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Antecedentes
Soult, con los CE-I de Víctor, CE-IV de Sebastiani y CE-V de Mortier, era lo bastante fuerte para controlar las ciudades y las llanuras, y también para bloquear Cádiz y ahorrar fuerzas para operaciones fuera de los límites de su propia esfera de mando. De vez en cuando enviaba la mayor parte del CE-V de Mortier contra Extremadura y la mayor parte del CE-IV de Sebastiani contra Murcia. Pero sus 70.000 hombres no eran suficientes para proporcionar un ejército para la ocupación permanente de cualquiera de estas provincias. Y cada vez que 10.000 a 15.000 efectivos se distraían en una de esas incursiones, el total de tropas dejadas atrás para vigilar Cádiz, vigilar Sevilla y reprimir la interminable actividad de los guerrilleros de la montaña resultó ser peligrosamente escasos. Al poco tiempo, la fuerza que había marchado para operaciones exteriores tenía que ser convocada a toda prisa, para protegerse de algún peligro en uno u otro de los puntos vitales de Andalucía.
El propio Soult permaneció la mayor parte de su tiempo en Sevilla, ocupado no solo en mantener al los movimientos de sus tres cuerpos, tarea nada fácil, pues tanto Víctor como Sebastiani tenían voluntad propia, e incluso el plácido Mortier murmuraba ocasionalmente: sino en la supervisión de los detalles de la administración civil. Muy pocas veces marchaba en persona a la cabeza de sus últimas reservas, para fortalecer algún punto débil en su línea de ataque o defensa.
Durante los dos años siguientes fue tanto virrey como comandante en jefe en Andalucía. Aunque el Emperador se abstuvo de nombrarle como uno de los gobiernos militares que había creado por decreto del 15 de febrero de 1810, pero Soult se hizo de hecho, si no de nombre, tan independiente como los gobernadores de Aragón, Navarra o Cataluña. El vínculo de intereses y deseos comunes que lo habían unido al rey José durante el invierno de 1809/10 se rompió pronto.
El monarca en Madrid pronto descubrió que su presencia no era deseada en Andalucía; siempre se podía descubrir alguna buena razón militar que hacía impracticable que volviera a visitar Sevilla. Desde el sur se le remitía poco o nada de dinero por muy rica que fuera la esfera de gobierno de Soult, siempre se hacía parecer que los gastos de manutención del ejército y del asedio de Cádiz eran tan grandes que no quedaba ningún excedente para el gobierno central.
Cuando el Rey apeló a París, la primera máxima de Napoleón era que la guerra debía mantenerse así misma, y pensaba que era mucho más importante que el ejército de Andalucía se pagara por sí mismo, que se lo entregara al fisco en quiebra de Madrid.
A medida que pasaban los meses, y el rey José gradualmente se daba cuenta de la posición, su odio por el mariscal se volvió tan amargo como lo había sido durante su pelea anterior en el verano de 1809. Tenía buenas razones para estar enojado, porque Soult sin duda sacrificó los intereses del rey de España a los del virrey de Andalucía. Jugó un juego egoísta, aunque siempre tenía una buena excusa militar para cualquier negativa a los planes del Rey u obedecer sus órdenes. En 1810 su conducta puede estar justificada, pero en 1811 y 1812; indudablemente arruinó las pocas posibilidades que había de llevar la Guerra de la Independencia a un final exitoso, al seguir una política que hizo que el mantenimiento de su autoridad en Andalucía su fin principal, y no el bien general de las armas imperiales en España.
Soult anhelaba el poder supremo, y aunque la lección que había recibido después de su vano intento de crearse rey de la Lusitania del Norte no había sido olvidado, sus ambiciones eran tan grandes como siempre. Reprimió su deseo por el nombre real, pero se dio a sí mismo la realidad del poder real. Prácticamente tenía una corte, un ministerio y una renta propia, a pesar de todas las quejas airadas de su jefe inmediato en Madrid. Con el apoyo del Emperador, que lo consideraba el mejor jefe militar de España, ignoró o desobedeció todas las comunicaciones de José que no se ajustaban a su propósito.
En gran medida justificó su política por el éxito: la llanura de Andalucía fue sin duda la parte del dominio francés en España donde la administración fue más exitosa y la ocupación más completa. Soult no solo construyó, sino que mantuvo unido, un partido afrancesado entre la población local, que era más fuerte y compacta que en cualquier otra parte de la Península. Incluso logró levantar una pequeña fuerza permanente de auxiliares españoles, decididamente más digna de confianza y menos propensa a la deserción que los regimientos de la misma clase que el rey José estaba creando perpetuamente en Madrid, solo para verlos desmoronarse posteriormente.
El ejército de Andalucía se reforzó con 2 RCs de cazadores a caballo, adscritos al CE-V, y algunas compañías libres de infantería, que se utilizaron para trabajos de guarnición y fortín. Pero fue mucho más importante que Soult lograra alistar muchos batallones de una especie de guardia nacional, a la que llamó escopeteros (fusileros). Con ellos mantuvo la paz de las ciudades más importantes, como Sevilla, Córdoba y Jaén. La mera existencia de tal fuerza, que el rey José había intentado en vano establecer en Madrid, era de mal augurio para la causa patriótica en Andalucía. En varias ocasiones lucharon bien contra los guerrilleros, cuando estos últimos intentaron incursiones peligrosamente cerca de las grandes ciudades. Porque el juramentado sabía muy bien que, si finalmente triunfaba la causa nacional, le aguardaría un desagradable destino. Una vez comprometido con el bando francés, se veía obligado a defender su propio cuello de la horca.
El gobierno civil de Soult se llevó a cabo con una decencia mucho mayor que el de Duhesme, el de Kellermann y otros saqueadores destacados entre los gobernadores franceses. Pero implicó, sin embargo, una cantidad considerable de expoliación más o menos abierta. Las propias manos del mariscal no estaban del todo limpias: su colección de las obras de Murillo y Velásquez, orgullo de París en años posteriores, representaba un chantaje a las corporaciones eclesiásticas andaluzas, cuando no procedía de una confiscación sin disimulo.
Sus exacciones eran moderadas en comparación con las de algunos de sus subordinados: aunque Mortier y Dessolles tenían buena reputación, Sebastiani tenía una infame, y Perreymond, Godinot (que se disparó a principios de 1812 cuando fue llamado a enfrentarse a una comisión de investigación) y ciertos otros generales tienen marcas muy negras en su contra. Aun así, la máquina de gobierno funcionaba, no sin fricciones, pero al menos con una eficiencia que contrastaba favorablemente con la administración de cualquier otra provincia de España, salvo el dominio de Aragón de Suchet.
Cádiz y la montaña estaban todavía por someter y, a medida que pasaban los meses, las dificultades del ejército francés de Andalucía se hicieron cada vez más evidentes. Solo gradualmente los generales franceses llegaron a comprender la absoluta inexpugnabilidad de Cádiz y la ventaja que la posesión de la ciudad-isla y la flota que dependía de ella otorgaba a los españoles la capacidad a abastecerse.
Conquista francesa del fuerte Matagorda
En las primeras semanas de su llegada al frente de Cádiz, Víctor intentó adelantar sus puestos en la carretera que atraviesa las amplias marismas del Santi Petri. Pero los pantanos y los canales de agua resultaron impracticables, y las obras españolas frente al puente de Zuazo eran demasiado fuertes para ser atacadas por la estrecha calzada.
