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Antecedentes
Tras el tratado de Dárdanos en el 85 AC, el rey del Ponto volvió a su reino, dejando a Sila que se ocupara de las dos legiones de Fimbria. El senado romano, controlado por el partido de los populares de Mario no reconocía la autoridad de Sila y, por lo tanto, cualquier tratado firmado por este no era considerado válido.
Tras recuperar Grecia y arrasar parte de Anatolia, Sila había accedido a las indicaciones de sus consejeros y había presentado a Mitrídates unas condiciones de una limitada dureza, que el rey del Ponto había aceptado sin apenas negociación. Sila quería terminar rápidamente con el asunto y volver a Roma, a tomar el poder. Para volver a Roma, Sila necesitaba eliminar la amenaza que suponían para su retaguardia las dos legiones de Fimbria.
Sila marchó sin dilación hacia el campamento de Fimbria, en las cercanías de Pérgamo. Exigió la rendición de las legiones, a lo que Fimbria se negó aduciendo que Sila era enemigo público de Roma y era él quien tenía que rendirse. Sila ordenó rodear el campamento de Fimbria, cavando trincheras y fosos para evitar la salida de los legionarios.
A los pocos días de cerco, los legionarios de Fimbria abandonaron en masa su campamento y se unieron a las tropas de Sila. Desesperado, Fimbria tomo un caballo y galopó hacia Pérgamo, al templo de Asclepio. Allí se arrojó sobre su espada y murió. Según Diodoro «Fimbria debería haber muerto 1.000 veces, por el terror que había extendido en Anatolia«.
Con la amenaza de Fimbria eliminada, Sila envió mensajeros a Licia, Rodas, Estratonicea, Magnesia y Patara exigiéndoles abandonar la protección de Mitrídates y volver a cooperar con Roma. A las ciudades que se negaron, envió contingentes para tomar el control, ignorando por completo los términos del acuerdo con Mitrídates, que prohibía cualquier tipo de represalias contra civiles por ambas partes. Además, Sila impuso un castigo económico a toda Anatolia, exigiendo la entrega de la enorme cantidad de 20.000 talentos, 10 veces más de lo que Mitrídates había pagado según los términos del tratado de Dárdano.
Entre el 85 y el 80 AC, Lucio Licinio Lúculo fue el encargado de llevar la gestión económica de la recién liberada Anatolia. Lúculo utilizó los domicilios de los ciudadanos para albergar a sus tropas, obligándoles además a pagar grandes sumas por el «privilegio» de alojar y alimentar soldados romanos.
Todos los esclavos que habían sido liberados por Mitrídates volvieron a ser esclavizados, Sila y Lúculo expoliaron la zona, llevándose todos los objetos ve valor que encontraron.
En el 84 AC, Sila consideró que su misión en Asia había terminado satisfactoriamente y volvió a Roma, dejando al pretor Lucio Licinio Murena en Frigia con las dos legiones de Fimbria. Sila decidió pasar una temporada en Grecia, para engordar aún más su enorme botín.
Murena buscó un pretexto para desatar una nueva guerra para su provecho personal, ya que su zona había sido tan expoliada que quedaban muy pocas cosas de valor.
Mientras tanto Mitrídates VI, habiendo regresado a su reino del Ponto, fue a la guerra con la Cólquida y las tribus Bósforo Cimerio que se había rebelado contra él. Mitrídates ordenó la construcción de una nueva flota para luchar contra estas poblaciones del Bósforo y también creó un gran ejército.
El problema de la Cólquida quedo resuelto temporalmente al nombrar a su hijo Filopator Filadelfo como regente de la zona, pero el problema del Bósforo Cimerio era mucho más serio.
El tamaño de los preparativos dio la impresión o la escusa a los romanos de que estos se estaban haciendo, no tanto para luchar contra sus enemigos, sino contra los propios romanos; sobre todo porque el rey de Ponto aún no había devuelto a Ariobarzanes todos sus territorios en Capadocia, de acuerdo con el tratado de Dárdano.
Las sospecha de Murena aumentó cuando el antiguo general póntico Arquelao, que había huido, lo convenció para iniciar una nueva guerra contra Mitrídates, realizando un ataque preventivo.
Primera campaña de Murena 83-82 AC
Murena avanzó a través de la Capadocia, para atacar la ciudad póntica de Comana, que fue sorprendida por el súbito ataque. La reacción del rey no se hizo esperar, envió embajadores a Murena, para recordarle el reciente tratado de paz con los romanos. El procónsul le respondió que él no había visto «ningún tratado«, ya que Sila no lo había dejado escrito cuando regresó a Grecia, y el Senado no lo había ratificado. Mientras tanto, Murena saqueó Comana y sus ricos templos, después acampó para pasar el invierno en Capadocia.
