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Liga de Cambrai
El papa Julio II deseaba recobrar los estados de la Iglesia que la república de Venecia le había arrebatado en guerras anteriores. Para ello invitó a todos los príncipes y soberanos que tuviesen algún conflicto pendiente con Venecia a formar una Liga contra esta República. Las conversaciones diplomáticas fructificaron en la creación de la liga de Cambray, formada definitivamente el 1508 por el papa Julio II, el emperador de Alemania, el rey don Fernando el Católico de España y el rey Luis XII de Francia.
Batalla de Agnadelo (1509)
De todos ellos, el más belicoso era el rey francés, que deseaba resarcirse de la pérdida de Nápoles en favor de España durante la segunda campaña de Italia del Gran Capitán. Por ello, una vez ratificado el tratado de creación de la Liga, cruzó los Alpes el 15 de abril de 1509, y con un ejército de 15.000 jinetes, 14.000 infantes franceses y 8.000 piqueros suizos invadió el territorio de la república de Venecia. Para detener el avance enemigo, los venecianos reunieron un ejército mercenario de unos 15.000 infantes y unos 4.000 jinetes, cerca de Bérgamo, comandado por Bartolomeo d’Alviano y Niccolò di Pitigliano, ambos pertenecientes a la familia Orsini. Con órdenes explícitas de evitar una confrontación directa con los franceses, tratando de pasar las siguientes semanas hostigándoles mediante pequeñas escaramuzas.
Los franceses marcharon hacia el río Adda. El 9 de mayo cruzó el río que estaba sin vigilancia en dos puentes de barcazas en Cassano d’Adda, y se dirigió a Pandino a través de Rivolta d’Adda. Alviano y Pitgliano acamparon junto a Treviglio, sin un plan claro, pues Alviano era partidario de desobedecer las órdenes y atacar a los franceses; finalmente decidieron desplazarse hacia el sur, buscando una posición mejor en las inmediaciones del río Po.
Los venecianos, divididos en dos columnas, también se movían hacia el Sur, Alviano llegó a Agnadelo el 14 de mayo, y se topó con un destacamento al mando del señor de Chaumont, que previamente había establecido sus tropas en los alrededores de Agnadelo. Alviano posicionó sus tropas que eran unos 8.000 efectivos, en un promontorio sobre unos viñedos, estableciendo sus 20 cañones en posición. Chaumont atacó primero con caballería y después con piqueros suizos. Pero los franceses, en desventaja debido a su posición colina arriba y teniendo que atravesar surcos embarrados por la lluvia, fueron incapaces de romper las líneas venecianas.
Pitigliano había seguido avanzando y llevaba un trecho de ventaja a su primo Alviano cuando este enfrentó a los franceses. Respondiendo a la petición de ayuda de Alviano, mandó una nota sugiriendo que se debería evitar la batalla, y continuar su marcha rumbo al sur.
La caballería de d’Amboise atacó a los venecianos justo en el campo de batalla, pero fue rechazada. Después de eso, incluso los suizos atacaron la fuerte posición del terraplén bajo la misma suerte. (1) Fue una derrota parcial de la que Alviano intentó explotar con un contraataque local, sin ningún éxito.
La retaguardia francesa (2) compuesta por gascones, mandada por el famoso por Bayardo, superó el ala derecha veneciana atacó con decisión los cañones y la caballería en las alturas. La caballería veneciana no aguantó y huyó, dejando los cánones a su suerte.
Los franceses aprovecharon para girar los cañones y abrir el fuego contra los venecianos (3). El mismo Alviano fue herido y capturado y más de 4.000 de sus hombres murieron.
Aunque Pitigliano había evitado el enfrentamiento directo, cuando las noticias de la batalla le llegaron por la tarde, la mayoría de sus hombres desertaron en menos de un día. Los franceses seguían avanzando, por lo que optó por retirarse hacía Treviso y Venecia. Luis procedió a ocupar la parte de Lombardía que todavía no controlaba.
Tras la victoria francesa en Agnadello, el 14 de mayo, el Papa y Francia lograron recuperar todas las posesiones que reclamaban y la situación diplomática comenzó a embrollarse, al recelar el resto de miembros de la Liga de que el poder de Luis XII en Italia pudiera estar creciendo demasiado. Venecia trató de atraer a la guerra a Maximiliano de Austria, lo que motivó una dura amenaza francesa: si Maximiliano entraba en el conflicto como aliado de Venecia, Francia no se limitaría a combatir en suelo itálico y llevaría la guerra a tierras de Austria.
En el frente napolitano, Venecia dio orden de entregar sus plazas a España el 20 de mayo, pero los gobernadores de Otranto y Brindisi se negaron, llegando a enviar correos a las fuerzas turcas acantonadas en Valona solicitando ayuda contra las tropas hispánicas.
