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Antecedentes
Tras la batalla de la Higueruela o de Elvira (1431), la falta de alimento provocó la rebelión de los granadinos contra el emir, que huyó a Almería, consecuencia fue la toma del trono por Yusuf IV el Zurdo.
En 1444, otra guerra civil provocada por los Abencerrajes, ocasionó la subida al trono del emirato a Yusuf V. En 1447, volvió al poder Yusuf IV.
En 1455, dos emires se repartieron el reino: Muhammad XI, se quedó con Granada, Málaga, Guadix y parte de Almería; mientras que el candidato de los Abencerrajes, Muley Zad, gobernó sobre Archidona, Ronda y el resto de Almería.
En 1462, Castilla aprovechó la debilidad musulmana y ocupó Gibraltar y Archidona.
En 1464, toma el poder del reino nazarí, Muley Hazén, inició su reinado reprimiendo a los Abencerrajes, que se le sublevaron en Málaga. Ejecutó algunas razias en terreno cristiano, llegando a tomar el castillo de Zahara.
En 1469, con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos, la suerte de Granada quedó decidida.
Los reyes de Castilla y Granada habían firmado treguas que se habían renovado regularmente (en 1475, 1476 y 1478). No obstante, los incidentes fronterizos no eran extraños, y la inestabilidad del reino musulmán empujó a una acción poco meditada: a finales del año 1481, como represalia por hostigamientos puntuales de parte cristiana, los musulmanes tomaron Zahara. El responsable de la fortaleza de Zahara, Gonzalo de Arias, se encontraba en Sevilla y dejó desprotegida la ciudad fronteriza con el reino de Granada. La noche del 27 de diciembre de 1481 un grupo de nazaríes asaltaron Zahara cogiendo por sorpresa a los soldados. Los moradores, desprevenidos, no opusieron resistencia y fueron llevados cautivos a Granada.
Conquista de Alhama 1482
Eso dio una excusa para una operación de represalia por Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, que en el 28 de febrero de 1482 tomó la ciudad de Alhama, a unos 38 km al noroeste de Granada. La operación fue por iniciativa propia. El marqués de Cádiz se internó en secreto en territorio granadino, se apoderó por sorpresa de la fortaleza y luego iniciaron una batalla calle a calle con los locales. Un ejército improvisado por otros nobles andaluces, liderado por su antiguo enemigo del marqués, el duque de Medina-Sidonia, aseguró la ciudad para los cristianos.
Los reyes Isabel y Fernando se encontraban en Medina del Campo, e inmediatamente decidieron acudir en su ayuda.
El 5 de marzo, Abdul Hassan apareció ante la fortaleza a la cabeza de un numeroso ejército que se estima en 3.000 jinetes y 50.000 infantes, pero se había dejado el tren de asedio en Granada, lo único que podía hacer era rendir la plaza por hambre. El 29 de marzo regresó a Granada a por el equipo de asedio, apenas hubo regresado y emplazado sus baterías, cuando Fernando llegó a Alhama con 7.500 jinetes y 44.000 infantes. Hassan levantó el cerco y se retiró.
Revés en la Axarquía (marzo de 1483)
Tras la toma Antequera, el año 1483, se reunieron en esa ciudad, el adelantado de Andalucía, don Pedro Enríquez, con don Juan de Silva, conde de Cifuentes, y el maestre de Santiago, don Alonso de Cárdenas, frontero de Écija. Decidieron hacer una incursión de pillaje y algarabía la comarca de la Axarquia Malagueña, que era famosa por sus riquezas en seda.
Por fin, el miércoles 19 de marzo, pusieron la expedición en marcha, la componían unos 2.700 jinetes y 1.000 infantes. Formaron dos divisiones, una capitaneada por el marqués de Cádiz y otra por Alonso de Aguilar, la retaguardia la cubría el maestre de Santiago. Al día siguiente, jueves, entraron en la Axarquía, las aldeas con las que se encontraron estaban desiertas, pues los habitantes habían huido a esconderse. Por este motivo hicieron pocos prisioneros y poco botín. Las tropas cristianas, decepcionadas, comenzaron a quemar las aldeas y villarejos que encontraron a su paso, matando a los pocos habitantes en su mayoría ancianos que no habían podido huir.
