Edad Moderna Guerras italianas (1494-1559) Segunda Guerra Italiana o Guerra de Nápoles (1499-1504)

Conquista francesa de Milán (1499-1501)

Hacia 1499 Francia, recuperada militarmente después del revés sufrido durante el primer intento de invasión, con un nuevo rey en la persona de Luis XII tras la repentina muerte de su antecesor, y con energías renovadas, no había renunciado a sus posibilidades de controlar Italia como territorio estratégico. Desecha ya la Santa Liga creada por la diplomacia española en 1494, Luis XII se entendió con Venecia para repartirse el ducado de Milán o Milanesado y con el papa Alejandro VI para luchar contra Nápoles. Venecia codiciaba las tierras del Milanesado y el pontífice no perdonaba al rey don Fabrique III que hubiera negado la mano de su hija en favor del suyo, César Borgia.

El joven monarca, reclamando sus derechos como heredero de la casa de Visconti, estaba casado con María Visconti, rememoró la jugada de Carlos VIII.

En agosto de 1499 partió desde Lyon el ejército francés, 2.600 lanceros, 8.000 soldados franceses y 5.000 mercenarios suizos y 58 piezas de artillería bajo el mando de los franceses Luis De Ligny y Bérault Stuart d’Aubigny y el milanés Gian Giacomo Trivulzio; en un rápido avance cruzaron los Alpes, se adentraron en el ducado de Milán y tomaron por la fuerza los fuertes de Arazzo y Annone; Valenza fue entregada por su gobernador. Ante el rápido avance francés, el jefe del ejército milanés Galeazzo Sanseverino, que había salido a su encuentro con 1.600 lanceros, 1.500 hombres de caballería y 10.000 soldados italianos, se retiró a Alessandria della Paglia, donde fue sitiado. Sanseverino abandonó la ciudad dejando tras de sí a sus tropas, y volvió hacia Milán. Alessandria fue saqueada y semidestruida, y los franceses siguieron avanzando: rindieron Tortona y cruzando el río Po tomaron Mortara y Pavía.

Entretanto los venecianos, llegando desde el este, habían tomado Caravaggio, cruzado el río Adda y llegando hasta Lodi, gracias a la traición de Francisco Sanseverino, quien estando al mando de las fuerzas milanesas en la frontera oriental del ducado, llegó a un acuerdo con los franceses y abandonó a Sforza.

El 2 de septiembre, Ludovico Sforza salió de Milán hacia Innsbruck, refugiándose en la corte de Maximiliano, dejando la defensa del castillo a Bernardino da Corte con suministros y municiones suficientes para resistir varios meses. Sin embargo, cuatro días después da Corte entregó el castillo y las tropas francesas ocuparon Milán. El resto de Lombardía se rindió con facilidad; Génova se entregó a los franceses, Cremona se declaró por los venecianos. Trivulzio fue nombrado gobernador del ducado. Luis XII visitaría la ciudad entre el 2 de octubre y el 5 de noviembre.

Además de Milán, Luis XII tomó bajo su protección al marqués de Mantua y al duque de Ferrara; Giovanni Bentivoglio, señor de Bolonia, también se acogió a él. Florencia firmó un tratado de alianza con Francia.

Las imposiciones fiscales a las que Trivulzio sometía a la población y la crueldad con la que castigaba su incumplimiento le hicieron ser aborrecido por los milaneses, que reclamaron el regreso de Ludovico. En enero, al frente de un ejército de 500 borgoñones y 800 suizos, Sforza penetró en Lombardía desde el Tirol, y fue reconquistando Chiavenna, Bellinzona, Bellagio, Nesso, Como y finalmente Milán, mientras las fuerzas francesas quedaban en el castillo. Sforza pagó un ducado por cada cabeza francesa. Reforzando su ejército con nuevos efectivos a medida que avanzaba, Ludovico salió hacia Pavía, dejando la defensa de Milán a su hermano Ascanio.

En abril de 1500, Luis de la Trémouille llegó desde Francia con otro ejército de 10.000 mercenarios suizos y 6.000 franceses, y sitió a Ludovico en Novara. Los mercenarios suizos en el bando de Sforza se negaron a luchar contra sus compatriotas en el bando francés, y presentaron su rendición a cambio del pago de sus soldadas atrasadas, que los franceses satisficieron. Abandonado por sus soldados, Sforza fue hecho prisionero y conducido a Francia, donde moriría ocho años después.

Los soldados gascones, alemanes y borgoñones se dedicaron al pillaje, aprovechando la situación de desgobierno, al tiempo que soldados del cantón de Uri ocupaban Bellinzona, perteneciente al ducado de Milán, acción que permitiría a la confederación suiza sentar el germen de un nuevo cantón en la región del Tesino.

Su hermano el cardenal Ascanio Sforza acudió en su ayuda desde Milán con 600 caballeros y un número considerable de estradiotas. En el camino, un ejército de venecianos bajo el mando de Soucin Bienson y Carlos des Ursins les obligó a retirarse al castillo de Rivoli, donde fueron sitiados. Sin provisiones con las que resistir, Ascanio rindió su ejército, siendo apresado y enviado a Francia.

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Campañas en el sur de Italia 1501-04

Poco después la ciudad de Milán presentó su rendición al arzobispo de Rohan, el cardenal Georges d’Amboise, evitando el saqueo y destrucción de la capital a cambio de un rescate de 300.000 coronas. Trivulzio fue destituido del gobierno de la ciudad, que fue encargado al sobrino del cardenal, Charles II de Amboise de Chaumont.

César Borgia, separándose del ejército francés con 1.800 caballeros franceses bajo el mando de Yves d’Alègre y 4.000 piqueros suizos pagados por el Papa, atacó las ciudades-estado de la Romaña, ante la pasividad de los estados vecinos, temerosos de la represalia francesa. Atacó y redujo Imola a últimos de diciembre. Forli, que presentó una fuerte resistencia bajo el mando de Catalina Sforza fue rendido en enero de 1501, y Catalina fue hecha prisionera, aunque sería liberada poco después. A lo largo de este año cayeron en poder de César Borgia Rímini, gobernado por Rodolfo Malatesta, y Pésaro, por Giovanni Sforza. En noviembre Faenza gobernada por Astorre III Manfredi fue sitiada, pero los rigores del invierno y la tenaz resistencia que ofrecieron sus pobladores obligaron a aplazar el asedio.

Socorrido con los fondos que el Papa había levantado para la iglesia, César Borgia, retomó el asalto a Faenza en la primavera del año siguiente, y tras su toma marchó también sobre Bolonia, a pesar estar bajo la protección de Francia. Después marchó hacia Florencia, y de allí se unió al ejército francés que iba a Nápoles.

Con el norte de Italia bajo su control y con la intención de seguir su avance hacia Nápoles, Luis XII se vio retrasado por la actitud austriaca: finalizada la guerra contra los suizos, Maximiliano incitó a los demás príncipes electores del Sacro Imperio Romano a unirse contra Francia en respuesta a la usurpación de Milán.

A la espera de que se ajustase una tregua con Austria, las tropas francesas se unieron a las florentinas en su asedio a Pisa en junio de 1500. Pisa ofreció su vasallaje a Francia a cambio de no ser entregados a Florencia, pero Luis XII rechazó la propuesta; este rechazo sería el motivo de la retirada inesperada de las fuerzas francesas del asedio que mantenían contra Pisa juntamente con las tropas florentinas.

Finalmente, con la intermediación del hijo de Maximiliano, Felipe el Hermoso, Francia y Austria firmaron una tregua; según las condiciones acordadas, Maximiliano investiría a Luis como duque de Milán a cambio de que este ducado fuese entregado como dote a la hija de Luis XII Claudia en su futuro matrimonio con el nieto de Maximiliano, Carlos.

