Edad Moderna Guerra de Flandes o de los 80 Años (1568-1648) Final de la Guerra (1635- 48)

Alianza con Francia

Si bien las negociaciones de paz se habían estado alargando, los acontecimientos en otras partes de Europa, por supuesto, no se habían detenido. Mientras España estaba ocupada luchando en la guerra de Mantua, los suecos habían intervenido en la guerra de los Treinta Años en Alemania bajo Gustavo Adolfo en 1630, apoyados por los subsidios franceses y holandeses. Los suecos utilizaron las nuevas tácticas de infantería holandesas (mejoradas con tácticas de caballería) con mucho más éxito contra las fuerzas imperialistas que los protestantes alemanes y ganaron varios éxitos importantes, cambiando la situación en la guerra. Sin embargo, una vez que su guerra con Italia terminó en 1631, España pudo volcar sus fuerzas en el teatro de la guerra del norte. El Cardenal-Infante llevó un ejército fuerte, por el Camino Español, y en la batalla de Nördlingen (1634) este ejército, combinado con las fuerzas imperialistas, empleando las tácticas tradicionales del tercio español, derrotó decisivamente a los suecos. Luego marchó inmediatamente a Bruselas, donde sucedió a difunta infanta Isabel que había muerto en diciembre de 1633. La fortaleza de España en el sur de los Países Bajos se había mejorado considerablemente.

Los holandeses, que ahora no tenían perspectivas de paz con España, y que se enfrentaban a una resurgente fuerza española, decidieron tomarse más en serio las propuestas francesas para una alianza ofensiva contra España. Este cambio en la política estratégica fue acompañado por un cambio radical político dentro de la República. El partido pacifista de Ámsterdam se opuso a la cláusula del tratado propuesto con Francia que ataba las manos de la República al prohibir la conclusión de una paz separada con España. Esto encadenaría a la República a las políticas francesas y, por lo tanto, limitaría su independencia. La resistencia a la alianza francesa por parte de los regentes moderados provocó una ruptura en las relaciones con el estatúder. De ahora en adelante, Federico Enrique estaría mucho más alineado con los contrarreformistas radicales que apoyaban la alianza. Este cambio político promovió la concentración de poder e influencia en la República en manos de un pequeño grupo de favoritos del estatúder. Estos eran los miembros de varios comités secretos a los cuales los Estados Generales confiaban cada vez más la conducción de los asuntos diplomáticos y militares. Desafortunadamente, este cambio hacia la formulación de políticas secretas por parte de unos pocos cortesanos de confianza también abrió el camino para que los diplomáticos extranjeros influyeran en la elaboración de políticas con sobornos. Algunos miembros del círculo interno estuvieron implicados en corrupción. Por ejemplo, Cornelio Musch, el griffier (empleado) de los Estados Generales recibió 20.000 libras por sus servicios al impulsar el tratado francés del cardenal Richelieu, mientras que el dócil gran pensionista Jacobo Cats (que había sucedido a Adrián Pauw, como líder de la oposición contra la alianza) recibió 6.000 libras.

El tratado de la Alianza que se firmó en París, en febrero de 1635, comprometió a la República a invadir los Países Bajos españoles simultáneamente con Francia ese mismo año. El tratado preveía una repartición de los Países Bajos españoles entre los dos invasores. Si los habitantes se alzaran contra España, los Países Bajos del Sur tendrían independencia según el modelo de los Cantones de Suiza, aunque con la costa flamenca, Namur y Thionville anexados por Francia, y Breda, Geldern y Hulst yendo a la República. Si los habitantes resistieran, el país sería dividido por completo, con las provincias francófonas y el oeste de Flandes yendo a Francia, y el resto a la República. La última partición abrió la posibilidad de que Amberes se reencontrase con la República, y Scheldt reabrió su comercio en esa ciudad, algo a lo que Ámsterdam se oponía mucho. El tratado también disponía que la religión católica se conservaría en su totalidad en las provincias asignadas a la República. Esta disposición era comprensible desde el punto de vista francés, ya que el gobierno francés había reprimido recientemente a los hugonotes en su punto fuerte de La Rochelle (con el apoyo de la República), y en general estaba reduciendo los privilegios protestantes. Sin embargo, enfureció a los calvinistas radicales en la República. El tratado no era popular en la República por esos motivos.

Dividir los Países Bajos españoles resultó más difícil de lo previsto. Olivares había elaborado una estrategia para esta guerra de dos frentes que resultó ser muy efectiva.

España se pondría a la defensiva contra las fuerzas francesas que invadieron Flandes y llevaría todas sus fuerzas ofensivas contra los holandeses, con la esperanza de sacarlos de la guerra en una etapa temprana, después de lo cual Francia pronto se reconciliaría, se esperaba. Una vez que la fuerza de la doble invasión de Francia y la República se hubiera roto, esas tropas saldrían de sus fortalezas y atacarían las recientemente conquistadas zonas holandesas en un movimiento de pinza.

La Francia de Richelieu, pretextando la toma de Tréveris y la detención de su arzobispo pro-francés por tropas españolas, declaró la guerra a España.

25.000 soldados franceses atravesaron el obispado de Lieja y se reunieron en Maastricht con el ejército de campaña de las Provincias Unidas, llegando a formarse una fuerza conjunta de 50.000 combatientes. Con tales efectivos, los aliados se enseñorearon de Tirlemont, Diest y Arschot en Brabante, y marcharon sobre Bruselas para terminar la conquista. Sin embargo, se vieron forzados a asediar primero Lovaina para asegurar sus líneas de suministros. El hambre, las enfermedades, la deserción y los campesinos flamencos furiosos, se cebaron en las tropas sitiadoras; y a principios de julio, ante las alarmantes noticias de que 16.000 imperiales al mando del conde Octavio Piccolomini acudían desde Alemania a socorrer al Cardenal-infante, Federico Enrique. Los comandantes franceses decidieron levantar el asedio y retirarse de vuelta a sus plazas del Mosa antes de verse copados entre los españoles y el socorro imperial.

El único fruto que sacaron los confederados franco-holandeses de dicha campaña fue, a decir de los cronistas españoles, llenar las calles de París de tullidos hasta el extremo de que Richelieu ordenó expulsar a muchos para evitar que llamasen demasiado la atención. El 4 de julio de 1635, habiendo llegado Piccolomini a Bruselas, el marqués de Aytona salió en persecución de franceses y holandeses al mando de 22.0000 infantes y 14.000 jinetes. Pronto alcanzaron a los fugitivos, que llegaron a abandonar a sus espaldas carros llenos de heridos y enfermos para marchar a mayor velocidad. Federico Enrique dejó en Diest 16 compañías de infantería con órdenes de detener a los españoles el máximo tiempo posible; pero el marqués de Aytona no se distrajo sitiando la plaza y envió la caballería de Flandes y Alemania, al mando del conde Juan de Nassau y Piccolomini, con un cuerpo volante de 6.000 mosqueteros, a hostigar la retaguardia enemiga y causar el mayor daño posible. Al fin lograron los confederados refugiarse en Roermond, pero al precio de 500 o 600 hombres y hasta 200 carros de bagajes.

Piccolomini procedió entonces a sitiar Diest, cuya guarnición se rindió el 10 de julio, el segundo día de sitio. El comandante, el coronel Wimbergh, y 2.000 hombres de guarnición salieron con armas al hombro, bala en boca, con las mechas encendidas, las banderas desplegadas y los tambores batiendo, siendo escoltados por la caballería española hasta Bolduque. Los 15 días siguientes los pasaron los generales españoles en Diest, esperando la llegada de las tropas imperiales que no habían llegado aún. Vuelto a Bruselas, el infante Fernando ordenó al duque de Lerma tomar el mando de los tercios de Celada y Guasco, varios regimientos alemanes al servicio del rey y 2.000 jinetes croatas al mando del general conde de Isolano; y se acantonaron en Stevensweert para controlar los movimientos franco-holandeses y socorrer si fuera menester las plazas de Geldern y Juliers. Desde la isla de Stevensweert Lerma fue enviando pequeñas partidas alemanas para reforzar la guarnición de Geldern.

Conquista española del fuerte Schenk o de Schenkenschanz (julio 1635)

Francisco Gómez de Sandoval y Padilla, duque de Lerma e hijo del desventurado valido del rey Felipe III resultó ser un comandante de lo más activo. Desde Stevensweert empleo la caballería croata del emperador en saquear la campaña holandesa, donde los mercenarios croatas cometieron tales excesos a decir de los holandeses, que más parecía que en lugar de a cristianos se enfrentaran a turcos. Federico Enrique, viendo su ejército y el francés muy menoscabados, ordenó a su pariente Guillermo de Nassau-Hilchenbach sacar tropas de Emmerich y acampar cerca de Nimega para controlar las incursiones de los croatas. Los croatas provocaron un pánico espantoso a los campesinos locales, y llegaron a saquear y quemar la abadía de Postel, cerca de Bolduque, a cuyo abad pasaron por el filo de la espada.

El principal fruto de las correrías de la caballería ligera croata fue que Guillermo de Nassau dejó muchas guarniciones del alto Rin y Betuwe bajo mínimos para formar un pequeño ejército de campaña. Los espías españoles informaron puntualmente de tal circunstancia a los comandantes locales de la región de Güeldres. Así llegó al conocimiento de Adolfo Enholt, caballero del país, la noticia de que Nassau-Hilchenbach había dejado apenas 120 hombres de guarnición en el fuerte Schenk (Schenkenschanz). Enholt era un antiguo oficial del ejército de los Estados que se había pasado al bando español tras la ejecución de su padre en la Haya acusado de traición. A la sazón ocupaba el cargo de teniente-coronel del regimiento del conde de Emden, y era un soldado experimentado que conocía el curso del Rin como la palma de su mano. En marzo de ese mismo año había organizado y ejecutado en persona la toma por sorpresa de Tréveris, que se había saldado con un éxito notable.

Enholt creía que podía tomar el fuerte Schenk por sorpresa si se le proporcionaban los medios necesarios, y así lo notificó al duque de Lerma, que le dio carta blanca para actuar.

El fuerte estaba erigido en el lugar donde antiguamente el Rin se dividía en dos brazos; uno que fluía hacia el norte para juntarse con el Ijssel, y otro que, tomando en nombre de Waal, hacía lo propio hacia el oeste, bordeando el Ducado de Cleves y el condado de Zutphen. El fuerte, completamente rodeado de agua, era un edificio de planta cuadrangular con un reducto en cada esquina, además de una doble punta de diamante provista de artillería de cara a Emmerich y dos fosos en la parte que miraba a tierra. Los muros, provistos de hornabeques (una fortificación exterior que se compone de dos medios baluartes), eran inusualmente altos y anchos, lo que confería un aspecto amenazante al conjunto; unido a la isla de Butuwe por un dique de tierra de 1.500 pasos de longitud por apenas 10 de anchura, con un arenal de amplitud variable en función del caudal del río. El fuerte contaba, por último, con dos embarcaderos y un espacio de intramuros capaz de abarcar varias viviendas y edificios, incluyendo un molino y una iglesia. El almirante de Aragón había sitiado tan imponente fortaleza en 1.599, pero no había logrado su rendición, y el lugar era tenido por inexpugnable por ambos contendientes.

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Fortaleza de Schenk o de Schenkenschans. Situación de la misma en una península del Danubio (1635-36).

Enholt escogió 500 hombres de la guarnición de Geldern, que la noche del 26 de julio fueron saliendo en pequeños grupos de la ciudad para reunirse en un bosque cercano, desde donde se encaminaron hacia el fuerte llevando dos carros donde ocultaron escalas, municiones y barcas bajo una capa de heno. Guiados por un marinero llamado Knapschinkel y «el gran» Hartmann, el mejor guía de la región, Enholt y sus hombres llegaron pasada la media noche junto al pueblo de Halt. Allí echaron las barcas al agua, subieron los hombres a bordo, y cruzaron el Waal amparados por la oscuridad de la noche. Los españoles pasaron inadvertidos, desembarcando en el dique que unía el fuerte con la isla de Butuwe y ocupando rápida y silenciosamente las casas que había en extramuros.

Las escalas y demás enseres necesarios para el asalto fueron desembarcados, y divididos en tres grupos, Enholt y sus hombres se aproximaron a las murallas. El foso estaba seco, y la estacada muy descuidada, de modo que llegaron hasta los muros sin detectados. Entonces un centinela holandés que hacía guardia en el puente los descubrió, y tras preguntar en vano, disparó su mosquete para dar la alarma. Los 180 holandeses de guarnición (habían sido reforzados con 60 soldados de Emmerich poco antes) salieron de sus camas a medio vestir, pero fueron sobrepasados rápidamente. Lideraban los tres ataques el teniente Langhorst, Hermann Moulaert, capitán de los soldados marítimos, y un tal Juan Descheus, al que apodaban «el duque de Alba». Sobrecogidos por el terrible asalto, los defensores trataron de oponer una última resistencia en el reducto del molino de piedra, pero fueron finalmente aplastados y masacrados. El gobernador Walderen recibió hasta 13 heridas y murió de un mosquetazo. A las 3 de la noche los españoles eran dueños del fuerte. Solo el molinero, un funcionario y el secretario de Walderen, que escaparon en una chalupa, lograron salvarse. Los demás, salvo las mujeres, los niños, los panaderos y «los que hacían la birra«, fueron pasados a cuchillo. De los españoles, 20 cayeron, y hubo bastantes heridos.

Tomado el fuerte, el teniente coronel Enholt despachó presto un mensaje para el duque de Lerma informando del éxito de la empresa. El Cardenal-infante Fernando y el marqués de Aytona, que permanecían indecisos en Diest; enviaron la caballería española e imperial bajo su comandante, el conde Juan de Nassau, antiguo calvinista y oficial en el ejército de los Estados; unirse al cuerpo del duque de Lerma para aprovisionar el fuerte y llevar refuerzos suficientes para hacer frente a la previsible respuesta holandesa, que no se hizo esperar. Federico Enrique recibió la primera noticia de la pérdida de Schenk por medio de postas apenas cinco horas después de que se produjera, y tras asumir que lo impensable había sucedido; organizó en Roermond un gran convoy de 2.000 soldados de caballería y 600 carromatos, cargado cada uno con 6 mosqueteros, para guarnecer la isla de Betuwe. Al cabo de pocos días, el ejército franco-holandés levantó su campo en las cercanías de Roermond y se desplazó hasta Nimega. Desde dicha ciudad Federico Enrique envió algunas tropas hacia el fuerte a través de la isla de Dussel; pero la presencia de numerosas partidas de jinetes croatas, y la negativa de los vivanderos a seguir adelante impidió que se pudiera interceptar el socorro español, que, al mando de Lerma, había salido de Stevensweert y, tras pasar por Geldern, marchaba directo a Schenk.