Una vez habiendo llegado la retaguardia a la villa de Moclinejo, que al igual que como las anteriores villas, estaba desierta. La soldadesca prendió fuego a la villa. Pero la población morisca de Moclinejo estaba cerca, escondida en los bosques y montes, viendo con impotencia cómo destrozaban todas sus pertenencias y viviendas, pero observaron que las tropas cristianas, al abandonar su pueblo, trataban de seguir por unas ramblas y cañadas de difícil maniobrabilidad para dichas tropas. En un alarde de desesperación y rabia, los moriscos de Moclinejo aprovechando el conocimiento del terreno, armados con piedras, palos, espadas y flechas atacaron a las tropas invasoras, con tal valor y rabia que causando tal número de bajas a las tropas de la retaguardia; que el maestre tuvo que pedir ayuda al marqués de Cádiz, que acudió con caballeros e infantes, y la retaguardia pudo salir de esa situación.
Los moradores de la Axarquía, no conocían enfrenamiento con las tropas cristianas desde la expedición de Alonso I el Batallador, desde el cual habían pasado ya muchos siglos. Los axarquianos decidieron que aquella invasión debía tener un duro castigo, las gentes acudían con ganas de defender y luchar, embocando a los cristianos y causándoles muchísimas bajas.
Las fuerzas cristianas se vieron obligadas a reunir sus tropas y marchar reunidas, dado que cualquier fuerza aislada enseguida era atacada. Una vez reunidas, las tropas castellanas reconocieron el error cometido en esta empresa, y acordaron retirarse. Pero la retirada tampoco sería fácil, pues solo tenían dos caminos por donde salir, el primero era seguir por la costa, más fácil y llano, pero más largo, el segundo más difícil, y más corto, era regresar por donde habían venido.
Se enteraron de que Muley Hacen había llegado a la zona con tropas, así es que decidieron regresar inmediatamente por el camino más corto.
Las tropas intentaron encontrar los pasos y barrancos por los que habían entrado desde Antequera, pero no consiguieron dar con ellos y extraviaron al ejército entre los montes. Los axarquianos, sabiendo los pasos que estaban buscando las tropas castellanas, se dirigieron hacia ellos para esperarlos, mientras otros perseguían a las cansadas tropas, causándoles el mayor número de bajas posibles con sus hondas y ballestas.
Tras largas jornadas de marcha, las tropas castellanas entraron en un valle, lo que es hoy el arroyo Jaboneros, los moriscos axarquianos estaban esperando la entrada de esas tropas, y cuando entraron, les tendieron una emboscada. Desesperadas las tropas de Castilla, tras ver como caían sus soldados muertos o heridos, muchos de ellos decidieron salir como fuese de allí, intentando alcanzar las alturas y abandonar el valle.
Como pudieron unos a pie, otros acaballo, subieron desesperadamente las laderas, muchos cayeron en la celada, entre las fuerzas del maestre de Santiago, el alférez Diego Becerra, más tarde Juan de Bazán y el primo del maestre Juan de Osorio.
El marqués de Cádiz, ya sin su caballo, intentó reunirse con el maestre, pero la noche y el desconocimiento del terreno lo impidieron. En un arrebato de desesperación del marqués de Cádiz, bajó de nuevo al valle, donde intentó reunir a sus soldados; pero de estos se habían rendido la mayoría, otros habían huido acobardados y hambrientos, dejando tirados por los campos sus pendones y armamento pesado, buscando dónde poder esconderse y poder esquivar la vigilancia de los moriscos axarquianos. El lugar donde más castellanos perecieron es conocido como “la Cuesta de la Matanza”.
El marqués solo con unos cincuenta hombres quería seguir combatiendo, pero Luis Amar y la soldadesca, le convencieron para abandonar esta idea y salvar la vida mientras pudieran, tras la llegada de la noche salieron del valle y tras cuatro leguas de huida, consiguieron llegar a tierras cristianas. Sufrieron en total 800 los muertos y casi 1.500 prisioneros, de los cuales 400 eran de noble linaje, quedaron en manos de los moros y que posteriormente sería devueltos mediante el pago de un rescate.
Cuándo los vencidos regresaron a sus ciudades, pueblos y aldeas, fueron recibidos como cobardes y les reprochaban de no haber muerto o haber quedado cautivos con sus compañeros.
En los pueblos, villas y alquerías de la Axarquía, todo fue regocijo, zambra y jubileo, Allah volvía su rostro hacia ellos, que habían derribado la soberbia cristiana.
Revés de Loja (1-7 de julio de 1483)
Alhama era un punto estratégico que dominaba los caminos desde la capital a Málaga y Ronda, y a continuación, Fernando a la cabeza de 4.000 jinetes y 12.000 infantes, inició la conquista de Loja entre Antequera y Granada.
Fernando partió de Córdoba y llegó a Loja el día 1 de julio de 1483. Ignorando las advertencias de sus más experimentados oficiales, acampo en un valle lleno de canales de riego y poco apto para la caballería pesada.