El acuerdo definitivo sería plasmado en el tratado de Trento de octubre de 1501 en el que Maximiliano reconocía las conquistas francesas en el norte de Italia. El ejército francés, con el norte de Italia asegurado, marcharía hacia el sur a fin de ocupar también Sicilia Citerior.

Conquista de Tarento (1502)

La rápida y desconcertante ocupación del ducado milanés demostró una vez más el potencial militar francés e hizo saltar la alarma en la corte española ante lo que podía ser un nuevo intento de avance hacia el sur para dominar toda la península. Fernando el Católico, consciente de la superioridad numérica del ejército francés en ese momento, buscó el entendimiento con Luis XII: se firmó en secreto el tratado de Granada el 14 de noviembre de 1500. En el mismo se estipulaba el reparto de Nápoles entre ambas potencias sin contar, por supuesto, con la opinión del rey Fadrique de Nápoles, al que ambos monarcas consideraban un soberano ilegítimo. El norte de Nápoles quedarían en manos de Francia, mientras que Apulia y Calabria pasarían a formar parte de la corona de Aragón como ducados, junto con Sicilia, que era una posesión ya consolidada.

Francia renunciaba a Cerdaña y el Rosellón. El acuerdo debería mantenerse en secreto hasta que las tropas francesas llegasen a Roma, momento en que sería presentado al Papa para su aprobación.

Se alegaron dos excusas para justificar este reparto: la primera, que el rey Fadrique había concertado una alianza con los turcos en contra del Papa, Francia y Venecia; la segunda, que el rey Fernando el Católico tenía más derechos dinásticos para la corona de Nápoles que don Fadrique, pues este descendía de la rama bastarda mientras que don Fernando lo hacía por la legítima. El papa Alejandro VI sancionó los términos del tratado y declaró a don Fadrique indigno de ceñir corona por haber pedido auxilio a los infieles.

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Repartición del reino de Nápoles entre Francia y España según el tratado de Granada de 1500

El destronado rey solicitó asilo para él y su familia al rey de España, que se negó a facilitarlo. Sin embargo, el rey de Francia le acogió a su generosidad y le dio el ducado de Anjou con sus rentas, pero le mantuvo vigilado hasta su muerte.

Mientras se negociaba el tratado entre Francia y España, comenzaban los preparativos militares, presagio de futuros enfrentamientos. El Gran Capitán embarcó en Málaga al frente de una escuadra de 70 naves y un ejército de 3.800 infantes y 600 jinetes. Por su parte, Luis XII ordenó al señor de Aubigny que marchase sobre Nápoles con 10.000 infantes y 1.000 lanzas, y a Felipe de Ravenstein que zarpara de Génova con su escuadra transportado otros 6.500 soldados para Aubigny.

Franceses y españoles procuraron adueñarse de su parte del reino de Nápoles sin molestarse mutuamente. Los franceses avanzaron hasta Capua, que se les resistió. Tomaron la ciudad al asalto y la entregaron al saqueo ocasionando una horrible matanza.

La estrategia seguida por el Gran Capitán consistió en tomar y aislar rápidamente toda la baja Calabria desde Sicilia, para controlar lo antes posible el estrecho de Mesina. En el ámbito político, actuar con la astucia suficiente como para contar con la adhesión de dos de las principales familias de la nobleza local, los Orsini y los Colonna; que eran enemigos ancestrales por su tradicional posición guelfa y gibelina respectivamente. Pero que Gonzalo de Córdoba se atrajo hábilmente, convenciéndolos de la necesidad de acabar con sus luchas rivales y parcialidades ante el peligro de una amenaza exterior mucho más poderosa. Uno de ellos, Próspero Colonna, se convertiría en mano derecha del Gran Capitán a lo largo de la campaña.

Gonzalo sometió Calabria y Apulia (Pulla) en un mes, excepto Tarento, donde estaba refugiado el duque de Calabria, primogénito del destronado rey don Fadrique, de 14 años de edad. El general español se vio obligado a formalizar un sitio por tierra y mar.

Tarento estaba rodeada de agua por todas partes: por el sur, el mar; por el este y el oeste dos canales abrazaban la ciudad; por el norte ambos canales se ensanchaban formando una gran bahía con fondo para naves de alto calado. La ciudad se consideraba inexpugnable, siendo las defensas del norte las más débiles, pues, hasta entonces a ningún enemigo se le había ocurrido atacar por ese lado de tan difícil acceso.

El Gran Capitán quiso evitar a sus tropas un largo y costoso asedio, por lo que decidió acortarlo con una operación ingeniosa y sorprendente: transportó sus naves desde el mar por tierra hasta la bahía norte. Todo el ejército participó en la empresa, arrastrando las naves sobre rodillos. En pocas semanas la escuadra española estuvo en condiciones de batir con sus fuegos las murallas del norte de la ciudad.

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El Gran Capitán en Italia. Autora María José Ruiz

Los españoles demostraron tanto entusiasmo en la empresa que el ánimo de los tarentinos decayó y el conde de Potanza, gobernador de la ciudad, solicitó a los españoles la suspensión de las hostilidades por dos meses, pasados los cuales entregaría la ciudad si antes no recibía ningún socorro.

A los dos meses la ciudad de Tarento se entregó. En su interior se encontraba el duque de Calabria, primogénito del derrocado rey don Fadrique y que contaba 14 años de edad. Las condiciones de la capitulación incluían que el duque quedaría en libertad de ir a donde quisiese. El Gran Capitán le convenció de que fuera a España. Como el conde de Potenza protestó ante lo que interpretó una manipulación de la voluntad del duque, el Gran Capitán elevó consulta al rey Fernando el Católico, el cual confirmó el viaje del duque de Calabria a España. Allí permanecería en calidad de prisionero de estado.

Asedio de la Barletta (1502)

La conquista de la estratégica plaza de Tarento no hacía sino demostrar que ambos ejércitos, el español y el francés, estaban tomando posiciones para lo que iba a ser una nueva y larga contienda. En efecto, el nuevo general en jefe de los ejércitos franceses en Nápoles, el joven e inexperto duque de Nemours, sabedor de su superioridad numérica y militar; tomó la iniciativa y se lanzó a la ofensiva, obligando al general cordobés a retirar sus tropas hacia el sur a enclaves más seguros: Tarento, Galípoli, Manfredonia, Bari, Cosenza, Amantea, Tropea y Reggio.

Barletta era una ciudad fortificada que ocupaba un lugar intermedio y estratégico entre la Manfredonia y Tarento, los dos puntos más extremos de la Apulia controlada por los españoles, y elegida por el Gran Capitán para replegar a todo su ejército y hacerse fuerte en espera de refuerzos. Si en jornadas como la de Atella, Ostia o Cefalonia Gonzalo de Córdoba había demostrado su capacidad para sitiar y asaltar plazas fortificadas, Barletta constituía un desafío en sentido opuesto: se trataba de aguantar todo el tiempo posible la presión ejercida por las tropas francesas, muy superiores en número: 1.000 lanzas, 6.000 infantes, de los que 2.000 eran experimentados piqueros suizos, y 26 piezas de artillería de diverso calibre que incluían 4 bombardas.

El largo cerco de Barletta puso de manifiesto las cualidades de Gonzalo de Córdoba como defensor de una plaza. Lejos de aceptar las repetidas invitaciones cursadas por el duque de Nemours, para batir ambos ejércitos en campo abierto, lo cual hubiese sido un auténtico suicidio; el Gran Capitán practicó una defensa activa, esto es, lanzando sucesivas acciones relámpago por medio de pequeñas escaramuzas y emboscadas periódicas sobre las filas francesas con el fin de cortar sus vías de abastecimiento. Es más: la guerra de desgaste, que tantos éxitos le había reportado en ocasiones anteriores, tuvo incluso consecuencias sobre el alto mando francés, donde comenzaron a surgir disidencias importantes entre el duque de Nemours y el señor D’Aubigny, que veía en el primero un advenedizo inexperto y temerario.

