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Orígenes de Sertorio
Quinto Sertorio nació en el 122 AC en lla ciudad de Nursia (actual Norcia), y era de origen sabino, de una familia no muy conocida. Estuvo a las órdenes de Cayo Mario, primero en la guerra de Yugurta, y después contra los cimbrios y teutones participando en las batallas de Aquae Sextiae y Vercellae. En 99 AC fue destinado a Hispania como tribuno militar de Tito Didio. Durante su estancia se enfrentó a los celtíberos y tuvo que hacer frente a un motín en la ciudad de en Isturgi (Los Villares de Andújar, Jaén). En connivencia con los de Cástulo (cerca de Linares, Jaén), los habitantes de esa ciudad masacraron a la guarnición romana mientras dormía, pero Sertorio y unos pocos afortunados escaparon a tiempo.
Sertorio reunió a todos los supervivientes fuera de la ciudad y contraatacó, masacrando a los nativos ebrios de vino y éxito. No contento con ello, ordenó a sus hombres vestirse con las ropas de los indígenas caídos. Se presentó de noche ante los muros de Cástulo, la ciudad instigadora de aquella rebelión, entrando en ella sin problemas mediante su treta y realizando un escarmiento de tal calibre que le fue concedida la corona gramínea en recompensa por su osadía. Por estas acciones recibió la corona gramínea.
En 90 AC fue elegido cuestor de la Galia Cisalpina donde demostró sus dotes como administrador.
Después fue legado de su tío Cayo Mario durante la Guerra Social. Fue en alguno de aquellos combates donde probablemente perdió un ojo.
Cuando su tío entró en beligerancia directa con Lucio Cornelio Sila, Sertorio dirigió una de las cuatro legiones con las que Mario tomó el control de Roma. Se mostró contrario a las ejecuciones que siguieron al establecimiento de dicho gobierno. A los cinco días del comienzo de estas, Sertorio ordenó a sus tropas (mucho más disciplinadas que las de Mario, que se habían reclutado entre gladiadores, esclavos y demás) aniquilar a los libertos responsables de las atrocidades, acción que Mario se tomó con sorprendente calma, sin tomar represalia alguna.
Sertorio fue un miembro activo del gobierno de Cinna, y fue elegido pretor en el año 83 AC, cuando Roma se encontraba en plena guerra civil. Conquistó la ciudad de Sessa Aurunca, pero se vio obligado a refugiarse en Etruria cuando fue abandonado por sus soldados.
Tras la finalización de su mandato fue enviado a la Hispania Citerior con el grado de pretor, cargo que ejerció con libertad y presteza hasta que Sila se hizo con el dominio de Roma.
Cuando Sila regresó en Roma en el 82 AC, entre los enemigos “proscritos” se encontraba Sertorio, Sila despojó a Sertorio de su cargo y nombró a Lucio Valerio Flaco como gobernador de Hispania Citerior con un ejército de 20.000 efectivos. Posiblemente con la orden de detener a Sertorio. Consciente de cuál sería su destino si volvía a Roma, optó por desafiar al dictador y declararse en rebeldía.
Sertorio en Mauretania
Sertorio, desde su llegada a Hispania, había intentado ganarse a la población local, obligando a los soldados romanos a vivir en sus propios barracones en vez de en casas de la población civil como estaban acostumbrados. Además, para defenderse había fortificado los estratégicos pasos de los Pirineos, los cuales puso a cargo de su lugarteniente Livio Salinator, que contaba con 6.000 efectivos.
El general Cayo Annio, tras vislumbrar las fortificaciones de Sertorio, decidió no atacarlas y prefirió usar la sutileza, sobornando a un soldado para que asesinara a Salinator. Muerto el lugarteniente de Sertorio, el resto de tropas se rindieron y abrieron los pasos para que el ejército de Annio Lusco entrase en la Península tranquilamente. Sertorio solo contaba con 3.000 hombres restantes y, por tanto, decidió no plantar batalla y escapar a Cartago Nova, para embarcarse de allí a Mauritania, donde existía una fuerte facción de los populares. Tras toda una odisea de viaje marítimo en el que le pasó de todo y en el que tuvo contacto con los piratas cilicios, con los que se alió para saquear las Islas Baleares según Plutarco.
Tras su llegada a Mauretania en el 81 AC, Sertorio se enfrentó al rey Ascalis vasallo del rey Boco aliado de Roma, el cual estaba en lucha contra los rebeldes de su país. Sertorio consiguió derrotar a Ascalis con el apoyo de los rebeldes mauretanos. Sila, que mandó al general Paciano para reponer a Ascalis y de paso acabar con Sertorio.
