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Subida al poder
En 1269, la debilitada dinastía almohade sucumbió ante otra tribu bereber emergente, los Banu Marin (benimerines para los castellanos).
Los benimerines eran una tribu nómada bereber del desierto que se ve empujada hacia el oeste con la llegada de los invasores Hilali. Se asentaron en el noreste del Magreb en la época en que Fernando III se preparaba para ocupar Córdoba y dar por finalizada la reconquista y en que la Inquisición comenzaba a perseguir a musulmanes y judíos. Los benimerines comenzaron la yihad (guerra santa), con ayuda de mercenarios cristianos, contra los almohades. Al tomar Fez en agosto de 1248, su jefe Abu Yahya establece la dinastía Marinida.
Desde su capital en Fez, llegaron por el este hasta la actual frontera entre Argelia y Túnez.
Mohamed II rey de Granada pidió ayuda de los benimerines. Las tropas del sultán Abu Yusuf desembarcaron en Tarifa el 13 de mayo de 1275, convirtiéndola en su base de operaciones desde donde saquearon los campos próximos a Jerez de la Frontera entre mayo y julio. Entre agosto y septiembre los benimerines dirigidos por el sultán saquearon las tierras de Sevilla, Córdoba y Jaén; y a su vuelta sorprendieron al adelantado de la frontera en Écija, Nuño González de Lara el Bueno, que fue muerto en batalla.
Cuando Fernando, el hijo mayor de Alfonso X intentó detener la ofensiva, cayó enfermo y murió el 5 de agosto de 1275. Su ambicioso y decidido hermano menor, el infante Sancho (futuro Sancho IV el Bravo), vio llegada su oportunidad y comenzó a actuar como heredero, en perjuicio de los derechos del infante Juan, a quien su padre había tratado de legar los reinos de Badajoz y Sevilla. Reunió un gran ejército y marchó contra los benimerines. Abu Yusuf volvió a saquear los campos de Sevilla y Jerez antes de retirarse, tras conocer que un ejército castellano al mando del infante Sancho se dirigía a su encuentro. Regresó a Marruecos a finales de 1276. Ese mismo año recibió de los nazaríes la población de Algeciras.
En 1279 se entrevistaron Alfonso X y Abu Yusuf en la ciudad de Algeciras para concretar una alianza militar contra Granada. Las tropas castellanas asolaron la Vega de Granada hasta su derrota en el desastre de Moclín en 1280, donde el maestre de Santiago, Gonzalo Ruiz Girón, encontró la muerte junto con 2.800 soldados. Los benimerines atacaron la serranía malagueña, poniendo sitio a Ronda y ocupando Cártama, Fuengirola, Coín y Estepona. La paz se alcanzó en 1281, siendo devueltas las poblaciones a los nazaríes.
La sublevación del infante Sancho contra su padre, el rey Alfonso X en 1282, fue aprovechada por los nazaríes para concretar una alianza con el díscolo infante. Sin embargo, las fuerzas combinadas lo cercaron en Córdoba y saquearon las tierras de Jaén (1282). La siguiente campaña (abril-mayo de 1283) permitió a los benimerines hacerse con las poblaciones de Coín, Cártama, Estepona y Fuengirola; al tiempo que ponían sitio a Málaga. Muhammad II aprovechó la situación para acercarse al hijo de Abu Yusuf, Abu Yaqub, para que intercediera ante su padre para negociar una paz. La acción tuvo éxito y ese año se firmó una alianza, con ello los benimerines rompieron su alianza con Castilla y saquearon las tierras de Sevilla, Carmona, Écija y sometieron a asedio a Jerez. Ese mismo año Granada firmaba una alianza con la corona de Aragón.
Con la muerte de Abu Yusuf en 1286 le sucedió su hijo Abu Yaqub, quien devolvió las plazas conquistadas a Muhammed II, salvo Algeciras, Tarifa y Ronda, y firmó la paz con Castilla. En 1291 Jaime II puso fin a la enemistad con Castilla y firma el tratado de Monteagudo que garantizaba seguir la guerra contra los musulmanes. La situación cambió nuevamente cuando los benimerines rompieron la tregua, Sancho IV y Muhammed II firmaron una nueva alianza por el deseo del granadino de obtener las plazas en el Estrecho en manos norteafricanas.
El rey Sancho IV de Castilla dirigió en persona el asedio a Tarifa. La lucha fue muy dura y en ella participó heroicamente su hermano, el Infante Juan de Castilla; durante uno de los asaltos este fue gravemente herido en la cara por azufre hirviendo. Finalmente, el 21 septiembre de 1292 los castellanos consiguieron forzar su entrada por un postigo de la parte este de la fortaleza, que a partir de entonces se llamó “de Santiago”.
El rey Sancho IV había prometido devolver Tarifa a los nazaríes, a cambio de que estos le ayudaran a conquistar Algeciras y otras plazas; pero una vez la fortaleza estuvo en su poder, el rey de Castilla cambió de opinión, incumpliendo el compromiso.