Con el fin de forzar al Gran Capitán a una batalla campal, el virrey de Nápoles, Luis de Armagnac, con 850 hombres de caballería y 5.000 de infantería, entre los que había 500 alemanes y 800 suizos, puso asedio a Canosa. Durante los meses de julio y agosto sitiaron la ciudad, cuya defensa estaba a cargo del capitán Pedro Navarro con unos 500 soldados españoles de infantería. La artillería francesa batió las murallas de Canosa hasta destruirlas totalmente, tras lo cual las tropas francesas intentaron varias veces tomar la ciudad, siendo repelidos por las fuerzas españolas.

Fernández de Córdoba, se encontraba a 20 kilómetros en Barletta y Andria con el grueso del ejército español; consideró que acudir en auxilio de Canosa significaría tener que presentar batalla en campo abierto contra una fuerza mucho más numerosa, por lo que ordenó a Navarro evacuar la ciudad negociando una rendición honrosa. Tres días después de iniciado el asedio, con más de la mitad de sus hombres muertos y las defensas de la ciudad destruidas por la artillería francesa, Navarro pactó la rendición: los 150 españoles supervivientes salieron de Canosa en dirección a Barletta «con las banderas tendidas y a son de trompetas y tambores, salvas las haciendas y las personas«.

Los franceses tacharon de cobardes a los españoles por no salir a luchar, los españoles les desafiaron a un duelo, que los franceses por razón de honor no les quedó más remedio que aceptar. Ambos ejércitos pactaron una tregua y acordaron que los duelistas se batirían en Trani, a mitad de camino entre el campamento español en Barletta y el francés en Bisceglie; Trani estaba bajo el control de la república de Venecia, que se mantenía neutral en el contexto de la guerra. Los jueces del desafío fueron señalados de entre las autoridades venecianas de la ciudad.

El 20 de septiembre de 1502 a las 13:00 horas los 11 caballeros franceses comenzaron a luchar contra los 11 españoles. En el transcurso del duelo, que se llevó a cabo solamente con armas blancas, uno de los franceses quedó muerto, otro más rendido, casi todos los demás heridos y sus caballos muertos. De los españoles, Gonzalo de Aller se rindió y varios más resultaron heridos y descabalgados.

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Diego García de Paredes apodado de Sansón de Extremadura. A la izquierda pintura de Augusto Ferrer Dalmanu. A la derecha de Ángel García Pinto

La lucha mítica fue entre Diego García de Paredes el campeón español se enfrentó con Pedro Bayardo (Pierre Terraill de Bayard), campeón francés el cual en el primer choque logró darle en el brazo derecho y arrancarle el guardabrazo derecho, mientras que el extremeño apenas pudo rozar al francés. El extremeño fue descabalgado y posiblemente tendría alguna clavícula rota o músculo desgarrado, pero se montó de nuevo en el caballo y sostuvo la lanza con el brazo izquierdo y se fue de nuevo buscar a Pedro Bayardo. Y le encontró, le asestó un golpe que si hubiese sido con el brazo bueno, la lanza se le hubiese clavado en el corazón; sin embargo, Pedro Bayardo ni se inmutó y por su parte le asestó otra terrible estocada que parecía que se le clavaba en el pecho, pero en realidad salía por el sobaco.

Los franceses casi todos habían perdido su caballo salvo Bayardo, que partida su lanza, empuñaba una maza. Sin embargo, García de Paredes una vez más se fue en busca suya y finalmente consiguió tirarle del caballo.

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Desafió de la Barletta (20 de septiembre de 1502). 11 jinetes españoles se enfrentaron a 11 jinetes franceses, al final del mismo los venecianos que hacían de árbitros declararon un empate.
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Desafió de la Barletta (20 de septiembre de 1502). 11 jinetes españoles se enfrentaron a 11 jinetes franceses, al final del mismo los venecianos que hacían de árbitros declararon un empate.

Después de cinco horas, ya entrada la noche, los contendientes acordaron terminar el duelo, tomando cada uno las armas arrebatadas al contrario e intercambiando entre sí los caballeros rendidos. Los jueces muy diplomáticamente, rehusaron dar la victoria a ninguno de los bandos, reconociendo a los españoles su esfuerzo y a los franceses su constancia. El extremeño por su parte, que ya había perdido todas sus armas, siguió la batalla a distancia tirando piedras sin aceptar el empate. El Gran Capitán descontento con el empate dijo: «Por mejores os he enviado

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Desafío de la Barletta (20 de septiembre de 1502). García de Paredes sin armas arrojando piedras a los adversarios. Autor RU-MOR.

La resistencia de ocho meses de asedio dio sus frutos. Con el ejército francés agotado y dividido en dos mitades gracias a la apertura de un nuevo frente por el sur; tras la entrada de nuevas tropas españolas al mando de don Luis Portocarrero. Con el apoyo prestado a sus espaldas en el Adriático por la armada del almirante Juan de Lezcano, y con la llegada de un contingente de 2.000 lansquenetes alemanes como tropa de refuerzo; el Gran Capitán vio llegado el momento de plantar cara al ejército del duque de Nemours en lo que este estaba buscando desde hacía meses, que pasara a la ofensiva.

Campaña de 1503. Asalto a Ruvo y batalla de Ceriñola

Asalto a Ruvo (primavera de 1503)

Al comenzar la primavera de 1503 la situación mejoró para el Gran Capitán. El almirante Lezcano derrotó en aguas de Otranto a una escuadra francesa y siete naves sicilianas con abundantes provisiones llegaron al puerto de Barletta.

La ciudad de Castellaneta se entregó a Pedro Navarro y Luis de Herrera, harta ya de tantas vejaciones y atropellos por parte de los franceses. En cuanto lo supo el duque de Nemours, puso a su ejército en marcha hacia esta ciudad para volver a someterla. Enterado el Gran Capitán de las intenciones del duque, concibió y ejecutó un audaz golpe contra los franceses.

En una noche, el Gran Capitán y la práctica totalidad de su ejército salieron de Barletta en dirección a la ciudad de Ruvo, defendida por Chabannes, señor de la Palisse. Recorrieron 25 km a marchas forzadas y al amanecer estaban ante los muros de la ciudad. El Gran Capitán desplegó su artillería y rompió el fuego. En cuatro horas abrió una brecha en la muralla y la infantería española se lanzó al asalto por ella.

La lucha cuerpo a cuerpo espada en mano duró siete horas, pero al final el ímpetu español quebró la resistencia de los franceses y el enemigo se rindió.

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Asalto de Ruvo por el Gran Capitán primavera de 1503

Tras el combate 600 franceses quedaron prisioneros, entre ellos su jefe, el señor de La Palisse, que se había distinguido por su valor en la pelea. Habiendo recibido varias heridas, se mantuvo arrimado a una pared peleando hasta que un nuevo golpe le derribó al suelo. El Gran Capitán obtuvo un importante botín de 1.000 caballos, que le permitiría reforzar su caballería.

El ejército español, victorioso, regresó a Barletta inmediatamente finalizado el combate. No hubo violencia ni desmanes contra la población civil. El Gran Capitán en persona se puso a la puerta de la ciudad y no dejó sacar cosa alguna de la Iglesia, ni mujeres, ni consintió que a estas se les hiciera la menor descortesía.

El duque de Nemours se enteró del ataque español a Ruvo. Paró su marcha hacia Castellaneta y se dirigió a socorrer Ruvo. Pero al llegar vio la bandera española ondear en los muros de la ciudad y comprendió que llegó tarde y desistió seguir adelante, comprendiendo que una vez más el Gran Capitán le había burlado.

