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Unión de Arras (5 de enero de 1579)
El tercer duque de Parma y de Plasencia, Alejandro Farnesio, no solo era sobrino del rey, sino que era hijo de la gobernadora Margarita de Parma, y había vivido en estas tierras, por lo que conocía sus peculiaridades y problemática. Farnesio valoró la oportunidad que se le presentaba, y al principio tuvo muchas dudas en aceptar el cargo que don Juan de Austria le asignaba. “La situación aquí es tan caótica que cualquier hombre razonable se negaría a tomar el mando, si pudiera hacerlo honorablemente«.
Alejandro de Farnesio no era solo un gran militar, que supo llevar a sus tropas a conquistar gran parte del territorio del sur de las provincias; sino que también era un gran diplomático. Tan solo tres meses después de acceder al gobierno, el 5 de enero de 1579; logró que las provincias católicas del sur se coaligaran en la “unión de Arras”, con el objetivo final de seguir siendo fieles a la corona española y mantener el catolicismo en sus tierras, sobre la base de la Pacificación de Gante. Las partes firmantes de la unión fueron: El condado de Henao, Artois, Lille, Douai y Orchies. Las provincias de Namur, Luxemburgo y el ducado de Limburgo, pese a ser favorables a la Unión de Arras, no firmaron el acuerdo.
Farnesio se dio cuenta de que en los Países Bajos cada vez se identificaba más la independencia con la Reforma, el calvinismo era la religión que había provocado la rebelión; y, por tanto, debía ser la religión de estas tierras, y en consecuencia a los católicos no les quedaba otra vía para garantizar su seguridad que la reconciliación con el rey.
En esta actuación es evidente que Alejandro Farnesio se vio favorecido por los excesos cometidos por los calvinistas; que fueron intransigentes, crueles e intolerantes, especialmente en la ciudad de Gante, donde asesinaron a cientos de religiosos, clérigos o simples laicos, sin que Orange hiciese nada por evitarlo, si no es que incitó a ello. Lo cierto, como afirma Fernández Álvarez, es que la actuación de los calvinistas de Gante no tuvo nada que envidiar a la persecución de la Inquisición española, con hogueras en las que quemar vivos a curas, frailes y monjas que caían en sus manos; pero en este caso sin realizar un proceso más o menos justo, y, por lo tanto, sin quedar constancia de los mismos.
La respuesta de los calvinistas no se hizo esperar y solo 20 días después, el 23 de enero, se firmaba la “unión de Utrecht”, formada por las provincias rebeldes de Holanda Zelanda, Utrecht, las Güeldres y Zutphen. A las que, entre enero de 1579 y abril de 1581, se sumaron los territorios de Groninga, Friesland, Drente, Overijssel, Brabante y Flandes.
La nobleza flamenca también mostraba signos de desunión por las tensiones surgidas a la hora del reparto del poder, ya que Orange siempre demostró un interés propio en concentrar el máximo poder en sus manos. Los duques de Borneville y Horn crearon en Henau su propio ejército, “los descontentos”, para defender sus intereses tanto frente a españoles como a rebeldes, poco después se les unió el duque de Schot, que había sido hecho prisionero por Orange al no plegarse a sus intereses. Estos tres nobles llamaron al duque de Alençon, para que les apoyase en su lucha, sin embargo, acabaron uniéndose a Orange, que recibió el apoyo de Juan Casimiro, hermano del electo palatino, que desde Alemania acudía con un numeroso ejército. Todos juntos formaron un poderoso ejército de 40.000 infantes y 17.000 jinetes. Por suerte para los intereses españoles en Flandes, al no conseguir hacerse con ninguna ciudad leal al rey y, por lo tanto, no conseguir los resultados buscados; pronto surgieron tensiones entre los mandos de este ejército, siendo el duque de Alençon el primero que abandonaría, al que seguiría poco después por Juan Casimiro, que se volvió a Alemania.
Las atrocidades cometidas por los protestantes contra ciudades católicas, hizo que la liga de Arras pidiese el regreso de los tercios españoles.
Batalla de Borgerhout (2 de marzo de 1579)
En noviembre de 1578, el ejército español partió de Namur y cruzó las Ardenas y Limburgo. Sin embargo, el comandante de las fuerzas hispanas consideró demasiado arriesgado iniciar el asedio en mitad del invierno y con la amenaza latente de un ataque de la numerosa caballería de Juan Casimiro.
Para la campaña de 1579, Farnesio planeó dos movimientos diferentes. Una parte de sus fuerzas, bajo mando de Cristóbal de Mondragón, debía despejar de guarniciones holandesas la zona comprendida entre Maastricht y la frontera alemana; mientras que el propio Farnesio, a la cabeza del ejército principal, se movería hacia Amberes con dos objetivos: neutralizar el ejército rebelde y especialmente su caballería alemana, para después sitiar Maastricht y así distraer a los rebeldes de la verdadera finalidad de su campaña. La primera parte del plan se cumplió cuando Mondragón tomó las localidades de Kerpen, Erkelenz y Straelen entre el 7 y el 15 de enero. Kerpen, ciudad que había sido tomada por el capitán Vilius de Utrecht el año anterior, matando al gobernador español Bluem y saqueando la ciudad, e incendiando la iglesia; la ciudad fue por tomada sorpresa, matando a Vilius y sus 40 soldados que fueron ahorcados, dejó una pequeña guarnición en la ciudad.
El 24 de ese mismo mes, Farnesio se trasladó para atacar al ejército de los Estados Generales, que se encontraba en Weert, al este de Amberes. Superado en número, François de la Noue, que actuaba como comandante de las fuerzas de los Estados tras la muerte del conde de Bossu; dejó una parte de sus hombres en el castillo de Weert y se retiró con el resto, los que todavía no habían recibido la paga, a Amberes. Solicitaron al consejo de la ciudad permiso para entrar, pero se lo denegaron y De la Noue no tuvo más remedio que atrincherarse con su ejército fuera de las murallas de Amberes, en la cercana villa de Borgerhout.
Mientras tanto, Farnesio confió al duque Aníbal de Altemps la misión de tomar Weert y él continuó su avance hacia el ejército rebelde. Altemps rodeó Weert con 6.000 soldados y abrió brecha en sus muros con los disparos de sus dos cañones. Los defensores se rindieron incondicionalmente, pero por orden de Farnesio fueron colgados de las ventanas, algo que el conde hizo de buen grado porque su mayordomo había perdido un ojo durante el asedio. En lugar de seguir a las fuerzas enemigas hasta su campamento, Farnesio detuvo a sus hombres para reponer fuerzas en Turnhout, tras lo cual se ocupó del ejército alemán de Juan Casimiro derrotando a sus reiteres cerca de Eindhoven el 10 de febrero. Además, y puesto que Juan Casimiro se hallaba en Inglaterra negociando con Isabel I, Farnesio acordó con su teniente, Mauricio de Sajonia-Lauenburg, la retirada de las tropas calvinistas, a las que los españoles permitieron salir de los Países Bajos con libertad. Resuelto este asunto, Farnesio puso rumbo a Borgerhout.
Las tropas de los Estados Generales acuarteladas en la villa de Borgerhout eran entre 25 y 40 compañías de infantería que sumaban entre 3.000 y 4.000 soldados, además de 100 unidades montadas. Eran la columna vertebral del ejército rebelde y Guillermo de Orange se refería a ellos como «sus valientes». Estaban dirigidos por oficiales de renombre como Francisco de la Noue y Juan Norreys. Para hacer frente al ejército español, estaban destacados a lo largo de Borgerhout; que ellos mismos habían fortificado excavando un foso y levantando un talud de tierra alrededor de la villa desde el puente de Deurne, sobre el arroyo Groot Schijn afluente del río Escalda, hasta el camino de Voetweg, que corría paralelo al canal de Herentals. Orange desplegó otros 4 regimientos de infantería francesa y valona, procedentes de las cercanas guarniciones de Ath y Termonde, detrás de Borgerhout y bajo la protección de la ciudadela de Amberes. La guardia cívica de Amberes, compuesta por 80 banderas de burgueses armados y entrenados, estaba lista para defender la ciudad si fuera necesario, pero no tenía intención de salir para unirse a la batalla ni permitía la entrada en la ciudad de las tropas regulares. El soldado y cronista español Alonso Vázquez afirmó que el ejército de Orange tenía en total 25.00 hombres.
Farnesio desplegó sus fuerzas en tres grupos, cada uno con puentes móviles para atravesar el foso por tres puntos distintos y copar al enemigo dentro de su campamento.
Cada grupo que no superaban las 12 compañías, con soldados escogidos para que actuaran de avanzadilla, con piqueros delante abriendo paso, 100 mosqueteros apoyando, detrás batidores armados con hachas para romper las empalizadas y detrás pontoneros con un puente con ruedas para cruzar el foso. El grupo derecho estaba formado por el tercio de Lope de Figueroa, el central por soldados alemanes bajo mando de Francisco de Valdés y el derecho por un regimiento valón a las órdenes de Claudio de Berlaymont, más conocido como Haultpenne. A cierta distancia de la infantería marchaban los cuerpos de caballería ligera de Antonio de Olivera con instrucciones de cubrir su retirada si el ataque fallaba, o de rematar la victoria si se daba la ocasión. Según Alonso Vázquez, Farnesio ordenó que los soldados valones del ejército español se vistieran con camisetas blancas encima de sus armaduras, una práctica común conocida como encamisada para distinguirse de los valones que luchaban por la Unión de Utrecht. Así, los valones lucían, según sus palabras, como “una procesión muy colorista de clérigos y sacristanes”.
En la reserva, el comandante de las tropas hispanas desplegó un numeroso destacamento compuesto por los regimientos alemanes de Aníbal de Altemps y Jorge von Frundsberg; flanqueado a su derecha por tropas montadas dirigidas por el duque Francisco de Sajonia-Lauenburg, hermano mayor del duque Mauricio, que era teniente de Juan Casimiro, y a su izquierda por los lanceros de Pierre de Taxis. El resto de la caballería española, dirigida por Octavio Gonzaga, cubría la retaguardia.
Farnesio en persona lideró a sus tropas y antes de iniciar la batalla fue a explorar la posición neerlandesa dejando órdenes a sus tropas de que no se movieran hasta su regreso.
En el bando holandés, mientras de la Noue y Norreys dirigieron a sus hombres en Borgerhout; Guillermo de Orange vio la batalla desde las murallas de Amberes en compañía del archiduque Matías, hermano del emperador Rodolfo II del Sacro Imperio Romano Germánico, a quien los Estados Generales habían elegido como gobernador de los Países Bajos en oposición al ya fallecido Juan de Austria.