En junio de 1509, Colonna consiguió la rendición de las plazas, a cuyo frente se puso a aragoneses familiares o relacionados con el nuevo virrey, Cardona, a fin de asegurar su control y desplazar de las mismas a la nobleza napolitana que no había colaborado con la Corona.
Una vez terminada esta primera fase de la campaña, los miembros de la Liga de Cambrai se reunieron en Cremona, convencidos de la inminencia de la victoria sobre Venecia. Nuevamente se pusieron de manifiesto las discrepancias entre los aliados: Francia y Maximiliano insistían en proseguir la guerra hasta la total aniquilación de Venecia, mientras que el Papa se oponía, por miedo a que la presencia de Francia en Italia se hiciera demasiado fuerte. Para ello, Julio II alegaba que el objetivo principal de la Liga era luchar contra el turco, para lo cual la derrota de Venecia era un medio, no un fin. Cumplido, a ojos del papa, que había recuperado la parte del territorio italiano que reclamaba, era hora de acometer el fin. La llave de la situación diplomática la tenía Fernando, ya que su flota era la única que podía plantar cara a la veneciana si se decidía llevar el conflicto a sus últimas consecuencias.
Asedio de Padua (1509)
Una serie de acontecimientos militares decantaron la situación en favor de un acuerdo con Venecia: a mediados de junio de 1509 las guarniciones imperiales quedaron aisladas en sus fortalezas italianas y se produjo una fuerte reacción local en favor del gobierno veneciano.
El 17 de julio de 1509, fuerzas venecianas al mando de Andrea Gritti se apoderaron de la ciudad de Padua; ciudad en la que habían sido acuartelados algunos lansquenetes contratados por el emperador Maximiliano I. El Emperador, cuyas fuerzas habían capturado la ciudad solamente unos meses antes, reclutó un ejército compuesto principalmente de mercenarios, e invadió el Véneto, en un intento de recuperar Padua.
A principios de agosto de 1509, Maximiliano salió de Trento con un ejército de unos 35.000 hombres y se dirigió hacia el sur, en territorio veneciano; allí se le unieron los contingentes franceses y papales. Debido a la falta de caballos, y, en general, a la mala organización; el ejército no llegó a Padua hasta mediados de septiembre, lo que permitió a Niccolò di Pitigliano concentrar lo que quedaba del ejército de Venecia después de Agnadello, así como varias compañías de voluntarios de la ciudad de Venecia.
El sitio comenzó el 15 de septiembre. Durante dos semanas, la artillería francesa e imperial bombardearon la ciudad, abriendo con éxito brechas en las murallas, pero los ataques fueron rechazados con determinación por la resistencia veneciana cuando intentaron penetrar en la ciudad. El 30 de septiembre, Maximiliano, incapaz de pagar a sus mercenarios, levantó el asedio, dejando un pequeño destacamento en Italia bajo el duque de Anhalt, retirándose a Tirol con la parte principal de su ejército. La derrota fue una pérdida importante para Maximiliano, y el Sacro Imperio Romano no volvió a intentar otra invasión a Italia hasta 1516.
La Santa Liga
Pero el rey don Fernando el Católico se volvió receloso de las intenciones de Luis XII, y en uno de esos giros de los que tan favorable es la política, en 1511 firmó una Santa Liga con el Papa y los venecianos para expulsar a los franceses de Italia. Por este tratado el rey católico español proporcionó un ejército de 1.200 jinetes pesados, 1.000 jinetes ligeros y 10.000 infantes al mando del virrey de Nápoles, don Ramón de Cardona, que llevaba a sus órdenes de Pedro Navarro, Fabricio Colonna y al marqués de Pescara, y que ejercería el mando de las fuerzas combinadas. El Papa proporcionó 600 hombres de armas mandados por el duque de Termini.
Esta nueva campaña de Italia, la tercera del ejército español en aquellas tierras; coincidió con las labores diplomáticas de acercamiento al rey de Navarra para evitar su alianza con Luis XII y que terminó con la conquista de Navarra por don Fadrique de Toledo, duque de Alba, en nombre del rey don Fernando el Católico.
Las tropas del virrey de Nápoles iniciaron la marcha hacia el norte, conquistado por el camino la plaza fuerte de Gémbolo. Una vez unidas a las fuerzas del papa, el ejército se dirigió a formalizar el sitio de Bolonia, pero fracasaron en su intento en enero de 1512.
El ejército francés estaba al mando de Gastón de Foix, nuevo duque de Nemours y nieto de Luis XII. En sus filas militaba como aliado Alfonso de Este, duque de Ferrara.