Ante el incumplimiento del pacto, los granadinos respondieron recuperando su alianza con los benimerines. El rey le encomendó la defensa de Tarifa a los caballeros de la Orden de Santiago. En julio de 1293 el rey Sancho nombró alcaide de Tarifa a Alonso Pérez de Guzmán, conocido como Guzmán el Bueno, buen conocedor de los benimerines, ya que había combatido a su servicio en África.
El infante Juan conspiró contra su hermano, por lo que acabó teniendo que exiliarse en Portugal. De allí Juan pasaría a Tánger, donde se puso al servicio del sultán benimerín. En su periplo por reinos extranjeros, Juan llevaba consigo a Pedro Pérez de Guzmán, segundo hijo del alcaide de Tarifa.
En 1294 el infante Juan volvió a la Península con las fuerzas del sultán Abu Yaqub para organizar el asedio de Tarifa, pero en esta ocasión a favor de los musulmanes granadinos y marroquíes.
El infante intentó convencer al alcaide Alonso Pérez de Guzmán para que entregara la plaza y el alcaide se negó. El infante Juan, aprovechándose de que tenía en su poder a Pedro, el segundo hijo del alcaide, le amenazó con matarlo si no entregaba la plaza.
Desde lo alto de la torre albarrana Pérez de Guzmán le respondió que podían matar a su hijo y a otros cinco más si es que los hubiera tenido, pues en ningún casi le entregaría el castillo. Y se ha escrito que a continuación les gritó: “Si no tenéis un arma para consumar la iniquidad ahí tenéis la mía” lanzándoles su daga. Los sitiadores allí mismo degollaron a Pedro ante la mirada de su padre.
Batalla del Estrecho
Muhammad II había conseguido hacerse fuerte frente a Castilla, aliándose con Aragón y con los benimerines, pero la expansión aragonesa por el reino de Murcia (1296-1300) no sentó bien en Granada. El miedo a tener dos vecinos poderosos llevó al emir nazarí Muhammad III a firmar un nuevo tratado con Castilla (1303), convirtiéndose en vasallo del rey Fernando IV.
En 1308 los reinos de Castilla y Aragón acordaron en el tratado de Alcalá de Henares iniciar la guerra contra Granada. Se aprobó con la anuencia de ambas partes que las tropas del reino de Castilla y León atacarían las plazas de Algeciras y Gibraltar, mientras que los aragoneses conquistarían la ciudad de Almería. En 1309, mediante el tratado de Fez, se unió a esta coalición el sultán benimerín, interesado en recuperar Ceuta. Las operaciones se empezaron ese mismo año cuando la flota aragonesa de Jaime II atacó Almería, mientras los benimerines, con ayuda aragonesa, recuperaban Ceuta, que se rebeló contra el dominio nazarí. Las tropas castellanas, por su parte, emprendieron el sitio de Algeciras.
La situación en las fronteras nazaríes hizo que una facción nobiliaria destronara al emir Muhammad III y proclamara a su hermano Nasr emir. Rápidamente, se puso en contacto con los benimerines, con los que concretó la paz, reconociendo la toma de Ceuta a cambio de la devolución de Ronda y Algeciras, todavía bajo asedio cristiano. La ruptura del acuerdo tripartito hizo que fracasaran tanto el asedio a Almería como a Algeciras (el infante Juan de Castilla desertó del asedio por disputas con su sobrino el rey), que fueron levantados en 1310, los castellanos solo pudieron tomar Gibraltar. La Tregua de 1310 significó la paz entre los contendientes, a la vez que obligaba a Granada a pagar 11.000 doblas en concepto de parias, devolver algunas plazas en la frontera jiennense y aseguraba la soberanía nazarí sobre Algeciras y Ronda. La tregua generó descontento entre ciertas facciones nobiliarias, que encabezadas por Abu Said, Faray, primo de Muhammad II, destronaron a Nasr en favor de Ismail I, hijo de Faray, en 1314.
La situación de tregua fue rota en 1314, cuando los castellanos intervinieron en favor de Nasr, refugiado en Guadix. Sin embargo, los nazaríes de Ismail contaron con la ayuda de Yahya al-Azafi, señor de Ceuta, que logró derrotar a una escuadra castellana en 1316 y sitiar Gibraltar en 1317, aunque no logró tomarla. Los castellanos, dirigidos por el infante Pedro de Castilla, tutor del rey Alfonso XI que era menor de edad, emprendieron una campaña en la frontera del reino de Jaén, logrando tomar varias plazas como Cambil (1316) y Belmez de la Moraleda en 1317.