El duque de Lerma aprovisionó el fuerte con 200 carros de víveres, principalmente carne salada y queso, y puso en él de guarnición 12 compañías de soldados españoles del tercio viejo del marqués de Celada, dejando otras 3 en la población neutral de Goch, jurisdicción del duque de Cleves. Además del socorro, hay que tener en cuenta que se almacenaban dentro del fuerte 12.000 sacos de trigo, 40 piezas de artillería, 4.000 barriles de pólvora y 4.000 granadas. Aparentemente, pues, el Duque podía estar tranquilo. Se le reprochó más tarde, sin embargo, que en lugar de guarnecer con sus tropas las posiciones en torno a Schenk que los holandeses podrían utilizar para bloquear el fuerte, se entretuviera sitiando varias plazas cercanas ocupadas por guarniciones enemigas. El 2 de agosto un cuerpo de 3.000 hombres al mando del maestre de campo valón barón de Wezemaal puso bajo sitio la población de Erkelenz, situada a medio camino entre Juliers y Roermond. La villa estaba defendida por un doble foso y una muralla medieval, y se rindió en menos de un día ante la imposibilidad de resistir.

Asedio franco-holandes de del fuerte Schenk o de Schenkenschanz (1635-36)

Comienzo del asedio (agosto de 1635)

Aprovechando que el duque de Lerma estaba con su ejército en el ducado de Güeldres, Federico Enrique levantó el campo de Nimega y marchó hacia Schenk. Por el camino guarneció las ciudades de Emmerich, Wesel y Rees. Luego, desde la isla de Betuwe, hizo pasar a sus tropas a la orilla opuesta del Rin en el castillo de Tolhuis. Los regimientos franceses que quedaban tras el descalabro de Lovaina fueron en cabeza. El teniente coronel alemán Pichler mandó comenzar la construcción de una media luna en la punta de Spick, mirando al fuerte. Mientras tanto, el conde Hendrik Casimir y su lugarteniente Pinsen van der Aa, descendieron de Rees al mando de 6 cornetas de caballería y 12 banderas de infantería. Se apostaron en Bislich para impedir o dificultar el paso al Cardenal-infante, en caso de que apareciera y llevara intenciones de socorrer el fuerte. Aunque Schenk no estaba cercado, los holandeses pronto comenzaron a cavar zanjas y a erigir parapetos, sin importarles las muchas bajas que les causaba el fuego de una batería de 2 o 3 cañones que, emplazada al límite de la lengua de tierra, dejaba caer bombas sobre sus cuarteles día y noche.

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Fortaleza Schenk o de Schenkenschans. Plano de la misma

Entre tanto, el Cardenal-infante cruzó el Mosa con su ejército en Stevensweert y se avanzó hasta Goch. Era el 4 de agosto, y ese mismo día el teniente coronel Pichler dispuso un cuerpo de 1.500 hombres para asaltar la molesta batería española. Guarnecían la fortificación 200 alemanes, con la dificultad de que para replegarse al fuerte debían recorrer kilómetro y medio al descubierto y bajo el fuego de mosquete que podían recibir desde Spick. El asalto fue un éxito, y tomada la batería, los españoles perdieron toda esperanza de extender sus correrías por la Betuwe. Con todo, Federico Enrique estaba convencido de que Schenk no podía caer sino por hambre, y no se atrevió a lanzar asaltos frontales a través del estrecho istmo. En lugar de ello mandó bastir un puente de barcas sobre el Waal y comenzó una enorme obra en la orilla de Duffel: un fuerte capaz de alojar 3.000 soldados. También hizo acondicionar una batería de 6 cañones en Panderen, cuyas bombas causaron serios destrozos en el fuerte.

Fernando envió socorro a Schenk tan pronto se enteró de que los holandeses iban estrechando el cerco. Despachó los tercios italianos de Andrea Cantelmo y Sigismondo Sfondrati (4.000 efectivos en total) para construir una cortadura, 600 pasos dique adentro, que uniese el Rin con el Waal y dejase el fuerte aislado. También le llegó un jugoso premio al teniente coronel Enholt: la comandancia del fuerte, la dádiva de 50.000 francos y una cadena de oro cortesía del Cardenal-infante. El 9 de agosto dos compañías españolas salieron del fuerte y se apoderaron de la posición señalada. Durante la noche la pusieron en defensa como buenamente pudieron con zapas y palas. Por estar el puesto a tiro de pistola de las trincheras holandesas, los rebatos durante las obras en los días sucesivos fueron constantes.

En las primeras semanas de agosto, las tropas españolas e imperiales fueron repartiéndose por todo el ducado de Cleves en previsión de una campaña dilatada. Para desgracia del Cardenal-infante, su veterano consejero Francisco de Moncada, antiguo gobernador de los Países Bajos, cogió unas fiebres y murió en Goch al cabo de una semana. Su pérdida fue un duro golpe. El 23 de agosto, el ejército español abandonó Goch, y tomó la población fortificada de Griethausen, frente al fuerte Schenk. Los españoles se apresuraron a apostar baterías de artillería en la localidad con ánimo de estorbar la navegación holandesa entre Wesel, Emmerich y Rees. La caballería croata, entre tanto, dominaba la campaña hasta las murallas de Nimega. Para poner freno a sus correrías, Federico Enrique destacó algunas tropas de arcabuceros a caballo. Si los holandeses se concentraban en Nimega, ellos se desplazarían hacia los alrededores de Rheinberg y Orsoy. Esos feroces saqueadores amenazaban incluso a los pacíficos pobladores de Cleves y Juliers. Los magistrados locales llegaron al punto de pedir al Cardenal-infante que guarneciese sus villas con tropas españolas, para mantener lejos a los croatas.

En el fuerte, mientras tanto, se sucedían los combates. Los holandeses bombardeaban incesantemente la posición con bombas y granadas, y los españoles efectuaban algunas salidas sobre las trincheras enemigas. Mientras los holandeses avanzaban metro a metro a través del dique, los españoles se fortificaban erigiendo estacadas y parapetos. Estaban tan cerca unos de otros que podían hablarse sin necesidad de alzar la voz. Por otra parte, los gastadores holandeses trabajaban, afanosos, en la construcción de un fuerte real en la punta del dique, el llamado «Neuw Schenkenschans». Igualmente, la media luna de Spick pronto se convirtió en un fuerte real bien trazado, y se erigieron otros reductos y baterías a lo largo de las orillas. El fuego de artillería y mosquetería desde dichos puestos batía día y noche los parapetos y las estacadas, y las barcas que llevaban municiones al fuerte, convirtiendo las guardias en un infierno. El Cardenal-infante, viendo la situación, decidió reforzar la guarnición con 4 compañías de infantería española, dos del tercio del marqués de Celada y otras dos del tercio de Francisco Zapata. Sin embargo, las salidas de los veteranos españoles, curtidos en la lucha cuerpo a cuerpo con espadas y medias picas, no bastaban para mantener el fuerte a salvo. Por suerte, Schenk no estaba del todo bloqueado, de modo que los heridos podían ser evacuados en barcas.

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Asedio de Schenk o de Schenkenschans (1635-36). Autor Gerrit van Santen

Federico Enrique confiaba en tomar el fuerte en octubre, antes de la llegada del invierno. También los españoles sufrían carestía de alimentos. El propio Federico Enrique, al comprobar que los habitantes de Maastricht y los campesinos de Limburgo vendían comida a los españoles sin el menor reparo, mandó publicar un bando que amenazaba con la pena de muerte semejante actuación. La soldadesca se vio obligada a vivir del terreno, y las deserciones aumentaron. También la peste se cobró no pocas vidas. Y el frío estaba por llegar.

Los bombardeos holandeses del 1 y del 6 de septiembre fueron particularmente virulentos. También la lucha en las trincheras. Varios capitanes españoles murieron en los combates, y el conde Johan Maurits de Nassau-Siegen fue herido en una oreja. En este punto, las operaciones se habían estancado por completo. Por su parte, los holandeses empleaban todos sus recursos en ablandar la resistencia española, mientras que el Cardenal-infante hacía lo posible por mitigar el daño. Los holandeses se habían asentado con firmeza en Spick y Betuwe, y tenían una cabeza de puente en Duffel. Los españoles controlaban, en la orilla opuesta, el castillo de Bijland, varios reductos construidos por el maestre de campo Cantelmo, y el pueblo de Griethausen. A mediados de septiembre, parecía que el bando que contase con más capacidad de resistencia saldría vencedor. En esas, los españoles llevaban las de perder, pues estaban lejos de sus fuentes de suministros, y no contaban con tropas suficientes para intentar cruzar el Rin y atacar los cuarteles de Federico Enrique. Pero don Fernando tenía aún varios ases en la manga.

Reacción española (agosto y septiembre de 1635)

El primero de dichos ases era la escuadra de Dunkerque. El 15 de agosto se hizo a la mar una flota compuesta por 14 galeones, 6 fragatas, y una galeota real francesa recientemente apresada. A las órdenes del superintendente señor de Gavarelli, la flota se dirigió al mar del Norte con la misión de buscar y diezmar las pesquerías holandesas del arenque. El día 17 avistaron 140 buzas protegidas apenas por un navío de guerra, de nombre Dragon, artillado con 26 piezas de bronce. Tras un mortal cañoneo a corta distancia, la almiranta española lo abordó y se apoderó de él. 85 holandeses murieron en la lucha, otros 79 fueron hechos prisioneros. Entre tanto, los restantes buques depredaban sobre las buzas, apresando a sus tripulantes y quemándolas o echándolas a pique a cañonazos. En pocas horas acabaron con 75 de ellas. En los días siguientes continuó la caza. El 20 de agosto una flotilla de buzas trató de ponerse a salvo escoltada por 6 buques de guerra, pero 20 acabaron en manos de los corsarios flamencos, que las quemaron. El día 25 los navíos católicos combatieron a distancia con una flota holandesa de 22, que iba siendo reforzada poco a poco por otros 18 buques. Más veloces, los de Dunkerque se pusieron a salvo en su base el 2 de septiembre, llevando consigo 721 marineros holandeses prisioneros. Otros 207, ancianos y niños, fueron liberados y devueltos a Holanda en un navío de Hamburgo.

Don Fernando recibió nuevas de la victoria estando en Uden. También él había trazado planes para el ejército, que tras 33 días aprovisionando el fuerte de Schenk, se puso por fin en movimiento. En los alrededores del fuerte quedó Cantelmo con 3.000 hombres. Con el resto y los imperiales del conde Piccolomini, el Cardenal-infante marchó hacia el oeste y tomó el castillo de Gennep a orillas del Mosa. La posición era de gran valor estratégico, no solo permitía bloquear Venlo y Roermond, sino que también facilitaba en mucho el paso de Cleves a Brabante, con la ventaja que ello suponía para la conservación de Schenk. El Cardenal-infante mandó fortificar el viejo castillo, hizo tender un puente de barcas para pasar de una orilla a otra, y dispuso la construcción de una esclusa en la desembocadura del cercano río Niers para desviar agua hacia el foso del fuerte. Federico Enrique, temeroso de que don Fernando cayera sobre Grave o Bolduque, distrajo parte de sus hombres para, al mando del conde Otto de Limburg Stirum, tener vigilados a los católicos.

Aunque el grueso del ejército español, con el Cardenal-infante y Piccolomini, se había retirado hacia el Brabante, los holandeses organizaron varios golpes de mano en Cleves destinados a debilitar a las fuerzas que habían quedado bajo el mando de Andrea Cantelmo. El gobernador de Orsoy atravesó el Waal con 600 jinetes sobre el puente de Panderen y asaltó de madrugada el 17 de septiembre un cuartel de caballería croata en Spuy. El gobernador, Isselstein, formó 4 escuadrones, que marcharon a distancia de un tiro de mosquete. Degollaron los dos primeros centinelas en silencio, pero al tercero lo mataron de un disparo antes que pudiese dar la alarma. Cundió el pánico, y el cuartel fue arrasado. Los mismos holandeses reconocieron que las mujeres e hijos de los croatas fueron cortados en pedazos. Doblegada la resistencia, Isselstein llevó a sus tropas de vuelta a Panderen con 150 caballos capturados, 90 prisioneros y abundante botín. El socorro enviado por Cantelmo llegó tarde, aunque su presencia disuadió a los holandeses de ocupar el fuerte y ponerlo en defensa.

La correría puso en alerta a los españoles, que en los días sucesivos redoblaron las guardias en sus cuarteles. De hecho, cuando Federico Enrique en persona poco después preparó un asalto general al cuartel principal español en Mondelbergh, su vanguardia de 1.000 hombres fue descubierta por los centinelas, no quedándole otro remedio que retirarse a sus posiciones en Emmerich. Cantelmo dispuso sus tropas para la batalla, pero el holandés declinó el enfrentamiento. Los españoles, que deseaban combatir, erigieron en respuesta una batería de 6 cañones entre el castillo de Bylandt y el fuerte Schenk. El cañoneo forzó a los holandeses a replegarse de la orilla, aunque por poco tiempo. Las baterías construidas por Cantelmo, en verdad, eran un buen estorbo para los holandeses; no para los que sitiaban Schenk, sino para los comerciantes que dependían de la navegación por el Rin para engrosar sus fortunas. Los navíos mercantes se veían obligados a desembarcar sus cargas en la orilla holandesa, desde donde eran llevadas por tierra en carro hasta Anrhem. Los españoles, advirtiendo el trajín de mercaderías, dirigieron sus cañones sobre las naves holandesas. Después que dos naves fuesen alcanzadas de lleno, los comerciantes no tuvieron otra opción que desembarcar en Emmerich y hacer la ruta por tierra hasta Arnhem.

El 28 de septiembre, junto a Mook, 2.000 croatas de Piccolomini, tuvieron la ocasión de vengarse de la caballería holandesa. Se toparon junto al pueblo con 800 jinetes holandeses, y los desbarataron por completo. Picados, los croatas fueron persiguiendo a los fugitivos hasta las puertas mismas de Nimega, donde apenas un puñado se salvó.

A tales alturas, por la proximidad del invierno, Federico Enrique comenzó a retirar parte de sus tropas a sus cuarteles de invierno. Solo una mínima fuerza, capaz de abastecerse con suficiencia, se quedó bloqueando, que no sitiando abiertamente el fuerte Schenk. La moral en el campo holandés era baja. Los españoles habían estrangulado al comercio ribereño: ni un solo barco subía desde Colonia. Además, el fuerte que don Fernando había hecho bastir en Gennep dejaba todas las plazas holandesas sobre el Mosa y hacia el sur cortadas del cuerpo principal de las Provincias Unidas. La única forma en que Federico Enrique podía hostigar por entonces a los españoles era tratando de privarlos de suministros. A comienzos de octubre 2 oficiales y 2 marineros de un buque de guerra ribereño con base en Wesel fueron acusados de transportar víveres y municiones a los españoles. Los dos primeros fueron ahorcados, y los otros enviados a galeras.