Tras haber impedido la caída de Bolonia, Gastón de Foix se dirigió a la ciudad de Brescia, que se había rebelado contra el control francés, siendo guarecida posteriormente por tropas venecianas. Gastón ordenó a la ciudad rendirse; cuando se negó, la atacó. El ataque francés tuvo lugar bajo lluvias torrenciales, en un campo de barro; Gastón ordenó a sus hombres quitarse los zapatos para moverse mejor. Los defensores infligieron numerosas bajas a los franceses, pero estos entraron en la ciudad el 18 de febrero. La infantería gascona y los lansquenetes procedieron a saquear la ciudad, masacrando a miles de civiles durante los siguientes cinco días. A raíz de esto, la ciudad de Bérgamo pagó unos 60.000 ducados a los franceses para evitar un destino similar.
Tras el saqueo, el duque de Nemours se dirigió a Rávena con intención de sitiarla y tomarla para evitar que por su puerto le llegasen refuerzos y suministros a los aliados.
Batalla de Ravena (11 de abril de 1512)
Rávena o Ravena se encuentra en la orilla izquierda del río Ronco. Los franceses habían establecido su campamento en la llanura que existe entre este río y el Montone, para sitiar la ciudad, tomarla e impedir que fuese de puerto de entrada de refuerzos y aprovisionamientos para el ejército aliado.
El virrey de Nápoles se aproximó a la ciudad por la orilla derecha para levantar el sitio. Una vez llegado al río Ronco, desplegó la infantería española en primera línea al mando de Pedro Navarro, y a la infantería italiana detrás en segunda fila. A la izquierda de la infantería desplegó a la caballería pesada de los hombres de armas al mando de Fabricio Colonna. A la derecha y algo a retaguardia colocó a la caballería ligera al mando del marqués de Pescara. Delante de la infantería colocó la artillería de poco calibre y unos 30 carros armados con largos cuchillos que tenían objeto destrozar al enemigo en el momento del choque. La artillería de grueso calibre quedó desplegada delante de los hombres de armas.
Gastón de Foix, el nuevo duque de Nemours, dejó a 3.000 hombres y 2 cañones frente a la plaza de Ravena para seguir manteniendo el asedio y se dirigió con el resto (24.000 infantes, 4.000 jinetes y 50 piezas de artillería) a hacer frente al virrey de Nápoles, que contaba con 18.000 infantes, 2.000 jinetes y 24 cañones. Desplegó con la artillería en el centro, la infantería en la izquierda y la caballería a la derecha. Quedaban, pues, enfrentadas ambas infanterías y ambas caballerías. Los franceses iniciaron la batalla cruzando el río Ronco y avanzando sobre el ejército aliado hasta una distancia de unos 150 pasos.
En vista de que este se mantuvo en sus posiciones sin moverse, el duque ordenó hacer alto sin atreverse a atacar. A continuación se inició un vivo cañoneo que duró bastante tiempo y en el que la infantería francesa llevó la peor parte y sufrió numerosas bajas.
En vista de ello el duque de Nemours sacó la artillería del centro de su despliegue y la llevó al extremo derecho, junto a la caballería, al tiempo que comenzó a extender este ala en un movimiento desbordante hasta rebasar el ala izquierda de los aliados y amenazar su flanco y retaguardia.
Una vez finalizado el movimiento desbordante, la artillería francesa rompió el fuego en diagonal contra la izquierda aliada, desordenando las filas de la caballería pesada y provocando numerosas bajas. Fabricio Colonna no pudo soportar resistir el bombardeo de la artillería francesa sobre ellos sin hacer nada, así que ordenó la carga sobre la caballería francesa que tenía frente él, sin que lo autorizara el virrey. Eso era lo que esperaba el duque de Nemours: atraer la caballería enemiga a un terreno más llano y apto para el combate de su caballería, los famosos gendarmes (hombres de armas). Fabricio Colonna recibió el refuerzo de la caballería ligera del marqués de Pescara, pero a pesar de todo fueron arrollados por los franceses, que cogieron prisioneros a Fabricio Colonna y al marqués de Pescara. Al presenciar este descalabro, las tropas desplegadas en tercera línea y el virrey huyeron abandonando el campo.
Solo quedaron en su puesto la infantería española e italiana. La española estaba en primera fila y se había librado de los efectos de la artillería echándose a tierra tras unas sinuosidades del terreno. Observaron la derrota de su caballería y la huida de su general en jefe. Una vez finalizada la munición de la artillería enemiga, vieron que todo el ejército francés se les echaba encima. Pero la infantería española reaccionó a la orden de su jefe, Pedro Navarro, y se echó sobre los primeros enemigos. Resultó que era la infantería de lansquenetes alemanes, los rodeleros españoles se situaron bajo las picas empujándolas hacia arriba con sus rodelas, llegaron al combate cuerpo a cuerpo en el que eran expertos, matando a muchos alemanes. Una vez derrotada la infantería alemana, se enfrentaron a la francesa y a la del duque de Ferrara, a las que también vencieron.
