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Levantamiento en Aragón
En medio de la creciente represión por parte francesa, diversas juntas regionales se declararon en rebeldía en todo el país. El brigadier José de Palafox y Melci, partidario del Fernando VII y cabeza de la rebelión en Aragón, fue nombrado líder de la sublevación ante la indecisión del conde de Sástago y del exministro Antonio Cornel. Palafox se encontraba oculto y prófugo de la justicia francesa en una finca familiar del término de La Alfranca, en Pastriz. Un grupo de paisanos, enviados por el líder popular Jorge Ibor Casamayor “Tío Jorge”, acudió en su busca y lo trasladó a Zaragoza.
En Zaragoza el pueblo asaltó el Palacio de Capitanía el 24 de mayo al enterarse de que la familia real había sido exiliada del país. Carlos González, practicante de medicina, es acreditado como el primero en haberse puesto los colores nacionales en una sublevación que alcanzó a la propia guardia. Los insurrectos encerraron en la Aljafería al capitán-general de Aragón Jorge Juan Guillelmi por su oposición a armar a los civiles. La intervención de la familia Torres y la cesión final sin más resistencia de las llaves de la fortaleza evitaron represalias contra el gobernador. A pesar de ser veterano de tres campañas y herido años atrás en la guerra del Rosellón frente a los revolucionarios franceses de la Convención, fue tildado de afrancesado por permanecer afecto a las órdenes del infante Antonio Pascual de Borbón y oponerse a la insurrección. Regidores municipales y jueces trataron de conservar el orden, y evitaron en lo posible un pogromo contra los franceses.
Al día siguiente, los sublevados tenían el apoyo de los artilleros de la fortaleza y el control de los fondos y municiones del ejército. Ese 25 de mayo Palafox recibió oficialmente el mando de los sublevados manteniendo a sus órdenes al segundo de Guillelmi, Carlos Mori y el 26 era reconocido por el Ayuntamiento y Real Acuerdo.
Se formó una junta militar, que se centró en recabar apoyos en la provincia de Zaragoza, y otra para reunir tercios. Palafox repartió las armas del arsenal de la Aljafería y formó Tercios de voluntarios para completar la exigua guarnición de la plaza, iniciándose la fortificación de la ciudad por el coronel de ingenieros Antonio Sangenís Torres. Antes de recibir ninguna orden en este sentido y en vista de la pasividad de las autoridades, Sangenís recorrió por su cuenta la ciudad trazando planes de fortificación. Llegó a ser detenido por “espía” y liberado por orden de Palafox cuando este conoció sus propósitos, siendo nombrado responsable de la mejora de las defensas de la ciudad. Esta anécdota muestra la improvisación con que se actuaba en la ciudad.
Para legitimar solemnemente el levantamiento, Palafox convocó a las Cortes el reino de Aragón. Acudieron los diputados a Zaragoza, y el día 9 de junio abrieron sus sesiones en la casa de la ciudad, asistiendo 34 individuos, que representaban a las 8 ciudades de voto en las Cortes. Aprobaron estas todo lo actuado antes de la reunión, y después de confirmar a José Rebolledo de Palafox y Melci capitán-general, juzgaron prudente separarse, formando una junta de 6 individuos que de acuerdo con el jefe militar atendiese a la defensa común.
La autoridad y poder de este nuevo cuerpo fueron más limitados que el de las juntas de las otras provincias, siendo Palafox la verdadera, y por decirlo así, la única cabeza del gobierno. Dependió no poco esta diferencia de la particular situación en que se halló Zaragoza, la cual, temiendo ser prontamente acometida por los franceses, necesitaba de un brazo vigoroso que la guiase y protegiese. Era esto tanto más urgente, cuanto la ciudad estaba del todo desabastecida. No llegaba a 2.000 hombres el número de tropas que la guarnecían, inclusos los miñones y partidas sueltas de bandera. De los 12 cañones se componía toda la artillería, la mayoría no eran pesados, escaseando en mayor proporción los otros pertrechos.
En vista de tan escasos recursos, Palafox y sus consejeros se apresuraron a reunir la gente que acudían de todas partes, y organizarla en unidades, empleando para ello a oficiales retirados y a los que de Pamplona, San Sebastián, Madrid, Alcalá y otros puntos sucesivamente estaban escapando. Restableció, en la formación de los nuevos cuerpos, el ya desusado nombre de tercios de voluntarios, recuperando el nombre de la antigua infantería española que había alcanzado tantos laureles, distinguiéndose entre todos el de los estudiantes de la universidad, formado por el barón de Versages. Se recogieron fusiles, escopetas y otras armas, se montaron algunas piezas arrinconadas o viejas, y la fábrica de pólvora de Villafeliche suministró municiones.