Sertorio se enfrentó a Paciano con el apoyo de sus aliados mauritanos y lo derrotó, muriendo el propio Paciano en la batalla. Los soldados derrotados, viendo que su situación era precaria, al estar en tierra extranjera y sin un líder, decidieron unirse al bando de Sertorio. Con estas tropas de refuerzo, Sertorio tomó la ciudad de Tingis (Tanger), el saqueo de la cual le permitió contar con nuevos recursos con los que poder aumentar su ejército.
Regreso a Hispania
Tras sus victorias en África, y tras recibir un supuesto pedido de apoyo de los Lusitanos, pueblo hispano que estaba en rebeldía contra Roma; Sertorio regresó a Hispania en el 80 AC, desembarcando exitosamente en Baelo Claudia (cerca de Tarifa), al frente de un ejército de 3.300 hombres formado por 2.000 soldados romanos que le habían permanecido leales, 700 jinetes mauros y 600 auxiliares locales.
Los lusitanos acogieron a Sertorio con los brazos abiertos y lo reconocieron enseguida como su jefe indiscutido, viendo en él en cierto modo a un nuevo Viriato, el caudillo que casi 70 años atrás los había liderado en su gran guerra contra Roma. Para ellos, Sertorio encarnaba al buen romano, al general aguerrido y al hombre dotado de cualidades sobrenaturales.
Muy supersticiosos, los lusitanos llegaron a creer que el general romano podía conocer el futuro a través de una cervatilla blanca que le regaló un lugareño, y que decía que le había sido envida por la diosa Diana. Convenció a los supersticiosos lusitanos de que la cierva le hablaba en sueños y le transmitía mensajes de apoyo de la Diosa.
Así pues, 4.000 infantes y 600 jinetes lusitanos se unieron a su ejército. Sertorio, por su parte, se apresuró a adiestrarlos en la disciplina militar romana. Como escribe Plutarco, “acostumbrándolos a las armas, a la formación y al orden de la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y terrible, redujo sus fuerzas a la forma de un ejército, de grandes cuadrillas de bandoleros que antes parecían”.
Nada más llegar a Hispania, Sertorio había derrotado al pretor Cotta en una batalla naval cerca del puerto de Melaria. Tras eso, derrotó a las orillas del río Bétis al prefecto Lucio Aufidio y se internó en Lusitania a finales del 80 AC.
Sertorio prefirió empezar a ganarse apoyos en la Hispania Ulterior, donde había un mayor sentimiento anti-romano. Posteriormente y merced a sus triunfos trasladó su base de operaciones a la Citerior, eligiendo como capital la ciudad de Calagurris (Calahorra).
Guerra contra Metelo
Sila, viendo que Sertorio podía arrebatarle una de las provincias más ricas envió en el 79 AC, al nuevo procónsul de la Hispania Ulterior a Quinto Cecilio Metelo Pío, un aristócrata orondo, altivo y amante de los excesos de la carne en todos sus sentidos. Contaba con dos legiones y numerosos auxiliares (40.000 efectivos) para enfrentarse a Sertorio, que estableció su cuartel general en Corduba (Córdoba). Pese a que Metelo era un comandante prestigioso, ya tenía demasiada edad.
Sertorio debido a su inferioridad numérica de efectivos (apenas 8.000), así es que decidió emprender una guerra de guerrillas y evitar las batallas campales. Metelo tras su infructuosa persecución pidió ayuda al gobernador de la Hispania Citerior.
Envió a su lugarteniente Lucio Hirtuleyo a detener las tropas del gobernador de la Citerior, Marco Domicio Calvino, que acudía en ayuda de Metelo siguiendo la línea del Tajo. Hirtuleyo no solamente venció a Calvino cerca de Consabura, sino que, desplazándose más hacia el este, derrotó a las tropas de auxilio del procónsul de la Narbonense, Lucio Manlio, cerca de Ilerda (Lérida) en el 78 AC, que había entrado en la Península para auxiliar al gobernador Calvino.
Todos estos éxitos se deben a que Sertorio se había convertido en un experto de la guerra irregular, a la que sacaba máximo provecho. Estaba siempre en movimiento, atacando las rutas de abastecimientos enemigos y hostigando sus campamentos, para después ocultar sus tropas en terrenos escarpados y de difícil acceso. Este modo de vida requería de grandes sacrificios, los hombres tenían que hacer largas marchas con escasos víveres y dormir a la intemperie, pero el carisma de Sertorio y su buen trato hacía que todos sus hombres aguantaran gustosos las penalidades.