Mientras tanto la infantería italiana de segunda línea fue acosada por un cuerpo de infantería francesa y una compañía de hombres de armas. Esto, unido a las bajas que la artillería les causó, hizo que comenzasen a flaquear. Pedro Navarro se dio cuenta de ello, y en lugar de lanzarse a atacar la artillería enemiga que tenía a su alcance, envió parte de sus tropas a socorrer a los italianos. Con el resto se dispuso a resistir el nuevo ataque de la infantería alemana y francesa, rehechos ya sus cuadros tras el fracasado ataque anterior.
El duque de Nemours se mostró impaciente al ver la resistencia de los cuadros de infantería española, y cargó contra ellos con todo lo que tenía a mano y con la caballería pesada. A pesar de ello, los españoles resistieron la tremenda carga de caballería, en la que el propio duque de Nemours resultó muerto.
Muertos casi todos sus coroneles y capitanes, Pedro Navarro aprovechó la confusión de los franceses para emprender ordenadamente la retirada de la infantería española. Pero en el intento el célebre capitán español resultó herido y hecho prisionero por los franceses. Su captura fue funesta para las armas españolas, pues Pedro Navarro se sintió abandonado por el rey Fernando el Católico y pondría su talento al servicio del rey Francisco I.
Las bajas fueron muy altas en ambos ejércitos y pasaron de 11.000 los muertos y heridos. Entre aquellos se contaron Ivo de Alegre, lugarteniente del ejército francés en las dos campañas contra el Gran Capitán en Nápoles, y Pedro de Paz, que se había distinguido a las órdenes de este también en las campañas de Nápoles. Pedro Navarro, Fabricio Colonna y el marqués de Pescara resultaron prisioneros de los franceses.
A pesar de esta brillante victoria, las tropas francesas de Luis XII acabarían siendo expulsadas de Génova y Milán.
Primera batalla de Pavía (17-19 de junio 1512)
Tras la batalla de Rávena, el ejército de la Liga comenzó a reforzarse de nuevo para enfrentarse a los franceses. El 10 de mayo, un cuerpo de 42 compañías y 20.000 soldados suizos se concentraba en Coira a cargo de Ulrich von Sax, junto con una quincena de medias culebrinas, botín de la guerra Suaba. El 14 de mayo partían, llegando a Trento el 19 y el 21 a Verona. El día 30 marcharon hacia Villafranca di Verona donde se les unieron las tropas venecianas: 550 jinetes pesados, 1.200 jinetes ligeros y 4.000 infantes con 6 cañones y 3 culebrinas.
El ejército francés al mando del señor de La Palice, estaba compuesto por 8.000 infantes y 800 jinetes; se fue retirando del Veronese y desalojó las plazas que habían ocupado en el Véneto, dirigiéndose hacia el oeste, hacia Lombardía, con el objetivo de hacer resistencia en Pontevico en el cruce sobre el río Oglio. Casi fueron atrapados en Valeggio sul Mincio antes de cruzar el río que apellida la localidad, pero consiguen realizar el paso sin bajas de importancia.
El 4 de junio, el grueso de los franceses encontraba en río Pontevico, y el ejército de la Liga en el río Bresciano acosando por la caballería ligera de la retaguardia francesa para frenar su avance. En última instancia, La Palice decidió proseguir con su retirada, para ofrecer resistencia en Pizzighettone con el fin de enfrentarse a sus perseguidores antes del cruce del río Adda, donde fue reforzado por las tropas mandadas por Teodoro Trivulzio, sobrino del gobernador. En las riberas del río Adda, ambos ejércitos, perseguido y perseguidor, acamparon el día 10 de junio.
Aunque los franceses empiezan a construir una fortificación, la artillería veneciana les hace desistir. El cruce del ejército de la Liga se complica al casi romperse el puente tendido al paso de la artillería, cuyo cruce se posterga, retrasándose toda la marcha dos días.
Al tiempo que se producía la llegada del ejército de la Liga, los ciudadanos de Milán se rebelaban, expulsando a los franceses y a su gobernador.
A las puertas de Pavía llegó el ejército francés en retirada, cuyos vecinos se negaron a dejarles entrar. Los franceses se alojaron en el parque de Mirabello, un extenso recinto cercado anexo a los muros de la ciudad, y se mantuvieron allí, perseguidos por los duques de Milán. Pero consiguieron tomar la puerta que les da acceso a la ciudad y los franceses se refugiaron en la ciudad.
El 15 de junio, se asentó la artillería en el parque para tirar abajo las murallas de la ciudadela, entrando y combatiendo con fuerzas francesas que lo defienden. El 18 de junio, tropas de la Liga cruzaron en barca el río Ticino para controlar el paso que comunica Pavía con la otra ribera y estrechar el cerco de la ciudad. Los franceses lo defienden con caballería, y la infantería suiza e italiana tuvieron que retirarse. Los pontoneros venecianos comenzaron a tender un puente.