Batalla de Teba (1330)
La situación anárquica que se vivía en Castilla durante las últimas décadas fue dando paso al afianzamiento del poder monárquico durante el reinado de Alfonso XI. El monarca combinará la coacción con la persuasión, logró poner fin a la alta independencia que habían ganado las ciudades y las Cortes, al igual que logró meter en cintura a la nobleza y enfocar sus ánimos a la conquista de Granada.
Alfonso XI decidió reemprender la conquista en Andalucía, en 1328. Por esos tiempos había interés por parte del monarca de Aragón, Alfonso IV, de iniciar una cruzada conjunta de los reinos cristianos contra Granada.
Los castellanos habían atacado el sector occidental de la frontera granadina con acometidas constantes, que consiguieron tomar plazas significativas como Olvera, Pruna y Torre Alháquime, y en agosto de 1330 comenzaron el asedio de la fortaleza de Teba.
Tan solo una semana después se presentó desde Granada el general Ozmín. Este, con su real plantado en el cercano castillo del Turón, se dedicó, desde el preciso momento de su llegada, a hostigar reiteradamente a las tropas comandadas por Alfonso XI, las cuales tuvieron sensibles pérdidas y sufrieron una general desmoralización.
Junto a las fuerzas castellanas se encontraba el noble escocés sir James Douglas, que se dirigía a Tierra Santa con otros seis caballeros y veintiséis escuderos, portando el corazón embalsamado del rey escocés Roberto I de Bruce. Tras la caída de Acre en 1291, resultaba imposible llegar a Tierra Santa. Enterado de que el Papa había señalado a al-Ándalus como tierra de Cruzada, se dirigió a Castilla para participar en la misma.
Las escaramuzas granadinas siguieron durante varios días sin que los cristianos pudieran entrar en confrontación directa contra sus enemigos, tal como deseaban. Finalmente, Ozmín se la jugó cuando, esperando poder asaltar el campamento cristiano, dividió su ejército en dos. Una parte atacaría junto al río Guadalte en una estratagema que pretendía distraer las fuerzas del campamento castellano, mientras que la parte principal asaltaría el campamento una vez que hubiesen iniciado la persecución. No obstante, Alfonso XI fue consciente de la estrategia y mandó a Pedro Hernández, con hombres a caballo y a pie, a luchar al río. El rey permaneció en el real, armado y con sus huestes montadas.
Cuando las tropas cristianas pusieron en fuga a los musulmanes del río, Ozmín lanzó su ataque al campamento y se encontró la sorpresa que Alfonso XI le tenía preparada. Ozmín fue derrotado en el Real y huyó. Alfonso XI temió porque las tropas de Pedro Hernández, que habían seguido a los fugitivos hasta Turón, quedasen atrapadas en una pinza, envió a Rodrigo Álvarez de Asturias con 2.000 caballeros a socorrerlo. Así saquearon el campamento musulmán de Turón.
Ozmín, derrotado, intentó un último esfuerzo para que las tropas del castillo no se desanimaran. Con el resto de sus fuerzas fue al río, 500 caballeros cristianos le salieron a pie al paso sin mandato del rey. Ozmín le aplico el tornafuye y mató a unos cincuenta, no fueron más por la intervención de los caballeros que el rey mandó. Frente a frente quedaron los ejércitos, cada uno a un lado del río, sin embargo, ninguno atacó. Los musulmanes se retiraron por la noche.
Durante la persecución de los musulmanes se produjo la muerte de sir James Douglas, al parecer, el deceso del noble se produjo cuando este y algunos de sus soldados cayeron en la famosa táctica bereber conocida como karr wa-farr por los musulmanes o torna e fuye por los cristianos; en la que los que huían daban la vuelta envolviendo y masacrando a los perseguidores. Douglas, desconocedor del modo de lucha de los enemigos, vio a uno de sus caballeros rodeado por un grupo de musulmanes que habían dado la vuelta, y trató de prestarle ayuda. Pero pronto se encontró a sí mismo rodeado igualmente de enemigo, casi todos sus hombres resultaron muertos en la batalla. Su cuerpo y el relicario conteniendo el corazón embalsamado de Bruce se encontraron juntos en el campo y cuando el rey nazarí Muhammed IV supo que pertenecía al rey escocés, envió los cuerpos de Douglas y sus hombres a Alfonso XI con una guardia de honor. Fueron llevados a Escocia por los escoceses supervivientes.
Alfonso XI ordenó atacar la villa con los ingenios, manteniendo las tropas en el real por si había un ataque musulmán. Viendo que este no se producía, ordenó el ataque total al castillo. Por una brecha abierta en el muro entraron los cristianos y ferozmente se defendieron los moros. Dura fue la batalla, los moros fatigados fueron a pedir merced al rey. Le ofrecieron rendir el castillo, con armas y pan, si les dejaba marchar. Alfonso XI aceptó. Así se produjo la conquista de Teba.
Como consecuencia de la derrota granadina, y de la muerte del general Ozmín; el 19 de febrero de 1331, se firmó la paz de Teba por la que los monarcas castellano, aragonés y nazarí se comprometían a una tregua de cuatro años y a la entrega de parias al rey castellano por parte del emir granadino.