La batalla comenzó con el avance de los tres grupos de la primera línea española hacia el campamento holandés, compitiendo entre ellos por ser el primero en tender el puente sobre el foso. Los valones de Haultpenne, encabezados por el sargento Camille Sacchino, se desplazaron hasta Deurne cruzando el río Escalda por la pequeña villa de Immerseel. Los alemanes de Valdés avanzaron frontalmente hacia Borgerhout a través del camino de Borsbeek y el tercio español de Figueroa tomó el camino de Voetweg para asaltar el campamento enemigo desde el sur. Mientras los mosqueteros de las unidades alemanas y españolas intercambiaban disparos con las tropas holandesas atrincheradas tras el talud de tierra, los valones de Sacchino expulsaron a los defensores de Deurne al otro lado del arroyo Groot Schijn y se hicieron con su puente.
De la Noue envió refuerzos allí para contener el asalto, pero llegaron demasiado tarde para impedir que los valones colocaran el puente móvil sobre el foso y comenzaran a escalar la rampa de tierra, tras lo que se enfrentaron cuerpo a cuerpo con los soldados holandeses. Mientras tanto, las tropas alemanas y españolas, con apoyo de dos o tres cañones, abrieron brecha en el muro de tierra, cruzaron el foso y también penetraron en Borgerhout, donde los hombres de la Noue y Norreys se reorganizaron y se parapetaron tras unas barricadas levantadas en las calles.
Farnesio, viendo la buena marcha de su ataque, ordenó a Olivera que avanzara con su caballería para apoyar el empuje de la infantería. Mientras los jinetes penetraban en Borgerhout por la brecha abierta por el tercio de Figueroa, Farnesio en persona tomó el mando de los lanceros de Taxis y siguió la ruta de Valdés. Los soldados franceses e ingleses ofrecieron una férrea resistencia, pero después de dos horas de lucha dentro del campamento, de la Noue comenzó la retirada con sus fuerzas hacia Amberes para evitar la aniquilación. Las tropas en retirada incendiaron sus barracones y buscaron refugio bajo la artillería de las murallas de Amberes. Muchos soldados españoles los persiguieron hasta el foso de la ciudad a pesar de que sus oficiales les ordenaron permanecer juntos. A la orden de Guillermo de Orange, la artillería de la ciudad abrió fuego con metralla sobre las tropas hispanas con diverso resultado, según las fuentes. Alonso Vázquez dejó escrito que los disparos no fueron efectivos porque el campo de batalla estaba cubierto por el humo del incendio de Borgerhout, aunque, por otro lado, el oficial flamenco Guillermo Baudart afirmó que sus cañonazos fueron muy precisos e hicieron que «volaran brazos y piernas por los aires«.
Para entonces, Farnesio, que no quería que sus tropas permanecieran más tiempo cerca de los cañones de Amberes, mandó que sonaran tambores y trompetas llamando a la retirada y reunión de los soldados en Borgerhout. Mientras tanto, los habitantes de Amberes salieron para trasladar al interior de la ciudad a los soldados franceses, ingleses y valones heridos. La soldadesca española, una vez sofocado el fuego en Borgerhout, saqueó lo que pudo y comió antes de rezar para dar gracias a Dios. Tras esto, el ejército español marchó por los caminos de Lier y Herentals hacia Turnhout, a donde Farnesio esperaba llegar al día siguiente. Temiendo un nuevo ataque, la guardia cívica de Amberes pasó la noche en sus puestos.
El número de bajas sufridas por ambos bandos difiere según las fuentes. El jesuita italiano Famiano Strada señaló en una carta al padre de Farnesio, Octavio, duque de Parma, que los holandeses sufrieron 600 muertos y los españoles 8 muertos y 40 heridos. También mencionaba que otras estimaciones daban 1.040 muertos entre los holandeses. Por otro lado, el escritor flamenco Guillaume Baudart situó las bajas holandesas en 200 muertos y las del bando español en quinientas.
El ataque de Farnesio consiguió su objetivo de distraer a los Estados Generales de Maastricht. Tras la batalla, el ejército español se desplazó rápidamente a Turnhout; por el camino tomó el castillo de Grobbendonk y se presentó ante Maastricht el 8 de marzo, seis días después de la batalla de Borgerhout. François de la Noue los siguió con algunas tropas hasta Herentals, pero cuando se percató de que Farnesio pretendía asediar Maastricht, ya era demasiado tarde para reforzar la guarnición de la ciudad. Por otra parte, los motines y las deserciones dificultaron los esfuerzos neerlandeses por socorrer a la ciudad. Los soldados ingleses de John Norreys, que permanecieron fuera de las murallas de Amberes, secuestraron al abad de la Abadía de San Miguel para demandar sus pagas, lo que obligó a que Guillermo de Orange interviniera para mediar.
Políticamente, la batalla aumentó las deserciones de valones de los Estados Generales hacia el bando español en los meses siguientes. Emanuel Philibert de Lalaing se unió al ejército español con cinco mil soldados valones procedentes de las fuerzas de los Estados Generales y expulsó de Menen a una guarnición leal a los neerlandeses.
Asedio de Maastricht (junio 1579)
Antecedentes
A primeros de 1579, realizó una campaña relámpago comenzando en Kerpen, posteriormente se dirigieron a Erkelenz, Weert, Eindhoven, Deurne y Erclers y las proximidades de Amberes, comenzó a desplazarse el ejército de campaña a Maastricht desde Kerpen, villa cerca de Colonia en Alemania.
Alejandro de Farnesio tenía puesto el ojo en Maastricht, villa del país de Limburgo, por varios motivos: por ser plaza de arma, la escala y portillo por donde entraban tantos grandes socorros y ejércitos que de Alemania a través del paso seguro del río Mosa.
Se encargó al conde Barlamont, que era general de la artillería, que aprovisionándose de piezas, balas y pólvora en la villa de Namur, se embarcase en el río Mosa y se dirigiese a Maastricht, con orden que allí estuviera el 8 de marzo. Llevaría 48 piezas gruesas de batir (de asedio), 3 culebrinas, 50.000 balas de hierro colado y 500 quintales de pólvora. Los tercios de españoles presentes eran tres: el de Lombardía comandado por Hernando de Toledo y el de Sicilia comandado por Francisco de Valdés, el de Lope de Figueroa, que en total no llegaban a los 6.000 hombres, el resto hasta unos 15.000 eran valones, borgoñones, alemanes e italianos.
La práctica totalidad de la caballería, a cargo del comisario general Otavio de Gonzaga, caminó por la derecha hacia Maastricht. Mientras que la infantería, se dividió en dos partes, yendo don Lope de Figueroa por la izquierda con su Tercio, y un regimiento de valones, escoltado por cuatro compañías de caballos.
Alejandro de Farnesio, capitán general, partió el 4 de marzo con el resto del ejército, yendo hacia Maastricht por el camino del medio, llegando en cuatro jornadas, y alojándose a una legua (5 km) de la villa.
Esta práctica de dividir el ejército para marchar tenía una clara motivación: por un lado, la artillería, debido al peso que movilizaba, era más sencilla transportarla en barcazas por vía fluvial que por caminos de tierra en los cuales era fácil que cualquier carro quedara atascado a las primeras lluvias. Por otro, obligar a la caballería a marchar al ritmo de los infantes no era imprescindible, a no ser que se esperase un encuentro con el enemigo contrario, y la caballería tenía otras necesidades que la infantería: forraje para los caballos. Asimismo, marchar el ejército al completo, imponía mayores complicaciones a la hora de alojarse y de conseguir suministros principalmente alimentación. De ahí que se dividiera el ejército en tres partes para que cada cual marchara por su camino, alojándose y alimentándose en distintas poblaciones durante su marcha, lo que asimismo reduciría la presión sobre las distintas poblaciones.
Farnesio intentaba alojarse en el castillo llamado “Petrejor”, adelantando para ello su bagaje, pero fueron recibidos por arcabuzazos de los del castillo. Mandó entonces Farnesio al capitán Pedro de Castro para que requiriera al gobernador del mismo que abriese las puertas y se rindiera, y ante la negativa de este, ordenó a dos compañías que se preparasen dos piezas, para batir y rendir el castillo. Ante esto, y ante una nueva requisitoria realizada por un padre jesuita, el gobernador rindió el castillo, permitiendo su marcha junto con su guarnición, pudiendo alojarse Farnesio con su séquito en el castillo.
Tras repartir y alojar las tropas, se procedió a reconocer las murallas de la villa para determinar como había de realizarse el intento sobre ella, y se ordenó construir tres puentes sobre el Mosa, para facilitar el tránsito.
Generalmente, los distintos tercios y regimientos que integraban el ejército se alojaban por nacionalidades. Usualmente, una parte de las unidades se alojaba en las villas más próximas a la que había de sitiarse en casas de particulares y el resto, se resguardaba en barracas en los alrededores de la villa, o en los arrabales si podían tomarse estos con seguridad. Los alojados cerca trabajaban en las labores de zapa un determinado periodo de días que podían ser cinco, ocho o diez, y tras este periodo eran sustituidos por los que se alojaban un poco más lejos, pasando a trabajar unos y descansar los otros. Claro que el descanso no era tal realizaban otras labores de guardias, aprovisionamientos, defensa contra socorros, construcción de fuertes, etc.
La ciudad de Maastricht estaba dividida en dos: a la izquierda del río Mosa se encontraba la villa amurallada, y en la ribera contraria, el burgo o arrabal, unidas ambas partes por un único puente de piedra.
Al ver la llegada de los españoles, el gobernador de la villa cerró las puertas, incrementando la población natural con todos aquellos que habían acudido a la villa por ser día de mercado.
El asedio
La plaza tenía una guarnición de 4.000 soldados, con 154 capitanes, al mando del sargento mayor francés Sebastián Tapino, asistido por el capitán Manzano, español renegado.
Tras debatirse cuál era la parte más débil de las defensas sobre la que actuar, se determinó era el revellín de la puerta de San Pedro, llamado el Viejo, haciendo zapa contra él, llegando a desembocar al foso el 20 de marzo. Se envió a asaltarlo a 3 compañías de españoles, pero fueron barridos por la artillería de la muralla.
Farnesio encargó al conde de Barlamont, que batiera la gola del revellín con 8 cañones, pero inició la obra solo con tres. Reprendido, dispuso los 8, pero lo hacía tan lentamente. La razón que explicaba tal incompetencia, era que Barlamont se mostraba ofendido porque no fuera el propio capitán general Farnesio quien le diera las órdenes directamente, sino que lo hacía a través uno de los gentilhombres de la casa del de Parma, el conde Guido Sanjorge, italiano natural de Monferrato.
Llegó a batirse el propio revellín, pero también con inoperancia, por lo que podía ser reparado, no llegando a quedar destruido por completo en ningún momento.
Al tercio de don Hernando de Toledo le correspondió las trincheras de la puerta de San Pedro. Al de Lope de Figueroa la de San Antón, y la puerta de Bruselas al de Francisco Valdés, asistidos todos ellos por valones y alemanes.