Metelo intentó provocar a Sertorio a combatir en campo abierto, pero viendo que no lo conseguía, cambió de táctica y decidió cortarle los apoyos y abastecimientos, sitiando para ello la ciudad de Lacóbriga. Metelo cortó el abastecimiento de agua, poniendo en graves aprietos a los defensores de la ciudad, pero Sertorio acudió en ayuda de la ciudad con 2.000 odres de agua. Tras eso, Sertorio cortó los abastecimientos de Metelo, obligándole a levantar el sitio y replegarse por falta de víveres.
Estos triunfos hicieron que Sertorio se ganara el cariño de la población, lo cual aprovechó este para reclutar más hombres para su ejército. Sertorio enseñó a sus jóvenes reclutas hispanos a combatir al estilo romano, de forma ordenada y disciplinada. Además, les proveyó de un buen equipo militar, buenos cascos, escudos e incluso túnicas de alta calidad. Todo ello sin escatimar gastos.
Para gobernar sus territorios eficazmente, Sertorio creó un Senado con representantes de sus aliados y aparte fundó una academia en la ciudad de Osca (Huesca), a la cual acudieron los hijos de los principales jefes de tribus aliadas. La academia instruía a los jóvenes hispanos como si fueran romanos, con maestros romanos y griegos, algo que enorgullecía sobremanera a sus padres. Pero Sertorio aparte de educar nuevos cuadros para sus recién creadas instituciones, se aseguraba la lealtad de sus aliados, ya que tenía a sus hijos en su poder.
Además de reforzar su alianza con los hispanos, sus triunfos atrajeron a Hispania a varios romanos opositores a Sila, entre ellos a Marco Perpena Ventón procedente de Cerdeña, que acudió con un ejército. Perpena intentó hacer la guerra por su cuenta, pero acabó uniendo su ejército al de Sertorio por la presión de sus propios hombres. Los refuerzos llegados eran de 56 cohortes, unos 20.000 infantes y 1.500 jinetes, según Orosio, Sertorio disponía entonces de 8.000 jinetes y 60.000 infantes, de los cuales dos tercios de ellos aliados hispanos y solamente 2.000 legionarios veteranos al mando de Perpena.
Tito Livio indica que en el año 77 AC, Sertorio ordenó a Hirtuleyo regresar a la Lusitania, cuya defensa le fue encomendada. En tanto que él siguió con sus tropas el curso del río Ebro, aguas arriba, pasando por Bursao (Borja, Zaragoza), Cascantum (Cascante, Navarra) y Graccurris (Alfaro, La Rioja) hasta Calagurris (Calahorra, La Rioja), y al día siguiente de este trayecto pasó a las tierras de los berones.
Se desprende de este texto, que los vascones habían conseguido establecer una cuña o cabeza de puente al sur del Ebro, más allá de Calahorra, acaso siguiendo el curso del río Cidacos; y habían penetrado al sur hasta un punto indeterminado en que empezaba el territorio de los berones, estableciendo finalmente su cuartel de invierno de Castra Aelia, desde donde pudo cruzar el territorio vascón sin dificultades.
Llegada de Pompeyo
Roma decidió acabar de una vez por todas con Sertorio y creo un potente ejército, al mando del cual se puso a Cneo Pompeyo Magno, un joven y brillante general.
Pompeyo cruzó los Pirineos en el 76 AC con un ejército de 30.000 legionarios, 1.500 jinetes, y 20.000 auxiliares. Llegó a Emporiae (Ampurias) e instaló el campamento de invierno, aprovechando para endurecer a sus tropas para la campaña del año siguiente. Envió a su cuñado Cayo Memmio elegido cuestor para que le trajese una legión asignada de la Ulterior y unirse con él en Cartago Nova (Cartagena).
La táctica a emplear era que Metelo mantuviese la Hispania Ulterior y evitar que Sertorio invadiese el valle del Betis. Mientras él expulsaba a Sertorio de la zona costera de la Citerior. Y en una segunda fase expulsarle del interior, primero de Lusitania y después del río Tajo.
Los generales sertorianos, confiados por las victorias de los dos últimos años querían salir a recibir a Pompeyo a campo abierto. Sertorio hizo que le trajeran dos caballos y hizo llamar a un hombre de gran fortaleza y a otro muy débil. Sertorio les ordenó que arrancasen las colas a los caballos. Mientras que el forzudo tiró de la cola del animal hasta caer exhausto sin éxito, el hombre débil quitó los pelos uno a uno hasta que deja desnuda la cola del caballo.