Con los caballos capturados en esta ciudad y el refuerzo de 2.000 soldados alemanes enviados por el emperador Maximiliano y 3.000 solados españoles desembarcados en Rijoles al mando del capitán Fernando de Andrade, el Gran Capitán decidió pasar a la ofensiva.

Segunda batalla de Seminara (21 de abril de 1503)

Ocho años después de la Primera batalla de Seminara, única derrota del Gran Capitán, las tropas españolas se enfrentaron en el mismo lugar y ante el mismo enemigo que les había derrotado entonces.

A mediados de febrero zarpó de Cartagena la armada enviada por el rey Fernando el Católico a Nápoles en apoyo del Gran Capitán, dirigida por Luis Portocarrero, con 40 naos y 600 soldados de caballería y 2.000 gallegos y asturianos de infantería. Llegó a 5 de marzo a Mesina, donde pasaron tres días después a Regio, ya en la península italiana, en mitad de un temporal. Poco después murió Portocarrero, nombrando a Fernando de Andrade como su sucesor en el mando de las fuerzas españolas, a quién se le habían unido algunas compañías de voluntarios.

Enterado Aubigny de la llegada de los refuerzos españoles, reunió una fuerza de 200 jinetes y 800 infantes con los que marchó sobre Terranova, que se encontraba defendida por el capitán Alvarado con 100 jinetes y 300 infantes, antes de que fuese socorrida. Ante la llegada de refuerzos españoles, Aubigny levantó el asedio de Terranova y marchó hacia San Martino, mientras Andrade reunía todas sus fuerzas en Seminara.

Parlamentaron ambos bandos y concertaron entrar en batalla el siguiente viernes, 21 de abril. Hasta entonces Aubigny condujo a sus tropas a Gioia Tauro, 10 km al norte.

Fijada la fecha del encuentro, los soldados españoles se amotinaron, rehusando entrar en combate hasta ver satisfechas sus pagas atrasadas; Hugo de Cardona y el virrey de Sicilia hubieron de darles un anticipo, con lo que el asunto quedó resuelto.

El día señalado se encontraron ambos ejércitos a mitad de camino entre Seminara y Gioia. Los franceses disponían de 900 jinetes, 1.500 infantes y 3.000 villanos, mientras que Andrade disponía de 800 jinetes y 4.000 infantes, más o menos las fuerzas estaban equilibradas. Antes de la batalla el francés se puso a parlamentar con Benavides mientras el grueso español pasaba por el río por otro camino a poco más de 2 km. Cuando Aubigny se dio cuenta, se movió con gran celeridad, pero los españoles ya habían cruzado y avanzaban contra los franceses en formación compacta y estrecha. Estos, al acelerar el paso se desordenaron, por lo que los españoles pudieron derrotarlos incluso antes de que la retaguardia llegara a involucrarse en el combate. La infantería de Aubigny se refugió en un bosque, donde fue aniquilada, y su ejército perdió más de 800 efectivos. Los españoles, por su parte, sufrieron la baja de dos hombres de armas y un artillero y capturaron 600 caballos y 400 acémilas.

El señor de Aubigny se refugió en el castillo de la Roca de Anguito o Angitola, donde fue sitiado durante 30 días y finalmente se rindió a los españoles, siendo conducido a Castel Novo. Libre de franceses, toda la Calabria quedó en manos de los españoles.

Batalla de Ceriñola (28 de abril de 1503)

Movimientos previos

Con los refuerzos alemanes recién llegados, el Gran Capitán salió con sus 6.000 hombres el 27 de abril de Barletta en busca del duque de Nemours. Ese mismo día acampó en Cannas, el antiguo campo de batalla de Anibal. Al día siguiente se dirigió hacia Ceriñola formado de la siguiente forma:

  • Vanguardia, con 1.000 jinetes ligeros al mando de Próspero Colonna y Pedro de Paz.
  • Grueso, formado por 2.000 infantes españoles al mando de Pedro Navarro, Francisco Pizarro y García de Paredes.
  • Retaguardia, al mando del Gran Capitán y formada por 2.000 lansquenetes alemanes, 700 hombres de armas y algunos jinetes ligeros al mando de Fabricio Colonna y Diego de Mendoza.

La marcha fue muy penosa por el calor y la sed que agobiaban a los soldados. La terrible sed unida al calor comenzó a provocar desmayos entre las tropas. Este hecho fue aún más grave entre los lansquenetes alemanes, que no estando acostumbrados a las temperaturas del sur de Italia sufrieron mucho más el desgaste, llegando algunos incluso a quedar para siempre en el camino. El Gran Capitán era consciente del potencial que suponían los lansquenetes en su ejército, y percatándose del desgaste que estaban sufriendo y de la lentitud de su marcha; intentó que sus hombres ayudasen a los alemanes con sus provisiones y cabalgaduras, dando el mismo ejemplo y montando a un alférez alemán en su propio caballo (algo inaudito para su época).

Debido a que los franceses venían desde la cercana ciudad de Canosa, el Gran Capitán necesitaba que sus tropas fuesen lo más rápidamente posible para llegar a tiempo a Ceriñola.

Por fin llegaron a la vista de Ceriñola, seguidos a distancia por algunas patrullas francesas. Era el lugar elegido por el Gran Capitán para dar la batalla, y comenzaron los trabajos de preparación del terreno.
Por suerte, un conocido soldado español llegó providencialmente con una carreta cargada con vino y bizcochos, que dieron fuerza a los soldados.

Ceriñola era una aldea asentada en una altura en la cara norte de las estribaciones de los Apeninos napolitanos y está orientada hacia el mar Adriático, del que dista 35 km. En sus laderas estaban cubiertos de viñedos. Un profundo barranco discurre el fondo de la loma, sirviendo a modo de foso natural. En el fondo del barranco los españoles colocaron estacas puntiagudas para impedir el paso de la caballería, y movieron la tierra de los bordes para que se hundiese con el peso de un hombre. Los laterales del foso fueron prolongados para tratar de rodear toda la loma, que fue donde se asentó el ejército. Solo quedó algo al descubierto el flanco izquierdo, que el Gran Capitán trató de fortificar levantando un parapeto y asentando allí la artillería que se componía de 13 piezas. Durante seis horas los soldados del Gran Capitán estuvieron fortificando la posición.

Despliegue inicial

Una vez instaladas las tropas en el campamento, al caer la tarde los jinetes de Fabricio Colonna trajeron el aviso de la llegada de los franceses. El Gran Capitán aprestó a sus hombres para la lucha y las distribuyó de la siguiente manera:

  • La vanguardia, tras el foso se encontraban 1.000 arcabuceros y espingarderos.
  • El centro un poco detrás la infantería en tres grupos de infantería, la derecha apoyada en Ceriñola, 2.000 infantes españoles al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. El centro, formado por los 2.000 lansquenetes alemanes. La izquierda 2.000 infantes españoles mandados Pedro Navarro.
  • Ala izquierda mandada por Próspero Colonna con 400 jinetes pesados.
  • Ala derecha mandada por Pedro de Mendoza con 400 jinetes pesados.
  • La artillería de Pedro de Navarro con 13 piezas.
  • La reserva 400 jinetes ligeros al mando de Fabrizio Colonna y otros 400 jinetes al mando de Pedro de Paz

En el centro del dispositivo táctico, sobre un pequeño promontorio tras las filas de infantería, se situó Gonzalo de Córdoba para guarecerse y tener una buena visión del campo de batalla, en vez de encabezar una de las unidades de caballería como era típico de la época.