Fernando envió un destacamento a la colina Albohacen que dominaba Loja para establecer allí una posición artillera para batir la Loja, estaba bajo el mando de los marqueses de Cádiz y Villena, junto con el maestre de Calatrava. También envió otro destacamento bajo el mando del marqués de Tendilla para cerrar el camino entre el campamento y Loja, para evitar ataques.
Ibrahim Ali-al-Atar, alcalde musulmán de Loja, envió una pequeña fuerza de caballería ligera que cruzó el río Genil la noche del 4 al 5 de julio. Se escondió en los bosques de las laderas de la colina Albohacen, y esperaron a que se produjera el ataque de la fuerza principal.
El 5 de julio se produjo el ataque de Ali al-Atar contra la colina, las fuerzas cristianas repelieron el ataque y persiguieron a estas durante su retirada. La caballería ligera escondida atacó la posición a medio organizar y destruyeron la artillería. Cuando la fuerza cristiana perseguidora se dieron cuenta de que la posición estaba siendo atacada, dieron media vuelta, Ali al-Atar ordenó a sus fuerzas dar la vuelta y perseguir a los cristianos. La lucha se prolongó durante más de una hora hasta que llegaron refuerzos cristianos desde el campamento. Finalmente, al-Atar se retiró a Loja.
Los castellanos sufrieron grandes pérdidas, incluyendo al maestre de Calatrava don Rodrigo Tellez Girón, que fue alcanzado por dos virotes de ballesta.
Tras un consejo de guerra en el que se decidió que la posición era insostenible y que debían retirarse detrás del río Frío y esperar refuerzos, el 7 de julio se abandonó la colina de Albohacen y se procedió a la retirada. La colina fue ocupada inmediatamente por los musulmanes que izaron sus enseñas, los castellanos cuando vieron las enseñas pensaron que se estaba produciendo un ataque y se produjo una rápida huida hacia el río Frío. Al-Atar, que era un experimentado comandante, dio la orden de atacar inmediatamente. Fernando con su propia guardia y algunos jinetes más se situó en una posición elevada para hacer frente al ataque y dar tiempo a la retirada. El marqués de Cádiz se sumó al rey efectuando un ataque de flanco cuando los musulmanes atacaban, los musulmanes fueron rechazados y perseguidos.
El emir de Granada Abul al-Hassan llegó a la zona y se sumó a los de Loja. Fernando decidió abandonar completamente el asedio de Loja. Aprovechando la ausencia, se produjo un golpe de Estado en el reino de Granada, Abul Hassan fue destronado por su hijo Boabdil.
Batalla de Lucena y captura de Boabdil (1483)
Tras hacerse con el poder en Granada, Boabdil buscó una victoria sobre los cristianos que le reivindicase frente al pueblo, y emular la victoria que había conseguido su competidor, Muley Hacen el Zagal, que había derrotado a las fuerzas cristianas en la Axarquía. Su suegro, Aliatar, le aconsejó que atacase Lucena, cerca de Loja, al considerar que estaba desguarnecida.
A comienzos de abril Boabdil y su suegro Aliatar consiguieron reunir en Granada unos 1.500 jinetes y 7.000 infantes para atacar a los cristianos.
El alcaide de los Donceles don Hernando de Argote, responsable de la ciudad, preparó la defensa de la misma y pidió refuerzos al conde de Cabra don Diego Fernández de Córdoba y Carrillo de Albornoz.
En la mañana del 20 de abril de 1483, Boabdil se presentó por sorpresa ante la fortaleza de Lucena. El alcaide Diego Fernández de Córdoba ordenó que rápidamente se encendieran hogueras en lo alto de la torre atalaya con el fin de alertar a su tío, el conde de Cabra (Cabra está a 11 kilómetros hacia el nordeste de Lucena). Boabdil situó a sus tropas al noroeste de las murallas, con el fin de evitar ser cogido por sorpresa por retaguardia en caso de llegar socorros cristianos desde Cabra. Pero perdió el factor sorpresa esperando a que se le incorporaran el resto de tropas abencerrajes que se habían ido a realizar una cabalgada de saqueo por las tierras circundantes.
Cuando regresaron los abencerrajes y el ejército granadino se dispusieron a atacar, el alcaide castellano decidió tratar de ganar un poco de tiempo ofreciéndose a negociar una capitulación. Entre tanto, los de Cabra ya habían reunido a sus tropas y se acercaron a marchas forzadas a ayudar a los de Lucena. Al enterarse de que se acercaban los refuerzos cristianos y podía quedar atrapado entre dos fuerzas enemigas, Boabdil decidió prudentemente retirarse rápidamente en dirección a Granada. A la una de la tarde del mismo día 20 de abril los granadinos decidieron hacer un alto y tomarse un descanso en el campo de Aras. Los infantes granadinos descansaban mientras cinco destacamentos de jinetes montaban guardia. Mientras comían fueron avisados por un destacamento de jinetes de que las tropas del conde de Cabra y del alcaide de Lucena se les echaban encima. Sin tiempo para volver a emprender la retirada ordenadamente, Boabdil decidió formar a sus tropas en orden de batalla y luchar allí mismo.
