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Imperio Almorávide
Se conoce como almorávide (en árabe: al Murabitun es decir, «el morabito») a un monje-soldado salido de grupos nómadas provenientes del Sáhara. Otros escritores se refieren a ellos como los al-mulathimun («los velados», a partir de litham, «velo» en árabe). El almorávide se velaba por debajo de los ojos, una costumbre adaptada de los bereberes sanhaya que puede encontrarse todavía entre los actuales tuaregs, pero poco habitual más al norte. Aunque práctico para la arena del desierto, los almorávides insistían en llevar el velo en cualquier lugar, como un emblema de «extranjería» en entornos urbanos, en parte como forma de mostrar sus credenciales puritanas. Bajo su mandato se prohibió que nadie más pudiera portar el velo, convirtiéndolo en la prenda distintiva.
El movimiento almorávide surgió en los inhóspitos territorios que se extienden entre las últimas zonas cultivadas del sur de Marruecos y las vegas de los ríos Senegal y Níger. La región la habitaban únicamente grupos de nómadas bereberes que no practicaban la agricultura. Sus únicas riquezas provenían de los rebaños que mantenían y de los ingresos que obtenían de ofrecer protección a las caravanas que cruzaban el territorio.
En las tierras del sur correspondientes a los actuales estados de Mauritania y Malí, desde el río Senegal hasta el río Níger, haciendo frontera con el antiguo reino negro de Ghana, se había establecido con sus ganados un pueblo de pastores nómadas bereberes, pertenecientes a la confederación Zanhaga (los cenhegíes).
Estos cenhegíes del desierto se habían islamizado someramente para el siglo X, mediante el contacto con los mercaderes musulmanes que, desde Siyilmasa, recorrían las rutas caravaneras cruzando el desierto hasta Audagost y el Imperio de Ghana para trocar sus mercancías por oro. Entre el siglo IX y el X, tres de las distintas tribus cenhegíes de la región, las tribus Lamtuna, Masufa y Gudala, formaron una confederación, que dominó la tribu Lamtuna, la más meridional de ellas, que recorría una amplia zona entre los ríos Draa y Níger. El objetivo de esta liga era detener el avance de los pueblos negros del sur, conservar la ciudad de Audagost, dominar una amplia zona de pastoreo y controlar las principales rutas de caravanas que cruzaban de norte a sur la región. En el siglo XI, se rehizo la liga tribal, desbaratada durante el año anterior, ya que los cenetas (zenetas)de la tribu Magrawa; tradicionales rivales de los cenhegíes, les habían arrebatado el control de las rutas caravaneras que paraban en Siyilmasa y Audagost y los importantes pastos del valle del río Draa.
Posiblemente en torno al 1035/6, Yahya ibn Ibrahim, jefe de la tribu bereber cenhegí de los Gudala, realizó la peregrinación a La Meca. De vuelta a su tierra, atravesó Egipto e Ifriqiya, donde conoció a un renombrado alfaquí (doctor en la ley islámica) de Kairuán, Abu Imran Musa ibn Isa ibn Abi-l-Hachach, originario de Fez, y solicitó al maestro que enviase con él a uno de sus discípulos para instruir a sus compatriotas gudalíes.
Comenzó con un grupo de unos sesenta o setenta voluntarios, que se sometieron a su inflexible rigor de asceta, y a su brutalidad en la aplicación de castigos. Abdalá ibn Yasin se retiró entonces con un puñado de adeptos a una rábida (convento militar) que fundó en una isla costera, la de Tidra o la de Targuin, cercana al territorio de la tribu. La reputación de Abdalá ibn Yasin y su rábida crecieron junto con la cantidad de monjes-soldados que acudían al lugar a depurarse.
Un momento decisivo en la expansión del movimiento fue la adhesión de Yahya ibn Omar, jefe de la poderosa tribu cenhegí de los lamtuna (lemtuna o lemtana significa hombres con velo), y de su hermano Abu Bakr.
A partir de 1042, con fuerza suficiente como para iniciar una auténtica guerra santa. Esta ofensiva, no obstante, no se dirigió sino a los puntos más sensibles para el comercio afro-mediterráneo:
- Hacia el este: dirigieron su ofensiva hacia Sidjilmasa, lo que les permitió controlar la ruta transahariana del oro y la sal, la que venía de Audoghast y de Tombuctú.
- Hacia el norte: tras tomar Sidjilmasa, alcanzan Fez en 1063, masacrando a los habitantes de una ciudad que constituía un competidor directo Sidjilmasa.
- Hacia el sur: tras fundar Marrakech en 1062, que se convirtió en la capital de los almorávides, llegaron a Audoghast, masacrando también a la población, especialmente a los no musulmanes.
Ibn Yasin apoderó de Siyilmasa (1054) y de Aghmat (1058), pero pereció en un combate contra los barguata de las llanuras atlánticas en 1059.
Tras la muerte de Ibn Yasin, el poder recayó en manos de Abu Bakr ibn Umar, que se consagró a la lucha contra el reino de Ghana (al sur de la Mauritania actual). Murió en 1087 o 1088 en Senegal, asesinado por una flecha envenenada.
Su lugarteniente y sucesor en el poder hacia 1070, Yusuf ibn Tashfin, consolidó la autoridad almorávide. Sus grandes victorias militares y su ortodoxia tan rigurosa en materia religiosa le granjearon las simpatías de su tropa, del estamento religioso y de las poblaciones que iba conquistando a medida que ascendía hacia las costas mediterráneas del norte de África. Así, en el año 1070, Ibn Tashfin conquistó la ciudad santa de Fez, donde mató a más de 3.000 personas que aún se oponían a su poder.
Desde Fez siguió avanzando como un rodillo hasta tomar Tánger, en el año 1078, y después Tlemecén, dos años después. Para ese año, todo el Magreb y el Sáhara occidental pertenecía al Imperio almorávide.
Los almorávides en España
Los reyes taifas Al-Mutamid de Sevilla, el de Granada y el de Badajoz, enviaron emisarios a Yusuf ibn-Tashfin para que les auxiliase frente al monarca leonés Alfonso VI tras la caída de la Taifa de Toledo, del cual ambos soberanos eran tributarios.
Fue enviado por su primo Abu Bakr Ibn Umar, jefe de los Almorávides, contra el cual posteriormente se insubordinó, tolerando el anterior la insubordinación para evitar así la fragmentación del reino.
Los almorávides, al mando de Yusuf ibn-Tashfin, acudieron a la llamada de los reyes de taifas, desembarcaron en Algeciras con 7.5000 efectivos, a los que se le sumaron fuerzas de los reinos taifas de Sevilla, Granada y Badajoz, y se dirigen al norte con unos 30.000 efectivos.
El rey cristiano Alfonso VI de Castilla y León consiguió reunir también un numeroso ejército. El choque bélico entre ambos ejércitos se produjo cerca de Badajoz, en Sagrajas (Al-Zalaca en 1086) lo que se conoce como la batalla de Sagrajas o de Zalaca, donde los cristianos sufrieron una importante derrota. Los almorávides no aprovecharon el éxito de la victoria recién obtenida, el emir Yusuf ibn-Tashfin regresó al norte de África debido a que su hijo acababa de morir.
