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Coste político
Al terminar una guerra todavía quedaban varios elementos que solventar que también ocuparon la atención de Minacomo, por ejemplo, la repatriación de los soldados o el pago las deudas adquiridas por el ejército.
Todas estas cuestiones se resolvían en las negociaciones de paz que llevaban a cabo las potencias beligerantes. Además, era necesario hacer una valoración política, económica y humana de la guerra. El resultado final de una guerra solía estar relacionado con los resultados militares obtenidos y con el tiempo durante el que se había resistido la contienda, y la situación española con respecto a estos dos parámetros en la segunda mitad del 1719 era bastante mala.
En Sicilia, el ejército enviado se encontraba totalmente aislado y los territorios conquistados desde 1.718 iban cayendo poco a poco en manos del Emperador. En la península Ibérica la situación no era más alentadora. Los franceses habían ocupado con suma facilidad Guipúzcoa y habían conseguido penetrar hasta Santoña, amenazaron también la frontera catalana, donde se temía que esta invasión revitalizase las guerrillas austracistas que aún pervivían. Además, los ingleses habían conseguido saquear con facilidad Vigo y los conflictos armados empezaban a surgir también en América, donde la monarquía era especialmente débil. Todos los planes de Alberoni para lograr apoyos y poder conseguir sus objetivos habían fracasado. España se encontraba totalmente aislada.
Ante esta situación los reyes de España no tuvieron otra opción que intentar negociar una paz lo más favorable posible a sus intereses. El primer paso hacia la paz fue la expulsión de Alberoni de la corte el 5 de diciembre de 1719, auspiciada tanto por intrigas exteriores como interiores, en la escena política española personajes como Grimaldo o Ripperdá. La adhesión a la Cuádruple Alianza se formalizó a principios de febrero de 1720, con la que Felipe V se comprometía a evacuar Sicilia y Cerdeña a la espera de realizarse un congreso en Cambrai que cerrase los acuerdos.
En Cambrai los objetivos españoles eran conseguir la sucesión de Parma y Toscana y la restitución de Gibraltar. Para conseguir estos propósitos se volvió a la tradicional alianza con Francia, en la que duque de Orleans había prometido apoyar la restitución de Gibraltar. La celebración del congreso de Cambrai se demoró, entre otras cosas, debido al rechazo de Carlos VI a conceder la investidura de Parma y Toscana al infante Carlos de España, que finalmente acabaría concediendo el 7 de enero de 1724. Las pretensiones del Emperador y de Felipe V chocaban constantemente y las potencias mediadoras, Francia e Inglaterra, no se decidían a actuar firmemente por miedo a que se iniciase una nueva guerra.
La desconfianza de Carlos VI y Felipe V hacia las potencias mediadoras llevó a un giro inesperado en el panorama internacional. El 30 de abril de 1725 se firmaría el Tratado de Viena entre España y Austria, a espaldas de las potencias europeas y del Congreso de Cambrai. En este tratado se ratificaron las renuncias solemnes de Felipe V y Carlos VI a sus derechos dinásticos en Francia y España respectivamente, se concedió la amnistía a los austracistas; se firmó una alianza entre España y Austria, se concedió la investidura de Parma y Toscana al infante don Carlos; se dieron ventajas comerciales a Austria con América; y se planearon enlaces matrimoniales entre los infantes de ambos reinos. Aunque finalmente no se celebraron ni los matrimonios reales ni la alianza sí que se terminaron definitivamente las tensiones entre Madrid y Viena al reconocerse ambos monarcas, cerrando definitivamente un conflicto abierto con la guerra de Sucesión Española.
Coste humano
A pesar de que Felipe V se adhirió a la Cuádruple Alianza a principios de febrero de 1720, las hostilidades en Sicilia no se terminaron hasta el 30 de abril de 1720; cuando llegó una carta en la que se notificaba al marqués de Lede la adhesión de Felipe V a dicha alianza. Ante esta noticia, Lede, Merci y Byng negociaron los términos de la evacuación de Sicilia el 2 de mayo, la cual se llevaría a cabo a lo largo de este mes. En estas negociaciones no se trataron solamente cuándo y dónde tenían que embarcarse las tropas, sino que se abordaron también aspectos económicos y sociales del ejército.