Batalla del Salado o de Tarifa (1340)
En 1329, benimerines y granadinos atacaron de nuevo a los castellanos, a quienes derrotaron tomando Algeciras. Desde su base en Algeciras, los musulmanes sitiaron Gibraltar (ocupada por los cristianos en 1309, precisamente como medida preventiva ante las invasiones merinines) y la reconquistaron en 1333. La flota castellana del Estrecho, capitaneada por el almirante Alonso Jofre Tenorio, no era lo suficientemente poderosa como para detener el constante flujo de tropas musulmanas hacia la Península, por lo que Alfonso XI de Castilla solicitó apoyo naval a la corona de Aragón. Este accedió a enviar en 1339 una flota de guerra mandada por Jofre Gilabert; pero tras una operación en Algeciras, el almirante aragonés resultó herido por una flecha y su flota se dispersó. Siguió entonces un ataque de los benimerines contra la escuadra castellana, con un resultado catastrófico para esta: todos los barcos menos cinco que pudieron refugiarse en Cartagena, fueron destruidos por los musulmanes y el almirante Tenorio hecho prisionero y decapitado. Castilla quedaba así abierta a una nueva invasión norteafricana.
Esta derrota supuso un severo golpe para los cristianos, pues permitió a los musulmanes desembarcar en el sur de la Península y, a su vez, enviar a tierras españolas todos los refuerzos que desearon sin ninguna oposición.
Lejos de detenerse, los benimerines aumentaron su poder aliándose con el reino nazarí de Granada y, a mediados de septiembre, iniciaron la marcha hacia la ciudad cristiana de Tarifa, la cual sitiaron.
El rey de Castilla, Alfonso XI el Justo, llamó en ayuda a los reinos cristianos. Solamente Portugal, cuyo rey Alfonso IV respondió entonces positivamente y mandó una flota a Cádiz a las órdenes del marino genovés Manuel Pezagno, que se unió a un contingente de 12 naves aragonesas, que ya se encontraban ancladas allí. La corona de Aragón también colaboró con una flota de galeras al mando del almirante Pedro de Moncada, aunque su presencia fue casi testimonial, ya que no intervino directamente en la batalla. Cuanto a las fuerzas terrestres, Portugal se unió a la cruzada aportando 1.000 jinetes y unos miles de peones con el rey a la cabeza. Alfonso reunió sus fuerzas en Sevilla, 14.000 jinetes y 25.000 peones, partiendo en septiembre para socorrer Tarifa. Frente a ellos el doble de fuerzas entre nazaríes y benimerines. El 29 de octubre de 1340 ambos ejércitos se encontraron cerca de Tarifa, separados por un pequeño río: el Salado o Sado en portugués.
Los musulmanes decidieron quemar sus máquinas de asedio para evitar que fueran capturadas y, tras dividir sus tropas en dos campamentos, se posicionaron para plantar cara a las fuerzas combinadas. Por su parte, Alfonso XI sorprendió a sus enemigos al lograr que 5.000 de sus hombres (4.000 infantes y 1.000 jinetes) rompieran de improviso el cerco que había alrededor de la ciudad y entraran en Tarifa para reforzar a sus extenuados defensores.
Abu-l-Hasán desechó la propuesta castellana de librar la contienda en las inmediaciones de la laguna de La Janda, al norte de Tarifa, cerca de Barbate; y prefirió el terreno irregular de cerros, bosques y playas más cercano a Algeciras (en poder musulmán) para de este modo asegurarse la huida en caso de derrota.
Los benimerines disponían casi el doble de efectivos que los cristianos, se situaron en una zona elevada en la margen izquierda del río Salado, con un frente de unos 5 km, desplegaron de la siguiente manera:
- En el centro (alqab) el rey de Túnez, Abu al Hassan, formando una sólida falange.
- En el ala (ayanahaim) izquierda, bajo el mando de su hijo, Aben Omar, caballería magrebí.
- En el ala (ayanahaim) derecha, bajo el mando de Yusuf I rey de los granadinos, la caballería nazarí.
- A retaguardia (sasaca) la caballería magrebí en 5 destacamentos detrás del centro.
Los cristianos disponían de unos 17.000 efectivos, de los que 8.000 eran jinetes, y desplegaron en tres líneas.
- En la delantera o vanguardia iba don Fadrique Alonso de Castilla hijo bastardo del rey con otros bastardos y órdenes militares de Calatrava y Santiago.
- En la medianera o centro Alfonso XI con sus nobles y los concejos andaluces y leoneses y los obispos de Castilla.
- En la zaga o retaguardia Alonso Aguilar con sus mesnadas y fuerzas de Córdoba.
- En la costalera o ala izquierda los el infante don Juan con los portugueses, reforzados por las milicias concejiles de Castilla, se situó frente a Yusuf I.