Cada uno de estos debía ejecutar minas y hornillos para que llegado el día, el 26 de marzo, se pudieran volar las murallas y dar el asalto, apercibidas las tropas para ese efecto, pero las dos minas y el hornillo que se volaron, no produjeron los daños esperados y el asalto no pudo realizarse.
Aún a pesar de este fallido intento, se continuó trabajando en dos minas, desembocando en ambas unas contraminas que los rebeldes habían excavado. En una de ellas, volcaron los rebeldes un tonel de agua hirviendo quemando los pies y manos de los que allí trabajaban. En la otra, quemaron leña verde a la boca de la contramina, y con el fuelle del órgano de la iglesia, llenaron de humo todo el circuito de minas, de manera que con uno y otro ardid desalojaron los soldados españoles. Se empeñaron los españoles en recuperar las minas, y bajaron 30 soldados, y disparando sus mosquetes protegidos tras tablones atronerados, auxiliados por piqueros, consiguieron desalojar a los rebeldes y recuperar las minas.
Los rebeldes realizaron una salida de la villa, tomando a los soldados españoles desprevenidos, teniendo estos las mechas de los arcabuces apagadas, con lo que no se pudieron defender, muriendo 35 españoles del puesto atacado. En otra salida de los rebeldes, mataron a 200 españoles.
Primer asalto general
Estando bastante avanzadas las trincheras, la que lo estaba más era la de San Antón, que desembocaba al foso. Se planeó entonces dar el asalto por este punto, y como era necesario cegar el foso, se emprendió esta tarea, haciendo que los soldados arrojasen fajinas al mismo para ir rellenándolo, todo esto bajo el fuego de mosquetería, artillería, guirnaldas de fuego de los defensores de la muralla.
El 7 de abril se alertaron a las tropas para el asalto general: se formó la infantería y la caballería en escuadrones en las zonas asignadas, se repartieron los hospitales y capellanes entre las trincheras para atender a heridos y moribundos.
El 8 acaba de cegarse el foso con las fajinas por la parte de la puerta de San Antón como estaba previsto, y comenzó a batirse la muralla por dos partes de la villa con 20 cañones para cada una. Tras dos horas y media se consideró que la apertura era lo bastante amplia para dar el asalto. Se envió a dos capitanes a que reconocieran el foso, para ver si estaba cegado y como la opinión era disconforme, fue Guido Sanjorge a reconocerlo en persona, constatando que sí estaba cegado.
Hecho esto, los españoles comenzaron el asalto, pica en mano por ambas brechas, ascendiendo por las baterías, siendo barridos desde los traveses encubiertos por los rebeldes. Resultó que más de uno de los torreones o bastiones que los españoles habían pensado que eran de terraplén, en realidad estaban hechos de fábrica y con agujeros para los mosquetes, abriendo las troneras hasta entonces tapadas. Amén de estas armas, los rebeldes usaron contra los asaltantes guirnaldas de fuego, cohetes de hierro, piedras y carros con los ejes llenos de púas afiladas que lanzaban batería abajo contra los que ascendían por ella.
Por si fuera poco el destrozo que sufrían en el asalto, se voló la pólvora que tenían para alimentar uno de los puestos de artillería, y murió en la explosión gran cantidad de gente. Se ordenó detener el ataque cuando habían muerto algo más de 700 españoles, y los rebeldes aprovecharon aquella noche para terraplenar las brechas hechas en la muralla.
Reunido el consejo de guerra, Farnesio determinó que no se debía de levantar el sitio, por no perder la reputación.
Durante el tiempo en que se estuvo batiendo, las balas y pólvora se fueron agotando, por lo cual se vio que no podía darse otro asalto. En tanto no se reponían las municiones, se convino en realizar una plataforma de tierra, de tierra desde la que batir las fortificaciones interiores, ejecutando los trabajos necesarios los villanos de los países de Lieja y Limburgo, que hasta entonces habían trabajado solo los soldados.
Desde una altura de 9 metros, a la otra banda del foso, comenzó a batirse los torreones contrarios con 3 piezas de artillería, cubiertos los artilleros colocados tras cestones por dos docenas de mosqueteros que impedían que tiradores desde la villa los molestaran.
Esta plataforma permitió que se cegase el foso, y se zapara la muralla en condiciones de seguridad, teniendo el control de una de las caras del poliedro que constituía la muralla de la villa, a nivel artillero.
Acabó de tomarse, pues, este tramo de muralla o lienzo, y después de atrincherarse, desde aquí se dio el asalto a un torreón que se ganó también. En este torreón se ejecutó un andamio desde el cual se tiraba contra los del interior de la villa.
Las mismas tropas que ganaron el torreón, ejecutaron dos minas, y habiéndolas interceptado los de la villa con sus contraminas, las volaron, matando a los españoles que echaban la siesta dentro de ella, escapando solo un capitán que no dormía para poder contarlo.
Una vez quitados los traveses a los rebeldes, se subió la artillería a fuerza de brazos al tramo de muralla tomado, pues los rebeldes habían ya ejecutado una segunda línea de defensa interior, una media luna que no podía ser sino batida por artillería.
El 15 de junio se construyó una rampa por la que se acabó de subir la artillería a la muralla, hasta 15 piezas de 40 libras, con la que batieron la media luna de los rebeldes, aunque sin demasiado efecto.
Totalmente aislada la ciudad, al haber renunciado Guillermo de Orange a acudir en su ayuda ante la imposibilidad de socorrerla, se fijó el asalto definitivo para el día 29 de junio con Farnesio recién recuperado de una enfermedad.
Segundo asalto general
El 28 de junio se alertaron a las tropas para dar un nuevo asalto la mañana del día siguiente, contra la segunda línea de defensa interior que los rebeldes habían levantado.
Se dispuso que hubiera un determinado número de soldados fingieran ataques al enemigo, de manera que no pudieran descansar aquella noche. En la mañana del 29 de junio, después de casi cuatro meses de asedio; los tercios españoles se lanzaron al ataque, seguidos de valones y alemanes, asaltando la media luna de los rebeldes, tomándola y dejando abierto el camino para tomar la ciudad. Tras la entrada de los sitiadores, Tapino pensó que aún podía defenderla y ordenó trasladar las riquezas y los soldados a la otra parte del río, cruzando el puente de piedra que separaba las dos partes de la ciudad. Tapino mandó levantar el puente para defenderse mejor, y en su huida los soldados locales se tropezaban entre ellos, cayendo muchos al suelo y al río ante la imposibilidad de protegerse.
A pesar de los intentos de rendición de Tapino, las tropas españolas tomaron a la fuerza la plaza, pues solo así estaba admitido el saqueo. Tapino salvó la vida refugiándose en una iglesia junto a alguno de sus hombres y se obtuvo rescate por él. Por su parte, el capitán Manzano fue ejecutado por traidor prácticamente al momento, pasado por las picas, castigo que se daba a los de la nación española.
Lo que siguió es conocido como la matanza de San Pedro: «No perdonaban á niños ni á mujeres, que por escapar las vidas iban huyendo y se arrojaban por las ventanas, y daban en manos de otros que se las quitaban, y algunos echaron del puente, que es muy alto, en el río Mosa, y se ahogaban. Otros se escondían en diferentes partes y se entraban en los sótanos, y muchos se soterraban en los jardines, tal era el temor que tenían que vivos se enterraban. Fue un día de juicio, y tan grande la mortandad, que ponía admiración, pues al desembocar del puente había un gran monte de cuerpos muertos, que pasaban de doce mil con los que se hablan echado en el río; y muchas madres estaban con sus tiernos hijuelos en los brazos, puestas boca con boca, y algunos las tenían en los pezones de las tetas.»
Secuelas
Los tercios españoles, sin paga desde hacía tiempo y enfurecidos por la resistencia de los defensores, saquearon la ciudad durante varios días hasta que una orden de Alejandro Farnesio puso fin al pillaje. Murieron 1.500 españoles en el asedio, 23 capitanes y 3 sargentos mayores, así como 22 capitanes y unos 1.000 soldados de las naciones.
Hubo 12.000 muertos en la ciudad, y se tomaron 4.000 prisioneros por los que se pudo obtener rescate. Habían muerto antes unos 2.000 durante la defensa.
A principios de 1580, se ejecutó la orden del rey, que se había avenido de nuevo con los Estados a una segunda evacuación de las tropas españolas. Saliendo estos de los Países Bajos a primeros de abril, llegándose a publicar bando con pena de vida al tenerse noticia de que algunos habían quedado, como los 300 que acudieron a las órdenes de Francisco Verdugo durante sus luchas en Frisia, no siendo esta provincia de las reconciliadas con el rey.
El 18 de agosto de 1582 regresaban los españoles en Flandes. Ya no volverían a salir de ellas mientras duró la guerra.
Maastricht permanecería en manos españolas hasta 1632, año en que Federico Enrique de Orange-Nassau volvió a recuperarla para los holandeses tras un corto asedio de cuarenta días. A partir de esa fecha la ciudad formaría parte de las Provincias Unidas.
El archiduque Matías, gobernador nombrado en un principio por las provincias católicas, fue poco después utilizado por el príncipe de Orange, quién se le atrajo hacia sus posturas; convirtiéndole en un títere en sus propias manos y en las de los Estados Generales, que se negaban a ceder soberanía, esperando que el gobernador ejerciera solamente funciones representativas.
Aunque desde hacía tiempo la reina Isabel I de Inglaterra había decidido apoyar a los rebeldes de los Países Bajos, cediéndoles el uso de los puertos de la costa inglesa y con ayuda económica; en esos momentos dio un paso adelante mandando tropas a atacar ciudades leales al rey, como es el caso de Malinas, que fue atacada por los ingleses el 9 de abril de 1580. Los ingleses se tomaron un mes de saqueo y asesinatos en un episodio de la historia que suele ser omitido de los libros. “Con tan profunda avaricia de los vencedores, que después de saqueadas iglesias y casas, sin dejar cosa en ellas, después de haber obligado a los vecinos a redimir, no una vez sola, libertad y vida, penetró su crueldad hasta la jurisdicción de la muerte, arrancando las piedras sepulcrales, pasándolas a Inglaterra y vendiéndolas allí públicamente”. Escribió el cronista Faminiano Estrada sobre la participación en la guerra de un país, Inglaterra, que precisamente presumía de estar allí para combatir la crueldad de los españoles.
El 19 de septiembre de 1580 los representantes de las Provincias Unidas se reunieron en el castillo de Plessis les Tours con el duque de Anjou, firmando un tratado provisional en el que el duque aceptaba ocupar el trono de la república holandesa como soberano, asumiendo el título de «Defensor de las libertades de los Países Bajos«. El acuerdo se firmó con la oposición de las provincias de Holanda y Zelanda, superadas gracias al derecho de veto de Guillermo de Orange. Los términos del tratado reducían las competencias del nuevo soberano al mínimo, dejándolo en una figura representativa, mientras el poder quedaba en manos de los Estados Generales.