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Batalla de Ceriñola (1503). Despliegue de fuerzas

Desarrollo de la batalla

El Gran Capitán había articulado la infantería en compañías de 250 hombres al mando de un capitán. La unión de 3 compañías formaba una bandera (750) y dos banderas una coronelía (1.500). Esta formación de combate sería el origen de los futuros tercios, de hecho se cree que la composición teórica de estas compañías: 100 coseletes (piqueros con armadura), 100 rodeleros y 50 arcabuceros.

Los lansquenetes eran mercenarios alemanes, reclutados principalmente en las tierras altas de Austria y del sur de Alemania (de las zonas Alsacia, Baden, Wutenberg y el Tirol principalmente), territorios estos en los que se daban unas características similares a las de los cantones suizos: una alta natalidad y una baja producción agrícola. De hecho, su nombre procede de la palabra landsknecht, que viene a significar servidores del campo, en contraposición a los suizos que eran los hombres de la montaña. Copiaron totalmente las nuevas tácticas de los suizos, siendo incluso instruidos en un principio por instructores suizos. Sin embargo, a medida que los lansquenetes se fueron asentando fue naciendo una fuerte competitividad y un odio visceral entre ellos. Para distinguirse de los suizos los lansquenetes adoptaron la costumbre de llevar ropajes de muy vivos colores y grandes sombreros decorados con plumas, en contraposición a sus más sobrios contrincantes.

Habían adoptado la pica como arma principal para su infantería, como arma secundaria llevaban una pequeña espada llamada katzbalger, que significa destripa gatos, lo cual nos da una idea de su uso a corta distancia. Tenía una longitud de entre 70-80 centímetros y contaba con una guardia de dos gavilanes en forma de «S». Los lansquenetes fueron más receptivos a las armas de fuego, incorporando un pequeño número de arcabuceros entre sus filas. Aparte de los típicos piqueros, el cuadro alemán también contaba con un tipo soldado que recibía el nombre de doppelsöldner (doble sueldo). Estos soldados marchaban en las primeras líneas y estaban equipados con un montante, siendo su misión la de quebrar las picas enemigas y abrir brechas entre el enemigo, debido a lo peligroso de su misión recibían el doble de paga que cualquier otro soldado.

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Batalla de Ceriñola. El Gran Capitán dirigiendo la batalla. Autor Francisco M. Canales

El Gran Capitán propugnó emplear la proporción de 100 jinetes por cada 1.000 infantes, de los cuales la mitad debían ser caballería a la gineta o jinetes ligeros (usaban dos armas, la lanza gineta que era más corta y espada, hacha o maza). La otra mitad pesada u hombres de armas, que llevaban armadura completa y caballos barbados, llevaban lanza larga o lanzón, espada o maza.

Al llegar los franceses ante la posición española se suscitó una discusión sobre la conveniencia de dejar la batalla para el día siguiente. Ese era el parecer del duque de Nemours. Pero se oyeron voces discordantes tachando esa postura de cobardía, entre las cuales se hallaban las de Chaudieu, coronel jefe de las tropas suizas, e Ivo de Alegre, por lo que el duque decidió dar la batalla inmediatamente.

Para ello desplegaron según venían en orden de marcha en orden oblicuo:

  • Ala derecha que estaba adelantada: 4 gendarmerías gendarmes (400 lanzas unos 2.000 efectivos) que formaban la caballería pesada en dos líneas dos gendarmerías cada una (1.000) al mando de Nemours.
  • Centro: 26 piezas de artillería que iban en vanguardia, 3.000 piqueros suizos y 3.000 infantes gascones, al mando de Chaudieu, formando en un bloque.
  • Ala izquierda que estaba retrasada: 1.500 jinetes ligeros, al mando de Ivo de Alegre.
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Batalla de Ceriñola (1503). Vista del campo de batalla

El Gran Capitán viendo la indecisión de los franceses, decidió provocarlos. Envió a las fuerzas de reserva los 400 jinetes ligeros al mando de Fabrizio Colonna y los 400 jinetes al mando de Pedro de Paz, para que atacaran la caballería francesa del ala derecha, estos cargaron y se batieron en retirada en poco tiempo; atrayendo a la primera línea de caballería pesada francesa hasta el flanco izquierdo, donde se dio de bruces con arcabuceros atrincherados, que comenzaron a disparar a discreción. Los jinetes franceses trataron de rodear las trincheras, pero seguían recibiendo impactos españoles no solo de los arcabuces, también de la artillería que entonces les tenía a su alcance.

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Batalla de Ceriñola (1503). Los arcabuceros españoles protegidos con estacas disparando a los gendarmes franceses.

En un momento dado estallaron varios carros de pólvora españoles, y hubo unos instantes de alarma entre las filas españoles. Pero el Gran Capitán resolvió la situación arengando a sus soldados diciéndoles: «¡Buen anuncio …! Estas son las luminarias de la victoria

La noche avanzaba, pero el duque de Nemours quiso aprovechar el incidente para volver a la carga con la segunda línea. Su caballería fue detenida y diezmada de nuevo. Tras este nuevo fracaso, el duque de Nemours inició insensatamente con sus tropas una marcha de flanco ante la posición española en busca de un paso por donde penetrar en el dispositivo defensivo. La marcha se efectuó bajo el terrible fuego de los arcabuceros y espingarderos españoles hasta que un tiro de espingarda derribó al duque del caballo y acabó con su vida.

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Batalla de Ceriñola (1503). Muerte del duque de Nemours de un disparo de arcabuz.

A pesar de la muerte de su jefe el ánimo de los franceses no flaqueó. El coronel suizo Chaudieu se lanzó al ataque del centro del parapeto español, defendido por los lansquenetes alemanes. El temible cuadro suizo comenzó a avanzar al redoble del tambor hacia el centro de las posiciones españolas. Avanzaron despacio para no perder la cohesión, abriendo y cerrando filas para sortear obstáculos. Los arcabuceros esperaron a que estuvieran cerca y dispararon una descarga de arcabucería a quemarropa. De este modo las primeras filas de los suizos cayeron segadas por el plomo. Consiguieron llegar hasta el foso, pero reciben otra fuerte descarga.

La presencia del foso, la mayor altura a la que se encontraban los lansquenetes, el cansancio acumulado por la marcha, y el ataque cuesta arriba jugaban en su contra; hizo que los suizos, por tres veces llegaron al parapeto y por tres veces fueron detenidos por aquella muralla de picas infranqueable, hasta que, fueron atacados de flanco por los espingarderos españoles, una bala acabó con la vida del coronel suizo. Sin un jefe que les dirigiera, los soldados suizos y gascones se desbandaron y en su huida chocaron contra la caballería ligera situada a su retaguardia, a la cual logran desordenar.

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Arcabuceros españoles siglo XVI. Autor Ángel García Pinto

El Gran Capitán comprendió que había llegado el momento decisivo de la batalla, por lo que ordenó un ataque general de la infantería, al mismo tiempo que ordenó a la caballería que cortara la retirada al campamento. Los franceses se desbandaron y fueron perseguidos hasta el campamento. El ejército francés quedó desecho. Luis de Ars logró refugiarse en Venosa, perseguido de cerca por Pedro de Paz. Ivo de Alegre huyó a Gaeta con sus jinetes sin entrar en combate. Aquella noche Próspero Colonna y otros capitanes españoles cenaron en la tienda del duque de Nemours la comida que este tenía preparada para su regreso.

La batalla duró lo que el crepúsculo de aquel día, pues no era noche cerrada cuando los españoles lograron la victoria. Las pérdidas francesas fueron de miles de muertos, toda su artillería y equipaje y la mayor parte de sus banderas. Según el cronista Bernáldez, don Tristán de Acuña hizo un recuento de cadáveres por orden del Gran Capitán, y el número resultante ascendió a 3.664; si bien el propio don Tristán reconoció que habría que añadir más de un centenar de muertos más debido a los cadáveres que fueron enterrados sin que él lo supervisara personalmente. Los españoles solo sufrieron 100 muertos.