Los almorávides volvieron a cruzar el estrecho de Gibraltar y a partir de 1090 se fueron apoderándose de los reinos de taifas. El verano de ese año Yusuf se dirigió a Toledo con objeto de recuperarla pero el rey de León, con la ayuda de un ejército de Aragón, rechazaron al ejército almorávide que, cambiando sus planes, conquistó en septiembre de 1090 Granada.
Yusuf volvió al Magreb dejando en la península Ibérica a su primo Sir ibn Abu Bakr con el mandato de reducir el resto de las taifas de al-Ándalus. Antes de acabar ese año, tomó Tarifa y en la primavera de 1.091 atacó la importante Taifa de Sevilla. Seguidamente, fueron sometidas las taifas de Jaén, Murcia y Denia, con lo que solo quedaban las grandes taifas de Badajoz y Zaragoza, así como la insular de Mallorca.
Mientras tanto, el Cid dominaba el Levante, y el 17 de junio de 1094 conquistaba Valencia rechazando por dos veces a los almorávides, la primera cuando acudieron a reconquistarla en otoño de ese mismo año en la batalla de Bairén con la colaboración de Pedro I de Aragón, y en un segundo intento en 1097 por parte del propio emperador Yusuf ibn Tasufin
En 1088 Muhammad ibn Aisa ocupó Játiva y Alcira, situándose a escasos 35 kilómetros de Valencia. En 1093 Sir ibn Abu Bakr atacó a Al-Mutawakkil de Badajoz y conspiró contra él, propiciando su caída: tras hacer prisionero al rey pacense y sus hijos, los hizo ejecutar cuando se dirigía a Sevilla. Con la taifa de Badajoz cayó también Lisboa, que el conde Raimundo de Borgoña, esposo de la princesa Urraca, fue incapaz de defender.
Tras la muerte del Cid en 1099, el principado de Valencia pasa a ser gobernado por su esposa viuda Jimena, pero en 1102 Alfonso VI decide que no puede mantenerse la ciudad y la evacuó, abandonándola al poder almorávide, no sin antes incendiarla. Pero en 1106 Yusuf ibn Tasufin debía hallarse débil, pues moría el 2 de septiembre de ese mismo año, sucediéndole su hijo Ali ibn Yusuf.
En 1109 la independencia del reino taifa de Zaragoza estaba seriamente en peligro ante el poder bereber. Esta taifa se había mantenido independiente gracias, en parte, a las buenas relaciones que Al-Mustamin II de Zaragoza mantuvo con el emir Yusuf ibn Tasufin. Así, en 1093 o 1094, el rey envió a su propio hijo con generosos regalos al emperador almorávide. Zaragoza mantuvo su independencia hasta 1110, año en que finalmente caería bajo el poder almorávide.
A partir de la conquista de Valencia en 1102 comenzó la hegemonía almorávide en España. Ali ibn Yusuf ataca en 1108 la fortaleza de Uclés. La batalla de Uclés terminó con derrota cristiana. Al año siguiente el emir almorávide intentó aprovechar esta victoria hostigando Talavera con el fin de preparar la conquista de Toledo, bastión que seguirá conteniendo el avance almorávide.
A comienzos del siglo XII se inició el debilitamiento progresivo de los almorávides, que van perdiendo posiciones ante el avance cristiano. El portugués Alfonso Enríquez derrotó a los almorávides en la batalla de Ourique (1139). Esta victoria sería un paso más para la creación del reino de Portugal. Alfonso VII, rey de Castilla y León, conquistó la ciudad de Coria (1142). La desintegración del dominio almorávide en al-Ándalus provocaría la fragmentación del poder musulmán en nuevos pequeños estados independientes o segundos reinos taifas.
Batalla de Sagrajas o de Zalaca (1086)
Yusuf ibn Tasufin desembarcó en Algeciras con 7.500 efectivos y se dirigió al norte de al-Ándalus pasando por Sevilla y llegando a Badajoz, donde esperó a los castellanos. Sus efectivos totales eran 30.000, la mayoría infantería y caballería ligera.
Alfonso VI, cuando los almorávides desembarcaron en Algeciras, se encontraba asediando Zaragoza, se desplazó con su ejército a Toledo expectante ante el avance almorávide, finalmente decidió dirigirse a Coria y salir a cortarle el paso con unos 20.000 efectivos de los cuales 2.000 serían caballeros (caballería pesada), 2.000 jinetes ligeros y el resto infantes.
En Coria recibió un mensaje de Yusuf ibn Tasufin ofreciéndole tres posibilidades: convertirse al Islam, pagar tributo (jizyah) o luchar. Alfonso VI por supuesto lo rechazó y se dirigió contra los almorávides, alcanzando la llanura de Sagrajas, al nordeste de Badajoz, mandó un mensaje a Yusuf invitándole a una batalla campal.
Yusuf salió de Badajoz y cruzó el Guadiana, situándose a unos 5 km del campamento cristiano, mandando un mensaje para que la batalla tuviese lugar el sábado, respetando el viernes día sagrado musulmán y el domingo día sagrado cristiano.
Al amanecer del viernes 23 de octubre de 1086, sin respetar el acuerdo, el rey Alfonso realizó un ataque repentino con su caballería pesada en delantera o vanguardia al mando de Alvar Fáñez de Minaya, la caballería ligera a las costaneras o flancos y detrás la infantería en la medianera o centro. La zaga o retaguardia la montó sobre su campamento.
Cuando Yusuf ibn Tasufin se enteró del avance, dividió su ejército en la forma tradicional de aquella época: la almogadama o vanguardia situó las fuerzas de Sevilla bajo el mando de al-Mutamid. En los ayanahaim o flancos en el derecho las fuerzas de Badajoz bajo el mando de Umar al-Mutawakki, y en el izquierdo las fuerzas de Málaga bajo el mando de Tamín, junto con las de Granada bajo el mando de Abd Allah. En el alqab o centro situó las fuerzas de caballería almorávides mandadas por Dawud ibn Aysa, y en la sasaca o retaguardia las fuerzas lamtiníes y su guardia negra personal bajo el mando de Yusuf.
Los cristianos recorrieron los cinco km que los separaban y cargaron, el choque frontal fue tremendo, sobre todo en el centro, donde el rey sevillano apenas pudo contener la embestida, durante las primeras horas el ejército cristiano continuó la pelea ventajosamente. Muchos musulmanes corrieron a Badajoz ante la creencia de una inminente derrota.
Yusuf fue informado de la situación inicial de los ejércitos taifas, pero dijo: “dejadlos un poco que perezcan, pues los dos grupos son de los enemigos”.
Cuando los cristianos rompieron las líneas, mandó que la caballería almorávide de Dawud actuara contra la penetración, pero que se replegaran para atraerles a una emboscada, las vanguardias de Alfonso VI los persiguieron y penetraron en el campamento enemigo, empezando a saquearlo. El campamento estaba defendido por 4.000 fornidos negros, uno de los cuales hirió al rey cristiano en el muslo, con gran dificultad los compañeros de Alfonso lograron formar un escudo en torno a él, y le sacaron del campamento.
Los cristianos detuvieron su avance y dieron la orden de replegarse hacia atrás, para dirigirse a su campamento.