- En costalera o ala derecha Pero Nicho con los norteños vascos, asturianos y cántabros.
- La costa estaba protegida por don Alonso Ortiz con las armadas de Castilla y Aragón.
Alfonso XI esperó a que el sol no fuera tan molesto para empezar la batalla. Tuvo suerte porque ese día, lunes 30 de octubre de 1340, el fuerte viento de Levante no sopló y ello facilitó los planes cristianos. La batalla la iniciaron los castellanos, la vanguardia o delantera cruzó el río e inició una carga que desbarató caballería pesada de al Hassan, pero los jinetes una vez roto el centro no giraron para atacar las alas, sino que se dedicaron a saquear el campo agareno. Arrasaron el campamento de Abu-al-Hassán matando a sus mujeres, entre ellas a Fátima, su favorita, y apoderándose de todas las riquezas. El rey castellano, disgustado, ordenó perseguir a los saqueadores dentro y fuera del reino y que se devolviera el botín.
Alfonso tuvo más problemas, al disponer de menos efectivos, sus flancos quedaron al descubierto, y fueron rodeados por las alas (ayanahaim) benimerines. Cientos de ellos se arremolinan ante el rey y los suyos. Se entabló una lucha feroz, en la que el valeroso rey de Castilla acudió a los puntos de mayor peligro. El ataque de la zaga o reserva evitó que el rey fuese muerto y estableció la situación.
En el punto culminante los defensores de Tarifa salieron y atacaron la retaguardia musulmana, al mismo tiempo las órdenes de Santiago y Calatrava volvieron al campo y se enfrentaron a la caballería magrebí.
Atrapados entre dos fuerzas, los mahometanos supieron al instante que la contienda estaba perdida, por lo que iniciaron una retirada caótica que acabó con muchos de ellos ahogados en la playa. Finalmente, y ante la huida masiva, los castellanos y lusos destrozaron los campamentos enemigos, donde hallaron inmensos tesoros.
La victoria fue total. Las naves genovesas y aragonesas liberaron a la guarnición de Tarifa por mar, mientras y los ejércitos de los dos Alfonsos persiguieron a sus enemigos.
Nunca más volverán los musulmanes a cruzar el estrecho con esa fuerza y en ese número. En pocos años los castellanos se apoderaron de Algeciras y Gibraltar, aislando a al reino de Granada del norte de África.
Batalla de Antequera (1410)
En mayo de 1408, falleció el rey moro de Granada Muhammad VII, quien tenía establecida una tregua con el rey de Castilla Enrique III. Tregua que, sin embargo, aquel había quebrantado en 1405, al asaltar por sorpresa la fortaleza de Ayamonte (o Aymonte) cercana a Olvera. Posteriormente, su hermano y sucesor Yusuf III, fue elevado al trono granadino desde los calabozos del castillo de Salobreña, donde su hermano lo tenía confinado, sin previa ruptura de tregua, atacó el castillo de Priego, tomándolo y asesinando a la guarnición que ya había capitulado. Este inicuo proceder enardeció el ánimo del infante don Fernando de Castilla, regente de Juan II de Castilla, por lo que, considerando rota la tregua con el rey de Granada, se dispuso a hacerle la guerra, estimando que había llegado el momento de emprender una gran campaña contra los nazaríes.
En los primeros días del mes de abril de 1410, el infante don Fernando estableció su real en el alcázar de Córdoba, donde convocó a Consejo a sus nobles y capitanes, para definir el objetivo de la campaña. Reunido este, opinaron unos que la plaza a conquistar debía ser Baza, por ser tierra llana y más fácil su ataque; otros, que fuese Gibraltar, ya que podría atacarse también por mar con el apoyo de la flota castellana; otros, en fin, que Ronda, por su indudable importancia estratégica; sin embargo, el Infante, con una clara visión de futuro se decidió por Antequera, al estar situada en el centro de la frontera y cuya posesión sería de gran valor y utilidad para ulteriores operaciones. Mientras deliberaban, se recibió la noticia de la caída de Zahara a manos de los granadinos, que mataron a 114 hombres y se llevaron cautivos a las mujeres y los niños. La fortaleza había resistido defendida tan solo por 20 hombres.
El 21 de abril de 1410, salió de Córdoba don Fernando con su ejército, sobrepasando Écija al día siguiente y reanudando su marcha, plantó su real en Alhonoz, ya en el término de Estepa, aunque esperaron a que pasaran las lluvias primaverales y a reunir tropas y equipamiento que venían de Sevilla. Sin embargo, el infante Fernando, deseoso de una victoria rápida que hiciera aumentar su fama, no atendió a razones y partió de inmediato a Antequera, aunque estaba lloviendo diciendo la famosa frase: ”Partimos, señores; crucemos el río; sálganos el sol por Antequera… y sea lo que Dios quiera”.
