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Antecedentes
Para defender Madrid ante el avance de los 45.000 hombres del Grande Armée, la fuerza armada más poderosa del mundo, el militar encargado con la defensa de Madrid, el general Nazario Eguía y Sáez de Buruaga, conde de Casa-Eguía, disponía de unos 21.000 hombres con poca experiencia o disciplina. Intentaba ganar tiempo para que el ejército español organizara la resistencia y defendiera su capital mientras esperaba que llegase el apoyo militar británico. Para ello era necesario cerrar los pasos en el Sistema Central hacia Madrid para ello envió:
- Al puerto de Somosierra al general Benito San Juan al mando de unos 12.000 hombres, para cerrar el puerto de las fuerzas procedentes de Burgos.
- Al puerto de Guadarrama 9.000 hombres procedentes del ejército de Extremadura bajo el mando del general Heredia para cerrar el puerto a las fuerzas procedentes de Valladolid.
Las fuerzas españolas en Somosierra se componían 12.118 efectivos:
- De la DI-1/A: BI-I de Guardias Valonas (500), RI la Reina (2, 927), RI Jaén (2, 1.300), RI Irlandés (2, 1.186), RI de la Corona (2, 1.039).
- De la DI-2/A: RI Córdoba (2, 1.300), BI Provincial de Toledo (500), BI Provincial de Alcazar de San Juan (500), BI Voluntarios de Sevilla (500).
- Del ejército de Extremadura: RI Badajoz (1, 566), RI Jaén (1, 350).
- Voluntarios de Castilla: RI-1 de Madrid (3, 1.500), RI-2 de Madrid (3, 1.500).
- Caballería: RC Príncipe (2, 200), RC Alcántara (1, 100), RC Montesa (1, 100), RC Voluntarios de Madrid (2, 200).
- Artillería: 16 cañones (6×12 y 10×6) y 200 artilleros.
San Juan cuando llegó al puerto y envió a 3.000 efectivos y 6 cañones a Sepúlveda, a 30 kilómetros de Somosierra, para cerrar el acceso a Segovia.
En Cerezo de Abajo, a unos 10 km de Somosierra, estableció un puesto avanzado con 200 voluntarios madrileños montados y algunos cientos de milicianos.
En el puerto Somosierra en el camino ascendente situó 3 baterías de 2×12 cañones cada una para batir a la infantería francesa durante el ascenso hacia el puerto de montaña. No obstante, los asentamientos de las baterías españolas no habían sido protegidos por obras, tierra, parapetos, caballos de frisia, cestones, ni ninguna otra previsión que pudiera estorbar un avance directo y decidido hacia ellas, lo que posteriormente se demostraría clave en el desenlace de la batalla.
La primera batería de 2×12 cañones estaba detrás de un puente de piedra. Los artilleros estaban protegidos del fuego de infantería mediante un pequeño movimiento de tierras. Frente al puente y al otro lado de la carretera había una zanja (un obstáculo para la caballería y la artillería). Unos 700 metros detrás de la primera batería, estaba la segunda batería de 2×12 cañones. Unos 1.000 milicianos tomaron posiciones a ambos lados de la carretera. En reserva, en la cumbre había 2.000 milicianos y una Bía de 10×12 cañones en un fuerte improvisado a horcajadas sobre la carretera en la parte superior del paso.
Los 9.000 de infantería regular desplegaron lo largo del camino, en las laderas de las montañas que dominan el paso y en el fuerte mismo.
Napoleón quería hacer un rápido avance, apoderarse de la capital y restaurar a su hermano en el trono allí como un primer paso fundamental para restablecer el orden en el país. Además, la rapidez era vital para la causa francesa, ya que cuanto más tiempo permaneciera Madrid en manos españolas, más se alentaría y se fortalecería la insurrección.