Al caer la noche el Gran Capitán celebró un banquete en la tienda del duque de Nemours para celebrar la victoria, y puesto que era un caballero y tenía un gran respeto por sus enemigos; invitó a asistir a los más destacados prisioneros franceses entre los que se encontraba el capitán Gaspar de Coligny. Uno de los pajes, un tal Vargas, llamó la atención de Coligny debido a que llevaba una cota de armas que era del duque de Nemours. Informó al Gran Capitán e inmediatamente Gonzalo ordenó al paje que explicase de dónde había obtenido la prenda, a lo que Vargas respondió que había encontrado un caballero malherido al que había derribado, y quitándole el yelmo, lo mató y le quitó la prenda, repartiéndosela con otro soldado. El paje los condujo al lugar. Don Gonzalo se conmovió ante su vista y derramó lágrimas ante él. Para honrarle dispuso que se le embalsamara y le condujo en andas hasta Barletta con un séquito de cien hombres de armas con antorchas encendidas y una escolta de una compañía de soldados. En Barletta se le ofrecieron exequias y se le enterró en el monasterio de San Francisco.

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Batalla de Ceriñola (1503). El Gran Capitán frente al cuerpo del duque de Nemours. Autor Federico de Madrazo, museo del Prado, Madrid
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Batalla de Ceriñola (1503). El Gran Capitán frente al cadáver del duque de Nemours. Autor Casado de Alisal, palacio del Senado, Madrid

Tras la victoria española se entregaron sin combatir las ciudades de Canosa, Malfi y otras muchas. Pocos días después Nápoles envió al Gran Capitán una diputación de su nobleza y de los principales ciudadanos para ofrecerle las llaves de la capital del reino. El triunfo del Gran Capitán en la batalla de Ceriñola fue completo y consiguió todo el reino de Nápoles para los Reyes Católicos, excepto las plazas de Venosa y Gaeta, donde se habían refugiado los supervivientes de la derrota de Ceriñola.

Batalla de Garellano (1503)

Antecedentes

Los franceses reaccionaron levantando tres ejércitos contra los españoles:

  • Un primer ejército de 30.000 hombres, se puso al mando del marqués de La Trémouille para penetrar en el Milanesado y atacar al Gran Capitán.
  • Un segundo ejército efectuaría la invasión del Rosellón a las órdenes del mariscal de Rieux, pero fueron finalmente vencidos por el duque de Alba y el propio rey Fernando el Católico.
  • Un tercer ejército entraría en España por el valle del Roncal a las órdenes del señor de Albret, padre del rey de Navarra. Este ejército finalmente no se puso en marcha por la amistad que existía entre los reyes de España y el rey de Navarra, si bien se organizaron unidades de navarros y aragoneses reforzados con efectivos reclutados por la reina Isabel para defender los pasos fronterizos.

Mientras tanto, el Gran Capitán una vez resuelto un conato de motín en Melfi, se dirigió a la ciudad de Nápoles, donde tomaron por asalto las fortalezas de Castell Nuovo y Castell dell’Ovo, todavía en manos francesas. El siguiente objetivo del general castellano era tomar la plaza fuerte de Gaeta, donde se había refugiado Ivo de Alegre con los supervivientes de Ceriñola.

Luis XII aprestó una escuadra en Génova a las órdenes del marqués de Saluzzo para socorrer Gaeta, y al mismo tiempo libró grandes cantidades de dinero para organizar almacenes de víveres que apoyasen el avance del ejército del marqués de La Trémouille hacia el sur de la península italiana.

Al ejército de La Trémouille, que estaba formado por unos 30.000 efectivos, entre los que incluía un cuerpo de mercenarios suizos de 8.000 piqueros que se incorporaron en Parma, 9.000 jinetes y el mejor tren de artillería nunca visto hasta la fecha, compuesto por 36 piezas.

El 18 de agosto murió el papa Alejandro VI. El marqués de La Trémouille se hallaba en Parma y ordenó marchar hacia Roma para imponer como nuevo papa al cardenal de Amboise. El Gran Capitán había previsto este movimiento y envió a Roma una fuerza de 3.000 soldados al mando de Próspero Colonna y Diego de Mendoza para impedirlo, de manera que los franceses encontraron acampados a los españoles cuando llegaron a Roma. César Borgia, hijo del papa muerto, se unió a las intrigas. Como resultado del barullo salió elegido el cardenal de Siena, que tomó el nombre de Pío III. Pero el nuevo papa murió al cabo de un mes, no sin antes haber investido el reino de Nápoles al rey Fernando el Católico, del que era simpatizante. El 31 de octubre fue elegido el nuevo Papa, que tomó el nombre de Julio II y que resultaría ser un papa turbulento y belicoso.

Tras la elección de Pío III, el general La Trémouille continuó su avance hacia Nápoles y los españoles hacia Gaeta, cada uno por itinerarios diferentes. El marqués iba tan confiado en la victoria que decía públicamente que «daría yo 20.000 ducados por hallar al Gran Capitán en el campo de Viterbo

Don Lorenzo Suárez de la Vega, embajador español en Venecia, le respondió: «El duque de Nemours podría haber dado el doble por no haberle encontrado en Ceriñola

Al poco tiempo La Trémouille cayó enfermo y se vio obligado a ceder el mando al de Giovanni Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, general italiano de gran renombre pero no querido por las tropas francesas en su calidad de extranjero y por su duro carácter. Las tropas con las que contaba el Gran Capitán eran apenas 9.000 infantes y 3.000 jinetes, incluyendo italianos y alemanes. Los efectivos franceses, contando la guarnición de Gaeta, eran prácticamente el triple, puesto que Luis II, marqués de Saluzzo había desembarcado en Gaeta un cuerpo de refuerzo de 4.000 soldados y se había hecho cargo del las fuerzas de Ivo de Alegre y de la defensa de Gaeta.

El Gran Capitán comprendió que no podía tomar Gaeta y se replegó a Castiglone, desde donde podría continuar el bloqueo de la plaza. Pero era consciente de que tenía que hacer algo para compensar su inferioridad numérica, y eligió la zona de terreno donde defenderse y maniobrar. Fue en la vecina localidad de San Germano, al otro lado del río Garellano, que haría de foso natural ante el avance de los franceses, y abrigo de los castillos de Montecasino, Roca Seca y Roca Andria.

Pero el castillo y convento de Montecasino estaban en poder del enemigo. Pedro de Médicis defendía ambas fortificaciones con gente del país y tropas francesas. Para el éxito de la defensa española era preciso tomar aquellas alturas antes de que el marqués de Mantua llegase al Garellano. Para ello, Pedro Navarro subió penosamente algunas piezas de artillería y, una vez emplazadas, abrió una brecha en los muros del castillo y convento y los españoles entraron victoriosos al asalto.

Con esta fortaleza en su poder, el Gran Capitán consolidó su defensa reforzando la guarnición española de Roca Seca a su derecha con infantería española al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. Desde San Germano hasta su desembocadura, el Garellano podía cruzarse por Ponte Corvo y Sezza. El primer paso estaba frente a San Germano y podía vigilarse desde el campamento principal allí instalado. Para vigilar el puente de Sessa tomó una torre fuerte de las proximidades e instaló allí 500 infantes y 350 jinetes al mando de Pedro de Paz.

Cruce del río Garellano por los franceses por primera vez

El 13 de octubre el ejército del marqués de Mantua cruzó el río Garellano por el vado de Ceprano, situado más allá del extremo de las defensas españolas. Una vez en la orilla izquierda, se dirigieron a atacar Roca Seca. Era presumible que esta posición fuera atacada por el enemigo al estar al extremo del flanco. Por ello cuando Fernández de Córdoba mandó defenderla por unos 1.000 hombres, pensó en los bravos y veteranos capitanes como Gonzalo Pizarro, Zamudio, Arteaga, Troilo Despés y Villalva, a los que dijo “os he elegido para vuestra victoria o vuestra sepultura”, y no se equivocaría.

