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Primeros ejércitos cristianos
Los primeros ejércitos tuvieron la influencia de la organización militar visigoda, que estaba compuesto, en origen, por dos tipos de tropas: las permanentes y las levas movilizadas para una campaña específica. El comandante en jefe del ejército era el rey, seguido en jerarquía por los dux, uno en cada provincia. Por debajo de los dux estaban los comes exercitus y siguiéndoles en jerarquía los thiufados. Estos últimos mandaban sobre unos 1.000 hombres; a continuación se situaba el quingentenarius, mando sobre 500 hombres, los centenarius, que ejercía su mandato sobre 100 hombres, y el decanus, sobre 10. El rey tenía una guardia personal, llamados los regis fidelis, también conocidos como gardingos. Esta guardia personal estaba formada por hombres a los que se les entregaban tierras por su servicio, el beneficium, que comportaba una especial sujeción al monarca por un compromiso personal de fidelidad.
Además, existían los ejércitos de los grandes nobles, formados por hombres libres, los bucelarios armados a costa de sus señores. Wamba organizó una guardia personal formada por nobles, los spathari. Otro tipo de fuerzas eran los leudes, hombres unidos al rey por un compromiso de fidelidad para defender la frontera. A la manera de los colonos de los limes romanos a los que se le entregaban tierras reales en las fronteras para que las defendieran.
Los primeros ejércitos cristianos siguieron esta organización pero con matices, los comites, duces y gardingos serán suplidos por viros, bellatores, milites, caballeros, pedones con funciones parecidas. Se continuó en los primeros años de la monarquía astur con la obligación de acudir al ejército del rey para todos los hombres libres, también se continuó con la práctica de compensar con la entrega de tierras a cambio de una colaboración militar ecuestre a los infanzones.
Aquellos campesinos libres que no poseen los medios y los recursos necesarios para acudir a la llamada del rey, participan con el desembolso del equipo de aquellos que prestan personalmente su servicio, el fonsado. También estaban los que debían ocuparse, personalmente, de la vigilancia de las torres y fortalezas (anubda), documentado desde principios del siglo IX. Estaban obligados a construir y mantener los castillos bien trabajando directamente “labore ad castellum” o por medio del pago de impuestos “structione castellarum”, este servicio se llamaba la “castellaria”.
Otras figuras que aparecen dentro de esta peculiar organización defensiva-ofensiva son:
- Mesnadero: comandante de la mesnada, compuesta de peones y jinetes.
- Decenario: Posiblemente su segundo en el mando.
- Anubdator: Para algunos autores sería el encargado del alistamiento, para otros de la vigilancia.
- Sayones, añafiles y atalayeros estaban destinados a transmitir las órdenes y dar la alarma haciendo sonar sus cuernos de guerra, servidores de abnudas y de almenas, encargados de la alimentación y la fortificación, escoltas para la seguridad y escuderos.
- Atabalero (que toca el atabal o tambor), cetratos (que llevan una lorica), lanceros, arqueros, etc.
A principios del siglo XI aparece un cuerpo de élite profesional, que era denomidad “militia regis”.
Los datos disponibles para reconstruir la panoplia y vestimenta de los guerreros durante la los primeros siglos de la reconquista son extremadamente escasos, es muy posible cada soldado llevase lo que pudiera conseguir, dado la escasez de todo, y más aún de caballos. En el desierto del Duero, el ganado silvestre y el caballo cimarrón recuperaron sus antiguos pastos. Tan solo algunos grupos ganaderos vivían a salto de mata aprovechando esos pastos con sus ganados y capturando a los silvestres, de una manera muy similar a como lo habían hecho las tribus nativas. Estos grupos ganaderos tuvieron un papel muy importante en la reconquista, no solamente proporcionaron caballos, sino que eran la vanguardia, los conocedores del terreno, los rastreadores y los informadores.