Con esto Sertorio mostró a sus hombres que la mejor estrategia era la paciencia e ir asestando continuos pequeños golpes. En resumen seguir con guerra de guerrillas que tan bien se les daba a los hispanos y evitar el enfrentamiento campal. Para esto creó varios frentes, envió a Perpenna para retener a Pompeyo, Herennio se quedó en la retaguardia y el tercero Hirtuleyo intentaría evitar que Metelo se uniese con Pompeyo, mientras Sertorio se quedó en el centro para acudir al lugar donde más se le necesite.
El invicto y orgulloso inició su avance en la primavera Pompeyo y pronto sufrió en acoso y desgaste de los guerrilleros a los que no estaba acostumbrado, cruzó el Ebro y Perpena y Herenio retrocedieron dirigiéndose hacia Valencia y algunas ciudades se le unieron. Para evitar deserciones entre los indígenas, Sertorio ordenó la destrucción de la ciudad de Lauron o Edeta (actual Liria), que se había mostrada partidaria de Pompeyo, y que a causa de disensiones internas había cambiado de bando y se había puesto del lado de la República.
Sertorio decidió levantar una hilera de castellums en la provincia de Alicante, frente a las costas de Ibiza. Para impedir que los suministros de Roma llegasen a los generales de Sila. Como las naves cargadas de armas y alimentos tenían que pasar entre Alicante y la isla, allí les esperaban las tropas de Sertorio.
Sertorio no disponía de naves, por lo que llegó a un acuerdo con los piratas cilicios, que se habían asentado en Denia, para que capturaran cualquier galera romana que avistasen en la lontananza. Gracias a este pacto, sus castellum se llenaban día tras día de vasijas de aceite, vino o vajillas que iban, en principio, destinadas a sus enemigos.
Uno de los más notables era el Tossal de Cala, fue el que se levantaba sobre un promontorio de 104 metros de altitud entre los actuales Benidorm y Finestrat.
Al final, los cilicios quisieron más de lo que Sartorio les ofrecía. Una embajada de su rey Mitriades VI atracó en Denia en el 75 antes de Cristo. Reclamó la mitad de las tierras en manos romanas. Pero Sertorio se negó. Eso hizo que, poco a poco, su poder disminuyera y que perdiera uno a uno sus fortines. Hasta que solo le quedó el de Peña del Águila. Allí sus legiones esperaban ser rescatadas por algún barco fiel, pero este nunca llegó, por lo que fueron aniquiladas por los soldados de Pompeyo.
Batalla de Laurón 76 AC
Pompeyo acudió a liberar la ciudad y Sertorio le tendió una hábil emboscada entre dos colinas, quizá ocultándose tras la loma donde actualmente está Benaguacil (Valencia), engañándolo a través de informes falsos para que se adentrase confiado hacia Lauron. Cuando Pompeyo desplegó sus tropas pensando que tenía atrapado a Sertorio entre los muros de la ciudad y sus legiones, Sertorio apareció a su retaguardia con una legión (6.000 efectivos) y lo inmovilizó entre el cerco de Herenio y sus tropas. Tras una tensa espera, y acuciados por la falta de suministros, enviaron una partida para conseguir víveres, produciéndose una escaramuza cercana a la plaza sitiada, Lelio, uno de los legados de Pompeyo, acudió en su ayuda y en la batalla subsiguiente perdió unos 10.000 hombres.
Pompeyo, humillado y derrotado, sin suministros y encerrado en su campamento, fue testigo del escarmiento sobre la ciudad sitiada. Sertorio fue indulgente con la población civil, pero no con la ciudad que fue saqueada e incendiada. Pompeyo aprovechando la noche inició la retirada, Sertorio envió la caballería en su persecución y detrás el resto del ejército, dejó atrás unas 20 cohortes para saquear el campamento pompeyano.
Mientras Pompeyo se retiraba durante la noche, fue emboscado por la caballería y 20 cohortes mandas por Tarquino Prisco y Octavio Grecimo, sufrieron la pérdida de otros 10.000 soldados. Otros 5.000 aliados suyos que intentaron defender su retaguardia fueron masacrados y dispersados.
Pompeyo derrotado y humillado, tuvo que retirarse a invernar a la Galia Narbonense.
Batalla del río Singilis 75 AC
Pompeyo y Metelo pasaron el invierno en Narbona y Corduba respectivamente, pero mantuvieron una intensa correspondencia, en el que acordaron unir sus fuerzas. Mientras Sertorio estaba invernando en su campamento de Castra Aelia (en el curso medio del Ebro), Lucio Hirtuleyo en la Lusitania, Cayo Herenio en la Edetania junto a sus respectivas fuerzas provinciales y milicia indígena.
