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Continuación del asedio de San Sebastián
Detenida la ofensiva de Soult y expulsado de nuevo a la frontera en un estado de completa desmoralización, Wellington renunció invadir Francia y decidió volver a los asedios de San Sebastián y Pamplona para tomar ambas ciudades. Mientras tanto esperaba como se desarrollaba la situación general de los asuntos en Europa. Si Austria entraba en la guerra del lado de los aliados, y si la campaña alemana de 1813 fuera mal para Napoleón, podría ser posible dejar los Pirineos y el Bidasoa detrás, y lanzarse a la invasión de Francia.
Sería el 12 de agosto, cuando Metternich declaró la guerra a Francia, y la guerra reinició en las llanuras de Sajonia. Mucho antes de que San Sebastián cayese, el Armisticio de Plasswitz había finalizado el 27 de julio.
26 de julio de 1813
El Tcol Fraser desconfiaba de la protección que proporciona el río Urumea a las baterías del Chofre. Tenía la sospecha de que en marea baja podía ser vadeable, lo que pondría en gran peligro a todo el arsenal artillero en caso de que se realizase una salida la guarnición francesa. El capitán de artillería Alexander MacDonald se presentó voluntario para hacer una comprobación in situ. La noche del 26 de julio vadeó el río, llegando hasta las rocas de la parte baja de la batería del Mirador. Había que tomar medidas urgentes, ya que todo el entramado artillero se encontraba protegida únicamente por una débil brigada portuguesa. Por ese motivo se refuerzaron las guardias.
Desde la ciudad vieron cómo zarpaban 36 chalupas hacia la escuadra de bloqueo desde los arenales del Chofre. En ellos se transportan parte de los heridos del ataque del día anterior.
La actividad artillera ese día fue muy escasa. Solamente se disparó algún proyectil que cayó sobre la zona de las casas ya incendiadas. En un despacho del general Rey al ministerio de la guerra, indicaba que la ciudad había sufrido mucho por el incendio, que aún no había podido sofocar. Mencionaba que la mayor parte de las casas estaban afectadas por los bombardeos y casi la mitad de las existentes en la ciudad estaban destruidas por el incendio. Si se levantase viento, toda la ciudad sucumbiría a las llamas.
Por la tarde la munición comenzó a ser embarcada en los transportes que estaban en el puerto de Pasajes. Se preparaba todo para comenzar a retirar los cañones durante la noche, de la forma más sigilosa posible, para que la guarnición francesa no se diera cuenta de que se debilitaba considerablemente el potencial de las fuerzas sitiadoras.
La batería de brecha recibió nuevas instrucciones sobre sus objetivos. Se dio orden de abrir una tercera brecha y derribar las paredes del bastión de Santiago. Los artilleros se encontraban más tranquilos al haberse destinado una guardia de 800 hombres permanentemente en las baterías, tras el descubrimiento de la vulnerabilidad de las posiciones ante una posible salida francesa.
27 de julio de 1813
A las 4 de la mañana, antes de que el día amaneciera, el general Rey inspeccionó en persona los puestos avanzados, acompañado de su segundo en el mando Songeon que está al mando directo de los mismos. Desde estas posiciones veieron movimiento de chalupas entre las baterías de las dunas del Chofre y la escuadra de bloqueo, además de percatarse de que las bocas de los cañones aliados ya no asomaban entre los gaviones. Después inspeccionó los puestos más avanzados del hornabeque y el revellín, comprobando que los trabajos del enemigo se habían paralizado lo mismo que el continuo hostigamiento que sufrían esas posiciones.
Decidió realizar salida que tomó por sorpresa las trincheras aliadas. Había sido organizada por el general Rey para asegurarse que el repliegue aliado observado desde la ciudad, no era ninguna táctica para engañarles. También la aprovecharía para destruir las trincheras de aproximación (aproches) realizadas durante el primer asalto aliado, por lo que ordenó al capitán Saint-George hacer una descubierta con un destacamento de zapadores y obreros amparados por 2 columnas francesas:
- La primera columna a las órdenes de Luppé, estaba formada por 2 Cías de cazadores de montaña y 1 Cía de fusileros del RI-62, reforzada por zapadores. Salieron desde el hornabeque y atravesaron la paralela por su zona más cercana al barrio de San Martín, haciendo numerosos prisioneros entre los portugueses que la defendían y no esperaban este ataque.
- La segunda columna formada por 150 hombres al mando de Blanchard, logró expulsar a los ingleses del barrio de Santa Catalina.
No pudieron hacer grandes destrozos en las obras enemigas por la falta de la herramienta necesarias y la premura de tiempo, ya que temían una enérgica y rápida reacción aliada, que recuperaría esas zonas. Tomaron prisioneros, según las fuentes británicas a 189 hombres (algunas fuentes la suben a 200), de los que 3 eran oficiales pertenecientes a la brigada Spry, que estaban de vigilancia bajo el mando del mayor O’Halloran. Para que esto no volviera a ocurrir se dobló el número de vigías y patrullas en el cinturón de fortificaciones levantadas en torno a las murallas, sobre todo en la parte izquierda de la paralela, la más cercana al reducto circular. En el resto de la trinchera apenas se movían patrullas, por miedo a ser sorprendidos.
Las baterías de la parte este del Urumea ya estaban desarmadas y sus cañones en el puerto de Pasajes preparados para ser embarcados en los buques de transporte.
28 de julio de 1813
El día amaneció con un calor asfixiante, que mezclado con la altísima humedad ambiental hacía que fuera difícil sobrellevar el bochorno con las ropas pegadas a la piel por el sudor. En esas duras condiciones se procedía, en el puerto de Pasajes, a embarcar toda la artillería que aún permanecía en los muelles. Los trabajos eran lentos, con un retraso considerable. Una orden mandó zarpar a los transportes que estaban cargados con el tren de artillería. Todo esto ocurrió como consecuencia de la atmósfera de inquietud e inseguridad ante la posibilidad de que las tropas francesas, que presionaban en la frontera, llegasen hasta San Sebastián y lograsen levantar el asedio. Si eso ocurría, se apoderarían de todo el material bélico desplegado en la zona, por lo que el previsor duque de Wellington no quería arriesgarse.
En esos momentos se estaba desarrollando la batalla de Sorauren, también conocida como de los Pirineos. Los combates empezaron el día 25 de julio, teniendo que replegarse las tropas aliadas desde sus posiciones avanzadas ante el empuje francés. Ese miércoles fue embarcado en uno de los transportes el capitán de marina Taylor, rumbo a Gran Bretaña, para curarse de la amputación sufrida en una de sus piernas como consecuencia de la fractura sufrida por el golpe de un proyectil en la batería de brecha.
Las escasas piezas que se habían dejado frente a San Sebastián mantenían un plan de fuego programado, encaminado sobre todo a impedir nuevas salidas de la guarnición. A pesar de su escaso número de cañones, contaban con el apoyo de una Bía a caballo mandada por Webber-Smith, que se encontraba en Oyarzun.
A pesar de todas esas medidas, la guarnición francesa se encontraba envalentonada. El general Rey ordenaría una nueva salida contra la paralela en el transcurso de la noche del 28 al 29 de julio.
29 de julio de 1813
En el puerto de Pasajes se seguía trabajando a marchas forzadas en el embarque de todo el tren artillero utilizado en el asedio. Las noticias que llegaban desde el frente eran muy preocupantes, sobre todo por la carencia de ellas. San Sebastián se encontraba prácticamente incomunicado con el cuartel general. No se recibió ningún tipo de aclaración sobre la situación de los distintos frentes de los Pirineos.
El Tcol Fraser era uno de los encargados de supervisar toda la operación realizada en el puerto. En su carta fechada en Pasajes el día 29 de junio, describía escenas dramáticas, sobre todo por el embarque junto a los cañones, de gran número de compañeros heridos.
La situación sanitaria de los heridos era lamentable. Se encontraban mal atendidos, sin remedios adecuados a sus heridas. Los oficiales de sanidad estaban desbordados. Estos detalles influían muy negativamente en la moral de los soldados, que veían el destino que sufrirían en caso de resultar heridos. Por las prisas y la improvisación de los medios se produjeron algunos accidentes. En esa jornada se perdió un mortero en el puerto al hundirse con su embarcación.
Durante la jornada comenzaron a llegar rumores favorables sobre el resultado de las acciones bélicas de esos días. Los mandos que estaban en San Sebastián recibieron información directamente de George Collier sobre la existencia de un convoy de 4 mercantes que se encontraba en ruta, cargados con un nuevo tren de artillería.
En esa jornada Graham recibió la confirmación de la noticia del resultado positivo de la batalla de Sorauren, con la orden de proseguir los trabajos de asedio. A pesar de esa derrota francesa, Wellington no estimó conveniente penetrar todavía en suelo francés, ya que tenía a sus espaldas dos guarniciones que podían ser muy peligrosas.
