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Reconquista musulmana de Jerusalén (1244)
El tratado con los ayyubíes expiraba en 1239. Los planes para una nueva cruzada para ser conducida por Federico no llegaron a nada, y Federico mismo fue excomulgado por el Papa Gregorio IX otra vez en 1239. Sin embargo, otros nobles europeos tomaron la causa, incluyendo Teobaldo IV, conde de Champaña; el rey de Navarra, Pedro de Dreux y Amaury VI de Montforte, que llegaron a Acre en septiembre de 1239. Teobaldo fue elegido líder de la cruzada en un concilio en Acre, al que asistían la mayoría de los nobles importantes del reino, incluyendo Walter de Brienne, Juan de Arsuf, y Balian de Sidon. Los cruzados pudieron haber sido conscientes de las nuevas divisiones entre los ayyubidas; al-Kamil había ocupado Damasco en 1238, pero había muerto poco después, y sus hijos al-Adil abu Bakr y al-Salih Ayyub heredaron Egipto y Damasco respectivamente.
Los ayyubíes todavía estaban divididos entre Ayyub en Egipto, Ismail en Damasco, y Dawud en Kerak. Ismail, Dawud y al-Mansur Ibrahim de Homs fueron a la guerra contra Ayyub. Persuadieron a los Estados Latinos para unirse a ellos en su empeño, acordando combinar sus fuerzas en Acre durante el verano. Mientras, Ayyub de Egipto, para mitigar las fuerzas que se unían contra él; pagó a Berke, kan de las tribus khwarazmios o corasmios, que vagaban libres tras la destrucción de su imperio por los mongoles, que disponían de 10.000 efectivos, atacar Palestina desde el norte y reunirse con sus fuerzas en Gaza, cerca de la frontera de Egipto.
En junio, los corasmios entraron repentinamente en las tierras de los cristianos del norte de Palestina, tomando Tiberiades y luego Nablus. Su ejército era demasiado numeroso para a cualquier ejército, ya fuera de Damasco, de Homs o de los cruzados, para poner fin a sus depredaciones.
El 1 julio, los corasmios llegaron a las inmediaciones de Jerusalén, saqueando las tierras circundantes y atacando ciudad, cuyas murallas en aquel momento tenían zonas sin almenas. La ciudad estaba defendida por Roberto de Nantes, Patriarca de Jerusalén, junto con los maestres de los Hospitalarios y Templarios, que no habían hecho muchos esfuerzos por reparar las murallas. Tras sucesivos ataques, el 11 de julio habían roto las murallas y penetrado en la ciudad, pero la ciudadela resistió sus asaltos. La población civil quedó a su suerte, muchos intentaron huir para alcanzar Joppa, pero la mayoría fueron masacrados en una serie de redadas y emboscadas, solo 300 lo consiguieron.
Los corasmios saquearon y destruyeron muchos lugares sagrados de la ciudad, masacrando a los sacerdotes y civiles.
El 4 de agosto, el sultán al-Salih envió una fuerza de 5.000 hombres, mayoritariamente compuesta por la caballería mameluca y comandada por Rukn Ad-Din Baybars al-Salihi, a Gaza para defender la frontera de Egipto y esperar a sus aliados corasmios.
El 23 de agosto cayó Jerusalén. Sin perspectivas de ayuda y bajo una promesa de salvoconducto, la guarnición de la ciudadela se rindió. La ciudad quedó en ruinas e inútil tanto para los cristianos como para los musulmanes.
Batalla de La Forbie o de Harbiyah (1244)
El 4 de octubre, salieron de Acre las fuerzas aliadas de los príncipes cristianos, encabezadas por Felipe de Montfort y los maestres de los Templarios, Hospitalarios y Teutónicos. Se dirigieron por el camino de la costa para unirse en Ascalón con las fuerzas musulmanas de Damasco, Homs y Kerak. En Joppa se les unieron Walter de Brienne y otros cruzados.
El 16 de octubre, los aliados se reunieron en Ascalon para celebrar un consejo de guerra; Al-Mansur Ibrahim, emir de Homs, sugirió prudencia, pero fue anulado por el preeminente príncipe latino Walter de Brienne y también por Roberto de Nantes, patriarca de Jerusalén.