Llegó a antequera el 26 de abril. Su ejército estaba compuesto según las fuentes “hasta dos mil é quinientos hombres de armas, é mil ginetes, é hasta diez mil peones” 2.500 hombes de armas o caballeros, 1.000 jinetes y 10.000 peones. A continuación procedió a asediar la ciudad.
Para poner fin al asedio antes de que los cristianos se atrincheraran, el rey Yusuf III de Granada movilizó con rapidez 5.000 jinetes y los 80.000 peones que, dirigidos por los infantes Sidi Alí y Sidi Hamet, llegaron a Archidona la tarde del 4 de mayo.
Al día siguiente, se aproximaron a Antequera, produciéndose varias escaramuzas. El día 6 de mayo se produjo una cruenta batalla en el paraje conocido como “La Boca del Asno” al cargar los infantes granadinos sobre las posiciones cristianas en la sierra de la Rábida, mandadas por el entonces obispo de Palencia, Sancho de Rojas.
La batalla estuvo indecisa hasta que llegó el infante Fernando con el grueso de su ejército, poniendo al enemigo en desbandada. Murieron 15.000 musulmanes y tan solo 120 cristianos, entre los que se encontraba don Lope Ortiz de Estúñiga, Alcaide Mayor de Sevilla. Las tropas prefirieron dedicarse a robar los cadáveres y saquear el campamento granadino en lugar de perseguir a los vencidos. Tras el desastre, el emir granadino intentó concertar la paz a través de su embajador, Zayd Al-Amín, pero el regente castellano se negó, determinado como estaba a obtener una gran victoria que le abriera las puertas del trono aragonés.
Encargó don Fernando al tal Juan Gutiérrez de Sevilla, que ya había construido otras para la guerra con Portugal, la construcción, a la mayor urgencia, de dos bastidas (torres de asalto con ruedas). Las bastidas y máquinas de asalto recién construidas, fueron transportadas con un convoy de 360 carretas, escoltado por 1.200 hombres de a pie. El 12 de mayo por fin llegó el equipo de asedio, comenzando una frenética actividad. Tras algunos retrasos, el asalto general tuvo lugar el 27 de junio, pero fue un fracaso: las escalas resultaron ser demasiado cortas para las murallas de Antequera y los defensores lograron quemar una bastida.
Para entretener a las tropas mientras se renovaba el equipo de asedio y mantener al enemigo a raya, el infante Fernando emprendió una serie de correrías por los alrededores de Antequera: se hizo una incursión a Loja y otra a Ronda, que dio como resultado una derrota y fue vengada poco después al desbaratar una celada de los moros de Ronda. El 11 de julio se envió una poderosa cabalgada que durante cinco días causó estragos por tierras de Málaga, derrotando a las tropas que salieron a su encuentro. Entretanto, en la frontera de Jaén, Alonso Fernández de Córdoba derrotó a fuerzas muy superiores del yerno y visir del rey granadino, Mofarrax, en la batalla de Montefrío, dando muerte al comandante nazarí y tomando su pendón.
El emir de Granada pidió de nuevo la paz, enviando de nuevo a Zayd Al-Amín, pero Fernando le exigió unas condiciones leoninas que fueron rechazadas.
El 2 de septiembre los sitiadores lograron privar a la ciudad de su abastecimiento de agua.
Se ideó una estratagema. Desde lo alto de las bastidas, los cristianos comenzaron a disparar contra los guardias que oteaban en lo alto de las torres, hasta que los defensores dejaron de guarnecerlas para evitar las numerosas bajas. Aprovechando la ocasión, la noche del 16 de septiembre varios soldados cristianos se descolgaron desde una bastida hasta la torre más expuesta y la tomaron. Comenzó entonces una feroz lucha cuerpo a cuerpo en la villa que obligó a los defensores a retirarse a la alcazaba, donde pidieron negociar la entrega de la fortaleza a cambio de sus vidas, familias y bienes. Se acordó respetar sus vidas y bienes y permitirles retirarse a Archidona, para lo cual se les prestaron 1.000 bestias de carga. El 24 de septiembre salieron 895 hombres con 770 mujeres y 863 niños.
Los benimerines propusieron una alianza contra los nazaríes. El 10 de noviembre se acordaron 17 meses de tregua con Granada, ahorrando así 20 millones de maravedíes en mantener el ejército y logrando la liberación de 300 cautivos cristianos.
La batalla de la Higueruela o de Elvira (1410)
Tras la toma de Antequera, en 1410, la lucha contra los musulmanes españoles quedó prácticamente paralizada durante los reinados de Juan II y de Enrique IV. Estos dos débiles monarcas, enredados en guerras civiles y dinásticas, apenas inquietaron a los nazaríes granadinos, cuya debilidad era notable a causa de un progresivo aislamiento del mundo musulmán magrebí, de su evidente pequeñez geográfica y de sus disensiones civiles, aún más graves que las castellanas.
Hubo, sin embargo, un momento durante el reinado de Juan II en que pareció que los días de la Granada Nazarí estaban contados. En 1431, el rey acaba de hacer las paces con los infantes de Aragón, contaba 25 años y, por un momento, se sintió lleno de ardor guerrero y dispuesto a ensanchar su reino a costa del reino musulmán.
El Juan II decidió atacar a los granadinos, por lo que el 11 de marzo de 1431 salió de Palencia hacia Medina del Campo. Las tropas se fueron preparando. Estando en Villa Real (Ciudad Real) conoció la noticia de que Muhammad IX de Granada que tenía prisionero en Salobreña al rey Chiquito lo había mandado ejecutar. El 24 de abril, vísperas de San Marcos, ocurrió un terremoto y el rey castellano lo vivió en Ciudad Real.
Poco después el condestable don Álvaro de Luna, que mandaba la vanguardia con una fuerza de 3.000 jinetes y 5.000 infantes, entró en territorio granadino por Alcalá la Real y situó su campamento cerca de Íllora, atacó a los musulmanes, y continuó su campaña por otras tierras granadinas y malagueñas. Los enfrentamientos por el control de Granada entre Muhammad IX y sus oponentes favorecía a los cristianos. Llegó a las puertas de Granada con un mensaje enviando al rey moro invitándole caballerosamente al combate, esperó un día y una noche en un cerro, después regresó a Antequera.
El rey salió de Córdoba el 13 de junio de 1431 y espableció su real (campamento) en el castillo de Alvendín, donde esperó al condestable.
Cerca de Alcaudete descansaron y organizaron las tropas, tres ejércitos castellanos se internaron en territorio musulmán, uno en la Vega de Granada; otro en la serranía de Ronda, y el tercero en la zona de Montefrío, un cuarto se quedaría en Alcalá la Real:
- Don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, se dirigió con su unidad a los alrededores de Montefrío, donde quemaron mieses, alquerías y bosques.
- Don Diego de Rivera y don Juan Ramírez de Guzmán, comendador mayor de Calatrava, la serranía de Ronda.
- Don Álvaro de Luna, como máximo mando del ejército, conduciría a la vanguardia del ejército descendiendo la Sierra de Parapanda, en dirección a la Vega de granada, para asentar el real (campamento) castellano en un lugar cercano a la actual Maracena.
- Don Pedro Ponce de León, conde de Medellín, se quedó en Alcalá la Real con la misión de proteger las provisiones que llegasen desde Córdoba, así como mantener seguro el camino de regreso a Castilla.
Así, ordenada la fuerza, se puso en movimiento en la mañana del lunes 25 de junio. Franqueó felizmente Puerto López, entre la sierra de Parapanda y los Montes de Mochín, que era la natural división entre las tierras de Granada y Castilla. Se detuvo para pasar la noche en la ribera del Cayena, uno de los arroyuelos que afluyen al río de Mochín, cuya fortaleza no atacó don Juan, porque estaba muy bien defendida, limitándose a talar las campiñas vecinas y destruir las cortijadas y alquerías de los alrededores.
El ejército principal, cuya vanguardia estaba mandada por el condestable Álvaro de Luna, penetró y estableció su real campamento en Moclin, después en Mallerena y finalmente cerca de Sierra Elvira, a unos 10 km de Granada. Por eso se habla de la batalla de Sierra Elvira, aunque sea más conocida como batalla de la Higueruela, por haber sido una higuera lo único que quedo vivo sobre el campo de batalla tras el feroz encuentro. El campo de batalla estaría situado entre las estribaciones de sierra Elvira y el río Genil, en el que hay un estrechamiento de 2 km.
Cuando estaban asentando los reales, se presentó la caballería musulmana, entrando en combate con la vanguardia mandada por don Álvaro de Luna, acudiendo en su ayuda Pedro de Velasco, conde de Haro, que los pusieron en fuga.
El 28 de junio, don Juan dispuso que se asentase el real junto a la Alcarria-Alforra, en un cerro situado por encima de Pinos Puente. Los artilleros cristianos, al mando de Juan de Silva y del conde de Cifuentes, derribaron la torre de Pinos Puente asegurando la retaguardia y el avance del real a las faldas de Sierra Elvira. El mismo día, fue atacada y capturada por los castellanos la Torre de Pinos, que defendía el puente de acceso a dicha villa.
El 29 de junio comienzan las escaramuzas con los musulmanes. En este momento apareció en el campamento cristiano un infante moro llamado Benalmao, hijo de Mahomed, que por derecho tras la muerte del Chiquito era el verdadero rey de Granada, y fue recibido por Juan II. El motivo de su visita al campamento cristiano era solicitar el apoyo de los cristianos para conseguir el trono de Granada.