Yusuf ordenó a sus escuadrones de caballería almorávide que regresaran y realizaran un doble envolvimiento por los flancos cristianos, alcanzando la retaguardia y cayendo sobre el campamento cristiano. La caballería musulmana atacó el campo enemigo, y sin detenerse al pillaje volvieron grupas para atacar por detrás a los aterrorizados infantes de Alfonso que se estaban replegando. Se produjo la desbandada general y las tropas cristianas fueron deshechas, Alfonso se refugió con los guerreros restantes en un cerro. Allí, herido, resistió viendo como su ejército, el mayor que había existido, era aniquilado y su campamento sometido al pillaje. Por fin, al caer la noche, el rey pudo huir con 500 caballeros. Sus caballeros lo llevaron enfermo al castillo de Coria (a 125 km) y después a Toledo, pues se creía un inminente ataque musulmán a la misma.
Las bajas fueron muy importantes, los cristianos dejaron en el campo de batalla la mitad de sus efectivos, y los musulmanes también sufrieron fuertes bajas, se dice que Yusuf se vio muy afectado por el gran número de bajas propias.
Los campos de Zalaca quedaron sembrados de cadáveres. Se mandó cortar las cabezas de los enemigos, apiñarlas, y sobre estas macabras pirámides rezaron los almuédanos, después las cabezas fueron cargadas en carretas y mandadas a las ciudades cristianas para que vieran lo que ocurría a los que osasen combatirlos. Esta era una costumbre almorávide para infundir terror a sus enemigos.
En 1086, el noble castellano García Giménez tomó el castillo de Aledo, villa situada en pleno corazón de la Región de Murcia, iniciando así el hostigamiento de los territorios granadinos, alicantinos y jiennenses.
Sitio de Aledo (1088)
En 1086 el castillo de Aledo había sido tomado por García Jiménez. Desde esta plaza realizaba numerosas algaras contra las zonas de huerta de Murcia y Orihuela.
Los almorávides, no pudiendo tolerar esta situación y se dispusieron de nuevo para la jihad. Yusuf ibn Tasfin cruzó el Estrecho por segunda vez y, reforzado con las fuerzas de las taifas de Sevilla, Málaga, Almería y Murcia, se dirigió a sitiar la desafiante fortaleza de Aledo. El asedio, a pesar de organizarse con gran profusión de hombres y máquinas, causaba constantes disputas entre los reyes andalusíes y la moral fue decreciendo. Ante las continuas peticiones de socorro por parte de los sitiados, Alfonso VI y el Cid, encabezando sus respectivas mesnadas, se encaminaron hacia Aledo. No obstante, falló la coordinación. El rey castellano fue el único en llegar al castillo en peligro y además forzó a los musulmanes a levantar el asedio.
Alfonso VI había triunfado. Yusuf ibn Tasfin se retiraba de nuevo al norte de África y los reyes de Taifas, abandonados por los almorávides, se apresuraron a firmar pactos de amistad con los castellanos, acuerdos que serían negociados por Alvar Fáñez con el rey de Granada y con el de Sevilla.
Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro, aplicándole además una medida que solo se ejecutaba en casos de traición, que conllevaba la expropiación de sus bienes. A partir de este momento que el Cid comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente.
Alfonso mandó destruir el castillo dado que no era defendible y mando incendiar las casas antes de retirarse.
Conquista de Valencia por el Cid
La llegada de los almorávides y la derrota de Salaza, propició el acercamiento entre el rey Alfonso y el Cid. Rodrigo acompañó a la corte del rey Alfonso en Castilla en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde se reunió de nuevo con al-Mustain II. Juntos, tomaron la ruta de Valencia para socorrer al rey-títere al-Qadir del acoso del rey de Lérida al-Mundir, que se había aliado de nuevo con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esa época un protectorado de Alfonso VI.
El Cid logró repeler la incursión de al-Mundir de Lérida, pero poco después el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro.
Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro (Sagunto) con el fin de expulsar al rey hudí de Lérida. Rodrigo Díaz partió de Burgos, acampó en Fresno de Caracena y el 4 de junio de 1088 llegó Calamocha y se dirigió de nuevo a tierras levantinas.
Cuando llegó, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II, entonces aliado con al-Mustain II de Zaragoza, a quien el Campeador había negado entregar la capital levantina en la campaña anterior. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente. El Cid comenzó a cobrar para sí mismo las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI y estableció con ello un protectorado sobre toda la zona, incluida la taifa de Albarracín y Murviedro.
Sin embargo, en 1088, tras el incidente de Aledo, en el que el Cid fue desterrado, comenzó a actuar a todos los efectos como un caudillo independiente.
A comienzos de 1089 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, lo que provocó que al-Qadir de Valencia pasara a pagarle tributos para asegurarse su protección.
Batalla de Tévar (1090)
A mediados de ese año amenaza la frontera sur del rey de Lérida al-Mundir y de Berenguer Ramón II de Barcelona, estableciéndose firmemente en Burriana, a poca distancia de las tierras de Tortosa, que pertenecían a al-Mundir de Lérida. Este, que veía amenazados sus dominios sobre Tortosa y Denia, se alió con Berenguer Ramón II,
El conde de Barcelona provocó al Cid que aceptó el reto. El héroe castellano acampó en la hoya de Tévar y esperó allí a su enemigo. El conde quería atacarle por sorpresa, bajando por la pendiente del pinar para caer sobre el campamento situado en el llano. Berenguer Ramón II tenía muchos más hombres que el Cid.
Sin embargo, el Cid, excelente estratega, utilizó sus servicios de información y logró averiguar las intenciones del conde. Así, decidió que el grueso de sus tropas no esperara en el campamento y ocultó a una parte de sus hombres en los flacos, a media ladera. Se escondieron entre la maleza o en cuevas y el grueso de sus tropas recibió de frente a los hombres del conde de Barcelona, en plena pendiente de la ladera. Cuando estaban enzarzados en la lucha, aparecieron por ambos flancos y por retaguardia, los castellanos que estaban emboscados. Finalmente, las mesnadas del Cid cercaron y apresaron a los catalanes y se apropiaron de un importante botín de guerra. El mismo Conde y sus caballeros fueron apresados y llevados al campamento. Unos días más tarde fueron puestos en libertad.
Ambos contendientes se convirtieron en futuros aliados, como confirman los sucesivos pactos de Zaragoza y Daroca. Nueve años después de la batalla de Tévar, el conde Berenguer Ramón II se enroló para luchar en la Primera Cruzada, donde al parecer murió. Poco después, María Rodríguez, una de las hijas del Cid, contrajo matrimonio con Ramón Berenguer III.
Como consecuencia de estas victorias, el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península, estableciendo un protectorado sobre Levante que tenía como tributarios a Valencia, Lérida, Tortosa, Denia, Albarracín, Alpuente, Sagunto, Jérica, Segorbe y Almenara.
Campaña contra La Rioja (1092)
En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI había perdido su influencia en Valencia, sustituida por el protectorado del Cid. Para recuperar su dominio de esa zona se alió con Sancho Ramírez de Aragón y Berenguer Ramón II, y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias, y en verano de 1092 la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, había acudido antes por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid, pero la demora de la armada pisano-genovesa que debía apoyarle y el alto coste de mantener el sitio, obligó al rey al abandono de las tierras valencianas.