Napoleón avanzó sobre Madrid con 45.000 hombres. Salió de Burgos con el CE-I de Víctor y parte de la Guardia Imperial al mando del mariscal Bessières. Napoleón luego envió exploradores de caballería para obtener más información sobre el enemigo. Las patrullas francesas enviadas hacia Somosierra constataron el día 21 de noviembre, que más de 6.000 hombres se atrincheraban en el desfiladero de las montañas.
El Emperador pensó que 2 DIs deberían ser suficientes para capturar el paso. La caballería hizo más exploraciones en los días siguientes y Lasalle informó que el enemigo en Somosierra tenía 25.000 hombres. Sin embargo, el Emperador seguía creyendo que 2 DIs deberían ser suficientes para capturar el paso. El general Lasalle volvió a empujar a la caballería española.
Acción de Sepúlveda (28 de noviembre de 1808)
En la madrugada del 28 de noviembre, una fuerza de 4.000 infantes y 1.000 jinetes y 4 piezas de artillería de la Guardia Imperial, mandados por general Anne-Jean Marie René Savary, duque de Rovigo, se dirigió a Sepúlveda, donde se encontraba el destacamento español bajo el brigadier Sardigne. Enterado de la llegada de los franceses, desplegó sus fuerzas unos 3.000 efectivos y esperó el ataque, apoyándose en el cauce del río Duratón.
Savary, antes de llegar al río estableció contacto con la infantería española al Este de Sepúlveda, todavía en la orilla derecha del Duratón. Los fusileros imperiales comenzaron el único combate real en el que participaría la Guardia Imperial. Las avanzadas españolas cedieron terreno cruzando a la otra orilla del río. Aunque al principio la superioridad numérica de los franceses era más que notable, fue a partir de allí cuando empieza a cambiar la situación. El barranco era abrupto y la fuerza española apoyada por cañones se impuso a los 2.400 fusileros de Savary.
Ante el fracaso la infantería, Lasalle reunió toda la caballería y atacó el lado derecho español. Los escuadrones de Alcántara, Montesa y los Carabineros Reales fueron arrollados por los cazadores y dragones franceses, y toda la caballería francesa entró en la meseta por la vertiente Sur. La caballería española perdió 66 hombres, comprendidos 4 oficiales y 2 cadetes. La infantería española se vio superada y el momento era crítico. Sardigne se retiró hacia Sepúlveda. Contrarrestada la superioridad de la caballería francesa y con una infantería insuficiente para intentar el asalto de la ciudad. Solo unos tiroteos fueron la despedida de las fuerzas francesas que se vieron obligadas a retirarse. Savary y Lasalle informaron a Napoleón de su fracaso y de las bajas imperiales a las 10:00 horas.
Esta acción supuso el retraso del avance de Napoleón hacia Madrid. De hecho, algunos de los prisioneros capturados por las fuerzas imperiales informaron de las fuerzas que le esperan en Somosierra. Los españoles se retiraron al día siguiente hacia Segovia sin ser molestados.
Primeros contactos
Napoleón había salido el 28 de noviembre de Aranda de Duero llegando el 29 a Boceguillas, desde donde dispuso el ataque de las posiciones de Somosierra.
El 29 de noviembre un escuadrón de cazadores a caballo de la Guardia atacó a la vanguardia española en Cerezo de Abajo. Sin embargo, los guardias no pudieron avanzar más. Al ver que la caballería sola no podía avanzar, el Emperador envió una pequeña vanguardia al mando del general Lebrun con 6 Cías de voltigeurs extraídas de varios RIs y un RC de cazadores a caballo de la Guardia.
El Emperador necesitaba más información sobre el enemigo y sus posiciones y ordenó a un pelotón de los cazadores a caballo capturar a un prisionero. Los guardias lo hicieron, y pronto fue interrogado.
Cuentan que estaba oscureciendo, y un guardia junto al fuego encendió su pipa en presencia del Emperador. Un oficial le regañó diciendo “Al menos podría agradecer a Su Majestad el privilegio”, a lo que respondió el guardia “Se lo agradeceré allá arriba”, señalando al paso de Somosierra.