Conquista española de Limburgo (octubre de 1635)

La llegada del frío paralizó las operaciones en torno a Schenk, pero los españoles aprovecharon la situación de debilidad de las provincias rebeldes para reconquistar el ducado de Limburgo, ocupado en 1632 por los holandeses: y que tras la construcción de los fuertes de Stevensweert y Gennep era casi imposible de socorrer. Para ello don Fernando destacó a uno de sus mejores oficiales, el marqués de Lede, que el 5 de octubre partió de Gennep rumbó a Limburgo, la capital del ducado. Lede llegó a su destino el día 16. Si bien solamente llevaba consigo 1.000 infantes, 400 jinetes y 2 cañones, pronto recibió refuerzos de 1.000 efectivos de la guarnición de Tréveris al mando del teniente coronel Marcos de San Martín, 1.000 de Luxemburgo, y otros 1.000 de Namur despachados por el barón de Balançon. Lede alojó la infantería en Dalhem, y la caballería en Gulcken y Hevermont. Los defensores, capitaneados por el coronel Enno Ferens, contaban con 500 hombres, mientras que los burgueses, en su mayoría católicos, estaban pacíficamente de parte de los españoles. Ferens pidió socorro a Maastricht, pero bloqueada desde 1.632, la plaza solo pudo despachar un socorro de 100 hombres.

El día 21 los hombres de Lede desalojaron a los holandeses de las defensas exteriores. Paciente, el marqués (valiente defensor de Maastricht en el sitio de 1632) hizo bastir una batería de 5 cañones y 2 morteros y pasó hasta 10 días bombardeando las murallas con balas rasas y bombas incendiarias. El 31 abrió brecha y por la noche ordenó un asalto general. Los holandeses fueron barridos, dejando 30 muertos en la brecha y huyendo el resto a la ciudadela. Ferens resistió aún dos días, pero al fin, viendo que su resistencia solo podía terminar en un baño de sangre, decidió rendir la fortaleza. Lede le concedió buenas condiciones. Ferens y sus soldados pudieron abandonar Limburgo con las armas al hombro, tambores batiendo, y sus posesiones personales, siendo escoltados hasta el castillo de Kerpen, un enclave holandés en Juliers. En cuanto a los clérigos calvinistas, Lede les concedió seis meses para poner en orden sus asuntos y desaparecer. Seguidamente, el marqués marchó sobre la villa de Valkenburg (o Fouquemont) y obtuvo su rendición mediante la amenaza de bombardeo. El resto del ducado cayó en sus manos como la fruta madura.

Los alojamientos invernales se hicieron del modo siguiente: por parte holandesa, Federico Enrique replegó el grueso de sus fuerzas a Rees, Emmerich y Wesel. Al mando de los que permanecieron bloqueando el fuerte de Schenk dejó a Guillermo de Nassau Hilchenbach (el de Kallo), secundado en la villa de Bislich por el coronel Pinsen van der Aa y en el fuerte de Spicjk por el coronel Wardembourgh. Federico Enrique se retiró a Arnhem para conferenciar con los Estados Generales, dejando en campaña solamente 2.000 caballos a las órdenes de su veterano lugarteniente Staeckenbrouck, con órdenes de mantener a raya a los croatas en el obispado de Lieja. Por parte española, las disposiciones fueron estas: 2.500 hombres quedaron en Schenk al mando del teniente coronel Adolf Enholt, 1.000 en Cleves con Francesco de Toralto, el sargento mayor de Cantelmo, que recibió patente de maestre de campo; y otros 1.500 en Gennep a las órdenes del irlandés Thomas Preston. En Güeldres quedaron de guarnición 6 compañías españolas al mando del barón de Balançon. El ejército de campaña se alojó en los contornos de Diest, excepto varias tropas que transitaron al ducado de Limburgo, donde se alojaron principalmente en Maaseik y Tongres. Las tropas imperiales del conde Piccolomini se distribuyeron entre el obispado de Lieja y el ducado de Juliers. Por aquel entonces el duque de Lerma cayó gravemente enfermo y falleció el 12 de octubre. Fue enterrado junto al marqués de Aytona, muerto semanas antes en Goch.

Conquista franco-holandesa del castillo de Bylandt (noviembre de 1635)

A comienzos de noviembre, ya en plena estación invernal con fuertes lluvias y hielos en el Rin, Federico Enrique logró apoderarse del castillo de Bylandt. El día 15 envió a su furriel general a reconocerlo. Aunque el hombre fue muerto de un mosquetazo antes de enviar ninguna información, Federico Enrique encomendó a Guillermo de Nassau cercar la plaza con varios regimientos. Los defensores, liderados por un oficial húngaro, se defendieron con vigor, obligando a los holandeses a cavar trincheras para protegerse de las descargas de mosquetería. Parte de los sitiadores se acuartelaron al norte, dirigiendo sus aproches hacia dos medias cortaduras. Simultáneamente, Guillermo de Nassau hizo construir en el dique de Schenk una batería de cuatro cañones, cuyo fuego causó graves daños en Bylandt la mañana del 18. La guarnición se rindió poco después. Salieron 130 hombres con las armas al hombro y los tambores batiendo, llevando varios carros con sus mujeres y los heridos. Fueron escoltados hasta Breda. Nassau instaló una guarnición de 3 compañías en las ruinas del castillo y envió sus 4.000 hombres a ocupar diversos reductos y cortaduras en la cercanía. Pese a las inclemencias del tiempo, Federico Enrique hizo traer gastadores y comenzó la construcción de dos cuarteles con capacidad para alojar 4.000 efectivos.

El Cardenal-infante, informado del revés, ordenó procesar al capitán húngaro, que sería decapitado, y envió al conde Juan de Nassau a Güeldres para aprovisionar bien el fuerte de cara al invierno y mudar la guarnición. Por esas mismas fechas murió de un mosquetazo Adolfo Enholt rechazando un asalto holandés en las trincheras. Su cuerpo fue llevado a Cleves y enterrado con honores. Lo sucedió en el mando del fuerte el borgoñón Gomar de Fourdin. Entre tanto, Federico Enrique relevó a los hombres que habían conquistado Bylandt y puso a trabajar en su lugar a las guarniciones de Nimega, Grave y Bergen op Zoom. La insistencia holandesa en el cerco del fuerte tenía consecuencias no siempre deseadas para el gobierno de la Haya, muchas guarniciones apenas tenían fuerzas para poner freno a las correrías españolas. La guarnición española de Breda sorprendió 3 navíos de mercancías entre Dordrecht y Willemstad y se llevó cinco carros cargados de botín. Por otro lado, el Cardenal-infante mandó reforzar las defensas de Griethausen con varias medias lunas e incrementó su guarnición en 700 hombres. Caído Bylandt, la pequeña población era un punto crucial si deseaba aprovisionar Schenk por vía directa. En diciembre el frío y el hielo mantuvieron a unos y otros encerrados en sus alojamientos. No fue hasta marzo cuando el deshielo permitió retomar las operaciones.

Caída del fuerte Schenk (abril de 1636)

En el mes de febrero, suspendidas las operaciones, los holandeses trataron de recuperar el fuerte por sorpresa. Para ello sobornaron a un capitán de la guarnición, de nombre Galalon (posiblemente valón o borgoñón), que se encargaba de supervisar las guardias nocturnas. La noche señalada para el golpe de mano holandés, ese tal Galalon ocupaba su puesto ordinario. Amparados por la oscuridad los holandeses, que tenían tropas preparadas en el istmo para lanzar un falso ataque por ese flanco, se aproximaron al fuerte rumbo al embarcadero con varias barcas atestadas de soldados. Un centinela detectó uno de los botes, y corrió a informar al Galalon. Este le respondió que no importaba, pero en seguida el centinela descubrió otras dos barcas, y luego otras más. Recelando del capitán, el centinela disparó su mosquete para dar la alarma. Acudiendo otro oficial a ver qué sucedía, descubrió al tal Galalon golpeando al centinela, y sospechando que algo se traía entre manos, lo llamó traidor. Galalon lo mató a puñaladas, pero no pudo impedir el fracaso del ataque. Por la parte del río, los españoles hundieron varias barcas a cañonazos, obligando al resto a retirarse. Por tierra los holandeses ganaron tres reductos, pero Fourdin, que pudo poner en alerta a tiempo a la guarnición, logró rechazarlos finalmente.

El deshielo primaveral provocó, como cada año, un aumento considerable del caudal del Rin. La crecida se llevó por delante muchas fortificaciones de la ribera, tanto españolas como holandesas. Ambos contendientes, despertados del letargo invernal, se aprestaron a reanudar las operaciones. A las órdenes del Cardenalinfante, el conde Juan de Nassau, que mandaba su caballería, aprestó en Herentals sus tropas para escoltar un gran convoy destinado a abastecer al fuerte, muy necesitado de municiones y víveres tras los duros meses invernales. Al mismo tiempo, Federico Enrique se puso al frente de banderas en Nimega y partió para Cleves con el objetivo de arrebatar Griethausen a los españoles y poder completar así el bloqueo al fuerte. Juan de Nassau no llegó a tiempo a socorrer Schenk, pues el deshielo había vuelto impracticables los caminos, y los carromatos se atascaban en el fango. Por su parte, Federico Enrique reunió 10.000 hombres en los alrededores de Griethausen; 4.000 venidos desde Zutphen y Deventer, y 6.000 desde Rees, Emmerich y Wesel. La guarnición de Griethausen se componía de 400 soldados imperiales bisoños, que no obstante la disparidad de fuerzas lograron rechazar dos asaltos. Al tercero, se retiraron al castillo. Los holandeses saquearon la población. Poco después, los imperiales rindieron la plaza con buenas condiciones. Los atacantes perdieron 60 hombres, entre ellos un sargento de batalla y dos capitanes. Los imperiales sufrieron 36 bajas.

La toma de Griethausen permitió a Federico Enrique construir una línea de fortificaciones entre el castillo de Bylandt y la propia población que mantendría el fuerte aislado definitivamente del ejército español. Don Fernando, en respuesta, movilizó rápidamente a sus tropas para acudir al socorro antes de que el cinturón defensivo holandés estuviese completado. El 6 de abril el ejército español partió de Tournhout y, pasando por Arendonck, Meyerde y Eindhoven, atravesó el Mosa en Gennep. Su destino era Cleves, donde Piccolomini con las tropas imperiales se unió a ellos tras partir de Kalkar. Llegando a la vista del fuerte, dispararon varias salvas de artillería para avisar a Fourdin de su llegada. También Guillermo de Nassau-Hilchenbach supo de su venida. El holandés contaba a la sazón con 12.000 infantes y 3.000 ninetes atrincherados. El 8 de abril los católicos acometieron el cuartel de Pinsen van der Aa pero fueron rechazados en las trincheras. Perdida la posibilidad de ganar un cuartel y romper la línea holandesa, don Fernando se retiró a Cleves y celebró un consejo de guerra con sus oficiales. El príncipe Tomás de Saboya juzgó imposible romper las defensas holandesas y abogó por dejar que ganasen el fuerte. Su opinión prevaleció.

El fuerte Schenk estaba sentenciado. Los holandeses lo bloqueaban completamente y arrojaban sobre él, día y noche, una gran cantidad de bombas y granadas. Pese a ello, los defensores todavía ofrecían una gran resistencia. El 17 de abril efectuaron una furiosa salida, matando numerosos enemigos y tomando prisionero un capitán holandés. La lucha en las trincheras del istmo era feroz. Para entonces Fourdin contaba solamente con 600 hombres. El 24 de abril los sitiadores se prepararon para el asalto final, en el que tomarían parte 22 compañías de infantería, varias de ellas embarcadas en chalupas por la parte del río. Fourdin, juzgando imposible rechazar el asalto, pidió parlamentar. El 30 de abril los 600 supervivientes de la guarnición abandonaron Schenk con las armas al hombro, bala en boca, dos cañones y un número indeterminado de carromatos con sus familias y posesiones, y fueron escoltados hasta Geldern. Los enfermos fueron enviados en barcas a Gennep, y poco más tarde entraron en el fuerte los holandeses.

Encontraron un montón de ruinas humeantes: todos los edificios estaban arruinados. Tras 9 meses de combates y sufrimiento, al fin el asedio a Schenkenschans había terminado.

Los holandeses, pese a las enormes pérdidas humanas y económicas sufridas, celebraron su victoria por todo lo alto. Por otra parte, el Conde-duque de Olivares, que se había mostrado exultante con la conquista del fuerte, lamentó amargamente su perdida y reprendió al Cardenal-infante por no haber socorrido al fuerte a tiempo. Los peores damnificados fueron, curiosamente, los franceses. Mientras que los españoles y los imperiales sufrieron pérdidas moderadas en el cerco, Federico Enrique lamentó bajas considerables y sus arcas quedaron casi vacías. Los holandeses de Federico Enrique no pudieron emprender una nueva campaña hasta 1637. Mientras tanto, españoles e imperiales dirigieron su atención hacia la Francia de Richelieu. Comenzaba el «año de Corbie«.

Asedio holandés de Breda (1637)

Antecedentes

Después de la recaptura de Schenk o Schenkenschans en abril de 1636, el comandante español, el cardenal-infante Fernando de España, cambió su esfuerzo a Francia. Eso requería que el ejército de Flandes se alejara de la frontera holandesa; por lo tanto, disminuyó la amenaza militar del ejército español hacía la república de Holanda. En el verano de 1.636, el Cardenal-infante llegó hasta Corbie, pero esta ciudad fue retomada por los franceses en noviembre y, a finales de año, España había perdido la mayor parte de sus ganancias. Para la campaña de 1637 el conde duque de Olivares planeó una ofensiva renovada contra Francia. En Bruselas, el Cardenal-infante en realidad habría preferido una ofensiva contra los holandeses, pero aceptó de mala gana participar en la invasión en tres frentes de Francia ese verano (las otras invasiones serían desde Cataluña y Lombardía). Por lo tanto, comenzó a reunir a sus fuerzas en la frontera francesa cuando se enteró de que los holandeses habían presentado repentinamente la ciudad de Breda con un ejército sitiador de 18.000 efectivos.

Breda era la posesión más importante de la casa de Orange en los Países Bajos antes de que comenzara la guerra. Por lo tanto, Federico Enrique tenía un interés personal en recapturar la ciudad y sus alrededores.