Formó toda su caballería en dos grupos para cubrir la retirada de la infantería, el botín y los prisioneros que se dirigieron en dirección al río Genil.
Los cristianos dividieron también sus fuerzas, la caballería ligera intentaba envolver a los nazaríes, la caballería pesada e infantería los persiguieron.
En la primera acometida de la batalla de Lucena los cristianos mataron a una treintena de los caballeros granadinos más importantes, pero consiguieron que Boabdil pudiera retirarse.
Cuando las fuerzas de Boabdil en su retirada se dirigieron al vado del río Genil, denominado el Pontón de Bindera, se encontraron con que en aquel momento el río bajaba inusualmente crecido por unas recientes lluvias, y su cruce ofrecía dificultad. Boabdil desplegó su infantería (B) delante del vado y la caballería (A) a los flancos, para proteger el cruce del río del botín y sus bagajes (C) mientras Boadil y su guardia (D) se situaban entre los árboles cerca de la orilla.
Durante la segunda acometida de la batalla de Lucena, la caballería ligera cristiana (E) trató de envolver a la caballería del flanco derecho nazarí e intentar impedir el cruce del vado. Mientras la infantería castellana (F) presionaba todo el frente nazarí y la caballería pesada (G) cargaba por el centro para romper la línea.
La línea nazarí se rompió y sus soldados se dieron a la fuga como pudieron. El famoso Ali al-Atar murió combatiendo y el sultán Boabdil trató de huir, pero su caballo se quedó atascado en el fango de la ribera del arroyo llamado Martín González.
El sultán granadino descabalgó y se escondió entre la espesa vegetación, tratando de pasar desapercibido. Pero fue visto por un peón de infantería llamado Martín Hurtado, que era natural de Lucena; armado con su lanza consiguió acorralar a Boabdil, evitando que huyera y con la ayuda de otros infantes consiguió reducirlo.
Por el lujo de la vestimenta, los peones dedujeron que el prisionero se trataba de alguien muy importante. Le inquirieron acerca de su identidad y el joven sultán trató de ocultarla, respondiendo que era el hijo de un rico noble de Granada. En ese momento llegó al lugar el alcaide Diego Fernández de Córdoba; este le puso una banda roja como distintivo de que era un prisionero y lo envió con otros más a una mazmorra del castillo del Moral, en Lucena. En los días siguientes fueron capturados más moros fugitivos por los campos circundantes; al ser trasladados al castillo de Lucena, algunos de ellos se postraban ante el sultán tratando de disculpar su actuación. Esos gestos propiciaron que Boabdil fuera identificado. Cuando conocieron la noticia, los Reyes Católicos encerraron a Boabdil en el castillo de Porcuna; la torre que sirvió de prisión al joven sultán desde entonces la conocemos como “la Torre de Boabdil”.
Boabdil fue liberado y firmó una tregua de dos años, permitiendo el paso de las fuerzas castellanas por su territorio cuando combatiesen a su padre y a su tío.
Conquista de Málaga (1487)
Para seguir la reconquista, la estrategia se basaba en:
- Establecer bases navales al sur de Granada. Lo que implicaba la conquista de plazas como Málaga, Almuñecar y Almería
- Bloqueo de la línea costera, aislándola de todo contacto con el Magreb. Lo que implicaba tener una escuadra en el sur.
- Devastación de la propia Granada con el fin de debilitarla, favoreciendo las luchas internas.
Los problemas tácticos que tenía que resolver eran:
- La reducción de castillos y fortalezas, lo que implicaba la formación de trenes de artillería.
- El suministro de las fuerzas sitiadoras, lo que implicaba un tren de aprovisionamiento, llegando a disponer de 80.000 mulas.
- Devastación de las tierras adyacentes, empleando 30.00 forrajeadores que demolían casa, molinos, graneros, etc. Arrasando también plantaciones de árboles y cultivos.
Para reforzar la artillería, se invitó a fundidores franceses, alemanes e italianos para fabricar lombardas (o bombardas), se fabricó pólvora y balas que eran de hierro o de mármol, aunque también se emplearon bolas incendiarias. El transporte de las pesadas lombardas implicaba que tenía que hacerse con carros tirados por bueyes, y era preciso allanar el terreno. Se llegaron a utilizar 6.000 zapadores en el sitio de Cambil.
