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El reino de Navarra
El Reino de Pamplona, fue fundado bajo el liderazgo de la figura de Íñigo Arista, quien fundó la dinastía real y la entidad en el 824, con el apoyo de sus aliados de la familia de los Banu Qasi, los señores de Tudela, y del obispado de Pamplona.
Tras tres reinados, la familia Arista fue sustituida por la familia Jimena y el primer rey fue Sancho Garcés I, que tenía un gran éxito militar, y cuyo reino es conocido como el reino de Pamplona o Navarra.
Pamplona fue durante mucho tiempo la ciudad más importante y rica en territorio cristiano, numerosos intentos por hacer de ella su capital, fueron hechos por pequeños grupos montañeses de cristianos y más tarde por los territorios cercanos. Además de contar con una población numerosa y estable por encontrarse en el valle rico y fértil del río Arga.
Era un lugar de reunión y de intercambio entre las rutas del mundo islámico al sur, y el cristiano del norte. Estaba comunicada por los pasos pirenaicos vascos; porlos puertos costeros del mar Cantábrico, por las rutas de este a oeste que seguían también los peregrinos cristianos del Camino de Santiago hacia el reino de León, que atravesaba los condados francos del Imperio carolingio en las actuales Navarra, Aragón y Cataluña; desde la costa mediterránea condal, y más allá, a través de los puertos mediterráneos.
Su neutralidad y buenas relaciones con los belicosos vecinos, la fama de prosperidad y riqueza: comercio e intercambio de artesanías en cuero, instrumentos musicales, libros y armas, materias primas: marfil, piedras preciosas, paños, aceite, seda, lana, oro, especias, su fama llegó hasta los mismos vikingos que la hicieron una vista.
La constante amenaza que sobre las tierras vasconas se ejercía desde ambas vertientes de los Pirineos favoreció el surgimiento de dos facciones líderes entre la aristocracia vascona, los Iñigos, apoyados en los musulmanes por parentesco con los Banu Qasi, y los Velasco apoyados por los francos carolingios. Cuando en el 799 fue asesinado por partidarios carolingios el gobernador de Pamplona Mutarrif Ibn Musa, los Íñigo, recurrieron a la familia Manu Qasi para retomar el control de la ciudad. Sin embargo, en el 812 el emir Al Hakam I y Ludovico Pío acordaron una tregua por la que los carolíngios tomaban el control de Pamplona, delegando el gobierno en Velasco al Gasalqí. Al término de la tregua, Al Hakam retomó las hostilidades con los francos y logró recuperar Pamplona en el 816, a cuyo control los francos renunciaron en adelante. Íñigo Arista, sería designado primer rey de Pamplona hasta el 851.
Íñigo Arista, considerado el primer “rex pampolinensium”, nació probablemente hacia el año 790-791 y murió en el 851-852. Durante ese período de aproximadamente 60 años los Banu Qasi y la naciente monarquía navarra de la llamada dinastía Iñiga se apoyan mutuamente sin consentir ninguna de las dos familias, que se habían emparentado desde probablemente el año 789, intromisiones en sus respectivas zonas de influencia.
La primera dinastía navarra, los Arista, sería reemplazada tras tres reinados y en un episodio todavía misterioso por la dinastía Jimena, que ampliaría el solar del reino con la incorporación de las tierras riojanas y la Zona Media navarra, bajo la cual Navarra alcanzará la mayor extensión territorial a costa del Islam y de los señoríos cristianos vecinos.
En el 858 los vikingos remontaron el Ebro desde Tortosa, y llegaron hasta el reino de Navarra, dejando atrás las inexpugnables ciudades de Zaragoza y Tudela. Después luego por su afluente, el río Aragón hasta encontrarse con el río Arga, el cual también remontaron, llegando hasta Pamplona y la saquearon, raptando al rey navarro García I Iñíguez. Solo tras pagar un costoso rescate, el rey volvió a Pamplona, pero a partir de entonces la vieja alianza entre los Arista y los Banu Qasi se había roto y García I sería aliado del reino de Asturias.