Rodrigo estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de al-Mustain II en la primavera de 1092; había partido de Zaragoza con un ejército de moros y cristianos y tomó represalias contra el territorio de la actual Rioja, contra las posesiones del conde García Ordóñez en Nájera, Haro, Alberite, Calahorra o Alfaro. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.
Entrada en Valencia (1094)
Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza tras su incursión a La Rioja; el cadí Ben Yahhaf llamado por los cristianos Abeniaf (partidario de la facción almorávide), se hizo con el poder en Valencia, y el rey taifa Al-Qadir que pagaba parias a Rodrigo, fue asesinado el 28 de octubre de 1092. Al conocer la noticia, el Campeador regresó a Valencia en noviembre, y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a 14 kilómetros de la capital levantina; rindiéndola mediado el año 1093, con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.
Ese verano comenzó a cercar la ciudad. Valencia, ya asediada, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de Al-Latmuní, que avanzó desde el sur de la capital del Turia hasta Almusafes, a 23 kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. El Cid estrechó el cerco, que se prolongaría por casi un año entero, tras el cual Valencia se vio obligada a capitular el 15 de junio de 1094.
Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón, Pedro I; que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia durante el sitio de Huesca. Se reunieron en junio de 1094 en Burriana para concertar una alianza a fin de hacer frente a los almorávides y tomó el castillo de Serra y Olocau en 1.095.
Batalla de Cuarte o de Alcúdia (1094)
Desde el momento en que el poderoso Yusuf ibn Tasufín tuvo noticia de que había caído Valencia, comenzó a poner los medios para recuperarla. Además, el Cid Campeador había sometido en estos meses a la provincia de Denia a continuas correrías, y los denienses habían elevado su queja al emir. Ysuf ibn Tasufín, por consiguiente, dio orden de reclutar un ejército en el norte de África al mando de su sobrino Abú Abdalá Muhamad ibn Ibrahim, que consiguió reunir en Ceuta 4.000 jinetes ligeros africanos. Desembarcaron entre el 16 y el 18 de agosto y en su camino hacia Valencia se le fueron uniendo fuerzas hasta alcanzar unos 12.000 efectivos.
El 23 de agosto llegaron a Granada, donde se les unió el ejército de la taifa granadina, y según avanzaba se les unirían más fuerzas como 300 jinetes pesados del rey taifa de Lérida, 100 jinetes pesados de Albarracín. El 15 de septiembre montó su campamento a unos 3 km de Valencia, entre Cuarte de Poblet y Mislata, a unos 3 o 4 kilómetros de Valencia. Como era ramadán, esperó para iniciar el asalto el mes siguiente.
El ejército de El Cid, se estima en 6.000 efectivos, la mitad de los cuales eran jinetes. La ciudad tenía unos 15.000 habitantes, desarmó a los musulmanes pues había una facción que apoyaba a los almorávides, también expulsó a mujeres e hijos de musulmanes para disminuir el número de bocas a alimentar.
Finalizado el Ramadán, los almorávides iniciaron las hostilidades el 14 de octubre, destruyendo, los barrios extramuros de la ciudad. El Cid había hizo correr el rumor de que un ejército de Alfonso VI avanzaba para levantar el sitio.
El Cid, tras soportar una semana de acoso por parte del ejército almorávide, decidió atacar el 21 de octubre de 1094. Salió de noche o de madrugada de ese día, mandando el grueso de su ejército que salió por las puertas del sur de la ciudad. Dio un amplio rodeo para alejarse lo más posible del ejército almorávide y no ser descubierto, para situarse a retaguardia del real (campamento) enemigo, de modo que, cuando lanzaran el ataque desde ese punto, a los almorávides les pareciera que efectivamente llegaban los refuerzos de Alfonso VI desde Castilla.
Al alba, otro grupo menos numeroso de caballería cristiana salió de la ciudad por la puerta oeste, la más cercana a la vanguardia almorávide. Simulaba una espolonada o ataque rápido y con pocos efectivos que eran las habituales en los cercos para sorprender al adversario y conseguir vituallas para mitigar las penurias del asedio. En realidad se trataba de una maniobra de distracción, una vez que el grueso de la caballería almorávide fue a atacar a la espolonada, el grueso de la caballería cristiana atacó por la retaguardia, tomando por sorpresa el real almorávide, posiblemente con el general Muhammad dentro. Creyendo Alfonso VI había llegado con refuerzos, se produjo una desbandada general huyendo en todas las direcciones.
El grupo de la espolonada tuvo problemas para defenderse de la vanguardia del ejército almorávide y sufrieron en su retirada algunas bajas, pero al percatarse sus perseguidores de que un importante ejército atacaba por la retaguardia, vacilaron y probablemente se retiraron. Al mediodía el Cid había conseguido una rápida victoria sin bajas y expulsando del campamento al sitiador. Las fuerzas de Cid saquearon el real almorávide, fue una victoria decisiva del Cid y la primera derrota almorávide que obligó a una retirada sin paliativos del ejército sitiador.
El Cid obtuvo un gran botín, así como recuperó la hegemonía en esa zona, conquistando las plazas de Almenara y Murdrievo (Sagunto). Almenara servía de frontera entre las taifas de Tortosa y Valencia y fue sitiada por El Cid en 1098, y la fortaleza fue tomada después de tres meses de sitio.
Batalla de Bairén o de Gandía (1097)
En el año 1096 el rey Pedro I acababa de conquistar la ciudad de Huesca, cuando llegaron emisarios del Cid informando que se aproximaba un nuevo contingente almorávide. A pesar del cansancio y del desgaste del asedio, Pedro I no dudó en cumplir su pacto de mutua ayuda, prometiendo en doce días estaría con en Valencia.
Reunidos los ambos ejércitos, marcharon hacia la fortaleza de Peña Cadiella, restaurada por el Campeador en 1091, y que dominaba los accesos de Valencia desde el Sur. Llevaban gran convoy de avituallamiento a fin de aprovisionar la fortaleza abundantemente.
El rey Pedro y el Cid consiguieron abrirse paso desde Játiva hasta Peña Cadiella, donde depositaron todos los suministros, quedando así la fortaleza con capacidad para resistir un largo asedio.
Como itinerario de regreso de Peña Cadiella a Valencia, los ejércitos conjuntos del rey Pedro y del Cid eligieron el camino de la costa, evitando así el más montañoso por Játiva. Llegaron junto al mar y allí fijaron sus reales (campamentos), muy cerca de una fortaleza llamada Bairén, actualmente conocida como el castillo de San Juan, al norte de Gandía, muy próximo a esta ciudad.
El ejército almorávide al mando de Muhammad ibn Tasufin, el sobrino del emir, había tomado el promontorio de Mondúver (una altitud de 841 metros cercana al mar), desde donde hostigaban el campamento cristiano. Además, el general Muhammad había conseguido llevar una flota compuesta por naves almorávides y andalusíes al mismo punto, desde donde arqueros y ballesteros islámicos cogían entre dos fuegos a las tropas cristianas.