El campamento se trasladó al pago de Marachuchit, cerca de Elvira, y se instaló con su correspondiente palenque (empalizada) entre Atarfe y Pinos. La ciudad de Granada estaba muy poblada por las muchas gentes que en ella se habían refugiado por los ataques realizados en la zona.
Hubo agrupamientos de tropas y ligeros combates. Con las primeras luces del alba del domingo día 1 de julio, se dirigieron el maestre de Calatrava don Luis de Guzmán y sus hombres al pago de «Andaraxemel» (Peligros) para seguir saqueando y reconociendo la zona. Una fuerza musulmana capitaneada por un caudillo que los castellanos llamaban «el Cojo» salió a hacer frente a las fuerzas castellanas consiguiendo cercarlos.
Enterado de eso, el rey envió una fuerza de auxilio bajo el mando de los condes de Niebla, Ledesma y Castañeda con 2.000 jinetes, que también fueron cercados.
A mediodía supo don Juan que toda la fuerza nazarí se había desplegado en la Vega, en orden de batalla, y que las tropas del maestre y las que habían ido en su ayuda unos 2.000 hombres al mando del conde de Niebla don Enrique de Guzmán; no podían romper el cerco que los granadinos le habían puesto y estaban a punto de sucumbir. Entonces ordenó al condestable Álvaro de Luna que con 800 jinetes, acudiese con su gente en socorro de los cercados y que protegiese su retirada hasta el campamento, ya que no estaba en sus cálculos dar la batalla aquel día y nada había dispuesto ni previsto para ello.
No obstante, el monarca mandó tocar zafarrancho, ordenando a sus hombres que estuviesen prevenidos por si fuera preciso acudir en auxilio del condestable, con todo el ejército.
Cuando el condestable vio las formaciones granadinas dispuestas para combate, comprendió que no era posible eludirlo y decidió librar inmediatamente la batalla y así lo comunicó al Rey, pidiéndole que acudiera pronto con toda la fuerza que había en el real (campamento).
Los granadinos es muy probable que desplegasen en la forma tradicional: con una almogadama o vanguardia compuesta de tropas ligeras, la alqab o centro en el que se situarían las tropas de rey y la sasaca o retaguardia compuesta por jinetes, que se situaría detrás la parte más estrecha con el fin de contrarrestar las penetraciones y formar una segunda línea defensiva.
Los castellanos desplegaron también de la misma forma: La delantera o vanguardia mandada por Álvaro de Luna, la medianera o centro, la zaga o retaguardia, a los costados, las costaneras o flancos, posiblemente mandados por don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro y don Diego de Rivera.
Don Juan, que tenía dispuesta a su gente, avanzó con sus escuadrones contra el enemigo, desbaratando fácilmente a su vanguardia, compuesta por fuerzas bisoñas que carecían de entrenamiento y estaban mal armadas. Entró en combate la fuerza que venía con el Rey y chocaron los caballeros castellanos con la caballería granadina, que conocía la maniobra y era muy aguerrida, manteniendo empeñada lucha, hasta que, tras penoso esfuerzo, los cristianos lograron romper el frente musulmán por diversos sitios y dividirlo en varios sectores.
Al advertir los granadinos que su línea había sido rota, y que iban a ser copados, iniciaron un repliegue con ánimo de reagruparse y contraatacar formando un frente compacto; pero no lograron su propósito, porque los castellanos los acosaron y no les dieron ni tiempo ni espacio para reagruparse. El maestre de Calatrava mandó cargar contra sus sitiadores y rompiendo el cerco se unió al combate.
El repliegue se transformó en retirada y la retirada en franca huida. Tras la derrota de los granadinos, su real (campamento) fue saqueado y destruido, haciendo prisioneros a los soldados que lo guarnecían y no habían perecido en la acción, sufriendo baja cerca de 12.000 hombres en la batalla.
Fuentes árabes aseguran que «nunca el reino de Granada padeció más notable perdida que en esta batalla«.
Juan II no sacó provecho de su victoria, mal aconsejado por algunos de sus nobles, celosos de la gloria que en aquella jornada se habla ganado el Condestable, decidió levantar el campo y replegarse hacia Córdoba, con el pretexto de que eran escasas las provisiones. Se contentó el rey con imponer un nuevo rey en el trono granadino a Benalmao, llamado Yusuf IV, como nuevo sultán de Granada, con el fin recibir su homenaje y sus parias (tributos).
La desunión interna impidió que se aprovechase la ocasión y se tomase Granada. Esta, además, se encontraba más desprotegida, puesto que un terremoto, que había sacudido toda la provincia, había cuarteado algunas torres y murallas y dañó considerablemente uno de los palacios más bellos, el palacio de Alixares, aunque no los del Alhambra. Este terremoto fue interpretado como un mal designio.
En las décadas siguientes, los enfrentamientos internos en Castilla impidieron reanudar importantes operaciones militares sobre Granada hasta la conquista por los Reyes Católicos.