El acuerdo de Plessis sería ratificado en la convención de Burdeos (o tratado de Bordeaux) en enero de 1581.
En julio de 1581 los Estados Generales de los Países Bajos publicarían el acta de abjuración, por medio de la cual declaraban formalmente su independencia de la monarquía de Felipe II de España, dejando así dispuesta la posibilidad de aplicar los términos del tratado.
Ataque francés a Amberes (enero de 1583)
En enero de 1583 Anjou, impaciente por la demora de su coronación y disconforme con las limitaciones que el tratado imponía a su autoridad y con las concesiones religiosas al protestantismo mayoritario en las Provincias Unidas. En febrero Anjou llegó a los Países Bajos, siendo nombrado duque de Brabante. Disconforme con las limitaciones impuestas a su reinado, planeó hacer una demostración de fuerza apoderándose militarmente de varias ciudades de Flandes y Brabante.
Como parte de un plan que involucraba a las fuerzas de Anjou en varias ciudades de la zona, el 15 de enero la guarnición francesa de Dunkerque aprovechó un enfrentamiento menor entre sus tropas y los lugareños para asegurar militarmente la plaza. De igual manera, procedieron en Ostende, Diksmuide, Dendermonde, Aalst y Vilvoorde. En Brujas, debido a un retraso en la puesta en ejecución de los planes, los mandos franceses fueron arrestados por las autoridades holandesas, advertidas de lo sucedido en las ciudades anteriores.
Con la intención de tomar también Amberes, capital de Brabante y residencia de Guillermo de Orange bajo la alcaldía de Felipe de Marnix, el 16 de enero Anjou reunió a sus tropas en Borgerhout, cerca de Amberes, con el pretexto de estar preparando un ataque contra Eindhoven.
Desconfiando de las intenciones francesas, Guillermo de Orange mandó aviso a Francisco de Anjou interrogándole sobre la presencia de sus tropas frente a Amberes; Anjou respondió garantizando su fidelidad a las Provincias Unidas y comprometiéndose a no introducir tropas en la ciudad.
El 17 de enero a mediodía 300 soldados de la caballería de Anjou se acercaron a la puerta de Amberes fingiendo tener un hombre herido y solicitando la entrada en la ciudad para darle atención médica. Tras abatir a los soldados holandeses que defendían la puerta, entraron en la ciudad facilitando el acceso del resto del ejército, que llegó tras ellos con 3.000 mosqueteros y 600 hombres a caballo, mandados por el conde Rochepot.
La escasa guarnición que defendía Amberes fue rápidamente superada por los asaltantes, que pronto se dispersaron por las calles, dispuestos a saquear la ciudad. Los ciudadanos de Amberes cerraron las puertas de la ciudad e improvisaron una enconada defensa; durante una hora, favorecidos por la dispersión de las fuerzas francesas por las calles estrechas, entablaron combates cuerpo a cuerpo con estas por toda la ciudad. En la sucesión de enfrentamientos que tuvieron lugar murieron aproximadamente 1.500 soldados franceses, y otros 500 fueron hechos prisioneros mientras que las bajas entre los lugareños se estiman en poco más de 100.
Tras la derrota el duque de Anjou se retiró con el resto de sus tropas hacia Dendermonde; su ruta se vería interrumpida por la rotura intencionada de un dique en Malinas, que provocando una inundación al paso de los franceses provocó cerca de 1.000 bajas entre estos. Siguiendo hacia el sur, llegarían hasta Mons, donde se estacionarían.
Este ataque sería conocido en la literatura anglosajona como la furia francesa. Desde Mons, Anjou estableció correspondencia con Guillermo de Orange y con las autoridades de Amberes, en la que justificaba el ataque a Amberes por las afrentas recibidas por los Estados Generales en la intención de estos de limitar su autoridad, reiterándoles su fidelidad a la causa holandesa y achacando su conducta a una insubordinación de sus tropas.
Guillermo de Orange aconsejó que intentasen la reconciliación con Anjou, viendo en esta estrategia la única manera de mantener su independencia de España. A últimos de marzo de 1583 Anjou y los Estados Generales establecieron un acuerdo provisional. El mando de la tropa francesa se le encargó al mariscal de Biron. Este se apoderó de Gouda, y rechazó a los españoles en Roosendaal, pero pronto Alejandro Farnesio conquistó Eindhoven, Diest, Westerlo, Gante y Brujas en un rápido avance. El duque de Anjou cayó enfermo en Dunkerque y ante la proximidad del ejército español marchó a Francia. Farnesio continuó su marcha tomando Dunkerque, Nieuwpoort, Diksmuide y Menen.
Guillermo de Orange mandó fortificar Amberes. Su apoyo al duque de Anjou y su boda en abril con Louise de Coligny, hija del líder de los hugonotes franceses, Gaspar de Coligny; le había granjeado la enemistad de la ciudad, por lo que vituperado por los habitantes y temiendo por su seguridad el 27 de julio se retiró a Zelanda, provincia de la que era estatúder y en la que contaba con numerosos partidarios. A pesar de sus intentos por mantener los apoyos franceses del lado holandés, la oposición de los Estados Generales y de la población consiguieron la expulsión de las tropas francesas: el 27 de agosto estas embarcaron en Biervliet (Zelanda) retirándose definitivamente a Francia.
Francisco de Anjou moriría en Francia en junio de 1584. Guillermo de Orange sería asesinado por Baltasar Gérard al mes siguiente. La retirada francesa facilitaría el avance de los tercios de Alejandro Farnesio, que sin obstáculos capturaron durante todo ese año los territorios a lo largo del río Escalda; Zutphen y otras ciudades de Güeldres serían tomadas en septiembre de ese mismo año gracias al cambio de bando de Enrique van der Bergh, que las entregaría a los españoles.
El 31 de diciembre de 1584, se firmó en secreto el tratado de Joinville entre Felipe II rey de España y la liga Católica, representada por la Casa de Guisa de Francia, ambos católicos que no aceptan la existencia del calvinismo hugonote, por ello ese tratado se proponía fundamentalmente erradicar la herejía del reino francés.
Asedio y saqueo de Amberes (1584-85)
Farnesio siguió con sus campañas militares consiguiendo victorias en todas ella. Decidió que era necesario reconquistar la ciudad de Amberes, tanto por su importancia estratégica como simbólica.
La ciudad de Amberes se hallaba a orillas del caudaloso Escalda y contaba con una población de más de 100.000 habitantes. Por la parte que daba a Flandes discurría el río sirviendo como protección y además como una excelente vía para el socorro que pudieran enviar las provincias marítimas. Por la parte enfrentada a Brabante la ciudad se encontraba rodeada de unas anchas murallas con diez poderosos baluartes y un amplio foso inundado. Estaba también guarnecida por numerosos castillos construidos a orillas del Escalda, en especial los de Lillou y Lieskensek. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre Amberes y Gante a 50 km y protegida a mitad de camino por Terramunda, suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas a 20 km y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde Bruselas se podía socorrer a la ciudad, por medio de un cauce artificial que iba desde Bruselas hasta desembocar en el Escalda. Estaba defendida por 20.000 soldados y milicianos al mando de Philippe de Marnix de Sainte-Aldegonde.
Farnesio, al mando de 10.000 infantes y 1.700 jinetes llegó a Amberes y comenzó el cerco, otra parte del ejército continuaba con el coronel Verdugo la guerra en Frisia; otros luchaban en Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique; otros combatían en Zutphen y, por último, se protegían las provincias del Henao y Artois de los ataques de los franceses. Para el asedio de Amberes, Alejandro se había reservado a los tercios españoles.
Dadas las dificultades que suponían la toma de los castillos de Lillou y Leskensek, Alejandro pensó que sería más fácil construir el puente en otro paso y levantar sus propias fortificaciones para defenderlo.
Para conseguir los materiales necesarios para la magna obra, el duque de Parma asaltó y tomó Terrramunda, rodeada por una abundante arboleda que fue talada a tal efecto, cuando colocaba las baterías para cañonear las murallas de la ciudad, el maestre de campo Pedro de la Paz recibió un balazo en la frente. Fue tal la rabia de los españoles que no les sirvió de nada a los de Terramunda romper un dique para inundar las posiciones de los sitiadores. Estos, cargando en sus hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho, lograron instalarlos y batir los muros. Para calmar sus ánimos de venganza, y dado el pequeño número de hombres que llevaría a cabo asalto inicial, Farnesio tuvo que elegir a tres de cada compañía para que todas pudieran participar en la primera embestida. El primer baluarte se tomó con rapidez, rindiéndose los defensores días más tarde para no irritar los ánimos de los enfurecidos españoles.
El puente a construir medía 800 metros de largo y 4 de ancho sobre el río. Esta obra de ingeniería militar que unía las provincias de Brabante y Flandes es comparable al puente que Julio César levantó sobre el Rin, y al del rey persa Darío sobre el Danubio, aunque eran menos largos comparados con el construido por Farnesio. La construcción del puente consistió en colocar unos postes de madera verticales sobre el lecho del río, hasta donde permitió su profundidad, unidos por vigas de madera transversales, sobre este armazón se colocaron los tablones que daban forma al piso. En los dos extremos del puente se levantaron dos baluartes. Los últimos 600 metros del puente se tuvieron que hacer con barcas sujetas con cuerdas y maderas, sobre las que se puso el piso. Para la defensa del puente, se colocaron 97 piezas de artillería y a los lados del puente, una línea de pequeñas barcazas unidas de tres en tres. La obra se terminó en tan solo 7 meses.
El cerco a la ciudad de Gante, que prestaba un molesto socorro a los de Amberes, fue finalmente concluido con la rendición de sus defensores. Con los 22 navíos tomados en Gante y otros que trajo de Dunkerque, el de Parma se propuso cerrar el gran hueco central del puente sobre el río. Dado que esas naves no podían llegar hasta el puente a medio construir sin exponerse a los disparos de la artillería de Amberes, rompió un dique del río Escalda inundando la campiña, por la que navegaron sus barcos. Lo vieron los rebeldes y, en respuesta, levantaron un reducto para impedir la llegada de más navíos desde Gante. A Alejandro Farnesio le quedó como único remedio construir un canal de 22 km de longitud para comunicar las aguas de la inundación con el riachuelo de Lys, que desemboca en el Escalda a la altura de Gante. El mismo Alejandro Farnesio tomó la pala y azadón dando ejemplo a sus hombres. Acabada la obra en noviembre de 1584, les fue sencillo llevar desde Gante los materiales y barcos precisos para cerrar el puente.
La gigantesca obra quedó terminada a finales de febrero de 1585, siete meses después de comenzada. Mientras nuestras tropas podían pasar con libertad de Flandes a Brabante a través del puente, los de Amberes veían su paso por el Escalda cerrado.
Reacción de los sitiados
Por su parte, los defensores intentaron sin éxito varias salidas por tierra y, viendo la imposibilidad de romper el cerco, planearon tomar la ciudad vecina de Bois-le-Duc, de modo que se pudieran enviar refuerzos desde allí. No lo consiguieron y, a principios de 1585, siete meses después de que se iniciaran las obras, cayó la capital de la provincia de Güeldres, Nimega. Con cada vez menos esperanzas de salir vivos, los rebeldes se agarraron a planes cada vez más arriesgados. La llegada sorpresa de una armada de socorro enviada desde Zelanda por Justino de Nassau, hijo bastardo de Guillermo de Orange dio aire a los rebeldes. Una vez conquistado el castillo en manos españolas, que separaba el río Escalda del mar; la flota rebelde accedió al canal en el que estaba siendo construido el puente y planeó, bajo la batuta del ingeniero italiano Federico Giambelli, desairado por España en otro tiempo, la forma de hacer volar por los aires el plan de Farnesio.
En la noche del 4 de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro brulotes o barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a estos 13 naves de menores dimensiones. Portaban los barcos gigantescas hogueras que infundían una gran preocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos antes de llegar al puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debido al fuerte viento, se desviaron y encallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a él algunos soldados españoles burlándose del barco. Cuando explotó, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca, matando a 800 soldados españoles y la onda expansiva envió a Alejandro Farnesio varios metros despedido. Con todo, las heridas no revistieron gravedad y el ataque no tuvo consecuencias críticas para la estructura. Esa misma noche los españoles disimularon los daños para que la flota de Justino de Nassau desistiera de lanzar más ataques en este punto.
Los holandeses así lo hicieron, prefiriendo ensañarse con el dique que daba acceso a la campiña inundada, a su vez protegido por varios castillos a cargo del coronel Mondragón, que logró rechazar en esta posición los ataques simultáneos de los barcos procedentes de Amberes y la flota de Zelanda al mando de Justino de Nassau. Su heroica resistencia evitó que los barcos enemigos se hicieran con el control naval de la campiña.
Perfeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de guerra, consiguiendo que no torcieran el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco. Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos del puente, causando, en este caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los soldados españoles.
El siguiente ingenio de Giambelli fue el de añadir a los barcos-mina una especie de velas bajo el casco para poder dirigir con más precisión los ataques al puente. No obstante, Farnesio aprendió también la lección y en la siguiente intentona rebelde se valió de un sistema de enganches en los barcos que conformaban el puente para que, una vez se acercaran los barcos minas, pudieran ser liberadas estas embarcaciones y los barcos explosivos pasaran de largo.
A este proyecto le siguió otro aún más excesivo: “El Fin de la guerra”, una embarcación de guerra de tamaño desproporcionado que contaba con un castillo gigante de artillería en el centro y una guarnición de 1.000 mosquetes. Tanta fe pusieron los defensores en aquel barco que lo bautizaron con un nombre que, creían, anticipaba el final del bloqueo. Sin embargo, la monstruosa fortaleza flotante encalló al poco tiempo de entrar en combate y los españoles le cambiaron el nombre con burlas y balazos. Ya solo podía ser: el de “Los gastos perdidos” o «El Carantamaula” o «espantajo para niños«.
La rendición de la ciudad
Los rebeldes intentaron, pese a todos los reveses sufridos, una última salida, atacaron con todas sus naves, unas 160, el contradique. Arrollaron algunos puestos y fortines, de forma que en la misma Amberes se celebraba ya la victoria. Acudió de refuerzo un tercio de italianos y españoles, picados ambos por ganar mayor gloria; y consiguieron resistir en el dique el tiempo suficiente para que llegara el de Parma, cuando casi todas las posiciones se hallaban perdidas y algunos barcos rebeldes habían llegado ya a Amberes con la primicia del socorro próximo.
El ataque estuvo cerca de alcanzar su objetivo, tomar el contradique que mantenía a raya a la flota de Zelanda, pero de nuevo la infantería castellana, secundada por la italiana, neutralizó la ofensiva cuando en Amberes ya festejan la victoria. El propio Alejandro Farnesio, con espada y broquel, se unió a la primera línea de combate entonando: “No cuida de su honor ni estima la causa del Rey el que no me sigue”. Miles de hombres terminaron luchando en una estrecha lengua de tierra. La jornada finalizó con los holandeses huyendo en desbandada y muchos barcos encallados a causa de la marea baja, lo que a su vez permitió la captura de 28 navíos enemigos, 65 cañones de bronce y gran cantidad de vituallas de las que el campo español andaba escaso. Murieron en las siete horas que duró la lucha cerca de 3.000 rebeldes, siendo 700 los caídos del bando leal a la corona, en su mayoría españoles e italianos.
La población de Amberes exigía a sus dirigentes el comienzo de conversaciones de paz. Marnix intentaba tranquilizarles y les pedía que esperaran a la posible ayuda de Inglaterra. En eso, el gobernador distribuyó entre su gente unas cartas falsas en las que, supuestamente, los franceses le comunicaban que enviaban un ejército en su socorro.
El descubrimiento de la falsedad de las cartas encrespó todavía más a la población, el colmo fue cuando recibieron la noticia de la rendición de la ciudad de Malinas.
Finalmente, en agosto de 1585, las tropas españolas entraron en Amberes. Los gobernadores decidieron aceptar las generosas condiciones que Farnesio planteó, lo cual evitó un nuevo saqueo de la ciudad. La victoria fue celebrada por los soldados con un gigantesco banquete sobre el puente del Escalda, con mesas que se extendían de orilla a orilla del río. La noticia no tardó en correr por Europa y en llegar a España. Farnesio fue premiado con el Toisón de Oro por Felipe II, continuó con éxito la campaña militar en Flandes. En septiembre, las tropas obtuvieron sus pagas, tras casi tres años sin cobrar.
En ese mismo mes de agosto de 1585 la reina Isabel I de Inglaterra y los representantes de las Provincias Unidas, reunidos en el palacio de Nonsuch de Surrey, firmarían el tratado de Nonsuch de un acuerdo mediante el cual:
- Inglaterra se comprometía a enviar 400 soldados de caballería y 4.000 de infantería (inicialmente destinados a levantar el asedio de Amberes). Esta fuerza se vería posteriormente incrementada hasta 1.000 jinetes y 5.000 infantes.
Inglaterra apoyaría económicamente a las Provincias Unidas con una cantidad de 600.000 florines anuales (aproximadamente la cuarta parte del coste de la guerra). - Los puertos holandeses de Rammekens, Brielle y Flesinga serían cedidos provisionalmente a Inglaterra como aval por su ayuda; ese punto provocaría las objeciones de Zelanda, la provincia holandesa más perjudicada por el trato.
- Inglaterra tendría derecho a designar al gobernador general de las provincias holandesas alzadas contra España, nombrando a Robert Dudley.
Aunque anteriormente ya había tropas inglesas luchando en la guerra en el bando holandés, la alianza anglo-holandesa resultante del tratado supondría un importante apoyo militar a la lucha de las Provincias Unidas contra España en la guerra de Flandes.
La alianza entre Inglaterra y las Provincias Unidas fue considerada por Felipe II de España como un acto hostil, que conduciría al estallido de la guerra Anglo-española de 1585-1604 y al intento de invasión española de Inglaterra por la Armada Invencible en 1588.
Batallas de Empel o Milagro de Empel (6 al 8 de diciembre de 1585)
Después de recuperar Amberes, en el verano de 1585, Farnesio se sintió en condiciones de acudir a las «islas de Zelanda y Holanda» cuyas poblaciones católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio. Farnesio mandó los tercios a la isla de Bómel, situada entre los ríos Mosa y Waal; en respuesta a esta maniobra, el almirante rebelde Felipe van Hohenlohe-Neuenstein situó su flota de 10 navíos entre el dique de Empel y la ciudad de Bolduque – Hertogenboch, bloqueando por completo a los españoles. Ahora el Tercio estaba al alcance de la artillería de la flota enemiga y sería fácil de rendir. Estaba claro, el tercio Viejo de Zamora mandado por el maestre de campo Francisco de Bobadilla no aguantaría mucho.
Reconociendo su superioridad táctica y con objeto de evitar posibles bajas, Hohenlohe-Neuenstein que conocía a los españoles, les propuso a una rendición honrosa; pero su respuesta fue clara: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
Ante tal respuesta, Hohenlohe-Neuenstein recurrió a un método harto utilizado en ese conflicto, decidió el exterminio total de los soldados españoles. Ordenó abrir los diques del canal del río Mosa, que trascurría por encima del nivel del campamento del Tercio, provocando la inundación de la isla de Bomel. Los españoles, que estaban alojados en la zona de los pueblos de Dril, Rosan, Herwaardefl y Hurwenen tuvieron el tiempo justo de subir a refugiarse en los diques. Las aguas inundaron rápidamente el campamento donde estaban acampadas las fuerzas españolas, solo quedó como tierra firme el pequeño montecillo de Empel; donde se refugiaron los 5.000 soldados del Tercio para evitar morir ahogados, estaban tan cansados como antes, tan hambrientos como siempre, y además, muertos de frío por estar calados hasta los huesos.
«La inundación echó el río sobre casi toda la isla con tanta presteza que apenas tuvo tiempo Bobadilla para llevar tras el Mosa al lugar de Empel y a otros de la vecindad las tropas, artillería y vituallas. Pero ni aquí les dejó Libres la corriente del río, porque si bien los españoles habían tomado los puntos más altos,… el campo desde la isla Bomel a Boldu que era algo más bajo y fácilmente llamó a sí las aguas … y menos unos altos a los que habían subido los soldados, el otro campo del río parecía un mar hinchado«.
Por la tarde la flota rebelde disparó el fuego de su artillería, arcabuces y mosquetes sobre los infantes españoles que se apiñaban en el dique de Empel. La situación era límite los españoles se apiñaban en el montecillo con la ropa húmeda sin comida, ni leña. Ahora ya eran presa fácil del enemigo. Los soldados del Tercio estaban en clara inferioridad, habían quedado sitiados por las tropas enemigas y sin posible escapatoria habían decidido atrincherarse en el terreno hasta el final. Pero esta vez, iba a hacer falta un auténtico milagro para obtener una rotunda victoria y salvar sus vidas.