Para hacernos una idea del valor de un caballo en aquella época, tomemos como referencia los valores de otros bienes: “Un buen caballo costaba 100 sueldos, y, sin embargo, por esa misma cifra se compran 100 ovejas, de 12 a 20 bueyes o alrededor de 25 asnos, o a la inversa se podían adquirir una iglesia, un monte y un molino”.
Solamente a partir de mediados del siglo XI, con Alfonso VI, se empezaron a ver ilustraciones de los ejércitos cristianos.
Estructuras
A nivel general, existían tres estructuras en los ejércitos cristianos en función de la naturaleza de las operaciones a realizar, ofensivas, defensivas y de vigilancia.
Operaciones ofensivas
Para este tipo de operaciones se empleaban las huestes o fonsado, se llamaba fonsadero a la paga que recibían. El fonsado recibe su nombre del primer rey que hizo este tipo de movilización general de la población. Un ejército expedicionario tipo estaría conformado por la conjunción de fuerzas asoldadas de caballería y diferentes contingentes de infantería especializada (ballesteros, lanceros, arqueros), todos directamente contratados por la administración central o a través de la mediación de las comunidades locales y de los centros urbanos.
Operaciones defensivas
Para la defensa del territorio, el complemento necesario a las tropas asoldadas, se encontraba en el recurso a las diferentes tradiciones locales de movilización general de servicio obligatorio, conocido como apellido; que dieron pie a cuerpos de milicias urbanas, costeados directamente por los propios municipios y señores feudales, aunque generalmente se canjeaba el servicio obligatorio a través de remisiones pecuniarias.
Operaciones de vigilancia
Para este tipo de operaciones existía la anubda que era un servicio de vigilancia y guardia militar desempeñado en los castillos fronterizos y en las ciudades y sus afueras y que solía realizarse a caballo. El término procede del árabe al-nubda (invitación) y, a menudo, aparece en los documentos medievales con el nombre de vigilia y, en Cataluña, como guatia, guarda o mirall. En la Baja Edad Media recibió en Castilla los nombres de robda o arrobda, por derivación del término árabe al-ribat, fortaleza que servía de retiro religioso y que solía situarse en las fronteras.
Estaban obligados a cumplir este servicio todos los infanzones y caballeros del reino y las poblaciones cuyas cartas puebla o fueros municipales no eximieran a sus pobladores de su cumplimiento. Durante la Baja Edad Media en los reinos de Castilla y de Navarra la anubda pasó a ser el pago en metálico que, en concepto de multa, penaba el incumplimiento de la obligación de vigilancia. Progresivamente, esta multa se convirtió en un tributo pecuniario que redimía la prestación del servicio.
Reclutamiento
Los ejércitos se componían de cinco cuerpos claramente diferenciados: Los vasallos del rey, las mesnadas, las Órdenes Militares, las milicias urbanas, y las hermandades de autodefensa.
Los vasallos del Rey
Eran caballeros que habían jurado fidelidad directa al monarca y que, a cambio de los feudos recibidos, debían realizar las correspondientes prestaciones de índole militar. Debían de hacerse acompañar por un ballestero y un lancero, constituyendo así una unidad de combate denominada “lanza castellana” (distinta de la francesa, integrada por seis hombres, y de la borgoñona, formada por nueve), cuando se producía el llamamiento del rey, debían combatir sin soldada durante noventa días.
Las mesnadas
Eran ejércitos privados de los grandes nobles. Estos cuerpos se formaban con la renta de sus señoríos, o debido al poder militar de convocatoria que tenían en ellos, y a las mercedes y cantidades que en muchos casos seguían recibiendo del rey, aunque esto último era secundario. Estas tropas nobiliarias, basadas en la caballería pesada, alcanzaban proporciones importantes. De hecho, fueron frecuentes mesnadas de 150 a 400 hombres de armas entre los nobles castellanos, alcanzando su punto culminante en el caso de algunos grandes señores, como el arzobispo de Toledo, capaz de movilizar la fantástica cifra de 1.000 caballeros y 1.000 peones.
Quienes servían en las mesnadas eran llamados mesnaderos y recibían un salario específico llamado mesnadería.