Para unir sus fuerzas, Metelo tenía que derrotar previamente a Hirtiyuelo, pero este tenía prohibido el enfrentamiento en campo abierto. Metelo lo tendió una trampa y Hirtiyuelo fue derrotado por Metelo en las inmediaciones de Itálica. Meses después Metelo volvió a vencer a Hirtuleyo en Segrobiga en la batalla del río Silingis (el Genil) en la cual perdió la vida el propio Hirtuleyo con 20.000 de sus hombres. A continuación, Metelo salió a marchas forzadas a reunirse con Pompeyo.
Batalla de Valentia 75 AC
Mientras tanto, el joven Pompeyo había cruzado como un rayo la Citerior desde sus cuarteles de invierno en la Galia Narbonense y plantó su campamento junto a Sagunto (Saguntum), ciudad de lealtad cambiante, que pronto cambió de bando ante aquel ejército imponente que había acampado a sus puertas.
Tras la toma de Sagunto, Pompeyo se dirigió a la ciudad de Valentia Edetanorum (actual Valencia), donde se encontraba Cayo Herennio con unos 20.000 efectivos, poniendo la ciudad bajo asedio. Cuando Sertorio se enteró del peligro se desplazó a marchas forzadas desde el Ebro dispuesto a socorrer a su legado Herenio.
Pompeyo atacó primero la atalaya de El Puig, incendiándola después continuó su avance arrollador hacia la ciudad. Tras un largo combate trabado a las puertas de la ciudad y el posterior cruento asalto, donde el mismo Cayo Herenio murió luchando al frente de cerca de 10.000 insurgentes ante la Porta Saguntina, las tropas gubernamentales entraron a sangre y fuego en la colonia rebelde. Al parecer solo se salvó el Santuario de Esculapio y el templo de la Triada Capitolina del Foro, por respeto a las divinidades comunes de vencedores y vencidos.
Con esta victoria Pompeyo, lavó la afrenta del Laurón, además su adversario había perdido a sus dos mejores lugartenientes en tan corto espacio de tiempo, Marco Perpena Vento, el tercero en jerarquía, escapó ileso de Valentia, pero aun así, nada estaba decidido.
A finales del verano del 75 AC, las tropas sertorianas cercaron a los pompeyanos en Sagunto, donde estos habían recabado para afianzar su control sobre la Edetania.
Durante días estuvieron encerrados en la ciudad edetana y la batalla se trabó cuando tuvieron que salir en busca de pertrechos ante la escasez de comida y agua. La manutención de más de 30.000 hombres y sus auxiliares, además de las bestias de carga, era el principal problema logístico del legado al mando. Forraje para los animales, los alimentos para los hombres y agua para todos eran determinantes en el éxito o fracaso de una campaña.
Batalla del río Sucro 75 AC
Tras la conquista de Valentia, Pompeyo se sentía imparable. En pocos días toda la actual llanura valenciana cayó en manos republicanas, los rebeldes se reunieron en las cercanías del único puente documentado sobre el río Sucro (actual Júcar) en un lugar llamado Sucrone de ubicación desconocida, donde llegó Sertorio con sus fuerzas.
Pompeyo decidió no esperar la llegada de su colega Metelo y se lanzó contra Sertorio para devolverle en persona la afrenta de Laurón del año anterior.
Sertorio, por su parte, al ver aparecer las tropas republicanas frente a Sucrone, presentó batalla aunque ya era mediodía, pues confiaba que los suyos, oriundos aguantarían mejor el calor que los legionarios recién llegados a Hispania. Así pues, cerca de 30.000 efectivos por cada bando formaron en la llanura de Sucrone aquel caluroso día de verano del 75 AC. Siguiendo las normas militares romanas, tanto Pompeyo como Sertorio mandaban el flanco derecho de sus respectivos ejércitos, los flancos izquierdos eran mandados Lucio Afranio y Marco Perpena respectivamente, dejando sus campamentos a retaguardia.
La batalla fue cruenta y trabada. Durante toda la tarde la batalla estaba indecisa. En un momento crítico de la contienda, el flanco de Marco Perpena comenzó a ceder. Sertorio, consciente de que la ruptura de líneas era el preludio de una matanza, dejó su flanco al mando de un subordinado y acudió en rescate de su legado, reconduciendo la situación y provocando que la línea de Pompeyo se quebrase.