Los Banu Qasi
Banu Qasi, Beni Casi o Banu Musa fue una importante familia muladí cuyos dominios se situaron en el valle medio del Ebro entre los siglos VIII y X, durante la pertenencia de esta región a la Hispania Musulmana. Descendían del conde Casio, un noble visigodo que había gobernado la región del norte de España comprendida aproximadamente entre Tudela, Tarazona, Ejea de los Caballeros y Nájera. El personaje que da origen al linaje se ha creído ver en un conde hispano-godo llamado Casio, que al producirse la conquista musulmana del reino visigodo, se convirtió al Islam y se hizo vasallo de los Omeyas a cambio de poder conservar sus dominios (hacia el año 713). De ahí el nombre de la familia, Banu Qasi “hijos de Casio”.
El carácter fronterizo de la Marca Superior, hacía que fuera el escenario de la lucha entre francos y andalusíes por delimitar sus dominios en esta región limítrofe; resultando continuos cambios de alianzas, de las que salieron reforzados los Banu Qasi, hasta el punto de que llegaron a ser la dinastía hegemónica en la zona a mediados del siglo IX. Todo lo cual se vio confirmado con el nombramiento en el año 852, por parte del recientemente proclamado emir Mohamed I, de Musa ibn Musa (Musa I) como gobernador de la importante Tudela y, después, Zaragoza. Tras conquistar Zaragoza, Musa ibn Musa se traslada a ella y pasa a ser la nueva capital de los Banu Qasi.
El clan había acrecentado su poder durante el siglo VIII gracias al apoyo que prestaron a los emires de Córdoba en las luchas internas entre árabes y bereberes, que fueron frecuentes durante los años que siguieron a la conquista. En esta época destaca Musa ibn Fortún (nieto del conde visigodo). En su poder se encuentra la parte superior del valle del Ebro (Ejea, Tudela, Tarazona, Borja, Arnedo…). Proporciona su apoyo al emir Hisham I contra el levantamiento de Said ibn al-Husayn en el valle del Ebro (concretamente en la zona de Tortosa) al que combatió y mató. Después marchó sobre Zaragoza de la que se apoderó. Fue muerto a su vez por un liberto de Al-Husayn. No obstante, el emir premió a Musa I con el nombramiento de su hijo Mutarrif como gobernador de Pamplona.
Los Banu Qasi mantuvieron en una primera etapa buenas relaciones con sus vecinos los cristianos de Pamplona debido al matrimonio en segundas nupcias de Onneca (casada anteriormente con el vascón Íñigo Jiménez y madre de Íñigo Íñiguez, que más tarde sería el primer rey de Pamplona) con Musa ibn Fortún. Este matrimonio tuvo lugar hacia el año 784. De esta unión nació Musa ibn Musa, el cual era, por tanto, hermano de madre de Íñigo Íñiguez, conocido posteriormente como Íñigo Arista, primer rey de Pamplona. Los vínculos familiares quedaron reforzados más adelante con el matrimonio de Assona (hija de Íñigo Arista) con su tío Musa ibn Musa.
Primera Batalla de Albeda (852)
Debido a los problemas internos de cordobeses y al cambio de actitud de los navarros, el único enemigo de Ordoño I va a ser el caudillo de los Banu Qasi, Musa ibn Musa, quien se titulaba tercer rey de España. En continua rebelión contra Córdoba, trató de asegurar el valle del Ebro a su paso por La Rioja.
Hacia el año 852, tropas asturianas y gasconas (procedentes de la Aquitania francesa) se enfrentaron a los vascones y a Musa ibn Musa, valí de Arnedo y líder de los poderosos Banu Qasi, en la Primera Batalla de Albelda, siendo vencedores estos últimos.
Es muy probable que el Condado de Gascuña (Vasconia Citerior) gobernado por Sancho II Sánchez mantuviera también una alianza formal con el Reino de Asturias de Ordoño I, y deseasen detener la expansión de los Beni Qasi en La Rioja.
El enfrentamiento tuvo lugar en Albeda (Albeida que significa blanca) cerca de Laturce, a pocos kilómetros de Logroño. El primer día de batalla, Musa sufrió grandes pérdidas, y él mismo recibió 35 lanzazos en su armadura (según crónica de Ibn al-Athir). El segundo día Musa contraatacó y forzó a los gascones a retirarse. La supuesta batalla finalizó con la victoria del ejército musulmán, lo que le posibilitó a Musa consolidar el control de la práctica totalidad del territorio de la actual Rioja, implicando el dominio de gran parte del Valle del Ebro hasta su desembocadura.