El 17 de octubre, el ejército aliado partió de Ascalon y se encontró con los egipcios y corasmios cerca del pequeño pueblo de La Forbie (Harbiyah), a pocos kilómetros al noreste de Gaza.
Los aliados desplegaron de la siguiente manera:
- En el ala derecha se situaron los cruzados que contaban con unos 2.000 caballeros, junto con unos 10.000 entre sargentos, infantes y ballesteros. En frente tenían a los egipcios mandados por Rukn Ad-Din Baybars con unos 5.000 jinetes mamelucos.
- En el centro las fuerzas de Homs y Damasco bajo el mando de al-Mansur Ibrahim (emir de Homs) con 4.000 jinetes ghulam junto con varios miles de ljinetes ligeros. En frente tenían a los corasmios.
- En el ala izquierda se situaron las fuerzas de Kerak, bajo el mando de Al-Nasir qu tenían en frente a los corasmios.
Ambos ejércitos se enfrentaron ese día sin que ninguno de los dos obtuviera ninguna ventaja táctica. Al atardecer, se volvieron a sus campamentos.
Al día siguiente, 18 de octubre, volvieron a desplegar de la misma manera. Los Kerak fueron abrumados por los corasmios y huyeron, los corasmios atacaron por retaguardia del centro y los soldados de Homs y Damasco huyeron del campo. Los corasmios se dirigieron después contra el ejército cruzado que luchaba contra los egipcios, fueron cogidos entre las dos grandes fuerzas de caballería, siendo destruidos, muchos murieron y otros fueron hechos prisioneros, los restos consiguieron llegar a Ascalón.
De los templarios solo 18 escaparon, y 16 de los hospitalarios, el Patriarca de Jerusalén, Robert de Nantes, logró escapar del campo, aunque herido. Felipe de Montforte también escapó, pero unos 800 fueron prisioneros, incluido Walkter de Brienne (que moriría en cautiverio en una pelea sobre un juego de ajedrez) y el Condestable de Trípoli. Los muertos debieron ser unos 5.000.
En 1247, Ayyub había reocupado la mayor parte del territorio que había sido concedido en 1239, y también había ganado el control de Damasco.
Séptima Cruzada
Al caer de nuevo Jerusalén en el 1.244, esta vez de forma definitiva, movió al devoto rey Luis IX de Francia (San Luis) a organizar una nueva cruzada. Como en la Quinta, se dirigió contra El Cairo, tomó Damieta, pero fue derrotado y hecho prisionero en al-Mansurá (Egipto) con todo su ejército, teniendo que pagar un rescate. (ver Capítulo mamelucos – Séptima Cruzada).
Octava Cruzada
Entre los años 1265 y 1268, los mamelucos egipcios acaudillados por el sultán Baibars conquistaron gran parte de los territorios de los Estados Cruzados de Levante. Si al principio del reinado del sultán (1260) los cruzados dominaban la costa levantina entre Gaza y Cilicia, y contaban con imponentes fortalezas en el interior para proteger el territorio; cuando falleció en 1277 apenas se sostenían en Acre, Tiro, Sidón, Trípoli, Gibelet, Tortosa y Latakia y en las fortalezas de Marqab y Atlit. Baibars resultó el mayor azote de los cruzados desde los tiempos de Saladino y selló su eliminación del Levante. El Oriente Próximo cristiano vivía una época de anarquía entre las órdenes religiosas que debían defenderlo, así como entre comerciantes genoveses y venecianos.
25 años después del fracaso de la Séptima, de nuevo Luis IX de Francia organizó otra cruzada, la Octava en 1269, el plan era atacar otra vez Egipto.
Contaba con la participación de Luis IX, Carlos de Anjou, hermano de Luis y rey de Sicilia, Teobaldo I de Navarra y el futuro Eduardo I de Inglaterra, por aquel entonces príncipe de Gales. El monarca siciliano participó en la Cruzada muy a su pesar, ya que interfería con sus planes de atacar el Imperio bizantino para hacerse con su control. Sabedor de que no podía faltar a la cita cristiana, pues la comparación con su piadosísimo hermano le dejaría en pésimo lugar, intentó aprovechar la campaña en su favor.