El levantamiento se ejecutó en Zaragoza sin que hubiese derramado sangre. Solamente se arrestaron las personas que causaban sombra al pueblo.
Las fuerzas al mando de Palafox llegaron a los 5.000 soldados, aunque sin experiencia ni entrenamiento y unos 80 cañones de pequeño calibre que se encontraban en los depósitos de la Aljafería. Palafox estaba seguro de que tarde o temprano llegarían los franceses.
Llegada de los franceses
A las 10:00 horas del 5 de junio, cumpliendo órdenes directas del emperador Napoleón, salió de Pamplona el GB Lefebvre-Desnouëttes al mando de una columna móvil. Tenía la misión de situarse en Tudela para desde allí avanzar y ocupar la levantisca ciudad de Zaragoza, antes de que Palafox tuviese tiempo de organizar su ejército.
Zaragoza era de gran valor estratégico por su relativa cercanía a la frontera francesa, por su categoría de capital de la región de Aragón, y por su posición clave como nudo de comunicaciones. En la ciudad se cortan el eje que une Madrid con Barcelona, con el eje del País Vasco con la costa valenciana. Asimismo, la línea logística del ejército francés comenzaba en Navarra y embarcaba los víveres en el canal Imperial de Aragón, siendo Zaragoza un punto clave para garantizar el aprovisionamiento de las fuerzas francesas de Tortosa y Tarragona.
Esta columna estaba compuesta por unos 3.250 infantes, (RI-2, BI-IV/15, BI-III/47, BI-III/70, BIs-IV de las Legiones de reserva 1 y 3) mandados interinamente por el general Habert, 950 jinetes (300 del RC-5 de cazadores, 600 de 3 ECs del RC de ulanos de la Legión del Vístula, y RC-36 español de Calatrava) y 6×4 cañones. La escasa artillería da una idea de que no iban preparados para un asedio.
El día 8 de junio, el hermano José de Palafox intentó, con 6.000 hombres, evitar la entrada del enemigo en tierras aragonesas, pero en unas horas el general Lefébvre derrotó a los españoles y entró en Tudela, tomándoles 4 pequeños cañones con los que los lanceros polacos formaron una pequeña batería volante.
Permanecieron allí en espera de refuerzos. El 11 de junio envió contra Borja y Tarazona al BI-II/70, que entró al día siguiente en dicha ciudad sin hallar resistencia alguna; al tiempo que llegaban por fin a Tudela el RI-1 de la Legión polaca del Vístula (920), el BI-VI de Marche (709) y 88 artilleros del RA-1 a pié, todos ellos venidos desde Bayona vía Pamplona.
Ese mismo día 12 de junio, y tras dejar en Tudela al BI-VI de Marche y 61 ulanos polacos, reemprendió la marcha, derrotando a los españoles sucesivamente en Mallén el 13 de junio, donde los españoles se habían reagrupado y donde volvían a intentar detener el avance francés. Ocuparon la orilla del río La Huecha y el cerro del Convento, las tropas dirigidas por el marqués de Lazán fueron derrotados de nuevo. Esta segunda derrota, puso de manifiesto la inferioridad de los de las tropas españolas, frente a un ejército bien preparado y mejor pertrechado como el francés. Los restos se refugiaron en Mallén, donde intentaron ofrecer resistencia, esta ciudad fue tomada sin muchos problemas y Lazán huyó a duras penas cruzando el río Ebro en barca. El general Lefebvre dejó en el castillo que pertenecía a la Orden de la Encomienda de San Juan de Jerusalén, unos 100 de infantería y 12 de caballería, continuando la marcha hacia Zaragoza.
Al día siguiente 14 de junio, llegó a Alagón, lugar elegido por Palafox para parar a los franceses. Las fuerzas aragonesas fracasaron de nuevo en su intento y de detener a los franceses, se replegaron hacia la ciudad.
Batalla de las Eras (15 de junio de 1808)
La ciudad de Zaragoza no estaba amurallada, pero tenía dos barreras naturales, el río Ebro al norte y el río Huerva al este. El sur y el oeste solo estaban protegidos por un frágil muro de ladrillo, el castillo de la Aljafería y el convento de los Agustinos. Esta situación planteó la duda de si era mejor atacar a las tropas francesas en campo abierto o atrincherarse en las calles de la ciudad. Viendo el resultado de los últimos enfrentamientos con los franceses, se decidió optar por la segunda opción.