Cuenta Plutarco en su «Vida de Pompeyo que la codicia de los mauritanos que acompañaban a Sertorio le salvó la vida al joven aristócrata, pues en ese exitoso contraataque que Sertorio lanzó contra su flanco, un íbero inmenso llegó ante el propio Pompeyo y, tras un combate singular cuerpo a cuerpo, descabalgado y rodando por la hierba, el íbero quedó malherido, perdiendo una mano, mientras que Pompeyo quedó a merced de los rebeldes. Aquellos, en vez de rematar al imperator y haber zanjado allí el conflicto, viendo los ricos enjaezados de oro del caballo de Pompeyo, dejaron a su suerte al maltrecho romano y se dedicaron a saquear la montura, tiempo necesario para que la primera línea gubernamental alcanzase a su comandante y lo cubriese con sus escudos«.
Mientras, en el flanco opuesto Lucio Afranio se impuso al subordinado de Sertorio, quebrando la línea rebelde, pero sucedió allí algo similar. Los legionarios gubernamentales, entre saquear el campamento de Sertorio o envolver a los rebeldes por retaguardia, optaron por la primera opción, la más lucrativa, aunque Afranio trató de evitarlo. Cuando Sertorio volvía con sus jinetes lusitanos y celtíberos a su posición inicial, ya oscurecido, se encontró al enemigo saqueando su propio campamento. Aquellos estaban tan distraídos robando que no se percataron de lo que se les venía encima y fueron masacrados. Su indisciplina fue su perdición.
La batalla tuvo un desenlace dudoso, 3.000 sertorianos y 6.000 pompeyanos murieron en ella.
En el transcurso de la batalla, en un flanco salió victorioso Lucio Afranio, uno de los oficiales de mayor prestigio de Pompeyo, mientras que en otro flanco fue el propio Sertorio quien frenó la derrota parcial de su lugarteniente Perpena. En esta cruenta batalla salió herido el mismo Pompeyo tras la refriega con un íbero. Sertorio y Perpena perdieron entre 5.000 y 20.000 de sus hombres, y los senatoriales una cifra similar.
Al día siguiente, Pompeyo dispuesto zanjar allí la campaña, volvió a formar ante el mar de cadáveres, pertrechos y tierra pisoteada que habían dejado la batalla anterior. Sertorio se vio ante Pompeyo formado en la calzada de Valentia y Metelo llegando por la de Saetabis, y para no quedar cogido entre dos ejércitos, Quinto Sertorio no tuvo más opción que disgregar sus tropas y retirarse hacia el norte.
Batalla de Sagunto 75 AC
A finales del verano del 75 AC, las tropas rebeldes cercaron a los gubernamentales en Sagunto, donde estos habían recabado para afianzar su control sobre la Edetania.
Durante días los tuvo encerrados en la ciudad edetana y la batalla se trabó cuando tuvieron que salir en busca de pertrechos ante la escasez de comida y agua. La manutención de más de 30.000 hombres y sus auxiliares, además de las bestias de carga, era el principal problema logístico del legado al mando.
Parece ser que la batalla de Saguntum fue tan trabada, violenta y poco resolutiva como la de Sucrone. Las tropas romanas estaban lideradas por Gayo Memmio, cuñado de Pompeyo, que fue abatido en lo más encarnecido del combate. Aquello envalentonó tanto a Sertorio que lanzó todas sus fuerzas contra el flanco mandado por Metelo, que a pesar de su avanzada edad y exceso de peso, luchó con valentía, destacándose de sus líneas hasta que fue herido por una lanza.
Cuando sus hombres se dieron cuenta de que habían dejado a su legado solo ante el peligro, salieron a por él en tropel, cubriéndolo con sus escudos formando un testudo y librándole así de una muerte segura a manos de los hispanos de Sertorio. No hay datos sobre la batalla, pero las bajas debieron ser importantes en ambos bandos, Sertorio se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era retirarse Palantia (Palencia) en busca del cobijo de sus aliados celtíberos.
Tras este revés, Pompeyo buscó refugio para invernar entre sus aliados vascones, cuando entraba ya el año 75 AC. Los vascones siempre habían sido un pueblo proromano.
Mientras pasaba el invierno en tierras de los vascones, Pompeyo fundó la ciudad de Pompaelo, la actual Pamplona.
Al mismo tiempo, Metelo, que se habría refugiado en la Galia para pasar el invierno con su ejército, prometió dar una recompensa de 100 talentos de plata y veinte yugadas de tierra a quien matara a Sertorio.