Los franceses se retiraron a Chiclana, que se convirtió en el cuartel general del ala izquierda de la fuerza de bloqueo, y donde la DI de Ruffin estaba acampada permanentemente. Entonces se pensó que algo podría lograrse más al norte, trabajando contra el arsenal de La Carraca, en un extremo de la línea española, o el castillo saliente de Puntales en el otro. La lucha por los puntos ventajosos desde donde los Puntales podía ser golpeado constituyó el principal punto de interés durante los primeros meses del sitio. Los franceses, empujando desde el continente hasta la península del Trocadero, comenzaron a levantar obras en el terreno más favorable para atacar el fuerte de Matagorda, que se había convertido una vez más en el baluarte más exterior de Cádiz.
Hubo una amarga pelea por esta obra, que se erige en las marismas debajo del Trocadero, rodeada de barro la mitad del día y de agua la otra mitad. El fuerte de Matagorda había sido volado en el momento de la primera llegada de los franceses ante Cádiz. Pero después de unos días de reflexión, los oficiales ingenieros ingleses y españoles al mando de la defensa se sintieron incómodos ante las posibilidades del daño que podrían resultar de la toma del fuerte en ruinas por el enemigo.
La importancia de controlar el fuerte de Matagorda radicaba fundamentalmente en la situación privilegiada que este ocupaba dentro de la bahía gaditana. Era un lugar desde donde se controlaba el tráfico marítimo hacia el interior de la bahía, enfrentado al castillo de Puntales, e igualmente desde él se podía vigilar la entrada de embarcaciones por el caño del Trocadero hacia la villa de Puerto Real. Además, los franceses contaban con poder alcanzar con sus piezas de artillería, el centro de la ciudad de Cádiz una vez ocupada la zona de Matagorda (era el punto más cercano a la ciudad desde este otro lado de la bahía); minando con ello la moral de los gaditanos y tratando así de conseguir su ansiada rendición.
Sus miedos, como se vio después, eran innecesarios. Pero llevaron a la reocupación de Matagorda el 22 de febrero por un destacamento de artillería británica, apoyado por una compañía del RI-94. Se reparó apresuradamente el frente de la obra que mira hacia tierra firme y se montaron sobre él cañones pesados llevados desde Cádiz sobre el puerto. La guarnición del castillo se limitaba a 147 británicos, a los que habría que sumar algo más de 600 que formaban parte de la flotilla de lanchas cañoneras, y el navío San Francisco de Paula (74), capitaneado por el teniente inglés Thomas Taplen, que apoyaban desde el mar la defensa del fuerte.
Víctor tomó la reocupación del fuerte como un desafío y pensó que los aliados debían tener buenas razones para darle tanta importancia, disponía de un contingente de 8.000 efectivos para iniciar el ataque. En consecuencia, multiplicó sus baterías en el Trocadero, hasta tener 40 cañones montados en una posición dominante, con los que abrumar a la guarnición en su fortaleza medio ruinosa.
A las dos de la mañana del 21 de abril, comenzó el bombardeo de la artillería francesa sobre el castillo. Este primer bombardeo se centró especialmente en la flota que apoyaba a Matagorda. Tanto el navío San Francisco de Paula (74) como el resto de embarcaciones sutiles. Trataban de dejar desprotegido el fuerte, lo cual consiguieron en poco más de una hora, pues ya a las 15:30 horas, una bala roja ocasionó gran daño en el buque, y muchas embarcaciones debieron de emprender la huida.
Después hubo un duelo de artillero largo y feroz, pero los franceses tenían la ventaja tanto en el número de cañones como en el fuego concéntrico que podían lanzar sobre el fuerte. La ayuda naval prometida a Matagorda resultó de poca ayuda, en parte debido a la impracticabilidad de las marismas cuando la marea estaba baja, en parte porque las cañoneras no pudieron soportar el fuego de la artillería pesada francesa.
A media mañana de 21 de abril, el fuerte aparecía como una completa ruina. El mismo general Graham, que había llegado a Cádiz y tomado el mando de las fuerzas británicas bajo el general Stewart salió a las 11:00 horas desde Puntales con destino hacia el fuerte, encontrando ya entonces al castillo «hecho un montón de ruinas». A medio día el fuerte se había quedado sin munición, contabilizándose en ese momento 8 muertos y 19 heridos entre los defensores del castillo. Durante el día el fuego llegó a momentos de gran violencia, disminuyendo al atardecer, siendo entonces el momento de curar a los heridos y reparar en lo posible las maltrechas defensas.
Aquella noche transcurrió tranquila, se pudieron reparar algunas de las defensas que habían reventado, se recibieron nuevos suministros, y se atendió a los enfermos. La tranquilidad fue efímera y a las 06:00 horas del 22 de abril, se reanudó el fuego de los artilleros franceses y al parecer con más virulencia que el día anterior.
La derrota era una realidad más que segura, solo era cuestión de tiempo, tanto que el mismo Maclaine empezó a planear su salida y la destrucción de las piezas de artillería.
La heroína de Matagorda
En la defensa de Matagorda participó activamente la escocesa Agnes Reston, conocida a partir de entonces con el sobrenombre de La heroína de Matagorda. Agnes embarcó con su hijo pequeño de cuatro años y junto a otras 2 mujeres hacia Matagorda, lugar donde se encontraba su marido, el sargento James Reston, una vez en el baluarte sería durante los dos días del ataque final francés cuando exhibiera su intrépido espíritu. Además de atender a los heridos, llevaba bolsas de arena a las baterías, cargaba munición, les suministraba a los artilleros vino y agua, rechazando protegerse en los barracones, siendo incluso de las últimas personas en abandonar el castillo, con su hijo en brazos y entre el fuego enemigo.
Abandono del fuerte
Graham ordenó la evacuación del fuerte de Matagorda a las 10:00 horas del 22 de abril. Desde el navío Atlas se enviaron algunos botes para recoger a los exhaustos hombres. Mientras el capitán Stackpole de la Royal Navy fue el designado para la destrucción del reducto fortificado y aquellas piezas de artillería que no pudieran ser transportadas en las embarcaciones, previamente habían sido colocadas varias minas, supervisadas por el capitán Landmann de los ingenieros. A pesar de estos trabajos encaminados a la completa voladura del castillo únicamente explotó una de las minas, provocando parcialmente la destrucción del fuerte.
Los soldados británicos, tras mantener todavía en el mar varias escaramuzas con los franceses, fueron transportados desde los botes a bordo del Invincible, navío desde donde fueron al fin trasladarlos a la ciudad de Cádiz.
Los franceses tomaron posesión de las ruinas y reconstruyó y rearmó el fuerte; también restablecieron las ruinas de los fuertes de San Luis y San José, en el suelo firme frente a Matagorda, al cual no habían tenido un acceso seguro hasta que se capturó el trabajo exterior en el barro. Estos eran los puntos más avanzados hacia Cádiz que los franceses podían sostener, y allí montaron sus cañones más pesados, con la esperanza de destruir el castillo de los Puntales al otro lado de la bahía, y de inutilizar el puerto interior para la navegación.