Las fuerzas militares con las que contaba la ciudad de Zaragoza eran escasas y Palafox declaró el reclutamiento forzoso de todos los aragoneses entre 17 y 40 años. El propio Palafox y su estado mayor abandonan la ciudad y se dirigieron a reagrupar las tropas dispersas en torno a Calatayud y Belchite. Pese a las dificultades, los pueblos y ciudades de Aragón enviaron las tropas que pudieron reunir, estaban escasamente uniformadas y peor armadas, pero muy motivadas. Palafox pudo reunir unos cientos de soldados profesionales y más de 10.000 voluntarios, algo de caballería y varias piezas de artillería.
La salida del general Palafox de Zaragoza, fue interpretada por algunos como una deserción y a punto estuvo de causar la rendición de la ciudad por parte del concejo zaragozano, pero la intervención del pueblo lo evitó.
Poco después de mediodía los franceses se presentaron ante las puertas de la ciudad. El general Lefevbre, esperando una victoria fácil se lanzó al ataque sin dar descanso a sus hombres. La artillería francesa abrió varias brechas en las tapias entre las puertas del Carmen y del Portillo y la infantería francesa las asaltó.
Tras algunos escarceos en el barrio de Casablanca y en los puentes sobre el Canal Imperial, los franceses lanzaron un gran asalto simultáneo contra en tres ejes:
- Cuartel de caballería del Portillo en extramuros, donde fueron rechazados por dos veces en los mismos pasillos y salas, distinguiéndose el sacerdote Santiago Sas, párroco de San Pablo, al frente de 2 Cías de escopeteros de su barrio.
- Puerta del Carmen, donde no consiguieron penetrar.
- Santa Engracia, que quedó desguarnecida ante el desorden de los defensores, la caballería polaca, penetró hasta la plaza del Portillo, de donde fue expulsada por la reacción popular, que lanzó tejas y ladrillos y acuchillaron a los caballos. El agricultor José Zamora impidió que la infantería francesa ocupase la puerta.
El coronel de caballería Mariano Renovales lanzó dos contraataques junto al Huerva, consiguiendo hacer retroceder las avanzadillas enemigas, que abandonaron 4 banderas y 5 cañones, en lo que sería llamada batalla de las Eras.
Los franceses se reorganizaron y lanzaron nuevos ataques contra la Aljafería, el Portillo (donde por tercera vez fueron rechazados en los pasillos del cuartel de caballería), Puerta del Carmen (donde ocuparon temporalmente algunas casas) y Santa Engracia (donde volvieron a penetrar los ulanos polacos); siendo finalmente rechazados en todos los puntos por el entusiasmo popular y la llegada de los 1.100 hombres llevados por el coronel Marcó del Pont desde el pueblo de San Gregorio. Al final de la jornada, los franceses montaron su campamento en lo que actualmente es la carretera de Logroño, y allí intentaron reponerse tras haber sufrido 700 muertos (sobre un total de 6.000 hombres), frente a unos 300 defensores.
Inicio del asedio
Tras este fracaso inicial, los franceses se prepararon para un asedio en toda regla, sometieron la ciudad a un intenso bombardeo, mientras trataban de cortar sus líneas de abastecimiento, aunque el número de tropas de que disponían era claramente insuficiente para este fin. Los zaragozanos, por su parte, se afanaron en mejorar las obras de fortificación: parapetos, aspilleras, barricadas etc. dirigidos por Sangenís. Durante los días siguientes se produjeron diversos ataques puntuales franceses, siendo rechazados todos ellos.
El 17 de junio, mientras esperaban refuerzos, los franceses enviaron una oferta de rendición, la ciudad se negó. Los franceses continuaron con el bombardeo.
El 19 de junio, los zapadores franceses cortaron la acequia del Rabal, tratando de dejar sin agua las huertas de la ciudad. Sin embargo, a través del río continuaron llegando los escasos víveres y refuerzos.
El 21 de junio, se les unió la BRI de Grandjeand, formada por los 2 BIs de la Legión del Vístula (1.400) y el BI-VI de Marche (600), que habían quedado en Tudela.