Mitrídates decidió entonces enviar una embajada al Senado y a Sila, quejándose de las acciones Murena. Mientras tanto este último, había cruzado el río Halis, que era muy difícil de cruzar debido a las lluvias y capturó 400 poblaciones pertenecientes a Mitrídates, sin que este pusiera ningún impedimento en su avance, por el contrario, estaba esperando pacientemente el regreso de su embajada. Murena pudo de esta manera regresar de esta incursión sin problemas y regresó a Frigia y Galacia con el botín.
Mientras esperaba la respuesta romana, Mitrídates decidió limpiar sus territorios de posibles enemigos. Comenzó por modificar sus tácticas de combate. En vez de utilizar sus enormes y rígidas formaciones de batalla al estilo persa, las dividió en unidades más pequeñas, mucho más flexibles y con mayor capacidad de reacción, entrenándolas para los futuros combates con las legiones de Murena. Incrementó el número de infantes ligeros y de arqueros, adaptándolos para la guerra de guerrillas, y aumentó el número de sus jinetes, empleando expertos jinetes persas y armenios.
Envió a su potente armada a la costa norte del mar Negro al mando de su hijo Machares, que rápidamente se puso a la tarea de reclutar gran cantidad de mercenarios de las tribus allí asentadas. Mientras, en Colcis (Cólquida) se produjo una rebelión de los ciudadanos, que reclamaron que el hijo mayor de Mitrídates, Mitrídates el joven, se convirtiese en su nuevo rey.
Mitrídates lo hizo llamar a su presencia en Sinope, lo hizo encadenar y lo encarceló hasta que murió, un par de años después.
Murena volvió a invadir los territorios de Mitrídates el 82 AC. Murena y sus legionarios volvieron a cruzar el río Halis durante el verano, atacando y saqueando más de 400 pueblos del reino del Ponto, sin ninguna oposición por parte del ejército del rey Mitrídates. En el otoño, tras acabar con el saqueo, las legiones se dirigieron a Galacia para pasar el invierno.
Segunda campaña de Murena 81 AC
A principios del año 81 AC, el senado romano envió una delegación bajo Quinto Calidio tras las quejas de Mitrídates, aunque no llevaba con él ningún decreto del Senado, instó a Murena a no molestar más al rey del Ponto, para evitar la ruptura del Tratado en vigor.
Al enterarse de que los romanos se dirigían a la frontera, Mitrídates pensó que los enviados del Senado habían autorizado a Murena a atacar. Esta vez Mitrídates reaccionó y envió a su general, Gordio, para vengar las incursiones anteriores. Gordio pronto fue capaz de ocupar algunas aldeas que estaban bajo el dominio romano; a continuación confiscó sus bienes, (incluyendo un gran número de animales domésticos), así como muchos hombres (entre los ciudadanos privados y soldados), y ocupó una posición para hacer frente a Murena cerca del río Halis, que se encontraba entre los dos ejércitos.
Ninguno de los dos, tenía planes de comenzar la batalla, hasta que llegó Mitrídates con un ejército más grande que el de Gordio. La batalla comenzó, por lo tanto, a lo largo de las orillas del río y los ejércitos de Mitrídates comenzaron a prevalecer, y cruzaron el río, empujando a las legiones romanas de Murena. Este último se retiró a una colina cercana, donde, sin embargo, el rey siguió atacándole. Después de perder muchos hombres, Murena fue capaz de escapar a las cercanas montañas de Frigia.
La noticia de esta brillante y decisiva victoria de Gordio se extendió rápidamente e hizo que muchos se cambiaran al bando de Mitrídates.
Mientras tanto Sila, creyendo que no era correcto hacer la guerra a Mitrídates, porque según él no había violado ningún tratado, envió una nueva embajada de Murena, esta vez encabezada por Aulo Gabinio, prohibiéndole realizar cualquier tipo de hostilidad, y conciliar Mitrídates con el rey Ariobarzanes I.
Extrañamente, Murena recibió su triunfo a pesar de sufrir una bochornosa derrota.
En estas circunstancias, Mitrídates prometió su hija, de tan solo cuatro años, a Ariobarzanes, para sellar la nueva alianza entre Capadocia y el Ponto. A cambio, Mitrídates mantendría su control sobre el oeste de Capadocia, además de recibir como garantía extensas zonas del centro de Capadocia, y renunció a los territorios que hasta entonces había conservado, y añadió otros como dote de su hija. Y así terminó la Segunda Guerra Mitridática entre Mitrídates y los romanos, que duró cerca de tres años.
Esta victoria fortaleció, sin embargo, la creencia en el rey del Ponto que los romanos no eran invencibles, y sus esperanzas de crear un gran reino en Asia que podrían contrarrestar la creciente hegemonía romana en la cuenca mediterránea.
Esta segunda paz duró ocho años. Sila murió en el 78 AC, silenciándose una de las voces en el Senado partidarias de la paz. Ambos bandos se prepararon para una nueva guerra que comenzaría en el 75 AC, cuando murió el rey Nicomedes IV de Bitinia, que dejó su reino en herencia al senado romano, y la oposición de Mitrídates VI, dio lugar a un nuevo conflicto.