Isabel introdujo dos organizaciones nuevas: el cuerpo de mensajeros de campaña y tiendas para atender a los heridos, es el primer caso registrado del uso de un hospital de campaña.
En 1485 todo estaba dispuesto, Fernando había reunido un ejército de 12.000 jinetes, 50.000 infantes y un número indeterminado de artilleros, minadores, zapadores, forrajeadores y acemileros, en total alcanzarían los 80.000 efectivos.
Los ejércitos de Fernando amagan con ir a Málaga, el mayor puerto del reino de Granada, gobernado por el hermano de Muley Hacén, El Zagal. Allí consiguió evitar que los refuerzos de los granadinos llegasen a Ronda, que quedó sitiada durante quince días y dividida en cinco partes. La estrategia de la artillería, en la que se emplearon 1.100 bocas de fuego, terminó por menguar las débiles fuerzas de la ciudad, que acabó rindiéndose.
Tras la caída de Ronda en mayo, la campaña cristiana se centró en la costa malagueña, donde cayeron varias ciudades. Marbella que lo hizo sin combatir y que serviría de base para la flota. Después cayó Loja mediante el empleo de la artillería, gran parte de la Vega de Granada (fortalezas de Illora, Moclín, Montefrío y Colomera) y finalmente tomó Vélez-Málaga, de modo que su retaguardia y su flanco estuviesen seguros a la hora de sitiar Málaga.
La plaza de Málaga estaba muy bien defendida. Estaba totalmente rodeada por una muralla y asentada sobre un llano, junto a un monte, el Gibralfaro, coronado por un fuerte castillo, y en cuya falda se erguía la Alcazaba, protegida, a su vez, por dos murallas altas y fuertes, con torres gruesas y otras torres menores. Un acceso, flanqueado por dos formidables muros paralelos (coracha), comunicaba ambas fortificaciones. Por la parte del mar, la muralla tenía también una pequeña fortaleza con seis torres (el castillo de los Genoveses). La defendían 15.000 gomeres africanos y guerreros malagueños.
El alcalde de Málaga, Abén Comixa (o Ibn Kumasa), partidario de Boabdil, ofreció una rendición pacífica, pero los norteafricanos acantonados en Gibralfaro dirigidos por Hamad al-Tagrí o El Zegrí se hicieron con la ciudad y continuaron la resistencia.
El ejército cristiano para acceder a la ciudad tenía que pasar que junto al monte de Gibralfaro. Este se alineaba con el cerro Victoria (o de San Cristóbal), y tras él una serie de elevaciones como el cerro del Calvario que hacían que fuera el único paso para acceder a los llanos, controlar los pozos y establecer el cerco de la ciudad.
El 7 de mayo de 1487, el Zegrí mandó salir de la Medina a tres cuerpos de ejército que situó de la siguiente forma: uno por la zona próxima a la costa de levante, en las faldas de Gibralfaro; otro en el cerro Victoria; y un tercero en el valle existente entre ambos, por donde debían de pasar los cristianos. El primer encuentro fue durísimo, y ambos ejércitos avanzaban y retrocedían según el empuje del contrario. Al final los cristianos tomaron el cerro Victoria y expulsaron del valle y de la costa a los gomeres de El Zegrí, accediendo a la zona de huertas del arrabal de la Fontanela, y disponiendo el cerco con tres reales.
El Zagal, que se encontraba en Guadix, envió un refuerzo a Vélez-Málaga para salvar la ciudad, pero fue derrotado por el marqués de Cádiz. Se vio obligado a retroceder a Granada, donde Boabdil le cerró las puertas, teniendo que regresar a Guadix.
La táctica del rey Fernando le dio la iniciativa al duque de Cádiz, el cual, tras montar una empalizada, durante varios días asedió el castillo de Gibralfaro hasta abrir una pequeña brecha en un muro. Sin embargo, cuando la toma parecía inminente, los granadinos contraatacaron con una incursión nocturna que causó algunas bajas a los cristianos, entre ellos los familiares más directos del duque que salieron heridos.
La utilización de la artillería jugó un papel muy importante, con el fin de causar destrozos en las murallas y en el interior de la ciudad. También contribuía a minar la moral de los sitiados. Las piezas más utilizadas eran los cuartagos o morteros pedreros, ribadoquines (cañones de pequeño calibre montados en paralelo sobre una plataforma) y, las más destructivas, las grandes lombardas o bombardas (eran las famosas «Siete Hermanas Ximonas» y «de la Reina» en el bando cristiano). Los sitiados contaban igualmente con abundante artillería instalada, tanto en las torres y murallas, como en Gibralfaro.