El rey de Sicilia conocía el carácter piadoso de su hermano, por lo que dijo que el sultán quería convertirse al catolicismo, pero que sus enemigos en la corte se lo impedían. El apoyo moral de los cruzados decidiría al gobernante a dar el paso de convertirse y recuperar Túnez para la fe cristiana. Con el apoyo del nuevo reino católico obtendrían bases suficientes como para emprender una gran campaña contra Egipto. Luis estaba entusiasmado y aceptó de buen grado.
La expedición fue organizada en 1270, embarcaron en el puerto de Aguas Muertas (Aigues-Mortes) en el sur de Francia y se dirigieron hacia Túnez. Luis acompañado de sus tres hijos varones, llegó a África el 17 de julio. No había elegido buena fecha para la campaña, ya que el agobiante calor era inaguantable, sobre todo para los caballeros franceses con sus armaduras. Además, el sultán tunecino Muley Mostansah no le recibió con los brazos abiertos ni expresó su voluntad de convertirse al cristianismo, sino que se atrincheró en su capital. Luis decidió esperar la llegada de los refuerzos e instaló su campamento en las ruinas de Cartago, y decidió sitiar la capital.
Cuando desembarcaron desconocían que había una epidemia de disentería y otra de tifus en la región, que estaba provocando una gran mortandad. Las epidemias también afectaron a los cruzados, provocando la muerte de muchos, de la que tampoco se libraron los altos cargos, entre ellos el primero en fallecer fue el legado papal. Dos de los hijos de Luis y el propio monarca también enfermaron. Su segundo hijo, Juan Tristán, falleció el 3 de agosto. Tres semanas después, el 3 de agosto, lo hacía Luis IX, quien por entonces tenía 56 años, de los cuales había reinado 44.
Cuando Carlos de Anjou, rey de Sicilia, llegó con refuerzos el 25 de agosto, se enteró de que el rey acababa de fallecer. Las tropas de refresco mitigaron en parte la consternación de la causa cristiana, afligida por la muerte del monarca francés. Liderados por el recién proclamado Felipe III y su tío Carlos de Anjou, los cruzados lograron vencer en un par de escaramuzas al sultán tunecino.
Ello les llevó a una posición de poder para obligar al gobernante africano a firmar un tratado por el que Carlos obtenía todos sus objetivos: recuperó el tributo tunecino, el sultán desterró de su reino a todos los refugiados y además correría con los gastos de la contienda, estableció el libre comercio con Túnez y la residencia garantizada para monjes y sacerdotes en dicho territorio, permitiendo la libertad de culto a los cristianos. Poco después, cuando ya se preparaban para la vuelta a casa, llegó Eduardo de Gales. Decepcionado porque la lucha ya había acabado, el inglés decidió seguir a Tierra Santa para unirse a su hermano Edmundo de Lancaster, para emprender la que pasaría a la historia como la Novena Cruzada.
Los desastres de la Octava Cruzada aún no habían terminado. Mientras recogían sus pertrechos, la enfermedad siguió haciendo estragos en el campamento cristiano. Durante la travesía de vuelta a Sicilia, Teobaldo I de Navarra enfermó, falleciendo poco después en el puerto de Trapani.
Posteriormente, mientras los cruzados atravesaban Calabria, Isabel de Aragón, la nueva reina de Francia, cayó de su caballo y murió poco después debido a la gravedad de sus heridas.
Lo peor para Carlos de Anjou aún estaba por llegar: poco después se levantó una gran tempestad que destruyó 18 de los barcos con los que el rey tenía pensado atacar Constantinopla, pereciendo casi 4.000 cruzados. Los restantes se negaron a seguir al rey francés.
En resumen, la Octava Cruzada había costado la vida a miles de soldados, dos reyes, una reina, un príncipe y un legado papal. Un bagaje nefasto para los cristianos que participaron en una empresa que solamente benefició al ambicioso rey de Sicilia.