Alianza con Mitrídates
Ese mismo año 75 AC, Sertorio, viendo la desproporción numérica a la que se enfrentaba y sufriendo carencia de medios, sobre todo botines y dinero con que contentar a sus soldados; se decidió a sellar un pacto de mutuo apoyo con el rey Mitrídates del Ponto, el mayor enemigo de Roma, el cual estaba preparando una nueva guerra en Asia Menor.
Sertorio envió a Asia una pequeña parte de sus tropas al mando de Marco Mario, uno de los senadores que habían huido de la dictadura de Sila. A cambio de estas experimentadas tropas, Mitridates se comprometió a pagar a Sertorio la increíble cantidad de 3.000 talentos, dinero con el que Sertorio podría abastecer durante mucho tiempo a sus soldados.
Mitrídates aprovechó que los ejércitos romanos estaban en Hispania para iniciar a fines del 75 AC su nueva ofensiva contra Roma, invadiendo Armenia, reino aliado de los romanos, como primer paso. Pese a la ofensiva de Mitrídates, Roma no distrajo fuerzas del frente de Hispania y Sertorio se tuvo que preparar para enfrentar una nueva ofensiva el año siguiente.
En el año 74 AC la guerra se endureció, pues tanto Sertorio, que usa la táctica de tierra quemada; como Pompeyo y Metelo consistía en atacar las ciudades para forzar a Sertorio a entablar batalla.
Este mismo año Pompeyo, siguiendo su estrategia, asedió Palantia (Palencia), logró incendiar la muralla de la ciudad, que había socavado mediante troncos de árboles, pero Sertorio le obligó a abandonar el asedio. Otra estratagema de Pompeyo, indicativa de su forma de actuar en la guerra, fue la empleada en la toma de Cauca (Coca), introduciendo en ellas soldados disfrazados de enfermos que solicitaban atención médica.
Los optimates fracasaron en su intento de tomar la capital sertoriana Calagurris (Calahorra, Rioja), la sometieron a un duro e infructuoso asedio, pero Sertorio acudió en su ayuda y levantó el asedio. Los gubernamentales perdieron 3.000 hombres en el intento, pero se hicieron con gran parte de las ciudades de la meseta, gracias a pactos mayormente.
La nueva estrategia optimate era recurrir a la diplomacia, y además, desde Roma conceder la amnistía a todos los populares que abandonen las armas. Muchos generales de Sertorio lo abandonaron y este perdió gran parte de su legitimidad, pues basaba su lucha en ir contra la tiranía de los optimates que dominaban Roma, y entonces esta había desaparecido.
Tras un nuevo invierno, en el 73 AC, Pompeyo, esta vez en solitario, inició de nuevo la campaña contra Sertorio. Pompeyo tomó las ciudades de la Celtiberia (centro este de Hispania) que apoyaban a Sertorio, asimismo tomó las importantes ciudades sertorianas de Tarraco (Tarragona) y Dianium (Denia), en el Levante Español.
Sertorio, viendo como Pompeyo le comía terreno y viendo como sus aliados empezaban a plantearse la conveniencia de la alianza que mantenían con él, decidió hacerse fuerte en el valle del río Iberus o Ebro, entorno las ciudades más fieles: Ilerda, Osca y sobre todo en su capital, Calagurris. Pompeyo había conseguido por fin ganar la ventaja estratégica con esta última ofensiva, dejando a Sertorio en una precaria posición, ya que cada vez tenía menos aliados que abastecieran a su ejército.
Muerte de Sertorio
Pero el principal problema de Sertorio no era Pompeyo, sino su propio aliado Marco Perpena, el cual trataba a los hispanos injustamente, provocando el descontento de estos y las deserciones.
Perpena buscaba obtener el mando supremo y no cesaba de levantar a sus soldados romanos en contra de Sertorio, al que acusaba de cobarde por sus métodos guerrilleros, y en contra de su política filantrópica con los hispanos, a los que Perpena consideraba como «bárbaros inferiores«. Las continuas deserciones y motines, provocados por las maniobras de Perpena, fueron minando a lo largo del año el ejército de Sertorio.
Finalmente, Sertorio, viéndose acorralado y presa de furia por las deserciones de sus aliados hispanos, decidió castigarles de la peor forma; asesinando a gran parte de los jóvenes estudiantes de la academia de Osca (Huesca), muchos de los cuales eran hijos de jefes hispanos. Los jóvenes supervivientes fueron vendidos como esclavos.