A instancias del embajador de Richelieu, a principios de mayo de 1637 los Estados Generales habían reunido en Rammekens una gran flota con un ejército de aproximadamente 14.000 hombres y 4.000 jinetes, cuyo objetivo era atacar Dunkerque. Imposibilitados de zarpar debido a las condiciones climatológicas adversas, que duraron varias semanas, y tomando en cuenta los preparativos que los españoles habían hecho contra este plan, Federico Enrique decidió anular el ataque a Dunkerque y marchar con sus fuerzas hacia Breda.

El asedio

El asedio comenzó el 21 de julio de 1637, la caballería holandesa bajo el mando de Enrique Casimiro de Nassau-Dietz intentó tomar la ciudad con un ataque sorpresa, sin embargo, las puertas se cerraron a tiempo y los jinetes holandesas retrocedieron siendo repelidos. El 23 de julio, con la llegada de Federico Enrique comenzó el asedio en serio. Guillermo II de Orange-Nassau, de tan solo 13 años, acompañaba a su padre Federico Enrique.

Los holandeses a partir del 23 de julio capturaron primero una serie de pueblos alrededor de la ciudad. Federico Enrique estableció su cuartel general en Ginneken, y después comenzaron a excavar una doble línea, una de circunvalación interior que tendría un perímetro de 34 km, y otra de contravalación exterior de 8 pies de profundidad y 16 pies de ancho, el campo bajo se inundó al represar algunos ríos. A diferencia de la estrategia adoptada por Ambrosio Spínola en Breda en 1624, Federico Enrique no planeó un asedio pasivo, destinado rendir por hambre la fortaleza, sino que pretendía un enfoque más agresivo.

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Asedio holandés de Breda (1637). Mapa del asedio

Fernando de Austria hubo de marchar con el grueso de sus fuerzas al socorro de Landrecy y Henao que las tropas francesas estaban sitiando. Envió al conde Juan de Nassau (primo de Guillermo de Nassau-Siegen, que luchaba en las filas holandesas) al frente de una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 jinetes con el objetivo de introducirse en Breda para socorrerla. Incapaz de atravesar las líneas holandesas, Juan de Nassau hubo de retirarse y se trasladó con su ejército al valle del Meuse, donde tomó Roermond y Venlo a los holandeses, una pérdida considerable.

Sin distracciones externas, los sitiadores comenzaron a cavar trincheras cubiertas hacia adentro desde la línea de circunvalación hacia los hornabeques (horneworks) de la fortaleza, que habían sido construidos por los propios holandeses en el modelo de un fuerte estelar. Dos de estas trincheras fueron cavadas hacia el Ginnekenpoort (Puerta de Ginneken), una por franceses, la otra por mercenarios ingleses. Los franceses terminaron su trabajo el 27 de agosto, los ingleses un día después. Se usaron fajinas para llenar el foso. Los franceses e ingleses escalaron las paredes de los hornabeques el 1 de septiembre. Esa misma noche, el embajador francés Girard de Charnacé, que comandaba un regimiento francés de los sitiadores, fue muerto accidentalmente por una bala en la cabeza.

El 1 de septiembre, el foso había sido rellenado en dos lugares, pero la guarnición continuó resistiendo ferozmente, llevando el ataque a su fin. Luego, los sitiadores comenzaron a excavar minas en los hornabeques, y el 7 de septiembre la mina explotó abriendo una brecha en las murallas. George Monk, más tarde el primer duque de Albermarle, entonces capitán al servicio holandés, fue el primero en la brecha. El hornabeque fue tomado. Sin embargo, unos días después, una mina diferente falló, y otro ataque fue repelido con gran pérdida de vidas entre los atacantes holandeses y escoceses. Los defensores entonces abandonaron esa parte de las obras de defensa exteriores a los sitiadores.

El 2 de octubre, el conde Enrique de Nassau logró tomar una luneta y un revellín y empujar a los defensores a la propia ciudad. Eso significaba que el centro de la ciudad ahora estaba abierto a un ataque de minas. La guarnición sabía que la situación era desesperada.

El 6 de octubre, obligado por la falta de munición y por las enfermedades sufridas por los asediados durante el tiempo que duró el sitio, el gobernador Gomar Fourbin propuso a los holandeses su rendición y retirada con honor, que fue otorgada por Federico Enrique, y el 11 de octubre a las 11:00 de la mañana la guarnición abandonó la ciudad con redoble de tambor y banderas ondeando, retirándose a Malinas (Mechelen).

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Asedio de Breda (1637). Salida de la guarnición española de Breda con todas sus pertenencias. Autor Hendrick de Meijer

Durante el asedio, la artillería holandesa disparó 23.000 proyectiles contra las fortificaciones de la ciudad. Los sitiadores sufrieron 850 muertos y 1.300 heridos.

Como consecuencia la toma de Breda permitió a los holandeses asegurar el comercio de Zelanda y las fronteras holandesas contra los ataques de los tercios españoles. La ciudad, cuyo control había pasado varias veces de unos a otros contendientes durante la guerra de Flandes, quedó definitivamente en poder de las Provincias Unidas.

La victoria holandesa confirmaría al estatúder Federico Enrique en su papel de líder militar, por haber conseguido conquistar en solamente siete semanas la misma ciudad que Ambrosio Spínola había tardado 11 meses en 1625. Tras la conquista, Federico Enrique ordenó reparar y reforzar las fortificaciones de la ciudad para asegurarla frente a posibles ataques españoles.

El apoyo de Francia a las Provincias Unidas, que supondría una importante ayuda en la lucha de estas contra España, así como el estallido en 1640 de la guerra de Separación de Portugal y la sublevación de Cataluña, agravando la situación militar española, serían la causa del paulatino retroceso de los tercios españoles en los Países Bajos. La guerra de Flandes se prolongaría hasta 1648, cuando según la paz de Münster se declararía la independencia definitiva de las Provincias Unidas.

Batalla de Kallo ( 20 de junio de 1638)

Antecedentes

 Para la campaña de 1638, el rey Felipe IV instruyó al Cardenal-infante a emprender una estrategia ofensiva contra los holandeses para someterlos a una presión masiva y obligarlos a acordar una tregua favorable y la restauración de sus conquistas en Brasil, Breda, Maastricht, Rheinberg y Orsoy. El objetivo principal de ese año sería la captura de Rheinberg, que le daría a España un punto de cruce en el Bajo Rin y contribuiría a reforzar el bloqueo sobre Maastricht.

La ofensiva española planeada en Artois fue abortada cuando ataques franco-holandeses bien coordinados golpearon las fronteras norte y sur de los Países Bajos simultáneamente en mayo de 1638. Federico Enrique y 22.000 holandeses marcharon sobre Amberes, mientras que el mariscal Châtillon y 13.000 franceses empujaron hacia Saint Omer, cubierto por el mariscal La Force y otros 16.000 soldados en Picardía.

El Cardenal-infante ordenó a su ejército que se aproximara a la frontera holandesa para proteger Amberes, que se había vuelto más vulnerable desde la pérdida de Breda, e incluso para reforzar las guarniciones de muchas fortalezas secundarias.

Una vanguardia holandesa de 6.000 holandeses, alemanes y escoceses bajo el príncipe Guillermo de Nassau fue enviada por delante del ejército principal con órdenes de capturar varios fuertes y reductos sutuados en la margen izquierda del río Scheltd. Inicialmente, el ejército iba a Bergen op Zoom, donde Federico Enrique había enviado 50 barcazas fluviales, pero luego se trasladó a Lillo. La noche del 13 al 14 de junio cruzaron el Escalda, desembarcaron en Kildreck y ocuparon fácilmente el fuerte de Liefkenshoek, cerca del pueblo de Kallo. Según una carta oficial española del 30 de junio de 1638, el comandante del fuerte había sido previamente sobornado con 24.000 monedas de plata para abrir las puertas a medida que se acercaban. Según otra fuente, el hombre, un capitán llamado Maes, no estuvo involucrado en ninguna traición, sino que pidió permiso a los holandeses para salvar la vida. La guarnición restante, atrapada por sorpresa, fue masacrada. Guillermo procedió a la mañana siguiente para atacar los fuertes de Sainte Marie e Isabele, este último construido en el dique de Voorderweert. También ordenó la demolición de los diques del polder de Melsele con el objetivo de inundar la zona, pero la bajamar lo impidió.

Durante los siguientes cuatro días, los zapadores holandeses trabajaron para mejorar las defensas del fuerte principal de Liefkenshoek. Grandes cantidades de tierra y otros materiales necesarios fueron llevados a bordo de barcazas fluviales desde el fuerte Lillo, ubicado en la orilla opuesta Guillermo guarneció la mitad de sus tropas en esas trincheras, enviando lo restante para hostigar a los fuertes de Sainte Marie y Verrebroek. Desde donde estaban recibiendo fuego de artillería y escaramuzas fueron hechas por los españoles para recuperar los diques entre Kallo y Sainte Marie. Un ataque contra este fuerte fue rechazado por su guarnición alemana el día 17, aunque al día siguiente fue abandonado por sus defensores y ocupado por las tropas de Guillermo. Weerdick fue tomado por asalto y capturado el mismo día.

Desarrollo de la batalla

El cardenal-infante Fernando, alarmado, pidió a su general imperial Ottavio Piccolomini que fuera inmediatamente a Amberes con su ejército. Piccolomini se dirigía entonces a Valenciennes con 4.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería para aliviar la ciudad asediada de Saint Omer junto con el príncipe Tomás Francisco de Carignano. El Cardenal-infante fue a la ciudad decidido a recuperar los fuertes perdidos. Dio el mando de la ciudadela de Amberes a Felipe da Silva y el de la ciudad a Antonio Schetz, barón de Grobbendonk, e incluso ordenó al marqués de Lede que viniera desde el Mosa, donde estaba acampado, con sus tropas. Advertido de estas maniobras, Guillermo reunió a todas sus tropas para esperar un contraataque.

Fernando dividió su ejército en tres partes. El general de artillería Andrea Cantelmo lideraría la fuerza principal, compuesta por 3.000 hombres divididos en 5 compañías de veteranos españoles del tercio de Velada, todos los del tercio de Duchino Doria, y algunas compañías de soldados valones. El marqués de Lede atacaría a cargo de 5 compañías del tercio viejo de Fuenclara, el tercio valón de Ribacourt, el regimiento de Brion de la Baja Alemania y otros soldados de varias naciones, un total de 2.000 hombres. La última fuerza, cuyos efectivos eran también de 2.000 hombres, bajo el mando del conde de Fuenclara y consistía en 15 compañías de su propio tercio.

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Batalla de Kallo (20 de junio de 1638). Autor Pieter Snayers

El 20 de junio, el ejército español cruzó el río Scheltd y tomó posiciones cerca de Beveren. La batalla, una de las más sangrientas de la guerra, comenzó esa noche con el ejército español asaltando las posiciones holandesas y duró 12 horas. Cantelmo cayó sobre las fortificaciones a través del dique de Warbrok; el marqués de Lede lo hizo desde Beveren, y el conde de Fuenclara en el fuerte de Sainte-Marie. Al principio, los soldados holandeses lograron repeler a los españoles, pero finalmente fueron invadidos y huyeron en desorden. Aproximadamente 2.500 hombres murieron o se ahogaron al intentar escapar, mientras que otros 2.500 fueron capturados. La totalidad de la artillería, 3 estandartes, 50 banderas y 81 barcazas fluviales fueron tomadas por los españoles. Los fuertes de Liefkenshoek y Verrebroek se volvieron a ocupar durante la acción, que costó al ejército del Cardenal-infante 284 muertos, entre ellos muchos capitanes y 822 heridos. Según la misma carta oficial española del 30 de junio, el único hijo de Guillermo de Nassau fue hecho prisionero en el fuerte de Liefkenshoek, y muerto por sus captores para evitar su rescate por un grupo de soldados holandeses.

Secuelas de la batalla

La victoria de Kallo fue descrita por el Cardenal-infante al rey Felipe como la «mayor victoria que las armas de su Majestad han logrado desde que comenzó la guerra en los Países Bajos«, y por los holandeses como «un gran desastre«. La reconquista de la fortaleza clave de Kallo obligó a Federico Enrique a abortar toda la ofensiva, que se convirtió en una de las peores derrotas holandesas de la guerra, minando así la reputación del estatúder. Poco después dos generales de Fernando, Octavio Piccolomini y el príncipe Tomás de Carignano, derrotaron al ejército francés bajo los mariscales Gaspard III de Coligny y Jacques-Nompar de Caumont, que se retiraron de Saint Omer con la pérdida de 4.000 hombres. Los imperiales de Piccolomini también invadieron algunos puestos holandeses en Cleves. En un intento de restaurar la situación, Federico Enrique sitió Geldern al mando de 16.000 hombres, pero fue forzado a una costosa retirada por parte del Cardenal-infante, quien logró romper sus líneas de circunvalación. La campaña defensiva de 1638, en general, fue excepcionalmente exitosa para los españoles.

Batalla naval del cabo Lizard (1637)

En 1635 la Armada real española contaba con 47 galeones con un total de 22.347 toneladas, más dos pequeños embargados a los franceses en Cádiz. La Armada del Mar Océano tenía que hacer frente a cometidos en diversas partes del Atlántico, como Brasil y la carrera de Indias. Si bien su número era satisfactorio, al lado de franceses y holandeses era claramente inferior. Por eso se fomentó el corso con la esperanza de recibir ayuda por esa parte, algo que, vistas las cifras de los apresamientos de nuestros corsarios, resultó muy provechoso. El periodo de 1636 a 1639 es tenido como el más fructífero del corso en aquella zona. Además, los corsarios hacían de correos y buscaban noticias del enemigo logrando una buena función de informadores tan necesaria en aquella época.

El almirante Miguel de Horna, un decidido hombre de armas que se hizo cargo de la escuadra española de Dunkerque cuando su anterior comandante en jefe, el almirante flamenco Jacob Collaert murió en La Coruña de una enfermedad tras grandes servicios a la corona española.

Miguel de la Horna zarpó de Dunkerque con 6 galeones y 2 fragatas. Salieron el 8 de febrero, acercándose a Calais, donde les recibieron con disparos de artillería gruesa, que no pudo impedir que la escuadra española se hiciera con un mercante delante de sus narices.

Cruzando el Canal de La Mancha, avistaron sobre el cabo Lizard (situado en Cornualles o Cornwall en Gran Bretaña) una flota de 28 naos holandesas y 16 inglesas que estaba escoltada por 6 galeones de guerra.

Miguel de la Horna no se lo pensó mucho y dio la orden de atacar. La exigua escuadra hispana no respondió a los disparos holandeses hasta que estuvo a tocapenoles (corta distancia) del enemigo. Lo primero que hizo el almirante español fue atacar al buque insignia holandés. Estando el enorme galeón holandés en esa delicada situación, el galeón de Antonio Díaz lo abordó, logrando meter unos cuantos hombres dentro. Pero los holandeses lucharon con bravura y lograron rechazar el abordaje, no sin que los españoles se llevaran antes la bandera de popa.