El sábado 7 de diciembre de 1585, la situación era desesperada. En el momento más crítico, según cuenta la tradición, un soldado del tercio mientras cavaba una trinchera, encontró allí enterrada una tabla flamenca de vivos colores con la imagen dibujada de la Inmaculada Concepción. Este hecho levantó la moral de la tropa, pues era la víspera de la Inmaculada. Colocaron la imagen en un improvisado altar sobre una bandera con la Cruz de San Andrés y de rodillas entonaron acto seguido la Salve.
“En ésto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Como si hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla. Llevanla pues como en procesión al templo entre las banderas la adoran pecho por tierra todos: y ruegan a la Madre de los Ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanzas de elementos y enemigos: que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio”.
“Pusieron la tabla en una pared de la iglesia, frontero de las banderas, y el Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le digesen una salve, y lo continuaban muy de ordinario. Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día”.
El maestre Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a encomendarse a la Virgen Inmaculada: “Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen María, esperaban en su bendito día”.
Durante la noche del 7 al 8 de diciembre, empezó a soplar un viento del nordeste terriblemente gélido y empezó a helar, algo que no pasaba desde hace mucho tiempo y que tampoco pasaría en los años siguientes. Las aguas del río Mosa terminaron por helarse rápidamente. Esta circunstancia hizo que los infantes españoles vieran la posibilidad de atacar a la flota enemiga desde la superficie firme que ofrecía el hielo.
Bobadilla ordenó al capitán Cristóbal Lechuga que tuviera listos 200 hombres y 3 piezas para atacar al enemigo. De esta forma, al mando del Cristóbal Lechuga los infantes españoles marcharon sobre el hielo y atacaron por sorpresa desde el hielo a los barcos rebeldes al amanecer del 8 de diciembre.
Los tercios combatieron con extrema contundencia, animados por la sed de venganza por el asedio de los holandeses. Los rebeldes caían ante las armas españolas sin posibilidades de reaccionar. Los infantes españoles tomaron prisioneros y capturaron y quemaron todos los barcos de la flota enemiga.
Al día siguiente mejoró el tiempo y los españoles pudieron volver en barcas a Bolduque. Cargaron con rabia contra el fuerte holandés situado a la orilla del río Mosa. La posición defensiva fue tomada por los españoles y los holandeses huyeron en desbandada aterrorizados por la furia de los arcabuceros y piqueros españoles. La victoria española fue tan completa que el almirante Hohenlohe-Neuenstein llegó a decir: “Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro”.
Los infantes de Bobadilla estaban agotados, fueron acogidos y curados por la población de Bolduque. Muchos morirían posteriormente por las penalidades sufridas y otros perdieron pies y manos por congelación. La ciudad recibió como testimonio de agradecimiento de Farnesio y del propio Felipe II, un cáliz de oro y 80 vacas para limosna de pobres.
La Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los tercios de Flandes e Italia. Sin embargo, este patronazgo se consolidaría trescientos años después, luego de que la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 proclamase como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima. El 12 de noviembre de 1892, a solicitud del Inspector del Arma de Infantería del Ejército de Tierra de España, por real orden de la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo: “Se declara Patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción”.
Batalla de Boksum (17 de enero de 1586)
El 13 de enero de 1586, un ejército español de unos 3.000 soldados y 700 jinetes invadió Frisia. En ausencia de Guillermo Luis, conde de Nassau-Dillenburg, sobrino de Guillermo de Orange y titular de Frisia, el comandante español Francisco Verdugo, con base en Groninga (Groningen), esperaba recuperar el territorio para España. Debido al clima helado, los lagos de Frisia no fueron ningún obstáculo para la invasión y la artillería española podía moverse fácilmente por los caminos helados. Después de saquear parte de Frisia, Verdugo decidió retirarse porque el tiempo estab descongelando, amenazando con aislarlo de su base en Groninga. Mientras tanto, los frisones reunieron un ejército mandado por Steen Maltesen, un oficial danés, con un núcleo de soldados profesionales y un mayor número de voluntarios frisones. Maltesen decidió atrincherarse en el pueblo de Boksum.
La caballería española que salió de la niebla sorprendió a la fuerza rebelde en sus atrincheramientos a medio terminar en la mañana del 17 de enero. Los rebeldes entraron en pánico y su ejército se desintegró. Se estima que el número total de muertes de esta batalla fue de alrededor de 1.000. Las pérdidas españolas fueron muy bajas. Debido a que el aumento de las temperaturas convirtió las carreteras en pantanos, la fuerza española finalmente dejó todo su botín y algunas de sus armas pesadas cuando se retiraron a su base en Groninga.
Batalla de Zutphen (22 de septiembre de 1586)
Isabel I de Inglaterra reina de los Países Bajos, según el tratado Nonsuch de agosto de 1585; envió en apoyo a los rebeldes. Un contingente de 8.000 voluntarios británicos (los denominados secours, 1.000 jinetes y unos 6.800 infantes), desembarcaron en Flushing. Estaban mandados por Roberto Dudley, duque de Leicester, amante y favorito de la reina Isabel I, y que además apoyaría económicamente a las Provincias Unidas con un 25 % del coste de la guerra. El ejército incluía la flor y nata de la nobleza inglesa, más de 500 nobles en total. El duque fue inmediatamente nombrado gobernador y capitán general de los Estados, haciéndose cargo del ejército rebelde.
Primero se dirigieron a la ciudad de Grave, en la provincia de Bravante, a orillas del río Mosa; que estaba siendo sitiada desde principios de la primavera de 1586, por el conde Ernesto de Mansfeld, por orden de Alejandro Farnesio; quién a su vez estaba asediando la ciudad de Rheinberg en la zona de Colonia (Alemania). Tras el fracaso en el intento de romper el cerco, la ciudad de Grave se rendiría posteriormente a los españoles el 7 de junio.
Después del fracaso de Leicester en socorrer a Grave, se dirigió a sitiar Zutphen, ubicada en la provincia de Güeldres y en la orilla oriental del río Ijssel, defendida por el español Bautista Tassis. Zutphen era un enclave estratégicamente importante para Farnesio porque permitía a sus tropas recaudar impuestos para la guerra en la rica región de Veluwe.
Enterado Farnesio, dejó efectivos militares para seguir con el asedio de Rheinberg y envió una parte de sus tropas a levantar el sitio de Zutphen. En principio consiguió enviar suministros a la localidad, pero ante la duración del asedio anglo-holandés, decidió organizar un gran convoy de víveres y encargó su envío al marqués de Vasto. Leicester tuvo noticia de esta maniobra gracias a la intercepción de un mensajero que Farnesio había enviado a Francisco Verdugo, el hombre al cargo de Zutphen, por lo que las fuerzas anglo-holandesas prepararon una emboscada.
En la mañana del 22 de septiembre de 1586, un convoy militar bajo el mando del albanés George Cresiac, capitán de los tercios españoles, llevaba suministros hacia la ciudad de Zutphen, escoltado por fuerzas de caballería.
Las tropas inglesas interceptaron la columna española. En el combate que se libró, la caballería española, compuesta esencialmente por soldados italianos y albaneses, resultó derrotada por la caballería inglesa mandada el Roberto Devereux, conde de Essex. Cresiac fue hecho prisionero por los ingleses, pero los jinetes ingleses se las tuvieron que ver con la infantería, que les infligió una severa derrota causándoles sensibles bajas, entre las que se encontraba el sobrino del propio Leicester, Felipe Sydney poeta, escritor y diplomático. En este encuentro participaron, tanto Norris, como Mauricio de Nassau, y las cabezas de las principales familias de Inglaterra.
Los tercios aseguraron que los suministros llegaran indemnes a destino. A partir de ese momento, las tropas españolas, reforzadas por los efectivos de Verdugo, obligaron a los ingleses a retirarse.
Con estas actuaciones, la corona británica y su mayor representante en los Países Bajos, el conde de Leicester, quedaron totalmente desacreditados ante los ojos de los holandeses: “y en los corazones y afectos del pueblo se produjo una sorprendente mudanza contra los ingleses. Se pronunciaron discursos groseros en contra de su graciosa majestad británica y en contra de toda la nación inglesa“.
Por ello, en la reunión de los Estados, en febrero de 1587, se confirió el poder a Mauricio de Nassau; el 10 de diciembre de ese año, tras no cosechar más que derrotas, el duque de Leicester, fue llamado a Inglaterra y obligado a dimitir de sus cargos, aunque no fue condenado por los abusos cometidos.
Asedio y Destrucción de Neuss (junio de 1586)
Neuss había sido tomada por los partidarios del príncipe-elector protestante, Gebhard Truchsess von Waldburg, en febrero de 1586. Adolf van Nieuwenaar, conde de Limburgo y Moers, reforzó las defensas, aprovisionó la ciudad y se dirigió con la mayor parte de sus tropas al norte, a Moers y Venlo, dejando al joven Hermann Friedrich Cloedt al mando de Neuss. Cloedt disponía de una guarnición de unos 1.600 hombres, la mayoría alemanes y holandeses; algunos tenían cierta experiencia militar, otros habían sido recientemente reclutados y eran jóvenes e inexpertos. El 10 de julio de 1586, Alejandro Farnesio y sus tropas rodearon la ciudad y la sitiaron, con el apoyo de Karl von Mansfeld, Francisco Verdugo y Salentin VII de Isenburg-Grenzau, entre otros. Farnesio actuó al servicio del rey de España Felipe II, como comandante al frente de los tercios que tratan de aplastar la rebelión en los Países Bajos; pero atacó Neuss por petición expresa del príncipe elector arzobispo de Colonia Ernesto de Baviera, cuya intención era eliminar a los partidarios de su adversario político-religioso Gebhard Truchsess von Waldburg.
Farnesio estaba al mando de un gran ejército: contaba con unos 2.000 hombres de las tropas de Mansfeld, más otros 6.000 soldados de a pie y tercios, además de 2.000 jinetes, 45 cañones y expertos artilleros italianos, españoles, e incluso alemanes. Farnesio mandó disponer algunos cañones en una isleta en medio del río Rin, y otros a lo largo de las murallas de la ciudad. En el día de Santiago, el 25 de julio de 1586, con todo dispuesto para el ataque final, Farnesio exigió la rendición de la ciudad: su petición fue oficialmente denegada por los ciudadanos, quienes argumentaron que el duque no debía exigir la ciudad en nombre del Rey (de España), porque Neuss pertenecía al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Diversas fuentes sugieren que Farnesio se acercó a las puertas de la ciudad durante las negociaciones, y que a punto estuvo de perder la vida al desatarse un fuego cruzado, al parecer iniciado por su propio ejército.