El 22 de junio, Palafox seguía fuera de Zaragoza en su idea de que la defensa de la ciudad debía plantearse fuera de la misma con ataques combinados a su retaguardia y sus líneas de abastecimiento. Desde Belchite pasaría a La Almunia donde consiguió refuerzos y, tras algunas discusiones, llegaría a Épila.
El 23 de junio, los franceses partieron hacia Épila para derrotar a Palafox en una expedición relámpago, el coronel Chlopicki, con el BI-I Tercio del Vístula, el BI-IV/15, y 50 jinetes del RC Calatrava y 1×4 cañón. Palafox con las fuerzas que había ido reuniendo desde su salida de la ciudad se enfrentaron en Épila con tropas de Chopiski. Los españoles fueron sorprendidos y formaron como pudieron, siendo derrotados, perdiendo 4 cañones. Chopiski logró cortar la ruta a los molinos de pólvora de Villafeliche, que abastecían a la ciudad. Las fuerzas de Palafox, se reagruparon en Belchite, para dirigirse finalmente a Zaragoza.
El 25 de junio, Lefebvre atacó y tomó el barrio de Torrero, al mando de 4 BIs de la BRI de Habert, los ulanos del Vístula y 4 cañones.
El 26 de junio, llegó el GD Jean Antoine Verdier, al mando de una columna que había partido el día 20 de junio desde Miranda, estaba formada por el BI-I-III/14 provisional, el RI-5 portugués, el BIL-I de cazadores portugueses, el ECC-3 de Marche y 2 Cías del RH-8 de Marche, con 2×6 obuses y 2×8 cañones; a los que se habían unido el día 24 en Tudela el BI-III y el BI-VII de Marche, con otras 2 piezas de campaña.
Con ellos formaban los franceses un pequeño ejército de 10.500 hombres, cuyo mando fue asumido por Verdier, por su mayor antigüedad. Quedando Lefebvre como jefe de la DI-1, y el portugués Gomes Freyre de la DI-2, al tiempo que volvían a aproximarse a la ciudad para iniciar su verdadero primer sitio.
Inmediatamente y bajo la dirección del coronel de ingenieros Lacoste se instalaron las primeras baterías. El 29 de junio se les unió el coronel Piré, ayudante de campo del Emperador, que había salido el 21 de Bayona, con unos 2.400 efectivos de la Legión-3 del Vístula, el EC-9 de Marche, y 2 piezas de artillería; más 1 BI de cazadores y granaderos de la Guardia Nacional de Burdeos, a los que se les había unido en San Juan de Pie de Puerto, y 6 morteros y 8 obuses que recogieron a su paso por Pamplona. Llegando así el ejército francés a casi 13.000 efectivos, con 34 piezas de artillería, que en la noche del 30 de junio iniciarían el bombardeo de la ciudad.
El 27 de junio, el polvorín donde se almacenaban las municiones de la ciudad, en el seminario de San Carlos, estalló por culpa de un cigarro, causando graves daños en el barrio de la Magdalena y un caos que los franceses intentaron aprovechar para entrar en la ciudad. Tras una dura lucha, los defensores lograron resistir en la ciudad.
El 29 de junio, los franceses lanzaron un nuevo ataque sobre las puertas del Carmen y Santa Engracia donde volvieron a ser derrotados, pero consiguieron tomar Torrero, situado a extramuros de la ciudad, aunque los ciudadanos consiguieron frenarles y que no atravesaran los muros.
Segundo ataque general
El 2 de julio, Palafox regresó a Zaragoza con 1.300 efectivos. La llegada se produjo justo a tiempo, pues ese mismo día los franceses lanzaron otro ataque general sobre la ciudad. Formaron 6 columnas francesas de 500 a 600 soldados cada una, apoyadas por caballería. Fueron atacadas las puertas de Sancho y del Portillo, al oeste de la ciudad.
Agustina Raimunda María Saragossa y Domènech, de 21 años, nacida en Reus y casada con un cabo de artillería; se encontraba el 4 de julio en el Portillo, colaborando en la defensa de una batería española. Cuando los franceses embistieron la batería y dejaron muertos o heridos a todos los sirvientes de la misma, Agustina tomó el botafuego de las manos de uno de ellos y disparó un cañón de 24 libras, consiguiendo rechazar al enemigo y jurando no desamparar la posición mientras durase el ataque. Agustina sería conocida posteriormente como Agustina de Aragón o Agustina la Artillera, pasando a engrosar las filas de las heroínas durante la Guerra de la Independencia.
Se libraron también combates en la Puerta del Carmen y en la de Santa Engracia, además del convento de San José, pues los conventos que bordean las tapias eran puntos fuertes en la línea de defensa de la ciudad. A pesar de esta nueva ofensiva sobre los numéricamente inferiores defensores, los franceses fueron de nuevo rechazados, este asalto costó 500 muertos a los franceses.
Ante la creciente amenaza de la llegada de refuerzos para los sitiados, los franceses se vieron forzados a realizar varias expediciones. El 3 de julio salió hacia Tudela el BI de la Guardia Nacional con el fin de restablecer las comunicaciones con Navarra, permaneciendo allí hasta la conclusión del asedio, y ese mismo día Lefebvre marchó a Calatayud, contra el barón de Warsage, llevó consigo los ulanos del Vístula, 5 BIs y 4 cañones, regresando ante Zaragoza 4 días después. El 17 de junio, una nueva expedición, en esta ocasión mandada por coronel Pepín con destacamentos del RI-4 y del RI-6 de Marche y 100 ulanos, destruyó los molinos de pólvora de Villafeliche, regresando ante Zaragoza ese mismo día. Y el 28 de junio fue el general Habert quien, con el RI-3 del Vístula, 1 BI del RI-47, 200 ulanos y 2 cañones fue a Osera, dispersando a algunos efectivos allí reunidos, y regresando ante Zaragoza el 31 de julio.
El 9 de julio, el hermano de Palafox (Francisco) entró en la ciudad con 900 efectivos de refuerzo, entre ambos habían logrado introducir en la ciudad cerca de 2.200 soldados.
El 11 de julio, los franceses terminaron de construir un puente y cruzaron el Ebro por Juslibol tratando de cerrar el cerco y enviaron tropas para saquear los pueblos de la margen izquierda del río; así como a Calatayud y Tauste, cortando las vías de suministro de los sitiados.
El 14 de julio, una vez atravesado el río, asaltaron y tomaron la mayor parte del Arrabal, barrio zaragozano en la margen izquierda del río. Volaron el puente el río Gállego, cortando la comunicación con Monzón y Lérida y cortaron la acequia del Rabal para arruinar a la huerta del lugar. Pero el cerco no terminó de cerrarse y por el Ebro continuó llegando un pequeño goteo de víveres y refuerzos.
El 1 de agosto, todavía se les unió un contingente, que sería puesto bajo las órdenes del general Bazancourt, formado por el RI-14 (1.488), el RI-44 (1.614), y el EC-11 de Marche (205), escoltando a todo el resto del material de artillería traído de Pamplona. Poco después llegó EC restante de los ulanos del Vístula (180) con su coronel Konopka, ascendiendo así el ejército francés a un total de 19.000 efectivos con 1.952 caballos con 86 piezas de artillería, fuerza que ya no aumentaría más. Con estos refuerzos los sitiadores dejaron de atacar las puertas y dirigieron sus fuerzas contra el fuerte de San José, que cayó tras breve resistencia. A partir de entonces, hostigarían desde allí a los defensores.
El día 2 de agosto, tomaron el convento de Capuchinos, donde colocaron una batería que, junto a la batería de Torrero y otras más cercanas a la ciudad; se utilizaron para bombardear, desde las 04:00 horas del 3 de agosto se inició el bombardeo de edificios destacados como el convento de San Francisco y el hospital de Gracia (zona de la actual Plaza de España), llevando la guerra al corazón de la ciudad.
Tercer asalto general (4 de agosto)
El 4 de agosto, tras un bombardeo de tres días, se realizó un nuevo asalto general, al mediodía se produjo el ataque a través de las brechas de Santa Engracia, Torre del Pino y Puerta del Carmen. Consiguieron ocupar algunas casas en los inicios de las calles Azoque y Santa Engracia, pero fueron detenidos por las piezas ligeras enfiladas en el otro extremo. De acuerdo a las reglas de la guerra, Verdier exigió la rendición una vez que estaban dentro de la ciudad, con un lacónico mensaje al cuartel general en Santa Engracia: “Paz y Capitulación”, pero Palafox la rechazó de forma no menos tajante cuartel general en Zaragoza: “Guerra a cuchillo”.