Este horrible crimen es explicable por el sentimiento de frustración de Sertorio, el cual había dado todo por sus aliados, mejorando su calidad de vida y dándoles el bien más preciado, la libertad, pues Sertorio siempre fue democrático, aceptando las decisiones que el Senado Hispano que había creado tomaba. El abandono de sus aliados cuando la fortuna le daba la espalda fue el colmo para Sertorio, y de ahí que ordenara ese horrible crimen.
»Por mi parte, no creo que una virtud decidida y razonada pueda degenerar por ningún accidente en el vicio opuesto, aunque no es imposible que los mejores propósitos y caracteres bajo el embate de calamidades injustamente padecidas cambien en sus costumbres; y esto es lo que me parece que sucedió en Sertorio; cuando vio que le dejaba la fortuna, irritado por los mismos acontecimientos, se hizo cruel contra los que le ofendían». Plutarco.
La conjura de Perpena daba sus frutos y éste se decidió a acabar de una vez por todas con Sertorio. En el año 72 AC y tras conjurarse con varios de los comandantes de Sertorio, Perpena aprovechó una cena del estado mayor para lanzarse junto a los otros comandantes sobre Sertorio. Entre todos le agarraron y le cosieron a puñaladas, sin que Sertorio pudiera siquiera defenderse.
»Pero cuando Perpenna tomó una copa de vino y la dejó caer en el acto de estar bebiendo haciendo gran ruido, lo que era la señal convenida, Antonio, que estaba tendido al lado de Sertorio, le hirió con un puñal. Volvióse éste al golpe intentando levantarse, pero Antonio se lanzó sobre él y le cogió por ambas manos, de modo que, hiriéndole muchos a un tiempo, murió si poderse defender». Plutarco. Sertorio
Tras la muerte de Sertorio, los hispanos que aún quedaban abandonaron el campamento y pactaron su rendición con Pompeyo. Perpena, contento de que los bárbaros que tanto odiaba se fueran, quedó al mando de los soldados romanos del difunto Sertorio.
Tras consumar su ambición y convertirse en el jefe supremo, Marco Perpena, demostrando que era un completo incompetente, decidió abandonar la guerra de guerrillas y enfrentarse con Pompeyo en campo abierto.
Obviamente, Pompeyo lo machacó, derrotándolo completamente y capturándolo. Perpena, para salvar su vida, ofreció a Pompeyo revelar los nombres de los aliados secretos que Sertorio tenía en el Senado, pero Pompeyo, temiendo que Sila desencadenara nuevas proscripciones, decidió asesinar en el acto a Perpena.
Tras la muerte de Perpena diversas ciudades se sometieron a Pompeyo, entre ellas Osca. También se sometieron los vascones leales a Sertorio. Solamente cuatro ciudades se resistieron: Tiermes, Uxama (Osma), Clunia y Calagurris, pero las cuatro fueron tomadas por los legionarios romanos.
Asedio de Calagurris (Calahorra)
Calagurris ya había sido sitiada por las tropas de Pompeyo y Metelo en el año 75-74 AC. Se sabe que Sertorio acudió en aquella ocasión con 3.000 guerreros en su ayuda y logró levantar el asedio. Eso es un indicio de lo importante que era para el general esa ciudad.
Pero en el 72 AC, sin nadie que pudiera acudir en su ayuda ya, más que solos en la causa, la ciudad volvió a ser sitiada por las tropas pompeyanas.
Al final, tras agotar las reservas de agua y de sal; todos los esclavos, niños y mujeres fueron sacrificados para alimentar a los guerreros. Este hecho trascendió tanto en la opinión pública que bien entrado el Imperio aún se hablaba de la «fames calagurritana» (hambre de Calahorra).
Calagurris se rindió sin condiciones a Lucio Afranio, pues Pompeyo había sido requerido en Italia junto a Craso y Lúculo para sofocar definitivamente una revuelta de esclavos dirigidos por Espartaco, que se estaba eternizando. Las legiones victoriosas de Hispania se las verían entonces con el bizarro ejército liderado por el gladiador tracio cuyo simple nombre provocaba pánico.
El destino de la ciudad no fue otro que ser destruida y arrasada completamente. Aunque años más tarde sería de nuevo reconstruida por los romanos, aunque eso sería ya en tiempos de la guerra civil entre César y Pompeyo, la ciudad se alineó del bando del primero, que le acabaría concediendo el nombre de Iulica.
La mayoría de los prófugos sertorianos huyeron a Mauretania o se unieron a los piratas cilicios.
Pompeyo regresó a Roma apresuradamente para «ayudar» a Craso sofocar la revuelta de esclavos de Espartaco, pero en el año 70 AC celebraría finalmente su «triunfo» en Roma.