Farnesio comenzó el ataque con el fuego de artillería que prosiguió durante más de 30 horas; se hicieron unos 2.700 disparos, consiguiendo abrir brechas en las murallas, y los soldados irrumpieron en la ciudad: los italianos por un extremo, y los españoles por otro. Mataron a todos los que encontraban a su paso. Los soldados de Farnesio hallaron al gobernador Cloedt, que estaba gravemente herido (al parecer tenía una pierna destrozada y varias heridas más, causadas durante la defensa de un torreón en la ciudad) y le pusieron una soga alrededor del cuello y lo ahorcaron colgándolo por la ventana junto a sus dos capitanes y el predicador calvinista Christopher Iffeser de Eperchin. Los soldados españoles e italianos continuaron arrasando la ciudad y masacrando al resto de los integrantes de la guarnición militar, incluso a aquellos que estaban dispuestos a rendirse. Las mujeres y niños trataron de hallar refugio en las iglesias, pero al desatarse el incendio se vieron obligados a salir a las calles. Las crónicas de la época relatan como mujeres, niños y ancianos con las ropas en llamas que trataban de huir del incendio, caían en manos de los furiosos españoles: incluso si conseguían escapar del fuego y de los españoles, aún debían eludir a los italianos. En una carta a Felipe II, Farnesio afirmaba que en los diques yacían más de 4.000 cadáveres. Observadores ingleses confirman dicho número y añaden que solo ocho edificios se mantuvieron en pie en la ciudad de Neuss.
Farnesio, a pesar de haber tomado la ciudad, no pudo utilizarla como guarnición militar debido a que Neuss había sido completamente destruida durante el ataque. Aun así, no hubo más de 500 bajas entre los soldados españoles, mientras que entre las filas protestantes hubo numerosas bajas, a lo que se suma la pérdida de una ciudad importante en la estrategia geográfico-militar, y la pérdida de uno de sus comandantes más intrépidos; el joven gobernador Cloedt.
La campaña militar de Farnesio en la región le dio acceso a las regiones en el norte del Arzobispado, llamadas las Niederstift, desde donde preveía lanzar un ataque definitivo sobre las provincias rebeldes de los Países Bajos. Gebhard Truchsess von Waldburg renunció al arzobispado en 1588, y Parma continuó atacando ciudades en la región y ocupándose de los preparativos para la llamada “jornada de Inglaterra”, o ataque de la Armada Invencible.
Asedio de Borgen op Zoom (23 de septiembre a 13 de noviembre de 1588)
Antecedentes
Inglaterra había sido liberada del peligro tras la derrota la”Armada Invencible” durante el verano de 1588. Al mismo tiempo, el Farnesio con su ejército que se había reunido para la invasión detuvo a sus tropas.
Farnesio dio vuelta y marchó a través de Brabant con el objetivo de tomar Bergen op Zoom antes de que comenzara el invierno. Farnesio envió un regimiento bajo el marqués de Burgau, con tropas que suman 8.000 hombres bajo el conde Mansfelt, príncipe de Ascoli y el duque de Pastrana, por delante para intentar la captura de la isla de Tholen. En ella había una ciudad importante del mismo nombre al norte de Bergen op Zoom, en el lado opuesto del canal del Escalda que separa la isla del continente de Brabante. El gobernador de Bergen op Zoom era Tomás Morgan y la guarnición era predominantemente inglesa, compuesta por 12 enseñas de infantes ingleses y 3 cornetas de caballería holandesa bajo las órdenes de Peregrine Bertie (lord Willoughby) y Guillermo Dury.
Morgan había estado en Inglaterra supervisando la defensa de la costa inglesa durante la campaña armada, dejando a lord Willoughby a cargo. Mientras tanto, Willoughby había trabajado duro para poner a Bergen op Zoom en un buen estado de defensa. Construyó dos fuertes fuera de la puerta Wouw, para cubrir los puentes levadizos y proteger a las partes exteriores, y algunas otras instalaciones, conectadas por caminos cubiertos. Recibió consejos del conde Everard Solms, que vino desde Tholen, donde comandaba el regimiento Zeeland.
Cuando la fuerza española avanzó a través de Tholen atacaron la ciudad, pero después de varios intentos fueron rechazados vigorosamente por Solmes y sus tropas de Zelanda que habían infligido cerca de 400 bajas. Los propios comandantes escaparon por poco de morir ahogados en la retirada al otro lado del río debido al repentino ascenso de las aguas. Farnesio a pesar de la derrota no perdió tiempo y presionó hacia Bergen-op-Zoom.
Morgan regresó de Inglaterra y se encontró con que Parma había rodeado el lugar, pero Willougby pudo actuar. Las aguas de los diques abiertas por los defensores de la ciudad y derramadas sobre el campo. Con la excepción de algunos puntos elevados ocupados por las fuerzas de Farnesio, todo el país estaba inundado. El ejército español que tenía casi 20.000 hombres y Morgan ordenó que se realizaran ataques contra la fuerza española sitiada mientras se construían trincheras y revellines. Varios de ellos se realizaron con éxito desde el 23 de septiembre y obligaron a los españoles a huir de sus trincheras al haber perdido una gran cantidad de provisiones, prisioneros y equipo. Durante una de las salidas, un joven Francis Vere recibió una herida de una pica en esta pierna.
El asedio
La caballería de las milicias holandesas bajo el mando de los comerciantes locales, Paul y Marcellus Bax hicieron una incursión en las líneas españolas hasta Wouw capturando a varios prisioneros. Además, las tropas inglesas atacaron la vía fluvial; en un día, un barco de canal había salido de Amberes esa mañana y había sido atacado por un destacamento de tropas inglesas. Lo capturaron junto con 12 prisioneros y encontraron 60.000 florines en dinero. Esto fue un gran golpe para Farnesio, ya que el dinero era necesario para pagar a las tropas. Farnesio no pudo capturar ninguno de los fuertes de agua y decidió convertir el asedio en un bloqueo.
Durante una de estas salidas, Roberto Redhead, un cantinero, había capturado a dos prisioneros españoles muy importantes; Cosimo de Alexandrini y Pedro de Lugo un comisario de la artillería. Fueron capturados no lejos del fuerte del Norte por un grupo de exploración inglés, Redhead estaba buscando objetos para vender a las tropas adentro cuando tropezó con los oficiales españoles que controlaban la fuerza de las paredes. El fuerte del Norte era una fortaleza fuerte que aseguraba la entrada a Bergen op Zoom desde el Escalda en el lado noreste. Los dos españoles fueron hospedados como invitados en la casa del teniente de la guarnición que pertenecía a Guillermo Grimstone y les ofrecieron grandes sobornos para hacer que los españoles entraran por la puerta Norte.
Se esperaba que un documento redactado por ellos cayera en manos de Farnesio, facilitando así la captura de Bergen. Grimstone fingió que era un católico acérrimo y que apoyaba a Guillermo Stanley, el renegado inglés. En secreto, abandonaron el campamento provisto con cartas de los dos españoles a Farnesio, informando que todo estaba preparado para la entrada de los sitiadores al fuerte. El 6 de octubre, se entrevistaron con Farnesio, que les obligó a jurar sobre los sacramentos que estaban actuando de buena fe. Una vez hecho esto, les dio una gran cadena de oro y prometió una gran suma de dinero en caso de éxito.
Farnesio seleccionó una banda de 100 mosqueteros escogidos, seguida por una fuerza mucho más considerable, unos 2.000, bajo el mando del maestro de campo Sancho de Leyva. Con él estaban Juan de Mendoza, Alonso de Idiaquez y Guillermo Stanley, no mucho más atrás bajo dirección de Grimstone. Antes de que las tropas de asalto españolas se dispusieran, los dos ingleses estaban atados y los acompañaban. En una tarde otoñal sin luna con mal tiempo, la fuerza española partió. Pronto vadearon las aguas del río Escalda que les llegaban hasta el pecho, pero después de un tiempo llegaron a la puerta designada. El rastrillo externo se había levantado y los españoles pronto se precipitaron en la ciudad. Un momento después, Willoughby cortó las cuerdas que sostenían el rastrillo y atrapó a la avanzada de los españoles. Francisco Vere dirigió la carga y todos fueron pasados a cuchillo, mientras sus seguidores venían hacia la puerta.
Tan pronto como las tropas en el exterior se dieron cuenta de la trampa en la que habían caído, los españoles enfurecidos por esto se negaron a abandonar el ataque. Se arrojaron las empalizadas y comenzaron un ataque enérgico contra las fortificaciones. Al mismo tiempo, se abrieron las puertas de par en par y la guarnición realizó una furiosa salida contra los españoles. En la confusión, los dos prisioneros ingleses pudieron escapar ilesos. Hubo una lucha feroz, los españoles no pudieron salir de la trampa; algunos fueron muertos bajo las murallas y el resto fueron rápidamente expulsados. Mientras lo hacían, los españoles fueron atacados en su retirada por una emboscada en el dique y el resto fue perseguido en las aguas. Fueron completamente derrotados; un gran número murió o resultó herido y varios oficiales de alto rango fueron hechos prisioneros.
Para empeorar las cosas, la marea comenzó a fluir, y los soldados que fácilmente habían vadeado el foso fueron arrastrados: 300 se ahogaron en un intento de llegar al campamento. Farnesio estaba horrorizado y no podía creer lo que había sucedido cuando vio a los sobrevivientes regresar a sus trincheras; se dio cuenta de que el sitio debía ser levantado.
Una fuerza de socorro bajo Mauricio de Orange llegó al día siguiente con 600 escoceses y holandeses. La fuerza combinada luego lanzó rápidamente otro ataque que alejó a los españoles de sus trincheras. Con la llegada de la fuerza de ayuda, la posición española era completamente insostenible. Farnesio había perdido a muchos hombres y sus provisiones estaban agotadas, después de prender fuego a su campamento, en la noche del 12 de noviembre se retiró con algo de desorden. A la mañana siguiente, sin embargo, la retaguardia española fue atacada por una fuerza inglesa que los perseguía compuesta de 20 insignias de infantería y caballería, capturando más prisioneros y suministros.
Secuelas
Farnesio y su ejército regresaron derrotados a Bruselas, después de un asedio que duró seis semanas. Willoughby había logrado una importante victoria a los ojos de la reina Isabel I, especialmente tan pronto después de la derrota de la Armada Española.
Los españoles perdieron 1.000 hombres en el asedio de Bergen op Zoom, la mayoría de los cuales murieron o se ahogaron en el asalto. Las pérdidas anglo-holandesas fueron menores, salvo para algunos que estaban enfermos y murieron por enfermedad. Grimston y Redhead recibieron una recompensa de 1.000 florines cada uno de la Reina y una anualidad de 600 florines.
El ejército español posteriormente se amotinó por no recibir sus pagas; los cofres para la guerra estaban vacíos porque el dinero se había perdido en los galeones de la Armada y la captura por parte de los ingleses del barco en el canal desde Amberes. Parma posteriormente mandó levantar fuertes en Rosendaal, Turnhout y Kempeu para controlar las incursiones de la guarnición de Bergen en Brabante. El conde de Mansfeld también capturó la pequeña ciudad de Wachtendonck en Guelderland en el sitio donde se usó por primera vez la bomba, inventada poco antes por un artesano de Venlo.