La situación parecía desesperada, pero el Cid arengó por la mañana a sus tropas para conminarlas a llevar a cabo una carga frontal con toda la caballería pesada para romper la formación enemiga por el centro, mediante la táctica denominada carga de tornada; esta consistía en una carga frontal posiblemente en cuña, que rompía la formación enemiga por el centro, y se volvía hacia ambos flacos para atacarlos por retaguardia, produciendo la desbandada. En su huida, muchos guerreros musulmanes murieron ahogados en el río que tenían a su espalda o en el mar al intentar alcanzar las naves almorávides para ponerse a salvo.
Abandonaron el campamento con todos sus bienes. Entre el botín alcanzado había gran cantidad de oro, plata, caballos, mulas, valiosas armas y otras riquezas.
Batalla de Consuegra 1098
Pero mientras Rodrigo Díaz luchaba en Levante, un ejército almorávide capitaneado por Mohammed Ben al Hach se dirigía a Toledo.
Alfonso VI solicitó ayuda al Cid y este respondió generosamente, enviando un contingente de tropas entre las que figuraba su único hijo varón: Diego Rodríguez.
Por fin, entrado el verano de 1097, las vanguardias almorávides llegaron a Calatrava la Vieja que era la fortaleza más avanzada musulmana, su objetivo sería Consuegra que era el único obstáculo de importancia en el camino hacia Toledo.
Alfonso reunió sus tropas en Consuegra, instalando su campamento dentro de la fortaleza, mandó reforzar las murallas de la ciudad y esperó a los almorávides que no tardaron en aparecer.
La batalla de Consuegra tuvo lugar 15 de agosto de 1098, fue el segundo gran combate directo entre el ejército castellano y el almorávide.
Al parecer el ejército cristiano formó en tres divisiones de infantería apoyadas por un grupo de caballería cada una; la de la izquierda estaba mandada por Pedro Ansurez y apoyada por la caballería de Alvar Fañez, el centro los mandaba Alfonso, y la derecha la mandaba Diego Rodríguez apoyado por la caballería de García Ordoñez.
Muhammad ben al-Hach que contaba con unos 20.000 efectivos, situó su infantería en el frente y la caballería detrás en cada ala.
Los cristianos avanzaron y consiguieron romper las filas de la infantería, pero las alas almorávides, formadas por jinetes ligeros, envolvieron a los cristianos. El rey ordenó la retirada y, mientras en el flanco izquierdo se replegaban Pedro Ansúrez y Álvar Fáñez juntos, en el derecho solamente lo hizo García Ordóñez sin ayudar a Diego Rodríguez, quien quedó rodeado junto con sus hombres, siendo muerto.
Alfonso VI se refugió dentro de la ciudad con el resto del ejército, que no tardó en caer, y se retiró al castillo, un bastión inexpugnable en lo alto de un cerro. Tras ocho días de sitio, sin agua, ni apenas comida, y con solamente unas centenas de hombres, Alfonso VI resistió el asedio musulmán. Tras el octavo día los almorávides, diezmadas sus tropas, sofocados por el calor y temiendo la llegada de refuerzos cristianos, dado que el rey Pedro I de Aragón avanzaba hacia Toledo para prestar ayuda, levantaron el asedio y se retiraron.
Mohammed ibn al-Hach regresó a Córdoba con el botín obtenido, el que no tomase el castillo ni que se dirigiese a Toledo, indica que sus pérdidas debieron ser muy severas.
El triunfo de los almorávides fue incuestionable. No obstante, estas no realizan ninguna acción militar de envergadura a posteriori con el objeto de explotar su éxito de Consuegra. Todo parece apuntar que el ejército de Alfonso VI fue vencido pero no aniquilado.
Yusuf ibn Tasufín, diez meses después de la batalla en 1098, regresó a Marrakech satisfecho con sus conquistas.
Álvar Fáñez, no obstante, sería derrotado en Cuenca también durante el verano por las fuerzas que mandaba uno de los hijos de Ibn Tasufin, Muhhamad ibn Aisa. Después, batió a un contingente valenciano cerca de Alcira.
Muerte del Cid y abandono de Valencia
Los continuos reveses cristianos no impidieron que el Cid tomase Murviedro (Sagunto) y Almenara, sin embargo, la muerte de su hijo en la batalla de Consuegra (1098) fue un duro golpe, muriendo en Valencia el 9 de junio de 1099. Su esposa Jimena se hizo cargo del reino.
La leyenda dice que el Cid, antes de morir, obligó a su esposa a prometerle que pondría su cadáver sobre Babieca (su caballo de guerra). La visión del Cid saliendo de la ciudad aterrorizó a los musulmanes y huyeron. De ahí procede la frase de «ganar una batalla después de muerto«.
Ibn Tasufin sabía que había llegado su oportunidad, y de nuevo envía un poderoso ejército. A finales de agosto del 1101, nuevas huestes almorávides se presentaron ante Valencia y la sometieron a asedio. La única alternativa que la queda a Jimena fue llamar en su ayuda a su primo, el rey Alfonso VI.
El rey castellano-leonés llegó con su hueste en abril de 1102, consiguiendo romper el asedio. Con la llegada de Alfonso VI y sus huestes a Valencia, los almorávides detuvieron su ofensiva, pero se quedaron a la expectativa. Durante dos meses el rey cristiano permaneció en la ciudad valenciana buscando una solución, que siempre pasaba por encontrar un líder que ayudase a doña Jimena a conservar Valencia. Como esto, desgraciadamente, no ocurrió y el rey debía de regresar a su reino, en el mes de mayo del 1102 se decidieron abandonar la ciudad.
Recogieron el cadáver embalsamado del Cid Campeador, y abandonaron Valencia, no sin antes haberla incendiado por sus cuatro costados y llevarse todo lo de valor.
Doma Jimena se dirigió a San Pedro de Cardeña, enterrando restos del Cid en el monasterio.
Los almorávides se adueñaron entonces de Valencia el 5 de mayo. A principios del 1103, Ibn Tasufin pasó a la península ibérica para inspeccionar el gobierno del territorio y hacer reconocer como heredero a su hijo Alí ibn Yúsuf, que ya había sido proclamado tal el año anterior en el Magreb. Luego nombró gobernador de la región de Tremecén al conquistador de Valencia, para que se ocupase de enderezar los asuntos de la problemática comarca.
El nuevo gobernador de Valencia se anexionó Castellón en el 1103, la taifa de Albarracín cayó el 6 de abril del 1104. También fueron sometidas Alpuente, Lérida y Tortosa, en fechas desconocidas, y prestó auxilio al soberano de la de Zaragoza, amenazado por Alfonso I el Batallador.
Ibn Tasufin, que regresó al Magreb, donde falleció casi centenario el 4 de septiembre del 1106. El sometimiento de Zaragoza y de las Baleares quedó para su hijo y heredero, Ali, que contaba con veintidós años, se hizo con el poder sin ningún tipo de problemas.
Batalla de Uclés 1108
En septiembre de 1106 murió Yusuf y le sucedió su hijo Alí ibn Yusuf, quien decidió reemprender la tarea bélica iniciada por su padre. Tras diversos ataques contra los condados catalanes, decidió atacar el reino de Castilla por su flanco este, eligiendo a Uclés como primer objetivo y como objetivo final Toledo.