De la evacuación de Sicilia, el marqués de la Mina nos proporciona unos datos detallados sobre el número de personas que evacuaron la isla, un total de 29.363 personas.
Además, durante la guerra los ejércitos perdieron constantemente soldados y no solo por la muerte durante los combates. Las enfermedades solían causar muchas bajas en los ejércitos llegando incluso a ser más mortíferas que la misma batalla. Otras bajas venían dadas por los prisioneros ya fuesen hechos tras una lucha o tras un asedio. Estos muchas veces suponían una carga para los oficiales que estaban obligados a mantenerlos y vigilarlos constantemente, ya que podían llegar a ser peligrosos si eran numerosos. Es por ello que en cuanto se ofrecía la oportunidad, los generales solían acordar un intercambio de prisioneros, siendo la regla general que se canjeasen militares del mismo rango.
También se podían liberar a los prisioneros para evitar los problemas que ocasionaban, como los gastos de su manutención o el control de los apresados, como hizo Byng tras la batalla del Cabo Passaro con la condición de que no tomasen las armas en cuatro meses. Los prisioneros también podían ser asesinados, algo que por lo general iba en contra de las normas morales de la guerra; no obstante a Lede, en una carta, de autor desconocido, antes de partir a Sicilia, se lo aconsejaron, si bien no se ha encontrado ningún suceso similar en esta guerra.
Las bajas también podían ser consecuencia de las deserciones que algunas veces llegaron a ser una verdadera lacra para los ejércitos. Estas solían darse por varios motivos como el rigor de la disciplina, la falta de paga, el reclutamiento forzoso, y la añoranza de la tierra. Ante estas se procedía con rigurosos castigos, generalmente la pena de muerte, como muestra la ordenanza del 27 de febrero de 1720 por la que todo soldado a media legua de su guarnición o hacia los enemigos debía ser ahorcado. El marqués de la Mina no compartió este tipo de castigo, ya que veía más efectivo marcar a los desertores como si fuesen delincuentes para que todo el mundo viese lo que habían hecho, además de prohibirles el acceso a cualquier cargo público.
También se solían publicar amnistías con la intención de reintegrar a los desertores en el ejército. Durante la invasión a Sicilia hay pocas referencias sobre deserciones, salvo tras la decisión del marqués de Lede de no ayudar a Mesina, cuando se desertó por el “desanimo” según Mina. Posiblemente la deserción no fuese demasiado alta debido a que la mayoría de los soldados eran veteranos y no reclutas forzados o mercenarios, y además en ningún momento parece que hubiese carestías de hambre o de dinero entre los soldados.
Hay constancia de un caso particular de “deserción”, pero entre oficiales del ejército hispánico. Cuando Francia declaró la guerra a España en enero de 1719, algunos oficiales franceses pidieron formalmente al marqués de Lede su cese y que los tomasen como prisioneros, puesto que no querían tomar las armas contra su Rey. Esto enfadó mucho al marqués de la Mina porque defendía que al aceptar el oficio dejaban de ser vasallos del rey de Francia para serlo del rey de España. En total Duffy ha calculado que hasta una quinta parte del ejército podía desaparecer debido a enfermedades y deserción.
La guerra solía causar más daños en las zonas rurales que en las ciudades, dado que estas últimas tenían autoridades reconocidas que podían dialogar con los ejércitos. Sin lugar a dudas, fue la población rural la que más sufrió los estragos de la guerra. No obstante, parece que esta contienda no fue especialmente dañina, aunque obviamente también tuvo consecuencias desastrosas. Las muertes de civiles por causas directas del combate, al igual que las muertes de soldados durante el mismo, no fueron muy altas debido a que no se produjeron asedios prolongados a ciudades, y tampoco hubo participación directa de la población en los combates.