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Batalla naval del cabo Lizard (1637). Flota holandesa

Miguel de Horna aprovechó para embestir a su vez, metiendo el bauprés (mástil horizontal de proa) de su galeón por la mesa de guarnición mayor del galeón enemigo. Al cabo de media hora de lucha cuerpo a cuerpo, los españoles debieron retirarse de nuevo. La presa era grande y se notaba. Pero en esta ocasión habían quedado bastantes españoles en el buque insignia holandés que lo habrían pasado mal si Marcos van Oben, uno de los capitanes de Dunkerque al servicio de España, no hubiera aparecido por la otra banda, aferrándose al galeón holandés.

Antonio de Anciondo también intentó el abordaje, pero un balazo a la lumbre del agua lo dejó inutilizado. Tuvo que ser el otro capitán de Dunkerque, Cornelis Meyne, quién lo secundara y terminase el trabajo, rindiendo por fin a tan obstinado enemigo. El escenario de la batalla estaba cubierto de una espesa niebla producto de los disparos, a los que se añadían los de los mercantes, que intentaban hacer alguna defensa. Por ello no se veían los buques unos a otros.

Tres de los galeones de guerra holandeses se fueron a pique, mientras que los otros dos que aún combatían tuvieron que rendirse. El convoy de mercantes terminó por dispersarse tratando todos de escapar por donde fuera. Los españoles fueron incapaces de alcanzarlos a todos debido a su poco número y a la caída de la noche.

Aun así, apresaron unos cuantos. El buque de Anciondo amaneció a más de nueve millas a barlovento de la escuadra de Horna. Sin embargo, pudo reunirse con su almirante, volviendo con él a puerto, a donde llevaron los 3 galeones de guerra apresados y 14 mercantes cargados de municiones y pertrechos que pudieron apresar. En el fondo del mar quedaron los otros tres galeones de guerra de la escolta holandesa.

Las bajas personales son desconocidas, aunque debido a la intensidad del combate debieron ser cuantiosas por ambas partes.

Aparte del gran botín que se obtuvo y del descalabro de los holandeses en pérdidas para su marina, Miguel de Horna evitó al almirante holandés Felipe van Dorp, que andaba por la zona con una veintena de buques de guerra. Esta escuadra intentó un bloqueo a la escuadra española de Dunkerque, pero Horna no tuvo excesivas dificultades en burlarlo y seguir haciendo estragos al enemigo.

En julio atacó a varios convoyes holandeses, apresándoles 12 mercantes. También fueron interceptados un convoy que venía de Venecia para Ámsterdam, otros catorce de la Compañía de las Indias Orientales y otros ocho que llevaban regalos a Luis XIII de Francia. Otras dos veces más volvieron a destruir las flotillas de pesca del arenque creciendo exorbitantemente la cifra de los prisioneros.

Batalla naval de las Dunas (21 de octubre de 1639)

Antecedentes

En 1638 el conde-duque de Olivares proyectó golpear decisivamente a las Provincias Unidas. Las tropas del Cardenal-infante avanzarían desde los Países Bajos meridionales hacia el Norte del Mosa-Rin y una fuerza anfibia atacaría a la par el litoral holandés.

España, unida a Portugal, había realizado desde 1617 un importante programa de construcción naval para reforzar su atlántica armada. España disponía de 23 galeones anclados en Cádiz y de 18 en Gibraltar. De Cádiz a La Habana patrullaba la armada de Barlovento para proteger las flotas del tesoro indiano, cuando las flotas de las Provincias Unidas se mostraban especialmente activas.

En Dunkerque se mejoraron las instalaciones y se ordenó la construcción de 20 galeones más. Desde ese puerto los corsarios de la monarquía hispánica atacaban con fuerza los barcos pesqueros de las Provincias Unidas en el mar del Norte. Allí las dársenas comenzaron a construir muchas lanchas de poco calado con capacidad para 150 mosqueteros y 12 cañones, capaces de transportar unos 20.000 soldados.

Conscientes del grave peligro, los holandeses sitiaron el estratégico puerto de Dunkerque. La flota de Dunkerque al mando de Miguel de Horna, que zarpó de Mardick transportando 2.000 valones para los frentes peninsulares. Cuando salió de Dunquerque para incorporarse en La Coruña a la escuadra de Oquendo, con 5 navíos sostuvo en el canal de la Mancha porfiado combate contra 17 holandeses, abordando a la capitana enemiga con la cual encalló en la costa y la incendió. Entre muertos y heridos tuvo la flota de Horna 600 muertos, y los holandeses 1.700. Horna hizo 11 presas a los enemigos. Tales pérdidas hizo la flota holandesa de Tromp que tuvieron que levantar momentáneamente el bloqueo.

A primeros de junio se presentó ante La Coruña el arzobispo de Burdeos, bloqueando y cañoneando la plaza; la armada española, protegida por los fuertes de San Antón y San Diego, que estaban unidos por una cadena que cerraba el puerto, no salió a su encuentro. A los 3 días, ante las pérdidas que estaba sufriendo, el arzobispo se retiró. En la defensa de La Coruña se destacó Miguel de Horna, que, con 4 fragatas de Dunkerque, por dos veces salió a escaramuzar con la armada francesa, volviendo al puerto sin pérdidas.

En julio de 1639 Olivares movilizó la mayor concentración de poder naval español desde la Armada Invencible. 23 galeones y 1.679 hombres de mar, salieron desde Cádiz al mando del almirante Antonio Oquendo para unirse en La Coruña a los 73 navíos del vicealmirante Lope de Hoces, con las flotas de Dunkerque, de Galicia y de Portugal. En total se reunieron 77 buques de guerra y 55 transportes, de los cuales 12 eran ingleses para el transporte de tropas, contratados al comerciante inglés Benjamín Wright. La flota transportaría un tesoro de 3 millones de escudos para pagar las soldadas atrasadas de las tropas de Flandes y 6.000 infantes (en su mayoría tercios nuevos) a un precio de 1 escudo/hombre.

Entre todas llevaban, según las versiones extranjeras, 27.000 hombres. Algunas versiones españolas los reducen a 6.000. Las estimaciones modernas los sitúan 14.000, de los que 8.000 serían hombres de mar y guerra y el resto infantería. Para el conde duque de Olivares, los buques y dotaciones estaban en un estado excelente de preparación y adiestramiento, y no había salido armada como esta desde la jornada de Inglaterra. Para el almirante Feijóo, de la escuadra de Galicia, estaban faltos de todo, la gente era forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca experiencia, etc.

El 31 de agosto se hicieron a la mar, dejando a los transportes ingleses navegar solos, pensando que al ser ingleses no serían atacados por los holandeses. Lo que fue un error, ya que los holandeses apresaron al menos a tres barcos, con 1.070 infantes, el resto de los soldados lograron llegar a los puertos flamencos.

El veterano almirante Martín Harpertz Tromp, con unas pocas naves esperaba en el Canal. No trataba de presentar batalla a los españoles, sino de estorbarles la entrada en los puertos de Flandes.

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Batalla naval de las Dunas o de Downs (1638). La flota holandesa acercándose a la española en el canal de la Mancha. Autor Reinier Nooms

Enfrentamiento en el Canal de la Mancha 

La vanguardia la formaba la escuadra de Dunkerque, como expertos del Canal. Avistaron a la escuadra enemiga el 15 de septiembre al anochecer, a la altura de Selsey Bill. Al amanecer del 16, Oquendo contó las velas enemigas y vio que solo eran 17 (Tromp había dividido su flota en pequeñas escuadras para abarcar más frente), por lo que da la orden inmediata de atacar.

Oquendo pensó desarrollar la batalla a la vieja usanza, intentando abordar a la capitana holandesa, adelantándose al resto, recibió numerosos cañonazos, y cuando estaba a la altura de la capitana holandesa, esta se zafó, el resultado fue que dejaron su nave casi desaparejada y con 43 muertos y otros tantos heridos. A lo largo del día, se entablaron escaramuzas, con el único resultado de la voladura de una nave holandesa. El combate continuó el día 17, entre escaramuzas y combate artillero, sin permitir los holandeses que los españoles se acercasen a tiro de arcabuz, ya que la ventaja que les proporcionaría los soldados que transportaban sería aplastante. Los españoles combatieron sin orden, en pelotones que se estorbaban unos a otros, sería el primer combate de la historia en línea, en vez del de media luna que se practicaba hasta entonces.

El 18 se le unieron a Tromp 16 naves más, pero se mantuvo la misma táctica. Cayeron en el combate los almirantes Guadalupe y Ulajani, estando a punto de ser apresado el galeón de este.

En esos tres días de combate, los contendientes agotaron toda la pólvora y municiones. Tromp entró en Calais, donde el gobernador le facilitó 500 toneladas de pólvora, reparó sus buques, pudo desembarcar a los heridos y, en 20 horas, estar de nuevo en la mar listo para el combate.

Oquendo podría haber hecho lo mismo en los puertos amigos de Mardique (actual Fort-Mardyck, 10 km al oeste de Dunkerque). Pero dudando del calado de Mardique, donde pensaba que no podían entrar sus galeones grandes; dada la proximidad (5 km) de la rada de las Dunas o de los Bajíos (the Downs), en la costa del condado de Kent, en Inglaterra, y considerando que los ingleses eran neutrales, decidió refugiarse allí, para intentar aprovisionarse y reparar sus barcos.

A los ingleses les no les gustó la llegada de los españoles, y el enfado se agravó por no haber saludado Oquendo a la bandera inglesa del almirante Pennigton, que se encontraba fondeado en la rada. Ante el enfado inglés, y dada su precaria situación, Oquendo cedió. Los ingleses facilitaron el fondeadero interior a los españoles y se colocaron entre la flota española y la holandesa.

Oquendo intentó conseguir pertrechos de guerra, informando de su presencia al embajador de España en Londres y al gobernador de los Países Bajos, consiguiendo así refuerzo de marineros y soldados desde Dunkerque. Organizó transportes en buques ligeros para llevar a Flandes el dinero y los soldados que transportaba con ese destino. El 27 de septiembre, aprovechando una espesa niebla, organizó un convoy con 13 pataches y fragatas que acompañaron a 56 embarcaciones costeras (la mayoría pesqueros venidos de Dunkerque), que llegó sin novedad a Flandes, pese a estar Tromp bloqueando la salida de la rada.

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Batalla naval de las Dunas o de Downs (1638). Despliegue de las flotas en la bahía de Downs (Kent)

Desarrollo de la batalla

Tromp mantuvo una escuadra fondeada en la salida de la rada y otra navegando por el Canal. Disponía de entre 114 y 120 naves, entre ellas 17 brulotes (naves incendiarias). Algunos relatos cuentan que permitió el paso de buques de apoyo españoles con jarcias y arboladuras, para que Oquendo pudiese reparar antes sus naves y así poder entablar combate.

El 20 de octubre, Oquendo llevaba un mes fondeado en la rada de las Dunas, cuando llegó el primer suministro de pólvora. Resultó escaso y lo repartió entre los galeones.

Tromp tuvo noticias de ello y decidió atacar antes de que los españoles se hubieran rearmado completamente, por lo que expuso al almirante inglés que ha sido atacado por los españoles y que, por lo tanto, procedía a atacarles. Lanzó sus brulotes sobre la escuadra fondeada, pero los españoles soltaron amarras y se hacieron a la mar. Entre la confusión producida por los brulotes y una espesa neblina, solo consiguieron salir de la rada 21 buques para enfrentarse a más de 100 holandeses. Los demás vararon en los bancos de arena y la costa de los Downs.

Tromp lanzó 3 brulotes contra la capitana de Oquendo. Este consiguió desembarazarse de los tres, pero uno de ellos se enganchó en la proa del galeón Santa Teresa, de Lope de Hoces, que le seguía y que se perdió envuelto en llamas.

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Batalla naval de las Dunas o de Downs (1638). La flota holandesa acercándose a la española en el canal de la mancha. Autor Willem van der Velde. Museo de Ámsterdam

La batalla se entabló batalla con los galeones españoles peleando aislados contra fuerzas cinco veces superiores. Al anochecer, aprovechando la oscuridad, algunos españoles consiguieron desembarazarse de sus atacantes y, los que pudieron, se dirigieron a Mardique, a donde llegaron las naves de Oquendo, de Masibriadi y 7 buques más de la escuadra de Dunkerque. Del resto de los barcos, 9 se rindieron; estaban en tan mal estado que tres se hundieron cuando eran llevados a puerto holandés. Los demás embarrancaron en las costas francesas o flamencas para no entregarse al enemigo. De los que habían varado en los Bajíos (The Downs), 9 consiguieron llegar a Dunkerque.

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Batalla de las Dunas o batalla de Downs (1639). Enfrentamiento entre buques españoles y holandeses. Autor Edouard Groult

Secuelas de la batalla

Las pérdidas españolas fueron estimadas por los holandeses en 43 buques y 6.000 hombres, y las holandesas estimadas por los españoles en 10 buques y unos 1.000 hombres.
El almirante de la flota de Galicia, Francisco Feijóo, que cayó prisionero escribió “ganaron la batalla más con el desorden ajeno que con el valor propio”.

Dicen que Oquendo, que estaba gravemente enfermo, dijo al llegar a Mardique: “Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte”. Hubo quien, desde España, vio la acción de Oquendo como una gran hazaña, puesto que había conseguido llevar los refuerzos y los dineros al ejército de Flandes y salvó a la capitana y al estandarte real ante fuerzas abrumadoramente superiores. Olvidan que, si en lugar de encerrarse en la rada de los Downs, se hubiese dirigido a los puertos de Flandes, no hubiese perdido casi toda su flota. Según el historiador y almirante portugués Costa Quintella, Oquendo se “portó más como comandante de buque que como almirante, ya que, sin más que poner en línea sus navíos en el primer encuentro, pudo aniquilar a sus enemigos”.

La celebrada victoria holandesa marcó un momento significativo, un cambio de equilibrio en el poder naval. Aunque la misión española fue un fracaso, la mayor parte de las tropas de infantería lograron llegar a Flandes con todo el dinero. De los barcos que consiguieron romper el bloqueo, muchos quedaron severamente dañados. España, comprometida en la guerra de los Treinta Años, no estaba en condiciones de reconstruir su dominio naval. La lucha por el comercio continuó entre las fuerzas holandesas y de las de Dunkerque. Las operaciones en los Países Bajos habían dejado a las fuerzas y finanzas españolas de los Habsburgo en una situación precaria. Los holandeses, los ingleses y los franceses aprovecharon rápidamente la debilidad y se hicieron con algunas de las pequeñas posesiones de las islas españolas en el Caribe. Pero, con mucho, los peores efectos para España fueron las mayores dificultades que tuvo que sufrir para mantener su posición en el sur de los Países Bajos.