Nombró general del ejército almorávide a su hermano Tamín, vali (gobernador) de Granada, quien convocó a principios de mayo de 1108 a las tropas de Córdoba, Murcia y Valencia. Reuniendo unos 4.000 efectivos, avanzó muy despacio, saqueando todo a su paso; pero el último día realizo una marcha a toda velocidad, cruzó el río Bedija y se presentó ante las murallas de Uclés el miércoles 27 de mayo, tomándola por sorpresa, pero no consiguieron conquistar la alcazaba donde se habían refugiado numerosas fuerzas.
Alfonso VI, que se encontraba convaleciente, envió un ejército de unos 3.500 efectivos, al frente del Infante Sancho por motivos meramente simbólicos, ya que tenía 14 años, acompañado por Álvar Fáñez, y siete condes residentes en Toledo.
Los musulmanes se situaron al suroeste de Uclés, a poca distancia, formaron con el clásico despliegue musulmán: la almogadama o vanguardia la formaba tropas de Córdoba, los ayanahain o flancos las fuerzas de Murcia y de Valencia en el izquierdo y derecho respectivamente, el alqab o centro estaba mandado por Tamín y lo componían fuerzas de granada.
Los castellanos se organizaron así: en la medianera o centro, Álvar Fáñez; en un flanco o costanera el Infante Sancho, García Ordóñez y algunos condes, y en el otro el conde de Cabra y los restantes condes.
Las tropas cristianas atacaron, con su caballería pesada, a las cordobesas, que iban en almogadama o vanguardia, y provocaron en ellos un gran número de bajas. Los soldados cordobeses retrocedieron en orden buscando el apoyo del alqab o centro de Tamim. Mientras tanto, las ayanahain o alas almorávides, formadas por los gobernadores de Murcia y Valencia; que con su caballería ligera realizaron un movimiento envolvente sobre las tropas castellanas que, de pronto, se encontraron con su campamento tomado y atacadas por los cuatro costados, tal como había ocurrido también en la batalla de Zalaca.
Álvar Fáñez se sabía derrotado, pero no por ello perdió la compostura. Todos los esfuerzos, desde ese momento, se centraron en proteger la vida del hijo del rey, Sancho Alfónsez, que había caído del caballo y estaba gravemente herido.
Batalla de Sicundes o de los Siete Condes (1108)
Alvar Fañez logró maniobrar para sacar de la trampa a un nutrido grupo de cristianos, entre ellos al propio infante Sancho, y escapar de allí. Sabía que la prioridad era salvar al infante Sancho, y por ello le envió al cercano castillo de Belinchón con lo mejor que quedaba de su caballería, mientras él dirigía el grueso de las tropas de vuelta a Toledo, con la intención de desorientar a los almorávides y distraer su atención.
Aunque la treta funcionó, no dio el resultado esperado. Los musulmanes persiguieron a Fáñez, pero también enviaron un contingente de caballería tras el infante Sancho. Los caballos de los cristianos no eran tan rápidos ni tenían que cargar con tan poco peso como los de los musulmanes, y los escasos 22 kilómetros que separaban ambas fortalezas eran mucha distancia con los jinetes musulmanes pisándoles los talones.
Al llegar al lugar denominado Sicuendes (Siete Condes) en un lugar entre el Acebrón y Villarrubio, junto al río Bedija, se produjo una escaramuza con la vanguardia mahometana.
Los siete condes y los que les seguían, al ser alcanzados, tomaron una decisión: se quedarían en el camino para retrasar a los musulmanes y dar tiempo a Sancho de refugiarse en el castillo de Belinchón.
Los Siete condes de León y Castilla y unas pocas y escogidas tropas aguardaron en el camino que une Uclés con Belinchón, la llegada de varios miles de jinetes almorávides. El combate no debió de ser muy largo, pero debieron causar bastantes bajas a sus enemigos, y retrasarlos lo suficiente como para que el infante Sancho y su escolta llegasen a Belinchón sin ser capturados.
Cuando el infante y su escolta llegaron al castillo se creyeron a salvo. Pero la noticia de la llegada de los almorávides revolucionó a los mudéjares de Belinchón, que eran mayoría, y al anochecer pillaron por sorpresa a la escolta y la pasaron a cuchillo junto con Sancho Alfónsez, hijo de Alfonso VI y único heredero varón al trono de León y Castilla. Así perdió la vida el hijo del rey, a pesar de todos los esfuerzos por salvarle.
Ambas batallas fueron terribles, y las tropas cristianas habían sufrido una dolorosa derrota. Tamim no tuvo clemencia y no hizo prisioneros. Los pobres infelices que, a causa de sus heridas, no podían huir, fueron rematados en el acto, todos los prisioneros fueron ejecutados y como era tradicional; se cortaron las cabezas de todos los cristianos que en número de 3.000 formando un espeluznante piramide, desde donde los almuecines llamaron a la oración y cantaron las glorias de Alá y su profeta. Posteriormente, las cabezas serían enviadas en carretas a las siguientes poblaciones como arma psicológica para infundir terror tanto amigos como a enemigos.
Tan solo Álvar Fáñéz y su tropa lograron salvarse de milagro, llegaron a Toledo y le comunicaron al viejo rey la noticia de la derrota y de la muerte de su hijo. Alfonso VI moriría apenas un año después, y el reino hubo de ser dividido entre sus muchas hijas, debilitando a la cristiandad española y retrasando la tan ansiada unidad.
Tamim, por su parte, decidió volver a Granada y no proseguir con la campaña, pero los gobernadores de Murcia y Valencia se quedaron para tomar el castillo. Al no contar con equipo de asedio para asaltar el castillo, ello idearon una estratagema, fingieron su partida y esperaron emboscados a que los cristianos saliesen del mismo. Los defensores de Uclés, al ver partir a los almorávides, decidieron abandonarlo y ponerse a buen recaudo pero, una vez hubieron salido, cayeron en la trampa, los cristianos fueron masacrados y el castillo tomado.
Gracias a esta victoria, centenares de tierras y varias poblaciones de importancia como Ocaña, Amasatrigo, Huete y Cuenca, lo que facilitó al emir Alí, dos años después, emprender una campaña que finalizaría con la absorción de Zaragoza por el Imperio almorávide.
Conquista almorávide de Zaragoza (1100)
Al-Mustain II el rey de la taifa de Zaragoza, consiguió mantener un difícil equilibrio político entre dos fuegos, por un lado, pagaba parias a Alfonso I de Aragón y por el otro mantenía muy buenas relaciones con el emir Yúsuf ibn Tasufín.
Dejó de pagar las parias a Alfonso I, y la respuesta fue la toma de Ejea y Tauste, en 1110 fue derrotado y muerto en la batalla de Valtierra, cerca de Tudela, frente a Alfonso I el Batallador.
Al-Mustain fue sucedido por su hijo Abdelmalik, el nuevo heredero, adoptó el título honorífico de «Imad al-Dawla» (Pilar de la dinastía), pero ya no pudo mantener la presión ante cristianos y almorávides. Los almorávides enviaron un ejército en teoría para ayudarle, pero sus propios súbditos solicitaron que se retirase el ejército almorávide, pero el partido almorávide derrocó al nuevo soberano y entregaron Zaragoza al gobernador almorávide de Valencia el 31 de mayo del 1110. Abdelmalik huyó a refugiarse en la inexpugnable fortaleza de Rueda de Jalón, desde donde permanecería acosando al gobierno almorávide. Con él acababa la dinastía hudí en la taifa independiente de Zaragoza.
Conquista almorávide de Mallorca (1115)
Con la caída de la taifa de Zaragoza, únicamente permanecía independiente la taifa de Mallorca, que se mantenía debido a su situación isleña y al poderío de su flota, con la que saqueaba constantemente las costas de los estados cristianos.
Las continuas acciones de piratería de la Taifa contra los países cristianos ribereños del Mediterráneo Occidental, forzaron finalmente que en 1114 se organizara una expedición cristiana contra la isla. Esta expedición tuvo un carácter de cruzada, ya que fue bendecida por el Papa y fue llevada a cabo de forma conjunta el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, que mandó la expedición, pero participaron la república de Pisa, el vizconde de Narbona y el conde de Montpellier.
Los cristianos desembarcaron en agosto del 1114, sitiaron Madina Majurqa (Mallorca) durante 8 meses y finalmente tomaron la ciudad en abril de 1115, liberando a 30.000 prisioneros cristianos y haciéndose con un gran tesoro, del que parte se conserva aún hoy en día en la ciudad de Pisa.
El rey de Mallorca, Abu-l-Rabbi el Burabé, fue hecho prisionero y tras saquear la isla y realizar una gran matanza, se retiraron. A finales de 1115, llegó una flota almorávide, que tomó posesión de las islas. El año 1116 sucumbía la última de las taifas de al-Ándalus.
Batalla de Cutanda (1120)
Alfonso I el Batallador, rey de Argón, tras la separación definitiva de la reina Urraca de Castilla, y liberado de los problemas conyugales, el rey aragonés pudo centrarse en la guerra conquista de Zaragoza.
La ciudad tenía unos 25.000 habitantes, tenía buenas murallas, había aguantado los asedios de Alfonso VI de León en 1086, de Sancho Ramírez de Aragón en 1091, y del propio Alfonso I de Aragón en 1110.
La toma de Zaragoza adquirió tintes de auténtica cruzada. En Toulouse se celebró un concilio al que acudieron obispos de Aragón y Navarra, junto a los de la Francia meridional, para proclamar la guerra santa contra el enemigo almorávide. En marzo de 1118, se congregó en Ayerbe un gran ejército de aragoneses, pamploneses y catalanes bajo el mando del rey Alfonso, y de franceses y gascones bajo el mando de Gastón IV de Bearn, que había participado en las Cruzadas. Marcharon al sur, conquistaron Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera, y sitiaron a finales de mayo Zaragoza.
Las murallas de la plaza se habían ganado fama de inexpugnables, pero los cruzados manejaban máquinas pesadas de guerra, altas torres y catapultas, perfeccionadas durante las Cruzadas. La capitulación de la ciudad debió obedecer al hambre padecida por los asediados. También los cristianos padecieron hambre, abandonando el asedio una parte de las tropas francas.
Los sitiados recibieron ayuda de Abd Allah ibn Mazdali, gobernador de Granada, que logró una fulminante victoria en Tarazona sobre un destacamento cristiano enviado para detenerle. Ibn Mazdali se hizo fuerte en Tudela y desde allí llegó a Zaragoza a principios de septiembre. La muerte de Ibn Mazdali hacia noviembre hizo que Alfonso intensificara el asedio sobre una Zaragoza que se había quedado sin líder que la defendiera y en la que cundía el hambre. Hubo un intento de fuga en el que Imad al-Dwla, gobernador de Zaragoza, que intentó romper el cerco en la zona de Torrero, pero fueron masacrados en lo que se denomina el barranco de la muerte.
El 18 de diciembre de 1118, tras un asedio que duró nueve meses, Zaragoza se entregó. Nombró gobernador de la ciudad a Gastón de Bearn, que había desarrollado un papel muy activo durante el asedio.
Tras la caída de Zaragoza, Alfonso emprendió la conquista metódica del resto de las plazas almorávides dispersas en el valle del Ebro, Tudela (25 febrero 1119), Tarazona y otras poblaciones de los valles del Ebro, Huecha y Jalón. En 1119 reconstruyó la ciudad abandonada de Soria y repobló su comarca, y en 1120 ponía sitio a Calatayud, otros valles como el de Jiloca, Huerva, Martín, Guadalope se hallaban muy amenazados.
El emir Ali ibn Yusuf, que en un principio había concedido poca importancia hasta entonces a los ataques del rey aragonés por el valle del Ebro, encargó a su hermano Ibrahim ibn Yusuf, conocido por Ibn Tayast, que por entonces era gobernador de Sevilla; que dedicase todo el invierno de 1119-20 a preparar una expedición destinada a recobrar las plazas perdidas, o cuando menos, sujetar a ese poder emergente que amenazaba con hacerse dueño de todo el Islam oriental español, reclutando fuerzas en Molina de Aragón, Lérida, Murcia, Granada, Valencia y Sevilla.
Cuando Alfonso I supo que los almorávides marchaban hacia Zaragoza para intentar reconquistarla con un potente ejército, pidió apoyo a Guillermo IX el Trobador duque de Aquitania, que aportó 600 caballeros. Alfonso I levantó el asedio de Calatayud y tomando un número considerable de rehenes, se dirigió al encuentro de los musulmanes.
El avance musulmán se estaba produciendo ascendiendo por el valle del río Jiloca hasta Calamocha. El encuentro de ambas fuerzas se produjo en la localidad de Cutanda el día 17 de junio de 1120. La tradición popular identifica el lugar de la batalla con un pequeño valle que se extiende entre dos lomas apenas perceptibles, en el camino que va a Nueros, justo a la salida del pueblo de Cutanda, en una cañada denominada en la actualidad con el nombre de las Celadas. También se conoce a este paraje como Campos de la Matanza, y en él se localiza un monumento funerario conmemorativo del hecho. El castillo fue asaltado y destruido por las tropas cristianas, aunque inmediatamente sería rehecho para colocar en él un destacamento de soldados.
La batalla de Cutanda se produjo durante la tarde. Existen pocos datos documentales de la batalla. Los Annales Compostellani narran que Alfonso I estaba sitiando Calatayud cuando recibió la noticia de la presencia musulmana. Tras recibir el apoyo del conde Guillermo de Poitiers, se dirigió hacia el castillo de Cutanda, en donde derrotó a los sarracenos, destruyendo los castillos de los moabitas y apoderándose de Cutanda. En la francesa Chronique de Saint-Maixent, terminada en una fecha cercana a los hechos, como muy tarde en 1141, se cuenta como el rey de Aragón, auxiliado por el conde Guillermo de Poitiers y otros reyes cristianos, derrotaron a Abrahim y a otros cuatro reyes de al-Andalus, venciéndoles completamente; y mataron a 15.000 musulmanes moabitas, e hicieron innumerables prisioneros, consiguiendo también requisar 2.000 camellos y otras bestias de carga, sometiendo un número grande de castillos. Las bajas cristianas también debieron ser altas de unos 5.000.
