesar de esto, Morgan le invitó a un banquete en su barco. Durante la reunión, bajo unos cargos infundados, encerró a los invitados en una bodega y les apresó, con lo que consumó el traspaso del buque francés a sus manos. Acto seguido los filibusteros acordaron viajar a la isla Savona para apresar algún barco rezagado de cierta flota que transportaba un gran cargamento de plata. Hubo una celebración con brindis de ron y disparos al aire, uno de los cuales cayó en un pañol de pólvora que hizo explotar la nave con todos los individuos adentro. Solo unos treinta se salvaron, entre ellos el propio Morgan.
A pesar de todo, con 15 naves y unos 600 hombres, la flota partió con rumbo a Maracaibo (Venezuela), nuevo objetivo de los forajidos. Arribaron al lugar en marzo de 1669, pero los asaltantes lograron desembarcar para adueñarse del fuerte San Carlos de la Barra, que los españoles habían construido en la isla Palomas (actual San Carlos), con el fin de impedir el paso de los navíos al interior del lago Maracaibo. Desde la fortaleza, los españoles habían disparado a los piratas, al mismo tiempo que una parte de la guarnición abandonaba la fortaleza en dirección a Maracaibo. Cuando Morgan emprendió el asalto a la fortaleza aquella noche encontró sorprendido que estaba vacía porque los españoles habían preparado una trampa en su interior de forma que al entrar los piratas explotase con todos ellos dentro, pero Morgan la descubrió y quitó la mecha. Al día siguiente penetraron en el interior del lago Maracaibo y se dirigieron a la ciudad que encontraron vacía, pues todos sus habitantes, habían huido todos a los bosques, dejando también la villa sin más gente que algunos miserables que no tenían nada que perder.
Tomaron la iglesia como cuartel general y desde allí emprendieron la caza de los españoles que se habían refugiado en los bosques, a los que atraparon, los torturaron para obtener los pretendidos tesoros que supuestamente habían ocultado al saber de su llegada. A lo largo de tres semanas capturaron más de cien familias y reunieron muchas riquezas.
Tras saquear lo que pudo, se dirigió con su flota a Gibraltar en la costa sur oriental del lago de Maracaibo. Allí los residentes abandonaron el lugar ante la llegada de los piratas, querían evitar lo que sufrieron dos años antes cuando fueron atacados por el bucanero francés Jean-David Nau llamado “El Olonés”. Encontraron un demente que aseguró ser hermano del gobernador de Maracaibo. Al enterarse de la falsedad, le colgaron de una cuerda y le quemaron hasta fallecer. Al fin, un esclavo reveló el escondite de los vecinos y apresaron unas 250 personas, a los que torturaron para que revelaran sus tesoros.
Iniciaron el regreso, pero cuando llegaban a la ciudad de Maracaibo, descubrieron con consternación que había tres navíos de guerra españoles de la armada de Barlovento a la entrada del lago, aguardando a que saliesen, y que habían provisto el castillo (el de la isla Vigilia) de muy buena artillería. Los navíos eran de 40, 30 y 24 cañones respectivamente, más fuertes que los de los piratas por lo que, no había modo de escapar por mar o por tierra.
El 30 de abril de 1669 Morgan puso en marcha su estrategia. Los barcos de los piratas se dirigieron hacia los navíos españoles con un brulote en vanguardia que se dirigió directamente hacia el más grande de los navíos españoles y cuando estos se dieron cuenta y trataron de evitarlo era demasiado tarde. El brulote se inflamó e hizo arder al navío español que se hundió llevándose al fondo a muchos de sus tripulantes. Otro de los navíos españoles, sorprendido, fue capturado por los piratas, y el tercero sería hundido por los mismos españoles para evitar que fuera capturado, dirigiéndose a buscar refugio en la fortaleza de la isla Paloma (la actual península de San Carlos con la fortaleza de San Carlos de la Barra).
Entonces eran los españoles los que se encontraban asediados por los piratas y Morgan exigió un pago al almirante Alonso del Campo, que había sobrevivido al naufragio de su nave, 30.000 pesos y quinientas vacas, para no quemar Maracaibo.
Aún quedaban los cañones del fuerte, para evitarlos, hizo creer a los españoles que pensaba desembarcar en la isla por la noche para tomar la fortaleza por asalto; lo que hizo que Alonso del Campo ordenara trasladar una buena parte de la artillería de la que disponía apuntando a la costa de la isla que pensaban sería el lugar del desembarco. Pero no hubo desembarco. Aprovechando la oscuridad de la noche, los barcos de Morgan desplegaron sus velas y favorecidos por el viento salieron del lago Maracaibo pasando por delante de la fortaleza. Cuando los españoles se dieron cuenta y quisieron cambiar los cañones de posición ya era tarde. Una vez lejos del alcance de los cañones de la fortaleza Morgan liberó a los prisioneros que ya habían pagado el rescate.
Saqueo de la ciudad de Panamá (1671)
En 1670, Morgan inició una nueva expedición, el 24 de octubre se fueron reuniendo lentamente naves procedentes de otros lugares hasta que sumaron 37 grandes velas, con 2.000 hombres bien armados. Morgan decidió dividir aquella gran fuerza en dos escuadras. Discutieron a continuación cuál sería su objetivo entre tres alternativas, Veracruz, Panamá o Cartagena de Indias. La elección recayó en Panamá porque pensaban que era la más rica de las tres. Con esta decisión levaron anclas el 6 de diciembre de 1670, abandonando la costa de la Española rumbo a la costa panameña aunque su primer objetivo era ocupar las islas de San Andrés, Santa Catalina y Providencia, que podían utilizar como base para su ataque contra Panamá. Las islas se rindieron y llevándose tres prisioneros que decían conocer bien Panamá como guías.
El siguiente paso de Morgan fue organizar una escuadrilla al mando del capitán Joseph Bradley con 5 naves y 400 hombres. La misión era hacerse con el castillo de San Lorenzo, en la desembocadura del río Chagres, para afianzar el paso a la ciudad de Panamá. El fuerte tenía defensas naturales muy fuertes y la única forma directa de entrar era por un puente levadizo. Los atacantes desembarcaron a unos 5 km del lugar y caminaron a través de la jungla hacia su objetivo.
Los primeros ataques fueron rechazados y los piratas esperaron a la noche cuando «uno de los piratas fue herido por la espalda con una flecha que lo atravesó de parte a parte. Al instante y con gran valor, se extrajo la flecha. Luego tomó un poco de algodón, lo ató a la flecha, la metió en el arcabuz y disparó al castillo. La flecha prendió fuego a dos o tres casas del interior cubiertas con hojas de palma. Los españoles no advirtieron este incendio, de modo que el fuego se propagó a una partida de pólvora que causó una gran ruina«.
El fuego se extendió y mientras los defensores trataban de extinguirlo los piratas reanudaron el ataque. La lucha fue encarnizada y se prolongó durante toda la noche y la mañana siguiente hasta que al mediodía del segundo día en que finalmente tomaron la fortaleza.
Los asaltantes perdieron más de 100 hombres, y tuvieron 70 heridos. Cuando Morgan recibió la noticia de la toma de la fortaleza, abandonó Santa Catalina con el resto de sus hombres, excepto la guarnición que dejó en la isla, y desembarcó en Chagres para reunirse con los que habían conquistado la fortaleza. Aunque no sin incidentes porque el barco donde iba Morgan colisionó con los arrecifes que había a la entrada de la ría y naufragó, siendo rescatado por los otros barcos de su flota. Ordenó Morgan que 500 hombres se quedaran custodiando el castillo mientras que el resto, unos 1.200 hombres, le acompañarían en la marcha hacia Panamá, junto a 5 botes y 32 canoas.
Al comienzo el grupo fue dividido en dos columnas. Una avanzaría por el río y la otra iría por tierra. Morgan decidió llevar el menor equipaje posible durante la travesía, incluso comida. Aparentemente, esperaban atracar poblados y apropiarse de lo necesario para el camino.
Ya en el segundo día de viaje tuvieron que dejar las canoas y proseguir la marcha a pie, porque el río estaba muy seco por falta de lluvias. Morgan ordenó dejar 170 hombres, en los barcos para que los guardasen.
Tal decisión sería determinante en los días siguientes. El cuarto día de camino (21 de enero), los filibusteros habían avanzado y comido poco. Esa fecha encontraron un puesto abandonado, pero en el lugar solo había chozas y unas bolsas de cuero esparcidas. Empezaban a pasar hambre. El sexto día llegaron a una plantación donde encontraron sacos llenos de maíz lo que les llenó de alegría. Ese mismo día se enfrentaron su primera emboscada por parte de nativos. Morgan ordenó no perseguirles por la evidente ventaja del conocimiento del terreno de los adversarios. En la posterior jornada llegaron al poblado de Venta de Cruces, que había sido también abandonado. Algunos decidieron, contra las órdenes de Morgan, deambular en los alrededores en búsqueda de comida, pero fueron atacados.
El noveno día (25 de enero), el galés armó un grupo de avanzada conformado por 200 hombres. Esa misma fecha la tropa sufrió otro embate con saldo de 8 muertos y 10 heridos al soportar un intenso ataque de flechas lanzadas por los nativos. Consiguieron saquear algunas granjas, haciéndose con animales que descuartizaron y asaron.