Tromp fue aclamado como un héroe a su regreso y fue recompensado con 10.000 guldens, despertando los celos de With que solo consiguió 1.000. Con España perdiendo gradualmente su posición naval dominante, Inglaterra débil por su guerra civil, y Francia todavía no estaba en posesión de una armada fuerte, los holandeses permitieron que su propia armada disminuyera mucho después de firmarse un tratado de paz en 1648.

Asedio de Gennep (8 de junio a 29 de julio de 1641)

Las revueltas en Portugal y Cataluña, ambas en 1640, debilitaron sensiblemente la posición de España. A partir de ese momento, España aumentará los intentos de iniciar negociaciones de paz. Estos fueron inicialmente rechazados por el estatúder, que no quería poner en peligro la alianza con Francia. Cornelio Musch, como griffier (juez) de los Estados Generales, interceptó toda la correspondencia que el gobierno de Bruselas intentó enviar a los Estados sobre el tema, siendo generosamente compensada por estos esfuerzos por los franceses. Sin embargo, Federico Enrique también tenía un motivo político interno para desviar los simpatizantes de la paz. El régimen, como lo había fundado Mauricio después de su golpe de Estado en 1618, dependía de la división de Holanda como centro de poder. Mientras Holanda estuviera dividida, el estatúder tenía el poder supremo. La supremacía de Federico Enrique también dependía de una Holanda dividida. Al principio (hasta 1633), por lo tanto, apoyó a los moderados más débiles contra los contrarreformistas en los Estados de Holanda. Cuando los moderados tomaron la delantera después de 1633, cambió su postura para apoyar a los contrarreformistas y al grupo partidario de la guerra. Esta política de «divide y vencerás» le permitió alcanzar una posición monárquica en todo menos en nombre de la República. Incluso lo fortaleció, cuando después de la muerte de Enrique Casimiro, privó al hijo de este, Guillermo Federico, príncipe de Nassau-Dietz de los estatúderes de Groningen y Drenthe en una intriga indecorosa. Guillermo Federico solo recibió el estatúder de Frisia y Federico Enrique después de 1640 fue estatúder en las otras seis provincias.

Pero esta posición solo era segura mientras Holanda permaneciera dividida. Y después de 1640, la oposición a la guerra unió cada vez más a Holanda. La razón, como a menudo en la historia de la República era el dinero: los regentes holandeses se inclinaban cada vez menos, en vista de la amenaza disminuida de España, a financiar el enorme establecimiento militar que el estatúder había construido después de 1629, que alcanzaba los 70.000 efectivos.

Federico Enrique quería abrir la campaña en 1641 poniendo asedio a la fortaleza de Gennep, en la confluencia entre los ríos Mosa y Niers. Intentaba transferir fuerzas a Filipinas y a Brujas antes de que el ejército español llegase a la zona y repetir la estratagema de dos años antes. El tratado con Francia concluía el 14 de febrero y Francia prometió pagar 1,2 millones de guilders. Richelieu prometió que el ejército principal francés con 21.000 efectivos, de nuevo bajo el mando de La Meillerage, pondría sitio a Aire. El 8 de junio de 1641 Enrique Federico puso sitio a la fortaleza de Gennep con una fuerza de 19.000 hombres. La fortaleza cuya guarnición era de 2.000 soldados irlandeses, alemanes y valones, se hallaba bajo las órdenes del coronel irlandés Tomás Preston aparentemente tenía suficientes hombres y vituallas para resistir mucho más tiempo.

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Asedio de Gennep (1641). Mapa del asedio. Autor Johannes Blaeu

Preston mando construir trincheras y fortificaciones alrededor de la fortaleza, con el fin de retrasar el avance de los holandeses todo lo posible.

Enterado del asedio, el conde de la Fontaine, que mandaba las fuerzas de socorro, envió un destacamento por delante para reforzar a los defensores. Pero fueron descubiertos y obligados a retirarse. Los holandeses continuaron con el asedio, pero los defensores realizaron varias salidas y encamisadas, y el gobernador irlandés mantenía la moral de los defensores alta. Cinco asaltos de los sitiadores fueron repelidos con grandes pérdidas. Cuando los asaltantes consiguieron hacerse con una cortina de un reducto, descubrieron que los defensores habían construido otro detrás. Los atacantes consiguieron hacerse con otro reducto, y cuando lo estaban ocupando, los defensores hicieron estallar una mina volando el reducto con los atacantes dentro, produciéndoles muchas bajas. Los atacantes con su superioridad numérica se fueron imponiendo.

Después de un asalto masivo frontal, ambos bandos sufrieron grandes pérdidas, el propio Preston resultó herido y los asaltantes se hicieron con todos los reductos alrededor de la ciudadela.

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Asedio de Gennep (1641). Vistas del asedio. Autor Johannes Blaeu

Viendo que la fortaleza no podía aguantar mucho más, Preston entabló negociaciones y capituló cuando todavía contaba con 1.500 soldados y suficiente pólvora. El 29 de julio abandonaron la plaza con honores.

No hay datos de las bajas, Guillermo de Nassau sufrió una grave herida abdominal en el asedio de Gennep, consecuencia de la cual murió al año siguiente. Sería enterrado en Heusden.

La Meilleraye con el ejército francés, había capturado Aire dos días antes, y desde allí siguió avanzando hacia Lille. El nuevo comandante español Francisco Melo, que había relevado al Cardenal-infante por encontrarse gravemente enfermo (fallecería en Bruselas el 9 de noviembre de 1641), consiguió proteger Lille, Douai y Saint Omer, pero no pudo evitar la caída de Lens, La Bassée y Bapaume.

Tan pronto como Federico Enrique se enteró de que el ejército español estaba empeñado con los franceses, ordenó los preparativos para enviar un ejército a Filipinas.

Conquista de un cuartel holandés (24 de septiembre de 1641)

En 1641, después de conquistar el fuerte de Gennep, el ejército holandés embarcó en Rammekens y desembarcó en el fuerte de Filipina, próximo a Terneuzen (Zelanda), para tratar de avanzar hacia el interior siguiendo el canal de Zutteleye.

El general de artillería napolitano, Andrea Cantelmo, que tenía a su cargo la defensa de la costa entre Gravelinas y Amberes, movilizó varias compañías de infantería valonas e inglesas al mando del coronel Morgan y cerró el paso. Federico Enrique que se dirigía a asediar Hulst, decidió no seguir adelante y acuarteló su infantería en Ijzendijke y su caballería en Boekhoute.

Cantelmo recibió un refuerzo de 8 compañías de infantería española y 17 trompetas de caballería al mando del conde Pablo Bernard de Fontaine. Hombre versado en la orografía del país, al ver aumentar de forma considerable sus efectivos, Cantelmo pensó en emprender alguna acción contra los holandeses. Tras cerciorarse por medio de sus espías y confidentes de las posiciones que ocupaban los hombres de Orange, el napolitano trazó un ataque sobre un cuartel aislado entre Watervliet y Boekhoute. La empresa era difícil, pues el susodicho cuartel estaba asentado en un terreno pantanoso que dificultaba cualquier ataque. Los oficiales bajo el mando de Cantelmo trataron de disuadirlo de emprender tan arriesgada operación, pero el napolitano se mantuvo firme y reunió 600 infantes y 1.000 jinetes en el puesto avanzado de Assenede. El comisario general Pedro de Villamor comandaba la caballería, mientras que la infantería obedecía las órdenes del maestre de campo valón señor de Granges.

El 24 de septiembre de 1641, al anochecer, los 1.600 efectivos destacados para el golpe se pusieron en marcha y vadearon el canal de Zutteleye. A dos leguas del cuartel, Cantelmo dejó una emboscada de 300 mosqueteros al mando del sargento mayor Brüle, por si aparecía una fuerza enemiga a sus espaldas. Al ataque comenzó con la infantería católica, al mando del italiano Vittorio Pegolotti, acometiendo la estacada del cuartel y desbaratando a los mosqueteros holandeses de guardia. La caballería española, al mando del comisario general Luis Cairo, entró la plaza de armas sembrando el caos entre los soldados enemigos que dormían a pierna suelta. En pocos minutos, el cuartel estaba en poder de los atacantes. Las víctimas pertenecían al regimiento de caballería de Enrique Carlos de La Trémoille, príncipe de Talmont, un jovencísimo noble francés que servía a la república de Holanda desde 1638. Los hombres de Cantelmo mataron a 30 enemigos, apresaron 72, cinco de ellos oficiales, y tomaron 100 caballos. Al amanecer, se encaminaron hacia Sint-Laureins con un cuantioso botín.

La Trémoille, que combatió luego bajo el príncipe de Condé, explica en sus memorias, publicadas en 1767, en Lieja, por J.F. Bassompierre, los avatares que condujeron al revés de sus tropas. El joven coronel estaba ausente por enfermedad, y su lugarteniente no estuvo a la altura.

Sin embargo, Federico Enrique abandonó sus propósitos de asediar Hulst; mandó levantar sus cuarteles, empacar los bagajes, y con todo el ejército se retiró.

Asedio de Hulst (1645)

Los españoles fueron informados del ataque holandés solo dos días antes de que comenzara, cuando detectaron la aproximación de fuerzas. La guarnición de Hulst mandada por Jacques de Haynin du Cornet se componía de 2.500 soldados de infantería y 250 de caballería.

Federico Enrique intentó tomar la plaza por sorpresa, envió por delante a 4.500 soldados de infantería y 5 piezas de artillería atacó por el lado este de la ciudad, donde trabó combate con 1.500 soldados de los tercios españoles encargados de la defensa, donde fueron detenidos con perdidas por ambas partes.

Posteriormente comenzó el asedio formal de la ciudad con una fuerza de 12.500 soldados de infantería, 2.500 de caballería y 20 piezas de artillería.

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Asedio de Hulst (1645). Mapa del asedio. Autor Johan van Duynen

Tras 10 días de asedio, los ejércitos españoles habían perdido 1.000 hombres, por 400 bajas holandesas, y el control de la parte oriental de la ciudad estaba en manos holandesas.

Aprovechando el éxito del avance holandés por el este, Federico Enrique envió 1.000 efectivos de caballería a reforzar este frente, e inició el ataque hacia el centro de la ciudad. La caballería española, saliendo al contraataque, fue emboscada y casi aniquilada por las fuerzas holandesas. Tras 18 días de intenso fuego de artillería el comandante español de la plaza negoció su rendición.

Los holandeses capturaron a Hulst con pérdidas mínimas: 1.500 soldados de infantería y 100 de caballería. Las pérdidas españolas fueron: 2.000 de infantería y 225 de caballería, el resto del ejército español fue capturado y el comandante fue ejecutado.

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Asedio de Hulst (1645). Autor Hendrick de Meijer.

El sitio de Hulst sería el último gran asedio de la guerra que las fuerzas holandesas habían venido manteniendo contra los tercios españoles desde hacía casi ochenta años; tres años después la firma del tratado de Münster, en el que se reconocería la independencia de las Provincias Unidas del Imperio español, pondría fin a la guerra.

Guerra en Asia y las Américas

En Asia y las Américas, la guerra había ido bien para los holandeses. Esas partes de la guerra fueron luchadas principalmente por representantes, especialmente la Compañía de las Indias Orientales Unidas y la Compañía de las Indias Occidentales Unidas, conocidas erróneamente como Compañías Holandesas de las Indias. Estas compañías, bajo carta de la República, poseían poderes cuasi soberanos, incluido el poder de hacer la guerra y celebrar tratados en nombre de la República. Después de la invasión del Brasil Portugués por una fuerza anfibia en 1630, la extensión de Nueva Holanda, como se llamaba la colonia, creció gradualmente, especialmente bajo su gobernador general Juan Mauricio de Nassau-Siegen, en el período 1637-44. Se extendía desde el río Amazonas hasta el fuerte Mauricio en el río São Francisco. Pronto floreció una gran cantidad de plantaciones de azúcar en esta área, lo que permitió a la empresa dominar el comercio azucarero europeo. La colonia fue la base para las conquistas de las posesiones portuguesas en África también (debido a las peculiaridades de los vientos alisios que hacen que fuera conveniente navegar a África desde Brasil en el hemisferio sur). A comienzos de 1637 con la conquista del fuerte portugués de Elmina Castle, la compañía Occidental ganó el control del área del golfo de Guinea en la costa africana, y con ella el centro de la trata de esclavos a las Américas. En 1641, una expedición de la compañía Occidental enviada desde Brasil al mando de Cornelio Jol conquistó la Angola portuguesa. La isla española de Curazao (una importante producción de sal) fue conquistada en 1.634, seguida de otras islas del Caribe.

El imperio de la Compañía Occidental en Brasil comenzó a desmoronarse, sin embargo, cuando los colonos portugueses en su territorio iniciaron una insurrección espontánea en 1645. En ese momento la guerra oficial con Portugal había terminado, ya que Portugal se había levantado contra la corona española en diciembre de 1640. La República pronto concluyó una tregua de diez años con Portugal, pero se limitó solo a Europa. La guerra en el exterior no se vio afectada. A fines de 1645, la compañía Occidental había perdido el control efectivo del noreste de Brasil. Habría reveses temporales después de 1648, cuando la República envió una expedición naval, pero para entonces la guerra de los Ochenta Años había terminado.

En el Lejano Oriente, la Compañía Oriental capturó tres de los seis bastiones principales portugueses en el Ceilán en el período 1638-41, en alianza con el rey de Kandy. En 1641, la Malaca portuguesa fue conquistada. De nuevo, las conquistas principales del territorio portugués seguirían después del final de la guerra.

Los resultados de la Compañía Oriental en la guerra contra las posesiones españolas en el Lejano Oriente fueron menos impresionantes. Las batallas de Playa Honda en Filipinas en 1610, 1617 y 1624 dieron como resultado en derrotas para los holandeses. Una expedición en 1647 bajo Martín Gerritsz de Vries igualmente terminó en una serie de derrotas en la batalla de Puerto de Cavite y la batalla naval de Manila. Sin embargo, estas expediciones estaban destinadas principalmente a acosar al comercio español con China y capturar el galeón anual de Manila, no (como se supone a menudo) para invadir y conquistar las Filipinas.