Viéndose ya casi rodeados, las tropas a sueldo del rey de Francia abandonaron Pavía, cruzando el puente de piedra que une la ciudad con la ribera contraria; huyendo camino a Alessandria con la intención de cruzar el río Po en Valenza, desertaron del ejército 1.500 lansquenetes que tenían la intención de volver a Alemania sanos y salvos.
El ejército de la Liga reinició la persecución, matando gran número de soldados en el camino y obligando al resto a un cruce desesperado del Po, donde muchos infantes murieron ahogados. El resto del ejército francés continuó la huida, no fueron aceptados en Alessandria ni en Asti, por lo que prosiguen la marcha para llegar a tierras francesas.
Las tropas suizas cobraron un mes de sueldo por el hecho de armas, 50.000 ducados abonados por los ciudadanos de Pavía.
La guarnición de Brescia no tardó en pedir salvoconducto para abandonar la ciudad que retenían. En Novara y Cremona quedaron guarniciones que retenían las plazas en nombre del rey de Francia.
Maximiliano de Austria, con un ejército formado principalmente por tropas suizas; arrebató Milán de manos del rey de Francia, que la poseía desde que expulsara de allí a Ludovico Sforza, trece años antes. El Milanesado estaba en manos de Maximiliano de Sforza, al menos nominalmente, pues era rehén de sus costosos defensores helvéticos. Esta victoria podría haber sellado la suerte de la guerra, pero en 1513 Venecia cambió de bando.
Batalla de Novara (6 de junio de 1513)
Tras la muerte del papa Julio II en febrero de 1513, quién había auspiciado la Santa Liga en 1511 contra Francia, y la elección del nuevo papa León X de la casa de Médici; la corona francesa consiguió que la república de Venecia abandonase la coalición, y firmara en marzo un tratado en Blois de alianza militar.
Luis XII de Francia pugnaba en el norte de Italia por recuperar el dominio del ducado de Milán frente a la casa los Sforza, que había sido parcialmente recuperado por Maximiliano Sforza el año anterior. Venecia quería mantener o ampliar sus dominios en la Terra Ferma. Mientras, la confederación Suiza estaba en un proceso de incorporación de nuevos territorios en la frontera norte del ducado de Milán; aprovechando la debilidad del estado milanés, y al tiempo que mantenía sus mercenarios al servicio de Maximiliano, una fuente de ingresos para los cantones y aliados, así como una opción laboral para muchos suizos.
La guarnición francesa de la ciudadela de Novara había capitulado el 28 de diciembre de 1512, entrando de guarnición tropas suizas. Novara, está ubicada a 40 kilómetros al oeste de Milán, era la segunda ciudad del ducado en número de habitantes. En marzo de 1513, siendo incapaz el duque de Milán de mantener 12.000 soldados suizos, licenció 8.000 de ellos. En abril de 1513, entró en Italia por el Piamonte, con permiso del duque de Saboya, un ejército francés procedente del Delfinado; mientras que Venecia movilizaba un ejército algo menor. Ese ejército francés estaba compuesto por 1.375 lanzas, 613 jinetes ligeros, 7.486 lansquenetes, 4.000 infantes gascones y 2.500 infantes italianos, con 18 piezas de artillería. De todas maneras, este ejército no permaneció reunido toda la campaña, quedando parte de él en Alessandria.
Parte de esas tropas a sueldo del rey de Francia se dirigieron a la ciudad de Novara, que estaba custodiada por unos 3.400 suizos y 400 soldados de caballería con Maximiliano Sforza, sitiándola a partir del 27 de abril, iniciando el bombardeo el 29.
De inmediato se reaccionó a la entrada del ejército francés, y la república de Venecia reclutó dos levas en la confederación Suiza, una de 4.000 infantes y otra posterior de 8.000.
La artillería francesa bombardeaba la ciudad y el 20 de mayo derribaron un lienzo de la muralla de unos 80 pasos de ancho, suficiente para realizar un asalto con los lansquenetes. El asalto del 21 fue rechazado por los defensores suizos, muriendo 800 atacantes y 150 defensores.
El socorro enviado desde Suiza era de unos 16.000 soldados, tanto de levas (12.000), como aventureros o sea, personas que servían sin sueldo, solo por el botín. Marchó en dos cuerpos con el mismo número de efectivos por dos caminos distintos. Un contingente atravesó los Alpes por el paso de San Gotardo, y llegó a Novara el día 5 de junio, tras una pausa en Varese de dos días. El otro contingente, dirigido por Ulrich von Hohensax partió de Varese el día 4. A pesar de venir a marchas forzadas, no pudo llegar a tiempo para la batalla.