Finalmente los franceses consiguieron alcanzar la calle del Coso por Santa Engracia, provocando el pánico entre los defensores, que abandonaron masivamente la lucha cruzando el puente hacia el Arrabal. El propio Palafox dejó la ciudad para buscar refuerzos, dejando el mando al coronel Antonio de Torres, contribuyendo a aumentar aún más la desbandada creyendo que había huido. La infantería francesa avanzaba ordenada y cautelosamente por el Coso en dirección al Mercado, San Gil y la Magdalena cuando se produjeron varios hechos clave:
- En el Puente de Piedra, el teniente de caballería Luciano Tornos frenó la huida plantando en el centro con un cañón ligero con el que amenazó a los que huían, consiguiendo que volvieran a la ciudad.
- En la Magdalena, la vanguardia francesa fue atacada a pecho descubierto por un grupo de monjes, que la frenó y causó algunas bajas.
- La columna que se dirigía al Puente de Piedra entró por la Puerta Cinegia (actual calle Mártires, en el Tubo) en lugar de por San Gil (calle Don Jaime), siendo detenidos en las callejas del Tubo.
- La columna que se dirigía al Mercado comenzó a saquear algunas casas y fue detenida por los habitantes, que combatieron casa por casa.
Se reinició en ese momento la lucha generalizada y los invasores tuvieron que retroceder a la zona de San Francisco. Paisanos españoles se infiltraban en la retaguardia enemiga por los tejados, llevando el combate a zonas ya ocupadas y a las puertas de la ciudad. Al final del día, los franceses habían tenido 462 muertos y 1.505 heridos, entre los que se encontraban los generales Verdier, que recibió un balazo en la pierna izquierda. Bazancourt, el coronel Konopka de los ulanos polacos, y curiosamente un mameluco el teniente Rouyer que habían conseguido introducir una estrecha cuña en el centro del recinto, pero se encontraron completamente rodeados por los defensores y tuvieron que retirarse con bajas.
Los días siguientes, la situación continuó estabilizada, con escasos avances franceses hacia los conventos de Jerusalén y Santa Catalina y el Jardín Botánico (junto a la actual Plaza de los Sitios) y San Francisco, teniendo ocupar las habitaciones una por una, a través de agujeros abiertos en paredes y techos. La lucha era agotadora, en medio de un calor agobiante, y desanimó a los franceses, no acostumbrados a ese tipo de combate.
Según Jacques Belmas, jefe del batallón de ingenieros francés, “la ciudad podía compararse a un volcán por las explosiones continuas que se producían. Se podían escuchar los gritos de los vencedores y de los vencidos, aquí la victoria, allí el desorden y la huida; amigos y enemigos combatían confusos y sin orden. Cada uno se defendía allí donde le atacasen y atacaba donde quiera que encontrase al enemigo; sólo el azar presidía este caos. Las calles estaban atestadas de cadáveres; los gritos que se oían en medio de las llamas y del humo añadían todavía más horror a esta escena de desolación, y las campanas, que sonaban en todas partes, parecían anunciar la agonía de Zaragoza. Por fin, tras siete horas del más pertinaz combate, llegó la noche y el fuego cesó”.
El 6 de agosto, consiguió entrar en la ciudad el marqués de Lazán con un pequeño convoy, éxito que levantó la moral de los habitantes. El mismo día, Palafox, batiendo a los franceses en la orilla izquierda del Ebro, lograba avanzar desde Osera. El 8 de agosto se abrió paso con el intendente y otros jefes, y unos 4.000 efectivos con 200 carros, volviendo a entrar en Zaragoza, pese a la oposición francesa. Entre las fuerzas estaba el BI-II de voluntarios de Aragón, que había llegado desde Palma de Mallorca por Cataluña, así como voluntarios catalanes.
Comenzó de inmediato el avance español, con contraataques en Santa Catalina (calle San Miguel) dirigidos por Renovales, y los franceses fueron replegándose dejando franco-tiradores para cubrir sus líneas. El 11 de agosto, en que se introdujo en la exhausta ciudad otro convoy de víveres, coincidiendo con la llegada de la noticia de que el rey José había evacuado Madrid a consecuencia de la derrota en Bailén y el desembarco de Wellington en Portugal.
El 14 de agosto, los franceses hicieron estallar una gran mina en Santa Engracia e incendiar el convento de San Francisco, y al atardecer emprendieron su retirada hacia Navarra con 33 de sus cañones y arrojando al Canal Imperial los 53 restantes.
Según Belmás durante este asedio sufrieron los imperiales un total de 3.500 bajas entre muertos y heridos, los españoles perdieron unos 2.000, pero Zaragoza quedó prácticamente arrasada.