31 de julio de 1813
En la noche entre el 31 y el 1 de agosto, la guarnición francesa realizó una nueva salida, capturando una de las patrullas que a partir de la exitosa salida de los franceses del 27 de julio, vigilaban las trincheras aliadas. Esa unidad perdió 15 hombres entre muertos y heridos según el general Gómez de Arteche.
El general Graham se encontraba en su cuartel general de Oyarzun, desde donde partió a caballo para inspeccionar personalmente las posiciones. Con él llegaron las noticias totalmente confirmadas de la victoria en los Pirineos, una gran victoria pero a costa de un enorme número de bajas en ambos bandos. El asedio continuaría pero con mayor ímpetu que la primera parte.
Esa misma mañana, a pesar de la escuadra de bloqueo de George Collier, varias embarcaciones procedentes de San Juan de Luz lograron romper el bloqueo y entrar en el puerto de San Sebastián.
Los trabajos para cargar el tren de artillería estaban casi completados, cuando llegó la contraorden de desembarcarlos.
En los caminos que comunicaban los campamentos aliados con las baterías de sitio se produjeron numerosos accidentes. Los oficiales se quejan continuamente del mal estado en que se encontraban y la peligrosidad de los mismos. Los accidentes descritos hay que ponerlos en duda, ya que muchas veces Fraser peca de exagerado, como cuando subiendo al monte Ulía dijo que le había afectado el mal de altura, típico de la alta montaña.
2 de agosto de 1813
Durante el transcurso de la noche entre el 1 y el 2 de agosto, los franceses efectuaron una nueva salida, que les proporciona 7 prisioneros entre los que había un sargento al que el general Rey interroga personalmente.
En ese mismo despacho, Rey indicaba que la moral de las tropas bajo su mando era excelente. La actividad de los sitiadores, observada por los ojeadores franceses, era la siguiente:
- En la zona de las dunas del Urumea y en el monte Ulía había 5 piezas de artillería, de las que 2 son obuses.
- Estaban construyendo una nueva Bía en la zona del Antiguo, pero sus progresos eran muy lentos.
- Las Bías del alto de San Bartolomé mantenían 6 piezas de artillería de las que una es un obús.
- Las trincheras delante del frente de tierra de la ciudad progresaban de manera muy rápida por tratarse de un terreno arenoso.
El general Rey se planteó dos acciones que al final fueron desestimadas. La primera consistiría en reunir un grupo de unos 100 hombres que supieran nadar, y tras cruzar el río Urumea, clavar los cañones del enemigo. La segunda sería la de efectuar una nueva salida para destruir los avances en la construcción de las trincheras que se están extendiendo por el istmo. La primera opción fue rechazada por peligrosa, y la segunda por el enorme coste en vidas que podría supondría, solo para producir unos daños que rápidamente serían reparados por el enemigo.
En ese mismo despacho fechado el 2 de agosto, Rey enumera los trabajos defensivos que se estaban realizando sus tropas:
- Se ha reparado la contraescarpa dañada por la explosión de la mina del acueducto de Morlans el 25 de julio.
- Se ha completado y mejorado las empalizadas del camino cubierto del frente de tierra, es decir, de la primera línea defensiva francesa.
- Se ha comenzado a realizar varias contraminas, ante la sospecha de que el enemigo esté construyendo alguna.
- Se están reparando las empalizadas situadas en las brechas, que están siendo sometidas constantemente al fuego del enemigo.
- Se han terminado las barricadas en las calles interiores de la villa.
Las barricadas que se habían realizado en las calles que rodean las brechas eran impresionantes. Estaban levantadas con barriles llenos de tierra, adoquines extraídos del suelo, y materiales aprovechados de las casas destruidas. La altura de estos muros rondaba los 5 metros, y se veían reforzados por un foso de entre 3 o 4 metros excavado delante. Solamente permitían el paso de un hombre a la vez, que sería inmediatamente abatido por los disparos procedentes de las paredes de las casas colindantes, aspilladas para tal efecto.
Rey también detalla la situación de los hospitales. En ellos se encontraban atendidos 480 heridos entre soldados franceses y prisioneros aliados. Incluso, el número de heridos era muy superior, tal y como indica, ya que muchas heridas leves habían sido curadas in situ.
Desde el castillo estimaba que la escuadra de bloqueo estaba compuesta en esas fechas por no menos de 9 velas, 4 transportes y 12 peniches. Este día la fragata Sourveillance (40) partió para Gran Bretaña, ausentándose momentáneamente del bloqueo.
Dickson y Fraser inspeccionaron las posiciones luso-británicas frente a la plaza. Todo estaba correctamente, aunque se dieron cuenta de que los franceses habían aumentado el número de sus empalizadas sobre la trinchera, aunque no dieron excesiva importancia a ese detalle.
3 de agosto de 1813
El fuego artillero de las baterías contra las defensas de la ciudad fue bastante intenso durante la mañana, disminuyendo por la tarde. Principalmente en el puerto de la ciudad, buscando dañar los barcos que se encontraban amarrados en sus muelles. Uno de los proyectiles logró desarbolar a la trincadura Vizcaya, pero sus daños serían fácilmente reparados.
Otro de los objetivos se centró sobre los trabajadores que estaban mejorando las defensas. Contra ellos se utilizaron granadas, rellenas de metralla, que eran disparados principalmente desde las baterías del alto de San Bartolomé, aunque alguna de ellas afectaron con su carga letal otras zonas de la ciudad.
En el puerto de Pasajes se siguieron embarcando a los heridos en el asalto del 25 de julio, en uno de los transportes que se encontraba amarrado en los muelles. A consecuencia de la falta de viento reinante, el navío tuvo grandes dificultades para salir por la estrecha entrada del puerto. Gracias a la pericia de Bloye, su capitán, logró finalmente hacerse a la mar.
4 de agosto de 1813
Amaneció un día despejado. Ambos bandos continuaron con sus trabajos, unos para impedir la toma de la ciudad, otros para conquistarla.
Los franceses siguieron reforzando sus barricadas y empalizadas. Gleig comentó que la artillería británica se vio obligada a cesar su fuego, hasta ese momento muy intenso, al comprobarse desde las baterías que los defensores estaban empleando a los prisioneros en esos trabajos tan expuestos. Sus guerreras rojas eran claramente visibles desde esas posiciones. También observaron claramente la colocación de varios caballos de Frisia en las partes más expuestas de las brechas.
Por parte británica se siguió desembarcando todo el material que llegaba al puerto de Pasajes, aunque la parte más importante aún no había llegado. Para esas labores tan duras fueron contratadas las mujeres del puerto, las conocidas bateleras. Eran mujeres con largas trenzas que llamaban mucho la atención de los oficiales británicos, sobre todo por su robustez y aguante. Se las contrataba por un dólar diario más las raciones diarias de comida. Debía estar muy bien pagado el trabajo, porque se mostraban ansiosas por volver a ser contratadas.
En previsión de la llegada del convoy principal, Wellington estimó necesarios los trabajos de acondicionamiento de la carretera que une Pasajes con San Sebastián, y la construcción de una grúa en el puerto para facilitar el desembarco de las piezas de artillería. Al mariscal también se le había prometido el refuerzo de embarcaciones menores en la rada del puerto, para facilitar los trabajos. Las que se estaban usando, estaban sufriendo muchos destrozos y varias se habían hundido. Los propietarios de las mismas serían indemnizados convenientemente por el valor de las naves.
Wellington seguía intentando que el Almirantazgo reforzase las unidades de bloqueo de la plaza. Quería cortar completamente las comunicaciones de los sitiados con Francia.
Los cañones aliados estaban muy deteriorados como consecuencia de la intensidad de fuego a que habían estado sometidos, durante la preparación del asalto fallido del 25 de julio. Tenían sus bocas y oídos muy dilatados. El tener la boca dilatada originaba un detrimento considerable en cuanto a la puntería de la pieza. Si al oído le pasaba lo mismo, el cañón realizaba dos detonaciones en cada disparo. La primera vertical, desde ese orificio, con el consiguiente peligro para sus servidores y pérdida de potencia en la segunda, el disparo principal. Por este motivo, los aliados siguieron esperando el prometido nuevo tren artillero.
El Tcol Fraser en su carta escrita en Pasajes el 4 de agosto, nos relata un hecho del todo curioso. En las trincheras del frente se permitía el paso de civiles, donostiarras que habían abandonado la plaza antes de comenzar el sitio, y que a una distancia de unos 150 metros, se comunicaban a gritos con los civiles que quedaban dentro de sus muros.
La ciudad empezaba a notar seriamente los efectos de las bombas aliadas. Muchos proyectiles se desviaban e impactaban contra los edificios.
5 de agosto de 1813
El fuego de la artillería sitiadora siguió hostigando a los defensores, siendo intenso durante el día.
El Tcol Fraser recibió la confirmación de que el asedio se iba a reanudar con la máxima intensidad directamente bajo el coronel Dickson.
Los refuerzos artilleros llegaban desde todos los puntos. Los observadores franceses se daban cuenta desde sus posiciones en la plaza de la llegada de un convoy, a las 4 de la tarde, desde la carretera de Hernani. Según los oteadores estaba compuesto por no menos de 20 cañones, 6 obuses y 5 carros de municiones. También se percataron de la gran actividad que estaban desarrollando los trabajadores en el alto de San Bartolomé, para mejorar las baterías y las vías de comunicaciones. También observaron cómo se estaban reforzando las posiciones cercanas al convento de San Francisco, al otro lado del río Urumea. La actividad de los sitiadores era enorme. Se confeccionaban gran cantidad de gaviones y fajinas.
6 de agosto de 1813
La intensidad del fuego artillero fue algo más débil que el día anterior, o al manos así les pareció a las tropas que estaban acampadas en los alrededores de San Sebastián.
Los trabajos se centraron en agrandar la batería situada a la izquierda de la de brecha, sin duda, tal y como indicaba el general Rey en su despacho del día 2 de agosto a Soult; con el objeto de batir las torres y muros restantes en la torre Zurriola, la falsa braga frente al hornabeque y el bastión de Santiago (los franceses lo denominaban San Juan).
El tipo de proyectiles que se estaban utilizando por las baterías aliadas eran granadas rellenas con metralla. Tenían un sistema de explosión controlada por medio de una mecha. Si uno de estos proyectiles explosionaba encima de un grupo de soldados, estos se veían expuestos a una lluvia mortal de metralla. Los franceses se quejaban continuamente del daño que esos disparos estaban ocasionando entre sus filas.
Mientras los aliados siguieron mejorando sus posiciones, los franceses también refuerzan sus defensas. Los trabajos que realizaban eran los siguientes:
- Se ha construido una empalizada en la apertura existente entre el caballero, la línea de contraguardia y el camino cubierto de las posiciones más adelantadas.
- Se han mejorado las defensas existentes en la segunda línea defensiva, tras las brechas.
- Se ha reforzado el armamento de diversas posiciones defensivas.
La guarnición trabajaba con gran actividad, y según indica el general Rey en su despacho, la moral era excelente, lo mismo que la salud de los hombres, no existiendo epidemias entre los franceses. Necesitaban con urgencia sacos terreros, que habían sido pedidos al capitán de fragata Depogé, oficial de marina que se encargaba de las comunicaciones con la plaza a pesar del bloqueo de la escuadra de Collier.
La relación de los franceses con los civiles tampoco era mala, y las autoridades municipales ayudaban a los defensores siempre que con ello también se beneficiase la ciudadanía.
Por la tarde, desde Francia, se intentó socorrer a los sitiados con 2 trincaduras. El capitán de fragata Depogé relata el intento en su despacho al mariscal Soult.
Un curioso dato, bastante desconocido, es que Wellington se vio afectado desde este día, tal vez como consecuencia de los esfuerzos en los intensos días anteriores a causa de la ofensiva francesa, por un ataque agudo de lumbago, que le mantuvo postrado en cama varios días. Sus oficiales más cercanos indicaron en sus comentarios, que seguía andando muy recto por las molestias, incluso el día 24 de ese mes.
7 de agosto de 1813
No se escucharon disparos de artillería esa jornada, aunque Depogé lo achaca a que los vientos eran desfavorables. Los aliados dispararon una salva de 21 cañonazos contra la ciudad, como celebración por la reciente victoria contra la ofensiva de Soult que los franceses respondieron con el doble número de disparos.
El jefe del cuerpo de ingenieros Fletcher, apoyado por el mayor Smith que había redactado el plan para el primer asedio, y el jefe de artillería Dickson, se reunieron para elaborar el plan de sitio. Este no difería mucho del anterior, a pesar de la oposición de Burgoyne y del fracaso del ataque del día 25 de julio. En él se defendía que la toma previa del hornabeque de San Carlos era indispensable. El nuevo plan difería del anterior, únicamente, en el empleo masivo del poder artillero para preparar el asalto. Wellington tras sopesar ambas opiniones, se decantó por el de Fletcher, a pesar de exponer nuevamente a toda la columna atacante al fuego de flanco desde las posiciones ocupadas por los defensores.
A las 8 de la tarde se realizó un nuevo intento de socorro a San Sebastián con las trincaduras que regresaron la noche anterior. En el mismo despacho ya mencionado Depogé relata también este periplo.
Por la noche zarpó desde San Sebastián una chalupa, que permanecía en el puerto desde principios de mes, tras haber llegado desde Francia.
8 de agosto de 1813
Las fuerzas aliadas en la zona eran: 59.524 británicos y portugueses, unos 25.000 españoles (sin contar los 19.000 del ejército de Galicia bloqueando Pamplona).
A las 04:30 de la mañana llegó a puerto francés la chalupa que zarpó desde San Sebastián, portadora de los despachos del general Rey. Su capitán informaba sobre la composición de la flota enemiga que bloqueaba la ciudad asediada:
- Frente a San Sebastián: 2 fragatas, 2 bricks (bergantines), 1 goleta, 1 lugre, 7 u 8 lanchas armadas.
- En el puerto de Pasajes: 5 bricks (uno de ellos de guerra).
- En Guetaria: 4 transportes.
- En Fuenterrabía: 1 brick y 1 cúter.
Ese día tampoco hubo gran actividad artillera. Depogé nos indica en sus cartas que eran 48, las horas en que no se escuchan los cañonazos enemigos. De todas maneras hay que señalar que los vientos seguían teniendo la misma orientación que el día anterior.
En el reducto o rondeau, ocupado por los ingleses, los rumores comenzaban a intranquilizar a sus defensores. Se había extendido entre la tropa la idea de que los defensores estaban efectuando trabajos de minado bajo sus pies, con el peligro de saltar todos por el aire tras una inesperada explosión. Se mandó urgentemente a los ingenieros tomar contramedidas, a pesar de que una mina a tanta distancia de la primera línea francesa era prácticamente imposible. Esta orden agradó mucho a los soldados, al reforzar su seguridad y el escaso número de ingenieros existentes en la zona izquierda de la paralela, que hasta este momento era únicamente de cuatro hombres.
Los trabajos efectuados en el rondeau fueron:
- Excavación de un foso entre la posición y las líneas enemigas de 4 metros de profundidad, justo hasta alcanzar el nivel freático del terreno. Por debajo de este, sería imposible que los mineros franceses realizasen galerías. El agua las inundaría, y de estar excavando una mina, esta aparecería a la luz del día al llegar a esta trinchera.
- Alrededor de todo el reducto se realizó también una galería de refuerzo de 2 metros de profundidad.
- Toda la superficie interior de la posición fue reforzada mediante postes de sujeción clavados en el suelo cada 2 pies.
Los ingleses, por su parte, sí estaban inmersos en la realización de una mina. Cuando comenzaron los trabajos, se avanzó de manera lenta al principio, como consecuencia de la arena, que dificultaba su avance con continuos derrumbes en la galería. Pero tras 3 días de trabajo, una vez que la técnica constructiva fue mejorada, cada 24 horas el avance no era inferior a 5 metros. El 8 de agosto, había alcanzado una longitud total de 25 metros, pero se recibió la orden de paralizar los trabajos.
En Socoa, pequeño puerto costero de Francia, el capitán de fragata Depogé tenía preparados 10.000 sacos terreros, 600 palas, 200 planchas, 1 barril de clavos y 8 fardos de ropa. También había 11 artilleros destinados a reforzar a la guarnición francesa de San Sebastián. De estos, 8 partirían esa noche, a bordo de las trincaduras.
9 de agosto de 1813
En San Sebastián se escucharon por la noche disparos de cañones procedentes de alta mar. Rey se dio cuenta de que seguramente se trataba de algún barco que ha intentado forzar el bloqueo. No llegó ninguna embarcación durante toda la jornada, por lo que preparó una chalupa en el puerto, dispuesta para hacerse a la mar por la noche y avisar al otro lado de la frontera de lo acontecido.
Al puerto de Pasajes siguieron llegando barcos, que eran observados desde las posiciones francesas del castillo. Habían sido detectados no menos de 11 transportes y 1 fragata en la entrada del puerto. Desde San Sebastián se intentó mandar por la noche la chalupa que había ordenado el general Rey, pero el mal estado de la mar y los vientos contrarios lo impidieron.
10 de agosto de 1813
Lo más destacable fue el nuevo intento, por la noche, de enviar la chalupa preparada el día anterior, pero a una distancia de legua y media, para desesperación de los franceses, fue interceptada por los buques británicos y obligada a regresar a puerto.
11 de agosto de 1813
Esa noche lograron romper el bloqueo una chalupa enviada desde Francia, que suministraba a las tropas sitiadas 1.500 camisas, un fardo de ropas y 9 artilleros, además de los despachos con los informes del mariscal Soult. La embarcación cargada con los sacos terreros aún no había llegado, ya que Rey sigue mencionándolos en la lista de necesidades de la guarnición en su despacho de fecha 11 de agosto. Estas eran: carne salada, borra de ovejas para los hospitales, sacos terreros, y picos (indicaba que se carece totalmente de ellos).
Los prisioneros aliados que se encontraban en manos de los franceses fueron utilizados como trabajadores forzados en los puntos que necesitaban refuerzos. El general Rey temía que alguno de ellos se pudiera escapar suministrando una valiosa información al enemigo sobre la situación interior de la plaza. Por ese motivo, menciona en su despacho del 11 de junio, su intención de mandar un grupo a Francia, a bordo de una de las embarcaciones en cuanto el paso fuera algo más fácil.
Esa jornada se reprodujo el fuego artillero con mayor intensidad. Solamente se podía ver la parte alta del monte Urgull y su castillo, ya que el resto de la ciudad se encontraba totalmente cubierto por la espesa nube de humo procedente de las baterías y de los incendios que iban apareciendo en la ciudad como consecuencia de las explosiones. Los proyectiles utilizados principalmente eran granadas rellenadas con metralla, con la finalidad de obstaculizar a los grupos de trabajadores.
El deseado y esperado tren de artillería que tenía que llegar por mar seguía sin aparecer. En Pasajes se le seguía esperando con ansiedad. En el puerto se van acumulando unos 500 prisioneros franceses capturados en las acciones fronterizas, que serían embarcados hacia Inglaterra tras la descarga de los mercantes.
Por la noche se intentó sacar del puerto de San Sebastián a las trincaduras y chalupas llegadas desde Francia. A bordo de ellas se quería evacuar a 20 heridos graves, cuya curación se estimaba sería larga, por lo que no eran aptos para la defensa.
En un despacho de Wellington al conde Bathurst fechado ese día, se había enterado de la constante llegada de suministros a la plaza sitiada. Al parecer se habían apoderado de correspondencia del general francés conde Gazan, en la que se indicaba que se habían mandado con éxito sacos terreros y zapatos a los sitiados desde San Juan de Luz. El mariscal británico se lamentaba de la imposibilidad de cortar estas comunicaciones con los medios navales disponibles.
13 de agosto de 1813
Los cañones aliados mantuvieron un vivo fuego durante la jornada.
En el alto de San Bartolomé se trabajaba a buen ritmo en la mejora de las baterías, con la construcción de una nueva situada en medio del antiguo y destruido cementerio del convento.
14 de agosto de 1813
Ante la cercanía del cumpleaños del Emperador de los franceses, a las 8 de la tarde el castillo disparó tres salvas en su honor. Con estos cañonazos se inician las celebraciones de ese acontecimiento, con el que se buscaba, sobre todo, demostrar a los sitiadores que la moral de la guarnición era alta.
Por la noche zarpó una chalupa desde el puerto de San Sebastián.
15 de agosto de 1813
Antes del amanecer regresó la chalupa al no haber podido romper el bloqueo británico, pero tal vez a consecuencia de que los sitiadores se encontraban ocupados con esa embarcación, lograron entrar en el puerto 3 trincaduras procedentes de Francia.
En ellas llegaron nuevos suministros a la ciudad: 100 picos, 1 barril de clavos, sacos terreros, y 300 balas de 12 lbs.
A primera hora de la mañana, desde el castillo se escuchan de nuevo tres salvas en honor de Napoleón, como felicitación por su cumpleaños.
El general Rey mandó llamar a Albert Goblet, joven teniente de ingenieros. Rey le encargó construir un gran letrero, que con enormes letras de fuego, en la cima del monte Urgull que decía “VIVE NAPOLEON LE GRAND”, retando a todos los enemigos que asediaban la ciudad, que se iluminó cuando la oscuridad de la noche se impuso.
En el despacho del general francés a Soult, le pedía con urgencia que se comunicase al intendente general la necesidad que tenía de medicamentos para sus heridos.
También esa noche se realizó un nuevo intento de comunicación con Francia, por lo que zarpó otra vez la chalupa. Las trincaduras estarán preparadas para intentar zarpar la siguiente noche.
Thomas Graham, como consecuencia del mal tiempo y de su avanzada edad, no se encontraba muy bien. Esta situación se la comunicó a Wellington, no descartándose la posibilidad de que el teniente-general abandonase el sitio y regresase a Gran Bretaña. Por su parte, Wellington seguía sufriendo el ataque de lumbago, con dolores incluso sentado, tal y como señala Graham.
La flota con los suministros y refuerzos artilleros ya estaba llegando al puerto de Pasajes. Este se encontraba atestado de buques mercantes, soldados de todas las nacionalidades, arrieros, animales y mercancías. Hay que señalar que ese punto era el elegido para el desembarco de todas las tropas de infantería destinadas a reforzar las posiciones de la frontera. Las de caballería eran desviadas al puerto de Bilbao.
16 de agosto de 1813
Fue apresada una embarcación, la primera. Fue un éxito para la escuadra de bloqueo, ya que aunque había abortado muchos intentos de comunicar la ciudad asediada con Francis, nunca había logrado apoderarse de uno de estos barcos. En la ciudad los soldados eran conscientes del esfuerzo que estaban realizando los marineros.
Es importante señalar que entre las filas aliadas se estaban extendiendo otros enemigos también muy peligrosos. Los oficiales y soldados se están viendo atacados por la enfermedad, con problemas gastrointestinales que los imposibilitan para el servicio. Larpent, el oficial jurídico, se vio afectado, lo mismo que gran parte de los hombres a su mando. Incluso el general Picton se tuvo que desplazar a retaguardia por una indisposición gástrica aguda. No afectaba solamente una zona en concreto, se extendía por todo el contingente aliado.
Las medidas higiénicas brillaban por su ausencia. Las pulgas reinan por todas partes, mortificando a los hombres y animales.
Las deserciones entre las filas aliadas eran enorme. Aumenta día a día, a pesar de las radicales e inhumanas medidas que se tomaban para cortarla. Wellington estaba muy sorprendido por este fenómeno, que se había extendido sobre todo entre las filas británicas.
17 de agosto de 1813
Amaneció un día de típico bochorno de un agosto donostiarra. La actividad artillera fue bastante intensa, a tenor de los cañonazos que se escucharon.
En el informe del capitán de fragata Depogé para Soult fechado ese día, se detalla que están fondeadas delante de San Sebastián 4 fragatas y 2 bricks (bergantines). En el de Rey se indica que habían entrado en Pasajes 3 pesqueros y 2 transportes, llegados desde el oeste. Estos datos coinciden con lo que afirma Wellington en su despacho del 18, en el que dice que se había aumentado la fuerza naval.
El 17-18 de agosto también se asignó a la fuerza de Graham, los BIs andaluces, que Enrique O’Donnell había traído del bloqueo de Pamplona, fueron situados detrás Vera en el valle del bajo Bidasoa, para fortalecer la fuerza de Longa bastante débil en esa zona.
18 de agosto de 1813
Los ingleses seguían esperando el ansiado tren artillero de refuerzo que tenía que venir por mar. En la distancia vieron un convoy que se estaba aproximando, aunque creían que podían ser los transportes que salieron hacía días hacia Bilbao, que regresaban a devolver su cargamento en los muelles de Pasajes. Los vigías franceses también los vieron. Controlaban desde su privilegiada posición, en las alturas del monte Urgull, el continuo ir y venir de buques enemigos. En el despacho de Rey a Soult se informaba de los siguientes avistamientos.
Los envíos de suministros a los franceses llegaban bien, aunque las necesidades en San Sebastián, según transcurrían los días, se iban haciendo cada vez mayores. Hasta el momento se habían recibido 5.000 sacos terreros, que a pesar de ser una cantidad considerable, solamente suponían la mitad de la cifra prometida. Los hospitales marchaban bien, aunque la necesidad de medicinas empezaba a ser preocupante. El general Rey se lo recordaba personalmente a Depogé en una carta, al pedirle que se lo recordase al intendente general.
En la ciudad el suministro de agua era perfecto. No había ningún percance en los pozos.
El general Rey también pidió que se le mandasen refuerzos, ya que las bajas eran constantes. Se lamentaba de que ese día, a media noche, un valioso oficial de voltigeurs había resultado muerto. Necesitaba cubrir urgentemente las bajas. Al inicio del primer asedio había 3.185 efectivos en la guarnición, en esos momentos había 2.996.
La batería aliada, situada en el alto de San Bartolomé, se encontraba en perfecto estado tras haber sido mejoradas sus defensas y baterías. En el reducto preparado en los terrenos del cementerio del convento, los franceses distinguieron claramente 6 nuevas troneras, y creían que en breve habría otras 4 más, lo que le daría una potencia destructora enorme. En el Antiguo, junto a su convento, se estaba preparado otra batería para 2 cañones.
Las baterías mantenían un vivo fuego sobre la ciudad desde las 10 de la mañana, hora en la que abrían fuego. Ese día, el sonido de los cañones se escuchó con total claridad incluso desde San Juan de Luz.
La tripulación de la embarcación apresada el día anterior estaba siendo interrogada. Ellos alegaban que nada tienen que ver con el bloqueo, ya que habían zarpado desde Guetaria.
Por la noche, sobre las 8, nuevamente intentó llegar desde Francia la trincadura, cargada con las 14 cajas de municiones, que había fracasado y regresado el martes anterior. Junto a ella zarpaba la pequeña lancha Hardie, en la que se transportaban 2 fardos de sacos terreros y los despachos para el general Rey. Su misión era muy complicada. El puerto de San Sebastián estaba cada vez más férreamente vigilado. Pero los vientos no les fueron favorables por lo que tuvieron que regresar a puerto a las 23:30 de la noche.
19 de agosto de 1813
La intensidad de fuego de la artillería aliada sobre la ciudad fue bastante intenso, pero el viento no era favorable para los franceses de San Juan de Luz, que no escucharon nada.
Los barcos británicos comenzaron a toparse con la difícil entrada del puerto de Pasajes, y continuaron llegando durante los siguientes 5 días, hasta que el puerto estuvo abarrotado y se hizo difícil desembarcar cualquier cosa por falta de espacio en los muelles. No había menos de 4 convoyes, todos detenidos durante mucho tiempo en varios puertos británicos por vientos contrarios, que llegaban simultáneamente.
Lo más importante fue la llegada del tan esperado convoy que transportaba el tren de artillería, de similares características al que se empleó al comienzo de las operaciones, 28 piezas en total: 14×24 cañones, 4×10 morteros, 6×8 obuses y 4×64 carronadas.
También llegó al mismo tiempo un segundo tren de artillería, que en un principio estaba destinado para servicio de la guarnición de Cuxhaven. Su composición era de 27 piezas: 15×24 cañones, 8×18 cañones, y 4×10 morteros. Además de 2.812 proyectiles redondos de 24; 938 proyectiles huecos de 24, 1.500 proyectiles redondos de 18.500 proyectiles huecos de 18; 380 granadas para los morteros de 10; 20 granadas de fragmentación para morteros de 10, y 484 barriles de pólvora.
Este segundo tren de artillería traía la cantidad de munición necesaria para un solo día de disparos. La intensidad que se estaba disparando contra la ciudad era enorme. Pero significaba un refuerzo importante para el poder de fuego aliado, porque sus cañones podrían reemplazar a los de la primera parte del asedio que se encontraban muy desgastados por el uso intensivo. Los carros de guarnición en que habían llegado no eran útiles para este empleo.
La ciudad estaba amenazada por tres trenes de asedio. Un asedio normal se podía llevar a cabo con uno solo, pero los británicos habían reunido frente a las murallas de la ciudad el triple de lo necesario. Una fuerza hasta entonces nunca vista, reunida para una sola acción.
Junto a esos refuerzos materiales, llegó también desde Inglaterra uno humano de igual importancia, 2 BIs de Dover para que la nueva brigada fuera organizada por Aylmer, junto con unos 800 reclutas, y la 2ª Cía del BZ-II de zapadores y mineros reales compuesta por 92 hombres.
Wellington se quejó de manera formal al general Álava de la escasa colaboración que encontraba entre los naturales del país. La ausencia de carros para facilitar el transporte de los suministros dificulta en gran medida las operaciones contra San Sebastián. Esta actitud era general en todas las provincias vascas. Bilbao se negaba a ceder edificios para su uso como hospitales militares, hecho muy similar a lo que ocurrido en Vitoria. En su carta, termina amenazando con que estos detalles los iba a hacer públicos para el general conocimiento en el resto de España.
Los pescadores franceses siguieron realizando sus trabajos costeros, y permanecieron muy atentos a lo que pudieran observar. Cuando llegaban a San Juan de Luz informan a las autoridades militares sobre el número y categoría de las unidades navales británicas avistadas. Este día, frente a San Sebastián, seguía habiendo 4 fragatas y 2 bricks.
La fragata Sparrow (16) llegó a Pasajes la noche del 18 al 19. Informó que había visto un convoy de mercantes acercándose escoltados por el bergantín President (18).
20 de agosto de 1813
El duelo artillero fue constante durante todo el día. Por la mañana el Castillo contestaba con sus cañones de manera constante. Por la tarde su fuego disminuye según se incrementa el de las baterías sitiadoras.
A lo largo del día siguen llegando transportes continuamente al puerto de Pasajes.
Las posiciones son visitadas por Wellington, acompañado en esta ocasión por el general Graham y el príncipe de Orange entre otros personajes importantes.
El navío de línea Ajax (74) llegó ante las costas de la ciudad al mando del capitán Otway. Wellington le pidió a Graham que le comentase personalmente al marino la situación tan lamentable en que se encontraba la escuadra de bloqueo, y las continuas comunicaciones de la plaza con Francia. Fueron conocidas tras la publicación por los diarios de París, del informe personal del general Rey, sobre el fracasado ataque del 25 de julio. Había que hacerle notar el peligro de esa posición tan cercana a las costas enemigas. Un ataque francés obligaría, sin duda, a que la escuadra tuviera que huir abandonándolo todo. Su intención era clara, quería que el navío de 74 cañones permaneciese ante la ciudad.
Al parecer pidió personalmente que se reforzara el grupo de bloqueo con nuevas unidades. En este momento la escuadra sí empezaba a ser importante. A ese gran buque había que sumar la llegada del Revolutionaire (46) junto con el President (18).
21 de agosto de 1813
Siguieron llegando transportes al puerto de Pasajes. Entre los buques que arribaron destaca ese día la balandra de guerra Zephyr, en misión de escolta de uno de estos convoyes.
La intensidad del bombardeo a que fue sometida la ciudad disminuyó un poco en intensidad en comparación al del día anterior. La actividad en las baterías era frenética ante la constante llegada de material artillero. Se trabajaba las 24 horas del día sin parar. Fue importante la llegada de una compañía de 100 zapadores portugueses reclutados entre la milicia nacional de ese país, que a pesar de carecer de experiencia, aportaron nuevas manos al descomunal trabajo.
A consecuencia del bombardeo resultó herido el capitán Laroque, del RI-34 francés.
22 de agosto de 1813
La intensidad del bombardeo fue similar al del día anterior.
Los buques seguían entrando en el puerto de Pasajes. El Tcol Fraser estimaba que habían llegado una tercera parte de toda la artillería prometida. Los trabajos se prolongaron durante todas las horas del día, aunque cuando oscureció, amparados por la oscuridad de la noche se colocaron los cañones en sus posiciones.
Las órdenes a los oficiales de las baterías se habían cursado, marcando sus nuevos objetivos. El Tcol Fraser los puntualizó detalladamente en su carta escrita en Pasajes el 22 de agosto.
Wellington redactó un despacho oficial ese día desde su cuartel general de Lesaca para dar instrucciones a Graham sobre cómo creía que debería realizarse el bombardeo de la plaza. Eran unas instrucciones claras, que ponían en entredicho muchas de las teorías que le apuntan como principal responsable de la destrucción de la ciudad. No descartaba el posible bombardeo de la misma, pero tampoco hacía ninguna mención a que debía realizarse.
En la plaza, a mediados de mes, los cirujanos franceses hacen recuento de sus medicamentos y suministros sanitarios. Había que estar preparados para recibir a muchos heridos, y ayudarles a mitigar en lo posible su sufrimiento.
Los defensores franceses trabajaban a igual o mayor intensidad que sus sitiadores, mejorando continuamente sus defensas. El general Rey era consciente de que cualquier duelo artillero contra las baterías enemigas estaba condenado al fracaso. Por ese motivo centró todos los esfuerzos de sus hombres en poder situar el mayor número de impedimentos contra el futuro asalto a las murallas. Tras los derruidos muros exteriores, aprovechando las fachadas de las casas interiores, construyó una segunda muralla de unos 4,5 metros de altura, fortalecida con varios reductos a lo largo de su recorrido.
Desde el exterior las brechas parecían totalmente practicables, con unos terraplenes que ofrecerían pocos problemas a las tropas atacantes. Pero lo que no sabían era, que una vez llegados a la cima de las brechas, estas tropas se encontrarían un desnivel hasta el suelo interior de la ciudad de 6 a 9 metros de profundidad. Si lograran saltar desde la muralla, el espacio comprendido entre esta y la línea fortificada de casas, estaba completamente lleno de obstáculos, creados con muebles, maderos, escombros, etc. Todo ese espacio cerrado estaba completamente dominado por el fuego que los tiradores de élite que dispararían sobre los asaltantes. Las calles entre las fachadas estaban cerradas con fuertes barricadas que solo permitían el paso de un atacante a la vez, que sería rápidamente eliminado por los fusileros.
Finalmente, si todos estos esfuerzos se vieran superados por el enemigo, una gran mina había sido preparada bajo el suelo, con una carga aproximada de 12 quintales de pólvora, que haría saltar por el aire toda la zona con los enemigos encima. Otras 2 minas estaban siendo preparadas fuera de las murallas para detonar cuando la columna aliada se cercara. Su explosión lanzaría sobre los enemigos cantidad de escombros y derribaría la pared de la muralla sobre ellos.
Los oficiales ingleses eran conscientes de esas mejoras en las posiciones defensivas francesas. Estaban seriamente preocupados ante las dificultades a las que se enfrentarían sus hombres.
23 de agosto de 1813
La intensidad de los disparos de las baterías fue mediana. Todo el humo levantado por los disparos y las explosiones era rápidamente disipado por viento, que soplaba bastante fuerte desde las primeras horas de la mañana.
La continua llegada de suministros y municiones hacía que la cantidad de material concentrado frente a San Sebastián era desconocida hasta ese momento. Incluso se recomendó no utilizar en exceso el material que estaba destinado a Cuxhaven, ordenando que se economizase lo máximo posible.
El ingeniero Jones en su obra lo cuantifica 117 piezas y se detalla el siguiente material:
- 56×24 cañones con 40.138 proyectiles de ronda y 9.199 proyectiles esféricos.
- 14×18 cañones con 22.081 proyectiles de ronda, 1.100 de fragmentación y metralla, y 4.500 esféricos.
- 16×10 morteros con 5.317 proyectiles comunes y 20 carcasas.
- 18×8 obuses.
- 12×68 carronadas con 6.224 proyectiles comunes, 900 huecos y 8.100 esféricos.
- 1×12 mortero español, con 100 proyectiles, traídos desde uno de los puertos de la costa.
Además, había 7.555 barriles de pólvora y 500 barriles llenos de cartuchos.
La necesidad de hombres para trabajar en las baterías, obreros y artilleros, era enorme. Al no disponer de los efectivos necesarios los trabajos no llevaban el ritmo deseable. Se obtuvieron artilleros para tripular las piezas enviando algunos oficiales y hombres de las baterías de campaña pertenecientes a la DI-3 y la DI-4, y tomando prestados algunos marineros del diminuto escuadrón de bloqueo de George Collier.
Entre los aliados se comienza a extender el rumor de que se va a atacar la isla. La posición de este nuevo enclave era de suma importancia. Desde allí se impediría la entrada de embarcaciones procedentes de Francia, lo mismo que las que zarpaban desde la ciudad asediada. Si se instaló una batería en esa isla, todas las caras del monte Urgull se encontrarían expuestas a los disparos de los sitiadores.
24 de agosto de 1813
En las baterías el fuego contra la ciudad fue bastante regular.
El general Rey mandó un despacho al mariscal Soult, en el que describía detalladamente los preparativos aliados que observaban desde la muralla. Se planteó seriamente organizar una nueva salida de la guarnición. No se había realizado ninguna desde hacía tiempo como consecuencia del miedo a perder muchos efectivos, difícilmente reemplazables, si la operación salía mal. De la misma manera, la toma masiva de prisioneros complicaría la situación en el interior de la ciudad. Había que alimentarlos y vigilarlos. Los contingentes de prisioneros eran peligrosos dentro de una plaza sitiada, ya que podían alzarse en armas en el peor momento, dificultando enormemente la labor defensiva de la guarnición. Pero la falta de noticias, muy a su pesar, obligaba a Rey a preparar una.
El comisario de guerra Robert fue encargado por Rey para pedir más municiones al intendente general. También pidió que se preparase un depósito de suministros suficiente para sostener a la guarnición durante dos meses. En caso de ser necesario, se pediría a Francia.
Las baterías inglesas estaban preparadas. Se habían adelantado unos 100 metros en relación con las existentes durante la primera parte del asedio. A partir de ese día se puede decir que el sitio se había reiniciado completamente, con todo el poder artillero en funcionamiento. Wellington insistió en que se evitase molestias a la población, y se destruyera el menor número de casas.
Los ingleses habían comenzado dos minas desde las trincheras más avanzadas del istmo. Se construyeron únicamente como precaución, contra las posibles galerías que se suponía estaban preparando los franceses bajo sus posiciones.
Por la noche, a eso de las 22:00 horas, llegaron desde Francia 4 trincaduras y 1 chalupa en la que se traían los despachos oficiales para el general. En esos barcos llegaron 224 proyectiles de 8 y 6, medicamentos, tres cajas de velas y 18 ovejas, de las que tres habían muerto durante la travesía. Los refuerzos humanos fueron pequeños. Solamente llegaron 2 artilleros.
Rey quería hacer zarpar una chalupa con sus despachos desde la ciudad, pero la mar gruesa reinante impidió que se hiciera a la mar.
Wellington en un nuevo despacho para Graham, le instó a utilizar todo el poder artillero que tenía en su poder, e insistía en que no se utilizasen contra la población. Le indicó que las casas no debían ser destruidas si no fuera estrictamente necesario.
25 de agosto de 1813
A la 1 de la mañana, la guarnición efectuó la salida programada por el general Rey. Jones nos describe la salida como muy ruidosa, con la finalidad de crear la máxima confusión entre los defensores de la paralela. Tras llegar a esa posición, intentaron barrerla hacia la derecha, pero fueron detenidos por la vigorosa reacción de los sitiadores, obligándolos a retirarse. El número de prisioneros conseguidos según sus cálculos rondaría la docena.
A las 3 de la mañana, se dieron por finalizadas las baterías. Estas eran menos numerosas comparadas con las de la primera parte del asedio, pero su potencia de fuego era abrumadoramente mayor. El hecho de estar también menos dispersas, ocasionaba que se necesitasen menos oficiales de campo, por lo que estos se encontraban menos presionados por el trabajo que antes.
En la margen derecha del Urumea se encontraban: la batería Nº 11 de obuses (2×8 obuses) estaba al mando directo del mayor Arriaga. La batería Nº 15 de brecha (15×24) a cargo del mayor Buckner y el mayor Sympher, que se iban turnando en sus puestos. En la Nº 14 (6×24, 5×8 obuses, 4×64 carronadas) trabajaban el mayor Dyer y el mayor Webber Smith. La batería de morteros Nº (1×12 y 5×10).
En el cerro San Bartolomé se encontraban: la batería Nº 5 (6×18) y la batería Nº 6 (7×24, y 2×8 obuses). Todas las baterías estaban bajo la dirección del Tcol Fraser, mientras que el Tcol May se encarga de las comunicaciones con el cuartel general.
Los franceses observaban todos esos preparativos conscientes del inminente ataque a sus posiciones. Esta certeza quedó claramente expuesta en el despacho oficial del general Rey a Soult con fecha 25 de agosto.
Esos despachos partirían ese día por la noche en una chalupa desde el puerto de la asediada ciudad. El ayudante personal del general Rey, Doat, sería el encargado de portarlos. Rey tenía total confianza en él ante la dificultad que entrañaba el viaje, lo que hace necesario asegurarse que serían destruidos si la embarcación fuera apresada.
26 de agosto de 1813
Durante la noche del 25 al 26 de agosto, los franceses realizaron otra salida desde la ciudad. Esta vez la acción recae sobre el RI-62, dirigido por su capitán Henry, jefe de su compañía de granaderos. Rey informó que ese oficial se distinguió en la ejecución de esa acción.
Mientras esa acción se producía, el general Rey en persona, inspeccionó las posiciones francesas más expuestas, junto a las brechas. Una vez terminada esa revista, cuando regresaba, la explosión de un proyectil le hirió ligeramente en el cuello, produciendo una herida leve.
A las 8 de la mañana un disparo se oyó desde la batería Nº 11, situada en el monte Ulía. Todos los artilleros y sus oficiales miran a lo alto del monte y distinguen claramente la nube de humo negro que había producido el obús. Era la señal acordada para iniciar el bombardeo general de todas las baterías. Todas las piezas abrieron fuego al mismo tiempo. Wellington estaba presente esa mañana, aunque el general Graham se encontraba ausente.
La artillería francesa intentaba responder al bombardeo con el fuego de sus cañones. Estos eran muy inferiores en número, y se encontraban muy deteriorados por su largo e intenso uso. A pesar de su estado, su fuego fue aceptable gracias a los continuos cuidados a que habían estado sometidos por parte de sus servidores a instancias del comandante Brion, jefe de la artillería de la plaza. Cada vez que uno de ellos dispara, se escuchan las dos características detonaciones, por la dilatación sufrida en sus oídos, con la consiguiente pérdida de potencia en el proyectil.
La resistencia y la valentía de los artilleros franceses fue notable. No abandonaron sus cañones en ningún momento, por lo que muchos cayeron en sus puestos de combate. En el informe del comandante Brion fechado el 4 de septiembre se indicaba que después del 31 de agosto no quedaba ningún cañón operativo.
El efecto del bombardeo fue inmediato. La lluvia de proyectiles destruyó en pocos minutos la cara del lienzo que mira al río desde el hornabeque de San Carlos. Los disparos dirigidos contra las brechas eliminaron rápidamente todos los obstáculos que tanto trabajo había costado colocar a los defensores. Estos disparos se orientan también hacia la segunda línea de defensa, situada tras las brechas. Las fachadas aspilladas de las casas que formaban esa segunda línea defensiva, donde se habían hecho fuerte los defensores en espera del asalto, sufrieron muchísimos daños, lo mismo que los fusileros apostados en su interior, que aguantaron en sus posiciones. Todos esos objetivos eran atacados desde las baterías de la margen derecha del Urumea.
Las baterías de la margen izquierda no fueron tan efectivas, sobre todo por la gran distancia con respecto a sus objetivos. El baluarte de Santiago sí había sufrido los efectos artilleros, pero los daños no eran lo suficientemente graves como para anular su poder defensivo. Viendo ese problema, Wellington ordenó construir una nueva batería, por lo que pidió al mayor Smith que buscara la mejor posición para su emplazamiento. Desde la posición elegida no se domina la base de la muralla, pero dominaba claramente la cara derecha del baluarte.
Wellington observó todo desde una posición retrasada. El Tcol Fraser nos cuenta que, de manera lógica, no arriesgaba su vida entrando en las baterías, expuestas al fuego francés. La orden era construir una nueva batería, la más avanzada, y dotarla con 6×24 cañones. Este número se disminuyó luego a 4, por la importancia de no restar poder artillero a las alturas de San Bartolomé. Desde esta una nueva batería N° 16, situada en la paralela en el istmo, solo 250 metros en lugar de 800 de la fortaleza, se bombardeaba toda la parte trasera del frente francés que miraba hacia el río. Richard Fletcher, cerebro de todas las operaciones, era consciente de esto, por lo que defendió que esa posición no se viese debilitada.
En San Sebastián los nervios estaban a flor de piel. Los defensores se encontraban sometidos a una presión enorme bajo el mayor bombardeo de la historia militar de la guerra peninsular, y en espera de un inminente asalto que seguramente barrería sus defensas. El general Rey estaba preocupado por la actitud de los prisioneros aliados que estaban en su poder. Había riesgo de que se amotinasen, ya que su actitud era cada vez más desafiante. Para librarse de este problema, organizó la salida desde el puerto de los cabecillas más problemáticos.
De la tensa atmósfera que se vivía dentro de San Sebastián, se da buena muestra el siguiente suceso: las 4 trincaduras estaban ya preparadas para hacerse a la mar. Habían recibido órdenes sus capitanes de permanecer en el puerto hasta que los despachos oficiales del general fuesen embarcados, lo mismo que 14 heridos de la guarnición. Con ellos subirían 2 oficiales ingleses y 7 suboficiales. Para sorpresa del Tcol Thomas, que era quien mandaba en el puerto, soltaron amarras sin esperar ni recibir permiso alguno.
Estas embarcaciones nada más hacerse a la mar tenían que intentar romper el férreo bloqueo a que estaba sometida la bahía donostiarra. Ese día estaba compuesta por un navío de línea, tres fragatas y seis corbetas o bricks en un primer cinturón. A lo lejos se divisaban más velas, tal y como informa Rey. Era navío Ajax (74), presente ante las costas desde el 21 de agosto.
27 de agosto de 1813
La constante comunicación con los puertos franceses obligó a los aliados a tomar la decisión de tomar la isla de Santa Clara, donde había una guarnición de 25 efectivos. Por ese motivo, a las 3 de la mañana, desde la escuadra de bloqueo zarpó una pequeña escuadra formada por 2 botes a remo, dirigida por los 2 tenientes de la Royal Navy, Arbuthnot y Bell. En ella se transportan a 200 hombres de infantería de marina y del RI-9, bajo el mando del capitán Héctor Cameron, perteneciente al RI-9, siendo ayudado por el capitán de ingenieros George H. Henderson.
El desembarco del grupo atacante se realizó en una de las zonas más difíciles de la isla. Esos lugares eran los menos vigilados por la reducida guarnición, que fue tomada por sorpresa, y opuso una débil, pero intensa resistencia que apenas dura 5 minutos. Entre los muertos sufridos en la conquista, destaca la del teniente John Chadwick, del RI-9, que participaba como ayudante del oficial de ingenieros. Este oficial resultó herido de gravedad, y falleció poco después como consecuencia de las heridas recibidas, motivo por el que no aparece como fallecido en el informe que seguidamente mencionó.
En las posiciones al otro lado del río Urumea ni se enteraron de que esa posición tan estratégica había sido tomada. En el informe mandado por el general Rey se indicaba que la guarnición estaba compuesta por 21 hombres, al mando de un oficial del RI-34. Esta guarnición tenía víveres para un mes.
El cañoneo ese día fue intenso, en el que colaboraron los buques británicos.
Las minas empezadas el 24 de agosto, desde la parte más adelantada de la paralela estaban dando grandes quebraderos de cabeza a los ingenieros. Las galerías se realizaban en el terreno arenoso del istmo, por lo que sufrían continuos derrumbes como consecuencia de que la arena se ablandaba. El trabajo casi se limitaba únicamente a apuntalar la longitud ya excavada. Los mineros no estaban nada contentos. Era un trabajo muy peligroso, con el constante peligro de quedar sepultados vivos. Los ingenieros idearon un nuevo método para construir las galerías.
Mientras todo esto sucedía, el coronel Dickson organizó la construcción de la nueva batería Nº 7 adelantada ordenada por Wellington.
Por la noche, justo al atardecer, a eso de las 19:30 horas, zarpó desde San Juan de Luz una pequeña lancha llevando de regreso al ayudante del general Rey, Doat. En la embarcación se habían cargado 10.000 sacos terreros. Las trincaduras recientemente llegadas desde San Sebastián, no pudieron partir esa noche al encontrarse sus tripulaciones completamente agotadas. Todas habían logrado romper el bloqueo de la escuadra británica, que estaba compuesta ese día por 1 navío, 2 fragatas, 1 brick y 1 lugre. En los alrededores también había 2 corbetas y 1 cutter, además de 3 barcos de transporte.
Wellington estaba muy enfadado por las constantes comunicaciones de la plaza con Francia, así como por la llegada de continuos suministros y refuerzos a los sitiados. Pidió encarecidamente que se reforzase esa flota de bloqueo, porque creía que su ayuda era imprescindible para lograr rendir la ciudad.
En el puerto de Pasajes ya se encontraban varias embarcaciones armadas tripuladas por marineros españoles, tras haber realizado una petición el mismísimo Wellington al general Freire. Estas embarcaciones serían inspeccionadas durante los siguientes días por George Collier, quien les daría el visto bueno para reforzar el bloqueo.
28 de agosto de 1813
A las 05:30 horas de la mañana, regresó a Socoa la lancha con el ayudante Doat. A pesar de sus esfuerzos, y haber pasado entre todos los barcos enemigos anclados entre Fuenterrabía y San Sebastián, cuando llegó a la entrada de la bahía donostiarra, 7 peniches enemigos le impidieron el paso, optando finalmente por regresar.
Durante esa noche, la guarnición francesa ejecutó una salida silenciosamente hacia la parte derecha de las trincheras del istmo. El objetivo era la nueva batería. Llegaron hasta la parte superior del parapeto sin ser detectados, momento en el que la guardia, al percatarse de que estaban siendo atacados abrió fuego. Las mejoras realizadas en las trincheras, como medidas contra las salidas de la guarnición, que tanto daño habían causado, resultaron efectivas. Se habían mejorado los puestos de los centinelas y situado banquetas o pequeños parapetos a lo largo de las zanjas, para evitar un rápido avance de cualquier enemigo que lograse entrar en ellas. También se habían construido gran cantidad de gaviones y fascines gracias a los 400 soldados portugueses que fueron empleados, exclusivamente, en la mejora de estas posiciones tan expuestas. A esto había que sumar la rápida reacción de guardia de la posición, que forzó a una rápida retirada del grupo atacante.
La batería adelantada Nº 7 fue terminada esa noche. Su construcción no fue sencilla, ya que ocasionó múltiples enfrentamientos con los puestos avanzados de los franceses. A toda prisa se intentó armarla inmediatamente con los 4×24 cañones procedentes de las baterías del Alto de San Bartolomé, pero no se pudo completar el trabajo por el retraso que ocasionó la salida francesa. Con la aparición de las primeras luces, los cañones se ocultaron entre los parapetos de las trincheras.