Francisco Vere se había distinguido y fue nombrado caballero por Willoughby en el campo de batalla por valentía. Vere el año siguiente dirigiría el ejército inglés en los Países Bajos después de la dimisión de Willoughby y sostendría este título por veinte años. Fue muy estimado por la Reina y también por los Estados Generales de las Provincias Unidas.
Bergen op Zoom continuaría en manos inglesas y holandesas rechazando más asedios y ataques españoles en los siguientes cuarenta años, especialmente durante el asedio de 1.622 en el que las tropas inglesas también jugarían un papel importante.
Conquista holandesa de Breda (4 de marzo de 1590)
Tras el desastre del asedio de Borgen op Zoom en 1588, los holandeses aprovechando la debilidad española, iniciaron una ofensiva en Flandes, poniendo sus ojos en la ciudad de Breda.
La ciudad de Breda, localizada en la confluencia de los ríos Aa y Mark, en la provincia de Brabante, era la principal ciudad de la zona. Bien fortificada, estaba rodeada por un foso defensivo alimentado por las aguas del río Mark. Estaba bajo dominio español desde 1581, cuando los soldados de los tercios españoles la habían tomado a los holandeses.
La guarnición de la ciudad estaba formada por 500 hombres de infantería y 100 de caballería, soldados italianos del tercio de Sicilia al servicio del imperio Español. Eduardo Lanzavecchia, gobernador de Breda y de Geertruidenberg, se encontraba en esta última ciudad supervisando la construcción de sus fortificaciones. En su ausencia, su sobrino Paolo Lanzavecchia era el gobernador accidental de la plaza.
En febrero de 1590, los ingleses Lionel Vickars y Charles de Heraugiere, planificaron el ataque a la ciudad. Disfrazados de pescadores consiguieron entrar en Breda y estudiar la posibilidad de su asalto. Contactaron con Adrián van der Berg, leal a la causa neerlandesa. El comerciante acostumbraba a entrar y salir de Breda con un barco cargado de turba, utilizada como combustible, y planearon introducir dentro de la ciudad, ocultos entre la carga del barco, un reducido número de soldados que se encargaría de facilitar el paso al grueso del ejército de las Provincias Unidas.
El plan fue presentado a Mauricio de Nassau, quien dio su aprobación, ordenando llevar la operación en el máximo secreto.
El 25 de febrero, Charles de Heraugiere junto a 68 soldados holandeses esperaron junto a la desembocadura del río Mark la llegada del barco de Adrian van der Berg. Lo acompañaban los capitanes Logier y Fervet, y el teniente Matthew Held. Ese mismo día Mauricio de Nassau, Francis Vere y el conde Hohenlohe con 600 soldados ingleses, 800 holandeses y 300 jinetes llegaron a Willemstad, a 30 km de Breda; allí deberían esperar el aviso de Heraugiere.
El lunes 26, Heraugiere y sus hombres embarcaron en la nave de van der Berg; este no pudo acudir a la cita por hallarse enfermo, enviando en su lugar a dos de sus sobrinos que se ocuparían de manejar el barco. Remontando el Mark en dirección a Breda, debieron vencer las condiciones meteorológicas del invierno holandés, que dificultándoles la navegación les hicieron retrasarse varios días en el viaje. El sábado por la tarde llegaron a las puertas de Breda. Ocultos bajo los montones de turba consiguieron entrar en la ciudad burlando la vigilancia de los soldados de la guarnición y enviaron aviso a Mauricio de Nassau, que inició la marcha de sus tropas hacia la ciudad.
En la madrugada del domingo 4 de marzo, los atacantes salieron de su escondite en el barco y se dividieron en dos grupos: Heraugiere atacó el puesto de guardia, mientras Fervet intentaba apoderarse del arsenal de la fortaleza. En una rápida acción, que tomó por sorpresa a los soldados italianos de la guarnición de Breda, los holandeses mataron a 40 defensores sin sufrir ni una sola baja; los italianos se dispersaron desorganizadamente por las calles de la ciudad.
Antes del amanecer, el conde Hohenlohe llegó a las puertas de Breda con la caballería neerlandesa y tras él Mauricio de Nassau al frente del grueso del ejército neerlandés; Felipe de Nassau, Justino de Nassau, el conde Solms, Pieter van der Does y Francis Vere estaban entre ellos. Para entonces los 70 hombres de Heraugiere ya habían tomado el control de la ciudad.
Dispersada la guarnición italiana defensora, el joven Paolo Lanzavecchia negoció con los atacantes las condiciones de la rendición de la ciudad, que fue acordada según los siguientes términos:
- La ciudad se libraría de ser saqueada a cambio del desembolso de dos meses de paga a cada uno de los soldados participantes en el ataque; la cantidad resultante, 100.000 florines resultaría excesiva, ya que muchos de los soldados llegados tras la rendición también reclamaron su parte.
- A los ciudadanos que quisieran dejar la ciudad les serían respetados su vida y propiedades.
- Los que quisieran quedarse podrían conservar sus propiedades, y no serían molestados por motivos religiosos.
La toma de Breda, ciudad que se suponía segura, por parte de las tropas anglo-holandesas, fue una desagradable sorpresa para las autoridades españolas. Alejandro Farnesio, en castigo por la cobardía de los tercios italianos encargados de la defensa de la ciudad, mandó decapitar a los tres capitanes responsables de la guarnición de Breda, y un cuarto oficial fue expulsado del ejército. Eduardo Lanzavecchia fue cesado de su cargo como gobernador de Geertruidenberg.
El rotundo éxito que supuso la captura de Breda por las tropas anglo-holandesas sin haber sufrido bajas fue ampliamente celebrado en las Provincias Unidas, por el valor estratégico de la ciudad y por las connotaciones patrióticas que para los neerlandeses tenía una victoria tan rotunda. A lo largo de 1590 Mauricio de Nassau conquistó las plazas cercanas de Heyl, Flemert, Elshout, Crevecoeur, Hayden, Steenberg, Rosendaal y Osterhout, tomando Breda como base de operaciones. Charles de Heraugiere fue designado gobernador de Breda; a los barqueros se le concedió una renta vitalicia y a los soldados holandeses participantes en el ataque, una medalla de oro.
El conde de Mansfeld fue enviado con sus tropas a recuperar la ciudad. Tras tomar la pequeña villa de Sevenburguen, construyó un fuerte en Terheyde y puso sitio a Noordam, intentando reducir a Breda por hambre; Matthew Held, al mando de Noordam, consiguió rechazarlo.
La ciudad permanecería en manos holandesas hasta 1625, fecha en la que los tercios españoles de Ambrosio Espínola conseguirían recapturarla tras un largo asedio. El Spanjaardsgat (pozo de los españoles), en el castillo de Breda, señala el lugar en el que supuestamente se encuentra el barco utilizado por los asaltantes.
Muerte de Alejandro de Farnesio
Las cosas para Alejandro Farnesio y para los intereses de España en Flandes se torcieron debido al compromiso de Felipe II en la defensa de la fe católica; que junto a los católicos franceses y el papado formaron la “liga Católica”, coalición que quería impedir la llegada al trono de Francia del duque de Bearne, Enrique de Borbón, de religión calvinista, y cabeza de los hugonotes franceses. Por ello se anteponía la defensa del catolicismo a los intereses en los Países Bajos. Para cumplir sus compromisos con la liga, Felipe II ordenaba a Farnesio que mandase sus hombres a Francia, para socorrer a la ciudad de París cercada por el de Borbón.
En el verano de 1590, Alejandro de Farnesio preparaba sus tropas para socorrer París, aunque no dejaba de manifestar sus quejas; pues temía perder lo que tanto le había costado conquistar. En esos momentos solamente dos provincias, Holanda y Zelanda, estaban en poder de los rebeldes, mientras que cuando él se hizo cargo del gobierno, la situación era la contraria, y solamente tres provincias estaban controladas por leales a la corona. En un principio mandó dos tercios a Francia, uno de españoles y otro de italianos, pero lo desastroso de la campaña le obligó a acudir en persona con sus tropas. A principios de agosto salía de Flandes con un ejército de 14.000 infantes, y 3.000 jinetes. Toda Europa estaba pendiente del resultado de esta campaña, ya que el futuro de Francia, y por lo tanto de Europa, estaba en juego.
En Flandes las reducidas tropas reales quedaban al mando del veterano conde de Mansfield, lo que sería aprovechado por Mauricio de Nassau. Debido a la preocupación que la situación de Flandes le planteaba a Alejandro Farnesio, su campaña en Francia fue breve, pues tras conseguir que cesase el sitio de París y que el de Borbón se retirara, volvió con su ejército por el temor a los ataques de los rebeldes. A primeros de diciembre llegaba a Bruselas, habiendo dejado 5.000 hombres en apoyo de la “liga Católica”.
La situación de las tropas reales era muy mala, los hombres estaban faltos de vituallas, municiones de guerra y sin recibir las pagas con las que poder subsistir. Como era de esperar Mauricio de Nassau no desaprovechó la situación y consiguió hacerse con algunas ciudades.
Las guerras de religión continuaban en Francia, y el duque de Bearne seguía poniendo en peligro los intereses católicos en Francia, por ello, en el verano de 1591 Farnesio volvía a recibir de España la orden de mandar sus tropas a Francia para hacer frente al de Borbón.
Como se temía Farnesio, Nassau aprovecho la debilidad de las tropas reales que se habían quedado en Flandes y volvió a atacar, haciéndose con una serie de importantes ciudades, como fue el caso de Nimega. Tras estas victorias, Mauricio de Nassau entraba en La Haya con gran pompa.
Las noticias que le llegaban a Farnesio de Flandes eran desastrosas, por lo que decidió volver de inmediato. Nada más llegar a Bruselas recibió de España la orden de regresar a Francia para apoyar a la “Liga”. No estaba de acuerdo con esta orden, ya que sabía que la marcha de las tropas de Flandes dejaría el campo sembrado para Mauricio de Nassau, que aprovecharía la situación para volver a atacar ciudades que carecían de guarnición y apoyo; sin embargo, como buen militar, acató la orden que recibió y se preparó para volver a marchar con su ejército a Francia.
En el asedio de Caudebec, el 25 de abril de 1592, resultó herido de un disparo de mosquete. Se retiró con su ejército a Flandes. Posteriormente su salud se agravó y murió la noche del 2 al 3 de diciembre de 1592 por hidropesía, tras verse afectada su salud por la herida mal curada, en abadía de Saint-Vaast de Arrás. Sus restos reposan en la iglesia de Santa María de Steccata en Parma (Italia).
Mientras tanto Nassau, como sabía Alejandro Farnesio, seguía sus campañas conquistando ciudades, que tanto le había costado conquistar.