Musa capturó a dos jefes “francos”: Sancho II Sánchez (conde vascón de Gascuña) y Emenon (conde franco de Périgord y cuñado de Sancho), a los que puso en prisión. Carlos el Calvo tuvo que pagar por ellos un rescate.
Segunda Batalla de Albelda (856)
El valí Musa ibn Musa, tras la victoria fue nombrado por el nuevo emir Muhammad I valí de Zaragoza, Tudela y de toda la Marca Superior (territorio fronterizo musulmán que abarcaba el Valle del Ebro) en el año 852. Al apoderarse también de Huesca en el 855 había reunido un territorio tan extenso que se hacía llamar Musa el Grande, “tercer rey de España“ (junto con los de Asturias y Córdoba). El área dominada abarcaba de Nájera a Calatayud, fijando la capital de este reino de facto en Zaragoza.
Consolidado su poderío, trató de proporcionarse una base militar, en una zona estratégica, vía de comunicación entre las actuales Soria y Logroño mediante la construcción de una nueva impresionante fortaleza en Albelda (Albaida), entre Clavijo y los montes de Viguera.
En el año 854, la ciudad de Toledo, de mayoría cristiana, se rebeló contra el emir Muhammad I. Ordoño I y García Íñiguez prestaron apoyo con un contingente; pero la fuerza combinada fue derrotada por las fuerzas del emir en la batalla de Guadalacete, tras sufrir estas una emboscada a orillas de dicho río. La ciudad no fue recuperada por el emirato con asistencia de Musa hasta 858, encarcelándose y ejecutando al obispo de Toledo Eugenio. Al año siguiente el emir recompensó a Musa con Toledo, nombrando a su hijo Lubb ibn Musa valí de Toledo.
Musa, en el 855, fue a realizar una dura razzia contra Álava y al-Qilá (Castilla) y tras la cual se preocupó de restaurar y fortalecer la guarnición militar de Albelda. Viendo la amenaza que esta fortaleza suponía sobre los dominios orientales del reino asturiano, Ordoño I de Asturias con el apoyo de los navarros de García Íñiguez decidieron tomar la fortaleza. Ordoño atacó a Musa en 859 en el mismo sector que en el 851, cruzando el Ebro y rodeó la fortaleza, Musa mientras tanto acampó sobre la cercana elevación del monte Laturce, con la esperanza de forzar al asturiano a cesar el asedio. Ordoño entonces dividió sus huestes, dejando la mitad asediando la fortaleza, y la otra mitad para hacer frente al valí Musa.
La batalla tuvo lugar en terreno inclinado, las huestes musulmanas de los Banu Qasi fueron derrotadas y forzados a retirarse, quedando Musa gravemente herido y eludiendo por poco su captura, mientras que su yerno vasco García fue muerto.
Los cristianos contaron 12.000 musulmanes entre los muertos (posiblemente una cifra exagerada), y lo más sorprendente fue que se recuperó un tesoro que Carlos el Calvo, rey de Francia Occidental, había pagado al valí Musa como rescate de los dos nobles capturados años antes.
Después de este éxito, Ordoño concentró a todos sus hombres en capturar la fortaleza, que tomaron tras 7 días de asedio. Sus defensores musulmanes fueron ejecutados y sus murallas demolidas para evitar que pudiera reutilizarse
Esta batalla dará lugar en el siglo XII a la legendaria batalla de Clavijo, que por muchos es considerada solamente una leyenda forjada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada.
Final de los Bani Qasi
El emir Muhammad I, en el año 860 realizó una aceifa por las “tierras de Pamplona” podría explicarse seguramente para vengar la derrota en la batalla de Clavijo de su aliado el “tercer rey de España” y contener las pretensiones de Oviedo y de Pamplona de arrebatar territorios al Islam. El emir, seguramente acompañado por Musa, “arruinó el territorio, dedicándose al incendio y al pillaje y apoderándose de tres castillos: Firús, Falah’san y al-Kashtill”. En este último se encontraba Fortún I Garcés, hijo del rey García I Íñiguez, que fue llevado prisionero a Córdoba, en donde permanecería unos 20 años retenido en prisión “dorada”.