Las pérdidas demográficas más importantes se debieron en general a la propagación de enfermedades por las tropas, y aunque Mina no da ninguna referencia a ello en esta guerra probablemente fuese así. Pero no solamente hay que contabilizar las muertes, ya que hubo otros factores que azotaron más a la población, como por ejemplo los hospedajes, las levas, los pagos en metálico a los ejércitos, la devastación de tierras y casas o la utilización de naturales para realizar ciertos trabajos en campaña.
Además, la vida civil se vio perturbada por el cierre comercial que la guerra causó en Sicilia, cuyo alcance no se puede llegar a determinar con exactitud. Un último factor que afectó a la población fue la represión que sufrió la isla como consecuencia del apoyo prestado a las tropas de Felipe V. Según parece, algunos nobles sicilianos perdieron sus haciendas y empleos y se vieron obligados por las autoridades imperiales a pagar una serie de contribuciones “con el pretexto de donativos pero forzosos“.
Hacer una valoración total de los estragos de esta guerra, o de cualquier otra, resulta casi imposible, ya que había factores que afectaban particularmente a la población civil, que no siempre eran cuantificables. El reclutamiento y sus efectos sobre las frágiles y precarias economías campesinas; la presencia de malhechores y vagabundos en filas de los ejércitos; la laxitud por parte de los oficiales a la hora de aplicar la jurisdicción militar; o la delicada cuestión del alojamiento de tropas en casas de particulares, entre otros, suponían una serie de gastos difíciles de determinar. Ni siquiera se podría dar un número exacto del número de muertos, ya que incluso en cuanto al número de las bajas en combate las cifras son muy dispares.
Coste económico
El coste económico es también complicado de valorar por los diversos factores que actúan y son difíciles de percibir. El marqués de la Mina cifraba el coste total de la guerra de Sicilia en 22 millones de escudos, sin contar los gastos de la armada ni los barcos hundidos en el cabo Pasaro. Aparte del dato aportado por Mina, José Jurado Sánchez propone unos gastos de la Hacienda de 205 millones de reales anuales entre 1717 y 1720, 40 millones de reales anuales más que en los años anteriores. Las cifras aportadas no están desglosadas por lo que no se sabe qué tipo de gastos están incluidos en esa información. Aunque aquí solamente contabilicemos el gasto de la hacienda de Felipe V habría que tener en cuenta también el coste económico que supuso a la población de Sicilia y a los propios soldados que muchas veces llegaron a endeudarse para conseguir suministros.
Al abandonar Sicilia las tropas españolas dejaron varias deudas sin pagar, cuestión que no se resolvería hasta la firma del Tratado de Viena de 1725. Como garantía de que se satisfarían estas deudas se quedaron en la isla diversos oficiales del ejército español. Hasta 1725 hay varias cartas enviadas a la secretaria de Estado en la que estos pedían que se solventasen las deudas contraídas con mercaderes o instituciones para poder regresar a España. El mayor problema de estos oficiales se encontraba, no en permanecer en Sicilia, sino en que no les remitían sus pagas.
El total de la deuda contraída estuvo regulado en las capitulaciones pactadas por el marqués de Lede y el conde de Merci el 6 de mayo de 1720, aunque se desconoce la cuantía que estipularon. Se supone que la deuda se fue cobrando de los derechos que tenía el rey en Sicilia, gracias a un informe enviado por oficiales de Felipe V en Palermo, en el que se contabilizan los ingresos del rey y cómo de ellos se iban descontando las deudas contraídas. Con la evacuación de Sicilia y Cerdeña se acabaron las acciones militares, pero no se resolvieron los problemas que había llevado a la guerra. Tuvieron que pasar casi tres años para que comenzase de forma oficial un congreso que no satisfacía a ninguna de las dos partes y que no resolvió ninguno de los problemas.
Finalmente, el acercamiento entre Felipe V y Carlos VI permitió que se firmase la paz tras unas negociaciones. Los resultados de esta contienda fueron negativos, puesto que todo el gasto que acarreó la guerra, tanto material como humano; solamente sirvió para que el futuro Carlos III obtuviese los ducados de Parma y Toscana, sin conseguir ninguno de los otros objetivos planteados por Felipe V. Esta insatisfacción territorial provocaría poco tiempo después una nueva invasión española en Italia dentro de la guerra de Sucesión Polaca.