Las órdenes Militares
Estas instituciones, tan características de la Edad Media, habían conseguido grandes señoríos como consecuencia de la Reconquista, especialmente en las tierras situadas entre el Tajo y la línea Guadiana-Jucar. Pero, a cambio de esas prebendas, debieron un servicio militar a la Corona, cumpliendo así la función para la que habían sido creadas y proporcionando contingentes superiores incluso al de los grandes nobles. Así, la Orden de Santiago, fundada en 1170 y la más importante de las existentes en España, era capaz de proporcionar 1.200 lanzas y 2.500 peones, mientras que las de Calatrava (1157) y de Alcántara (1175) proporcionaban un contingente similar entre las dos. La Orden de Montesa actuaba en Aragón, en Portugal actuaban las de Christo, Abis y la de San Juan. Las fuerzas de las Órdenes Militares estaban compuestas de los frailes caballeros que integraban la caballería pesada o lanzas, disponían de tres monturas y eran el cuerpo de élite; después estaban los frailes soldados que eran la caballería ligera y disponían de una sola montura; detrás estaban los vasallos de su jurisdicción, reclutados en las diferentes encomiendas de la orden eran caballeros villanos y peones de leva; también podían sumarse voluntarios en tiempos de Cruzada, acogidos a las indulgencias plenas que otorgaba el papa en caso de perecer combatiendo contra el Islam.
Las milicias urbanas o concejiles
Las leyes castellanas obligaban al servicio militar a todos los varones de 16 a 60 años de edad. Aparecieron en el siglo IX en León, extendiéndose a Aragón. No obstante, lo habitual era que los llamamientos regios no afectaran a todo el vecindario, sino que se establecieron cuotas. Dentro de este grupo había dos componentes claramente diferenciados. El primero estaba formado por la caballería villana, formada por individuos jurídicamente libres, pero no nobles, que, por poseer ciertos niveles de riqueza, accedían a la caballería, y se veían obligados a prestar servicios militares a su costa. A cambio de sus servicios recibieron ciertos privilegios del rey, como la exención de algunos impuestos. Combatían con armas ligeras y montaban a la jineta. La otra manifestación de las milicias concejiles eran los peones, en la que servían la mayoría de los integrantes de las milicias concejiles. La mayoría de ellos eran simples lanceros, pero había también contingentes importantes de ballesteros, que tenían mejor entrenamiento, hasta el punto de que, en algunas ciudades como Baeza o Calahorra, formaban cofradías.
Las milicias concejiles surgieron estimuladas y amparadas por los soberanos de los distintos reinos, para no depender del poder de los nobles ni de las cortes, que inevitablemente disminuía el poder Real. De esta forma se imponían a los concejos, dependiendo de los distintos fueros. Aunque lo más llamativo de la aportación de las milicias de los concejos puede estar con su presencia en las batallas de Alarcos (1195) y las Navas de Tolosa (1212), su mérito estuvo en su capacidad para resistir la presión musulmana en las fronteras y no en las grandes acciones bélicas.
Las milicias acudían al campo de batalla portando sus propios estandartes, armas, mandos de guerra, y formaciones militares. Dándose la paradoja de ver campesinos mal armados (noveles), al lado de algunos armados como los caballeros (veteranos), formando en la misma línea de escudos. No estaban uniformados y cada uno vestía como podía.
Las hermandades de autodefensa
En Cataluña se denominaron somatenes, procedían de los territorios “no concejiles”, cuya aportación se efectuaba a través de diversas hermandades o juntas territoriales: Galicia, Asturias, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Se trataba de un contingente muy numeroso, con fama a la vez de aguerrido y poco disciplinado, e inseguro si no recibía el sueldo puntualmente, tanto del rey, durante la campaña, como el estipulado por las autoridades de su región o localidad de origen. Isabel la Católica estableció la Santa Hermandad, unificando todas las existentes, creada para no depender de la nobleza, tenía como misión la persecución de delincuentes y era el embrión del ejército regular. Inicialmente, fueron 2.000 jinetes distribuidos en pequeños destacamentos bajo el mando de experimentados capitanes. Pronto alcanzaron mayor volumen y en la guerra de Granada pudo participar con un cuerpo de 10.000 hombres.