Los descalabros sufridos por Musa en sus últimos años traerán una situación de sometimiento de sus hijos al poder del emirato cordobés. Dos de ellos habían caído en la condición de rehenes de Muhammad I. Así pues, la década que se extiende entre el año 862 y el 872 vendrá marcada por el sometimiento y obediencia de los Banu Musa al emir de Córdoba. Sin embargo, durante estos años los Banu Musa no olvidarán a su padre y la obra por él edificada, y comenzarán a maniobrar para recuperar lo perdido, acercándose cada vez más al rey cristiano Alfonso III, valorando la posibilidad de volver a levantarse contra el emir Muhammad.
Sería entre finales de 871 y principios de 872 cuando cuajó una nueva rebelión organizada por los Banu Musa, Lope, Fortún, Mutarrif e Ismail, encabezada por Lope, el mayor de los hermanos, quien había sido gobernador de Toledo en vida de su padre y gracias a él. Desde su fortín emblemático de Arnedo, Lope y sus hermanos lograron hacerse en poco tiempo con plazas importantes en la Marca Superior, como Zaragoza, Huesca y Tudela. Esa rapidez fue posible porque los hermanos supieron dividir sus fuerzas para atacar de manera paralela y coordinada a las posiciones aludidas, contando, además, con el apoyo del rey pamplonés García Íñiguez, quien era su cuñado, en virtud del matrimonio con su hermana Oria Banu Musa.
Todos esos factores, así como la celeridad, la sorpresa y algún que otro engaño, fueron elementos fundamentales que explican cómo los Banu Musa pudieron conseguir plazas tan importantes en pocos días. Los Banu Musa pasaron con ello a dominar la Marca Superior, controlando enclaves tan cruciales como Zaragoza, Huesca, Tudela, Monzón, Arnedo y Viguera.
El emir Muhammad I no tardó reaccionar. Irritado por la rebeldía y la pérdida de control en la zona; facultó y recompensó al clan de los Tuchubíes, hombres de su confianza y linaje árabe, para que actuasen desde posiciones como Calatayud y Daroca, situadas en los confines meridionales de los rebeldes. Reforzó y fortificó esas plazas para impedir con ello una posible expansión de los Banu Musa hacia el sur. Daroca y Calatayud se convertirán, por tanto, en bases de operaciones esenciales desde las cuales los Tuchubíes fieles a Muhammad I combatirán a los sublevados.
El emir complementó esas disposiciones preliminares organizando una campaña militar de castigo y sometimiento que él mismo mandaría en la primavera del año siguiente. Muhammad I entendió que la gravedad de los acontecimientos exigía su presencia física en la zona, al mando de un poderoso ejército que arrasara las tierras de los Banu Musa y, de paso, también las de sus aliados pamploneses.
Aunque aquella campaña le serviría al emir para capturar a Mutarrif Banu Musa, controlar Huesca y recuperar de algún modo el honor perdido, serían los años los que acabarían por poner fin a la mayoría de los Banu Musa. Así, Mutarrif y algunos de sus hijos fueron ajusticiados por orden de Muhammad I en septiembre de 873. En la primavera del año 875 fue el mayor de los hermanos, Lope, quien encontró la muerte, pues se descoyuntó un brazo mientras cazaba ciervos, y esa herida grave terminó con su vida. Quedaban Fortún, gobernando Tudela, e Ismail, como únicos supervivientes de la estirpe de Musa ibn Musa.
Ismail actuará como líder de la familia, radicando su poder en Zaragoza, ciudad importante que logró resistir algunas arremetidas lanzadas por las tropas de Muhammad I y sus fieles, manteniéndose en esa situación hasta que fue vendida al emir cordobés en el año 875. A partir de ese momento Ismail basará su poder en posiciones como Lérida y Monzón, sucediéndose años de relativa tranquilidad en la zona, coincidiendo con la intensidad de sublevaciones muladíes que estaban empezando a desarrollarse en el sur peninsular.