Primera batalla de Playa Honda (24 de abril de 1610)

Los holandeses, en diciembre de 1607, habían enviado una escuadra de 13 buques fuertemente armados al mando del almirante Pieter W. Verhoeven para hostigar las posesiones portuguesas y españolas en toda la ruta del cabo de Buena Esperanza hasta las Filipinas. Llegando a las aguas del Pacífico con bastantes bajas y al mando, tras el fallecimiento de Verhoeven en combate, del vicealmirante Wittert en 1609. A pesar de su larga travesía, continuaron con su propósito de hostigamiento. Intentaron desembarcar en la isla de Panay, pero fueron rechazados con facilidad por los españoles. Posteriormente decidieron atacar Manila, a distancia claro, tras observar que las guarniciones y las defensas del puerto vulnerables.

Tantearon las baterías de costa acercándose con algunas unidades y fondearon en la bahía a una distancia prudencial. El fondeo les resultó tranquilo y trataron de volver a desembarcar, pero fueron derrotados, no había manera de ganar a los españoles por tierra. El mar lo tenían ganado, ya que no había ninguna flota en la zona tras los combates de los años anteriores.

Levantaron el fondeo y se desplazaron un poco más al norte de Manila, en la zona de Playa Honda, desde donde decidieron controlar el tráfico comercial de las Filipinas. Allí recibieron refuerzos de algún buque holandés y comenzaron a interceptar todos los barcos que circulaban por aquellas aguas desprotegidas, todo un negocio inmensamente lucrativo.

El gobernador de Filipinas, Juan de Silva que había sido oficial de los tercios de Flandes y era caballero de la Orden de Santiago, disponía de menos de 1.000 hombres, un viejo galeón listo para el desguace y alguna que otra pequeña embarcación sin artillar. Comenzó a fundir las campanas de las iglesias, rejas de ventanas y todo el metal que pudieron encontrar (hasta los clavos que sobraban de otros barcos) para fabricar cerca de 70 cañones. Y también, a pesar de los inconvenientes y de la falta de material, fueron capaces de construir un par de galeras y un galeón en apenas dos meses con materiales improvisados. Mientras tanto el enemigo continuaba su lucrativa piratería. Los holandeses no se enteraron de nada, ya que los buques fueron construidos en astilleros a 40 leguas (200 km) de Manila con el máximo secreto posible.

El 21 de abril de 1610, consiguió reunir la improvisada flota y partió hacia la bahía en la que estaban fondeados los holandeses. La capitana, en la que embarcó Silva, se llamó “San Juan Bautista” y la almiranta “Espíritu Santo” en la que embarcó Francisco de Silva sobrino del gobernador. Disponía además de 3 pataches, 4 galeotas y otros buques mercantes de pequeñas dimensiones.

Al amanecer del 24 encontró parte de la flota holandesa. Tres galeones, dos de los cuales eran buques de mando, estaban fondeados y el otro navegando muy cerca y un patache buscando nuevas presas. Por supuesto, los españoles, aprovecharon la situación y se lanzaron sobre ellos. Juan de Silva sabía que solamente la capitana y la almiranta holandesas juntas tenían más artillería que toda su flota, pero no le importó.

Wittert estaba allí, a bordo de su capitana, al ver que tan estrafalaria flota se aproximaba y creyendo que los españoles no tenían artillería, levó y se dirigió a su encuentro, el resultado: la potencia artillera de los nuevos cañones españoles destrozó la capitana matando al confiado vicealmirante.

El “San Juan” abordó acto seguido la capitana holandesa, la “Espíritu Santo” tomó el “Ámsterdam” la almiranta; y el Gouden fue asaltado por los pataches siendo apresado. Solamente un barco pudo huir de la bahía. Después de 4 horas de lucha llegó el cuarto galeón holandés, y viendo la batalla perdida, se alejó de la zona perseguido por dos galeones españoles.

Con la victoria se recuperó muchísimo material robado en aquellos meses: Metales preciosos, joyas, munición, 70 piezas de artillería, seda, pertrechos de jarcia, hierro, cerca de 100.000 ducados y otros materiales; además de la recuperación de varios buques que estaban en captura con la consiguiente liberación de los prisioneros españoles que mantenían a bordo de los mismos. Hubo, según Fernández Duró, unas 30 bajas en la marinería y 70 de infantería.

La victoria causó una gran impresión entre los líderes isleños, ya que les habían hecho creer los holandeses que su flota era invencible. Merece verdadero recuerdo el esfuerzo de aquellos españoles que fabricaron una flota de guerra en menos de 4 meses y vencieron a los poderosos navíos de la Compañía de las Indias Orientales de las Provincias Unidas.

Segunda batalla de Playa Honda (15 de abril de 1617)

El almirante holandés Spielberg se presentó a últimos de septiembre de 1616 en Otón al frente de una escuadra de 10 naves bien pertrechadas (2 buques de 700 toneladas, 4 de 600 toneladas y 4 de 400 a 500 toneladas, con 304 cañones de grueso calibre y 116 pedreros).

Los holandeses fondearon en Ilo-Ilo, poniendo sus buques de costado contra las trincheras que el gobernador de Visayas, don Diego de Quiñones, que contaba con 60 hombres y 7 cañones de campaña, Los holandeses batieron la posición todo el día y la madrugada del 29 de septiembre, desembarcaron 500 hombres al asalto. Quiñones fue herido durante el bombardeo, dirigió la defensa conducido en una silla. Pero los holandeses fueron derrotados sufriendo en un corto tiempo 87 muertos y más de 100 heridos, y a toda prisa reembarcaron, renunciando a un segundo asalto.

Largando velas a toda prisa, se dirigieron a la isla de Luzón yendo al fin a fondear en el islote de Capones situado en aguas de Playa Honda.

Tras la muerte de Juan Silva, asumió el mando militar del archipiélago su primo, Jerónimo Silva, que decidió que la escuadra que estaba en Cavite saliera al encuentro de los holandeses, y a su mando el general Juan Ronquillo y por almirante Juan de la Vega.

Se decidió que la escuadra que estaba en Cavite saliera al encuentro con los holandeses y al mando del general Juan Ronquillo y del almirante Juan de la Vega. La escuadra española estaba compuesta también de 10 naves, pero más pequeñas, 6 naos y galeones, 3 galeras y 1 patache, con 196 piezas gruesas y 26 pedreros, casi la mitad que los holandeses. Sin embargo, los españoles eran superiores en hombres, ya que la táctica española era desarbolar al enemigo y abordarlo después.

La escuadra española dio vela el 13 de abril de 1617 hacia Playa-Honda. La capitana de Ronquillo mucho mejor buque que los demás se adelantó y pasó delante de todos los enemigos recibiendo su fuego y contestando a su vez con tanto acierto, que 6 naves holandesas quedaron tocadas.

El día 15, se formalizó la batalla al amanecer, ambas flotas estaban muy próximas y se produjo el combate cercano que era el favorito de los españoles y se sucedieron los abordajes. El primero Juan Bautista de Molina abordó la nave más cercana, el segundo Rodrigo de Guillestegui y el tercero Pedro de Heredia a quien le tocó en suerte la almiranta enemiga; Juan de Acevedo abordo con otro y Ronquillo al “Sol de Holanda” de Spielberg, dándole cañonazos tan de cerca y a ras de flotación, que al poco se hundió, pereciendo ahogada casi toda su tripulación. Guillestegui logró incendiar el galeón al que se había aferrado, acudió otro holandés a socorrerlo, y también se incendió. De modo que en poco tiempo 3 de sus mejores buques se hallaban perdidos, en socorro de la almiranta holandesa acudió otro navío; Pedro de Heredia se vio muy comprometido, pero se liberó del “Luna Nueva” que tenía a punto de la rendición y causo grave daño al recién llegado, el combate duró todo el día. La noche llegó muy cerrada y al amanecer no se vio ningún buque holandés. Todo induce a creer que la almiranta “Luna Nueva” se hundió, pues había quedo muy averiada. El resultado para los españoles no pudo ser mejor, pues hundieron 3 buques, por lo menos sin perdida propia, entre ellos el acreditado Sol de Holanda, que en aguas de Perú había logrado 2 años antes un sonado triunfo, vengando la derrota de Cañete a manos de Spielberg, que murió en esa batalla.

Pero no todas fueron acciones positivas y heroicas. Juan de la Vega, comandante de la almiranta San Marcos no entró en combate y encalló intencionadamente su barco frente a la costa de Ilocos mientras era perseguido por dos naves holandesas, incendiándolo después para que no cayera en manos enemigas.

Al mes siguiente, los 6 galeones supervivientes malparados en la batalla, se dirigieron para repararse al astillero de Marinduque, cuando una tempestad los azoto y ninguno llegó a su destino, despedazados en la costa de Mindoro, se ahogaron 400 personas.

Batallas navales de Manila o la Naval de Manila (1646)

En 1646, una serie de cinco combates navales conocidos como las batallas navales de Manila o la Naval de Manila se libraron entre las fuerzas de España y las de Holanda, en el marco de la guerra de los Ochenta Años. Aunque las fuerzas españolas eran de tan solo dos galeones de Manila y una galera con tripulaciones compuestas principalmente de voluntarios filipinos; se enfrentaron a tres escuadrones holandeses, separados por un total de dieciocho naves, los escuadrones holandeses fueron derrotados severamente en todos los frentes por las fuerzas españolas, lo que obligó a los holandeses a abandonar sus planes para una invasión de las Filipinas.

Antecedentes

En 1641 tres barcos holandeses situados en el embocadero de San Bernandino trataron de capturar galeones que venían de Acapulco y Nueva España. Los galeones españoles fueron alertados de la presencia enemiga por señales luminosas desde el puerto y pusieron un rumbo alternativo.

En 1642 los holandeses capturaron Formosa (Taiwan) y expulsaron a los comerciantes españoles residentes.

La situación de Filipinas en 1644 era desesperada, el comercio estaba debilitado, las tropas estaban casi en cuadro, las unidades navales eran escasas por los naufragios y la construcción de nuevos galeones estaba paralizada por la falta de pertrechos.

El nuevo gobernador Diego Fajardo Chacón llegó de España y tomó su cargo. Lejos de quedarse de brazos cruzados, decidió tomar cartas en el asunto y devolver la estabilidad a las islas. En primer lugar, puso sus vistas en el sur, haciendo frente a varios sultanes indonesios y rebeldes musulmanes en Mindanao.

Pero más preocupante era el hecho de que el comercio estaba muy debilitado y no llegaban mercancías desde Acapulco (Nueva España) desde hacía 2 años. Había además escasez de pertrechos para los astilleros y los efectivos para las guarniciones y las dotaciones de las naves eran
insuficientes.

En julio de 1645 llegaron de Acapulco a Manila los galeones Encarnación y Rosario con nuevos recursos y el arzobispo electo de Manila, Fernando Montero de Espinosa; que se contagió de unas fiebres en su camino a Manila y falleció al poco, causando la consternación de los fieles de su nueva diócesis, tan necesitados de ayuda espiritual.

Por si algo más podía salir peor, el 30 de noviembre de 1645 se produjo un terremoto en Manila, a lo que siguió otra réplica el 5 de diciembre. Esta catástrofe natural se cobró un millar de vidas y 150 edificios e incontables daños materiales en los campos de las provincias. A sumar a las pérdidas causadas por varias erupciones volcánicas entre 1633-1640 en aquella castigada región.

Paralelamente a estos sucesos, representantes de la Compañía de las Indias Orientales de Las Provincias Reunidas se reunieron en Batavia (Yakarta); nombraron al mando del almirante Martín Gerritsz Vries (Fries) y destinaron 18 buques de guerra para la campaña de apoderarse de las Filipinas, el almirante decidió se decidió organizar tres escuadrones navales:

  • El primero consistía en 4 galeones y un patache rumbo a Ilocos y Pangasinán, con el fin de apropiarse del comercio con China y rebelar a los nativos.
  • El segundo aglutinaba 5 galeones y dos brulotes rumbo a Zamboanga y después al estrecho de San Bernardino para capturar el galeón que iba a venir desde Aapulco.
  • El tercero tenía 6 galeones para cortar las comunicaciones navales del archipiélago con el exterior, cortando la comunicación de Manila con Ternate y Macasar.
  • Pasada la época de los monzones estos tres escuadrones debían concentrar esfuerzos en Manila para atacarla y tomarla.

El 1 de febrero de 1646 una de las escuadras holandesas es avistada en Ilocos y Pangasinán. Los holandeses intentaron convencer a los nativos para que se rebelen contra los españoles, sin éxito, lo que llevó al saqueo de varias poblaciones hasta la llegada de milicias españolas que les obligaron a reembarcar.

Fajardo, alarmado convoca un consejo de guerra y hace inventario, dispone de los dos maltratados galeones llegados el año anterior, “Nuestra Señora de la Encarnación” (la capitana) y “Nuestra Señora del Rosario” (la almiranta) que habían atracado en Cavite procedente de Nueva España en julio 1645. Se le asignó el mando de la capitana a Lorenzo Ugalde de Orellana y de la almiranta al almirante andaluz Sebastián López en la Rosario, mientras que Agustín de Cepeda fue elegido sargento mayor.

Cuatro compañías de infantería fueron embarcadas en cada galeón, mandadas respectivamente por los capitanes Juan Enríquez de Miranda, Gaspar Cardoso en la capitana y Juan Martínez Capelo y Gabriel Miño de Guzmán en la almiranta. Las tripulaciones aceptaron sendos capellanes dominicos a bordo y tomaron a la virgen del Rosario como patrona.

Primera batalla: cabo Bolinao (15 de marzo)

El 3 de marzo zarparon de Cavite los dos galeones españoles, al no encontrar enemigo en la costa de Mariveles pusieron rumbo a Pangasinán, en la isla de Luzón, al noroeste de la bahía de Manila, llegando allí el 15 de marzo. Ese día se encontraron con la escuadra holandesa de 4 buques, a las 3 de la tarde se iniciaron los combates, formando ambas escuadras en línea. Tras unas cinco horas de combate, los buques holandeses se retiraron amparados en la oscuridad y con los faroles apagados. Pese a la inferioridad numérica, los dos galeones españoles persiguieron a la superior escuadra enemiga hasta el cabo Bojador en el extremo norte de Luzón. Al amanecer del día siguiente, al perderse la escuadra enemiga, Ugalde dio la orden de regreso, habiendo sufrido solamente daños menores en sus naves, y únicamente algunos muertos.

A mediados del mes de abril de 1646, llegó al archipiélago filipino el segundo escuadrón holandés, poniendo rumbo a la isla Joló. Posteriormente la escuadra holandesa puso rumbo a la península de Zamboanga, en el extremo suroeste de la isla Mindanao.

Tras un ataque frustrado, los holandeses desembarcaron en la ensenada de Caldera. El capitán Pedro Durán de Monforte, con 30 españoles y dos compañías indígenas logró rechazar este ataque a la fortaleza, causándoles un centenar de bajas y obligándoles a reembarcar.