Se practicaron por diversos lugares minas, o sea, excavaciones subterráneas que traspasasen las murallas con la doble finalidad de debilitar los muros y de poder introducir soldados. Se llevaron a cabo minas por parte del duque de Nájera, del conde de Benavente, del clavero de Alcántara y del comendador mayor de Calatrava. Cuando los defensores las descubrían, construían contraminas, les prendían fuego e incluso llegaron a enfrentarse en ellas soldados de ambos bandos.
Hubo un gran desaliento y por esto Fernando hizo venir a Isabel para animar a sus hombres, pero esto casi le cuesta la vida a la propia reina debido a un atentado planificado desde intramuros.
Las bombardas de Fernando fueron cambiadas de emplazamiento para apuntar a una torre que precedía un puente de acceso. Sin embargo, los artilleros cristianos idearon una forma nada convencional de volar aquel punto de resistencia, colocando un cañón cargado de pólvora debajo del edificio. Esta voladura fue un duro golpe a la moral de los defensores musulmanes.
Agobiados por el calor y el desabastecimiento, las tropas malagueñas lanzaron una última desesperada ofensiva sobre el campamento cristiano, pero fueron engullidos por la superioridad de los Reyes Católicos. Tras este episodio vinieron las capitulaciones que se cerraron el 18 de agosto, un grupo liderado por el mercader Alí Dordux, rindió la ciudad a espaldas de Hamad al Tagrí o El Zegrí, que continuó la defensa desde el Gibralfaro, aguantando unos días más. Finalmente, entregó el Gibralfaro y fue hecho prisionero junto a los gomeres, renegados y desertores. El rey mandó acañaverear (matar con cañas cortadas en punta, a modo de saetas) a 12 cristianos desertores.
El cronista Diego de Valera da 3.000 cristianos y 5.000 musulmanes muertos, cifras que hay que tomarlas con cierta reserva. El hospital de campaña disponía de dos pabellones, quince tiendas y doscientas camas de colchones, lo que pude dar un a idea de los heridos y enfermos atendidos.
Se liberaron más de 500 prisioneros cristianos, algunos de los cuales llevaban hasta 20 años.
Muchos de los supervivientes combatientes fueron enviados a galeras, el resto para evitar la esclavitud se estipuló el rescate de cada uno de los habitantes vivos. Tanto niños, adultos o ancianos se estableció en 30 doblas zahenes (equivalentes a 445 maravedíes o 6.000 euros actuales), que debían abonar en dos plazos, una vez pagado podían irse o quedarse. Algunos se les permitió partir para buscar el dinero para el resto
Conquista de Baza y Almería
Las campañas militares se vieron frenadas en 1488 como consecuencia de varios factores: una epidemia de peste por toda Andalucía, la convocatoria de Cortes en los reinos de la Corona de Aragón, que requería la atención de Fernando y el cansancio propio de los años transcurridos de guerra.
En 1489 trasladó la base de operaciones a Murcia, donde se produjeron unas primeras conquistas relativamente sencillas (Vera, Vélez Blanco y Vélez Rubio). No obstante, localidades mejor defendidas, como Baza y Almería, se resistieron firmemente.
La ciudad de Baza, situada en una hoya junto a la sierra de su nombre y en el camino que va desde el Levante a Granada, se convirtió en la llave que abriría a los castellanos el paso hasta Granada.
A finales de la primavera de 1489 los castellanos habían reunido junto a Baza un poderoso ejército, cerca de 13.000 jinetes y 40.000 infantes, que incluía gran cantidad de artillería que había sido traída desde Murcia.
El cerco comenzó con el ataque al cercano pueblo de Zújar, lo cual permitió “El Zagal”, aprovisionar a la ciudad de víveres y soldados, preparándola para un largo asedio militar.
La ciudad se encontraba fuertemente amurallada y defendida por grandes torres, y en la parte alta de la ciudad se alzaba una poderosa alcazaba. Baza tenía gran número de huertas rodeadas de intrincados cercados de tapial, con lo que hacía el ataque muy complicado.
Los castellanos construyeron un muro de circunvalación con piedras y palos y en algunos lugares hasta excavaron fosos y cada cierta longitud se construyó una torre vigía.
Además, se instalaron tres campamentos: el del Real junto a las Siete Fuentes, el del Real de Santa Cruz junto al camino viejo de Granada y otro en el cerro de la Bombarda en dirección al río de Baza.
Llegado el verano de 1489, el rey Fernando ordenó la colocación de los cañones para iniciar el bombardeo de las murallas y el asalto de la ciudad. Los defensores, dándose cuenta de que tal maniobra significaba su ruina, salieron a combatir desde los arrabales de la ciudad liderados por el jefe militar, un tal Cid Hiaya, que era primo del Zagal; e hicieron comprender a los castellanos que la conquista no sería fácil.