En verano del año 886 murió el emir Muhammad I, siendo sucedido por su hijo al-Mundir. En su breve mandato de dos años, al-Mundir tuvo que hacer frente a una intensa rebelión muladí mandada por Umar ibn Hafsún desde la inexpugnable fortaleza de Bobastro, en la serranía de Málaga. Era un nido de águilas ante cuyas murallas el emir resultó gravemente herido, muriendo a consecuencia de aquellas heridas. En el año 888 el fallecido al-Mundir fue sucedido en el emirato por su hermano Abd-Allah, quien tendría que afrontar la etapa más dura de la sublevación encabezada por Ibn Hafsún.
En abril del año 924, un inmenso ejército comandado por el propio Abderramán III, partió de Córdoba hacia el norte. Aquella campaña asoló las tierras de Navarra y destruyó Pamplona. Al regresar de aquella devastación, el emir se detuvo en Tudela y destituyó a los últimos Banu Qasi, llevándoselos consigo a Córdoba para que le sirvieran en sus ejércitos. Entregó Tudela a los Tuchubíes de Zaragoza, ese clan árabe que tanta fidelidad había mostrado a los emires cordobeses desde los tiempos de Muhammad I.
La necesidad de centrar sus esfuerzos en combatir a los rebeldes muladíes, traería un periodo de tranquilidad e independencia a la Marca Superior. Aprovechando esa situación, Muhammad ibn Lope, nieto de Musa, e Ismail ibn Musa, el único hijo superviviente de Musa el Grande, ambos pertenecientes, por tanto, a la familia Banu Qasi, controlando respectivamente los sectores occidental y oriental de los dominios tradicionales de la familia. Esa situación frenaría el avance de los cristianos, especialmente pamploneses, y no porque los Banu Qasi quisieran pelear en nombre del emir Abd-Allah, sino porque esa resistencia resultaba esencial para la conservación de sus posesiones y su independencia.
En el año 889 muere en Monzón, anciano y lisiado, Ismail ibn Musa, el último de los hijos de Musa ibn Musa el Grande. Sus dominios en la Barbitania, región situada entre las actuales provincias de Huesca y Lérida, habían menguado un tanto en sus últimos años. A partir de entonces comienza el declinar de un clan que había tenido un marcado protagonismo en el valle medio del Ebro durante un intervalo de casi dos siglos.
Condados Aragoneses
Tras la conquista musulmana de la península ibérica, los condados que posteriormente formarían el Reino de Aragón (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, de occidente a oriente), se constituyeron como marquesados carolingios al frente de los cuales se situó un marqués o gobernador franco. Sin embargo, el estatus del condado de Sobrarbe permanece sin aclarar, pues el islam controlaba la ciudad más importante de este territorio, Boltaña, y las rutas comerciales que atravesaban los Pirineos desde el territorio de Sobrarbe. No parece que hubiera, en los primeros tiempos, ninguna comunidad cristiana significativa.
Si hubo, en cambio, creación de monasterios, cultivo de tierras de labor y actividad ganadera en el núcleo primitivo de Aragón y en Ribagorza. El condado de Aragón se articulaba en torno al río Aragón, desarrollándose en los valles de Ansó, Hecho, Aisa y Canfranc y cuyo centro eclesiástico y cultural era el monasterio de San Pedro de Siresa y, más tarde, la ciudad de Jaca.
A fines del siglo VIII, los cristianos montañeses fueron dominados por el poder carolingio y, al frente del primigenio Aragón, situaron a un conde franco llamado Aureolo. A su muerte, en 809, fuerzas de la cora Harkal-Suli, división administrativa del emirato de Córdoba que comprendía aproximadamente la actual provincia de Huesca, ocuparon fugazmente el condado de Aragón. Pero no se mantendrían ni un año este dominio, pues en 810 el conde autóctono Aznar I Galíndez, posiblemente alzado al poder con el apoyo del rey de Pamplona Íñigo Arista, obtuvo de nuevo el condado. Posteriormente, fue expulsado de estas tierras por García Galíndez el Malo, aunque como compensación le fue asignado el gobierno de los condados de Urgel y Cerdaña. A pesar de ello, Aznar I Galíndez estableció una dinastía condal hereditaria en Aragón desde la primera década del siglo IX, puesto que su hijo Galindo Aznárez I (o Galindo Aznar), gobernaba el condado de Aragón desde los años 830 hasta mediados o finales de la década de 860; poder que se extendió también al condado de Pallars. El condado, liberado de la dependencia de los francos, quedó, sin embargo, bajo la influencia del reino de Pamplona. A pesar de ello, el condado aragonés logró preservar su identidad social y administrativa.