Entre los que fueron muertos se hallaban Abu-Abd-Allah, Kadhi de Almería, e Ibrahim Ben Juçiuf Tuxufi, del que dijese textualmente por el historiador árabe: “Allah los reintegre en su estado primitivo y perdonado”.
En el plano estratégico, el desastre acababa con las esperanzas de recuperar Zaragoza para el islam.
La batalla pasó a la terminología popular en la expresión “peor fue que la de Cutanda” o también “tender una celada”.
La gran extensión de los nuevos territorios incorporados al reino de Aragón obligaba al Batallador a atraer gran cantidad de población para repoblar campos y villas y mantener la economía del país.
Cabalgada de Alfonso I por el Al-Andalus
A finales de 1124 Alfonso I ordenó una expedición contra Peña Cadiella (Benicadell), con un castillo que defendía el paso natural entre la huerta de Valencia y Alicante. El objetivo era controlar ese importante itinerario para asegurar las posteriores incursiones en Valencia y Murcia. En la expedición participaron un gran número de caballeros francos y normandos, junto a los aragoneses. Tras reforzar las defensas de la fortaleza quedó a su cuidado la Cofradía de Beltiche.
En 1125 Alfonso I, que había mantenido correspondencia con los mozárabes de Granada en la que ellos le ofrecían la ciudad; se enteró de la insatisfacción de la numerosa población mozárabe en territorio musulmán ante el aumento del fanatismo religioso de la nueva corriente religiosa norteafricana almorávide, y preparó la conquista de Granada, donde quería crear un estado cristiano en el corazón del al-Andalus apoyado por los mozárabes. Reclutó 5.000 de sus mejores caballeros y 15.000 infantes y partió de Aragón a finales de septiembre, llegando a Valencia el 20 de octubre. Le acompañaban Gastón de Bearn y los obispos de Zaragoza, Roda y Huesca. Por el camino hacia Granada se les fueron uniendo nuevas tropas cristianas y mantuvieron algunas escaramuzas contra contingentes almorávides.
Entre octubre y finales de año el ejército se fue desplazando, atacando en su itinerario Denia, Baza y Guadix y llegando a Granada el 7 de enero de 1126. Este ejército, según algunas crónicas, superaba los 40.000 efectivos. Para entonces la noticia de su llegada ya era conocida en el país y el gobernador de Granada, Abú-l-Tahir, se apresuró a solicitar refuerzos de África. Alfonso instaló su campamento en la aldea de Nivar, pero la conquista de la ciudad fue imposible, a pesar de que los mozárabes, cerca de 10.000, habían pasado a engrosar las filas de su ejército.
Entonces decidió emprender una operación de saqueo por las fértiles tierras del valle del Guadalquivir.
Mientras el rey de Aragón saqueaba el sur de la actual provincia de Córdoba, Abu Bakr, hijo del emir Ali ibn Yusuf, había salido con tropas de Sevilla al encuentro del Batallador. Lo alcanzó en Arnisol, Arinzol o Aranzuel, según las fuentes, actual Anzul (actual municipio de Puente Genil), cerca de Lucena.
Allí se trabó batalla campal el 10 de marzo de 1126, el factor sorpresa daba ventaja a los musulmanes, hasta que Alfonso reordenó sus huestes en cuatro cuerpos de ejército, que destrozaron a las dispersas tropas musulmanas, con el resultado de victoria decisiva para los aragoneses.
Recorrió importantes poblaciones del sur de Córdoba y llegó a la costa en Motril o Vélez-Málaga, donde de acuerdo a las crónicas mandó que le pescaran un pez antes de emprender el retorno cargado de botín y acompañado de numerosos mozárabes.
Alfonso volvió a intentar la toma de Granada y situó su cuartel en la aldea de Alhedin. Entonces llegaron a Granada tropas africanas desde Fez y desde Mequínez, que acosaron al ejército invasor hasta que a finales de junio lo hicieron regresar a su reino.
Se estima que más de 10.000 mozárabes le siguieron con la intención de asentarse en el reino cristiano. Quizá la cifra sea exagerada, pero lo cierto es que el Batallador declaró a estos mozárabes hombres libres a su regreso, otorgándoles privilegios y ventajas judiciales, fiscales, económicas y militares. Perseguido por las fuerzas almorávides, Alfonso logró, sin embargo, culminar el regreso a través Cuenca y Albarracín en 1126.
A las miles de familias mozárabes que llegaron a Aragón con el rey se les entregaron las casas y tierras de los musulmanes de las zonas conquistadas previamente, repoblando así el sur de Aragón. Recibieron también exenciones de impuestos y el privilegio de no prestar servicios militares. En cuanto a los mozárabes andaluces que no se fueron con ellos y permanecieron fieles a sus gobernantes almorávides, la mayoría sufrieron un terrible destino: miles fueron deportados a Marruecos o vendidos como esclavos; en tanto que otros miles recibieron terribles castigos o fueron asesinados.
Alfonso I siguió conquistando tierras mahometanas, su trágica muerte en 1134 le impidió continuar, estando sitiando la fortaleza de Fraga con apenas quinientos caballeros, el rey aragonés sufrió un contraataque sorpresa de la guarnición musulmana. Aunque el monarca logró huir y salvarse en primera instancia, las heridas del combate devinieron en su muerte el 7 de septiembre de ese año en la localidad monegrina de Poleñino, entre Sariñena y Grañén.
Legó sus reinos a las órdenes militares, lo que no fue aceptado por la nobleza, que eligió a su hermano Ramiro II el Monje en Aragón y a García Ramírez el Restaurador en Navarra, dividiendo así su reino.
Batalla de Ourique (1139)
Portugal era un condado dependiente del reino castellano que Alfonso VI cedió a su hija Teresa, conocida como la Bastarda, con ocasión de su boda con Enrique de Borgoña. El hijo de ambos, Alfonso Enríquez (1128-85) centró sus esfuerzos en ampliar sus territorios guerreando con los musulmanes.
Así se produjo la batalla de Ourique, que ocurrió el día 25 de julio de 1139, muy probablemente en los campos del mismo nombre, en el actual Bajo Alentejo, al sur de Portugal. Los portugueses estaban realizando una incursión en territorio musulmán, y fueron sorprendidos por un enemigo con fuerzas superiores (es posible que ambos ejércitos tuviesen algunos millares de efectivos). En la subsiguiente batalla, los portugueses obtuvieron un triunfo memorable, el jefe enemigo, al que las fuentes llaman el rey Esmar, (posiblemente Abu Zakariya, gobernador de Santarém), logró huir del campo de batalla. Entre los muertos se encontraron los cadáveres de muchas mujeres que habían perecido combatiendo como las antiguas amazonas, tal vez solo acudieron para dar la impresión de una fuerza mayor.
Tras su éxito, Alfonso Enríquez resolvió autoproclamarse, o fue aclamado por sus tropas aún en el campo de batalla, como rey de Portugal. Posteriormente, tras un pacto de mutuo reconocimiento con Alfonso VII, que aspiraba a ser emperador, y, por tanto, debía tener reyes subordinados, le concedió el título de rey y con ello la independencia de Portugal respecto a Castilla.