El 26 de enero divisaron la ciudad desde una meseta, que en la actualidad es conocida como Loma de los Bucaneros. Desde allí la avanzada informó que los españoles estaban cortando el camino con “dos escuadrones de caballería, cuatro batallones de infantería y un muy gran número de toros bravos que los indios habían traído, además de algunos negros”, unos 2.800 efectivos.
Los piratas acamparon y planearon lanzar su ataque contra la ciudad al día siguiente 27 de enero. Así llegó el décimo día, cuando Morgan puso a toda la gente en orden y prosiguieron la marcha directamente hacia la ciudad.
Morgan se acercó a los españoles realizó un ataque fingido y se retiró. Al ver la retirada de los asaltantes, el gobernador Juan Pérez de Guzmán ordenó perseguir a los filibusteros en campo abierto dejando sus posiciones. En respuesta, Morgan ordenó a un grupo de tiradores, armados de mosquetes, repeler la acometida de un escuadrón de caballería junto a otro de infantería que servía como apoyo. Al avanzar este contingente sobre un terreno lodoso, tuvieron numerosas bajas ante el certero fuego de los filibusteros. En la acometida murieron al menos 600 españoles.
Ante la derrota inicial, los sitiados recurrieron a un segundo plan que consistía en soltar una manada de vacas y toros contra los atacantes. Con el campo fangoso la táctica no tuvo ningún éxito, pues los animales fueron aniquilados o quedaron atascados. Ante el fracaso, los soldados que estaban en la primera línea de defensa huyeron. La tropa restante se desorganizó, huyó a los fuertes y no pudo reagruparse.
Con esta primera victoria, los piratas avanzaron hacia Panamá. Allí se enfrentaron a la artillería distribuida en la urbe y tuvieron que pelear calle por calle. Al mediodía, y ante la visible derrota, Guzmán ordenó evacuar la población, hacer estallar el polvorín y retirarse a Penonomé. Los piratas tomaron la ciudad a las tres de la tarde iniciando el saqueo. Durante el mismo los piratas encontraron vino, pero Morgan les prohibió tomarlo, probablemente para tenerlos alerta ante un posible contraataque.
Dueños de la ciudad y Morgan ordenó que pegasen fuego a diversos edificios de la ciudad, debido al poco monto de oro y plata apropiado por los asaltantes y al anochecer casi toda la ciudad de Panamá estaba en llamas.
Morgan mandó patrullas por tierra y por mar en los alrededores en búsqueda de riquezas escondidas. En su estancia de casi un mes, se realizaron torturas a algunos prisioneros para obtener más fortuna.
Los piratas partieron el 24 de febrero de 1671. Hubo proposiciones de su tripulación para continuar el pillaje en la costa del océano Pacífico, pero Morgan se negó resueltamente. Los piratas se llevaron consigo 175 mulas cargadas de oro, plata y joyas, además de unos 600 prisioneros entre los que había numerosas mujeres. El 9 de marzo regresaban a Chagres y procedieron a repartirse el botín.
Final de Morgan
Morgan fue recibido con honores en Jamaica, las consecuencias del saqueo de Panamá tuvieron repercusión en el gobernador Modyford. Ante las reclamaciones de España, pues no existía en ese momento conflicto contra Inglaterra, se consideró el ataque como un acto de piratería. Modyford fue llamado ante la justicia británica y fue encerrado en la Torre de Londres por dos años.
El puesto de gobernador fue ocupado por Thomas Lynch quien, para apaciguar las reclamaciones españolas, embarcó a Morgan con rumbo a Inglaterra el 6 de abril de 1672. En espera de su condena, el galés no fue confinado, pues pudo deambular en la ciudad de Londres libremente y nunca llegó a ser procesado. Es más, el rey Carlos II, agradecido por su lealtad, le concedió el título de sir en 1674 y le nombró vicegobernador de Jamaica, cargo del que sería destituido más tarde por abuso de poder. Y es que, una vez instalado en su respetable puesto, el viejo pirata persiguió tenazmente a todos cuantos se dedicaban a sus mismas actividades de antaño.
En cualquier caso, el cese no debió preocuparle, pues a los 39 años era dueño de enormes plantaciones que le hicieron inmensamente rico, y nunca más volvió a hacerse a la mar: hasta su muerte el 25 de agosto de 1688 vivió una confortable existencia en Port-Royal, Jamaica, aunque eso si afectado por su mala salud y exceso de alcohol. El 7 de junio de 1692, un gran terremoto hizo que la mayor parte de Port Royal desapareciera bajo las aguas y con ella la tumba donde estaba enterrado Henry Morgan. El destino de su enorme fortuna sigue siendo un misterio y hay quien aún busca el tesoro escondido, aunque probablemente él mismo lo dilapidó.