Sobrarbe era un territorio sometido a la autoridad del valí de Huesca desde la ciudad de Boltaña, la ciudad fortificada de Alquézar y, en última instancia, desde Barbastro, el núcleo urbano y comercial más importante de la zona. De todos modos, a partir del 775, está documentado Blasco de Sobrarbe como señor de las tierras más septentrionales de este territorio para, poco después, integrar esta comarca norteña a los dominios del conde de Aragón. Ya a comienzos del siglo X pasa a unirse al condado de Ribagorza tras el matrimonio de Bernardo Unifredo con Toda Galíndez, hija de Galindo II Aznárez, dotada con el condado de Sobrarbe.
Ribagorza tuvo en sus inicios una mayor dependencia de los francos, como era habitual en los marquesados más orientales. Desde el siglo IX está constituido como un territorio cristiano articulado por los valles de los ríos Noguera Ribagorzana y Noguera Pallaresa y la cuenca del Isábena. Estaba vinculado a los condes de Tolosa hasta que, tras la crisis del condado tolosano del último cuarto del siglo IX provocada por la violenta muerte del conde Bernardo II, un magnate local, Raimundo I de Ribagorza-Pallars, se erigió como conde independiente del poder franco e inició una dinastía propia. Así se puede decir que, al igual que sucederá con los condados más orientales, es el siglo X el momento en que comenzó la disgregación en condados independientes de la Marca Hispánica.
Condados Catalanes
Inmediatamente después de la conquista carolingia, en los territorios dominados por los francos, se encuentra la mención de unos distritos político-administrativos de Pallars, Ribagorza, Urgel, Barcelona, Gerona, Osona, Ampurias, Rosellón; que recibieron el nombre de condado, dentro del cual, como subdivisión, existían otras circunscripciones menores, el pago (pagus, en singular), como por ejemplo, Berga o Vallespir.
El origen de estos condados o pagos se remonta a épocas anteriores a los carolingios, tal como lo testimonia la frecuente coincidencia entre sus límites y los de los territorios de antiguas tribus íberas; como ejemplo, el condado de Cerdaña correspondía al pueblo de los ceretanos, el de Osona al de los ausetanos, y el pagus de Berga a los bergistanos o bergusis. En consecuencia, estos territorios, forzosamente, deberían haber tenido alguna entidad política-administrativa en tiempos de los romanos y de los visigodos, aunque no se denominasen condados, ni hubiesen estado gobernados por condes en la época de los reyes de Toledo.
En la monarquía visigoda, los condes, situados en jerarquía por debajo de los duques, la máxima autoridad provincial, gobernaban solo las ciudades, circunscribiéndose su autoridad exclusivamente al ámbito urbano, a menudo delimitado por murallas, que excluían el distrito rural dependiente de la ciudad. Por consiguiente, para organizar los territorios ganados al sur de los Pirineos, los francos no crearon ninguna entidad, sino que se limitaron a conservar las ya establecidas por las tradiciones administrativas de sus pobladores.
Inicialmente, la autoridad condal recayó en la aristocracia local, tribal o visigoda, pero los intentos de convertir sus demarcaciones en señoríos hereditarios obligó a los carolingios a sustituirlos por condes de origen franco. En 785 se pusieron bajo la protección de Ludovico Pío, hijo de Carlomagno y rey de Aquitania, los cristianos de Gerona; a estos les siguieron los de Urgel y Cerdaña, lo que permitió que, en 801, fuese conquistada Barcelona. Estos primeros condados permitieron consolidar la frontera o Marca Hispánica. El nuevo territorio se organizó, pues, en base a condados que, básicamente, se correspondían con las antiguas divisiones administrativas visigodas o del Bajo Imperio romano.
Los condes tenían funciones militares, políticas y judiciales, apoyándose en otros señores que aseguraban la defensa del país a partir de castillos repartidos por el territorio; junto con ello, se estableció también una red de parroquias dependientes de una diócesis, según el modelo típico carolingio. El poder religioso en estos condados dependió del arzobispado carolingio de Narbona durante más de 400 años entre los siglos VIII y mediados del XII, cuando en 1154 el papa Anastasio IV otorgaba a la sede tarraconense el título de metropolitana.