Los homicianos
Los homicianos eran aquellos hombres culpables de un delito criminal que se redimía de las penas debidas, no de las responsabilidades civiles, prestando servicio militar a su costa durante cierto tiempo en algún castillo fronterizo que hubiese recibido privilegio del rey en ese sentido. El riesgo continuo y la gratuidad del servicio justificaban el perdón y, una vez cumplido su tiempo, el criminal era libre de los cargos que contra él pesaban mediante carta real expedida a la vista de la que el alcaide de la fortaleza le había dado para probar su buen cumplimiento. Los Reyes Católicos fijaron como tiempo mínimo de servicio los nueve meses.
No es fácil precisar mucho la importancia numérica de los homicianos en la guerra, aunque es posible que unos 1.000 participaran en cada una de las tres campañas de la conquista de Granada.
Organización
La organización de los ejércitos cristianos pudo tener base decimal, con unidades de diez, cien, quinientos y mil hombres herencia de la estructura visigoda.
Formaban por huestes o mesnadas de una misma procedencia y bajo sus propios pendones o banderas.
A partir del siglo XII, se empieza a emplear la lanza, que estaba formada por un caballero con al menos dos cabalgaduras y varios sirvientes.
Para el noble guerrero medieval, toda su vida giraba alrededor del caballo y con las armas en la mano; la guerra era su oficio, su ocupación y su distracción. El aprendizaje real del arte de la guerra se hacía en la misma guerra; sin embargo, puesto que batallas y guerras no tenían lugar muy a menudo, la práctica de la caballería tenía que conseguirse en otros lugares y el entrenamiento por otros medios: de ahí la necesidad de comenzar muy pronto, casi al inicio de la adolescencia. El camino para ser nombrado caballero comenzaba cuando el aspirante, de ascendencia noble, entraba al servicio de un caballero como escudero. El caballero hacía las veces de tutor y maestro.
El entrenamiento del joven residía en un constante y prolongado ejercicio de la monta de caballos, carga con la lanza, aprender la esgrima de la espada desde la silla y saber dominar y ejecutar maniobras a caballo. La instrucción en armas a caballo sería completada con un entrenamiento igual en armas para luchar a pie. Con ello se insistía en crear unos buenos conocimientos de base, en un lento madurar, en la progresión en la asunción de responsabilidades y en ir acumulando las experiencias con el transcurso de los años. La transmisión verbal de los conocimientos, así como una constante práctica, permitían que los jefes militares adquieran su propio bagaje conceptual sobre tácticas y estrategias militares.
El escudero montaba la segunda montura, solía ser de origen noble a la espera de ser armados caballeros o guerrero profesional, o sirvientes a sueldo de su señor; su armamento era de características similares a la de los caballeros, pero de confección más modesta o antigua, igualmente usaban cota de mallas, casco, lanza y espada; en combate, solían formar en las líneas posteriores de cada haz, o en los flancos; sus caballos no eran destreros, pero sí que podían ir ligeramente protegidos y armados en función de sus posibilidades económicas. No solían formar parte de la caballería, sino que realizaban funciones auxiliares. En el caso de Castilla, a parte del escudero había un lancero y un ballestero o arquero, (en el resto de Europa, las lanzas constaban de hasta 9 sirvientes).
Para el combate se disgregaban, los caballeros se reunían en grupos llamados haces (en Francia se denominaban conrois), que eran un número variable de caballeros en torno a su pendón. Estaban frecuentemente ligados por relaciones de vasallaje o familiares, que se entrenaban y combatían juntos, su educación militar ponía énfasis no solo en la destreza con las armas, sino también en la capacidad de actuar como un equipo con férrea disciplina y lealtad a los compañeros. Varios haces formaban una bandera, que eran vasallos de un noble de un rango superior o de una orden militar. Varias banderas se reunían en lo que se denominaba una batalla (de aquí el nombre de batallón) mandada por un alto dignatario. Varias batallas constituían una hueste o ejército
A partir de los Reyes Católicos se crearon las compañías, que estaban formadas homogéneamente de 100 caballeros, distribuidos en cuatro escuadras de 25. Aparte como oficiales tenían un capitán (que viene de caput o cabeza) elegido entre los caballeros de mayor prestigio e intachable conducta, que hubiera servido seis años y tres como alférez; un teniente (viene de lugarteniente o segundo jefe); un alférez (viene de aquilifer romano) que era el que transportaba estandarte y un trompetero. Las escuadras estaban mandados por cabos de escuadra.
Esta composición de la compañía fue pasada a la infantería e incluso las compañías de mar o infantes de marina.
Composición
Los ejércitos cristianos, al igual que los musulmanes, se componían de caballería, infantería y al final de artillería.
La caballería
Existió dos tipos de caballería: ligera y pesada.
En un principio, la caballería cristiana debió ser importante la influencia musulmana, junto con la perduración de viejas tradiciones visigodas, normalmente los jinetes eran de origen noble, los únicos que podían permitirse el caballo y su equipamiento.
Al llegar el siglo X, una creciente necesidad de caballería para las cada vez más numerosas guerras con los musulmanes, y los nuevos contextos socioeconómicos que creó la repoblación de los territorios ganados a los musulmanes, posibilitaron la aparición de una nueva clase de caballeros no nobles. Los repobladores se convertían en propietarios de terrenos rústicos, con los que podían afrontar los gastos de tener un equino y armamento, usados para defender estas tierras en calidad de guerreros a caballo. En todo documento, villano designa a cualquier habitante de una villa, indistintamente de su tipo. Iban armados con una lanza jineta no muy larga y que acometía de arriba hacia abajo y también podían llevar varias azagayas o jabalinas. Por tanto, el caballero villano o caballero pardo era el habitante de una villa que poseía caballo y armas. Los caballeros villanos ganaron privilegios y llegaron a ser equiparados legalmente a los infanzones, la baja nobleza, aunque por supuesto sin título. Los caballeros villanos de las zonas fronterizas, se encargaron de organizar a las milicias de concejo cuando era menester hacerlo.
Al objeto de hacer apetecible conseguir este estatus, a los caballeros villanos se les otorgaban ciertos privilegios; así, ni el caballo ni el armamento podía ser embargado por deudas y estaban exentos de algunos impuestos, en concreto el de yeguada; incluso tras la muerte del caballo, si ocurría en un lance de guerra, se les permitía un tiempo para volver a hacerse con otro animal; gozaban de un estatuto jurídico especial que reducía las penas para los caballeros respecto a los peones para ciertos delitos, y en los juicios podían exigir la presencia del alcaide: además, el carácter de caballero villano se extendía a los hijos y lo mantenía la viuda mientras que no contrajera nuevo matrimonio.
El rey Alfonso VI realizó el primer plan ordenado para dotar con armas y caballos a hombres que no podían hacerse con ellos.
A partir del siglo XIII los caballeros villanos comenzaron a percibir soldadas como la caballería de linaje.
A partir del siglo XI se produjo en los reinos cristianos una fuerte irrupción de elementos europeos: la cota de malla con capucha para la cabeza, se hizo más frecuente; en Aragón y luego en la Meseta, se introdujo el escudo en forma de cometa, apto para la caballería, pequeño al principio, con el paso del tiempo fue creciendo en tamaño y desplazando al pequeño escudo circular. Los jinetes adoptaron una posición distinta en la nueva silla arzonada o gallega con los borrenes elevados, con las piernas estiradas, más apta para el combate de choque. También apareció la lanza caballera mucho más gruesa y un poco más larga que todavía no se emplea en ristre y que iba a mejorar el choque. Poco a poco, estas innovaciones se extendieron también a los reinos musulmanes, que también adoptaron la costumbre de llevar la cota de malla visible por encima de la túnica. Con almofar o aventail que es cofia de malla que protege la cabeza y cuello, algunos llevaban casco cónico sobre el almofar, también aparecieron las brafoneras que protegen las piernas.