El 22 de junio, fueron vistos acercándose a la isla de Ticado los 7 buques de guerra holandeses y 16 lanchas. Al día siguiente descubrieron a los dos galeones españoles en el puerto de San Jacinto comenzando un bloqueo naval para impedir que escaparan los galeones.

Temiendo ser atacados por tierra, Ugalde desembarcó 150 hombres al mando del sargento mayor Agustín de Cepeda junto con el capitán Gaspar Cardoso y algunos cañones.

Ese día a las 10 de la noche, los holandeses enviaron 4 lanchas a reconocer el puerto. Los españoles les dejaron acercarse y esperaron a que desembarquen para recibirles con fuego de fusilería, causándoles graves bajas y obligándoles a reembarcar.

Era el 24 de julio cuando el comandante holandés decidió abandonar el asedio del puerto de San Jacinto y poner rumbo a Manila. Creyendo que el Galeón de Manila había recalado en alguno de los puertos cercanos. El 25 de julio, Ugalde, libre del bloqueo, volvió a hacerse a la mar para enfrentarse a la armada holandesa, seguro de que el San Luis había recalado en otro puerto cercano tras ser alertado.

El galeón San Luis había sufrido desperfectos por el temporal, pero pudo llegar al puerto de Cahayán donde consiguió desembarcar su mercancía, antes de hundirse al ser arrastrado por la corriente y chocar contra las rocas. Posteriormente se recuperaron los cañones y pertrechos.

Segunda batalla: Marinduque (29 de julio)

Consciente de que Manila estaba indefensa sin barcos ni artillería, Ugalde se aprestó a perseguir a los holandeses con sus exiguas fuerzas.

Al amanecer del 29 de julio, ya se encontraban a la vista los 7 buques de guerra holandeses navegando juntos, y venían desde barlovento, al encuentro de los españoles.

Los holandeses esperaron a la caída del sol para comenzar el combate, y poniendo dirección este cayeron los 7 galeones y rodearon a la capitana Nuestra Señora de la Encarnación. El intercambio de disparos comenzó violentamente entre los siete holandeses y el galeón español, al que disparaban desde todos los lados.

Mientras tanto, el galeón Nuestra Señora del Rosario, que se encontraba fuera de la melé del combate, disparaba libremente contra los galeones holandeses, que tenían centrada su atención en capturar o hundir a la capitana, causando muchos daños en los cascos y arboladura del enemigo.

Ya estaba amaneciendo cuando cesaron las escaramuzas y el desigual combate finalizó. Hasta ese momento la capitana tenía a bordo varios heridos pero ningún muerto, y la almiranta tenía a bordo cinco muertos y varios heridos.

Tercera batalla: isla de Mindoro (31 de julio)

Perseguidos los buques holandeses por los dos galeones, fueron alcanzados el 31 de julio, entre la isla Mindoro y la isla Maestre de Campo, también llamada actualmente como Sibale. Comenzó el nuevo combate a las dos de la tarde entre los dos galeones españoles y 6 holandeses. Los holandeses se centraron a la almiranta española, siendo rechazados por el apoyo de la capitana.

Desesperados por no poder derrotar a los españoles y muy maltratados, abandonaron el lugar del combate poniendo rumbo a la costa, con su buque insignia severamente dañado. En la almiranta española hubo otros 8 muertos y varios heridos. Perseguidos por los dos galeones, desaparecieron de la vista al llegar la noche y apagar sus faroles. El gobernador de Filipinas, enterado de las victorias de los galeones españoles, ordenó al general Ugalde regresar a Cavite. El general abandonó la búsqueda de la escuadra enemiga y puso rumbo al norte, llegando a Cavite el 31 de agosto. Las tripulaciones desembarcaron para un merecido descanso tras seis meses navegando y los dos galeones fueron debidamente reparados.

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Enfrentamiento entre un galeón holandés y un español siglo XVII

Cuarta combate: cabo Calavite

El 1 de septiembre de 1646, zarpó de Cavite el galeón San Diego cargado de mercancías rumbo a Acapulco. Había sido botado y alistado ese mismo año para realizar la ruta a Nueva España. Habiendo pasado el galeón San Diego la costa de Mariveles, cerca de un islote llamado Fortuna, en la costa de Nasugbu, descubrió a 3 de los 6 galeones holandeses. El galeón español consiguió escapar de la persecución con rumbo norte y entrar de nuevo en la bahía de Manila, arribando a Cavite, donde informó al gobernador Fajardo.

En una semana se encontraban listos para zarpar los galeones Encarnación, Rosario y San Diego, los tres armados en guerra, a los que se sumó una galera y 4 bergantines. En esta ocasión, Sebastián López fue puesto al mando de toda la escuadra, en La Encarnación, mientras que Agustín de Cepeda quedó de almirante en la Rosario.

El 16 de septiembre de 1646, la escuadra navega a Fortuna, pero al no encontrar allí holandeses se dirigió a Mindoro, avistándolos entre Ambil y las islas Lubang. La batalla comenzó a las 4 de la tarde, con el viento en contra de la escuadra española y bombardeos a larga distancia durante 5 horas. En el momento más álgido de la batalla, con pérdida de vidas y muchos daños en casco, jarcia y velas, el almirante don Agustín de Cepeda ordenó cesar el fuego. Los tres comandantes holandeses, creyendo el cese del fuego era un signo de debilidad, acercaron sus buques para abordar y rendir el galeón confiados en su captura. Cuando se encontraban a tiro de pistola Cepeda ordenó lanzar andanadas por las dos bandas, causando tantos daños al enemigo que se retiraron del combate a las dos de la madrugada.

Quinta batalla: cabo Corregidor (6 de octubre)

La batalla final tuvo lugar el 6 de octubre, con la escuadra española dispersada e intentando refugiarse en Mariveles. 3 barcos holandeses, viendo que los 3 galeones estaban muy separados se lanzaron al ataque.

Sebastián López esperó a que se acercaran los invasores, temiendo ser alejado de sus aliados aún más por las corrientes. La Encarnación levó el ancla y se defendió de las 3 naves holandesas siendo arrastrada por la corriente con ellas lejos del San Diego. Tras 4 horas de bombardeo intenso, La Encarnación provocó graves daños en los atacantes, obligándoles a retirarse.

Al parar el viento, la relativamente rápida galera de la escuadra española pudo remar y alcanzar al buque insignia holandés. Pese a estar en franca desventaja en número de cañones, la galera recargó rápido e hizo graves estragos. El buque insignia holandés estaba a punto de hundirse, pero el viento volvió a soplar, posibilitando la huida de los holandeses. La Encarnación y galera iniciaron la persecución en el anochecer, pero los holandeses huyeron con los faroles apagados. En total solamente hubo que lamentar 4 muertos y varios heridos en La Encarnación, y ninguna víctima mortal en la galera.

Secuelas de las batallas

La batalla de la naval está considerada como un hecho milagroso, ya que parece imposible que 18 galeones holandeses fuertemente armados fueran derrotados por 2 viejos galeones españoles, pero la fe hacia la sagrada madre del Rosario permitió alcanzar la victoria.

Un consejo eclesiástico declaró milagrosas las 5 victorias españolas del año 1646. Desde abril de 1662 se celebra en Manila, cada segundo domingo de octubre, la festividad de La Naval de Manila en homenaje a los soldados que vencieron a los enemigos con la intercesión de la Virgen Nuestra Señora del Rosario.

Pese a tener que luchar contra armadas muy superiores, España pudo conservar Filipinas y mantener el dominio en el océano Pacífico durante más de tres siglos.

Batalla de Cavite (1.647)

El 10 de junio de 1647, en el puerto de Cavite (bahía de Manila) se avistó una escuadra de 12 navíos holandeses dispuestos a bloquear el puerto. Las baterías españolas recibieron la alarma y abrieron fuego, hundiendo el buque insignia holandés y posiblemente otro navío de la escuadra.

La fortaleza de Porta Varga que guardaba el puerto resultó destruida, pero los holandeses abandonaron la intentona. Sin embargo, continuaron merodeando por esas aguas hasta 1648, año que marca el fin de la guerra, mediante el tratado de Westfalia.

Tratado de Westfalia (1648)

El 24 de octubre de 1648, se firmaba la Paz de Westfalia, que ponía fin a la guerra de los Treinta Años. Esta guerra se había librado entre 1618 y 1648 y en ella habían participado, de uno u otro modo y a lo largo de sus distintas fases, la mayor parte de las potencias europeas: Dinamarca, Suecia, Francia, Austria, los Países Bajos, el Sacro Imperio Germánico, Italia, Inglaterra y, por supuesto, España. En esencia, se trató de un enfrentamiento religioso entre católicos y protestantes.

Westfalia reconoció la independencia de las Provincias Unidas, aceptada ya de facto por la mayor parte de las potencias europeas. Para España este hecho ponía fin a la guerra de Flandes o guerra de los Ochenta Años, y aunque el reparto final perjudicaría sus intereses, conservó la mayor parte de sus territorios consolidados. El imperio alemán se desbarató, quedando dividido en una confederación de estados autónomos. Dinamarca se quedó sin sus posesiones en el Báltico y Suecia se convirtió en la potencia dominante de esta zona. Francia, por su parte, ganó emplazamientos estratégicos que ampliaron sus fronteras y permitieron que se convirtiera en la nueva potencia del continente.

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Paz de Westfalia (1648). Ratificación del tratado. Autor Gerard ter Borch, Rijksmuseum, Amsterdam.

Los Países Bajos españoles, que no buscaban la independencia, continuaron perteneciendo a la monarquía española hasta principios del siglo XVIII. Las condiciones desmesuradas que exigía el cardenal Mazarino provocaron la continuación de la guerra hispano-francesa hasta la paz de los Pirineos en 1659.

Otra de las consecuencias de la paz de Westfalia fueron la aceptación del principio de soberanía territorial, el principio de no injerencia en asuntos internos y el trato de igualdad entre los estados independientemente de su tamaño o fuerza.

En el orden religioso Westfalia reconoció las tres religiones cristianas, catolicismo, luteranismo y calvinismo, y dio potestad a los estados para elegir su confesión. El concepto de soberanía nacional detendría las injerencias de la que hasta entonces era considerada autoridad espiritual, por lo que el papado, otra de las grandes perjudicadas en Westfalia, dejaría de ser reconocida como árbitro de la cristiandad.

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Celebración de la Paz de Westfalia (1648). Mandos de la milicia holandesa celebrando el final de la guerra. Autor Bartholomeus van der Helst, Rijksmuseum.

La guerra de Flandes en cifras

El coste de la guerra de Flandes o de los Ochenta Años fue catastrófico. Los galeones con los tesoros de las Indias fueron a parar casi directamente a pagar la guerra en Flandes en detrimento de las necesidades de otros lugares del Imperio, y acabó por suceder lo inevitable: las bancarrotas. La monarquía tuvo que declarar públicamente su ruina en varias ocasiones: 1575, 1596, 1607, 1627 y en 1647.

El coste de en vidas humanas totales se desconoce, los muertos españoles no fueron muchos, ya que la mayoría del ejército eran alemanes y valones. El poner un soldado o una pica en Flandes era muy costoso, llevaba más de seis meses en llevarlos y devolverlos. Para dar una idea del coste de esta guerra solo hay que decir que un mercenario alemán costaba 3 escudos mes por infante básico, a los que hay que añadir 2 más para los doppelsoldens y 1,5 más para los arcabuceros. Un escudo equivalía a 3,5 gramos de oro.

Los soldados españoles cobraban lo mismo, pero los veteranos cobraban más, así uno con 8 años de servicio ininterrumpido cobraba de 4 a 6 escudos más. Los jinetes costaban mucho más. En el cuadro adjunto se detallan las fuerzas destacadas en Flandes y su procedencia basado en las revistas.

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Guerra de los Ochenta Años o de Flandes. Efectivos de las fuerzas imperiales según las revistas formales

El total de muertos y desaparecidos se estiman en de 600.000 a 700.000 bajas entre muertos y desaparecidos, de los cuales:

  • 250.000 a 300.000 por combates y heridas de guerra.
  • 350.000 a 400.000 por enfermedades y represión.

Respecto a las muertos en la guerra la siguiente lista muestra los hechos más sangrientos.

1. Sitio de Ostende (1601-04) 90.000 a 160.000
2. Sitio de Haarlem (1572-73) 17.000
3. I Sitio de Maastricht (1579) 10.500 a 12.960
4. II Sitio de Breda (1624) 10.000 (solo anglo-holandeses; incluye prisioneros)
5. Gembloux (1578) 10.100 (incluye heridos)
6. II Sitio de Leyden (1574) 9.500 (solo civiles y parte de los españoles muertos)
7. Saqueo de Amberes (1576) 8.200
8. I Batalla de Fleurus (1622) 7.200 a 8.200
9. II Batalla de Las Dunas (1639) 7.000
10. Sitio de Amberes (1584-85) 6.500
11. Jemmingen (1568) 6.080
12. Nieuwpoort (1600) 4.500 a 4.700 (incluye heridos)
13. Mook o Mock (1574) 3.050
14. Jodoigne (1568) 3.020
15. Mookerheyde (1574) 3.150
16. Turnhout (1597) 3.100 ( quizás incluye heridos y prisioneros)
17. Motín de Alost (1576) 2.560
18. Punta Delgada (1584) 1.970 (incluye heridos)
19. II Batalla de Tournay (1600) 1.800 a 2.000 (solamente holandeses muertos)
20. Sitio de Mons (1572) 1.400 a 1.700 (se incluyen heridos y prisioneros)
21. Heiligerlee (1568) 1.350 (incluye heridos)
22. Rommerswael (1574) 1.200 (solamente españoles muertos)
23. Sitio de Alkmaar (1573) 1.037
24. Boksun (1586) 1.000
25. Oosterweel (1567) 700 a 800 (solamente holandeses muertos)
26. II Batalla de Gravelinas (1588) 700
27. I Batalla de Tournay (1579) 600 a 1.000
28. Watrelots (1567) 600 (solamente holandeses muertos)
29. I Sitio de Breda (1581) 584 (solamente civiles muertos)
30. Groningen (1568) 308

No hay datos de las batallas de Rheindalen en 1568, de Brielle en 1572; de Flushing, Borsele y Zuiderzee en 1573, I asedio de Leiden en 1573-74, de Walcheren y Reimerswaal en 1574, Hardenberg en 1580, Grave y Zutphen en 1586, I y II Sitios de Bergen Op Zoom en 1588 y 1622, asalto de Breda en 1590, de Sluis en 1603, II de Playa Honda 1612, de bahía de Matanzas 1628, asedio de Hertogenbosch 1629, II asedio de Maastricht 1632, de Kallo 1638, de Hulst 1645, asedio de Jülich 1621, asalto de Breda 1637.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2018-03-10. Última modificacion 2022-07-23.
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