Primer ataque
A las 05:00 horas, Napoleón con su escolta y el mariscal Víctor se dirigieron hacia el paso de Somosierra. El Emperador examinó atentamente el escenario, aunque una densa niebla cubría la parte superior de las montañas. A las 07:00 de la mañana llegaron el RIL-9 apodado el “El incomparable”, el RI-24 y el RI-96 con una Bía de 6 cañones de la Guardia.
Al llegar a Somosierra, Napoleón envió ½ EC de cazadores de la Guardia a lo largo de la carretera. Los cazadores fueron disparados por los 2 cañones de la primera batería española y se retiraron rápidamente.
El RIL-96 se movió cubierto con una línea de escaramuzadores a lo largo del camino. Los hombres no podían ver más de 50 pasos por adelante. La milicia y la artillería españolas lanzaron una lluvia de misiles contra los franceses y detuvieron su avance.
Entonces la el BIL-9 y el RI-24, cubiertas de escaramuzadores, se movieron contra los flancos del enemigo. Sin embargo, los españoles se mantuvieron firmes con fuego de mosquete. Los franceses se vieron obligados a fortalecer su línea de escaramuzas con nuevas compañías, pero no pudieron hacer un gran avance. “Las alas francesas, extendiéndose sobre la ladera de la montaña, comenzaron un fuego de escaramuza, que fue devuelto por los españoles con igual calidez, mientras que la segunda batería en la parte superior de la calzada se mantenía preparada para aplastar la columna central, cuando estuviera dentro del alcance”.
Napoleón envió a la infantería al puente el RI-24 y el RI-96 por la derecha y el BIL-9 por la izquierda. La maravillosa infantería francesa que no retrocedía jamás. Pero los españoles estaban preparados, sabían que tenían que concentrar todo el fuego en ese punto, y les causaría graves daños a los RI-24, RI-94 y RIL-9.
El ataque comenzó el RI-96 por el centro, pero no pudo resistir el fuego de los tiradores españoles y las grandes bajas tuvieron que retirarse en las posiciones de partida. Al mismo tiempo, continuó el ataque por las alas. Sin embargo, el progreso fue lento. La aproximación empinada y el terreno irregular, sembrado de bloques de rocas, hicieron que la marcha del RIL-9 y del RI-24 fuera lo suficientemente difícil como para que la primera línea de los españoles no fuera rota. El Napoleón se vio obligado a retirarlos antes de que las bajas fueran catastróficas.
Segundo ataque de Napoleón
El gran problema era la artillería española, que le estaba causando muchas bajas. Si eliminaba los cañones, la batalla sería suya, y qué mejor para acabar con ellos que usando su propia artillería. Así que adelantó sus cañones y esperó a que estos hicieran su trabajo.
Pero en el duelo artillero volvieron a ganar los españoles, ya que disponían de cañones de 12 lbs, mientras que los franceses disponen de cañones de 4 y 6 lbs, es decir más ligera, pero confiaba en la superioridad numérica contra la primera batería, por una falta de precisión o por simple suerte apuntando, este también plan fracasó.
Tercer ataque de Napoleón
Al no poder pasar por ese cuello de botella, habría que encontrar otro camino. Envolver al enemigo, flanquearlo, atacar con otras unidades por otra ruta, y acabar con esa maldita artillería desde los flancos.
Volvió a repetir el ataque reforzado con más voltigeurs e infantería ligera por los flancos y lanzar una carga de caballería de frente.
Napoleón ordenó el ataque de la infantería por los flancos, y poco después ordenó la carga de ½ EC de cazadores de la Guardia bajo Hippolyte Pire, cargar contra la primera batería, una vez más, la artillería española causó estragos. Las tropas francesas fueron rechazadas en presencia de Napoleón.
Por fin, Pire, exasperado, regresó donde estaba Napoleón y le dijo que era imposible forzar el paso. Un Napoleón que ya estaba enfurecido con esa noticia. Se golpeó la bota con la fusta y exclamó: “¿Imposible? No sé el significado de esa palabra”.