Maximiliano Sforza, se quedó en Novara con un cuerpo de 1.000 suizos a cargo de Arnold von Winkelried. Los suizos formaron en tres cuerpos: vanguardia y retaguardia y una batalla, o cuerpo principal de 8.000 hombres. Marcharon contra la primera línea francesa, cerrando contra los lansquenetes. Si bien la artillería enemiga provocó muchas bajas en el primer escuadrón suizo, pudieron romper a los lansquenetes y trabar combate contra los gascones.
Mientras que la mayor parte de la caballería francesa permanecía inmóvil, Roberto III de La Marck, futuro mariscal de Francia, con un escuadrón de gendarmes (unos de 100) cargó sin éxito, siendo retirado del campo de batalla inconsciente y malherido. Rotas las fuerzas de infantería, la caballería francesa se retiró a Vigevano, dejando a su suerte a los soldados de a pie, que fueron perseguidos y muertos en gran parte por los peones suizos, no obstante no se dispersaron muy lejos de Novara.
Fue una batalla particularmente sangrienta, con 5.000 víctimas en las filas francesas, mientras que los piqueros suizos perdieron 1.500 hombres, principalmente muertos en su avance por fuego de artillería. De acuerdo con una práctica ya conocida en las guerras de Suabia, los suizos ejecutaron los lansquenetes que capturaron después de la batalla.
La aparente pasividad de la caballería francesa se pudo deber a que los suizos plantearon una batalla por sorpresa, estando una buena parte de la caballería francesa sin armar, o sea, sin el arnés completo cuando se produjo el ataque.
La batalla no supuso, ni mucho menos, el final de la guerra; pero en un momento en que la pujanza francesa parecía no ser contenida, se equilibraron las fuerzas en el norte de Italia, lo que supuso prorrogar la guerra unos años más, animando el reforzamiento de la participación española e imperial.
Batalla de Marignano (13-14 de septiembre de 1515)
Tras la derrota en la batalla de Novara, el rey francés Francisco I reunió en Lyon un ejército de 30.000 hombres, con mercenarios vascos, navarros, alemanes, balcánicos, y la gendarmería o caballería pesada y una artillería de unas 400 piezas y se dirigió a Italia para invadirla. Tropas suizas cortaban los pasos alpinos de Monte Cenís y de Monginebra, informado de esta situación, el Rey decidió sortear esta obstrucción. Mariscal Jean-Jacques Trivulce se había informado por los habitantes de las montañas que había una serie de senderos más altos que permitían entrar en Italia (actual Col de Larche).
Los senderos se ensancharon mediante el uso de explosivos, se construyeron puentes con troncos para cruzar los torrentes, y a veces los cañones fueron bajados de las rocas mediante cables. El ejército francés apareció en Conti en la parte posterior donde se encontraban las tropas suizas.
Durante la noche del 13 de agosto, el caballero Bayardo y Jacques de Chavannes siguiendo órdenes de Ana de Montmorency decidieron atacar a la caballería enemiga con 500 gendarmes (hombres de armas), cruzaron el río Po y atacaron a las tropas papales suizas y una compañía española que estaban acampados en Villafranca. La batalla fue violenta y el efecto sorpresa permitió a los franceses apoderarse de varios cientos de caballos y capturar a su comandante Prospero Colonna.
Este ataque fue un duro golpe para los suizos. La discordia surgió entre algunos de sus líderes a medida en que algunas compañías regresaron a sus bases, pero muchas se quedaron y esperaron la confrontación.
El 30 de agosto, todas las tropas francesas se reunieron en Novarre. Los suizos se reagruparon de nuevo y sin demora se dirigieron hacia Milán. Avanzó sin problemas con ayuda del duque Renato de Saboya y el 31 de agosto cruzaba el río Tesino. El monarca francés intentó ganarse a los locales manteniendo una estricta disciplina entre sus hombres para impedir abusos contra la población civil. En una ocasión, persiguiendo a un grupo de desertores, cayó de su caballo y uno de los fugitivos se detuvo, lo ayudó a volver a montar y después siguió huyendo. El rey quiso recompensar el noble gesto, pero jamás encontró al hombre y sus compañeros.
Pronto el monarca amenazó con sus movimientos las rutas que unían Milán con los pasos alpinos, lo que impediría a los suizos retirarse a sus hogares. Esto llevó a los helvéticos a negociar en Gallarate. También mantuvo contactos con Bartolomeo d’Alviano, comandante de los venecianos, que estaba en Lodi.
El 8 de septiembre, el rey Francisco intentó nuevamente negociar con los suizos proponiendo poner inmediatamente en una cuenta 150.000 coronas de oro en una cuenta para pagar lo que se les debía, pero no tuvo éxito.
Los franceses rápidamente empezaron a rodear la ciudad, mientras buscan pactar con los suizos. El 9 de septiembre el rey Francisco y los capitanes de tres cantones firmaron la paz, y de 10.000 a 12.000 suizos volvieron a sus hogares a cambio de oro. También se comprometió a asistirlos con caballería y artillería en caso de guerra. Los helvéticos aceptaban la anexión francesa de todo el ducado excepto Bellinzona. Así, muchos suizos se marchaban felices de poder disfrutar los frutos de sus victorias de 1512 y 1513 sin luchar. La habilidad diplomática francesa dio sus frutos, los suizos demostraron tanta desunión como los milaneses. Los cantones de Berna, Friburgo y Soleura acordaron la paz, pero como cada unidad se mandaba sola, sus hermanos centrales y orientales prefirieron quedarse. Eso equivalía a 20.000 enemigos en el ducado, incluyendo el joven Ulrico Zuinglio, los que decidieron salir de la Porta Romana de la ciudad y marchar a entablar batalla. Aparentemente, la decisión fue tomada después que su líder, el cardenal Mateo Schinner de Sion, y los jinetes pontificios tuvieran una escaramuza a las afueras de Milán con exploradores franceses. Entre tanto, dos ejércitos (venecianos y españoles) de 12.000 hombres cada uno se enfrentaron alrededor de Lodi.
El 10 de septiembre Francisco marchó a Melegnano mientras envió al marqués Luís d’Ars hacia Pavía. Los franceses establecieron su campamento a 5 kilómetros al norte de la ciudad, en la villa de San Juliano. Al oeste estaba el camino de Milán a Lodi y al este el río Lambro, el terreno era pantanoso y se había reforzado con zanjas. La vanguardia era la más cercana a Milán, estaba defendida por una zanja apoyada por la artillería y una línea de tiradores flanqueados por 10.000 infantes franceses armados con alabardas, picas y arcabuces. En segunda línea había 10.000 lansquenetes y 950 hombres de armas.
El centro o batalla lo formaban 9.000 lansquenetes y los caballeros franceses bajo el mando personal de su monarca (apoyados por hombres en armas, lanceros a caballo y ballesteros). Finalmente, un pequeño cuerpo de caballería a las órdenes de Carlos IV de Alençon estaba 3 kilómetros al sur como retaguardia. 6.000 de los lansquenetes eran mercenarios alemanes de la Banda Negra, rivales profesionales de los suizos, dirigidos por el duque Carlos de Egmond.
Primer día de batalla (13 de septiembre 1515)
El 13 de septiembre, el cardenal Mateo Schinner con un ejército suizo llegó al campamento francés en Marignano. Eran 12.000 nombres armados con picas, 2.000 con arcabuces, 2.000 con mandobles, de 800 a 1.000 con alabardas. Su caballería la formaban apenas 200 jinetes pontificios y 8 cañones de bronce, aunque otras fuentes hablan solo de 9 a 10 culebrinas. La mayoría de sus hombres usaban ropa andrajosa y tenían pocas armaduras y protecciones. Ambos ejércitos empleaban cruces blancas como distintivos, la única diferencia era una marca blanca que llevaban los suizos en sus escudos. Otro rasgo llamativo, común en las batallas del Renacimiento, era que las huestes iban al combate tocando música religiosa.
La vanguardia de los franceses era de 9.000 lansquenetes en el centro de su línea, y detrás 10.000 franceses, algunos armados con ballestas (un arma que estaba siendo desplazada por los arcabuces). Los suizos formaron tres grupos o haufens, cada uno con unos 7.000, con los piqueros al frente y alabarderos y ballesteros en retaguardia, trotando al unísono contra la posición enemiga. Eran las 16:00 horas aproximadamente. La caballería francesa fue dispersada sin luchar ante el avance de las picas. Tanto la caballería pesada como ligera no tenían posibilidades de éxito frente a los piqueros suizos, solamente podían prevalecer si se coordinaban con la infantería.
Impulsados por el momento y su número, los veteranos suizos avanzaron con cadencia hasta tropezar con los fosos, lo que les hizo romper su línea. Lograron sobrepasar el obstáculo y reorganizarse, pero disminuyeron su velocidad y con ello su efectividad ofensiva. Chocaron con los alemanes, que se mantuvieron firmes, dándose un feroz combate con pistolas, espadas, lanzas, hachas y ballestas que dejó muchos muertos en ambos bandos.