Los efectos del bombardeo masivo a que están siendo sometidas las fortificaciones de la ciudad comenzaban a ser rápidamente visibles: la torre de Amézqueta, en medio de la brecha principal seguía en pié, aunque en un estado ruinoso. Todavía podía ser posicionado en su cima un cañón que abriría fuego de flanco contra las tropas que penetrasen por la brecha. La brecha iniciada en el extremo más cercano a la torre de Zurriola de la gran cortina de tierra estaba lejos de ser practicable. Esa misma brecha iniciada en la cortina alta afectaba al bastión de Santiago, pero sus muros, aunque muy dañados, también estaban lejos de ser practicables.
La artillería situada en la plaza estaba casi completamente silenciada. Contra esas piezas y sus servidores se disparaba con los morteros, causándoles mucho daño.
Nuevamente se reanudaron los trabajos para colocar los cañones en la batería adelantada Nº 7, pero un accidente impidió que uno de ellos llegase a estar operativo en su posición. Por lo tanto, la batería contaría al día siguiente únicamente con 3x 24 cañones.
Esa noche el capitán MacDonald, ante las dudas planteadas sobre la seguridad de las baterías situadas en las dunas del Chofre, frente a una posible salida de los defensores vadeando el río Urumea. De manera voluntaria, se internó en el río, amparado en la oscuridad de la noche, y avanzó hacia los sufridos muros de la ciudad. Llegó hasta la parte más baja del baluarte de San Telmo, sin ser detectado por los defensores, y regresó sin novedad a sus líneas tras confirmar sus peores inquietudes.
Las deserciones se sucedían, principalmente entre las tropas que guarnecían las fronteras con Francia. Los tribunales militares juzgaban a hombres acusados de deserción ante el enemigo, con veredictos de lo más severos, condenándolos a muerte por ahorcamiento.
Se ordenó reunirse en Oyarzun a las tropas voluntarias, reclutadas entre las unidades que hasta entonces no habían participado en el asedio, y que llegaron para mostrar el camino hacia las brechas a la DI-5.
Wellington estuvo por la mañana reunido con George Collier en Pasajes. Estudiaron las posibilidades de un ataque por mar, y los preparativos necesarios que esa operación requeriría.
29 de agosto de 1813
Según el despacho del general Rey, su ayudante Doat regresó a la ciudad a la una de la mañana.
Se decidió definitivamente por la parte aliada, instalar en la isla de Santa Clara una batería (Nº 10) dotada de 5x 24 cañones y 1×8 obús. Desde esa posición se podría bombardear las únicas posiciones francesas que hasta el momento habían estado menos expuestas a los proyectiles aliados.
En el otro lado del Urumea, en las dunas del Chofre, la batería Nº 17 fue definitivamente completada con los morteros de 10. En total contaba con 16 morteros, menos de los destinados originariamente, al haberse perdido uno durante los trabajos de desembarque en los muelles del puerto de Pasajes. Esta pieza se soltó de los cabestrillos, cayó al agua, y se hundió en el fango del puerto tan profundamente que su recuperación fue muy larga y dificultosa.
La actividad de las baterías de las dunas fue frenética. Sus objetivos eran claros y se lograron completar durante la jornada:
- La torre de Amézqueta fue totalmente destruida antes de la tarde. El cañón francés que se había colocado en su parte más alta fue desmontado de su cureña e inutilizado.
- Una nueva pieza que asomaba entre los restos de la que fue torre de Hornos también fue neutralizada.
- La parte de la gran cortina más cercana a la torre de Zurriola ya era practicable también antes de la tarde. El fuego combinado de la batería Nº 6 y las 3 piezas de la más adelantada, la Nº 7, tuvieron rápidos efectos. La aparición en escena de la nueva batería preocupó mucho a los franceses, que abrieron fuego contra sus troneras. Uno de sus cañones recibió un impacto, y quedó desmontado. El capitán Morrison, jefe de la Bía, logró acelerar la cadencia de tiro de las 2 piezas restantes.
- Por indicación de Richard Fletcher, ingeniero al mando de los trabajos de asedio, se sometió a un vivo fuego de artillería la zona del glacis y la contraescarpa del hornabeque de San Carlos más cercana al río. Sospechaban que los defensores habían preparado varias minas que podrían ser detonadas al paso de las columnas atacantes. Con ese bombardeo se intentaba que sus galerías se derrumbasen como consecuencia de las vibraciones provocadas por las explosiones de los proyectiles.
Durante la noche fue retirada una brigada que protegía la parte más adelantada de las trincheras y la batería Nº 7. Esta pérdida de hombres creó una cierta sensación de inseguridad entre los artilleros. Para prevenir los efectos de una salida francesa, y suponiendo que estos lograsen apoderarse, aunque fuera solo momentáneamente de la batería Nº 7, los oficiales idearon un sistema de seguridad que dificultaría enormemente a los enemigos la inutilización de los cañones. Para evitar que fueran clavados, se dispuso en cada cañón una plancha de hierro que, asegurada con unas cadenas, mantenía protegido el oido de la pieza. Finalmente, estaba claro que con tiempo, los atacantes terminarían retirándolas, pero el tiempo necesario para su eliminación daba una posibilidad de reacción a los defensores de las trincheras.
Este sistema gustó mucho y ante el inquietante descubrimiento, realizado durante la noche anterior por el capitán MacDonald, los cañones situados en las dunas del Chofre también fueron dotados con esas medidas de seguridad.
Tras el trabajo de los zapadores en las trincheras más adelantadas, incluso por delante de la peligrosa batería Nº 7, el estado desastroso que presentaban el día anterior, había cambiado radicalmente. Se habían adelantado aún más hacia las posiciones de la ciudad, y se habían protegido con muchísimos sacos terreros, que daban mayor altura a sus paredes. Se habían dejado amplias salidas hacia las brechas, para permitir el paso de las tropas de la manera más fluida y rápida posible.
Esa jornada llegó a las trincheras de San Sebastián otro militar de suma importancia. Se trataba del James Leith, que había estado ausente mientras se recuperaba de una herida anterior, volviendo a asumir el mando de la DI-5.
Los tribunales jurídicos militares juzgaban en un consejo de guerra al mayor O’Halloran, oficial al mando de las trincheras cuando los franceses efectuaron la salida contra las posiciones de los aliados. Se le acusaba de negligencia, aunque todos los cargos fueron retirados. Al parecer un capitán, de servicio en el ejército portugués, se disparó a sí mismo en las trincheras, lo que ocasionó confusión entre los centinelas portugueses. Cuando llegaron los franceses, a eso de las seis de la tarde, otro oficial, esta vez portugués, malinterpretando las órdenes, impidió que se abriese fuego inmediatamente contra ellos, cayendo prisionero junto a su destacamento. Los franceses se extendieron rápidamente entre las trincheras, a pesar de encontrar una ligera resistencia en el extremo final del arenal. Tras ceder, los aliados fueron perseguidos hasta más allá de las ruinas de San Martín.
Los ingenieros franceses habían trabajado sin pausa intentando reconstruir lo mejor posible las aberturas en sus líneas defensivas. El número de bajas había sido enorme, según se quejaba el general Rey, pero vaticinó que estas serían mayores aún, cuando se tuvieran que retirar al monte Urgull, donde la tropa se vería obligada a vivaquear bajo los proyectiles enemigos. Vemos que la moral francesa, aunque seguía siendo alta, empezaba a denotar algún rasgo derrotista.
Los británicos habían preparado un simulacro de ataque a las brechas. Se trataba de hacer saltar las minas que se suponía estaban preparadas por los franceses, haciendo creer a estos que estaban siendo realmente atacados. También se podría comprobar la capacidad real de fuego de los defensores.
Se trataba de una misión suicida. Los atacantes tenían que simular un ataque a gran escala, por lo que era de suponer que se encontrarían con una reacción enemiga de igual medida. Si su acción tenía éxito, significaría la muerte segura para la mayoría de ellos, al saltar por los aires, víctimas de la voladura de la mina o minas preparadas.
El grupo de voluntarios estaba mandado por el teniente del RI-9 MacAdam y formado por 17 hombres, todos voluntarios, de los Royal Scotts.
El simulacro de ataque comenzó a las 22:00 horas. Las baterías abrieron fuego contra las brechas, y en el momento en que se escuchó a las cornetas británicas ordenar avance, modificaron sus objetivos hacia la derecha, más cerca del baluarte de San Telmo. El grupo atacante avanzó haciendo el mayor ruido posible. Desde las trincheras disparaban también un nutrido grupo de fusileros.
Dentro de los muros se escuchó el toque de alarma general, parecía que los franceses habían caído en la trampa. Los británicos llegaron a la brecha, ascendieron entre sus escombros en orden extendido y allí cayeron muertos, uno a uno, por los certeros disparos franceses, que demostraron tener sangre fría al no explosionar las minas. Solamente regresó el oficial al mando. El resto de hombres sacrificó sus vidas con la esperanza de haber salvado a muchos compañeros, en el siguiente y definitivo ataque.
Mientras tanto, fue colocada la última pieza que faltaba en la batería Nº 7.
El ayudante del general Rey, Doat, zarpó de nuevo desde el puerto de San Sebastián.