En todo caso, el territorio de la Marca Hispánica se estabilizó durante todo el siglo IX en una frontera entre el Reino de Carlomagno y la Marca Superior andalusí, delimitada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf.
Estabilizada la frontera, el conde de Urgel y de Cerdaña, Wifredo el Velloso, fue investido en 877; rápidamente se lanzó a conquistar otros señoríos menores de las zonas centrales, que habían quedado fraccionados hacia 825, tras una revuelta contra el poder franco. A partir de entonces, los feudos francos se transmitieron por herencia y los reyes francos simplemente sancionaron la transmisión.
Hacia 883 u 884 los musulmanes se sintieron amenazados por la expansión de Wifredo el Velloso debido a las cartas pueblas (de poblamiento) que ofrecía a sus habitantes. La ciudad de Lérida fue fortificada por los Banu Qasi. Wifredo vio esto como una provocación y atacó la ciudad gobernada por el valí (gobernador) de la familia de los Banu Qasi, Ismail ibn Musa. El ataque no salió bien. El historiador Ibn al-Athir dice que los musulmanes hicieron una gran matanza entre los atacantes.
Muhammad ibn Lope encontrará la muerte, en el año 898, al intentar reconquistar Zaragoza. Fue sustituido por su hijo Lope ibn Muhammad como señor de Toledo. Lope protagonizará alguna acción militar contra Barcelona, hiriendo de muerte en una de sus incursiones a Wifredo el Velloso, conde de Barcelona y Gerona, en agosto 897. La leyenda dice que el rey franco Carlos II el Calvo, estando Wifredo moribundo, decidió darle un escudo para él y para su linaje. Para ello el rey mojó sus cuatro dedos en la sangre del conde de Barcelona y con ellos ensangrentados manchó el escudo dorado del conde, dando lugar a las cuatro rayas rojas. Sus restos reposan en el monasterio de Ripoll.
Wifredo fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero que legó sus estados a sus hijos. Consiguió reunir bajo su mando una serie de condados, pero no los transmitió unidos en herencia a sus hijos. Conde de Urgel y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Gerona y Besalú de los reyes carolingios. A su muerte en 897, la unidad se rompió, pero el núcleo formado por los condados de Barcelona, Gerona y Osona se mantuvo indiviso. De esta forma, se creó la base patrimonial de la casa condal de Barcelona.
El siglo X viene marcado por la fragmentación política de los condados orientales, aunque se va afirmando progresivamente la hegemonía del conde de Barcelona, que desde principios del siglo ya controlaba también el de Osona y el de Gerona (como mínimo desde 908). Es el siglo X el del esplendor político y militar del Califato de Córdoba, por lo que el condado de Barcelona y el condado de Osona se mantuvieron a la defensiva durante toda esta época. En el año 985, Barcelona, entonces gobernada por el conde Borrell II, fue atacada e incendiada por Almanzor, que la saqueó el 6 de julio, tras ocho días de asedio. El conde se refugió entonces en las montañas de Montserrat, en espera de la ayuda del rey franco, pero no aparecieron las tropas aliadas, lo que generó un gran malestar.
Con el tiempo, los lazos de dependencia de los condados respecto de la monarquía franca se fueron debilitando. La autonomía se consolidó al afirmarse los derechos de herencia entre las familias condales. Esta tendencia fue acompañada de un proceso de unificación de los condados hasta formar entidades políticas más amplias.
En el año 988, aprovechando la sustitución de la dinastía Carolingia por la dinastía Capeta, no consta que el conde de Barcelona Borrell II prestase el debido juramento de fidelidad al rey franco, pese a que se lo requirió por escrito. Este acto es generalmente interpretado como el punto de partida de la independencia de hecho del condado de Barcelona, que se convirtió muy pronto en el condado dominante de la zona.
Durante el siglo XI, la casa condal de Barcelona, junto con los condes de Urgel y de Pallars; se lanzaron a una política expansiva hacia el sur, dando origen, así, a lo que se conoce históricamente como la Cataluña Vieja (territorios existentes a finales del siglo X o principios del XI) y la Cataluña Nueva, ocupada a partir de ese momento.