Para entonces, la caballería pesada francesa se había reorganizado y cargó contra los flancos suizos, primero dispararon sus pistolas en una formación de caracole (carga en caracol) y después atacaron con sus lanzas con ayuda del fuego continuo los ballesteros, absolutamente letales a tan poca distancia. La artillería francesa estaba principalmente en la línea de los lansquenetes y no podía moverse, disparaba contra los suizos, intentando hacer huecos en sus líneas, pero dañando a sus propios hombres. La mayoría de los infantes franceses se habían dispersado, dejando solos a los artilleros. La línea de gascones y lansquenetes alemanes al servicio de Francia pudo colapsar. Solamente la llegada de la noche les salvo. Los hombres, agrupados en pequeños grupos en torno a sus comandantes, se retiraron dejando en el campo los cadáveres y gimientes moribundos, tanto seres humanos como caballos. Muchos de los heridos habían sido aplastados durante el combate. El rey decidió reorganizar sus fuerzas esa noche, uniendo los restos de su vanguardia al cuerpo principal para formar una sola línea.
Segundo día de batalla (14 de septiembre 1515)
Durante la noche, los franceses cavaron fosos y fortalecieron sus defensas a pesar de las escaramuzas, También cambiaron la posición de los cañones. Había una fuerte preocupación por los flancos para evitar ser envueltos. Antes del amanecer del 14 de septiembre, entre las 04:00 y las 05:00 horas, el cardenal Schinner hizo caso omiso a las cartas del virrey de Nápoles, Bernardo de Villamarín, que le dijo que esperada su pronta llegada. La infantería de ambos bandos estaba agotada y diezmada, pero de todas maneras formaron para la batalla.
Los suizos tocaron su harsthöner, «gran cuerno de guerra», y cargaron. El fuego de arcabuces y cañones al mando de Gian Giacomo Trivulzio crearon huecos en las líneas suizas, que contaban con muy pocos arcabuces como para hacer daño. A pesar de esto, con las picas bajadas los suizos lograron hacer retroceder el ala izquierda francesa. En la derecha, Borbón lograba rechazarlos y en el centro los lansquenetes empezaban a retroceder. A las 08:00 horas la izquierda francesa colapsó pero estallaron gritos de «¡San Marco, San Marco!», anunciando la llegada de refuerzos. Bartolomeo d’Alviano llegaba con 10.000 jinetes pesados y veteranos del ejército veneciano. A las 11:00 horas, los franco-venecianos contraatacaron y rompieron la línea suiza. 400 soldados del cantón de Zúrich se sacrificaron protegiendo la retaguardia del grueso del ejército en su retirada. Tras esto los suizos abandonan Milán en desorden.
A las 14:00 horas, el rey francés había ganado una victoria sangrienta, que marcaría el comienzo de su reinado En la llanura enrojecida de Marignano, los suizos dejaron más de 12.000 muertos, mientras que los franceses tenían alrededor de 4.000. Esta batalla fue considerada durante mucho tiempo como una de las más terribles del siglo XVI.
Al anochecer de este último día de confrontación, el rey de Francia ordenó el cese de la persecución de la infantería suiza.
Secuelas de la batalla
Muchos hombres morirían en los días siguientes por sus heridas y otros quedaron mutilados, sin piernas o brazos. Tras la batalla, los únicos suizos que quedaron en Milán era una guardia en el castillo de Porta Giovia. El duque se entrevista con el rey francés en Pavía el 8 de octubre y acepta renunciar a sus derechos. Militarmente, fue un enfrentamiento entre lansquenetes y suizos equivalentes en número, prevaleciendo los primeros gracias a la artillería francesa. Los suizos firmaron la paz con los franceses en
Ginebra el 6 de noviembre de 1516 con la oposición de los cantones favorables a los Habsburgo, renegociaron y firmaron la Paz Perpetua de Friburgo el 29 de noviembre, que se renovó y modificó con los años.
Gracias a esto, los helvéticos proporcionaron a los franceses mercenarios durante décadas: 20.000 sirvieron con Odet de Cominges en Lombardía en 1521, 15.000 lucharon en Bicoca en 1522, 10.000 en la campaña de Cominges contra Nápoles en 1528, 18.000 en la invasión de Artois de 1536, 6.000 en la primera campaña de Piamonte de 1537, 8.000 en la segunda de 1542 y 5.000 en la tercera de 1543 y 10.000 en Cerisoles en 1544.
La retirada de Maximiliano supuso la pérdida de sus posiciones italianas en Brescia y Verona a manos de Venecia. Enfermo, su nieto el rey de España, firmó en su nombre la paz de Bruselas el 3 de diciembre de 1516. Por la que Maximiliano renunciaba a los territorios ganados en Italia en favor de Venecia, conservando Roveredo y Riva, y abandonaba Lombardía a Francisco I, finalizando así las guerras de la Liga de Cambrai.
Esa Navidad, Francisco entraba en Milán y el 8 de enero siguiente presidio el senado local, donde liberó a los rehenes, retornó las propiedades y permitió a los exiliados volver a sus hogares, mostrándose clemente con los agradecidos ciudadanos milaneses. Tras esto volvió a Francia y dejaba a Borbón a cargo del ducado.