El rey castellano ordenó talar las huertas de Baza para poder así avanzar hasta las murallas. Como los de Baza intentaban impedirlo, los encuentros bélicos fueron constantes y encarnizados. Los sitiados pasaban muchas penalidades, el invierno se echaba encima siendo los suministros escasos, estando la población aterrorizada por los bombardeos y la lucha.
El golpe decisivo en esa guerra fue la llegada de la reina Isabel al campamento castellano. Todos los vecinos de Baza, asomados a la muralla, tuvieron ocasión de contemplar su llegada, lo cual significaba que el cerco no se iba a levantar y las tropas castellanas permanecerían allí hasta la rendición de la ciudad.
Los defensores comprendieron que era una locura intentar resistir, el 28 de noviembre de 1489 comenzaron las negociaciones para la rendición de la ciudad.
El 4 de diciembre, festividad de Santa Bárbara, patrona de Artillería, el alcaide Ben Hacen hizo entrega de las llaves de la ciudad, con el permiso de El Zagal. Ese día, los Reyes Católicos rodeados de sus jefes militares entraron en Baza por la puerta situada en el actual “Arco de la Magdalena”. Los habitantes musulmanes que quisieron, marcharon hacia Granada y los que permanecieron en Baza fueron trasladados a vivir al actual barrio de San Juan, donde vivirían hasta su expulsión total años más tarde tras la sublevación general de los moriscos.
Tras la rendición de Baza, el Zagal envió un mensaje de rendición a los Reyes Católicos acordando la entrega de los enclaves de Guadix y Almería; se fijó la fecha de entrega de Almería para el 22 de diciembre, el séquito real llegó a la vista de la ciudad en donde estableció a menos de 2 km de distancia, solo un día antes. Almuñécar y su alcazaba fue ofrecida por el alcaide de la ciudad, Mahomad ben Alhajé, percibió tres mil doblas castellanas por su entrega. La entrada oficial de los Reyes Católicos en Almería se celebró el 24 de diciembre de este mismo año de 1489, a continuación El Zagal se trasladó a Tlemecén (Marruecos), donde el sultán de Fez, por sugerencia de su sobrino Boabdil, le encarceló y le cegó.
Por otra parte, y en estos mismos días, Cidi Yahia el Nayar trabajó la rendición de Abla, Abrucena, Fiñana y Calahorra, cumpliendo lo concertado con los reyes Isabel y Fernando. Finalizó la campaña de los Reyes Católicos con la entrega de la ciudad de Guadix, el 30 de diciembre de 1489.
Solo quedaba Granada en esta campaña que se había iniciado en el año 1482 con la toma de Alhama y que finalizaría gloriosamente diez años después con la rendición a los Reyes de la ciudad de la Alhambra.
Con la conquista de Almería el reino Nazarí se quedaba sin accesos al mar, quedándose imposibilitada Granada de recibir socorros o avituallamientos del norte de África.
Conquista de Granada (1492)
En 1490 Fernando pone cerco a la ciudad de Granada, que debía tener una población de 200.000 habitantes, mientras se dedicaba a la devastación de la vera. También decidió aislar la ciudad por mar, don Francisco Ramírez de Madrid, tomo la ciudad de Salobreña, para evitar que los granadinos recibiesen refuerzos por mar. El castillo quedó rodeado y tuvo que ser suministrado por mar por pequeñas barcazas. Se cuenta que Hernán Pérez del Pulgar “el de las Hazañas” se encontraba asediado por las tropas de Boabdil y los pozos de agua de la ciudad habían sido agotados. Se negó a aceptar la orden de rendición del rey musulmán y selló esta decisión arrojando desde lo alto de las murallas el último cántaro de agua. Ganó la batalla subsiguiente y rompió el asedio granadino.
Aquel mismo invierno, Hernán Pérez del Pulgar, entró de noche en Granada con 15 de los suyos, clavó con su daga el Ave María en la puerta de la mezquita mayor y al salir incendió el mercado de la ciudad. A su vez, en esas mismas fechas fracasó el intento de liberar a los 7.000 cautivos cristianos que estaban encarcelados en las prisiones granadinas. La mayor parte moriría de hambre durante el asedio. Demostraron lo precario de las defensas granadinas.