En el siglo XII la cota de malla se alargó hasta la rodilla, mientras que un pesado yelmo aparece en la cabeza; se fueron añadiendo a la panoplia los mitones (medio guante que solo protege la parte superior) luego los guanteletes completos o luvas, los gambesones (viene de gambois que significa borra) eran jubones acolchados y las sobrevestas de lana o de lino.
Finalizado el siglo XIII, aparecen las primeras armaduras de planchas, piezas cada vez más blindadas, más numerosas y perfectas que resguardan toda la zona del cuerpo: Coraza, escarcelas para las caderas, quijones para los muslos, y yelmo cilíndrico.
También se protege al caballo, lo que hace que se necesiten caballos cada vez más potentes llamados destreros que eran muy caros, llegando a costar hasta diez veces más que un caballo común. Disponían también de un segundo caballo llamado de andadura, rocín o palafrén. El palafrén, que era un caballo más tranquilo y menos robusto que un corcel, pero más rápido. Solía utilizarse para viajar, para cazar y para desfiles.
La caballería pesada (cavalls armats en Aragón) tenía una función rompedora de las formaciones enemigas, avanzaban al paso para no perder la cohesión y cuando estaban cerca del enemigo, se ponían al galope, embistiendo a la formación enemiga.
La caballería pesada formaba en línea de batalla con 3 o 4 de fondo (un kilómetro de frente era cubierto con 2.000 caballeros. La línea se formaba por sectores o haces, empezando por la derecha. Más tardes estos sectores se denominarían escuadras.
Después del primer choque, la primera línea se retiraba para dejar campo al asalto de la siguiente carga. Los caballeros del primer choque se reagrupaban, siguiendo el estandarte de su señor, tras la protección de la infantería, y se preparaba una nueva carga. Cuando la lanza se rompía, se desenvainaba la espada o se combatía con maza contra los infantes u otros caballeros enemigos.
La carga tenía como objetivo principal romper el frente enemigo, y las sucesivas oleadas debían lograr ese objetivo; es por ello que la sincronización de las mismas era de vital importancia, puesto que podía decidir el destino final de una batalla: golpear con dos cargas muy consecutivas podía implicar que los caballeros de la primera no se hubiesen retirado todavía del campo, y que la fuerza de la segunda oleada se debilitase intentando evitar el choque con los caballeros amigos. Por el contrario, demasiado tiempo entre las sucesivas cargas dejaría al enemigo la posibilidad de reagruparse y realinear las fuerzas de su defensa. Cuando una carga de caballería no conseguía abrir la línea enemiga, la batalla se transformaba, muchas veces, en multitud de combates singulares entre caballeros. En el peor de los casos, los infantes aprovechaban la melée para descabalgar a los caballeros y acuchillarles en el suelo.
También formaban en cuña, que era ideal para romper la línea enemiga. Una variación era la carga tornada o de revés, fue inicialmente empleada por el Cid, y consistía en una carga en cuña sobre un frente estrecho, y una vez rota la formación enemiga, se volvía contra sus flancos, atacándolos por retaguardia.
La caballería ligera (cavalls alforrats en Aragón) se empleaba en misiones de exploración, reconocimiento y a los flancos de la formación.
La caballería ligera formaba en tropel, que era una formación de poco frente y muy profunda, normalmente este tipo de formación se empleaba en los flancos o alas.
La infantería
La infantería estaba constituida por peones campesinos, que iban a la batalla en el servicio de su caballero o bien procedentes de las milicias urbanas y hermandades. En un principio estaban mal equipadas, dado que los jinetes iban protegidos, pero los peones se protegían con lo que podían. Sus armas eran las lanzas, hondas, arcos, ballestas y espadas cortas. Los de las primeras líneas iban protegidos por escudos de madera, en un principio redondos y posteriormente en forma de cometa. Fueron utilizados principalmente como tropas auxiliares. Su función en la batalla era contener a las tropas enemigas hasta que llegaba la caballería y bloquear la infantería enemiga durante la carga de los caballeros.
Emplearon diversas formaciones las más conocidas fueron:
El muro, que era una masa compacta de peones o infantes en varias líneas, los de vanguardia llevaban escudos y lanzas, los de retaguardia eran honderos, arqueros o ballesteros.
El corral o cerca, era una formación para proteger a las personas reales, formaban un cuadrado con tres líneas defensivas de infantes, en algunas ocasiones atados entre sí, con las lanzas clavadas en la tierra y orientadas hacia el enemigo.
La muela o corro redondo, era una formación en círculo para proteger la impedimenta o el campamento, formaban un cerco continuo.
La presa, era una formación de apoyo mutuo entre la caballería y la infantería.
La artillería
Durante el asedio de Sevilla en 1248, los musulmanes utilizaron cañones en forma defensiva, así como durante el asedio de Niebla en 1262, donde se informó que los defensores almohades empleaban máquinas que eyectaban piedras y fuego acompañadas por ruidos atronadores. Los primeros fueron los cuartegos o piezas muy cortas que lanzaban una piedra redonda a muy corta distancia y con un ángulo muy elevado, siendo los precursores de los primeros obuses y posteriormente fueron sustituidos por las bombardas o lombardas, que tenían el cañón más largo y la trayectoria más tensa.
Las Crónicas del rey Alfonso XI de Castilla registran el empleo de la artillería con ofensivos llevado a cabo por tropas musulmanas durante el sitio de Algeciras (1343).
Alcanzó su máxima extensión en la conquista de Málaga y Granada, donde se lograron reunir más de 1.000 piezas.
Las piezas disponibles eran de numerosos calibres aumentando la dificultad del abastecimiento de las cargas, las había de hierro y de bronce. La lombarda de hierro, pieza básica y fundamental, que tenía 14 pulgadas de calibre y 3,5 metros de longitud, pesaba unos 3.000 kilos y lanzaba proyectiles de 150 kilos a 1.300 metros. Lombarda de bronce, pesaba unos 6.000 kilos y lanzaba proyectiles de 250 kilos, también a unos 1.300 metros, aunque el alcance eficaz era de 200 metros.
El disparo se producía mediante el contacto de un hierro al rojo, la brancha, que inflamaba la pólvora a través de un orifico practicado en la recámara, denominado oído o fogón. La puntería era a ojo. Estas piezas eran de tiro tenso o rasante y se emplearon para demoler los muros de las fortalezas.
Tácticas
Los cristianos para atacar al enemigo empleaban la misma formación que los musulmanes pero con distintos nombres: Delantera o vanguardia, costaneras o flanqueos, medianera o centro y zaga o retaguardia.
Para la ofensiva empleaban las cabalgadas que era el equivalente a las aceifas musulmanas. Eran incursiones en campo enemigo, con objetivos delimitados y profundos en territorio enemigo, con la intención de destruir recursos y saquear el territorio. La acción podía realizarse durante varios días o semanas. Normalmente, se hacía abajo el mando del rey.
La algarada era una incursión por sorpresa; se basa en la utilización de la emboscada y el ataque por sorpresa, generalmente sobre un objetivo concreto y no muy profundo en territorio enemigo contra un objetivo determinado (castillos, torres de vigía, aldeas, convoyes); realizada la acción, las fuerzas incursoras se retiraban a sus bases de partida, sin solución de continuidad. Normalmente, las ejecutaban las fuerzas de la frontera.
Las correduras y azarías eran incursiones realizadas con pocos efectivos y sin mucha preparación.
Existía otra formación llamada espolonada, era empleada por las fuerzas asediadas dentro de una ciudad o castillo, consistía en la salida súbita y violenta de jinetes sitiados contra los sitiadores, bien para causarles el máximo número de bajas, desarticular el asedio o procurarse vituallas.
Respecto a las tácticas de ataque, el más conocido era el tornafuye, que era el equivalente al Karr wa-farr musulmán.