Cuando los franceses llegaron a la altura de Rocaseca, mandaron emisarios para que rindieran la plaza. Al no rendirse Matua abrió fuego con su poderosa artillería, logrando abrir brecha en la muralla, por la que 3.000 franceses intentaron penetrar. Se encontraron frente a la tropa española bien aguerrida y dispuesta a pelear hasta el final. La formación de piqueros junto al fuego mortal de los arcabuceros lograron detenerlos y destrozar su vanguardia, persiguiéndolos en la retirada. Por otras dos veces el marqués de Matua intentaría tomar Rocaseca, sin conseguirlo.

El Gran Capitán mientras tanto, envió en su socorro una columna de infantería al mando de Pedro Navarro y García de Paredes por caminos de montaña, mientras que por el llano envió a Próspero Colonna con la caballería pesada de los hombres de armas.

Pedro de Paz quemó el puente de Sessa para evitar que los franceses lo utilizasen en su retirada. El Gran Capitán mientras iba hacia el paso de Pontecorbo para evitar que se le escapase el enemigo y acorralarlo entre su ejército, el río y las plazas fuertes de Rocaseca, Montecasino y San Germano. El marqués de Mantua al ver las intenciones de los españoles huyó por Pontecorbo antes de que llegasen los españoles. A pesar de ello, la vanguardia española cayó sobre la retaguardia francesa y les causó numerosas bajas. El ejército francés se fortificó en la orilla derecha del río, y el Gran Capitán regresó con sus tropas a San Germano.

Cruce del río Garellano por los franceses por segunda vez

Como era de esperar, el siguiente paso lo dio el marqués de Mantua, mientras el Gran Capitán permanecía a la expectativa tras haber comprobado que el dispositivo defensivo montado tras el río Garellano funcionaba. Los franceses marcharon a sitiar Roca Guillermina, fortificación ubicada a la derecha del río. Simultáneamente, el marqués destacó unas compañías para tender un puente sobre el rio Garellano al abrigo de Roca Andrina. Esta era una fortificación situada en la orilla izquierda (lado español) entre San Germano y la desembocadura del río. Pero García de Paredes fue enviado contra Roca Andria, la tomó en un solo día, e impidió el lanzamiento del puente.

Cruce del río Garellano por los franceses por tercera vez

Tras este nuevo revés, el marqués decidió cruzar el río de nuevo por el puente de Sessa y caer sobre los españoles. El plan consistía en marchar por río aguas abajo, hacia la desembocadura del río Garellano; construir un puente sobre barcas en Sessa, junto al puente original, que había sido destruido por los españoles; cruzar el río, marchar río arriba por la orilla izquierda; caer por sorpresa sobre el campamento español de San Germano y batirlos simultáneamente con los fuegos de su potente artillería asentada en una altura cercana que ya había sido preparada.

La ejecución del plan se inició conforme lo previsto el 6 de noviembre, pues los franceses consiguieron cruzar el río Garellano y sorprender a la guarnición española que vigilaba aquel sector, al mando de Pedro de Paz. Pero la resistencia que este presentó fue suficiente para que llegasen en su socorro primero las tropas de Pedro Navarro y seguidamente las del propio Gran Capitán, que cabalgaba al frente de sus tropas. A pesar de ello, los franceses consiguieron acabar de tender el puente de barcas gracias a los fuegos de su artillería, ventajosamente emplazada para apoyar el trabajo de los pontoneros. Los franceses cruzaron el río y se apoderaron de una trinchera levantada por los españoles a corta distancia del margen del río. Siguió un combate cuerpo a cuerpo en el que el marqués de Mantua se vio imposibilitado de utilizar su artillería para no causar bajas en sus propias fuerzas. Los capitanes españoles pelearon aquel día como soldados, dispuestos a vencer o morir por su jefe.

Por fin la resistencia francesa se quebró gracias al empuje de García de Paredes y se vieron forzados a volver a cruzar el río Garellano por el puente de barcas recién construido. En el campo de batalla los franceses abandonaron muchos cadáveres. El río arrastró a muchos de los hombres y caballos que intentaron cruzar a nado hacia la otra orilla.

La victoria española aquel día no impidió que el ejército francés siguiese acampado frente al español al otro lado del río, pero sirvió para eliminar un peligro que cayó sobre ellos y para demostrar a los franceses su carácter combatiente. Días antes el marqués de Mantua había recriminado a Ivo de Alegre con las siguientes palabras: «No sé cómo os dejasteis desbaratar en Ceriñola por esa canalla

Tras el combate de ese día, Ivo de Alegre le respondió al marqués: «Estos son los españoles que nos desbarataron; considerad ahora lo que es esa canalla de que hablabais

El marqués de Mantua sufrió un duro revés con esta nueva derrota. Había perdido el prestigio ante sus soldados, que le odiaban por su dureza en el mando; sus subordinados inmediatos le obedecían con visible disgusto y las disensiones con él, ocultas al principio, llegaron a hacerse públicas. Por ello el marqués de Mantua cedió el mando del ejército al marqués de Saluzzo, otro italiano, y abandonó aquel ejército que tanto le odiaba.

A la victoria del 6 de noviembre siguieron unos días de fuertes tormentas y lluvias torrenciales que convirtieron los campamentos en auténticos lodazales. El campamento español estaba situado más bajo que el francés y se llevó la peor parte. A este inconveniente, que acrecentaba las penalidades del ejército español, se unió el hecho de la falta de pagas a los soldados. Hubo conatos de amotinamiento. Algunos capitanes y soldados opinaban abiertamente que debían levantar el campo e ir a Capua a invernar. Pero el Gran Capitán apaciguó aquel estado de ánimo con energía y afirmando que se negaba a abandonar allí al ejército francés sin intentar un ataque decisivo. Y añadió: «Más quiero la muerte dando dos pasos adelante que cien años de vida dando un solo paso atrás

Por aquel entonces el embajador español, en comunicación y de acuerdo con el Gran Capitán, logró atraerse a los Ursinos al partido español, de modo que el jefe de esta poderosa familia italiana, Bartolomé Albiano, se presentó en el campamento español con un refuerzo de 3.000 soldados. Fue entonces cuando el Gran Capitán creyó llegado el momento de atacar a los franceses cruzando el río simultáneamente por dos sitios para cogerles en medio.

Desarrollo de la batalla

Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el río Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos; el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.

Se acordó una tregua navideña para los días 25 y 26 de diciembre, al término de la cual, los franceses se relajaron, que ya no esperaban una ofensiva enemiga durante las Navidades.

El sencillo plan concebido por el Gran Capitán consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unos seis km aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.

Gonzalo Fernández de Córdoba dividió su ejército en tres cuerpos:

  • La vanguardia con la caballería ligera al mando de Bartolomé Alviano con 3.000 jinetes.
  • El cuerpo central mandado por Pedro Navarro y sus principales capitanes García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba, con la infantería que cruzaría en segundo lugar con 3.500 rodeleros y arcabuceros.
  • La retaguardia compuesta por la caballería pesada bajo el mando Próspero Colonna con los hombres de armas.
  • El cuerpo principal mandado por el Gran Capitán con los capitanes Fernando de Andrade y Diego de Mendoza con el resto de la infantería y 2.000 lansquenetes, que atravesarían el puente cuando existiera la garantía de que la contienda estaba resultando un éxito.

En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar este repliegue, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés.

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Batalla de Garellano (1503). Movimientos

Se dice, que tras el paso de los lansquenetes el puente cedió, dejando una sola opción a los españoles: vencer o perecer en esa orilla.

Entre las tropas españolas cundió parcialmente el miedo, sobre todo al enterarse de que Fernando de Andrade no había podido cruzar el puente. La situación de crisis se acrecentó aún más cuando el caballo de Gonzalo Fernández de Córdoba trastabilló y lanzó al general contra el barro. «¡Ea, amigos, pues si la tierra nos abraza, es que bien nos quiere!», afirmó el Gran Capitán, en una frase entre la realidad y el mito, que buscaba tranquilizar a los siempre supersticiosos soldados.

Las desprevenidas guarniciones francesas de Suio (300 ballesteros normandos) y Castelforte no pudieron detener la inesperada avalancha que se les vino encima y huyeron en desbandada. Vallefredda, defendida por Ivo d’Allegre, cayó con escasa resistencia. Hasta el final del día, e incluso después durante la noche, las tropas españolas se dedicaron a consolidar las posiciones y a hostigar sin descanso a los franceses que escapaban. Córdoba pernoctó en Castelforte.

A continuación, Córdoba ordenó a d’Alviano que avanzara trazando un arco hasta el puente de la Mola, que abría el camino hacia Gaeta, mientras sus tropas se dirigían directamente al campamento francés. Andrade siguió a la infantería desde la otra orilla hasta encontrar un paso.

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Batalla de Garellano (1503). Movimientos de fuerzas

Ya casi de noche, Saluzzo recibió noticias del avance español y decidió, como había previsto el Gran Capitán, retirarse hacia Gaeta a través del puente de la Mola di Gaeta. El repliegue se produjo sin luz, bajo una tormenta y con los españoles pisándoles los talones. El movimiento envolvente del general castellano funcionó a la perfección. Pese a su inferioridad numérica, los españoles pusieron en fuga a prácticamente la totalidad del ejército francés, que apenas reunió valor para presentar una resistencia compacta.

Saluzzo encargó al famoso Pierre Terraill, conocido como el caballero Bayardo, al frente de la caballería pesada, defendiese el puente a toda costa para proteger la retirada.

A pesar de contar con escasos caballeros, el caballero Bayardo acometió con tanto ímpetu a los jinetes de Colonna, que los hizo retroceder atropelladamente hasta topar con la columna de infantería dirigida por Córdoba que marchaba a continuación. Cundió el desconcierto entre las primeras filas de esta, compuestas por lansquenetes, que quedaron inmóviles sin saber cómo reaccionar. Abriéndose paso a caballo entre ellos, el Gran Capitán consiguió organizarlos en un cuadro para hacer frente a la siguiente carga de caballería que lanzó Bayardo. En los siguientes asaltos, el francés no pudo superar a los piqueros germanos, cuyas formaciones se caracterizaban por su robustez y disciplina, y perdió a la mayoría de sus hombres en el embate.

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Batalla de Garellano (1503). El caballero Bayardo defendiendo el puente en Mola
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Batalla de Garellano (1503). El caballero Bayardo defendiendo el puente en Mola. Autor Francisco M. Canales

Llegaron por fin los hombres de armas de Andrade y Mendoza, que habían tomado el puente de Traietto, y avanzaban imparables por la costa. Este fue el verdadero punto final del combate. Los franceses no consiguieron establecer una segunda línea de defensa entre Castellone y Mola, y su situación empeoró cuando el ejército español reconstruyó los pontones hechos por los franceses, ya que reforzó la posición de los sitiadores en Gaeta.

Una vez cruzado el puente, el Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles por el flanco y por la retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia; provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida, perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo, banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.

Bayardo volvió a dar muestras de valor, batiéndose con denuedo contra la caballería española, perdió dos corceles en los lances; pero pudo escapar a duras penas, aunque volvió a dar muestra de su arrojo, tenacidad y lealtad luchando con bravura hasta que cayó la noche, cuando ya exhausto acudió a refugiarse a Gaeta, cubriendo así en parte a sus compañeros.

La derrota francesa había sido total, con un ejército que duplicaba al español, muriendo más de 4.000 hombres y otros tantos prisioneros o desaparecidos, frente a las 900 bajas del bando español.

Caída de Gaeta

La ciudad de Gaeta fue puesta bajo asedio, y el día 1 de enero de 1504 el marqués ofreció su capitulación, frente a la sorpresa del Gran Capitán, el cual la aceptó.

Dejó marchar a los soldados encerrados en Gaeta y a los prisioneros, sin pedir ningún rescate. Tanto por mar como por tierra salieron todos del reino de Nápoles, aunque no acabarían ahí sus penurias. Los que embarcaron, fueron víctimas de la malaria, muriendo muchos de ellos, entre los cuales se encontraba el propio marqués de Saluzzo. Los que se fueron por tierra, sufrieron el acoso de la población napolitana en venganza por todos los saqueos a los que se habían visto sometidos; matando o hiriendo a muchos de ellos al pasar por sus caminos, pasando frío y hambre para salir de aquellas tierras tan inhóspitas para ellos. Se estima que llegó menos de un tercio del ejército a la ciudad de Roma. Una auténtica debacle.

Con la toma de Gaeta, solamente quedarían algunas plazas ocupadas por los franceses en Italia que irían cayendo o rindiéndose sabedores de la derrota infligida en Garellano.

El Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles por segunda vez, donde el pueblo y las autoridades locales le recibieron con mayor entusiasmo que cuando la victoria de Ceriñola, siendo nombrado virrey de Nápoles.

En Francia, la noticia del desastre de Garellano y la capitulación de Gaeta sumieron al rey, la Corte y la nación en un profundo abatimiento. Todo ello, unido a la derrota sufrida en el Rosellón, convencieron a Luis XII de la inutilidad de continuar la lucha. Abiertas las negociaciones con España, se concluyó un tratado de Lyon el 11 de febrero de 1504, que fue ratificado por el Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada en el mes de marzo. En virtud del tratado, el reino de Nápoles pasó a poder de España.

Muerte del Gran Capitán

Pocos meses después murió la reina Isabel la Católica en 1504, que siempre había salido al paso de las acusaciones de corrupción lanzadas contra el cordobés, dejó las manos libres a su desconfiado marido para enviar unos contadores de la corona a investigar al virrey de Nápoles.

En el otoño de 1506, Fernando reclamó a Gonzalo claridad en sus cuentas nada más desembarcar en el reino italiano.

Es famosa la defensa que de él hizo en la corte su subordinado y amigo Diego García de Paredes, en la que, ante el rey, retó a enfrentarse a él en duelo quien dijera que había pasado por la mente de su señor traicionar en algún momento a su rey. Nadie, por supuesto, se atrevió a recoger el guante.

Ofendido por la ingratitud del Rey escribió las famosas cuentas del Gran Capitán: “Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del Rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados”.

Fernando el Católico remplazó en 1507 al Gran Capitán como virrey de Nápoles. Ambos regresaron en la misma comitiva a España, en el caso del general después de una década fuera de la península. El cordobés buscó sin éxito ser nombrado Maestre de la Orden de Santiago y volver a ponerse al frente de los ejércitos del Rey. El aragonés creía que el Gran Capitán ya había sido convenientemente recompensado y le postergó de la política.

El cordobés acudió a Juana La Loca, auténtica soberana de Castilla, que, a pesar de su incipiente locura, le nombró alcalde de la ciudad de Loja.

En el verano de 1515, la salud del Gran Capitán entró en crisis. Las fiebres cuartanas (palúdicas), que contrajo en la ribera del Garellano poco antes de la batalla de mismo nombre, fueron consumiendo su salud poco a poco, murió el 2 de diciembre a la edad de 62 años.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2018-03-04. Última modificacion 2022-06-27.
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Comentarios:

  1. Carlos Sanjuan Saenz dijo el 2022/02/24 a las 12:41 pm

    Muy buen trabajo ¡¡¡¡

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