En 1491 los castellanos acumulaban fuerzas cerca de Granada para el asalto final a la fortaleza. Los granadinos en una espolonada consiguieron incendiar parte del campamento cristiano. En 80 días se levantaría la ciudad de Santa Fe en el valle del río Genil, era de forma cuadrangular y estaba protegida por una muralla, torreada y con 4 puertas. Esta ciudad sería la base de operaciones militares de los castellanos. Con la presencia de los reyes en Santa Fe, manifestaron su decisión al enemigo de llegar hasta el final con el asedio a Granada.
Los castellanos no iniciaron ningún bombardeó ni asalto, sino que querían rendir la ciudad mediante su aislamiento; si la cosa funcionaba la fruta caería sola cuando estuviera madura. La fundación de Santa Fe por los españoles, produjo mayor abatimiento en los habitantes de Granada que las victorias militares más decisivas. Los moros veían a sus enemigos asentados sobre su suelo, resueltos a no abandonarlo jamás.
En junio de 1491, la reina Isabel quiso ver de cerca la ciudad de Granada, la mejor vista era desde la ciudad de Zubia. Fernando y el marqués de Cádiz la escoltaron con una fuerza de escolta, de repente los granadinos realizaron una salida con jinetes e infantes y un cañón de campaña, uno de los jinetes llamado Tarif llevaba un cartel desafiando a Pulgar y el Ave Maria atado en la cola. Pulgar pidió permiso para aceptar el desafío y el tal Tarif murió en el lance, después se produjo el enfrenamiento entre ambas fuerzas y los granadinos se retiraron a la ciudad, dejando 600 muertos y otros 1.500 prisioneros, de los castellanos no se dan cifras. Según Lafuente Alcántara, «la reina y su servidumbre corrieron grave riesgo en la batalla» y salvaron el pellejo al esconderse tras los laureles. De ahí viene la famosa frase.
Los granadinos iban sintiendo los horrores del hambre. En esta coyuntura, el desventurado Boabdil y sus principales consejeros, se convencieron de que Granada no podía sostenerse por mucho tiempo y finalmente en el mes de octubre hicieron proposiciones por medio del visir Abul Cazim Abdelmalig para abrir negociaciones sobre la rendición de la ciudad. Granada estaba aislada también por mar y no había esperanzas de recibir socorro de África o de alguna otra parte.
Finalmente Abul Cazim Abdelmalig y Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos y Gonzalo de Córdoba, iniciaron secretamente las negociaciones para la capitulación de Granada. Gonzalo de Córdoba fue elegido para este delicado asunto por su extraordinaria habilidad y por el conocimiento que tenía de la lengua y costumbres de los moros.
Las reuniones tuvieron lugar de noche y con el mayor secreto, unas veces dentro de los muros de Granada y otras en la aldea de Churriana, cerca de Granada. Por último, después de largos debates, se fijaron definitivamente las condiciones de la capitulación, que fueron ratificadas por los respectivos monarcas a 25 de noviembre de 1491.
Las operaciones se limitaron al asedio de la ciudad, dirigido desde el campamento-ciudad de Santa Fe. Con más intrigas que acontecimientos militares, los Reyes Católicos exigieron a Boabdil la entrega de la ciudad.
El 25 de noviembre de 1491 fueron firmadas las Capitulaciones de Granada, que concedieron además un plazo de dos meses para la rendición. No hubo necesidad de agotarlo, porque los rumores difundidos entre el pueblo granadino de lo pactado causaron tumultos, sofocados tanto por los cristianos como por los fieles a Boabdil, que acabó por entregar Granada el 2 de enero de 1492.
Estas condiciones eran semejantes a las de Baza. Se concedía a los habitantes de Granada que conservaran sus mezquitas y el libre ejercicio de su religión con todos sus peculiares ritos y ceremonias; habían de ser juzgados según sus leyes por sus propios cadis o jueces, con sujeción a la autoridad general del gobernador.
No se les habían de imponer tributos mayores que los que pagaban de ordinario a los reyes moros y ninguno absolutamente durante los tres primeros años. El rey Boabdil podría reinar sobre cierto territorio que se le señaló en las Alpujarras. Debían entregar a la corona de Castilla, la artillería y las fortalezas. Las ciudades se rendirían en el plazo de sesenta días contados desde la fecha de la capitulación.
El sultán Boabdil se retiró al señorío de Andarax, en la Alpujarra almeriense, pero finalmente (noviembre de 1493, tras una fuerte indemnización), optó por cruzar el Estrecho, como la mayor parte de la élite andalusí.
Los habitantes que no se convirtieron al cristianismo tuvieron que marcharse a África. 100.000 musulmanes tomaron dirección a África.
En el año 1493, Hernando de Zafra, secretario de los Reyes de Castilla y Aragón, concretó con Aben Comixa, visir del sultán vencido, la venta de todos los bienes de Boabdil, que partiría para Marruecos.