Su propósito se cumplió solo en parte: los barcos, es cierto, tenían que moverse hacia el este o hacia el oeste, hacia el puerto exterior o más cerca de la Carraca y la Isla de León. Pero el fuerte de los Puntales nunca resultó gravemente destruido y mantuvo un duelo de artillería intermitente con Matagorda a través del estrecho mientras duró el asedio. Las ocasionales bombas que caían más allá de Puntales, en dirección a la Cortadura, no molestaban seriamente a la guarnición, y los barcos siempre podían pasar por el estrecho entre los dos fuertes de noche sin riesgo apreciable.
Posteriormente, Soult hizo que se fundieran obuses de dimensiones inéditas en el arsenal de Sevilla, sobre los diseños que le presentó un oficial de artillería de nombre Villantroys. Pero incluso cuando estos fueron montados en Matagorda no se produjeron grandes daños, una sola bomba como se registró en una canción popular española, tocó la ciudad de Cádiz y solo mató a un perro callejero.
Tras la caída de Matagorda, el siguiente acontecimiento más notable de la primavera frente a Cádiz fue un terrible huracán, que duró del 6 al 9 de marzo y provocó graves pérdidas a los buques en el puerto exterior. Un convoy del sudoeste del Atlántico con 3 barcos españoles de línea, uno de los cuales, el Concepción, que era un buque de 3 cubiertas y 100 cañones, y uno portugués de 74, entraron en la costa de Puerto Santa María y Rota. Los franceses abrieron fuego sobre ellos con tiros al rojo vivo y los destruyeron a todos, matando a una gran parte de las desafortunadas tripulaciones, que no pensaban en resistir, y solo intentaban escapar a tierra, donde estaban destinados a ser prisioneros. Más de treinta barcos mercantes, en su mayoría británicos, fueron destruidos por la misma tormenta. Uno era un transporte que contenía un ala del RI-4 británico, que venía a reforzar la guarnición de Cádiz. Unos 300 hombres de este desafortunado barco desembarcaron y fueron capturados por los franceses.
Los pontones de prisioneros de Cádiz
Un mes después de la pérdida de Matagorda, el puerto exterior de Cádiz volvió a ver algunas escenas emocionantes. Amarrados al lado de la flota española había una serie de pontones, viejos barcos de guerra de los que se habían quitado los mástiles y aparejos, y que se utilizaban como barcos prisión. Sobre ellos todavía se conservaban varios miles de prisioneros franceses, en su mayoría los hombres capturados con Dupont en 1808.
Es asombroso que la Regencia no hubiera ordenado su traslado a un lugar más remoto en el momento en que el ejército de Víctor apareció frente a Cádiz. Hacinados y, a menudo, mantenidos sin comida suficiente durante días seguidos, estos infelices cautivos se encontraban en una posición deplorable. La visión de sus compatriotas en posesión de la costa opuesta los llevó a la desesperación, y estaban dispuestos a correr cualquier riesgo por la posibilidad de escapar.
Habiendo notado, que el Castilla era donde estaban confinados casi todos los oficiales, esperaba el próximo sudoeste. Cuando llegó, en la noche del 15 al 16 mayo, se levantaron sobre su pequeña guardia de infantes de marina españoles, los derrotaron y luego cortaron los cables del pontón, comprometiéndose con los peligros del mar así como con el riesgo de ser hundidos por los barcos de guerra vecinos.
Pero se suponía que se habían quedado a la deriva por accidente, y la marea los había llevado casi hasta la orilla opuesta antes de que se diera cuenta de que era una escapada. Dos cañoneras enviadas para remolcar el Castilla, se encontraron con resistencia, los prisioneros dispararon contra ellos con los mosquetes quitados a su guardia, y arrojaron fuego sobre las pequeñas embarcaciones cuando sus tripulaciones intentaron abordar. Justo cuando los derrotaron, el pontón se fue a tierra.
Las guarniciones francesas de las baterías vecinas corrieron para ayudar a sus compatriotas a escapar; en el mismo momento se acercaron otras cañoneras, españolas e inglesas, y empezaron a disparar contra la multitud, que se esforzaba por nadar o trepar a tierra. Algunos murieron, pero más de 600 llegaron a tierra. Sorprende que tras este incidente los españoles no cuidaran mejor los pontones restantes, pero diez días después los presos del Argonauta, pudieron repetir el truco de sus compañeros. En esta ocasión, el barco en fuga desembarcó en un banco de barro a unos cientos de metros de la orilla del Trocadero.
El barco varado permaneció durante horas bajo el fuego de las cañoneras que lo perseguían. Una gran proporción de los hombres a bordo pereció, pues cuando las tropas en tierra sacaron botes para salvar a los supervivientes, muchos de ellos se hundieron mientras navegaban entre el Argonauta y la tierra. Finalmente, se incendió el pontón y se dice que varios franceses heridos fueron quemados vivos.
Después de esto, la Regencia ordenó por fin la expulsión del resto de los prisioneros franceses de Cádiz. Los pocos oficiales restantes fueron enviados a Mallorca y luego a Inglaterra. La tropa, parte se envió a Canarias y parte a Baleares. Pero los isleños protestaron contra la presencia de tantos franceses entre ellos provocaron disturbios y mataron a algunos de los prisioneros. Acto seguido la Regencia ordenó que 7.000 de ellos fueran enviados sobre la desolada isla de Cabrera, donde no había habitantes ni refugio salvo un pequeño castillo en ruinas. Los miserables cautivos, sin techos ni carpas que los cubrieran, y alimentados solo a intervalos inciertos y en cantidad insuficiente, murieron como moscas. Una vez, cuando las tormentas obstaculizaron la llegada de los barcos de provisiones de Mallorca, muchas decenas perecieron en un día de pura inanición.
Más de la mitad no sobrevivió para ver la paz de 1814, y los que lo hicieron fueron en su mayor parte meros espectros humanos, muchos de ellos inválidos de por vida. Incluso teniendo en cuenta la desesperada situación del gobierno español, que no podía alimentar a sus propios ejércitos, el trato a los prisioneros de Cabrera fue indefendible. Al menos podrían haber sido canjeados por algunas de las numerosas guarniciones españolas tomadas en 1810-11; pero la Regencia no lo permitió, aunque Enrique O’Donnell había arreglado con MacDonald un canje regular para los prisioneros en la vecina Cataluña. Este es uno de los hechos más miserables de la historia de la Guerra de la Independencia.
Expedición de Sebastiani a Murcia
En el mes de mayo, la Regencia de Cádiz había recuperado cierta confianza, en vista de la absoluta ineficacia del intento de Víctor de molestar a su ciudad. A partir de ese mes comenzó un intento sistemático de organizar en un solo sistema todas las fuerzas que pudieran volver a rendir cuentas contra Soult. Había en la Isla unos 18.000 soldados españoles, así como 8.000 británicos y portugueses. Se trataba de una guarnición más grande de lo necesario, que habían puesto en orden las defensas; y era posible destacar pequeños cuerpos expedicionarios hacia el este y el oeste, para provocar disturbios en la costa de Andalucía, y servir como el núcleo alrededor del cual los insurgentes de las montañas podrían reunirse. Porque la insurrección en los rincones más recónditos del reino de Granada nunca había cesado, a pesar de todos los esfuerzos de Sebastiani por sofocarla.
Convenía ampliarla hacia el oeste, siendo la Sierra de Ronda tan adecuada para operaciones irregulares como las Alpujarras. En el otro extremo de la línea, también, había oportunidades en el condado de Niebla y las tierras de la desembocadura del Guadiana, que los franceses apenas habían tocado, destacamentos insignificantes del CE-V en Moguer y Niebla observaban más que ocupar esa región.
Gracias a la numerosa flota siempre amarrada en el puerto de Cádiz, era posible trasladar tropas a cualquier punto de la costa, ya que los franceses no podían custodiar todos los arroyos y pueblos de pescadores, y si una expedición fracasaba tenía bastantes posibilidades de escapar por mar. Además, cualquier fuerza lanzada a tierra en el sur tenía la opción de retirarse a Gibraltar si estaba en apuros, al igual que cualquier fuerza enviada al oeste podría retirarse a Portugal.
Además de los insurgentes y la guarnición de Cádiz, había dos ejércitos regulares cuyas energías podrían volverse contra Soult. Los restos de la desafortunada DI de Areizaga, que había huido al reino de Murcia y había sido reunido por Blake, eran 12.000 efectivos, y como la expedición de Suchet contra Valencia había fracasado y no había peligro desde el norte, esta fuerza podía ser empleada contra Sebastiani y el cuerpo francés en el reino de Granada. Estaba en un estado deplorable, pero aún era lo suficientemente fuerte como para ayudar a los insurgentes de las Alpujarras, hacer ataque demostrativos contra Granada, y obligar así a Sebastiani a mantener concentradas sus tropas para una campaña regular. Siempre que el general francés era amenazado desde el este, tenía que abandonar sus puestos menores y desistir de cazar a los guerrilleros.
La Regencia también podía contar en cierta medida con la ayuda de La Romana y el ejército de Extremadura. El marqués se enfrentaba en su propia región contra Reynier y el CE-II, pero había enviado a su DI de flanco, al mando de Ballasteros, a las montañas del noroeste de Andalucía, donde había estado contendiendo con el CE-V de Mortier en dirección a Aracena y Zalamea. Esa división periférica estaba en comunicación con Cádiz, vía Ayamonte y el bajo Guadiana, pudiendo siempre obligar a Soult a desprenderse de tropas de Sevilla descendiendo a la llanura. El mismo La Romana podía, y ocasionalmente lo hizo, proporcionar una nueva distracción para el CE-V moviendo otras tropas hacia el sur, en la carretera de Sevilla, cuando no estaba demasiado empeñado en las demostraciones contra Reynier en su frente.
Así fue posible hostigar a las tropas francesas en Andalucía por todos lados. Con el objeto de asegurar una especie de unidad para sus operaciones, la Regencia nombró a Blake comandante en jefe de las fuerzas en Cádiz así como de las de Murcia, declarándolas parte de un único ejército del Centro. El cargo de Albuquerque había llegado a su fin cuando, después de muchas disputas con la Junta de Cádiz, renunció al cargo de gobernador y aceptó el de embajador en la corte de Saint-James a fines de marzo. Murió poco después de su llegada a Londres, comprometido hasta el final en una ardiente guerra de panfletos y manifiestos con la Junta, cuyas monstruosas insinuaciones contra su probidad y patriotismo, se dice, lo llevaron a la fiebre cerebral que acabó con su vida.
Albuquerque y La Romana eran los únicos generales españoles con los que Wellington pudo trabajar en concierto sin fricciones perpetuas. Pero el comandante en jefe británico tenía un mayor respeto por el corazón de sus aliados que por sus cabezas, como se puede deducir de las constantes referencias en los despachos de Wellington, así como de las conversaciones confidenciales de los últimos años del duque.
Blake llegó a Cádiz el 22 de abril, tras haber entregado el mando temporal del ejército murciano al general Freire, el siempre desafortunado comandante de caballería que había servido al mando de Venegas y Areizaga en las campañas de Almonacid y Ocaña. Se dispuso a reorganizar las diversas tropas de Extremadura y otras tropas en Cádiz en 1 DC y 3 DIs, que designó como DI de vanguardia, DI-2 y DI-4 del ejército del Centro.
Las fuerzas murcianas se distribuyeron en las DI-1, DI-3 y DI-5 del mismo ejército y 2 pequeñas DC-1 y DC-2. Esta reorganización de las tropas regulares fue seguida por intentos sistemáticos de fomentar la insurrección a derecha e izquierda de Sevilla. El general Copons fue enviado a Ayamonte, en la desembocadura del Guadiana, con 700 hombres, alrededor de los cuales reunió una diversa asamblea de campesinos, que a menudo descendía de los cerros para inquietar a las guarniciones francesas de Moguer y Niebla. Cuando era perseguido por fuerzas más fuertes del CE-V de Mortier, se retiraba a Portugal. Cuando no lo molestaron, se unía a Ballasteros y la DI de flanqueo del ejército de La Romana, o realizaba incursiones por su cuenta en la llanura central de Sevilla.
El desvío de operaciones que prepararon Blake y la Regencia en el otro flanco era mucho más importante. Su intención era arrebatar a los franceses todo el distrito de la sierra de Ronda, la región montañosa entre Gibraltar y Málaga, y así abrir una brecha entre Víctor y Sebastiani. Ya existía el núcleo de una insurrección en esa zona; poco después del avance triunfal del rey José desde Jeréz por Ronda y Málaga hasta Granada, aparecieron las primeras pequeñas bandas. Estaban encabezados por jefes locales, como Becerra, Ruiz y Ortiz, mejor conocido como el Pastor, cuyos seguidores originales eran una partida de contrabandistas que, en tiempos de paz y de guerra, solían ejercer un comercio de contrabando con Gibraltar.
En marzo y abril solo tenían fuerza suficiente para molestar a los convoyes que pasaban de Málaga y Sevilla a la guarnición francesa de Ronda. Pero al encontrar al enemigo en su vecindario débil e indefenso, la mayor parte del CE-I estaba delante de Cádiz y el CE-V aún vigilaba a La Romana en las carreteras al norte de Sevilla, se multiplicaron en número y extendieron sus incursiones muy lejos. Pidieron ayuda tanto al gobernador británico de Gibraltar como a la Regencia de Cádiz, prometiendo que, si contaban con el respaldo de tropas, fácilmente podían expulsar a los franceses y dominarían todo el campo.
Su actividad ya había producido resultados favorables. Soult tuvo que enviar desde Sevilla la DI de Girard del CE-V, una fuerza que dejó a Mortier demasiado débil para cualquier operación seria en el lado de Extremadura. Sebastiani se retiró de una expedición contra Murcia, que podría haber resultado muy perjudicial para la causa española.
Poco después de que Blake se marchara de Murcia a Cádiz, Sebastiani (que por el momento había vencido a los insurgentes de las Alpujarras) se reunió en Baza, en el extremo oriental del reino de Granada, la mayor parte del CE-V, y marchó con 7.000 hombres sobre Lorca. Freire, desconfiando de sus tropas, se negó a luchar, envió 4.000 hombres al inexpugnable puerto-fortaleza de Cartagena y se retiró con el resto de su ejército a Alicante, dentro de las fronteras de Valencia. Así, la rica ciudad de Murcia, junto con el resto de su provincia, que nunca antes había visto a los franceses, quedó indefensa ante Sebastiani.
Sebastiani entró en Murcia el 23 de abril, y comenzó por multar a la corporación con 50.000 libras por no haberlo recibido con un saludo real y el repique de las campanas de sus iglesias. El resto de su comportamiento fue acorde: entró en la catedral mientras se celebraba la misa e interrumpió el servicio para apoderarse de la plata y las joyas. Confiscó el dinero y otros objetos de valor en todos los monasterios, hospitales y bancos. Permitió que sus oficiales chantajearan a muchos habitantes ricos y que su tropa saqueara casas y tiendas.
Dos días después de su entrada, volvió sobre sus pasos y se retiró apresuradamente hacia Granada, dejando una ciudad en ruinas tras él. La causa de su repentina salida fue la noticia de que los insurgentes de las Alpujarras, estaban asaltando todas sus pequeñas guarniciones, y que la propia Málaga había sido capturada por una gran banda de los serranos. Málaga estuvo retenida durante un breve espacio de tiempo, aunque el general Perreymond consiguió después expulsarlos. Pero todas las sierras de Alhama y Ronda estaban en armas, nada menos que los cerros más orientales donde había comenzado el levantamiento. Hubiera sido absurdo que Sebastiani siguiera adelante con la campaña ofensiva en Murcia, cuando Andalucía del Sur se perdía a su retaguardia.
Operación de Lacy contra Ronda
Durante todo el mes de mayo, Girard y Sebastiani, con una pequeña ayuda de Dessolles, que dejó algunos batallones del reino de Córdoba, participaron activamente en el intento de reprimir a los montañeses. Las bandas más grandes se dispersaron, no sin intensos combates: los hombres de Girard trabajaron arduamente en Albondonates el 1 de mayo y en Grazalema el 3 de mayo. Pero justo cuando se reabrieron las carreteras principales y se levantó el bloqueo de la guarnición francesa de Ronda, la situación cambió con el desembarco en Algeciras del general Lacy el 19 de junio, con una DI de 3.000 regulares enviados desde Cádiz por la Regencia. Su llegada levantó el ánimo de los insurgentes, que acudieron a miles en su ayuda, cuando anunció su intención de marchar contra Ronda. Lacy, sin embargo, fue a la vez indeciso y prepotente.
Al llegar a Ronda consideró que la fortaleza rocosa era demasiado formidable para defenderse y se desvió hacia Grazalema, para disgusto de sus seguidores. Luego luchó junto con los serranos, despidió a muchos de ellos, de su campamento como indignos de servir junto a los soldados regulares, e incluso encarceló a algunos de los jefes más turbulentos.
En ese momento Girard al norte y Sebastiani al este empezaron a acercarse a él. Inquieto por su aproximación, Lacy retrocedió hacia la costa, y después de algunas escaramuzas insignificantes volvió a embarcar su fuerza en Estepona y Marbella, desde donde navegó hasta Gibraltar y desembarcó en las Líneas de San Roque, bajo los muros de esa fortaleza el 12 de julio. Casi la única ganancia positiva que produjo su expedición fue la ocupación de Marbella, donde dejó una guarnición que se mantuvo durante un tiempo considerable. Sin duda sirvió de algo haber detenido a Girard y Sebastiani en la remota montaña del sur durante un mes completo, cuando Soult los necesitaba mucho en otras direcciones.
Sin embargo, los resultados perversos de las tímidas maniobras de Lacy y su apresurada huida, tuvo efectos sobre la moral de los insurgentes, que podrían haber sido lo suficientemente grandes para contrarrestar esas pequeñas ventajas, si los serranos hubieran sido menos duros y resueltos. Sorprende comprobar que no perdieron el coraje, sino que mantuvieron el levantamiento con una energía inquebrantable, aparentemente confirmados en su autoconfianza por el pobre espectáculo del ejército regular, más que descorazonados por el ineficaz socorro que les envió desde Cádiz.
A pesar de todos los esfuerzos de las columnas volantes de Soult, no pudieron dispersarlos por completo, aunque fueron cazados cientos de veces de valle en valle. El poder del virrey de Andalucía se detuvo al pie de las colinas, aunque sus dragones mantuvieron las llanuras sujetas. Cada vez que Ronda y las otras guarniciones aisladas en las montañas tenían que ser abastecidas, el convoy tenía que abrirse camino hacia su destino a través de enjambres de francotiradores insurgentes.
Operación de Lacy contra el condado de Niebla
La Regencia aún no había terminado con Lacy y su fuerza expedicionaria. Tras permanecer algún tiempo bajo los muros de Gibraltar, fueron reembarcados y llevados de regreso a Cádiz, desde donde poco tiempo después fueron enviados para una incursión en el Condado de Niebla. En esta región, donde Copons ya estaba en armas, las fuerzas francesas, al mando de Remond y el duque de Aremberg, eran tan débiles que la Junta creía que la división de Lacy fácilmente limpiaría todo el campo de enemigos. Su liberación sería de lo más valiosa, porque Cádiz solía sacar maíz y ganado de las tierras entre el río Tinto y el río Guadiana, y había sentido amargamente la falta de sus acostumbrados suministros desde que la guerra había llegado allí.
Lacy desembarcó en la bahía de Huelva el 23 de agosto con cerca de 3.000 hombres. Tuvo la suerte de encontrarse y vencer sucesivamente a dos pequeñas columnas francesas que marchaban contra él desde Moguer y desde San Juan del Puerto. Acto seguido, el duque de Aremberg, cuya fuerza total en esa región era de menos de 1.500 hombres (2 BIs del RI-103 y el RC-27 de cazadores), evacuó Niebla y retrocedió sobre Sevilla. Copons, a quien se le había dicho que se uniera a Lacy, pero no había recibido sus instrucciones a tiempo, persiguió a una columna francesa separada al mando del general Remond durante cierta distancia, pero pronto fue detenido por la noticia de que una gran fuerza se movía contra él.
Mientras tanto, Lacy, para sorpresa y disgusto de los habitantes del Condado, se embarcó de nuevo el 29 de agosto y regresó a Cádiz, profesando dar por cumplido el propósito de su expedición. Tenía tanta justificación, que la noticia de su incursión había inducido a Soult a enviar contra él, en el momento más crítico, el cuerpo principal de la DI de Gazán, que marchó a Niebla, buscó en vano la fuerza expedicionaria y regresó a su base después de perder una quincena. Pero quedaba una guarnición más grande en Andalucía Occidental, y Copons fue cazado con más vigor que antes.
Batalla de Cantalgallo (11 de agosto de 1810)
A pesar de la débil incursión de Lacy en el Condado había evitado un grave peligro para el ejército español de Extremadura, al obligar a Soult a destacar a Gazán contra él, en un momento en que estaba concentrando el CE-V para un golpe contra La Romana; y ya estaba involucrado en operaciones activas contra el marqués. Se había producido un cambio total en la situación en Extremadura a finales de julio, cuando Reynier, actuando bajo las órdenes de Masséna, marchó hacia el norte desde sus antiguas bases en Mérida y Medellín; cruzó el Tajo en el ferry de Alconetar sobre el puente roto de Alcántara el 16 de julio.
Este traslado de todo el CE-II al norte, seguido por la correspondiente transferencia de la fuerza británica de Hill desde Portalegre a la zona de Castello Branco; había dejado a La Romana en Badajoz sin enemigo frente a él. Había provocado una ruptura total de las comunicaciones entre el ejército francés de Andalucía y el ejército de Portugal, que en el futuro solo podrían comunicarse por la tortuosa ruta de Madrid, ya que la de Almaráz estaba cerrada.
Soult había puesto en manos de Mortier, para su inmenso disgusto, la tarea de contener a toda la fuerza de la Romana, que Reynier había estado controlando desde marzo hasta julio. En consecuencia, llamó desde la sierra de Ronda a la dI de Girard, deseando reunir a todo el CE-V para la protección de los accesos norteños a Sevilla.
Llegó justo a tiempo, porque La Romana había visto su oportunidad, y había resuelto concentrar su ejército para realizar una manifestación contra Andalucía; que parecía ofrecer grandes tentaciones mientras que solo la DI solitaria de Gazan se interponía entre él y Sevilla, y que además, estaba debilitada por los destacamentos de Remond y Aremberg que se encontraban en el condado de Niebla. En consecuencia, el marqués, dejando a Carlos O’Donnell para vigilar a Reynier en el Tajo, y otra DI para vigilar Badajoz, y Ballasteros para invadir Andalucía. También le dijo a Copons que subiera a reforzarlo con sus levas del bajo Guadiana. Incluso sin la ayuda de este último, que nunca logró alcanzarlo, tenía 10.000 de infantería y 1.000 de caballería.
Pero La Romana siempre tuvo mala suerte cuando luchaba, justo cuando empezó, Girard había regresado de Ronda a Sevilla. Al enterarse de que el ejército de Extremadura estaba en movimiento, Soult envió a la DI recién regresada, reforzada por parte de los RIs de Gazan y una brigada de caballería, hacia los pasos de Morena. El 11 de agosto, Girard, con unos 7.000 infantes y 1.200 jinetes, se encontró con La Romana en Villagarcía de la Torre, a las afueras de la localidad de Llerena. Los españoles estaban ansiosos por luchar, creyendo que solo tenían que lidiar con una fracción de la DI de Gazan; la noticia del regreso de Girard de Ronda aún no les había llegado.
El día 10 de agosto se reunieron las fuerzas españolas en Zafra. Esa misma tarde el marqués de la Romana mandó en vanguardia a las DIs de Ballesteros y Martín de la Carrera, por el camino de Bienvenida y hacia Llerena, para valorar las fuerzas y posiciones del enemigo, siempre, según expresas instrucciones del marqués, a la espera de la retaguardia que él mismo dirigía. Inmediatamente detrás salió la caballería mandada por el general Mendizábal, seguida de la división del general en jefe, haciendo tiempo para que llegara la caballería prometida del ejército portugués, que no se presentó hasta que la batalla ya estaba concluida.
Siguiendo con los acontecimientos, a primeras horas del 11 de agosto, y a la altura de Cantalgallo, las DIs de vanguardia españolas observaron sorprendidas cómo los franceses se les habían adelantado, ocupando estratégicamente las lomas de Cantalgallo, desde donde controlaban cómodamente por la derecha el acceso a Llerena desde Bienvenida, camino por donde avanzaban las DIs españolas.
En esta situación de inferioridad posicional se entabló la batalla durante tres horas escasas, con bajas y acciones heroicas sin reserva por ambos bandos. Al principio, según informes posteriores de los generales Ballesteros y Martín de la Carrera, la victoria parecía decantarse a favor de los españoles quienes, envalentonados, forzaron al enemigo a salir de sus parapetos a golpe de bayoneta, actuando incluso con la pendiente adversa y despreciando el fuego intenso. Después el enemigo se recompuso, y avanzando ordenadamente hicieron retroceder a los españoles, arrinconándolos contra el arroyo previo a la cima que daba vistas a Montemolín, hacia donde escaparon tras sufrir numerosas bajas.
Esta última parte de la acción ya fue observada por la retaguardia dirigida por el marqués de La Romana, que llegaba al escenario de la batalla entre las 9 y 10 de la mañana. Inmediatamente, viéndose en inferioridad, decidió dar la acción por fracasada, retirándose como pudo hacia el cuartel general de Salvatierra.
En esta última villa, el 15 de agosto emitió un informe de la batalla dirigido a Eusebio de Bardaxi y Arara, exponiendo su opinión de la batalla, que en absoluto consideraba como perdida. No obstante, obviando el informe que previamente había recibido de los generales Ballesteros y Martín de la Carrera, se lamentaba de la actuación de estos dos generales y de sus oficiales, sin inculpar ni cuestionar el ardor guerrero de la tropa, a la que defendía en su informe. Y les recriminaba porque sus órdenes siempre fueron “que no empeñasen acción alguna, pues la intención no era más que reconocer al enemigo y disponerme para atacarle con todas las fuerzas reunidas”, es decir, hasta que él llegara. No obstante, desconocemos si como atenuante o como reafirmación en los comentarios anteriores, indicaba que en dicha anticipación “tuvo más parte el ardor e impaciencia de victoria en las tropas y el ansia de gloria de los generales, que no la prudencia y circunspección que debieron guardarse”.
Los españoles fueron obligados a regresar a Zafra y Almendralejo, con una pérdida de 600 hombres, el triple que los franceses.
Combate de Fuente de Cantos (15 de septiembre de 1810)
Soult luego reforzó la columna de Girard, puso a Mortier al mando y le ordenó que avanzara a Badajoz. Pero justo cuando el duque de Treviso se disponía a avanzar, llegó la noticia del desembarco de Lacy en Moguer. Apenas quedaban tropas en Sevilla, por lo que Soult se apresuró a llamar a Mortier para que enviara los RIs de Gazan que estaban con él, y casi toda la caballería, y los envió contra Lacy. La DI de Girard se retiró de Zafra y tomó una posición defensiva en los pasos que cubrían Sevilla. Así se evitó una peligrosa crisis, porque si todo el CE-V hubiera marchado sobre Badajoz en agosto y hubiera hecho retroceder La Romana a Portugal, el flanco de Wellington en el Alentejo habría quedado expuesto. Ya que no había ninguna DI británica al sur del Tajo para apoyar al ejército español de Extremadura, ya que Hill se había trasladado a Castello Branco para contener a Reynier.
De las tropas regulares, en efecto, a Wellington no le quedaba nada en la frontera del Alentejo, salvo la brigada de caballos portugueses de Madden y los 2 RIs de la misma nación, que formaban parte de la guarnición de Elvas. De ahí que se sintiera muy preocupado por la tendencia de La Romana a tomar la ofensiva contra Sevilla, y le rogó repetidamente que se contentara con operaciones defensivas y no llamara la atención de Soult. Porque el duque de Dalmacia, si se le dejaba solo, tenía suficiente para ocupar su atención en Andalucía, pero, si se le provocaba, podía abandonar alguna parte periférica de su virreinato, para concentrar una fuerza que aplastara al ejército de Extremadura; y luego ejecutar un desvío contra Portugal al sur del Tajo, que Wellington tanto temía.
Sin embargo, a pesar de la advertencia que había recibido en el combate del Cantalgallo, y, a pesar de los ruegos de su aliado, La Romana renovó en septiembre el proyecto que tanto le había costado en agosto. Al enterarse de que los pasos frente a Sevilla estaban una vez más débilmente controlados por los franceses, comenzó a mover su ejército hacia el sur en destacamentos, hasta que reunió una gran fuerza en Guadalcanal y Monesterio. Atribuyendo sus desgracias del último mes a la debilidad de su caballería, llevó con él a los jinetes portugueses de Madden, una débil brigada de 800 hombres, que Wellington había puesto a su disposición, sin prever que su existencia se sumaría a la predisposición que sentía el marqués por las manifestaciones ofensivas. Siguió el resultado inevitable.
Inquieto por la actividad del ejército extremeño, sus partidas de vanguardia ya habían avanzado hasta Santa Olalla en la carretera de Sevilla y Constantina en la carretera de Córdoba, Soult ordenó a Mortier que concentrara el grueso del CE-V en Ronquillo y atacara el enemigo. La Romana accedió de inmediato, evacuando los pasos, pero su retaguardia fue superada en Fuente de Cantos, detrás de Monesterio, por la caballería francesa el 15 de septiembre. Su caballería, al mando de la Carrera, se dirigió a la bahía para cubrir la retirada, pero fue cargado y dispersado con grandes pérdidas por los cazadores de Briche, que capturaron la batería que lo acompañaba; y envolvieron a una gran masa de los jinetes vencidos, que se habían visto obligados a rendirse si los portugueses de Madden, no hubiesen cargado en el momento oportuno, y con gran vigor, deteniendo el avance francés y dando tiempo para que las brigadas derrotadas se salvaran en las colinas. Madden, aunque perseguido por las reservas francesas, hizo una retirada exitosa, con pequeñas pérdidas. Los españoles, sin embargo, dejaron tras de sí 6 cañones y 500 muertos y heridos, mientras que las pérdidas francesas no habían superado los 100.
Mortier persiguió entonces a La Romana hasta Zafra y empujó a su avanzada caballería hasta la Fuente del Maestre, a solo 50 km de Badajoz. Así, la situación que Wellington que más temía había vuelto a existir: un considerable ejército francés se estaba moviendo hacia el centro de Extremadura y amenazaba la frontera de Alentejo al sur del Tajo, en un momento en que todos los hombres del ejército de campaña anglo-portugués estaban plenamente empeñados en Beira por el avance de Masséna.
Expedición de Sebastiani a Murcia
Nuevamente, como en agosto, Mortier no aprovechó su ventaja, aunque La Romana en realidad se había retirado detrás del río Tajo a Montijo (Badajoz); después de dejar completada la guarnición de Badajoz, dejó a Mortier la oportunidad de sitiar a esa ciudad, a Olivenza, o incluso a Elvas, si le placía. Cuando todo el CE-V fue reunido, avanzó hacia Zafra, Andalucía Occidental estaba casi despojada de tropas. De hecho, en la propia Sevilla, Soult no tenía más que sus nuevas levas españolas, y los convalecientes de su hospital central, junto con algunos destacamentos que escoltaban convoyes que pasaban por la ciudad y que habían sido detenidos para añadir unos cientos de efectivos a su guarnición. Cuando, por tanto, Copons empezó a hacerse sentir una vez más en el condado de Niebla y una segunda expedición de asalto de Cádiz desembarcó en Huelva, Soult se sintió muy incómodo.
Su incertidumbre se vio incrementada por las noticias desde el este, Sebastiani en ese momento había sido atacado por ataques demostrativos del ejército español de Murcia contra su flanco. Blake había regresado en agosto de Cádiz para inspeccionar la sección de sus fuerzas que había dejado bajo Freire y que no había visto desde abril. Había empujado reconocimientos a Huescar en el reino de Granada, había enviado suministros para ayudar a los insurgentes de las Alpujarras y estaba empezando a provocar un nuevo levantamiento en el lado de Jaén.
Esto provocó que Sebastiani concentrara la mayor parte del CE-IV y marchara contra él con 8.000 hombres. Blake retrocedió ante su enemigo hasta la zona de Murcia, donde había preparado una posición fortificada inundando la Huerta, o llanura suburbana, que es regada por numerosos canales extraídos del río Segura, y guarnicionando todos los pueblos. 14.000 regulares, con una poderosa artillería, mantuvieron los accesos, mientras una masa de campesinos armados rondaba los flancos de Sebastiani. Los franceses, sin embargo, solo avanzaron hasta Lebrilla, a 20 km de Murcia, y luego se detuvieron el 28 de agosto.
Sebastiani, después de reconocer la línea de Blake, pensó que era demasiado poderosa para entrometerse y se retiró dos días después hacia su base, muy acosado por el campesinado en su regreso. Pero durante las tres semanas que tardó el general francés en concentrar su fuerza de campaña, marchar sobre Murcia y regresar, todo se había arruinado. Los insurgentes de las Alpujarras habían capturado las importantes ciudades portuarias de Almuñécar y Motril y habían guarnecido sus castillos con la ayuda de cañones ingleses enviados desde Gibraltar. La gente de la sierra de Alhama había cortado las carreteras entre Málaga y Granada, y 4.000 montañeses habían atacado la propia Granada; fueron derrotados fuera de sus puertas por la guarnición el 4 de septiembre, pero seguían merodeando por sus alrededores.
La noticia de todos estos problemas había llegado a Soult mientras Sebastiani estaba bastante desconectado, perdido de vista en el reino de Murcia. Indudablemente, contribuyeron a que el mariscal Mortier retirara el CE-V de Extremadura. Una vez más dividió sus dos divisiones, atrayendo a Gazan a Sevilla para formar su reserva central, mientras Girard vigilaba los pasos como antes. Mientras tanto Copons ya había sido golpeado en el Condado por la columna del general Remond el 15 de septiembre, y Sebastiani a su regreso despejó de insurgentes la zona de Granada y Málaga, y obligó a las indomables bandas de las Alpujarras a refugiarse en sus montañas. Motril y Almunecar fueron recuperados. Así pasó la tormenta, tan pronto como las dos fuerzas expedicionarias francesas al mando de Mortier y Sebastiani regresaron una vez más a sus habituales puestos de guarnición.
Batalla de Fuengirola (14 y 15 de octubre de 1810)
Solo quedan dos incidentes más por relatar en la campaña andaluza de 1.810. Campbell, el gobernador de Gibraltar, aunque algo tarde, había resuelto prestar un pequeño destacamento para ayudar a los insurgentes granadinos. El plan que concertó con el gobernador español de Ceuta fue que Andrew Thomas Blayney con 2 BIs británicos (RI-82 y RI-89) de la guarnición de Gibraltar, el RI español Imperial de Toledo de Ceuta, unos 2.200 hombres en total, debía ser lanzado en la costa de Fuengirola, 32 km al lado más cercano de Málaga; donde había una pequeña guarnición francesa y un depósito de provisiones, que servía para una brigada que entonces participaba en el asedio de Marbella, ciudad que había sido guarnecida por Lacy en junio, y que aún resistía valientemente en octubre.
Al enterarse durante una parada en Fuengirola, que Sebastiani acudiría con la mayor parte de la guarnición de Málaga para aliviar el fuerte. Decidieron atacar el castillo, pero en el momento en que se supiese que se acercaba a la fuerza expedicionaria, Blayney volvería a embarcar y se lanzaría sobre la propia Málaga, a la que podría llegar más rápidamente por agua que Sebastiani por tierra. Los partisanos dentro de la ciudad estaban listos para tomar las armas, y el campesinado de la sierra de Alhama también se alistó en la empresa.
Blayney desembarcó con éxito el 13 de octubre y sitió Fuengirola, que estaba guarnecida por 150 polacos al mando del capitán Franciszek Milokosiewitz, que contaba además con una docena de dragones franceses y 4 vetustos caños servidos por 4 españoles.
A las 13:00 horas, los guerrilleros españoles asaltaron la plaza matando a un par de polacos, pero fueron expulsados por una descarga cerrada de 40 de ellos. Blayney desplegó a sus tropas en las colinas de las inmediaciones y pidió la rendición del castillo, Mlokosiewitz le desafió a que intentase tomarlo.
Los buques ingleses comienzan a bombardear Fuengirola; los artilleros españoles al servicio de los polacos huyeron, encargándose estos de disparar las obsoletas piezas, con tal destreza que hundieron una cañonera y destrozaron las restantes; solo las fragatas continuaron hostigando la plaza, fuera del alcance eficaz de su artillería.
Blayney ordenó a toda su infantería asaltar el castillo; un comandante británico resultó muerto y Mlokosiewitz cayó herido, pero Fuengirola continuaba en manos de los polacos. Los atacantes retrocedieron tras sufrir muchas bajas entre muertos y heridos, mientras los defensores contaban 3 muertos y 13 heridos.
Durante el resto de la noche, unos 60 polacos lograron romper el cerco avanzando desde Mijas y se unieron a los sitiados, mientras otros 200 polacos al mando del capitán Brosniz se aproximaron a Fuengirola.
La mañana siguiente, las fragatas inglesas reanudan el bombardeo, destruyendo la torre del castillo; Blayney envió un emisario a la guarnición para invitarles a rendirse, pero Mlokosiewitz no le permitió entrar. Los ingleses continuaron cañoneando la plaza hasta que el castillo se incendió. El capitán polaco convocó un consejo de guerra a las 13:00 horas, y todos sus oficiales votaron por continuar resistiendo.
Por la tarde llegó el navío de línea Rodney (74), transportando otro BI británico de refuerzo, de unos 1.000 soldados. Blayney, por su parte, temía la llegada de un contingente de 5.000 italianos y franceses al mando del general Sebastiani.
Aprovechando que Blayney envió tropas a la playa para ayudar a desembarcar los refuerzos, Mlokosiewitz dirigió una salida con 130 polacos atacando al RI español y al BI alemán, que fueron arrollados en sus posiciones al ser sorprendidos; varias decenas fueron muertos o heridos, y otros 40 fueron capturados con toda la batería artillera.
Después los polacos giraron las piezas británicas y las disparan contra sus propios barcos. Blayney, absorto por la determinación francesa, ordenó de inmediato un asalto para recuperar los cañones, pero los polacos hicieron explotar la munición antes de retirarse. Los aliados formaron una nueva línea de 300 británicos y 1.000 germanos y españoles.
Los 200 infantes polacos de Brosniz atacaron por sorpresa el flanco de la línea aliada, los aterrorizados soldados ingleses creyeron que se trata de la vanguardia de la división de Sebastiani y huyeron en desbandada.
Blayney, un hombre miope, vio unos franceses a quienes confundió con españoles y fue hecho prisionero de la manera más ignominiosa. El RI español partió con pocas pérdidas, había mantenido la cohesión y se abrió camino hacia los barcos después de rechazar un ataque. El RI-82 estaba parcialmente a bordo en el momento del combate, y las compañías que estaban en tierra se salvaron mediante una acción retardadora. Pero el BI del RI-89 quedó medio destruido, perdiendo más de 200 prisioneros además de unos 40 muertos.
Por su heroica defensa de Fuengirola, Napoleón concederá a Mlokosiewitz la Legión de Honor. Blayney permanecería prisionero de los polacos varios años.
Batalla de Cúllar (3 de noviembre de 1810)
Cuando Sebastiani se retiró del reino de Murcia en los primeros días de septiembre, Blake había devuelto a su ejército a sus antiguas posiciones en la frontera de ese reino. Siete semanas después, encontrando muy débil la línea francesa que tenía delante, resolvió intentar un ataque en fuerza, para probar las fuerzas francesas y dar un golpe serio contra las fuerzas francesas en Granada. El 2 de noviembre cruzó la frontera murciana, con 8.000 de infantería y 1.000 de caballería, y ocupó Cúllar.
Al día siguiente se encontraba a las puertas de Baza, donde había 4 BIs de la fuerza francesa que cubrían Granada. Pero a la mañana siguiente, el general Milhaud llegó con un poderoso cuerpo de jinetes, reunido apresuradamente y 2.000 infantes en 3 BIs (RI-32 y RI-58), parte de la división de Milhaud, de la que formaba parte el RC-1 de lanceros polacos mandados por el coronel Konopki, y una batería de artillería a caballo.
El ejército de Blake invitaba a un ataque, avanzaba por la carretera con la caballería desplegada al frente, una DI apoyándola, mientras que una segunda DI estaba a algunos km detrás, en las colinas que separan la llanura de Baza de la sierra de Oria. Una retaguardia de 2.000 hombres seguía en Cúllar, a 16 km del lugar de la acción.
La batalla comenzó a las 14:00 horas. Los españoles impacientes por entrar en combate iniciaron sus movimientos, la caballería avanzaba en línea por el Camino Real de Cúllar a Baza; mientras que la infantería se dirigió hacia la derecha hasta formar en el llano en orden de batalla en dos líneas, defendidos sus flancos por artillería y partidas de guerrilleros dirigidas por José Villalobos.
La llegada de los españoles y su presentación en el campo de batalla, hicieron retroceder del llano a los franceses, los cuales se situaron en otra zona de lomas enfrente del grueso del ejército español.
Animados los españoles por el miedo de los franceses, el general Blake dio orden de realizar una rápida maniobra a la infantería, pero la caballería que discurría por el Camino Real, en especial los RCs de Montesa y del Rey, entendido mal el movimiento y se enredaron entre sí, momento que aprovechó la caballería francesa para embestir.
Los escuadrones de Milhaud cargaron ferozmente a lo largo y a cada lado de la carretera, derrotaron por completo a la caballería de Blake, y la hicieron huir a la DI de vanguardia. Los jinetes españoles en su huida desbarataron las líneas de infantería, que se rompieron y huyeron a refugiarse en la otra DI en reserva en el cerro de atrás. Blake dio la orden de una retirada instantánea, y Milhaud no pudo seguir muy lejos entre las rocas y los desfiladeros.
Milhaud había capturado una batería de artillería de 5 piezas y unos 1.000 prisioneros, y mató o hirió a unos 500 hombres más, en los pocos minutos que duró el enfrentamiento. La caballería francesa no perdió más de 200 hombres. La infantería apenas había realizado un solo disparo. Blake, al no ser perseguido, se retiró solo hasta la venta de Bahul, al otro lado de Cúllar, y permaneció en la frontera murciana, curado durante un tiempo de su manía por tomar la ofensiva al frente de un ejército desmoralizado.
Los franceses persiguieron a los españoles hasta la ciudad de Lorca, allí capturaron gran cantidad de contribución y víveres, y regresaron el día 12 de noviembre.
Así terminó la inconclusa campaña de 1810 en Andalucía, los franceses el último día del año tenían casi exactamente los mismos límites de territorio que habían ocupado el 1 de marzo.