La carga de la caballería polaca
El Emperador cabalgó hacia la caballería ligera polaca de la Guardia Imperial y les ordenó cargar. Según el oficial Jan Kozietulski de los jinetes ligeros de la Guardia, cuando pasaron, Napoleón gritó: «¡Polacos, tomen los cañones!» (Polonais, prenez moi cez canons!).
Otras fuentes dice que el coronel Wincenty Krasinsky, jefe del RC ligero polaco, ofreció su regimiento para que ataque. Aunque los asesores de campo de Napoleón opinaron en contra (no pensaban que los polacos pudiesen triunfar donde los cazadores de la Guardia Imperial había fracasado, y no podían permitirse más pérdidas absurdas, Napoleón dio su consentimiento.
Pero no estaba claro si ordenó a los polacos que se cargaran solo contra la primera batería o todas las baterías. La primera batería había causado muchos problemas a la infantería francesa mientras que las otras baterías estaban lejos y no eran visibles por la niebla.
El ataque fue encargado al EC-III (Cías 3 y 7) que estaba formado por 216 efectivos, incluidos 5 trompetistas (3 franceses y 2 polacos). Todos eran novatos, era su primera batalla. El comandante del escuadrón no estaba presente, sino que estaban bajo el mando temporal de Jan Kozietulski, comandante del EC-2.
Ataque a la primera batería
La primera etapa de la carga de caballería se realizó en una columna de a 4 al paso. De Segur escribió: “Esperaba que, en su asombro por nuestra audacia, el enemigo apuntase mal; que tuviéramos tiempo para lanzarnos al centro de sus fusiles y bayonetas y ponerlos en desorden. ¡Pero apuntaron demasiado bien!”.
Cuando las primeras balas atravesaron el aire (disparadas por los escaramuzadores españoles), los jinetes comenzaron a caer, se ordenó al trote. Cuando se encontraban a unos 400 metros recibieron una descarga con munición canister que destrozó la cabeza de la columna, se vieron obligados a pisotear los cuerpos caídos de sus compañeros. Algunos luchaban con caballos heridos y en pánico.
Sabían que los artilleros españoles disponían entre 1 y 2 minutos para realizar un nuevo disparo, y estaban lo suficientemente cerca para que los artilleros vieran la formación de la caballería. Inmediatamente cargaron sus cañones con balas de cañón sólidas. Estos proyectiles atravesaron la larga columna. Los caballos y los hombres heridos cayeron y todo el escuadrón se convirtió en una masa de muerte destrozada, desordenada y espantosa.
El oficial Rudowski fue alcanzado por una bala de mosquete y murió en el acto. El oficial Kozietulski estaba al frente e instó a los hombres a reanudar la carga, con los hombres que pudo reagrupar, ordenó galope antes de que los españoles volviesen a cargar sus piezas, cuando los polacos se movieron sobre un terraplén y cargaron. Después de una lucha cuerpo a cuerpo se tomó la primera batería. Algunos de los artilleros y las tropas que los apoyaban fueron derribados y algunos huyeron. Los dos cañones capturados en la entrada del barranco fueron arrojados fuera de la carretera para evitar bloquear el paso del resto del EC que avanzaba detrás.
Ataque a la segunda y tercera batería
La niebla y el humo del polvo cubrían la carretera. El escuadrón de Kozietulski avanzó contra la segunda batería, ubicada a varios cientos de metros de distancia, detrás de la intersección de la carretera que giraba bruscamente a la derecha. Consistía en dos cañones, colocados fuera de la carretera, frente a su curva, para que pudieran disparar casi a lo largo del eje de la pista, apoyados adicionalmente en ese tramo por la tercera batería que estaba cerca. El EC-III ya no era una unidad bien alineada y la distinción entre pelotones había desaparecido. En ese punto, al escuadrón de Kozietulski se unió un pelotón dirigido por el oficial Niegolewski.
Los españoles lanzaron una descarga de fusilería y la segunda batería abrió fuego y la descarga causó terribles estragos. Los hombres y los caballos caían solos o de dos en dos. Los caballos sin jinetes, mientras los hombres caían, aún mantenían sus lugares en la columna. El oficial Krzyzanowski murió, el caballo de Kozietulski fue alcanzado por una bala de mosquete y cayó. Kozietulski desmontado estaba muy magullado y el capitán Dziewanowski tomó el mando y siguieron adelante. A pesar de las pérdidas no hubo pausa ni vacilación y los cañones de la segunda batería fueron tomados.
Los polacos luego avanzaron por la carretera hacia la tercera batería, los cañones abrieron fuego, la cabeza del oficial Rowicki fue arrancada por una bala de cañón, el capitán Dziewanowski tenía una pierna rota y un brazo roto, su cuerpo estaba magullado y sangrando. Consiguieron tomar la batería, pero el escuadrón estaba desarticulado.
Ataque a la cuarta batería
El pelotón de Niegolewski de 38 jinetes tomó la delantera y se lanzó hacia adelante. La cuarta batería consistía en 8×12 cañones colocados a la izquierda de la carretera (mirando desde el lado de carga), su ala derecha (española) se encontraba en una colina que dominaba toda zona y era visible desde la posición inferior frente a la entrada del desfiladero. Los cañones formaban una cadena de 4 baterías de a dos, una de las cuales estaba directamente en la carretera. La infantería española reunida en este lugar tomó posición junto a unas pequeñas edificaciones y una capilla. Los restos del tercer escuadrón encabezado por el teniente Niegolewski se dirigieron hacia ella, pero el fuego de artillería y los disparos de rifle detuvieron el ataque. Las balas alcanzaron al jefe Sokołowski.
Los artilleros españoles defendieron sus piezas hasta el final antes de ser abatidos. Los polacos capturaron la batería, pero solo unos pocos seguían montados. Niegolewski miró a su alrededor y preguntó al sargento Sokolowski “¡Sokolowski! ¿Dónde están nuestros muchachos?”. “Todos están muertos” respondió el sargento.
El grupo de Niegolewski hizo retroceder a un grupo de soldados de infantería y milicianos españoles, aunque otros grupos continuaron disparando y el caballo de Niegolewski fue alcanzado y abatido, cayó al suelo y fue bayoneteado. A pesar de 9 heridas de bayoneta y un corte de sable todavía estaba vivo. El enemigo pensó que estaba muerto y registró sus bolsillos en busca de dinero. Detrás de Niegolewski la lucha continuó sin tregua y los españoles retomaron la cuarta batería. Los polacos se vieron obligados a retirarse hacia la tercera batería. Sin embargo, el éxito español duró poco.
Toma del paso
Napoleón había observado el ataque a través de su catalejo, y cuando vio a los colores franceses subir a la cima del paso, cerró su telescopio y dio la orden de ataque general. Inmediatamente, envió al resto del RC ligero polaco y al RC de cazadores de la Guardia detrás, así como varias compañías de volgieurs, todos bajo el mando el mariscal Bessières, jefe de la Guardia Imperial y detrás un RI.
Los refuerzos avanzaron apresuradamente y pasaron junto a las tres baterías capturadas. Alcanzaron en la tercera batería con un puñado de polacos bajo Niegolewski. Juntas, las tropas asaltantes tenían entre 150 y 200 hombres y estaban preparadas para el asalto. El mando general recayó en Tomasz Lubienski. Corrieron hacia delante. Los cañones finalmente quedaron en silencio, pero la infantería española estaba por todas partes y se hacía más fuerte. Los polacos y franceses cargaron y dispersaron al enemigo. La cuarta batería fue recapturada.
Entre los primeros miembros del personal del cuartel general imperial en llegar al paso se encontraba el mariscal Louis-Alexandre Berthier. Un oficial polaco moribundo que yacía en el suelo se incorporó sobre un codo y, señalando las baterías capturadas, exclamó: “Allí están los cañones, dígaselo al Emperador”.
Finalmente, el propio Napoleón llegó al paso. Entre los escombros de la tercera batería española, la cúspide de la salvaje carga polaca, Napoleón encontró al teniente Andrzej Niegolewski, que había sido herido 11 veces en el curso de la carga, sentado en el suelo, apenas consciente, apoyado contra uno de los cañones capturados. El Emperador llamó a un cirujano y luego desmontó. Se arrodilló junto a Niegolewski, le estrechó la mano y le agradeció el valor que había demostrado ese día. Luego se quitó la Legión de Honor de su propio pecho y se la puso en el pecho de Niegolewski. El Emperador se puso de pie y proclamó en voz alta que los polacos eran los soldados de caballería más valientes de su ejército.
En su informe oficial, Napoleón dio todo el crédito por la victoria a los jinetes polacos. En reconocimiento a su valentía, luego otorgó la Legión de Honor a 17 polacos que habían participado en la carga. Napoleón ordenó a los polacos, luego reequipados con lanzas, que pasaran a formar parte de su Vieja Guardia. Seguirían fielmente a su Emperador por Europa y muchos otros campos de batalla.
Secuelas de la batalla
Los polacos sufrieron numerosas bajas, por ejemplo, según Pierre Dautancourt 57 murieron y resultaron heridos, según otros hasta 100. De Segur resultó herido 5 veces. Muchos de los heridos fueron posteriormente ingresados en un hospital de Madrid. De los 8 oficiales que cargaron ese día, 4 murieron en combate o a causa de sus heridas, mientras que los otros 4 resultaron heridos.
El general San Juan, aunque hasta entonces había logrado lo imposible, no consiguió reorganizar a sus hombres, y se vio forzado a huir, como el resto de sus hombres, hacia Segovia. Moriría poco después, en Talavera en un motín.
Toma de Madrid
El día 1 de diciembre la noticia de la batalla de Somosierra recorrió Madrid. El pueblo madrileño se unió para realizar trabajos de defensa y solicitar armas. Se creó una Junta, con su sede en la Casa de Correos, encabezada por Infantado. Se cavaron trincheras, empalizadas y se fortifican las puertas de la villa. La débil cerca que rodeaba la población fue reforzada. Se crearon pequeños almacenes en los lugares de trabajo para agilizar estos, y se aceleró la producción de pan para que no hubiera escasez.
Entre tanta actividad surgió el drama. Al repartir los cartuchos se detectó que la mayoría contenían tierra en vez de pólvora. El rumor de traición pronto surgió y las sospechas cayeron sobre el marqués de Perales, encargado por la Junta para suministrar las armas. La muchedumbre se encamina a la calle de la Magdalena, donde estaba su casa, y asesinaron al marqués arrastrando su cadáver por las calles de Madrid.
En la mañana del 2 de diciembre, aparecieron sobre las alturas del norte de Madrid las DDs de los generales La Tour-Maubourg y La Houssaie; antes solo se habían aparecido partidas sueltas de caballería. A las 12:00 horas, Napoleón mismo llegó a Chamartín, y se alojó en la casa de campo del duque del Infantado. El mariscal Bessières envió a un oficial para la rendición de la villa, fue recibido con desdén, y corrió peligro de ser atropellado. Para hablar con Napoleón enviaron al marqués de Castelar, capitán-general de Castilla la Nueva, que entretuvo como pudo al Emperador con respuestas y evasivas mientras pudo, pues Napoleón no era un hombre, lo que se dice paciente.
Ese mismo día llegó la infantería francesa, y Napoleón, recorrió los alrededores de la villa, para planear el ataque para el día siguiente. Por la tarde el mariscal Víctor hizo levantar baterías contra ciertos puntos, principalmente contra el Retiro, comenzando el bombardeo de Madrid.
Amaneció el 3 de diciembre cubierto de niebla, la cual disipándose poco a poco, aclaró el día. Napoleon, preparó el ataque, dirigió su ataque principal para apoderarse del Retiro, mientras realizaba ataques de diversión contra las puertas del Pozo, Conde-Duque y Fuencarral, hasta la de Recoletos y Alcalá, y colocándose él en persona cerca de la Fuente Castellana. Una batería española situada en lo alto de la escuela de la Veterinaria, y que barría la cañada y cerros inmediatos, hizo que cayeran algunos tiros junto al Emperador, que estaba muy cerca, y se alejó lo suficiente para librarse del riesgo.
Treinta piezas de artillería, dirigidas por el general Senarmont, rompieron el fuego contra la tapia oriental del Retiro. Los fuegos franceses abrieron un ancho boquete, por donde entraron los tiradores y la DI del general Villatte. Los defensores fueron ahuyentados, y los franceses, entraron con celeridad por el Prado, obligaron a los comandantes de las puertas de Recoletos, Alcalá y Atocha a replegarse.
La pérdida del Retiro no causó desaliento en la población. En todos los puntos se mantuvieron firmes, y sobre todo en la calle de Alcalá, en donde fue muerto el general francés Bruyère. Castelar en tanto respondió a la segunda petición de rendición, pidiendo una suspensión del fuego durante el día 3 de diciembre, para consultar a las demás autoridades. Napoleón les concedió hasta las 06:00 horas.
El marqués de Castelar, partió por la noche, con la tropa que había, camino de Extremadura. También el vizconde de Gante, que mandaba la puerta de Segovia, salió subrepticiamente del lado de El Escorial, en busca de San Juan que estaba en Segovia.
A las 06:00 horas de la mañana del 4 de diciembre. Tomas de Morla y el gobernador Fernando de la Vera y Pantoja pasaron al cuartel general francés con la carta de la capitulación. Napoleón la aprobó en todas sus partes con escasas variaciones, seguramente en gran parte debido a su hermano José, que no deseaba entrar en una ciudad devastada y que posiblemente confiaba en ganarse al amor de sus súbditos. El general Belliard sobre las 10:00 horas, entró en Madrid y tomó sin obstáculo posesión de los puntos principales. Solo en el nuevo cuartel de guardias de Corps se reunieron algunos con ánimo de defenderse, y fue la presencia del Corregidor para que se rindieran.
Tomás de Morla capituló: tan solo contaba con 2 BIs de infantería, 8.000 milicianos armados y 30 piezas de artillería, emplazadas en El Retiro, para su defensa. Napoleón pasó revista a sus tropas y visitó el Palacio Real, devolviendo a su hermano José al trono de España “Que es para Francia pues yo la he conquistado.”
Napoleón creía que una vez derrotados los ejércitos enemigos y capturada la capital del Estado, la guerra había terminado, igual que había sucedido en otros países de Europa. El 4 de diciembre lanzó en su propio nombre los llamados decretos de Chamartín, reformando de forma radical la administración española. El primero suprimía todos los derechos feudales. El segundo abolía la Inquisición. El tercero suprimía dos tercios de los conventos existentes, confiscando sus bienes y usándolos para financiar la administración, el ejército e incluso para indemnizar a los damnificados por la guerra. El cuarto suprimía todas las aduanas interiores.
José Bonaparte, indignado porque se le ninguneaba, le escribió el día 8 a su hermano amenazando con renunciar a la Corona española. Para ahorrarse disgustos familiares, Napoleón aparentó ceder, pero lo que en realidad pensaba lo revelaba en sus cartas: “Es preciso que España sea francesa. Es para Francia por lo que hemos conquistado España con su sangre, con sus brazos, con su oro. Soy francés por todos mis afectos, al igual que lo soy por deber. He destronado a los Borbones sólo porque conviene a Francia y asegura mi dinastía. […] Míos son los derechos de conquista; no importa el título de quien gobierne: rey de España, virrey, gobernador general… España debe ser francesa”.
Tras pasar varias semanas en Chamartín, el 22 de diciembre Napoleón partiría en busca del ejército británico del general John Moore, que intentaba escapar hacia la costa gallega.