Novena Cruzada
Algunos autores la consideran como continuación de la Octava. El príncipe Eduardo de Inglaterra, se había unido a la Octava Cruzada de Luis IX de Francia contra Túnez, pero llegó al campamento francés tras la muerte del rey.
Tras pasar el invierno en Sicilia, decidió continuar con la Cruzada para ayudar a Bohemundo VI, príncipe de Antioquía y el conde de Trípoli, tenía entre 1.000 y 2.000 efectivos, e iba acompañado por su esposa Leonor de Castilla. Tras hacer escala en Chipre, y se dirigió a Acre, donde desembarcó el 9 de mayo de 1271. También le acompañaban un pequeño destacamento de bretones y otro de flamencos, liderados por el obispo de Lieja, que abandonaría la campaña en invierno ante la noticia de su elección como nuevo Papa, Gregorio X.
Allí se le unieron Bohemundo VI de Antioquía y Hugo III de Chipre.
Eduardo era consciente de la debilidad de sus propias fuerzas para acometer por sí solo al sultán egipcio, por tanto, trató de reunir en torno a sí a los cristianos de Levante y aliarse con los mongoles del Ilkanato para hacerlo.
Al llegar a Levante, se encontró con las rencillas que dividían a los distintos señores de la región, a los vasallos del rey de Chipre con su soberano y con el floreciente comercio que venecianos y genoveses mantenían con el sultán. Los primeros le suministraban madera y hierro, crucial para armarse, y los segundos, esclavos.
La cooperación mongola también fue escasa para lo que esperaba el príncipe inglés: cuando la embajada que envió al ilkan Abaqa Kan llegó ante él, el grueso de las fuerzas el Ilkanato estaban enfrascadas en campañas en el Turquestán. A pesar de todo, el ilkan prometió enviar fuerzas para colaborar con los cruzados.
En el invierno de 1271/2, el obispo de Lieja abandonó la campaña y regresó a Europa, ya que se le había elegido papa, escogió el nombre de Gregorio X. Sus posteriores esfuerzos para apoyar a la cruzada resultaron infructuosos.
Mientras las fuerzas mongolas llegaban, Eduardo se limitó a realizar algunas correrías fronterizas, una especie de guerra de guerrillas.
En octubre por fin cruzaron la frontera 10.000 jinetes mongoles de las fuerzas que el ilkan tenía en Anatolia. Esta hueste rodeó Aintab y derrotó a las tropas turcomanas de Aleppo, cuya guarnición huyó a Hama. Las fuerzas mongolas continuaron avanzando hacia Apamea.
Sin embargo, cuando Baibars, que se hallaba en Damasco, reunió un gran ejército, con refuerzos venidos de Egipto, y marchó hacia el norte a enfrentarse a los invasores, estos, incapaces de hacer frente a las enormes fuerzas del sultán, se replegaron al norte y cruzaron la frontera del Éufrates.
Mientras esto sucedía, Eduardo trató de talar la llanura de Sharon y conquistar la pequeña fortaleza enemiga de Qaqun, que le cortaba el camino. La cabalgada, escasa de fuerzas incluso para esta pequeña empresa, resultó un fracaso.
Finalmente, tras un año de conflicto, el príncipe Eduardo comprendió que con tan exiguas fuerzas estaba perdiendo el tiempo. La Cruzada acabó con la firma de una tregua por 10 años el 22 de mayo de 1272 en Cesarea. No obstante, era conocida por todos la intención de Eduardo de volver en el futuro al frente de otra cruzada mayor y más organizada; por lo que Baybars intentó asesinarlo mediante los Hashshashin (Asesinos del Viejo de la Montaña), uno de los cuales apuñaló al príncipe con una daga envenenada el 16 de junio de 1272. La herida no fue mortal, pero Eduardo estuvo enfermo varios meses, hasta que su salud le permitió partir de vuelta a Inglaterra el 22 de septiembre de 1272.
Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se organizaron más, el espíritu cruzado se había perdido y, en 1291, tras la caída de San Juan de Acre, los cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut.